
¿Por qué menciona Lucas tres parábolas? ¿No es suficiente una?
En las tres parábolas presentadas en Lucas 15 se menciona algo que se ha “perdido”. La primera se refiere a una oveja; la segunda, a una moneda, y la tercera a un hijo. Después de leer este capítulo, muchos se preguntarán por qué las tres parábolas tipifican al pecador, cuando con una sola habría bastado; debemos comprender que la intención de Dios no era sólo hablar sobre los perdidos sino hacer énfasis en la forma en que El se relaciona con el hombre perdido. Si el tema del Señor hubiera sido la condición del hombre perdido, habría usado una sola parábola. Pero Su enfoque fue la manera en que Dios trata al perdido, lo cual hace que las tres parábolas sean necesarias. El Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— tiene una obra específica sobre el perdido, y estas parábolas nos muestran claramente los tres aspectos de la acción de Dios.
¿Se podría alterar el orden de las parábolas? No. Si se pudiera, entonces se alteraría el orden del evangelio porque las tres parábolas muestran la secuencia de la obra redentora de Dios. La primera parábola nos muestra a Jesús como el buen Pastor, y en Juan 10 se nos dice que el buen pastor pone su vida por sus ovejas (v. 11). El buen Pastor busca la oveja que está fuera del redil, dando a entender que el Señor Jesús dejó la casa de Su Padre para venir al mundo a buscarnos. Luego aparece la parábola de la mujer que busca una moneda dentro de su casa; enciende la lámpara, barre la casa y busca cuidadosamente. La mujer tipifica al Espíritu Santo. El Señor Jesús primero viene a efectuar la redención, y luego el Espíritu Santo nos ilumina para que podamos recibir dicha obra redentora. La Biblia revela que Dios nos da dos regalos; nos dio Su Hijo y nos dio el Espíritu Santo. Algunos predicadores cometen el error de ofrecer la mitad del evangelio, ya que sólo dicen: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16); y descuidan las palabras del Señor Jesús: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (14:16). Dios no sólo envió al Señor Jesús como el buen Pastor para buscarnos, sino que también envió al Espíritu Santo para iluminarnos. La primera parábola no menciona la lámpara y habla de buscar fuera de la casa, pero la segunda muestra la lámpara y muestra una búsqueda dentro de la casa. El Señor Jesús salió de Su casa y vino al mundo a buscar la oveja perdida; pero el Espíritu Santo está en la casa —en nosotros— iluminándonos y buscando cuidadosamente la moneda perdida. La tercera parábola menciona al padre que espera el regreso de su hijo al hogar. Por lo tanto, tenemos un cuadro del Salvador que viene y del Espíritu Santo que escudriña para que la obra redentora del Señor no sea en vano; Dios espera el regreso del hijo para que la obra del Espíritu Santo no sea en vano.
Si omitimos cualquiera de las dos primeras parábolas, se pierde la secuencia, pues si el buen Pastor no hubiera puesto Su vida por las ovejas, la redención no se habría efectuado, y si el Espíritu Santo no nos hubiera iluminado, no habríamos sido convictos de pecado, de justicia ni de juicio (Jn. 16:8). Aunque algunos reconocen parcialmente que han pecado, sin la iluminación del Espíritu Santo no quedarían convictos en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio.
Si el buen Pastor no hubiera puesto Su vida por las ovejas, el Padre no habría podido recibir al hijo pródigo. La obra iluminadora del Espíritu Santo se basa en la muerte del Señor, ya que si el Señor no hubiera muerto, el Padre celestial no habría podido perdonar los pecados del hombre y sería un Dios injusto. Debemos afirmarnos en el hecho de que el perdón de los pecados se basa en la justicia de Dios. El nos ama, sin embargo, Su amor se basa en Su justicia. Si no fuera así, Dios sería injusto, y eso negaría Su naturaleza. Sin el derramamiento de sangre, no hay perdón de pecados, y si el perdón se puede obtener sin la sangre del Señor, no habría sido necesario un Salvador. ¿Cómo, entonces, seríamos salvos? Aunque tenemos pecados, el Salvador cargó con todos ellos, y ahora podemos acercarnos confiadamente a El y agradecerle. Si no hubiéramos tenido un Salvador, jamás podríamos tener paz en nuestra conciencia. Ya que el Señor murió y llevó a cabo la redención, el Padre celestial nos espera para recibirnos. Cuando el hijo pródigo regresó a su hogar, el padre no lo reprendió ni lo exhortó a arrepentirse, porque el Salvador ya había efectuado la redención, y el Espíritu Santo lo había iluminado. Como resultado, sus pecados le fueron perdonados y fue lavado por la sangre.
Aunque el Señor Jesús ya murió y el Padre celestial espera en Su casa, el hijo pródigo no puede regresar si no es iluminado por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo convence al hombre de pecado, haciendo que se arrepienta de su incredulidad; lo convence de justicia, haciendo que vea su error al no recibir al Señor, quien resucitó, ascendió y fue aceptado por el Padre; y de juicio, haciendo que se dé cuenta de que sigue a Satanás, el cual ya fue juzgado y dejó de ser su amo. Todo esto lo hace el Espíritu Santo; por lo tanto, debemos creer lo que el Señor logró, y poner mucha atención a lo que hará.
Muchas personas se centran en lo que el Espíritu Santo hará y descuidan lo que Cristo ya logró; otros recalcan lo que Cristo realizó y descuidan lo que el Espíritu Santo hará. Aquellos que dicen que Cristo ya lo logró todo, dicen que Cristo ya murió, resucitó y completó la obra, y que el Espíritu Santo simplemente nos guía a la verdad, a saber, que Cristo murió, resucitó y entró en la gloria. Aquellos que hacen énfasis en lo que el Espíritu Santo llevará a cabo, dicen que el Espíritu Santo debe laborar dentro de nosotros para que experimentemos específicamente estos hechos. Ninguno de estos puntos de vista es completo. Las aves tienen dos alas, y si les cortamos una, no podrán volar. Cada uno de estos puntos de vista corta una de las alas del ave, y si una persona se encierra en lo que Cristo logró, no tendrá ninguna experiencia, y por otro lado, si se encierra en la obra del Espíritu Santo, carecerá del cimiento apropiado porque la obra del Espíritu Santo se basa en lo que Cristo logró.
En 2 de Corintios 13:14 Pablo dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. El corazón de Dios es amor, y Su propósito es salvar al hombre. El amor es un sentimiento interno, mas cuando se expresa, es gracia. La expresión del amor es la gracia, y la realidad interna de la gracia es el amor; por lo tanto, la gracia del Señor Jesús se menciona primero, porque Cristo efectuó la redención. Dios ama, y Su amor, expresado en la persona de Cristo, produce la gracia. El Espíritu Santo introduce los logros de Cristo en nosotros y de este modo establece una comunión mutua; El se imparte, y nos transmite lo que Cristo ya realizó. Es imposible recibir la gracia del Señor sin el Espíritu Santo; si sólo deseamos el Espíritu Santo sin recibir lo que Cristo ha realizado, nos es imposible recibirle. La tubería permite que el agua circule, y se necesitan tanto el agua como la tubería para que aquélla llegue a nosotros. Así que, las tres parábolas de Lucas 15 no se repiten, pues presentan la secuencia de la obra redentora de Dios. Cristo efectúa la redención; el Espíritu Santo ilumina al hombre, y Dios el Padre nos recibe por Su amor. Entender estas tres parábolas como se debe nos permitirá llevar una vida equilibrada y nada nos podrá desviar.