
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en un entrenamiento celebrado el verano de 1963 en Altadena, California. Los capítulos del uno al tres fueron publicados anteriormente en el libro To Serve in the Human Spirit [Servir en el espíritu humano]. El resto de los mensajes no fueron revisados por el orador.
Primero tenemos el aspecto de la vida, y luego el aspecto del servicio. Primero se establece lo relacionado con la vida divina, y después, sobre la base de ese hecho, se tiene el servicio. Sin la vida divina y el crecimiento adecuado en la vida divina, no podemos realizar el servicio. Los niños pequeños pueden hacer muchas cosas pero no pueden servir, ya que simplemente no han crecido lo suficiente en vida.
Para servir al Señor se requiere del crecimiento en la vida divina. El servicio no se menciona en Romanos seis ni en Romanos siete; de hecho, no se menciona sino hasta el capítulo doce, donde vemos que los pecadores han sido redimidos, justificados y liberados de la vieja naturaleza y andan en el Espíritu. Ellos ya poseen el verdadero crecimiento en la vida divina, y ahora son los miembros del Cuerpo que ejercen su función de forma práctica. El servicio cristiano se produce como resultado del crecimiento en la vida divina.
Si usted no tiene vida, no puede servir. Incluso si tiene vida pero carece del crecimiento apropiado en vida y aún es joven, infantil o incluso como un bebé, definitivamente no puede servir. El servicio requiere de la vida divina y del crecimiento en la vida divina, es decir, de la madurez en vida. Es un asunto de vida y de crecimiento en vida. No podemos servir al Señor si no hemos crecido en la vida del Señor. Esto es algo muy básico. Ésta es la razón por la cual hemos dado tanto énfasis al asunto de la vida divina, ya que nuestra expectativa es tener una vida de iglesia que incluya el servicio. Sin el crecimiento en vida, no hay posibilidad de que la iglesia sea edificada; y sin la edificación de la iglesia, no habrá posibilidad de tener el servicio de la iglesia, el servicio cristiano.
El servicio cristiano gira en torno a la vida divina y se realiza en el Cuerpo de Cristo. Es algo que se lleva a cabo en el Cuerpo y tiene que ver con el Cuerpo. Usted no puede servir al Señor apropiadamente si es un cristiano individual. Para servir al Señor, tiene que darse cuenta de que el servicio es algo que se realiza en el Cuerpo.
Todo creyente es un miembro del Cuerpo, una parte del Cuerpo. Un individuo solo no es el Cuerpo. Los miembros del Cuerpo no pueden ejercer sus funciones sin el Cuerpo. Una mano es un miembro bueno y muy útil, pero si es cortada del cuerpo, no sólo se muere sino que se convierte en algo feo, terrible e incluso aterrador. A usted quizás le guste darme la mano, pero si mi mano estuviera separada del cuerpo, se convertiría en algo horrible.
Hoy muchos cristianos están separados, apartados de la realidad del Cuerpo. Pareciera que son miembros incorpóreos. Los miembros de un cuerpo son hermosos mientras estén unidos al cuerpo, pero en cualquier otro lugar son terribles. ¡Qué triste es que muchos cristianos hoy son como orejas que han sido separadas y colocadas sobre los hombros! ¿Cómo pueden servir al Señor así? ¿Cómo podríamos servir al Señor sin ser edificados junto con otros como miembros del Cuerpo? Esto es imposible.
No hablo sobre este punto según el simple conocimiento o la doctrina. Por la misericordia del Señor, puedo testificarles por mi propia experiencia de que por muchos años sencillamente no he sido capaz de servir al Señor sin el Cuerpo. Sin el Cuerpo, sin la vida de iglesia y sin la práctica de la iglesia, es imposible servir al Señor.
La vida del Cuerpo se halla en Romanos 12, y el servicio de la iglesia se lleva a cabo en la vida del Cuerpo, donde los miembros del Cuerpo, o sea, los miembros de la iglesia, ejercen sus funciones y sirven. Este asunto se presenta claramente en la Palabra. Debemos verificar si poseemos la realidad de la vida del Cuerpo o no. Si no la tenemos, simplemente somos santos que vagan. Si usted dice que está en la realidad del Cuerpo, tiene que considerar seriamente dónde está el Cuerpo. Si abandonamos el servicio al Señor, no habría necesidad de hablar acerca del Cuerpo, de la vida de iglesia. Pero si tenemos un corazón sincero para servir al Señor, tenemos que darnos cuenta de que el servicio se realiza en el Cuerpo.
El servicio cristiano es el servicio de los sacerdotes. Sabemos que todos los creyentes son sacerdotes y que la función, el deber, la responsabilidad, de los sacerdotes es servir al Señor. El servicio de los sacerdotes en el Antiguo Testamento no constaba de sacerdotes individuales que servían al Señor. Todos los sacerdotes que sirven al Señor tienen que ser edificados juntamente como un cuerpo. El servicio sacerdotal no es un servicio realizado por individuos, sino un servicio llevado a cabo por una entidad corporativa. Para servir al Señor tenemos que ser edificados juntamente con otros como una entidad corporativa. Pedro dijo que llegaríamos a ser el sacerdocio después de que fuéramos edificados juntamente como casa espiritual (1 P. 2:5).
La palabra griega traducida sacerdocio es una palabra muy difícil de traducir. Pero según la realidad espiritual, el sacerdocio consiste en la edificación de los sacerdotes, es decir, equivale a la coordinación, la cooperación entre todos los sacerdotes. Ningún sacerdote sirve individualmente, sino que todos sirven en coordinación.
Mientras ministro, mi cuerpo entero sirve en coordinación. Mi boca no habla sin que haya una expresión en mis ojos o sin que yo haga algunos ademanes con mis manos. La boca incluso necesita de los pies, de las piernas y del cuerpo entero como apoyo. En conclusión, la boca necesita de las manos y los pies, y las manos y los pies necesitan de la boca y los ojos. Esto es el cuerpo entero que opera en coordinación, y éste es el principio fundamental del servicio cristiano.
A muchos de nosotros nos preocupa la predicación del evangelio. Si hemos de predicar el evangelio, tenemos que ser edificados juntamente unos con otros. Primero necesitamos la coordinación. Cuando seamos edificados como casa espiritual y tengamos la coordinación de los sacerdotes, entonces podremos predicar el evangelio.
El evangelio se predicó por primera vez el día de Pentecostés, después que ciento veinte personas habían sido edificadas y coordinaban juntas. Esas ciento veinte personas eran ciento veinte sacerdotes, y como tal, operaban en coordinación como un solo cuerpo. Creo firmemente que en ese día, cuando Pedro se puso en pie, él no se levantó solo, ni tampoco se levantó junto con los once, sino que Pedro estaba en pie junto con los cientos veinte. Cuando él les dijo a los judíos: “Vosotros matasteis a Jesús clavándole en una cruz”, pienso que todos los ciento veinte dijeron: “¡Amén!”. Cuando él dijo: “Vosotros lo crucificasteis, pero el Dios de nuestros padres lo resucitó”, ellos dijeron otra vez: “¡Amén!”. No fue simplemente un miembro del Cuerpo el que actuaba, es decir, no fue solamente la boca de Pedro la que hablaba, mientras todos los demás dormían o platicaban y dejaban al pobre Pedro hablar de una manera pobre, por sí solo. Ésa no fue la manera en que se predicó el evangelio aquel día; más bien, todos ellos predicaron el evangelio de una manera prevaleciente, en la cual todos los santos coordinaron juntos como una sola entidad. Por tanto, tal predicación fue poderosa y prevaleciente.
Para que el evangelio sea predicado de una manera prevaleciente, no se requiere tanto de gigantes espirituales o de evangelistas poderosos, sino que, más bien, se requiere del Cuerpo, de un Cuerpo edificado que esté en coordinación. Numerosas personas serán traídas al Señor por medio de la iglesia edificada. Si todos nos uniéramos en el Cuerpo y estuviéramos firmes, incluso el más débil entre nosotros sería más fuerte, al estar en la coordinación, que cualquier persona individualmente fuerte.
Algunos se preocupan porque no tienen ningún don especial ni saben cómo servir al Señor. Esas cosas no importan. En tanto que estemos en la realidad del Cuerpo, eso es maravilloso. Todos debemos ser edificados juntamente en el Cuerpo. Si llegamos a ser una casa edificada, entonces seremos un sacerdocio que sirve, una coordinación sacerdotal que sirve. Esto es lo que necesitamos, es decir, una coordinación efectuada por medio de la edificación.
Por una parte somos el sacerdocio santo, y por otra, el real sacerdocio. Según la tipología del Antiguo Testamento, existen dos órdenes sacerdotales diferentes, el orden de Aarón y el orden de Melquisedec. El orden de Aarón es el orden santo. Ser santos consiste en ser apartados de las cosas comunes o mundanas y ser separados para el Señor. El orden santo es un orden separado del mundo, apartado de las cosas comunes, para el uso del Señor. A fin de tener el servicio en la iglesia, todos debemos ser edificados juntos, y debemos ser personas que se hayan separado del mundo, de las cosas comunes y del camino común y ordinario. Ser separados para Dios equivale a ser santos para Dios. Ser santos significa simplemente ser santificados, y ser santificados significa ser apartados de las cosas comunes y ser separado para las cosas divinas. Éste es el orden santo, el sacerdocio santo.
El orden de Melquisedec era el orden real. Melquisedec era un rey, y era un sacerdote real. Por un lado, somos los hijos de Aarón, los sacerdotes santos separados del mundo para el Señor. Por otro lado, somos Melquisedec, los sacerdotes reales.
Permítanme dar el siguiente ejemplo. Supongamos que la iglesia aquí va a predicar el evangelio. En primer lugar, tenemos que ser edificados juntos como un solo Cuerpo; tenemos que formar un ejército. Después, todos debemos separarnos del mundo y entregarnos al Señor. Todos tenemos que ir al Señor y orar por un lapso de tiempo, como aquellos ciento veinte en Hechos, quienes oraron por diez días. Ellos se separaron de las cosas mundanas, se entregaron al Señor y permanecieron con Él por diez días. Como resultado de ello, todos fueron llenos del Señor. En ese momento, eran los sacerdotes santos. Después de esos diez días, cuando salieron a decirles a las personas que Jesús es el Señor, el Salvador, lo hicieron de una manera real. Cuando fueron al Señor, eran santos. Y cuando salieron de la presencia del Señor con la autoridad celestial, eran reyes; pertenecían a la realeza.
Cuando somos juntamente edificados, nos separamos del mundo para el Señor y oramos ante el Señor, entonces somos los sacerdotes santos. Después de mucha oración, todos hemos de ser llenos del Señor, incluso llenos del Señor que posee toda autoridad. Luego salimos como reales sacerdotes, como sacerdotes que pertenecen a la realeza, con la autoridad celestial para decirles a las personas algo sobre el Señor. Cuando nosotros, como Cuerpo, vamos ante el Señor y permanecemos en Su presencia, somos los sacerdotes santos, aquellos que son santos y separados ante Dios. Pero después de que oramos y recibimos la carga de parte del Señor y somos equipados con la autoridad celestial, podemos salir de la presencia del Señor para dirigirnos a las personas y servirles, e incluso ministrarles al Señor. En ese momento somos sacerdotes que pertenecen a la realeza, el real sacerdocio, aquellos que son celestiales y que tienen la autoridad celestial como reyes celestiales para ministrarles al Señor a las personas. El resultado de esto no es simplemente la predicación de la palabra, del evangelio, sino la predicación del evangelio con la autoridad real y celestial.
Los sacerdotes según el orden de Aarón siempre presentan ante Dios las necesidades de las personas. Ellos son santos. Pero un sacerdote según el orden de Melquisedec trae consigo algo de Dios para suministrárselo a otros, a fin de satisfacer la necesidad de los demás. Éste es el real sacerdocio.
Cuando renunciamos por completo al mundo y vamos ante el Señor para orar por los pecadores, diciendo: “Señor, ten misericordia, acuérdate de ellos, sálvalos y libéralos”, entonces somos los sacerdotes santos. Pero cuando salimos de la presencia del Señor después de mucha oración, a fin de ministrarles a los demás algo del Señor como vida, con el poder y autoridad celestiales, somos el real sacerdocio.
Si hemos de servir al Señor siguiendo el camino del servicio en la iglesia, tenemos que prestar toda nuestra atención a estos tres asuntos. En primer lugar, tenemos que ser juntamente edificados como Cuerpo. No podemos realizar ningún servicio fuera de la vida de iglesia, fuera del Cuerpo. Definitivamente tenemos que ser edificados juntamente.
En segundo lugar, cada uno de nosotros tiene que ejercitarse en renunciar a todo lo mundano. Tenemos que separarnos de las cosas comunes, santificándonos para el Señor, y aprender cómo permanecer en la presencia del Señor, cómo presentarle a Él las necesidades de las personas, las necesidades del mundo pecaminoso, y orar. Entonces seremos los sacerdotes santos.
Después de ofrecer suficiente oración al Señor, hemos de salir de la presencia del Señor a fin de ministrarlo poderosamente al mundo como el Salvador, la vida divina, el suministro de vida y la luz. En ese momento seremos los reales sacerdotes. Se requiere la coordinación, la separación y la autoridad celestial. Es necesaria la coordinación del Cuerpo, la separación de los sacerdotes santos respecto al mundo y su santificación ante el Señor, y la autoridad celestial de los reales sacerdotes. Entonces estaremos capacitados y autorizados para ministrar al Señor a otros como reales sacerdotes, como sacerdotes que pertenecen a la realeza, quienes poseen la autoridad celestial. A fin de obtener el verdadero servicio de la iglesia, estas tres cosas son fundamentales e incluso vitales.
Si usted tiene la carga de ministrar la Palabra a la iglesia, primero tiene que verificar si ha sido edificado en la realidad del Cuerpo y si está en la coordinación. Si no es así, es como si fuera un miembro separado. ¿Cómo, entonces, podría ejercer su función?
Después de esto, tiene que verificar si está separado para el Señor, y comprobar si ha pasado suficiente tiempo en la presencia del Señor en oración. Sin esto, no está calificado para servir, debido a que no es un sacerdote santo.
Además, debe comprobar un tercer punto: ¿Tiene usted la autoridad, la autoridad celestial? ¿Tiene usted algo que el Señor realmente le ha comisionado? Si es así, entonces podrá ministrarle al pueblo del Señor, no sólo con palabras, sino con autoridad. Siempre que ministre, sus palabras tendrán peso. El mensaje, las palabras, el ministerio, todo será de peso, debido a que usted tendrá la autoridad celestial propia de un real sacerdote.
La coordinación, la separación y la autoridad, éstos son los tres requisitos, el equipo, que necesitamos para ministrar. No se trata solamente de saber algo o de tener cierta carga por hacer algo. Necesitamos comprobar si hemos sido edificados juntamente con otros en la realidad del Cuerpo, si estamos en la coordinación del sacerdocio o no. Esto es algo vital. Jamás podremos mantenernos firmes contra las huestes malignas de las tinieblas por nosotros mismos, pues estas huestes malignas, los espíritus malignos, saben bien dónde estamos.
En Hechos 19:13-16 vemos que los siete hijos de Esceva intentaron echar fuera los espíritus malos valiéndose del nombre del Jesús que predicaba Pablo. Sin embargo, el espíritu malo les dijo: “A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?”. El nombre de Jesús ciertamente es poderoso en la boca de Pablo, pero quizás no sea poderoso en la boca de usted. Pablo coordinaba con los santos, estaba edificado juntamente con ellos. Él estaba en la coordinación del sacerdocio, se había separado del mundo y tenía la autoridad.
Incluso para ofrecer una oración en una reunión de oración o en la mesa del Señor, se requiere de estas tres cosas básicas: la coordinación, la separación y la autoridad. Si usted es uno con los santos en la coordinación, está separado del mundo para el Señor y es uno con la autoridad celestial, entonces, con sólo unas cuantas palabras que ore, los demás detectaran dominio, poder y realidad en su oración. Pero si éste no es el caso, usted orará con palabras vanas, sin peso, sin poder y sin autoridad que respalden sus palabras.
El verdadero servicio, el servicio que prevalece, no depende del conocimiento, la capacidad, la elocuencia ni de los supuestos dones. Aunque estas cosas tienen un lugar en el servicio del Señor, no son básicas. Los elementos básicos son estos tres: la coordinación, la separación y la autoridad.
Si usted está dispuesto a ser edificado con los demás, entonces simplemente “piérdase”, “desaparezca”, en la edificación de la iglesia. Cuando usted renuncie a sí mismo, con miras a que se lleve a cabo la edificación de la iglesia, estará en la coordinación; entonces experimentará, junto con los santos, ser separado del mundo, santificándose ante el Señor, y tendrá la autoridad que proviene de los cielos. Ésta es la manera de establecer un servicio en la iglesia poderoso y prevaleciente.
Pedro era simplemente un pescador sin estudios. Antes del día de Pentecostés, dudo que Pedro tuviera algún don. Pero en el día de Pentecostés, él era uno que estaba en la coordinación, que había sido separado para el Señor y que había recibido la autoridad celestial. ¡Qué poderoso fue Pedro! Habló poco y con oraciones cortas, sin exhibir mucho conocimiento, pero sus palabras estaban llenas de poder. Él participaba en la coordinación, en la separación y en la autoridad. Estaba en la coordinación, era uno de los sacerdotes santos y era uno de los reales sacerdotes.
Cuando los ciento veinte permanecieron en la presencia del Señor por diez días, todos eran sacerdotes santos. Y cuando llegó el día de Pentecostés, todos salieron al encuentro de las personas para satisfacer las necesidades de ellas impartiéndoles el suministro celestial. Debido a que eran reales sacerdotes, incluso el poder más alto sobre esta tierra les temía, debido a la autoridad de ellos. Ellos tenían el poder celestial con la autoridad celestial.
Ésta es la manera de llevar a cabo el servicio de la iglesia. A menos que prestemos la debida atención a estos tres asuntos básicos —la coordinación, la verdadera separación y la autoridad celestial—, simplemente no estaremos listos para iniciar ningún servicio en nuestra localidad. Necesitamos experimentar la edificación, la coordinación, la separación y la autoridad celestial. Requerimos la realidad del Cuerpo, el sacerdocio santo y el real sacerdocio. Cuando los santos son edificados como un Cuerpo en coordinación, teniendo la separación y la autoridad celestial, entonces puede comenzar el verdadero servicio de la iglesia.