
Por siglos la mente humana ha estado sometida al cautiverio de conceptos religiosos y naturales. Por esta razón, aunque muchos han leído la Biblia por años, no han visto lo que ésta revela. Nuestra carencia se debe a nuestros conceptos naturales, los cuales nos velan. De los cuatro Evangelios, el único que recalca la vida es el Evangelio de Juan. A fin de poder ver la vida que se revela en Juan debemos dejar a un lado nuestros conceptos naturales. Juan no empieza su evangelio con el nacimiento humano de Jesús; en vez de ello, empieza con la eternidad: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (1:1). Juan 1:3 dice: “Todas las cosas por medio de Él llegaron a existir”. Luego el versículo 4 dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Cuando Mateo habla de la vida, ésta principalmente tiene que ver con la bendición de la vida eterna en la era venidera (7:14; 19:16-17), pero la vida de la cual se habla en Juan está presente en Cristo.
Juan 1:14 dice: “El Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de realidad”. Luego el versículo 17 dice: “La gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Todos los asuntos mencionados en estos versículos están relacionados con la vida. Esta vida es una persona: Cristo mismo (11:25; 14:6). La gracia y la realidad son la experiencia que tenemos de la vida que es Cristo. Tenemos que invertir mucho tiempo para conocer quién es Cristo y qué es Él. Tal vez suene sencillo decir que Cristo es vida, pero los veintiún capítulos de Juan revelan muchos aspectos de esta maravillosa persona.
Lamentablemente, cuando la mayoría de los cristianos lee Juan, únicamente ven las historias y los milagros, y pasan por alto la vida. Juan 3 trata acerca de la regeneración, la cual consiste en recibir la vida divina al nacer de Dios, pero para la mayoría de los cristianos esto es un misterio. Juan 1:12-13 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Estos versículos claramente revelan que todo el que recibe al Señor y cree en Su nombre llega a ser un hijo de Dios debido a que nace de Él. Esto no es nada insignificante. Debe impresionarnos profundamente que nosotros nacimos de Dios en el momento en que fuimos salvos por medio de creer.
Algunas personas en el cristianismo niegan que nosotros recibimos la vida y la naturaleza de Dios por medio de la regeneración. Sin embargo, todo ser viviente tiene la misma vida y naturaleza del ser del cual nace. Todo lo que nace de un león es un león, que posee la vida y la naturaleza propia de un león. Decir que el animal que nace es diferente de un león no es lógico. Esto nos muestra que las mentes de muchos cristianos están nubladas por sus conceptos naturales. Es por ello que no se atreven a decir que somos hijos de Dios que poseen la vida y naturaleza divinas. Sin embargo, 2 Pedro 1:4 dice: “Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina”. Puesto que nacimos de Dios, ciertamente poseemos la naturaleza de Dios. Por supuesto, no poseemos la Deidad para ser deidades dignas de ser adoradas; no obstante, puesto que nacimos de Dios y Dios es nuestro Padre, somos iguales a Él en Su vida y naturaleza. Sin embargo, muchos cristianos niegan esta verdad. Por eso, no entienden la regeneración que se presenta en Juan 3.
El Evangelio de Juan no es un relato de historias y milagros, sino una descripción, un cuadro detallado, de los diferentes aspectos de Cristo como vida para nosotros. En 10:10 el Señor dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”, y en 11:25 dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. El hecho de que el Señor sea la resurrección y la vida significa que Él es una vida que puede resistir, vencer y nunca ser conquistado ni acabado por la muerte. En 14:6 el Señor dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida”. Si al leer el Evangelio de Juan únicamente vemos las historias y nos sentimos atraídos por los milagros, eso significa que nuestro concepto es natural y que carecemos de la revelación celestial. La revelación nos permitirá ver que los milagros fueron hechos para mostrar algo más profundo en cuanto a la vida. Los milagros no son la meta. El apóstol Pablo hizo muchos milagros, pero no se sanó a sí mismo ni a sus colaboradores Timoteo o Trófimo (Hch. 19:11-12; 1 Ti. 5:23; 2 Ti. 4:20). Pablo tenía un aguijón en su carne, que era una enfermedad física (2 Co. 12:7). Después que le pidiera al Señor tres veces que le fuera quitado, el Señor le respondió: “Bástate Mi gracia” (vs. 8-9). La gracia es Cristo mismo como vida, a quien experimentamos.
La mayoría de los cristianos al leer la Biblia prestan atención a los milagros, no a la gracia. No ven que la gracia es Cristo mismo como vida en nuestra experiencia. Incluso muchos de los así llamados grandes maestros de la Biblia, quienes vivieron en siglos pasados, no vieron la vida. Martín Lutero fue usado por el Señor para recobrar la verdad de la justificación por la fe; sin embargo, Lutero no vio la vida. En los escritos de Lutero lo único que encontré fue la doctrina, no la vida. Kaspar Schwenckfeld, quien fue contemporáneo de Lutero, vio algo de la vida, pero Lutero lo llamó un necio poseído por el diablo. William Law, un maestro del siglo XVIII, al principio únicamente mostró preocupación por el conocimiento doctrinal de la Biblia, pero un día dio un giro que lo hizo cambiar y vio la vida. Es muy bueno leer su libro The Power of the Spirit [El poder del Espíritu]. Sin embargo, Schwenckfeld y Law no vieron tanto como lo que vemos hoy en día. Según el mismo principio, un electricista común y corriente hoy sabe más de electricidad que el gran inventor Thomas Edison. Por consiguiente, no nos jactamos, pero sí le damos gracias al Señor y lo adoramos por habernos mostrado más que lo que vieron los grandes maestros del pasado.
Debido a que Lutero no vio lo que Schwenckfeld vio, Lutero lo consideró un hereje. Eso muestra que ver es muy importante. Los que no ven consideran herejes a los que ven. Cuando era joven, leí las exposiciones de Lutero sobre Romanos y Gálatas. En comparación a lo que vemos hoy, su exposición es elemental. Él vio la doctrina de la justificación por la fe, pero el punto principal de Gálatas es la vida. La justificación por la fe es sólo el comienzo; pero el resultado es la vida. En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. La justificación tiene como resultado la vida a fin de que podamos tener esta experiencia. Lutero no vio esto. Aunque Romanos tiene dieciséis capítulos, Lutero en su estudio abarcó principalmente los primeros cuatro capítulos. El Estudio-vida de Romanos señala que hay cuatro estaciones en Romanos: la justificación, la santificación, el Cuerpo y las iglesias (pág. 413). Lutero vio únicamente la primera estación. Podemos comparar la primera estación a la escuela primaria y las tres estaciones siguientes a la secundaria, la universidad y el posgrado, respectivamente. Sin embargo, los teólogos hoy en día aún tienen en muy alta estima a Lutero y podrían ofenderse con esta comparación. En el cristianismo son pocos los que han visto estas otras tres estaciones en Romanos. Son pocos los que practican la verdadera vida de iglesia, porque no tienen idea de estas cosas.
En las iglesias locales hay muchos que aún son muy naturales en cuanto a sus conceptos de las cosas espirituales y su entendimiento de la Biblia. Permanecen bajo el grueso velo de sus conceptos naturales. Algunos incluso son distraídos por los milagros, pensando que los milagros y la sanidad divina son la vida. Estas cosas no son la vida, porque sus efectos son temporales, pero la vida es eterna. La resurrección de Lázaro no es un ejemplo de lo que es la vida, sino que simplemente fue un milagro, pues con el tiempo volvió a morir. La vida es zoé, la vida eterna y divina que no muere jamás. Juan 2:23-24 dice: “Estando [Jesús] en Jerusalén en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos”. El Señor no se fió de los que creyeron a causa de los milagros. Es preciso que veamos que los milagros no son la vida. El Señor hizo milagros, y en la actualidad todavía hace milagros en ciertas situaciones. Sin embargo, Su propósito principal es impartirle vida al hombre. En algunas situaciones el Señor no hará ningún milagro. Por ejemplo, no le quitó su enfermedad física a Pablo, para que pudiese experimentar más gracia, más vida.
Es preciso que veamos que la vida es una persona: el Dios Triuno, quien en Cristo pasó por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión, y entró en nosotros como el Espíritu vivificante para ser nuestra vida y mezclarse con nosotros. Debido a que le recibimos, fuimos regenerados, y ahora estamos siendo transformados y seremos conformados a Su imagen y glorificados. La vida cristiana no es una vida intercambiada, sino una vida injertada, una vida mezclada, regenerada, transformada, conformada y glorificada. Esto está por encima de la imaginación humana. Es fácil asimilar el concepto de una vida intercambiada: debido a que nuestra vida es deficiente y la vida de Jesús es maravillosa, nosotros intercambiamos nuestra vida por una mejor. Sin embargo, conforme a la Biblia, nosotros hemos sido injertados en Cristo y nos hemos mezclado con Él (Ro. 11:17; 1 Co. 6:17). El Señor no anula nuestra humanidad, sino que la llena, la transforma y la eleva. La regeneración, la santificación, la transformación, la conformación y la glorificación corresponden a la obra que realiza la vida divina en nosotros, y esta vida es el Dios Triuno procesado, quien llegó a ser el Espíritu vivificante para morar en nuestro espíritu y ser uno con nosotros. Es por ello que Pablo pudo decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Esta experiencia es un asunto de vida.
En el cristianismo me enseñaron que debía tener la esperanza de ser arrebatado, de ser tomado inesperadamente por el Señor e introducido en la gloria. Sin embargo, conforme a la Biblia, la glorificación es parte de un proceso que dura toda nuestra vida (Ro. 8:30). Cristo es el Dios Triuno procesado que mora en nosotros como nuestra vida y se mezcla con nosotros, a fin de santificarnos, transformarnos, conformarnos y finalmente glorificarnos. Esto sobrepasa nuestro concepto natural y humano; necesitamos recibir la visión celestial para ver esto.
Es preciso que veamos que la vida es una persona maravillosa que es tanto Dios como hombre, que pasó por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión, y ahora es el Espíritu que mora en nosotros. Juan 7:39 dice: “Aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. En aquel tiempo aún no había el Espíritu. Sin embargo, desde la resurrección del Señor, el Espíritu ha estado y ahora está dentro de nosotros y es todo para nosotros. A esto nos referimos con la palabra vida. Necesitamos una visión de esta profunda realidad.
Apocalipsis describe a las iglesias como candeleros de oro (1:12, 20; 2:1). La iglesia puede ser de oro, poseer la naturaleza de Dios, debido a que la vida de Dios está siendo forjada en los creyentes por medio de su regeneración, transformación, conformación y glorificación. Aparte de este proceso, no es posible que la iglesia sea un candelero de oro, un testimonio resplandeciente de la naturaleza de Dios. En Apocalipsis vemos las iglesias como candeleros de oro porque a los ojos de Dios, según Su perspectiva eterna, la iglesia es completamente divina. La iglesia es divina porque Cristo, la persona divina, se ha forjado en ella. El candelero fue diseñado como un símbolo del Dios Triuno (Éx. 25:31-40). La sustancia de oro representa a Dios el Padre en Su naturaleza divina, la forma del candelero representa a Dios el Hijo como la corporificación y expresión del Padre, y las siete lámparas representan a Dios el Espíritu como los siete Espíritus de Dios para Su expresión. Esto implica que la iglesia es la reproducción del Dios Triuno no en la Deidad como una divinidad para ser adorada, sino en vida, en naturaleza y en expresión. La vida no sólo se refiere a nuestras experiencias, tales como la ley de vida, el sentir de vida y la comunión de vida, sino que principalmente es el Dios Triuno que se imparte en nuestro ser y nos hace uno con Él para hacernos candeleros de oro. Necesitamos ver una visión de las iglesias como candeleros, como la corporificación y expresión del Dios Triuno. Una vez que veamos esta visión, sabremos lo que es la vida.
La revelación del Nuevo Testamento en cuanto a la vida es que el Dios Triuno llega a ser uno con Sus escogidos y redimidos, y ellos llegan a ser Su corporificación. A esto se refiere la palabra vida en la Biblia. El Señor mismo nos dijo que Él es la vida (Jn. 11:25; 14:6), y Pablo dijo en Colosenses 3:4: “Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria”. Cristo es nuestra vida, y la gloria es Su expresión. Cuando seamos manifestados con Él en gloria, seremos exactamente iguales a Él en vida, en naturaleza y en expresión.
Si vemos la revelación hallada en la Biblia en cuanto a la vida, sabremos lo que es el recobro del Señor. El recobro no es una especie de obra, movimiento, actividad, enseñanza o práctica, sino que más bien tiene que ver con el hecho de vivir la vida que es el Dios Triuno. Una vez que veamos esto, nada nos distraerá porque nada más es tan valioso, precioso o elevado que esto. Las iglesias en el recobro del Señor son los candeleros de Apocalipsis, los cuales son el testimonio de Jesús y la corporificación del Dios Triuno. Tenemos que conocer el recobro del Señor en vida. Esta visión nos guardará; de hecho, me ha guardado a mí. Fue esta visión la que guardó al hermano Nee mientras estuvo encarcelado por veinte años. Probablemente no ha habido ningún otro cristiano en la historia que haya estado encarcelado por causa del Señor por tanto tiempo sin cambiar sus creencias. Yo creo que lo que lo guardó a él, sin ningún cambio, fue esta visión. Puedo testificar acerca de él porque estuve con él.
Si recibimos la visión del recobro del Señor en vida, no importa lo que suceda, seremos guardados en el recobro sin cambiar. Nadie podrá persuadirnos a que cambiemos, porque tenemos lo mejor. Si un hombre posee oro de gran valor y se da cuenta de lo que tiene, nadie podrá convencerlo para que lo intercambie por algo de menor valor. Nada es mejor ni más elevado que lo que el Señor nos ha revelado en Su recobro. Si vemos esto, nadie jamás nos convencerá a que cambiemos. Yo he visto claramente esta visión por cuarenta y cinco años, desde 1933. En mí mismo soy una persona débil, pero no puedo negar lo que he visto. Esta carga es lo que me obliga a hablar a otros. Es preciso que veamos lo que es el recobro del Señor en vida, que es, el Dios Triuno en Cristo hecho real como el Espíritu que mora en nosotros para ser nuestra vida.
Pregunta: ¿Es posible tener vida fuera de la vida apropiada de iglesia?
Respuesta: La vida cristiana posee dos aspectos: el aspecto individual y el aspecto corporativo. La regeneración tiene que ver con el aspecto individual, y la vida de iglesia, con el aspecto corporativo. El aspecto individual es para el aspecto corporativo. Fuera de la vida de iglesia, las personas pueden ser regeneradas y recibir la vida divina; no obstante, sin la vida de iglesia, ellas no disfrutarán la abundancia de vida. A través de la historia de la iglesia muchas personas, sin haber experimentado la vida apropiada de iglesia, han sido regeneradas y también en cierta medida han sido transformadas; no obstante, no han disfrutado de la abundancia de vida. Experimentamos la vida individualmente, pero puesto que nuestra experiencia individual es para el aspecto corporativo, debemos estar en la vida de iglesia práctica a fin de disfrutar la abundancia de vida.