
Lectura bíblica: Sal. 42:1-2, 5; 43:3-5; 73:1-2, 17, 25-26; Fil. 4:11b-13
La Biblia revela que la relación entre Dios y el hombre es muy íntima; es íntima al grado en que el hombre no puede apartarse de Dios ni puede estar sin Dios. Puesto que es así, debemos considerar la influencia que Dios ejerce sobre nuestra vida y qué significado tiene para nosotros la relación que tenemos con Él en nuestra vida diaria. La Biblia nos muestra que la relación que Dios tiene con el hombre es tan crucial que en el momento en que el hombre se aparta de Dios y carece de Dios, tendrá problemas. En el libro Génesis Adán y Eva es el mejor ejemplo de esto. En cuanto ellos se independizaron de Dios, cayeron en pecado. El significado de ser independientes de Dios es que uno pierde a Dios en su vida diaria; pierde su relación con Dios en su vivir. Cada vez que el hombre se independiza de Dios, sufre interiormente y tiene muchos problemas. Además, esta independencia no es otra cosa que pecado.
No debemos pensar que pecado es únicamente hacer cosas malas, pues aun cuando hagamos algo bueno, seremos independientes de Dios si lo que hacemos es aparte de Dios, si es ajeno a Dios, si no contiene la promesa de Dios ni tiene a Dios mismo. Si hacemos alguna cosa de esta manera, no importa cuán correctamente lo hagamos, Dios lo considerará pecado por cuanto hemos actuado independientemente de Él.
La humanidad cayó cuando Adán y Eva pecaron por primera vez, cuando ellos comieron del fruto equivocado. El origen de esto fue que ellos actuaron aparte de Dios. El hecho de que actuaran de esta manera muestra su independencia de Dios. Si comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal hubiese sido un mandato de Dios, no habría sido pecado. Este primer pecado cometido por el linaje humano, no debemos verlo desde la perspectiva de la moralidad. Por supuesto, después que el hombre cayó, cometió muchas acciones inmorales. Dios aborrece todo lo que es inmoral. Todo acto de inmoralidad es el resultado de que el hombre se haya apartado de Dios. Sin embargo, el primer pecado que el hombre cometió no estaba relacionado con la moralidad. El pecado que Adán y Eva cometieron no fue el de fornicar, matar o hacerle daño a otros, sino el pecado de comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Es crucial que veamos que el significado del primer pecado cometido por el linaje humano consistió en que el hombre hiciera algo aparte de Dios. Cuando el hombre pecó, ya su relación con Dios se había interrumpido. El hombre actuó por su propia cuenta; dicha acción no contenía nada del elemento de Dios ni era fruto de su relación con Dios ni de la influencia que Dios ejerce.
Por consiguiente, en nuestro vivir debemos recordarnos a menudo: “¿Tengo una relación con Dios? ¿Ejerce Dios una influencia sobre mi conducta?”. No debemos preguntarnos si algo está bien o mal, o si es correcto o incorrecto; en vez de ello, debemos preguntarnos si Dios está en ello o no. Todo lo que hagamos con el elemento de Dios, como fruto de nuestra relación con Dios y bajo la influencia de Dios, definitivamente será algo bueno y apropiado. Muchas veces algo por fuera puede parecernos bueno, cuando en realidad tiene elemento del pecado. Satanás usó esta táctica cuando tentó a Adán y Eva. Por un lado, él le dijo a Eva que el día que ella comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal, sus ojos serían abiertos, y ella sería como Dios, conociendo el bien y el mal. Por otro lado, él le mostró que el fruto era bueno para comer y agradable a los ojos. Por consiguiente, Adán y Eva comieron del fruto (Gn. 3:5-6). Aparentemente, el fruto era muy llamativo y bueno, pero contenía muchísimos pecados, pues todos los pecados provienen de haber comido de ese fruto. Espero que todos los santos vean que cualquier cosa que el hombre haga aparte de Dios, la hace independientemente de Él y, aun cuando aquello parezca ser algo llamativo y bueno, contendrá el elemento de Satanás e interiormente estará lleno de tinieblas y pecado.
Una persona espiritual puede tener contacto con muchas personas y cosas, pero en toda su vida diaria, a lo único que presta atención es a su relación con Dios y a si Dios ejerce influencia sobre él. Si una persona está vacía y no tiene a Dios, no le será posible continuar ni podrá hacer nada. Cuando estamos quietos delante de Dios y examinamos y consideramos nuestra situación, no podemos evitar reconocer este hecho. En nuestra relación con los demás nuestro temperamento aflora fácilmente. Si nos ponen en una posición un poco más alta, nos enorgullecemos; y si nos ponen en una posición un poco más baja, nos quejamos. Es raro que las personas no tengan problemas con otras después de haber estado juntas por varios años. Los esposos y las esposas encuentran dificultades en su relación, y después de tener hijos, aumentan las disputas. Lo mismo sucede entre los compañeros de trabajo y los compañeros de estudio. Después de haber estado juntos por algún tiempo, todos empiezan a quejarse.
Al relacionarnos con los demás, siempre tendremos problemas, unas veces más y otras veces menos. Nuestra humildad causa problemas, y nuestro orgullo causa aún más problemas. Si otros nos tratan con orgullo, no podemos tolerarlo; y si otros nos tratan con humildad nos cuesta aún más trabajo soportarlo. Después de casarse, muchos santos tienen experiencias similares. Por un lado, dicen que el matrimonio es muy bueno, pero por otro, los esposos y las esposas siempre se hacen exigencias el uno al otro: los esposos les exigen algo a las esposas y las esposas se quejan de sus esposos. Así pues, todos los hombres son personas difíciles de tratar. El hombre mismo es un problema, y el origen de este problema es que al hombre le hace falta algo: le falta Dios. En nuestra relación con los demás necesitamos tomar a Dios como el factor que nos regula y como el centro. Si tenemos a Dios como nuestro centro, nuestro vivir será equilibrado.
Todos los que manejan saben que el conductor tiene que regular el auto para que vaya más rápido o más lento. Sin esta regulación, ocurrirá un accidente. De la misma manera, si el hombre no es regulado, se vuelve muy peculiar. Aprenderá a ser de una manera o de otra, y le será muy fácil irse a los extremos. Por ejemplo, cuando un esposo no es regulado, puede amar a su esposa hasta el extremo o puede aborrecerla. Nuestra vida es como la música. Para que la música dé un sonido agradable, debe ser regulada apropiadamente; los tempos rápidos y lentos y los tonos altos y graves deben ser armonizados. Si una pieza musical tiene un solo ritmo, sonará monótona y desagradable. Una vida regulada es como una pieza musical que es agradable al oído; es placentera y armoniosa. Dios es quien regula al hombre. Aquellos que tienen a Dios son regulados en su vivir. Un vivir que ha sido calibrado por Dios es como una canción hermosa y placentera. Su ritmo y su tono son perfectos. Cuando una persona que tiene a Dios le gusta algo, lo expresa de manera regulada; y, asimismo, cuando le disgusta algo, lo expresa también de manera regulada. Su vida puede compararse a una hermosa pieza musical.
Cuando una persona que no es regulada ama a su esposa, puede amarla a un extremo. De la misma manera, cuando no la ama, su odio puede alcanzar un extremo. Esto indica que su vivir carece de regulación y equilibrio. Como consecuencia, esta persona se va a un extremo u otro. Sin embargo, la regulación que uno experimente en su vivir no debe ser fruto del esfuerzo propio. El hombre necesita que Dios regule y traiga equilibrio a su vida. Muchos cristianos pueden testificar por experiencia que cada vez que eran influenciados por Dios, su vivir era equilibrado; pero cuando Dios no estaba presente, su vivir carecía de equilibrio. Si Dios está presente en nuestro vivir, experimentaremos el equilibrio y la regulación de Dios. Seremos como un auto estable, que no anda ni demasiado rápido ni demasiado lento. Esta clase de vivir es como una pieza musical relajante que a nuestros oídos resulta muy agradable y placentera. En cambio, el día en que Dios no está presente en nuestro vivir es un día en el que tenemos muchos problemas.
Por ejemplo, a todos los jóvenes les preocupa mucho el asunto del matrimonio. El matrimonio es algo que Dios estableció y algo en lo cual hasta se deleita. Sin embargo, debemos comprender que si Dios no es el centro, nuestro matrimonio carecerá de equilibrio y no será regulado. Cuando esto sucede, tarde o temprano surgirán problemas. Hemos visto muchos jóvenes que inicialmente se amaban mucho y se casaron. Pese a que se amaban de una manera tan profunda, no pasó mucho tiempo antes de que su amor perdiera el equilibrio y dejara de estar regulado, debido a que ninguno de los dos tenía a Dios en su interior. Esta clase de amor es como un caballo desenfrenado o un auto sin frenos, lo cual es extremadamente peligroso. Si un esposo y una esposa no experimentan el equilibrio y la regulación de Dios, su relación matrimonial será desagradable y peligrosa. Es posible que por guardar las apariencias no hablen del divorcio, pero interiormente sufrirán mucho. Esto se debe a que ellos no tienen a Dios como su centro, equilibrio y regulación.
En principio, la relación entre un esposo y una esposa debe tener a Dios como su centro. En la manera en que un esposo ama a su esposa y ella lo ama a él, ambos deben pasar por Dios. Este pasar a través de Dios es lo que les equilibrará y regulará. Tal vez un esposo pregunte: “¿Exactamente cómo debo amar a mi esposa?”. Al amar a su esposa, un esposo debe orar, diciendo: “Oh Dios, ¿estás de acuerdo con que yo la ame de esta manera?”. Antes de amar a nuestro cónyuge debemos permitir que Dios nos examine y purifique. El amor que ha pasado por Dios es un amor puro; no sólo es un amor regulado, sino también equilibrado. No obstante, si nuestro amor no ha pasado a través de Dios, un día puede convertirse en odio. El grado al cual amamos hoy puede llegar a ser el grado al cual odiemos mañana, y la medida de nuestro amor hoy puede convertirse en la medida de nuestro sufrimiento después. Esto puede suceder porque nuestro amor no ha pasado por Dios, carece del elemento de Dios, no se lleva a cabo en nuestra relación con Dios y no tiene la promesa de Dios. Jóvenes, no importa con quién ustedes se casen, deben presentar este asunto delante del Señor. Deben permitir que Dios tome parte en su matrimonio, y deben cultivar una relación con Él. De esta manera, su matrimonio será equilibrado y regulado.
Dios es quien nos da equilibrio y nos regula. Sin Dios, nos vamos a los extremos; nos vamos demasiado a la derecha o a la izquierda. Pero siempre que permitamos que Dios sea nuestro centro, nuestra persona inmediatamente será equilibrada. Por ejemplo, si una persona pobre no tiene a Dios, sufre muchísimo. No piensen que es malo ser rico y que es mejor ser pobre. Debemos entender que así como las riquezas hacen pecar a la gente, también la pobreza las hace pecar. Muchas cosas inmorales y muchos robos son motivados por la pobreza. Esto se debe a que el hombre no permite que Dios lo regule y le dé equilibrio en su pobreza. Por otro lado, también hemos visto muchos santos pobres que temen a Dios y tienen a Dios en su interior. Cuando uno tiene contacto con estos santos pobres no se percibe en ellos una sensación de sufrimiento, sino la fragancia de Dios. Esto se debe a que ellos son influenciados y regulados por Dios. Por supuesto, los ricos también cometen muchos pecados. Si la regulación de Dios tuviera cabida en la riqueza del hombre, muchas cosas pecaminosas no serían hechas. Los ricos son derrochadores, se entregan a los placeres y malgastan su dinero porque están vacíos y no tienen a Dios, quien puede regularlos.
Hubo una pareja que amaba muchísimo al Señor. Ellos tenían un hijo que amaba mucho al Señor y estaba por casarse. La familia originalmente había planeado dar un gran banquete de bodas e invitar a muchos parientes y amigos. Sin embargo, puesto que pertenecían a Dios, ellos le presentaron este asunto al Señor para saber si Dios estaba contento con los planes que tenían. Pero después de que oraron un poco delante del Señor, de inmediato sintieron que lo que estaban planeando hacer era excesivo. Dios les mostró que habían muchos santos que ni siquiera tenían lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas, como el alimento y el vestido. Por tanto, redujeron a una tercera parte los costos que originalmente habían calculado para la boda, y ofrendaron una tercera parte para los santos pobres y la otra tercera parte para imprimir tratados del evangelio. Este ejemplo nos muestra que incluso el asunto del matrimonio de nuestros hijos, debemos presentarlo delante de Dios y llevarlo a cabo en nuestra relación con Dios, para que pueda traer la verdadera bendición. Si el uso de las riquezas no es regulado por Dios, sin duda causará daño. El mundo actual es maligno porque tanto los pobres como los ricos comenten pecados; todos carecen de la regulación de Dios y no toman a Dios como su centro.
Una vez que una persona abandona a Dios, su vida carece de un centro que le dé cohesión. Por tanto, cada vez que tengamos que afrontar algo desagradable, debemos presentárselo a Dios; y entonces de inmediato experimentaremos a Dios, quien vendrá y nos dará equilibrio. Dios realizará en nosotros la obra de regularnos. Por general, cuando los padres de una persona fallecen, sus familiares y amigos vienen a consolarla. En esos momentos es muy difícil controlar la pena y el dolor que uno siente. Sin embargo, como cristianos que somos, podemos presentarle a Dios nuestro dolor y permitirle que nos equilibre. Si hacemos esto, Dios no nos permitirá que nos entristezcamos excesivamente. Asimismo, si nos sucede algo agradable, debemos presentárselo a Dios y permitirle que nos regule. Esto nos guardará de emocionarnos sobremanera. Hemos observado a algunas personas que son demasiado alegres y se enloquecen cuando tienen éxito en algo. Pero después, cuando algo adverso les pasa, su gozo se convierte en tristeza. Por consiguiente, debemos tener a Dios en nuestro gozo y en nuestro pesar, a fin de que nuestra vida no carezca de regulación.
Una vez tuve que viajar una larga distancia y escalar muchas montañas con otros hermanos para llegar a un área rural y poder predicar el evangelio allí. En esos días, debido a que no habían automóviles ni trenes, podíamos contratar a alguien para que nos transportara en una carreta. Cuando empezamos a subir una montaña, el hombre que tiraba la carreta tuvo que emplear toda su fuerza. Puesto que vimos que era muy agotador para él, decidimos subir la montaña a pie. Como era verano, después que agotamos nuestras fuerzas subiendo a la cima de la montaña, quedamos bañados en sudor. Así que después nos subimos nuevamente a la carreta, pero el viaje cuesta abajo resultó ser una experiencia aterradora. La carreta no tenía frenos y aunque el hombre que tiraba la carreta trataba de detenerla, no era capaz de hacerlo. Lo único que podía hacer era correr cuesta abajo. Así que fue algo aterrador. Después de esta experiencia, decidimos no usar más la carreta ni para subir ni para bajar la montaña. De la misma manera, debido a que muchas personas no tienen frenos en sus vidas, cuando pasan por malos momentos, se abaten sobremanera e incluso pueden cometer suicidio. Asimismo, cuando están contentas, su alegría se les sube a la cabeza, y desean entregarse desmedidamente a la comida y a la bebida. Esto se debe a que no tienen a Dios. Si los cristianos no permiten que Dios sea su centro, se irán al extremo cuando estén en situaciones de gozo o de pena.
Algunas personas a menudo se enojan cuando comen en su casa. Si la comida les sabe bien, se quejan de que no hay suficiente; y si sabe mal, se quejan de que se preparó demasiada comida. Incluso podrían enojarse al punto de volcar la mesa. No piensen que el hombre es capaz de reprimir su enojo. Únicamente las rocas y la madera jamás se enojan. Toda persona normal tiene su temperamento, el cual necesita ser regulado. Si permitimos que nuestro temperamento pase a través de Dios, será moderado. Algunos podrían preguntar: “¿Cómo podemos evitar enojarnos excesivamente?”. La única manera es que nos volvamos a Dios y esperemos un poco, permitiéndole a Él que nos traiga equilibrio cada vez que estemos a punto de enojarnos.
Incluso en los asuntos triviales de nuestra vida, como nuestro arreglo personal, debemos permitir que Dios nos regule interiormente, nos equilibre y se mezcle con nosotros. Nunca debemos pensar que la manera en que nos vestimos es sólo nuestro gusto personal. Cuando compramos nuestra ropa, la clase de tela, el color y el estilo, en todo ello debemos tener en cuenta a Dios. Si la manera en que nos vestimos es como para Dios, nuestra ropa y arreglo personal será equilibrado y beneficiará a otros, de modo que sean bendecidos. A veces puede parecer muy atractivo vestirnos a la moda, pero en realidad esto hace que otros se sientan incómodos e intranquilos. Si éste es el caso, la manera en que nos arreglamos no nos ha beneficiado en nada ni hace que otros se sientan cómodos.
Una vez cuando el doctor John Sung predicaba el evangelio en Hankow, vino una mujer vestida muy a la moda. Después de escuchar el evangelio, ella se sintió muy conmovida y quiso hablar más del asunto. Sin embargo, cuando ella se acercó al doctor Sung, él la reprendió severamente y la despidió. Por un lado, ella se sintió muy triste porque se había sentido verdaderamente conmovida; por otro lado, estaba muy enojada, pues pensaba: “¿Cómo puede un siervo de Dios reprenderme basado simplemente en mi aspecto físico?”. Así que se fue a su casa ventilando su enojo y llorando, y oró, diciendo: “Oh Dios, Tú no miras la apariencia exterior; Tú miras el corazón”. Sin embargo, mientras oraba, tuvo un sentir muy claro de parte de Dios, que le decía: “Tú has vuelto tu corazón a Dios interiormente, pero ¿por qué no vuelves también tu ser a Dios en el aspecto externo? ¿Por qué no haces que tu apariencia externa concuerde con tu corazón?”. Entonces dejó de llorar, cambió su apariencia externa, y fue a ver al doctor Sung nuevamente al día siguiente. Cuando el doctor Sung la vio, la recibió muy cálidamente.
Dios puede equilibrar todo lo relacionado con nuestro vivir. Si permitimos que Dios nos equilibre, esto redundará en un hermoso modo de vivir. Si una persona es equilibrada por Dios, ya sea en gozo, en enojo, en tristeza o en placer, su vida estará libre de complicaciones y será tranquila. Así, cuando dicha persona tenga que estar enojada, estará enojada, cuando deba estar contenta, estará contenta; cuando se vista, se vestirá adecuadamente; y cuando coma, comerá apropiadamente. Todo estará dentro del límite apropiado. Esta clase de vivir no lo puede lograr el hombre por sí mismo, sino que para ello debe permitir que Dios obre en él.
En cierta ocasión hubo un siervo del Señor en los Estados Unidos que se había mudado de su pueblo natal a otra ciudad. Cuando terminó de acomodar los muebles en su nueva casa, invitó a su padre, quien era muy anciano, para que viniera y conociera el lugar. Su padre le dijo que todo estaba muy bien, pero que había algo que le molestaba. En su curiosidad, el hijo le preguntó qué era, y el padre le respondió: “Cuando la gente entre en tu casa, ellos no sabrán si aquí vive un hijo de Dios o un hijo del diablo”. Este anciano temía mucho a Dios. Esto muestra que tener a Dios en lo que hacemos es un principio sumamente importante. Cuando decidamos hacer algo, debemos preguntarnos si Dios está en ello. Si el elemento de Dios está en nuestra decisión, nosotros exigiremos que en todo lo que hagamos, incluso en la manera de amoblar nuestra casa, Dios esté en ello.
Probablemente algunos pregunten: “¿Cómo puedo permitir que Dios ejerza influencia sobre mi vida y regule mi vivir?”. La respuesta es muy sencilla: debemos tomar a Dios como el centro de nuestra vida humana. A pesar de que un creyente sea salvo, es posible que aún no se haya dado cuenta completamente de que Dios está en él y de que necesita servir a Dios. Tal persona no tiene el sentir de Dios ni reconoce que Dios debe ser su único centro. Necesitamos que Dios sea el centro de nuestra vida humana. Puede ser que los hermanos y hermanas jóvenes se centren mucho en sus estudios; sin embargo, deben darse cuenta de que el centro de toda su existencia no debe ser los libros, sino Dios. Si los libros llegan a ser su centro, esto no les hará bien, sino más bien, daño en el futuro.
Los que aman el dinero serán perjudicados por el dinero, y tarde o temprano serán esclavizados por él. Aunque una persona pueda estar vinculada con muchas cosas positivas, si Dios no le da equilibrio interiormente, su situación más tarde será muy peligrosa. En la iglesia encontramos santos que a menudo critican a otros. Esto es muy negativo. En sus críticas no se halla el elemento de Dios. Ellos no benefician a nadie con esto; al contrario, causan mucho daño. Si alguien tiene a Dios en su vivir, será de beneficio no sólo a su familia, sino también a la sociedad y al país. Si un cristiano tiene a Dios como su centro, su proceder y su actitud serán normales y adecuados, y sus acciones y conducta serán apropiadas.
Puesto que Dios es el centro apropiado de nuestra vida humana, hay cinco cosas que debemos hacer. Primero, debemos tomar a Dios como el centro de nuestra vida. Si hacemos esto, independientemente del área en que finalmente trabajemos, realizaremos nuestro trabajo muy bien. Pero si por el contrario no tomamos a Dios como el centro de nuestra ocupación, potencialmente podemos hacernos daño a nosotros mismos, a nuestra sociedad y a nuestro país. Espero que ustedes puedan captar bien y acertadamente este asunto.
Segundo, debemos amar a Dios. Debemos entender que si amamos cualquier cosa aparte de Dios, lo que amemos se convertirá en un problema para nosotros. Amar a Dios es lo único que no nos causará problemas. Todo el amor del hombre debe ser derramado sobre Dios. Todos nuestros corazones deben amar a Dios.
Tercero, debemos consagrarnos a Dios. Por lo menos una vez debemos orar a Dios de manera detallada en la que nos ofrezcamos completamente a Él y le permitamos ser el centro de nuestra vida. Nunca debemos tener temor de que si consagramos nuestra vida a Dios, nuestro futuro será difícil. Este tipo de temor es infundado. Si nos consagramos a Dios, nuestra vida humana será equilibrada. Debemos permitirle que Dios entre en nosotros y sea nuestro todo.
Cuarto, debemos tener contacto con Dios respecto a todo. En nuestro andar diario debemos obedecer el sentir que Dios ponga dentro de nosotros. Si Él nos prohíbe hacer algo, no debemos hacerlo. Si sentimos que Él quiere que hagamos algo, debemos hacerlo de la manera apropiada. Debemos obedecer diligentemente todo sentir que recibamos de parte de Dios.
Quinto, debemos apartar tiempo para profundizar en la Palabra, para laborar en la Biblia. Debemos estudiar la Biblia apropiadamente desde la primera palabra hasta la última. Debemos ver no sólo los hechos, sino también los principios, la vida y la verdad implícitos en ellos.
Si nos ejercitamos en esto, llegaremos a ser como un vaso transparente. De este modo, no importa lo que nos sobrevenga, ello no será un problema para nosotros porque Dios nos regulará interiormente. Podemos ver en el Nuevo Testamento que Pablo era una persona así. Él sabía estar humillado y tener abundancia, y también estar saciado como tener hambre. En todas las cosas y en todo, él había aprendido el secreto (Fil. 4:12). Ni el sufrimiento ni el gozo lo podían oprimir. Él conocía el secreto, que es Cristo. Pablo tomaba a Cristo como su centro en todo. Por consiguiente, cuando él estaba en la cárcel, podía soportar sufrimientos que para otros eran insoportables. Él podía hacerlo todo en Aquel que lo revestía de poder (v. 13).
Una persona como Pablo es resplandeciente y también liberada. Todos los que tengan contacto con una persona así serán ayudados. Incluso el rostro de dicha persona reflejará la salvación de Dios, pues ha sido salva al grado en que no sólo es salva interiormente, sino que aun su rostro expresa visiblemente la salvación de Dios. Su rostro es un espejo que refleja la salvación de Dios. Dios es quien la regula y le da equilibrio en su interior. Quiera Dios tener misericordia de nosotros para que le presentemos cada asunto a Él y le permitamos que todos nuestros asuntos pasen a través de Él. De este modo, Dios será nuestro centro y Aquel que regula todo lo relacionado con nuestro vivir, sea grande o pequeño.