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Mensajes del libro «Preguntas sobre el evangelio»
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PREGUNTA TREINTA Y CUATRO

LA SANGRE Y LA CRUZ

  ¿Qué diferencia hay entre la importancia y la función de la sangre y la importancia y la función de la cruz? ¿Por qué la Biblia nunca dice que nosotros derramamos sangre con el Señor sino que fuimos crucificados con El?

RESPUESTA

  Debido a que algunos pueden decir: “Ya que los pecados fueron eliminados delante de Dios, ¿por qué permanece el pecado dentro de nosotros? Debemos poner mucha atención a este asunto para que no se presenten dudas.

  La Biblia relata en muchos pasajes que el Señor derramó Su sangre y que fue crucificado. ¿Tienen la misma importancia y la misma función la sangre y la cruz? ¿Son intercambiables? ¿Podemos, por ejemplo, considerar que “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (He. 9:22) equivale a “sin crucifixión no hay remisión”? O ¿podría decirse: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El” (Ro. 6:6) es lo mismo que “Nuestro viejo hombre derramó su sangre juntamente con El? Si la importancia y la función de la sangre fueran las mismas que la de la cruz, se podrían intercambiar, pero si no es así, entonces su importancia y su función deben de ser diferentes.

  ¿Cuál es la importancia y la función de la sangre, y cuál la importancia y la función de la cruz?

  Estudiemos primero la sangre. La Biblia la menciona por lo menos cuatrocientas veces. ¿Por qué requiere Dios la sangre? ¿Por qué Dios eliminaba a quien se acercara a Su presencia sin traer sangre? Levítico 17:11 dice: “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona”. Este versículo nos muestra claramente que la finalidad de la sangre es la expiación. ¿Dónde se llevaba a cabo la expiación? Se realizaba sobre el altar; por lo tanto, la sangre se ofrece a Dios y no a nosotros y hace expiación ante El por nosotros, de tal modo que El considera eliminados nuestros pecados; sin embargo, la sangre no nos limpia interiormente de nuestro pecado.

  Quizás algunos se pregunten: “¿No dice 1 Juan 1:7 que la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado?” Esto es cierto, pero debemos recordar que cada vez que la Biblia menciona el lavamiento de los pecados que realiza la sangre, se refiere a ser limpios delante de Dios. La primera parte de este versículo dice: “Pero si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros” y luego añade: “Y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. Esta limpieza tiene que ver con Dios. La función de la sangre se dirige a Dios ya que es El quien requiere la sangre. El exige que nos acerquemos a Su presencia con la sangre.

  Otros podrán preguntarse: “¿No dice Hebreos 9:14 que Su sangre purifica la conciencia del hombre?”, Claro que sí, pero debemos comprender que “purificar” se refiere a la purificación de la conciencia no a la purificación de nuestra naturaleza pecaminosa. La naturaleza pecaminosa jamás es purificada por la sangre. La Biblia nunca afirma que la sangre purifique nuestra naturaleza vieja ni nuestra carne. La sangre nos limpia de los pecados que tengamos delante de Dios y la sangre purifica nuestra conciencia para que entremos con libertad y confianza a la presencia de Dios. “Sin derramamiento de sangre, no hay perdón” (v. 22). Si uno trae la sangre recibe el perdón de pecados; por lo tanto, tiene paz. “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, entrada que El inauguró para nosotros como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne” (10:19-20). La sangre es llevada al cielo, no la cruz. La Biblia dice que el Señor Jesús derramó Su sangre. Nosotros no tuvimos parte en el derramamiento de Su sangre; la sangre hace remisión por nuestros pecados y los elimina delante de Dios. Tengamos muy en claro este hecho.

  Muchas personas no se sienten libres delante de Dios porque no conocen bien la función de la sangre. Piensan que la sangre quita el pecado que mora en el hombre; en consecuencia, desconocen tanto la función como la virtud de la sangre. La limpieza que se menciona en 1 Juan 1:7 no se refiere a ser limpio interiormente del pecado ni de eliminar la raíz del mismo, sino a ser limpio delante de Dios. Sólo Dios exige la sangre, y sólo la sangre del Señor Jesús puede satisfacer el deseo profundo de Dios. En consecuencia, podemos acercarnos confiadamente a El mediante la sangre. Todo pecado, sea grande o pequeño, perdonable o imperdonable, grave o leve, es borrado por la sangre delante de Dios. “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Is. 1:18). ¿Qué significa esto? Que toda cicatriz y toda huella de los pecados son borradas como si uno jamás hubiese pecado. Tal es la condición del hombre ante Dios. Aunque no hay nada bueno dentro de uno, aún así, delante de Dios los pecados han sido quitados de en medio.

  Cuando leemos Números 20:2-9 y 21:4-9 vemos cuán deplorable era la condición de los hijos de Israel mientras estaban en el desierto. Pecaban y murmuraban contra Dios; aún así, hallamos en Números 23:21 lo siguiente: “No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel. Jehová su Dios está con él, y júbilo de rey en él”. Esto es cierto. Debemos ver que hay dos aspectos en lo que respecta al pecado: el pecado ante Dios y el pecado que está en nosotros. La sangre nos limpia de nuestros pecados ante Dios a tal grado que El no ve ninguna iniquidad en nosotros.

  ¿Dice acaso la Biblia que nuestra justificación se basa en la cruz? No, la justificación se realiza por medio de la sangre, la cual es presentada a Dios y le permite justificarnos. ¿Qué es la justicia? Es aquello que nos hace aptos para morar en el cielo con Dios. La sangre del Señor Jesús nos da acceso al cielo para así morar con Dios. Podemos entrar confiadamente al cielo por la sangre debido a que Dios sabe muy bien lo valiosa que ésta es.

  Leemos en Levítico 16:30: “Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová”. Este versículo sencillamente nos dice que nuestros pecados fueron borrados ante Dios, no que fueran quitados de nosotros. La sangre nos limpia de nuestros pecados ante Dios y limpia nuestra conciencia para que ya no nos oprima el peso del pecado ni haya barreras entre Dios y nosotros. La sangre nos libra de la acusación que viene como resultado de los pecados que hemos cometido, pero no impide que estemos conscientes de la raíz del pecado. Nuestro Señor llevó nuestros pecados ante Dios en Su muerte, y Su sangre nos limpia delante de Su presencia. La sangre expía nuestros pecados, pero no elimina nuestra naturaleza pecaminosa.

  El vocablo “pecado” de la expresión “el pecado del mundo” (Jn. 1:29), y de la expresión “nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7), están en singular, y en ambos casos se refiere a resolver el problema del pecado delante de Dios. En ninguno de estos dos casos alude a quitar la raíz del pecado, pues ambos afirman que la sangre del Señor resuelve el problema de nuestros pecados. Ante Dios, nuestros pecados han sido quitados de en medio.

  La importancia y función de la cruz es diferente a la importancia y función de la sangre; la sangre es para Dios mientras que la cruz es para nosotros; la sangre resuelve el problema de nuestros pecados, la cruz resuelve el problema de nuestro viejo hombre. Dios no sólo nos ha dado la sangre la cual nos da completa libertad delante de El, sino que nos da la cruz con la cual tratamos nuestra carne y nuestro yo corruptos.

  La carne llega a su fin en la cruz. Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. ¿Dice este versículo que la sangre limpia la carne? No. La carne fue crucificada, pues no se puede limpiar la carne. Supongamos que un niño y una muñeca de barro se ensucian; el niño se lava y queda limpio pero por más que se lave la muñeca, nunca quedará limpia, porque es de barro por dentro y por fuera. La carne corrupta es igual que la muñeca de barro. Es tan corrupta que ni siquiera la sangre del Señor la puede lavar; por lo tanto, la única manera de resolver este problema es crucificarla.

  n lo que respecta a nuestros pecados, Dios los quitó de en medio con la sangre, pero en lo concerniente a la carne, el Señor la crucificó. No podemos contar con que la cruz nos limpia de nuestro pecado ni que la sangre limpia nuestra carne. Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Al ser crucificados con El, el cuerpo de pecado es anulado, lo cual, en el griego, significa “inútil”, según aparece en Lucas 13:7. En consecuencia, el cuerpo de pecado no es eliminado, sino inutilizado. La palabra anulado también puede traducirse “desempleado”. Cuando Dios crucificó el hombre viejo, el cuerpo que antes estaba sujeto al pecado quedó inutilizado, ya no es esclavo del pecado y se ha quedado sin empleo. Los creyentes no deberían pecar, pero pueden obtener la victoria por lo que dice la Palabra de Dios, no según nuestros conceptos. No es necesario suplicar a Dios que nos santifique; lo que debemos hacer es agradecerle por habernos crucificado. Tenemos que creer que Dios ya hizo esta obra, no que la hará más adelante. Las promesas se obtienen por medio de la oración, pero los hechos se obtienen por la fe. El hombre viejo fue crucificado juntamente con el Señor, y éste es un hecho cumplido en el cual creemos. Si creemos esto, ninguna tentación podrá tocarnos. Así que, la única manera de obtener la victoria es permanecer en el Señor por fe y ser uno con El en este hecho cumplido. Si nos salimos de este terreno, detendremos nuestro crecimiento.

  En Gálatas 2:20 leemos: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Este versículo no dice que uno haya derramado su sangre juntamente con Cristo, sino que dice que el débil yo fue crucificado juntamente con El. Necesitamos entender que la sangre quita el pecado, mientras que la cruz pone fin a la carne. La sangre nos da la seguridad del perdón y cancela la cuenta de los pecados, y la cruz nos pone en libertad y nos libera del poder del pecado. La sangre está relacionada con la salvación, pues resuelve el problema de nuestros pecados, y la cruz con la victoria, ya que pone fin a nuestro yo ante Dios. Así como creemos en la sangre, debemos creer en la cruz. Cuán maravilloso es experimentar esto en la práctica.

  En Romanos 6:11 dice: “Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”. Y el versículo 13 dice: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como armas de injusticia, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como armas de justicia”. Lo único que debemos hacer ahora es: (1) estar firmes cada día en lo que nos presenta el versículo 11; creer que estamos muertos y que el cuerpo de pecado ha sido inutilizado; y (2) presentar a Dios nuestros miembros como armas de justicia. Si nos presentamos de una manera impropia, detendremos el progreso. Por una parte, debemos creer, y por otra, obedecer. Si creemos en lo que Dios realizó y obedecemos a Sus exigencias, espontáneamente tendremos la victoria.

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