
Debemos adorar al Señor por la dirección y adiestramiento que nos ha dado en estos días. En nuestra adoración también debemos consagrarnos como es debido. En el Antiguo Testamento cada vez que el pueblo de Dios comenzaba a moverse, primero se consagraban corporativamente; y luego, cuando el mover terminaba, volvía a consagrarse de forma corporativa. Es por medio de la consagración que nosotros respondemos al guiar que Dios nos ha dado.
Todos los hermanos y hermanas que asistieron al reciente entrenamiento, independientemente de si asistieron a las clases de manera formal o simplemente como oyentes, delante del Señor, deben tener el anhelo ferviente de estar dispuestos a seguir el camino de servir al Señor y de andar en este camino por el resto de sus vidas. Eso no significa que de ahora en adelante deban convertirse en oradores que ministran la palabra a tiempo completo. Lo que realmente significa es que deben servir al Señor en la iglesia. Esto difiere de llegar a ser un predicador como los del cristianismo. Éstos son dos asuntos completamente diferentes.
Ser un predicador en el cristianismo se ha convertido en una especie de profesión. Sin embargo, servir al Señor es el vivir propio de un cristiano, no es una profesión. Si el Señor dispone nuestras circunstancias de modo que tengamos los medios suficientes para vivir sin necesidad de adquirir más cosas materiales para nuestro disfrute, debemos emplear toda nuestra fuerza, esfuerzo, tiempo y energía en asuntos relacionados a la propagación del evangelio del Señor y la edificación de la iglesia. Esta clase de vivir es una vida de servicio al Señor. Pero aun si el Señor no nos provee para nuestra comida, vestido, techo y transporte, y por tanto, tenemos que emplear nuestro tiempo, energía y fuerza para ganar dinero para nuestro sustento, nuestro vivir aún debe ser para el evangelio del Señor y la iglesia. Por consiguiente, independientemente de cuál sea nuestro trabajo, conducta y existencia, ésta debe tener como objetivo nuestro servicio al Señor. Éste es el vivir apropiado de un cristiano.
En cuanto a si debemos tener un trabajo, cuánto debemos trabajar o qué clase de trabajo debemos tener, debemos seguir la dirección del Señor en nuestro entorno. No es necesario que luchemos y nos esforcemos al respecto. Cualquiera que sea nuestro trabajo, no debe afectar nuestro servicio al Señor. Espero que todos los hermanos y hermanas que empezaron a asistir al reciente entrenamiento, tengan esta clase de visión y esta clase de vivir.
Además, todos los hermanos y hermanas que han asistido al reciente entrenamiento deben saber que los asuntos espirituales no son superficiales ni sencillos. Después de estas dieciséis semanas de clases espero que muchos de ustedes sientan que leer la Biblia no es algo sencillo, que hablar por el Señor no es sencillo, que conocer la vida no es algo sencillo y que ser ministros de la palabra para ser usados por el Señor no es sencillo. Sin embargo, ustedes no deben contentarse simplemente con el hecho de saber que estas cosas no son sencillas. Según nuestra situación presente, todavía nos falta mucho. Las riquezas de Cristo son inagotables y las cosas espirituales de Dios también son inagotables. Nunca deben pensar que es suficiente escuchar lo que han escuchado y ver lo que han visto. No, éste jamás será el caso. Pese a que todo lo que han oído en estas dieciséis semanas de clases es la verdad de Dios, y casi todo lo que han visto es espiritual, deben comprender que lo que han oído, lo que han visto y lo que han tocado en las pasadas dieciséis semanas son simplemente una porción minúscula de las riquezas espirituales de Dios. El entrenamiento no debe hacerlos orgullosos; más bien, debe hacer que ustedes se humillen delante del Señor. Nunca debemos contentarnos con lo que hemos aprendido ni debemos jactarnos de ello. No debemos enorgullecernos por lo que hemos aprendido, sino que, más bien, lo que hemos oído y aprendido debe hacernos humildes.
Cuando los hermanos y hermanas regresen a sus respectivas localidades para servir, deben ser humildes en todo, pero no deben tener un carácter moral bajo. Eso significa que al servir en las iglesias, no debemos bajar la norma de nuestra moralidad en ningún asunto ni en ningún aspecto. Además de esto, debemos ser humildes delante de aquellos a quienes servimos, adaptándonos a ellos en todo asunto y en todo aspecto. No debemos ser personas con un carácter bajo, personas innobles, pero sí debemos ser personas humildes. Ser humilde es algo aceptable, es bueno y positivo, pero ser bajo y vil no lo es. Debemos ser absolutamente humildes y adaptarnos a los demás, y debemos humillarnos y no volvernos orgullosos por lo que sabemos. Sin embargo, jamás debemos perder el carácter propio de un cristiano a fin de complacer a los demás. En lo que se refiere a nuestro carácter moral, jamás debemos bajar la norma. Una vez que bajemos la norma de nuestro carácter moral, nos será muy fácil convertirnos en personas viles y dignas de lástima. Esto no es aceptable.
Tal vez algunos pregunten a qué nos referimos al decir que no debemos tener un carácter bajo o innoble. Significa que cuando nos relacionemos con una persona que tiene dinero, poder y una posición importante, no debemos considerarlo demasiado superior a nosotros, y que cuando nos relacionemos con alguien que está en una posición más baja que la nuestra, no lo menospreciemos. Ser innoble o vil es tratar a las personas con demasiado honor o con demasiado menosprecio. Debemos ser humildes y condescendientes con los demás, pero no debemos tener un carácter bajo e innoble. La mayoría de las organizaciones sociales de hoy solicitan contribuciones e invitan a las personas a donar dinero. En tales situaciones es común que ellos traten a algunos de los donantes con un respeto especial. Esto es bajo y vil. Sería preferible que pasáramos hambre y que se retrasara la obra, antes de rebajarnos de esta manera. Así pues, al servir a la iglesia debemos humillarnos y no ser orgullosos en nada, pero nunca debemos bajar la norma de nuestro carácter moral. Hacer esto no nos hace personas humildes, sino personas viles. Por favor, recuerden bien que alguien que sirve al Señor no debe ser vil ni diplomático. No tenemos un trono; lo único que tenemos es nuestro carácter moral. Por tanto, debemos ser humildes y adaptables en todo, pero jamás ser descuidados con nuestro carácter moral.
Además, cuando sirvamos en los diferentes lugares, no debemos hacerlo de manera desordenada e impráctica. En nuestro servicio primeramente debemos tener en cuenta la soberanía del Señor. Siempre que el Señor disponga las circunstancias para que sirvamos, debemos servir con sencillez de corazón, sirviendo tanto a los santos como a los pecadores. En segundo lugar, debemos llegar a conocer nuestro lugar en la coordinación con los santos; debemos llegar a conocer el orden que hay entre los santos. Entre todos los hermanos y hermanas necesitamos saber quién está debajo de nosotros y quién está por encima, es decir, quién es nuestra autoridad. Tercero, después de que descubramos el orden y sepamos quién está por encima de nosotros, debemos inmediatamente orar y sujetarnos a esa persona. Podemos orar de una manera concreta y específica, sujetándonos a dicha persona. En particular, los hermanos y hermanas jóvenes deben encontrar a alguien que esté por encima de ellos para que los supervise. Esto no debe ser asignado por otros, porque este tipo de organización puede no ser lo más conveniente. Por tanto, es necesario que inquiramos adecuadamente delante del Señor. Una vez que tengamos claridad al respecto, debemos aprender a restringirnos a nosotros mismos permaneciendo sujetos a la autoridad. Cualquier hermano o hermana, al cual se le haya pedido que asuma una posición de autoridad, debe primero acudir al Señor para orar y discernir si el Señor desea que él o ella asuma la responsabilidad de supervisar a otros, y después de esto, guiar a los santos apropiadamente, hacerse responsable por ellos y restringirlos. Aquellos que sirven como autoridad deben tomar este asunto con la debida seriedad, y aquellos que están bajo autoridad deben someterse de corazón a dicha autoridad.
Cada uno de nosotros debe inquirir delante del Señor con respecto al área en la cual Señor nos ha comisionado servir. Ésta puede ser el área del evangelio, la de visitar a las personas, la de ministrar la palabra o la de administrar asuntos generales. Esto exige que nosotros oremos mucho individualmente y que busquemos juntos, con los hermanos y hermanas con quienes coordinamos. Una vez que hayamos recibido claridad como fruto de nuestra búsqueda, y empecemos a servir, debemos servir de la manera apropiada. No debemos hablar al azar de un tema hoy y de otro tema mañana. No debemos hacer esto. Más bien, debemos orar apropiadamente, y después de haber observado a los santos, debemos presentar las necesidades de los hermanos y hermanas delante del Señor, pidiéndole que nos hable de una manera clara. Si hacemos esto, podremos ministrar la palabra y servir a la iglesia.
Independientemente de que hayamos servido en la iglesia por uno, dos, tres o muchos años, todavía necesitamos aprender a no servir al azar. Por ejemplo, si sentimos deseos de visitar más, no debemos hacerlo sin un propósito. Por un lado, debemos estar dispuestos a contactar a todos los hermanos y hermanas; pero por otro, debemos ser dirigidos por el Señor para ver qué hermanos y hermanas en particular necesitan el cuidado y la visita en ese momento. Una vez que el Señor nos ponga Su carga por estos hermanos y hermanas, les debemos prestar especial atención a ellos. Así, cuando vengan a las reuniones, debemos tener comunión especialmente con ellos. Mientras tengamos comunión con ellos, debemos estar atentos a su condición espiritual. ¿Se han consagrado? ¿Ya han tomado medidas con respecto a sus pecados? Si aún no lo han hecho, debemos ayudarlos en el momento apropiado a que se consagren a sí mismos y a que tomen medidas con respecto a sus pecados. Una vez que hayan resuelto el problema de sus pecados, debemos ayudarlos a abandonar el mundo. Después de dos semanas debemos ayudarles a aprender otra lección, y luego, después de medio año, ayudarles con otra lección. Además de esto, debemos prestar especial atención al desarrollo de los dones espirituales que Dios les ha dado. Debemos determinar si ellos son las personas adecuadas para predicar el evangelio, para servir como diáconos o para ministrar la palabra. En cualquier área en que ellos se desempeñen mejor, debemos instruirlos, por un lado, para que sean guiados en la vida divina y prosigan poco a poco, y, por otro lado, para que sean perfeccionados en su función. De este modo la iglesia no sólo será fuerte, sino que también producirá a muchas personas que serán útiles.
Todos debemos aprender a hacer esto. Si nuestro servicio es el de ministrar la palabra o el de visitar a las personas, todos debemos servir en una manera bien planeada, y no al azar. Si algunos son designados para la propagación del evangelio, ellos deben primero estudiar las áreas o zonas adonde irán. Por ejemplo, si en algunas áreas hay fábricas y en otras hay escuelas, deben primero considerar la situación de una manera sistemática y luego empezar la labor de evangelización. No deben hacer esto al azar, sin una meta definida. Esto es un asunto muy serio e importante. Servir de esta maneara hará que todos aprendamos una muy buena lección. Debemos aprender a laborar paso a paso de forma sistemática. No debemos tener un comienzo firme y positivo, y después no llevar a cabo lo que empezamos. Todos debemos orar delante del Señor apropiadamente, pidiéndole que cada uno de nosotros pueda hallar nuestro lugar en la obra, y fielmente hacer lo que nos corresponde. De este modo, tendremos buenos resultados, ya sea que sirvamos en la edificación de los santos, en las visitaciones o en el evangelio. Debemos orar lo que hemos oído hasta que lo asimilemos completamente y lo tomemos muy en serio.
Algunos han preguntado si debemos tener un trabajo mientras servimos. Esta pregunta podemos responderla desde tres ángulos. Primero, debemos determinar si hemos aprendido lo suficiente como para servir a tiempo completo. Si nuestro aprendizaje espiritual, nuestra experiencia espiritual y lo que tenemos espiritualmente no es suficiente como para que sirvamos a tiempo completo, debemos tener un trabajo mientras servimos. Pero si hemos aprendido bastante, tenemos mucha experiencia y necesitamos emplear todo nuestro tiempo para ministrar a otros, entonces sin duda debemos servir a tiempo completo. Por consiguiente, lo primero que debemos determinar para saber si debemos tener un trabajo o no, es si contamos con el suficiente capital espiritual para servir a tiempo completo.
En segundo lugar, si tenemos mucho para ministrar espiritualmente, pero Dios no ha dispuesto las circunstancias para que tengamos cierto negocio que provea para nuestro sostenimiento, y la iglesia tampoco puede sostenernos, entonces todavía debemos aprender a continuar en un trabajo. Pablo se basó en este principio cuando tuvo un trabajo. Él no tenía ahorros ni un negocio y, por tanto, necesitaba tener un empleo temporal para ganarse su sustento.
Tercero, vivimos en una era en la que todos los santos deben servir juntos. Por consiguiente, al decidir si usted debe tener un trabajo o no, no debe actuar de forma individualista, sino que debe tener comunión. Si todos los hermanos y hermanas sienten que usted debe servir a tiempo completo, y usted siente lo mismo, entonces debe servir a tiempo completo.
Por consiguiente, los tres principios que determinan si usted debe servir a tiempo completo son, en primer lugar, si tiene muchas riquezas espirituales y necesita emplear todo su tiempo para ministrarlas; segundo, si el Señor ha dispuesto ciertas circunstancias con respecto a su sustento; y tercero, si todos los hermanos y hermanas que sirven juntos dicen amén a esto. Si usted cumple con estos tres requisitos, entonces podrá servir a tiempo completo. Pero si alguno de estos tres requisitos no se cumple, debe tener un trabajo, aunque esto no debe hacer que cambie su carga ni que deje su servicio.
Independientemente de si actualmente tenemos un empleo o no, todos debemos aspirar a llegar a la etapa en la cual verdaderamente vivamos para el Señor y le permitamos manifestarse en nuestro vivir. Si logramos llegar a esta etapa, nos sentiremos contentos cuando estemos ante Su tribunal. Sin embargo, si es claro para nosotros que el Señor no quiere que tengamos un trabajo, debemos dejar nuestro trabajo y proseguir confiadamente por fe, para servir apropiadamente a la iglesia.
Asimismo, si interiormente tenemos claro que el Señor desea que tengamos un trabajo a fin de ganar algunas riquezas materiales para sostener la obra del Señor, debemos proseguir fiel y diligentemente, trabajando y ganando dinero para atender las necesidades de la obra del Señor. Esto es también un tipo de servicio y coordinación. En otras palabras, no está mal que entre nosotros algunos sigan una carrera y tengan negocios. Si nadie hace negocios para la obra del Señor, ¿cómo serán suplidas las necesidades de la obra del Señor?
En cuanto a todos ustedes hermanos y hermanas que han participado en este entrenamiento, si ustedes sienten que el Señor los dirige a servir a tiempo completo, deben proseguir con denuedo; si tienen claro que deben seguir adelante con su negocio, deben trabajar fielmente. Además de estos dos grupos que sirven a tiempo completo o administran algún negocio, hay muchos otros santos a quienes el Señor tal vez no guíe a que sirvan a tiempo completo ni a tener un negocio. Tales personas necesitan tener un empleo para sostenerse y poder servir al Señor. Esto es muy bueno, puesto que les permite servir al Señor bien, y no ser carga para la obra del Señor. En otras palabras, ellos no necesitan que otros los sostengan ni tampoco tienen que sostener a otros. Ellos pueden coordinar juntos en el servicio, al mismo tiempo que son económicamente independientes.
Debe haber estas diferentes situaciones entre aquellos que sirven y coordinan en la vida de iglesia. Una de ellas es que algunos sirvan a tiempo completo, y otra, que sirvan trabajando apropiadamente en su negocio para ayudar a sostener la obra del Señor. Una tercera situación, que estaría en un punto medio, es que algunos no necesiten que otros los sostengan, pero tampoco tengan mucha capacidad como para proveer para otros. Según lo que el Señor les ha dispuesto, ellos deben servir mientras tienen un empleo para sostener a su familia. Esto también es bueno. Para determinar qué clase de servidor debemos ser, se requiere que recibamos dirección de parte del Señor. Al respecto, no queremos tener ningún arreglo definitivo, y mucho menos tratar de organizar nada. Simplemente les estamos presentando esto en comunión, permitiendo que el Señor sea quien los dirija a ustedes personalmente.
Actualmente, además de los cuarenta o cincuenta servidores de tiempo completo, tenemos aproximadamente doce hermanos y hermanas que recientemente han empezado y están dispuestos a servir a tiempo completo. Hay también algunos hermanos y hermanas que necesitan tener un trabajo mientras sirven. Si todos avanzamos en la gracia del Señor, después de algún tiempo más personas vendrán a servir a tiempo completo. En nuestra situación actual no queremos proceder muy rápidamente, ni tampoco queremos hacer ningún tipo de organización humana. No queremos hacer nada para reclutar a los santos para el servicio; más bien, esperamos que los hermanos y hermanas avancen apropiadamente delante del Señor. Primero, debemos tener claro cuál es la dirección del Señor; segundo, nuestro don personal debe hacerse manifiesto; y tercero, debemos recibir confirmación de todos los santos. De esta manera, cuando llegue el momento, espontáneamente serviremos en la categoría apropiada. Sin embargo, ya sea que sirvamos a tiempo completo o sirvamos mientras tenemos un trabajo, debemos proseguir fielmente. Un día el Señor nos manifestará a más personas que deben servir a tiempo completo.