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Mensajes del libro «Preguntas sobre el evangelio»
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PREGUNTA VEINTISIETE

LA CRUCIFIXION DE CRISTO

  La crucifixión de Cristo tiene dos aspectos: fue crucificado por el hombre y fue inmolado por Dios. En Hechos 2:23, 36 y 3:15 se presenta la crucifixión como obra de los hombres, mientras que en Isaías 53:6, 10 se muestra la crucifixión como obra de Dios. ¿Qué parte de la crucifixión fue efectuada por el hombre y cuál por Dios?

RESPUESTA

  Cuando leemos la Biblia vemos claramente que la crucifixión de Cristo fue efectuada por el hombre y por Dios, lo cual deducimos especialmente de las siete palabras dichas por el Señor en la cruz. De acuerdo con el tiempo del hombre, la crucifixión duró seis horas. En las primeras tres horas, el Señor expresó tres frases, y en las últimas horas, cuatro. ¿Por qué no declaró estas últimas tres palabras en las primeras tres horas? Si leemos cuidadosamente, nos damos cuenta de que las primeras tres horas de la crucifixión se relacionaban con la obra del hombre, mientras que las últimas tres horas, con la obra de Dios.

  Durante las primeras tres horas, desde las nueve de la mañana hasta el mediodía (Mr. 15:25) el hombre le escarneció, le azotó, le vituperó, le injurió y le crucificó. Todo esto le sobrevino de parte del hombre.

  Durante las últimas tres horas, del mediodía a las tres de la tarde, la crucifixión fue efectuada por Dios, y lo sabemos porque desde el mediodía hasta las tres de la tarde hubo tinieblas sobre toda la tierra, porque el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, porque la tierra tembló, porque las rocas se partieron y porque se abrieron los sepulcros (Mt. 27:45). Todo esto está fuera del alcance del hombre; fue obra de Dios.

  Durante la primera parte de la crucifixión, el hombre hizo todo lo que pudo, y durante la última parte, Dios también hizo todo lo que quiso. La primera parte expresa el odio del hombre hacia Dios. Pero la segunda parte expresa todo el amor de Dios hacia el hombre. Por consiguiente, podemos decir que en la cruz convergen el odio y el amor.

  Examinemos las tres palabras dichas por el Señor durante las primeras tres horas:

  En primer lugar El dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34) ¿Cómo podría perdonar Dios a aquellos que mataban a un inocente? ¿Cómo pudo el Señor siquiera orar así? ¿No sería Dios injusto si contestaba esta oración? Para entender esto, debemos entender que El Señor Jesús fue crucificado para llevar el pecado del mundo. El Dios justo sólo puede perdonar nuestros pecados en la cruz porque “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (He. 9:22). Así que desde Su posición en la cruz El pudo ofrecer esta oración; de no haber sido así, ni Su oración ni el perdón de Dios serían justos.

  En segundo lugar el Señor dijo: “De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23:43). ¿Cómo pudo este ladrón entrar al Paraíso? ¿Seguiría siendo un paraíso si a todos los ladrones se les permitiera entrar? Estos son interrogantes enunciados por el hombre. Ante Dios, no sólo a los ladrones se les prohíbe entrar sino también a los buenos, ya que en Adán, todos pecaron (Ro. 5:12). El Señor Jesús pudo hablar con el ladrón arrepentido porque El es el único Mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5) y porque El es el Cordero de Dios (Jn. 1:29). Mediante el Espíritu Eterno, El se ofreció a Dios sin mancha y sin defecto; por lo tanto, Su sangre purifica de obras muertas la conciencia del hombre (He. 9:14). El ladrón que entra en el Paraíso ya no es un ladrón, pues su conciencia ha sido purificada de obras muertas. Hoy todo aquel que recibe al Señor, o sea, todo aquel que cree en Su nombre, experimenta lo mismo.

  La tercera palabra fue: “Mujer, he ahí tu hijo ... He ahí tu madre” (Jn. 19:26-27). Este versículo muestra que tenemos una nueva relación con Dios y con el hombre debido a lo que el Señor hizo en la cruz. Ahora somos hermanos de los santos y miembros de la familia de Dios; tenemos comunión con Dios y los unos con los otros. Juan no fue el único que recibió a María como su madre por lo que le dijo el Señor. Más tarde, Pablo (Ro. 16:13) expresa algo similar; todos los santos de todas las edades también experimentan algo así. Es admirable que al tener todos esta misma vida, se establece una nueva relación entre todos los santos.

  Después de que el Señor profirió estas tres frase, hubo tinieblas en toda la tierra. Dios oyó la oración del Señor Jesús y puso sobre El todos los pecados del mundo. Al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros; así que Dios nos salva no sólo según Su gracia, sino según Su justicia. El no sólo tiene misericordia sino que pagó un alto precio por nosotros y canceló todas nuestras deudas.

  Como a las tres de la tarde, el Señor enunció otras cuatro palabras. La cuarta fue: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Muchos mártires han experimentado persecución y castigos pero no han dado indicios de dolor ni de lástima por sí mismo. Al contrario, han sentido a Dios mucho más cerca. Nuestro Señor obedeció a Dios durante toda Su vida; así que si hubiera sido crucificado por el hombre solamente, Dios habría estado más cerca. ¿Cómo podía Dios desampararle cuando el hombre lo había hecho? Alabamos y agradecemos a Dios porque en la cruz, nuestro Señor no murió como mártir, sino que llevó los pecados de la humanidad. Dios puso nuestros pecados en El y lo crucificó. Después de que el Señor dijo las primeras tres frases, Dios oyó Su oración y puso todos los pecados de la humanidad en El. El Señor Jesús supo entonces que Dios lo había desamparado.

  La quinta palabra fue: “Tengo sed” (Jn. 19:28). La sed es característica del sufrimiento que se padece en el infierno. El hombre rico mencionado en Lucas 16 estaba en el fuego del Hades sin una gota de agua. No hay otro lugar que cause más sed que el infierno. En ese momento el Señor sufrió el castigo del infierno que merecía el hombre y gustó la muerte por todos los seres humanos ya que El llevó todos nuestros pecados (He. 2:9).

  La sexta palabra fue: “Consumado es” (Jn. 19:30), que indica que la redención se había llevado a cabo. El Señor cargó con los pecados de la humanidad y recibió el castigo por el pecado del hombre.

  La séptima palabra que el Señor articuló fue: “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu” (Lc. 23:46). Anteriormente el Señor había dicho: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” El dijo estas palabras mientras llevaba sobre Sí los pecados del hombre, pero aquí pudo decir “Padre”, porque después de haber cumplido la redención, Su comunión con el Padre se restauró inmediatamente. El Señor dio Su vida voluntariamente y encomendó Su vida a Dios. El había dicho: “Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar” (Jn. 10:18). Si El no lo hubiera hecho, ni miles de cruces le hubieran podido quitar la vida.

  El Señor quitó nuestros pecados, y Dios, según Su justicia, no podía escoger entre perdonar o no hacerlo. El debe perdonarnos porque Cristo murió y se convirtió en la ofrenda por el pecado.

  Ya que el Señor sólo cumplió la obra de redención al morir en la cruz, quizás algunos se pregunten cómo pudo perdonar pecados antes de Su muerte. Esto es posible porque Dios considera la cruz como un hecho cumplido mucho antes del momento cronológico en que Cristo murió. En Juan 3:15 dice: “Para que todo aquel que en El cree, tenga vida eterna” y Juan 6:54 dice: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna”. Estos pasajes nos muestran que aunque el Señor se encontraba en la tierra, todo aquel que en El creía, tenía vida eterna. Además Apocalipsis 13:8 dice: “El Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo”. El Señor es el Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo; por lo tanto, la iglesia no se limita al espacio (pues el Cuerpo de Cristo es uno solo), y la cruz no se limita al tiempo (pues aun en el Antiguo Testamento, Dios perdonaba). En el Antiguo Testamento si alguien mataba a una persona por accidente tenía que huir a una ciudad de refugio para salvar su vida y quedaba libre cuando moría el sumo sacerdote (Nm. 35:25-28). Esto indica que antes de la muerte de Cristo, si alguien se escondía en Cristo, era salvo y libre por la muerte de Cristo.

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