
¿Cómo podemos conciliar Juan 1:12-13 que dice que el recibir vida no depende de “voluntad de varón” con Apocalipsis 22:17, que dice que el que quiera tome del agua de la vida?
Desde hace mucho tiempo, esta pregunta ha sido debatida por muchos teólogos. Una escuela afirma que la salvación depende de la voluntad del hombre, y la otra, asevera que depende exclusivamente de la voluntad de Dios. Tenemos que comprender que la verdad de Dios con frecuencia tiene dos lados, y si no tenemos cuidado, podemos perder el equilibrio ya que el hombre siempre tiende a irse a los extremos.
¿Es la salvación un asunto de la voluntad del hombre o de la voluntad de Dios? En realidad, incluye ambas, ya que sin la voluntad de Dios nadie es salvo, pero si el hombre no desea ser salvo, Dios no puede hacer nada aunque tal sea Su voluntad. Por consiguiente, vemos que Dios no sólo debe estar dispuesto, sino que el hombre también debe estarlo. El Señor Jesús dijo: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Lc. 13:34). Estos son los dos lados de la verdad de Dios; se necesitan ambas voluntades porque con una sola, no puede llevarse a cabo la salvación. Si deseamos conocer la verdad, no podemos conformarnos con un solo lado de la misma. Cuando Satanás tentó al Señor, le dijo: “Escrito está”, pero el Señor le replicó: “Escrito está también”. No hay ninguna duda de que aquello estaba escrito, pero debemos poner mucha atención a lo que “está escrito también”. Valerse de uno o varios versículos para demostrar un lado de la verdad no es suficiente; debemos tener presente que hay muchos versículos que sustentan el otro lado de la misma verdad; por ejemplo, cuando una persona es salva, lo es eternamente. Este es un lado de la verdad; también es cierto que los creyentes que pequen serán castigados si no se arrepienten, y aunque no sufrirán la muerte segunda, la Biblia dice que sí sufrirán el daño de la misma.
Algunos se han preguntado que por qué la Biblia dice, por un lado, que quien lo desee, tome del agua de la vida gratuitamente y que quien crea en el Señor Jesús no perecerá sino que tendrá vida eterna, y por otro lado, dice que la salvación la reciben los que son predestinados por Dios. Alguien respondió este interrogante con un buen ejemplo, diciendo que la expresión “todo aquel que quiera” está escrita sobre la puerta del cielo, lo cual indica que todo el que desee puede entrar; pero cuando la persona entra, al tornar la mirada puede ver sobre la puerta la frase “fuiste predestinado”. Este ejemplo presenta los dos aspectos de la verdad de Dios, y nuestra experiencia lo puede confirmar. Cuando yo vine al Señor Jesús, lo único que hice fue creer; pero al mirar atrás, me preguntaba por qué era salvo mientras que otros que eran más buenos que yo no lo eran. No sabía muy bien lo que me había sucedido; lo único que podía decir era que Dios había predestinado mi salvación.
Independientemente de lo que uno sea, si cree, es salvo; pero éste es un mensaje para los incrédulos. El mensaje que Dios tiene para los creyentes es elección y predestinación. Es un error garrafal dirigir a los incrédulos lo que corresponde a los creyentes. El Señor dijo a los discípulos: “No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros” (Jn. 15:16). Esto no es para los incrédulos.
En una ocasión un estudiante de teología le preguntó a un siervo de Dios: “La Biblia dice que Dios predestinó al hombre para que fuese salvo, pero cuando predico, a veces miro los rostros de las personas y me pregunto: ¿Si Dios no ha predestinado a esta persona, está bien que yo siga insistiéndole para que sea salva?” El siervo de Dios le contestó: “Sigue predicando. Si logras persuadirla de que sea salva, habrá sido predestinada por Dios”.
Debemos comprender que Dios les dice a los creyentes que la salvación fue predestinada para ellos a fin de que tengan un corazón agradecido. Cuando uno es salvo y entiende esto, aunque vea que todavía hay muchos incrédulos, sólo puede agradecer a Dios por escogerlo de entre millones de personas. ¡Aleluya! No soy salvo por mis propios méritos, sino porque Dios me salvó. No me queda más que agradecerle.
El versículo 17 de Apocalipsis 22 se dirige a los incrédulos, y los versículos 12 y 13 de Juan 1, a los creyentes. Nuestra salvación es obra de Dios, no nuestra. Así hallamos el equilibrio que tiene la verdad.