
¿Cuál es la relación entre la muerte del Señor Jesús y el advenimiento del Espíritu?
Debido a que esta pregunta está muy relacionada con la salvación y el evangelio, debemos prestarle mucha atención.
Gran número de personas tienen un concepto erróneo sobre el Espíritu Santo, ya que piensan que tienen que pagar un elevado precio para ser llenos de El, que se requiere una estricta negación del yo y que tienen que suplicar con insistencia para sentirse gozosos. Piensan que cuando sean llenos del Espíritu Santo serán buenos creyentes y tendrán poder para predicar el evangelio. Si estudiamos la Biblia cuidadosamente, descubriremos que nada de esto se menciona en ella. La Biblia dice que el precio para recibir al Espíritu Santo ya lo pagó el Señor Jesucristo, pues Dios envió al Espíritu Santo como resultado de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo. La venida del Espíritu Santo es el resultado de la muerte del Señor Jesús, Su sangre derramada y Sus méritos, no se obtiene como resultado del precio que nosotros podamos pagar, y tampoco por nuestros méritos.
Cuando el Señor Jesús estuvo aquí en la tierra, El dijo a Sus discípulos que el Padre daría el Espíritu Santo a los que se lo pidieran (Lc. 11:13) porque en aquel entonces, el Espíritu Santo todavía no había venido. Después de resucitar, sopló en los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Desde aquel día no es necesario pedir el Espíritu Santo; sólo tenemos que recibirlo.
Una vez un siervo de Dios dijo: “El Espíritu Santo ya vino, y si la tubería por la cual corre el Espíritu Santo tiene algún obstáculo, simplemente quítelo, y el fluir seguirá su curso. Debemos consagrarnos no sólo una vez, sino permanentemente”. El Espíritu Santo ya vino por medio el derramamiento de la sangre del Señor Jesús, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. Nosotros debemos eliminar los obstáculos al consagrarnos al Señor. Cuando lo hagamos, seremos llenos del Espíritu Santo. La consagración es el camino para ser llenos del Espíritu Santo. El fluir del Espíritu Santo se basa en la sangre del Señor Jesús. Si la tubería estuviera vacía, quitar el obstáculo no traería el agua. Para ser llenos del Espíritu Santo, debemos consagrarnos. Cuanto más nos consagremos, más llenos seremos; por lo tanto, El fluye solamente por causa de la sangre del Señor Jesús.
El Antiguo Testamento cuenta el caso en que cuando los israelitas estaban en el desierto, Moisés golpeó la roca, y de ella fluyó agua (Ex. 17:6). En 1 Corintios 10:4 dice que la roca era Cristo. El fluir del Espíritu Santo no se basa en nuestra consagración, sino en la muerte del Señor Jesús. En Levítico 14 se describe la purificación del leproso. El sacerdote primero tomaba la sangre del sacrificio por las transgresiones, y la ponía sobre el lóbulo de la oreja derecha, sobre el pulgar de la mano derecha y sobre el pulgar del pie derecho, del que se purificaba. Luego el sacerdote tomaba del aceite, y lo vertía en la palma de su mano izquierda y lo untaba sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purificaba, sobre el pulgar de su pie derecho, y lo que quedaba del aceite en manos del sacerdote, lo vertía sobre la cabeza del que se purificaba (vs. 14-18). La sangre se relaciona con la redención, y el aceite con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no venía sobre el leproso porque éste declarara que estaba limpio, sino por la sangre. El era ungido con aceite y entonces se pronunciaba su limpieza.
Para poder escuchar la voz de Dios, para que nuestras manos hagan las obras de Dios y nuestros pies vayan por Su senda, necesitamos primero que la sangre nos limpie. El Espíritu Santo viene a llenarnos y a capacitarnos basándose en la obra redentora del Señor y en Su sangre, la cual lava todos nuestros pecados, a fin de que podamos actuar y ser llenos del poder del Espíritu Santo; pero este poder no proviene de nuestros esfuerzos, sino de la sangre del Señor.
Esto no se revela tan explícitamente en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. En Juan 7:37-39 leemos: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. En aquel tiempo, el Espíritu Santo no había venido todavía porque Jesús no había muerto, ni resucitado, ni ascendido. El Espíritu Santo no había venido todavía, no por falta de oraciones y fervientes súplicas de los hombres, sino porque Jesús aún no había sido glorificado. En Hechos 2:33 se nos dice: “Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís”. Por consiguiente, el derramamiento del Espíritu Santo fue el resultado de la muerte, resurrección y exaltación del Señor Jesús. El advenimiento del Espíritu Santo se debe al Señor mismo, no a nuestras súplicas febriles.
Vemos muy a menudo a personas afligidas y desesperadas que ruegan que se les dé el poder del Espíritu Santo; otros piensan que sólo los creyentes especiales pueden recibir dicho poder, y que los cristianos comunes y corrientes no lo pueden recibir porque este poder es algo extraordinario. De todo lo que Dios nos ha dado, nada se puede comparar con el Espíritu Santo. Aunque Su precio es muy elevado, ya lo pagó el Señor Jesucristo mediante Su muerte y resurrección, y es así como podemos recibir el Espíritu Santo. La sangre del Señor es el precio, y el Señor Jesucristo es la fuente de la cual recibimos el Espíritu Santo. Si en la tubería hay algo que estorba el paso del agua, debemos quitarlo para que haya agua en abundancia. Si entendemos la fuente del Espíritu Santo y el precio que se pagó, no tendremos necesidad de suplicar con insistencia.
En Gálatas 3:13 y 14 dice: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Estos versículos indican que el Señor Jesús fue crucificado en un madero para que la bendición de Abraham llegase a los gentiles. ¿Qué significa esto? Significa que simplemente por creer, podemos recibir el Espíritu Santo que Dios nos prometió.
Si usted se siente débil, y su vida espiritual fluctúa, si frecuentemente tropieza y su fuerza desaparece día a día y carece del poder del Espíritu Santo, necesita tener presente que el Señor Jesucristo ya murió y Su sangre ya fue derramada. Lo único que usted necesita es acercarse a la presencia de Dios para recibir el Espíritu Santo prometido. Usted puede agradecer a Dios por la sangre de Jesucristo, el cual pagó un elevado precio para que usted reciba el poder del Espíritu Santo. Usted no tiene que seguir oscilando; debe poner mucha atención a lo siguiente: si hay un obstáculo en usted que no ha sido eliminado, o si su consagración no es incondicional, todavía no puede recibir el poder del Espíritu Santo.
No tenemos que orar con vehemencia pidiendo el Espíritu Santo, sino que debemos recibir lo que el Señor Jesucristo ya cumplió; tenemos que creer y aferrarnos de esto por la fe. La Biblia dice que el Señor Jesucristo fue enviado para llevar a cabo la voluntad de Dios y que el Espíritu Santo ya fue derramado sobre nosotros.