
Este libro es una recopilación de mensajes dados por el hermano Witness Lee en Taipéi y en Manila en 1953. Está compuesto de ocho capítulos. Los primeros cuatro son una palabra de comunión dada a hermanos y hermanas universitarios en cuanto a cómo conocer la obra de Dios, la manera que el Señor nos dirige y cómo conocer el camino de la iglesia, como también ciertos asuntos de la vida divina estrechamente relacionados con los jóvenes, como la consagración, continuar la educación y el servicio.
Los capítulos 5 y 6 son una palabra de comunión relacionada con la perspectiva y la meta de la obra en el Sudeste Asiático y con respecto al hombre como el puente de Dios y el canal de Dios. El capítulo 7 habla de cómo Dios es el centro de la vida humana y cómo Él regula y equilibra al hombre. El capítulo 8 es una palabra de comunión dada para concluir el entrenamiento para colaboradores en 1953 en cuanto al ejercicio y aprendizaje apropiados para aquellos que sirven al Señor.
Es una bendición muy grande que los estudiantes universitarios sean salvos mientras aún son jóvenes. Además, la condición de las iglesias hoy en día es mucho más rica de lo que fue hace treinta años. Hace treinta años, aun si hubiésemos gastado todo nuestro dinero para comprar literatura espiritual, hubiese sido imposible encontrar en ella la luz que tenemos hoy en día. Ahora les hemos pasado la luz de estas verdades a ustedes, por lo que deben ver claramente que a través de los siglos Dios únicamente desea realizar una sola obra. La única obra que Dios ha venido realizando a través de los siglos es la de forjarse a Sí mismo en el hombre. Dios desea hacer del hombre un Dios-hombre, una persona que es Dios y al mismo tiempo hombre. Un Dios-hombre es alguien que tiene a Dios en él, alguien que posee el elemento de Dios. Podemos comparar esto a una taza de agua que, al añadírsele el elemento del té, llega a ser una taza de agua de té. Nosotros originalmente éramos únicamente humanos, pero hoy tenemos a Dios, pues Él se añadió a nosotros. Dios no sólo se añadió a nosotros, sino que también se mezcló con nosotros. Esta mezcla se efectúa hasta tal punto que llegamos a ser Dios-hombres, sólo que no participamos en Su Deidad.
La obra única que Dios ha venido realizando a través de los siglos ha consistido en forjarse a Sí mismo en el hombre. Ésta fue la obra que realizó en Job, en Enoc, en Noé, en Abraham, en Isaac, en Jacob y en los profetas del Antiguo Testamento. A través de los siglos Dios no llevó a cabo una obra diferente en estas personas. Si leemos el libro de Daniel sin ver el carácter que tenía Daniel, nos será difícil entender el contenido del libro. Si no conocemos el carácter de Isaías y el de Jeremías, será muy difícil que entendamos el contenido de los libros que ellos escribieron. Cada uno de los libros que fueron escritos por los profetas en el Antiguo Testamento, pueden compararse a la biografía de una persona ilustre. Si no logramos ver el carácter del profeta, no podremos percibir el sabor divino que la obra de Dios produjo en dicho profeta ni tampoco entenderemos la porción de las Escrituras que él escribió. Éste es el secreto. Por lo tanto, no sólo el Nuevo Testamento revela que estamos en Cristo, sino que también el Antiguo Testamento revela este mismo principio. Lo único que Dios ha venido haciendo a través de los siglos es forjarse a Sí mismo en el hombre. Ésta es la meta de Dios.
Cuando Dios se forja en nosotros, lo que nosotros manifestamos, aquello que expresamos, varía de una persona a otra. Cuando Dios se forjó en George Müller, lo que se manifestó por medio de él fue el establecimiento de orfanatos. Asimismo, cuando Dios se forjó en Charles Spurgeon, lo que se manifestó por medio de él fue la poderosa predicación del evangelio. La obra que Dios realiza en cada persona se manifiesta de diferentes maneras. El Dios que labora en cada una de ellas es el mismo, pero se manifiesta de diferentes maneras en las diferentes personas. Por consiguiente, no debemos imitar las cosas espirituales, sino únicamente seguir el principio interno. Todo intento por imitar formas externas está equivocado.
No debemos estudiar biografías ni historias de personas con el propósito de conocer las manifestaciones externas de estos personajes históricos a fin de reproducir lo que hicieron, sino más bien, con el propósito de conocer la manera en que Dios procedió en cada uno de ellos y la obra que realizó en ellos. Cuando decimos que la obra de Dios en siglos recientes ha sido edificar Su iglesia, puede ser que nuestro entendimiento no sea lo suficientemente acertado. Muchos cristianos probablemente piensen que en siglos recientes el camino que Dios ha seguido es el de predicar el evangelio, en otras palabras, que Él desea la propagación del evangelio. Por esta razón, se muestran muy fervientes en el evangelio y van a toda la tierra habitada. No nos atrevemos a decir que esto esté mal, pero, en el mejor de los casos, sólo se está siguiendo una apariencia externa. El hombre no puede determinar la manera en que una persona será usada por Dios.
Cuando Dios vino a Job en el Antiguo Testamento, Job fue tocado por Dios, y en él hubo cierta manifestación, cierta operación, la cual produjo un resultado. Los resultados que produce la obra de Dios en diferentes personas no son los mismos. No podríamos decirles a los hermanos y hermanas jóvenes lo que Dios se ha propuesto hacer en esta era. Si les decimos, sólo demostraríamos que desconocemos el principio que rige la obra de Dios. Nadie sabe cómo Dios hará que se manifieste Su obra en todos los jóvenes, de aquí a cinco años. Sin embargo, según la Biblia y las experiencias de los santos que han vivido antes que nosotros, sabemos que hay una sola cosa que Dios ha venido haciendo a través de los siglos, y es ésta: forjarse a Sí mismo en nosotros. Lo que no sabemos es lo que Dios manifestará por medio de nosotros después que Él se haya forjado en nuestro ser.
En los pasados dos mil años, aquellos que han prestado atención únicamente a la manera en que Dios obra, han sido destinados a fracasar o errar. El Nuevo Testamento nos muestra claramente que Dios desea forjarse a Sí mismo en nosotros; no obstante, este asunto sobrepasa todos nuestros pensamientos naturales. Nosotros pensamos únicamente en ser fervientes, en laborar para Dios, en ser espirituales, en recibir poder y en otras cosas semejantes. Éste es especialmente el caso de aquellos que están en el cristianismo. En cuanto una persona es salva, le vienen todos estos pensamientos naturales. Pero que Dios se pueda forjar en nosotros va mucho más allá de lo que jamás podríamos soñar. En nosotros no tenemos esta luz ni esta revelación. Aunque nos pusieran este asunto delante de nuestros ojos, no habría ninguna respuesta en nuestro ser; seríamos como las rocas, en las cuales no se puede sembrar semilla ni se puede escribir con tinta. Sencillamente no tenemos ningún concepto relacionado con la única obra que Dios realiza.
Incluso puede ser que los hermanos y hermanas que tienen muchos años de haber sido salvos y que han escuchado muchísimos mensajes en la iglesia, aún tengan el deseo de mejorar su condición delante de Dios cada vez que piensan en Él. Necesitamos que el Espíritu Santo abra nuestros ojos para ver que tratar de mejorarnos a nosotros mismos no es lo que Dios desea de nosotros. Aun cuando pudiésemos ser mil veces mejores personas que hoy, Dios no querría esto. Lo que Dios desea es forjarse a Sí mismo en nosotros. Esto es lo que Dios ha venido haciendo en cada era.
La naturaleza de la obra de Dios es la misma en cada era; el diseño, la medida y el plan de la obra de Dios no ha cambiado en absoluto, pues lo que Él desea es forjarse a Sí mismo en nosotros. La forma o la manera en que esta obra se manifiesta externamente es diferente en cada persona. Pero, si todos cooperáramos con Dios, sólo Dios sabe lo que sucedería en esta tierra en los próximos cinco años.
El hecho de que Dios desea forjarse en nosotros es una luz que hemos visto claramente. Sin embargo, la pregunta es, ¿en realidad le permitimos a Dios que haga esto? ¿Permitimos que Dios avance en esta dirección? Ésta es nuestra responsabilidad. ¿Estamos dispuestos a permitir que Dios haga lo que Él desea hacer? Es aquí donde debemos considerar el asunto de la consagración. ¿Qué es la consagración? La consagración es permitir que Dios pase a través de nosotros. Aunque el deseo de Dios es forjarse a Sí mismo en nosotros, en los pasados seis mil años son muy pocas las personas que han estado dispuestas a permitir que Dios haga esto. Si nuestros ojos son abiertos, debemos decirle a Dios que estamos dispuestos a consagrarnos. No es correcto enseñar a las personas que se consagren a sí mismas con el propósito de convertirse en gigantes espirituales. Enseñar la consagración apropiada es ayudar a las personas a ver que el gran Dios desea pasar a través del hombre y salir del hombre. Si usted está dispuesto a permitirle a Dios obrar, debe decirle: “Oh Dios, puedes hacer lo que Tu desees”. Entonces, a partir de este día, lo que Dios le exigirá es que sea sumiso a Él. Cada vez que usted sienta que Dios lo está tocando acerca de algo, lo que debe hacer es someterse a Él. De este modo, obtendrá un poco más del elemento de Dios en su ser. Ésta es nuestra responsabilidad delante del Señor.
El cristianismo siempre enseña a las personas cómo hacer planes, cómo laborar y cómo ser fervientes. Sin embargo, aquellos que verdaderamente han sido iluminados y son guiados por Dios no enseñaran de esta manera. Dios está haciendo una sola cosa en el universo, y ésta es, forjarse a Sí mismo en el hombre. Lo que Dios le exige al hombre es su consentimiento y continua cooperación. Este consentimiento y continua cooperación involucra dos cosas: consagración y sumisión. La consagración es como pasar por la puerta; después debemos seguir adelante a la sumisión y luego ser dependientes de Él. Si usted está dispuesto a permitir que Dios obre, definitivamente llegará el día cuando Dios se manifestará por medio de usted. Es inútil que deseemos hacer algo para Él. Desear hacer algo para Dios es un concepto del cristianismo degradado. Una persona que ha recibido revelación ve que Dios desea forjarse a Sí mismo en él y luego manifestar Su obra por medio de él. Lo que se necesita es que cooperemos al permitir que Dios pase a través de nosotros.
Es una lástima que cientos y miles de personas dejen a Dios afuera de la puerta y no le permitan entrar. Es como si dijeran: “Esta vía está cerrada, por favor use el desvío”. En lugar de esto, debemos decir: “Señor, te doy permiso para que entres”. Ésta es nuestra responsabilidad hoy. Si alguien decide hacer esto, Dios tendrá la manera de actuar y podrá llevar a cabo Su obra. Algunos hermanos tienen en su corazón el deseo de consagrarse, pero no saben cómo hacerlo. La consagración no es simplemente algo de lo cual hablamos. ¿Cómo podemos consagrarnos? ¿Necesitamos recibir un llamamiento especial de parte de Dios? Éstas preguntas son importantes; si lográramos entender estos asuntos, muchos problemas serían resueltos.
En este universo todo es iniciado por Dios. La Biblia empieza con estas palabras: “En el principio [...] Dios...”. Dios es el principio de todo en este universo; esto se aplica tanto a lo espiritual como a lo físico. La vieja creación fue iniciada por Dios, y la nueva creación también. Si Dios no nos llamara, ¿cómo podríamos responder a Su llamado? Si Él no resplandeciera sobre nosotros, ¿cómo podríamos ser iluminados por Él? Dios es primero, y nosotros venimos después. Dios primero tiene que resplandecer sobre nosotros, y luego nosotros podremos ver. Dios primero tiene que darnos un mandato, y luego nosotros podremos obedecer. Nunca debemos olvidarnos de esta secuencia. Dios primero envió a Jesús, Su Hijo, a predicar el evangelio a las personas, y entonces ellas pudieron creer. Luego, de entre los que creyeron, Dios envió a doce apóstoles a predicar el evangelio. Después otros oyeron y creyeron, y algunos de ellos también fueron enviados. Posteriormente más personas obedecieron y aceptaron el evangelio.
En el universo Dios siempre ha llevado a cabo una operación espiritual, una obra espiritual, que es iniciada por Él, y luego la gente responde y acepta. En todos los miles de casos en los cuales las personas han conocido a Dios, siempre ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa de buscarlas y resplandecer sobre ellas, y luego ellas le han respondido. Dios resplandece sobre ellos de nuevo, y ellos responden otra vez. Esta secuencia nunca debe ser revertida. Las operaciones espirituales siempre son iniciadas por Dios. Dios debe ser el primero en hacer algo en el hombre, antes de que el hombre pueda responder y obedecer.
En nuestra experiencia que tenemos de la salvación, siempre recibimos el resplandor de Dios y lo que Dios exige. Según este principio, ningún cristiano podría afirmar con veracidad que nunca ha recibido un llamado, ni un mandato ni ha tenido ningún sentir de parte de Dios. Este llamado, este mandato y este sentir son el resplandor de Dios. La pregunta es, si cuando sentimos el mandato y escuchamos el llamado de Dios, ¿estamos dispuestos a ir en respuesta a este llamado? Si después de haber escuchado el llamado, después de haber visto la luz y después de haber percibido interiormente lo que exige, estamos dispuestos a aceptarlo, empezaremos a andar por el camino de seguir y conocer a Dios. Entonces se repetirá un ciclo en el que Dios nos llama y resplandece sobre nosotros, nosotros obedecemos, y luego nuestra obediencia y respuesta hacen que Dios nos haga un llamado mayor y resplandezca más intensamente sobre nosotros.
Después de que las personas son salvas, el Señor las toca por primera vez y ellas se dan cuenta de que es Dios quien las está llamando. Sin embargo, debido a que algunos ignoran este llamado, el sentir y la luz en su interior cesan. Otros, en cambio, cuando reciben algún llamado, responden enseguida y cuando reciben luz, obedecen de inmediato. Como resultado, reciben otro llamado y viene a ellos más luz. En el interior de ellos se repite constantemente un ciclo, muy semejante a cuando un niño dibuja círculos cada vez más grandes. Con el tiempo, aquellos que experimenten este ciclo en su interior llegarán a ser personas completamente diáfanas y transparentes; serán como los cuatro seres vivientes, que están llenos de ojos, como está escrito en la Biblia (Ez. 1:18; Ap. 4:6). En cambio, otros cristianos, no tienen ninguna abertura; son como paredes de bronce o de hierro, y están completamente en tinieblas. Esto se debe, a que desde el día en que fueron salvos, nunca han obedecido al sentir interior ni han aceptado el resplandor de Dios.
Si un cristiano responde enseguida cuando Dios lo llama y obedece de inmediato cuando el Señor pone en él determinado sentir, tendrá una abertura, una grieta, la cual le permitirá a Dios forjarse en él. Algunas personas tienen muchas grietas y aberturas; es por ello que fácilmente son iluminadas por la luz del Señor. Éste es el camino que seguimos. En palabras sencillas, lo que Dios desea hacer es forjarse a Sí mismo en nosotros y luego manifestar Su obra por medio de nosotros. Nuestra responsabilidad es cooperar con Dios por medio de nuestra consagración y sumisión, permitiendo que Él tenga un camino libre para forjarse en nosotros y luego expresarse por medio de nosotros. En la práctica, desde el día en que fuimos salvos, debemos aprender a ser iluminados bajo la luz de Dios, a obedecer el sentir interior, a responder al llamado en nuestro interior y a acatar la demanda interna. Éste es un asunto muy serio y a la vez muy sencillo.
Algunos se jactan diciendo que aman al Señor, pero en su vida diaria no responden al llamado de Dios, sino que, más bien, ignoran Su voz. Dicen que aman al Señor únicamente cuando se sienten emocionados. Por ejemplo, cuando quieren ver una película en el cine, un sentir interior les prohíbe que vayan, pero de todos modos van. Saben que no deben cometer pecados graves, pero no les preocupan en absoluto los pequeños detalles. Cuando oran en las reuniones, incluso testifican que el Espíritu del Señor los ha tocado. Hay muchos cristianos así. Francamente, amar al Señor así, de nada sirve. Hace poco, quedé muy convencido con lo que compartió cierto hermano, quien dijo: “La voz natural es la vida natural, y la vida natural es la vida que no es verdadera”. Puede ser que alguien ore con usted y le diga que verdaderamente desea servir con usted en coordinación, pero inmediatamente después de orar, se enoja con usted.
Cierta hermana puede ser tan ferviente por el Señor que ni diez hermanos juntos puedan igualarla en esto. Y cuando ella habla de su experiencia de amar al Señor, quienes la escuchan se sienten tan conmovidos que no pueden contener las lágrimas. Sin embargo, y aunque parezca imposible, cuando ella se enoja, nadie puede detenerla. La vida natural es la vida que no es verdadera. Algún día, todo lo que proviene de la vida natural tendrá que ser quebrantado. El Señor tiene que tocar verdaderamente nuestro ser para que nos demos cuenta de que nuestro entusiasmo, nuestro fervor, nuestro amor por el Señor y nuestro servicio al Señor son todos naturales y carecen del elemento de Dios. No importa cuántas paredes de bronce y hierro tengamos, o si tenemos puertas de adentro, del medio o de afuera, todas las puertas de nuestro ser deben ser abiertas al Señor, en conformidad con el sentir interior. Entonces comprenderemos que no vemos al Señor mismo en las expresiones de nuestro entusiasmo y nuestro fervor. Únicamente cuando el Señor nos toque al grado en que Él mismo sea liberado desde nuestro interior, llevaremos mucho fruto como se menciona en Juan 15; el fruto que produce el árbol proviene de la vida interior (v. 2).
Amar al Señor no tiene que ver con ser fervientes; más bien, tiene que ver con tocar al Señor desde lo profundo de nuestro ser y someternos a Su amor. De ahora en adelante, no debe preocuparnos cuánto amamos al Señor, sino únicamente si estamos dispuestos a someternos a Dios en respuesta a lo que Él haya tocado en nuestro interior. Debemos prestar atención a nuestra relación con el Señor. Si el Señor nos toca, ¿cómo debemos responder? Si el Señor pone en nosotros cierto sentir, ¿cómo debemos obedecer? Tal vez oremos en la mañana, diciendo: “Señor, no te amo lo suficiente; espero que pueda amarte más hoy y ser más ferviente”. Sin embargo, me temo que este tipo de oración procede de la religión, no de revelación. No debemos preocuparnos por cómo nos comportamos delante de Él, sino más bien, debemos preguntarnos si nos hemos encontrado con Él y si hemos sentido y obedecido el sentir que Él ha puesto en nosotros. Él podría tocar nuestro ser, preguntándonos cómo pudimos tratar a nuestro cónyuge de cierta manera o cómo pudimos ponernos cierta vestimenta. Entonces debemos someternos a Él, respondiendo al sentir interior que Él nos da. No debe preocuparnos qué cosas debemos hacer para Él, sino que simplemente debemos acatar Su mandato y responder a lo que Él desea hacer en nosotros, y luego cooperar con Él y someternos a Él.
Según este principio de cooperar y someternos al Señor, si Dios no hace nada, nosotros tampoco debemos hacer nada. Únicamente debemos avanzar cuando Él avance. Esto es lo que significa laborar conforme a una revelación y no conforme a la religión. Preocuparse por lo que uno debe hacer para Dios no es otra cosa que una religión fabricada por el hombre, la cual es el producto de la fuerza y el esfuerzo del hombre. Algunos podrían señalar que el Señor Jesús le preguntó a Pedro: “¿Me amas?”. Sin embargo, lo que vemos aquí es la respuesta de Pedro al mandato de amor que el Señor le hace, y no que fuera Pedro el que tomó la iniciativa de amar al Señor. De hecho, Pedro no amaba al Señor lo suficiente; aquello que él más amaba era irse a pescar. Pero mientras pescaba y le daba la espalda al Señor, el Señor vino y se le apareció. Que el Señor se le apareciera fue una revelación para Pedro. Bajo esta luz el Señor le preguntó a Pedro: “¿Me amas?”. La aparición del Señor hizo que Pedro respondiera a la exigencia que el Señor le hizo (Jn. 21:1-17). Éste es el Dios viviente y que da luz.
El concepto humano es que si Dios desea darnos una revelación, Él nos hablará de forma externa y objetiva. Pero de hecho, sucede todo lo contrario. Cuando Dios desea darnos una revelación, Él lo hace entrando en nosotros, vistiéndose de nosotros, llevándonos consigo y poniendo en nosotros cierto sentir para que nosotros percibamos que la revelación es interior, sin embargo es de Dios. Podríamos decir que cuando Dios nos da una revelación, en realidad Él se mezcla con nosotros. Dios se mezcla con nosotros al grado en que aun si nuestra voluntad quisiera rebelarse contra el Señor, no podríamos hacerlo, pues nos damos cuenta de que nuestra rebeldía proviene de nosotros mismos. Debemos, pues, tener claro que la revelación no es objetiva sino subjetiva. Todos los hostigamientos externos son Satanás disfrazado.
Algo sucedió mientras yo me encontraba en el sur de la provincia de Fukien. Había un hermano que se había ido a los Estados Unidos a estudiar medicina. Cuando regresó, negó que el Señor Jesús había venido en la carne y que era el Hijo de Dios. Ésta fue la obra de los espíritus malignos. La revelación que Dios da al hombre no viene de afuera, sino que es sumamente subjetiva. Si las circunstancias y los sentimientos de una manera obvia contradicen la Biblia, no son otra cosa que manifestaciones de Satanás. Incluso los apóstoles y las iglesias en el pasado tuvieron periodos en los que perdieron la revelación debido a que hubo muchas circunstancias y situaciones que les impidieron conocer a Dios. La revelación es subjetiva, pues es Dios mismo que viene a nosotros y llega a ser uno con nosotros. Él se viste con nosotros, se mezcla con nosotros y se aferra a nosotros desde nuestro interior. Finalmente, todo lo que hacemos, aunque aparentemente es hecho por nosotros, en realidad es hecho por Dios. Si tenemos este entendimiento, no aspiraremos más a conocer a Dios simplemente de una manera objetiva.