
Lectura bíblica: Ef. 6:10-20; Ez. 37:1-10
En este capítulo veremos algo acerca de la guerra espiritual realizada por la iglesia. El hombre fue creado con dos propósitos. Por el lado positivo, el hombre fue creado para expresar a Dios, y por el lado negativo, fue creado para darle fin al enemigo de Dios; esto tiene que ver con la imagen de Dios y con Su autoridad. En el Nuevo Testamento, especialmente en Efesios —el libro que más se relaciona con la iglesia—, podemos ver la imagen y la autoridad de Dios, es decir, la manera de expresar a Dios corporativamente y de pelear la batalla contra el enemigo de Dios corporativamente. Casi todas las enseñanzas del Nuevo Testamento se componen de estos dos elementos: la imagen de Dios, para expresar a Dios en Cristo mediante el Espíritu, y la autoridad de Dios, para pelear la batalla y darle fin al enemigo de Dios. Éstos son los dos componentes principales del plan eterno de Dios así como también los dos temas principales de toda la enseñanza contenida en las Escrituras, especialmente en el Nuevo Testamento.
En Efesios podemos ver la imagen de Dios, especialmente en 4:22-24, donde dice que nos despojemos del viejo hombre y nos vistamos del nuevo, esto es, que nos vistamos de la creación nueva y corporativa hecha en Cristo, la cual fue creada conforme a la imagen del Creador, es decir, de Dios mismo. La iglesia como nueva creación tiene la imagen de Dios a fin de que exprese a Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo. Finalmente, en el último capítulo de Efesios, vemos la batalla, la guerra, la lucha espiritual que se libra para darle fin a las huestes malignas del reino de las tinieblas, es decir, para destruir al enemigo de Dios. Si realmente somos la iglesia victoriosa, si ponemos en práctica la verdadera vida de iglesia, entonces el Señor será expresado por medio de nosotros, de modo que verdaderamente tendremos Su imagen así como la autoridad celestial para pelear la guerra espiritual y derrotar al enemigo de Dios.
Los dos aspectos de la comisión divina de la iglesia son: expresar a Dios en Cristo por medio del Espíritu y darle fin al enemigo de Dios. El propósito de los mensajes contenidos en este libro no es simplemente ayudarnos a conocer algunas verdades, doctrinas o enseñanzas; más bien, es ayudarnos a que llevemos la vida genuina de un cristiano, la cual es la verdadera vida de iglesia, la vida victoriosa y corporativa del Cuerpo, a fin de expresar a Cristo y derrotar al enemigo de Dios. Por el lado positivo, debemos impartir Cristo a las personas, exhibir a Cristo, glorificarlo y expresar Su imagen divina. Por el lado negativo, tenemos que pelear la batalla, vencer al enemigo, atar al hombre fuerte y expulsar las huestes de las tinieblas. Ésta es la comisión divina que el Señor le confió a la iglesia. ¿Para qué estamos aquí? Por el lado positivo, para exhibir y expresar a Cristo, y por el lado negativo, para pelear la guerra espiritual a fin de darle fin al enemigo de Dios.
Si leemos de nuevo Efesios con esta perspectiva, veremos que podemos resumir el libro entero con estos dos aspectos. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, que expresa, exhibe y glorifica a Cristo en la imagen divina y, además, la iglesia pelea la batalla para introducir el reino venidero, darle fin al enemigo de Dios y expulsar las huestes malignas de las tinieblas.
Efesios 6:10-20 es el pasaje más claro del Nuevo Testamento en cuanto a la guerra espiritual. La guerra espiritual no se lleva a cabo individualmente. Muchos de nosotros fuimos ayudados por el libro El progreso del peregrino cuando éramos jóvenes; sin embargo, el autor de ese libro, Juan Bunyan, presentó la guerra espiritual como algo individualista. Esto podría causar que las personas piensen que el guerrero revelado en Efesios 6 es un creyente individual. Pero en realidad, el guerrero presentado allí es un guerrero corporativo, tal como también son entidades corporativas el Cuerpo (en el capítulo uno), el nuevo hombre, la casa de Dios y el edificio (en el capítulo dos), la iglesia como misterio de Cristo (en el capítulo tres), el Cuerpo y el nuevo hombre (en el capítulo cuatro) y la novia como esposa (en el capítulo cinco). Estos pasajes no hablan de personas individuales, sino de una persona corporativa, la cual es la iglesia. La iglesia es el Cuerpo corporativo de Cristo, el nuevo hombre corporativo, el edificio corporativo, el misterio corporativo, la esposa corporativa y el guerrero corporativo. Por tanto, la guerra espiritual no es librada por santos individualmente, sino por la iglesia. Si no llevamos la vida de iglesia, no tenemos base alguna para pelear la guerra espiritual. Si no estamos en la realidad de la vida del Cuerpo, no tenemos base para pelear la batalla; es decir, ya hemos sido derrotados. Sin la vida de iglesia, estamos derrotados, y es imposible que una persona derrotada luche contra el enemigo.
La base y la posición para que luchemos contra el enemigo es la iglesia, y la iglesia está en Cristo, en el Espíritu y en los lugares celestiales. Por una parte, si alguien ha sido salvo, ciertamente está en Cristo, aunque sea un cristiano derrotado. Sin embargo, si esa persona no participa en la realidad de la vida del Cuerpo, entonces, conforme a la experiencia, no está en Cristo de una manera concreta. Por consiguiente, para pelear la guerra espiritual, debemos participar en la vida de iglesia.
Podemos declarar: “¡No estamos en la tierra, sino que estamos en los lugares celestiales!”. Mientras seamos terrenales, aunque sea sólo un poco, estamos derrotados. Tenemos que mantener nuestra base y posición celestiales, pero debemos entender que dicha base la ocupa el Cuerpo corporativamente, y no los miembros separadamente.
En las fuerzas armadas, es absurdo que un soldado pelee solo. Para pelear la batalla, debemos formar un ejército. Si no formamos un ejército, no hay posibilidad de pelear la batalla. En Ezequiel 37, cuando los huesos muertos fueron avivados, todos se unieron. Cuando estaban muertos, estaban dispersos, yacían en una muerte completa y absoluta, pero cuando fueron avivados, llegaron a ser miembros que se unieron para formar un cuerpo viviente. Según el contexto de este capítulo, dicho cuerpo viviente es la casa de Jehová, el edificio, la morada de Dios y el ejército. Este cuerpo es el edificio y el ejército. Todo esto es un buen cuadro de la vida que es propia del Cuerpo. ¿Podrían algunos huesos separados y dispersos pelear la batalla? Eso es absurdo. Debemos entender que no importa qué tan fuertes nos sintamos, no somos aptos para pelear la batalla por nosotros mismos. Es el Cuerpo el que pelea la batalla. Debemos ser juntamente edificados. Debemos estar en unidad y armonía, como el Cuerpo viviente, el edificio viviente y la casa viviente de Dios. Entonces podemos ser el ejército.
Si leemos todo Efesios, desde el primer capítulo hasta el sexto, veremos que es el Cuerpo de Cristo el que pelea la batalla, y el Cuerpo es una nueva creación en Cristo, en el Espíritu y en los lugares celestiales. Primero debemos llevar la vida del Cuerpo y, luego, podemos pelear la batalla. Si no llevamos la vida que es propia del Cuerpo, simplemente no somos aptos para pelear la batalla. Para pelear la batalla debemos estar en la realidad de la vida del Cuerpo. Para pelear por los Estados Unidos, se debe estar en las fuerzas armadas estadounidenses. Nadie puede ir al campo de batalla solo; nadie sería tan insensato como para hacer esto. Primero, uno debe unirse al ejército y ser entrenado, ser edificado y formar parte del ejército. Ocurre exactamente lo mismo con respecto al Cuerpo de Cristo. ¿Por qué se halla la guerra espiritual en el último capítulo de Efesios y no en el primero, el segundo o incluso en el quinto capítulo? Porque la guerra tiene que ver con el Cuerpo, el cual está en Cristo, en el Espíritu y en los lugares celestiales.
También debemos entender que la guerra espiritual no es una pelea que se libra en contra de los hombres, es decir, en contra de carne y sangre; más bien, luchamos contra las huestes espirituales, los espíritus malignos. Esto no es un asunto insignificante. Todavía recuerdo muy bien cuando el hermano Watchman Nee celebró una conferencia en 1928 en la que habló sobre la guerra espiritual de una manera muy práctica y detallada. El enemigo lo atacó mucho por esto. Después de cierto tiempo, me dijo: “Hermano, si vamos a hablar de la guerra espiritual y presentarla de manera concreta, necesitamos que por lo menos treinta hermanos y hermanas oren por nosotros día y noche. De lo contrario, habrá muchos ataques”. Por tanto, ¡que el Señor nos cubra con Su sangre! Las huestes espirituales malignas no son simplemente una doctrina o un término que usamos. En el universo existen tales huestes de maldad, las cuales son el reino de las tinieblas, los espíritus malignos. Incluso hoy quizás no comprendamos cuánto están trabajando los espíritus malignos para dañar el reino de Dios, a fin de obstaculizar el cumplimiento del propósito de Dios. Ésta es una verdadera lucha. Por tanto, debemos saber que no luchamos contra carne y sangre, sino que luchamos contra los espíritus malignos. Nuestro enemigo no es el hombre; más bien, nuestro enemigo son las huestes de las tinieblas.
Es difícil calcular cuántos rumores ha diseminado el enemigo durante los últimos años, incluso hasta el día de hoy. En 2 Corintios 6:8 el apóstol Pablo habla de “mala fama y buena fama”. Incluso el apóstol sufrió de mala fama. La mala fama consiste simplemente en rumores. No tengo el tiempo ni el deseo para hablar de esto en detalle, pero es un hecho que constantemente ha habido rumor tras rumor diseminado en contra de nosotros. Cuando alguien participa en el liderazgo, está expuesto a ser atacado, y el ataque del enemigo se centra en esa persona. Cuando estábamos en China continental, el hermano Nee estaba muy expuesto al ataque porque él llevaba la delantera. Yo estaba muy cerca de él, y casi día tras día pude ver muchas situaciones. Desde 1934 entré en esta lucha, porque ya desde ese tiempo empecé a participar en la responsabilidad de llevar a cabo dicha guerra. Pude ver las artimañas, las tácticas y el proceder sutil del enemigo, y vi lo mucho que fue atacado nuestro hermano Nee. Los ataques más graves eran los rumores.
Es una realidad que en este universo existen las huestes malignas de las tinieblas —los espíritus malignos—, que luchan, obstaculizan y causan daño a los intereses del reino del Señor y a Su testimonio. ¿Qué debemos hacer? ¿Debemos considerar que nuestros enemigos son aquellos que han sido usados por el enemigo para divulgar rumores en contra nuestra? Si hacemos esto, erramos. El verdadero enemigo no son las personas; nuestro verdadero enemigo son las huestes malignas que se ocultan detrás de dichas personas. Las personas simplemente son títeres que el enemigo manipula. No debemos pelear contra tales personas; más bien, debemos pelear en contra de las fuerzas malignas que manipulan a dichas personas. La manera de pelear contra las fuerzas malignas no es combatir valiéndonos de la carne, sino por el Espíritu, en el Espíritu y por medio de la oración. La única manera en la que podemos luchar contra el enemigo que se oculta detrás de ciertas personas, es por medio de la oración, apelando al trono que está en los cielos, el cual es la autoridad más elevada. Por tanto, es necesario que oremos corporativamente, de una manera real y prevaleciente. La iglesia tiene que reunirse para orar, y no para combatir contra ninguna persona. He aprendido la lección que siempre que haya un rumor, no debemos enfrentarnos con él directamente. Si corre un rumor en contra de la iglesia, no debemos hablar con la gente ni explicarle las cosas. Cuanto más explicamos, más rumores se producen. Simplemente debemos ir al Señor y apelar a la autoridad más elevada. Por medio del trono combatimos contra las fuerzas malignas que se ocultan detrás de sangre y carne. Debemos aprender esto y practicarlo.
La mayoría de los elementos que componen la armadura divina de Dios en Efesios 6 sirven para darnos protección. Primero, debemos ceñir nuestros lomos con la verdad (v. 14a). La verdad aquí no se refiere a la doctrina de la palabra de Dios, ya que la palabra se relaciona con la espada, la cual vemos en el versículo 17. La verdad se refiere a la fidelidad, la sinceridad y la realidad. Al practicar la vida de iglesia, debemos ser personas reales, genuinas. Yo debo ser veraz con usted, y usted debe ser veraz conmigo. No debe haber falsedad ni pretensión. Si fingimos y somos falsos, no hay verdad entre nosotros; es decir, no somos personas reales. Un proverbio chino dice: “Fingir es como pararse sobre hielo que se derrite”. En la vida de iglesia, todo lo que hagamos y digamos debe ser real. De lo contrario, no deberíamos hacerlo ni decirlo. Si amamos a un hermano, debemos amarlo en realidad. Si no lo amamos, no debemos fingir o aparentar que le amamos. Fingir que amamos a alguien, sin que haya amor real, es algo falso. Esto hace que perdamos la posición apropiada para pelear la batalla, y dará oportunidad a que los espíritus malignos ataquen nuestra conciencia. Los espíritus malignos saben dónde estamos, qué somos y qué hay en nuestro corazón. Por tanto, debemos ser personas reales, genuinas, no sólo delante de Dios, sino también delante del enemigo. Entonces estaremos apoyados sobre la base apropiada para pelear la batalla.
El versículo 14 habla acerca de ser ceñidos con la verdad. Ser ceñidos significa ser fortalecidos. Si no tenemos realidad, y todo en la iglesia es falso, perderemos el elemento que nos ciñe y no podremos ser fortalecidos. Un soldado debe estar ceñido a fin de tener la fuerza para pelear. Si no tenemos realidad, sino que fingimos, somos falsos, no hablamos cosas verdaderas ni hacemos cosas reales, entonces, estaremos acabados y no podremos pelear la batalla.
Para mantener la verdad, la sinceridad, la fidelidad y la realidad entre los santos, debemos hacer todo de manera real, genuinamente. No debemos fingir en nada. Debemos aborrecer las apariencias. Lamento la situación que existe entre muchos cristianos actualmente. Incluso algunas de las personas espirituales son diplomáticas. Es posible que hablen cortésmente con un hermano, pero una hora más tarde quizás hablen mal de él. Esto es jugar a la política. Si por la gracia y misericordia de Dios en realidad deseamos experimentar la iglesia, debemos hablar veraz y fielmente con los hermanos. Podemos decirle a alguien: “Hermano, en este asunto no estoy de acuerdo con usted. Pienso que usted se ha equivocado”. No obstante, debemos decir esto en el espíritu y no en la carne. Si no podemos decirlo en el espíritu, es mejor no hablar, pero tampoco debemos fingir. No debemos decirle a un hermano que todo está bien y luego decirle algo diferente a otra persona. Esto es falsedad; esto causa que la iglesia sea falsa y no verdadera. Si éste es el caso, la iglesia perderá la debida posición para pelear la batalla.
Si decimos mentiras unos a otros, ya hemos sido derrotados. Si usted finge que me ama, y yo finjo ser amable con usted, ya hemos sido derrotados por el enemigo. ¿Cómo podremos entonces pelear la batalla? Debemos ser sinceros con los santos. Si nos damos cuenta de que un hermano no puede recibir una palabra nuestra ahora o si consideramos que no estamos plenamente en el espíritu, no debemos decir nada. No juguemos a la política; no seamos diplomáticos entre los hijos del Señor. Por supuesto, no debemos perder la paciencia. No debemos enfadarnos con la gente, sino que, más bien, debemos ser genuinos.
También necesitamos vestir la coraza de justicia (v. 14b). Debemos ser justos; no debemos ser injustos. Si perdemos nuestra justicia, perdemos la posición para pelear la batalla espiritual. Si todos mentimos, por ejemplo, habrá falsedad e injusticia entre nosotros. La justicia debe ser mantenida entre los santos en la iglesia; de lo contrario, el enemigo aprovechará la injusticia que haya en la iglesia como un punto débil por dónde atacar. Ésta es la razón por la que debemos eliminar todas las cosas injustas, a fin de mantener la justicia en la iglesia. Si no tenemos justicia, no podremos protegernos el pecho. Esto tiene que ver con la conciencia. Necesitamos la justicia como una coraza para proteger nuestra conciencia. Si la justicia no es nuestra cubierta, vendrán ataques contra nuestra conciencia.
El versículo 15 dice que debemos calzar los pies con el firme cimiento del evangelio de la paz. Aquí el evangelio se compara con un par de zapatos. Cuando andamos, tocamos la tierra, y hay muchas cosas que pueden ensuciar nuestros pies o lastimarlos. Por tanto, necesitamos un buen par de zapatos que protejan nuestros pies, para que no se ensucien ni se lastimen al andar por la tierra. ¿Cuál es el calzado de los cristianos? La predicación del evangelio. El evangelio es un buen par de zapatos que protege nuestros “pies” cristianos para que no se ensucien ni se lastimen por el contacto terrenal. Así que, necesitamos predicar el evangelio. Dondequiera que vayamos, debemos decirles a las personas que somos cristianos y que ellas deben creer en Cristo Jesús como el Señor. Si hacemos esto, estaremos protegidos. Debemos ganar a los demás con la predicación del evangelio. Esto es una protección para nosotros.
El escudo de la fe apaga todos los dardos de fuego del maligno (v. 16). La mayoría de estos dardos son dudas. Debemos desechar todas nuestras dudas, no solamente las dudas acerca de Dios, sino incluso aquellas acerca de los creyentes, de los hermanos y las hermanas. El enemigo envía constantemente dardos de fuego para hacernos dudar de otros. Si recibimos esos dardos que nos hacen dudar, tendremos problemas con los hermanos. Siempre debemos tener fe para protegernos de los dardos con los que el enemigo nos ataca.
El yelmo de la salvación cubre nuestra cabeza (v. 17a). A medida que experimentamos la vida de iglesia y peleamos la batalla, necesitamos orar para que el Señor cubra nuestra cabeza. El Señor debe cubrir nuestra cabeza con Su sangre preciosa y victoriosa. Nuestra cabeza necesita tal cubierta porque tiene que ver con la mente, con la manera de pensar. El enemigo siempre encuentra oportunidades, aperturas, en nuestra mente por las cuales puede entrar y atacarnos. Cuando los santos llevan juntos sólo unas semanas, se sentirán bien unos con otros; pero gradualmente, al pasar los meses y los años, quizás se crean sospechas entre ellos. No sabemos por qué, pero los santos empiezan a sospechar unos de otros sin razón alguna. Éste es un ejemplo del ataque del enemigo. Otra clase de pensamientos nos llegan como dardos del enemigo. Por tanto, necesitamos cubrir nuestra cabeza. Debemos orar para que el Señor cubra nuestra cabeza, nuestros pensamientos, nuestra mente. Necesitamos recibir el yelmo de la salvación.
Además de los elementos ya mencionados, hay dos armas. La primera consiste en ejercitarnos para contactar la palabra por medio del Espíritu (v. 17b). Debemos leer la palabra con oración, de modo que sea viviente, poderosa y prevaleciente a nosotros. Debemos tomar la palabra como poder viviente, y no como letras muertas. Podemos blandir la palabra como espada viviente para atacar al enemigo. Ésta es nuestra arma ofensiva.
El último elemento de la armadura es el más importante, a saber, la oración (vs. 18-19). Esto no consiste simplemente en orar por nuestros pequeños asuntos personales. Muchos buenos santos oran día a día, pero sólo oran por sus pequeños asuntos, tales como su hogar y sus mascotas. Cierta hermana mayor de edad en mi ciudad natal oraba mucho por los pollos que criaba. Oraba para que el Señor protegiera los pollos y proveyera las cosas que necesitaba para criarlos. Debemos olvidarnos de todos los asuntos relacionados con nuestra familia y nuestro vivir cotidiano. El Señor nos dijo que nuestro Padre sabe todo lo que necesitamos; más bien, debemos orar por el reino, por el evangelio, por la iglesia y por los intereses del Señor.
El versículo 18 dice: “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos”. La oración es un término general, mientras que la petición consiste en orar de manera más específica y con un propósito definido. Los versículos 19 y 20 continúan diciendo: “Y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas, para que en ello hable con denuedo, como debo hablar”. La palabra mí, en el versículo 19, se refiere al apóstol, al enviado. Y el término palabra aquí corresponde al vocablo griego logos; nuestra expresión radica en el habla, que se manifiesta apropiadamente en palabras. Estos versículos indican que las cosas por las cuales debemos orar son: el reino de Dios, los santos de Dios, el evangelio del Señor y los intereses del Señor. Por ejemplo, al ver situaciones que ocurren en la iglesia, no debemos contarlas como si fueran noticias, proporcionando material a otros para que chismeen. Chismear sobre los asuntos de la iglesia le abre la puerta al enemigo para que entre y ataque la iglesia. Cuanto más sepamos cosas sobre la iglesia, más tenemos que llevarlas al Señor, a fin de tocar el trono con nuestras oraciones prevalecientes. Ésta es la manera correcta de orar. Si experimentamos apropiadamente la vida de iglesia, detendremos todo chisme y oraremos de manera prevaleciente, viviente, activa y positiva. Iremos al Señor para orar, para tocar el trono y para llevar todos los problemas al trono.
Nuestro deseo es poner en práctica la verdadera vida de iglesia, pero esto conlleva muchas cosas. Por tanto, debemos dejar de chismear y de hablar sueltamente, y debemos ser positivos y activos en la oración. Debemos ir al Señor y orar personalmente y también orar con otros dos o más. Debemos estar apoyados sobre el terreno y la posición de la iglesia, identificarnos con la Cabeza celestial y orar de manera prevaleciente por la iglesia. Si vemos que alguien tiene cierta debilidad, no debemos hablar acerca de ello. Si vemos que algunos de los que llevan la delantera no son aptos, no debemos criticarlos. En cambio, debemos ir a la Cabeza que está en el trono y orar. Entones el Señor solucionará el problema o lo quitará de en medio.
No debemos señalar a nadie diciendo: “Qué clase de líder o anciano es ése?”. Al criticar a otros de esa manera, dañamos la vida de iglesia y le abrimos la puerta al enemigo para que entre y ataque la iglesia e introduzca muerte en el Cuerpo. Si hacemos esto, ya hemos sido derrotados por el enemigo. Perderemos nuestra posición y causaremos mucho daño a la iglesia. Lo único que debemos hacer es llevar este asunto a la Cabeza y orar: “Señor, ten misericordia de nosotros y ten misericordia de este hermano. Señor, Tú decide lo que tengas que hacer”. El Señor honrará nuestra oración. Si oramos de esta manera, seremos aquellos que se mantienen firmes en la puerta para cerrarle el camino al enemigo, para que no entre y ataque al Cuerpo ni le cause daño. Simplemente debemos ir al Señor y orar. Si otros ven lo mismo que nosotros, debemos unirnos e ir al Señor para orar. Nuestra arma es orar por los asuntos que vemos y por los siervos del Señor.
Debemos estar firmes sobre el terreno apropiado, el cual consiste en permanecer en la iglesia, en Cristo, en el Espíritu y en los lugares celestiales. Además, no estamos peleando contra seres humanos, sino que estamos combatiendo contra las huestes malignas de las tinieblas, contra el reino del enemigo. Éste es nuestro verdadero enemigo. También debemos echar mano de nuestras defensas, que son: ceñirnos con la verdad, portar la coraza de justicia, calzar nuestros pies con el evangelio, usar el escudo de la fe y ponernos el yelmo de la salvación. Además, debemos aprender a ejercitarnos en la palabra y en el espíritu de una manera viviente, y debemos aprender a orar y a hacer peticiones. Frecuentemente debemos orar con toda clase de oración y petición.
La vida de iglesia es una vida de oración. Les ruego especialmente a los que toman la delantera entre los santos, que lleven una verdadera vida de oración. Los hermanos que están en el liderazgo deben reunirse para orar con frecuencia, y deben orar mucho. De esta manera ayudarán a todos los santos a que aprendan a llevar una vida de oración. Simplemente tener la reunión de oración de la iglesia una vez por semana no es suficiente. La iglesia debe llevar una vida de oración, y los que están en el liderazgo deben ser los que toman la delantera respecto a tal vida de oración. Todos estos elementos componen la armadura que necesitamos para pelear la batalla. En estos días, la batalla no es algo pequeño. No es insignificante hablar sobre el propósito eterno de Dios, sobre Su pensamiento central, sobre la vida de iglesia, sobre el testimonio y sobre el recobro del testimonio. No podremos tener éxito sólo con palabras y la predicación; tenemos que experimentar estos asuntos mediante la lucha y la oración.
Aquí hay muchas lecciones que tenemos que aprender. Si el Señor nos concede Su gracia para que aprendamos las lecciones de experimentar la vida del Cuerpo y la verdadera guerra espiritual, no habrá necesidad de otras enseñanzas. Esto será suficiente. Con esto nos ejercitaremos y seremos disciplinados, gobernados y regidos por el Señor en el espíritu. Aprenderemos todas las lecciones espontáneamente y no habrá necesidad de que otros nos enseñen y dirijan, pues estas lecciones nos guiarán. Ésta es la única manera en la que podemos experimentar la vida de iglesia y obtener un verdadero recobro del testimonio del Señor sobre la tierra, especialmente en este país. Ésta es la razón por la que me abruma una carga tan pesada por estos asuntos, y ésta es la razón por la que he guardado tales asuntos para el final de estos mensajes. Estoy esperando ver cuál será el resultado de estas lecciones. Oremos y busquemos al Señor para que haga real estas cosas a nosotros, de modo que cada uno de nosotros pueda experimentar la vida de iglesia y la verdadera guerra espiritual, con miras a que se establezca el reino del Señor.