
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en Los Ángeles, California, en el verano de 1969.
Cuando el pueblo de Dios fue llevado a la buena tierra, según se nos relata en los capítulos 12, 14, 15 y 16 de Deuteronomio, el Señor les dijo reiteradamente que una vez que entraran en la tierra de Canaán, ellos no tendrían ningún derecho a escoger el lugar donde debían reunirse a adorar. Dios les dijo una y otra vez que Él mismo elegiría el lugar, el único lugar, en el cual Él pondría Su nombre y edificaría Su morada. A la postre, el lugar elegido fue Jerusalén. Por tanto, Jerusalén llegó a ser el lugar donde el pueblo de Dios se reunía a adorar a Dios, y este centro de adoración único mantuvo unido al pueblo de Dios. Si no hubiesen tenido tal centro de adoración, después de entrar en la buena tierra el pueblo se habría dividido.
Por ejemplo, la tribu de Dan vivía en el norte, bastante alejada de Jerusalén. Supongamos que ellos hubieran argumentado que vivían muy lejos y que les era muy difícil transportarse hasta Jerusalén. Después de todo, Dios no está limitado por la geografía. Si Dios estaba en Jerusalén, ¿por qué no habría de estar en Dan también? Si la tribu de Dan hubiese comenzado a hablar de esta manera, ello inmediatamente habría causado división en el pueblo de Dios. Entonces, otra de las doce tribus habría dicho que si Dan podía establecer un segundo centro de adoración, ellos también podían establecer un tercer centro de adoración. Otros harían lo mismo y establecerían un cuarto, un quinto y un sexto centro de adoración, ¡hasta que se suscitara una sucesión interminable de divisiones!
Dios es sabio. Él sabía que este problema ocurriría, y por ello, les repitió una y otra vez Su mandamiento respecto al único centro de adoración. Él les dio a entender que el pueblo de Israel no tenía derecho alguno a elegir su propio centro de adoración, sino que este derecho le pertenecía exclusivamente a Dios. Dios era el único que podía hacer tal elección. Israel no podía elegir por sí mismo, sino que debía aceptar la elección de Dios, la elección divina. Así pues, nosotros debemos acatar aquello que Dios ya ha elegido. El lugar elegido por Dios llegó a ser el centro de reuniones de Su pueblo, y éste constituye el único terreno, el terreno de la unidad.
Después de cierto tiempo, el pueblo de Israel fue llevado en cautiverio y esparcido por lo menos a tres lugares diferentes. Una vez cumplidos los setenta años de cautiverio, algunos miembros del pueblo de Israel que estaban en Babilonia fueron avivados y tomaron la resolución de levantarse en unidad. ¿Pero bastaba con eso? ¡No! Si bien ellos experimentaron un avivamiento, todavía no habían logrado la verdadera unidad, pues la unidad en Babilonia es todavía una unión de divisiones. Aun cuando estaban unidos en Babilonia, dicha unidad no hizo más que formar otra división. Si bien ellos se levantaron en unidad y había amor entre ellos, el hecho es que se amaban mutuamente dentro de una división. Puede ser que éste haya sido un verdadero avivamiento, pero jamás podríamos decir que haya sido un verdadero recobro.
¿Por qué el pueblo de Israel tenía que retornar a Jerusalén? ¿Acaso no podían ellos adorar a Dios en Babilonia? Sí, ciertamente ellos podían adorar a Dios en Babilonia, y podían adorar a Dios en Siria y en Egipto. Ellos podían adorar a Dios en todos esos lugares, pero la casa de Dios no estaba en ninguno de esos sitios. Si querían adorar a Dios en Su casa, ellos debían retornar a Jerusalén. Dios no es un Dios estrecho; Él puede ser adorado en todo lugar. Pero adorar a Dios de esta manera jamás lo satisfará a Él, ni tampoco traerá satisfacción a quienes así le adoren, pues al adorarlo todavía se sentirían en cautiverio. Esto se debe a que ellos no estarían adorando a Dios en Su casa.
¿Cómo podemos aplicar esto a nuestra experiencia actual? A menos que retornemos al terreno único de la unidad, jamás nos sentiremos plenamente satisfechos, independientemente de cuán espirituales seamos. Es verdad que Dios no es estrecho. Dondequiera que estemos, Él está con nosotros. Pero esa clase de adoración jamás logrará satisfacer a Dios ni tampoco podrá satisfacernos a nosotros mismos, debido a que tal clase de adoración no logra cumplir el deseo de Dios. Lo que Dios desea es obtener una casa, una morada, en esta tierra.
En el capítulo uno de Esdras encontramos cinco verbos cruciales. Primero, vemos que Dios despertó el espíritu de ellos (Esd. 1:1, 5). Nuestro espíritu necesita ser despertado. Lo que necesitamos no es entusiasmarnos, ni analizar ni tampoco tomar alguna determinación, sino ser despertados en nuestro espíritu. Éste es el primero de los cinco verbos. Luego, tenemos que levantarnos (v. 5). Una vez que nuestro espíritu haya sido despertado, tenemos que levantarnos. Éste es el segundo verbo. Después que nos hayamos levantado, tenemos que subir (vs. 3, 5). Todo aquel que está siendo recobrado es alguien que está subiendo, no bajando. Mientras somos recobrados, ¡tenemos el sentir profundo de que estamos subiendo! Regresar a la casa de Dios equivale a subir.
Luego encontramos el cuarto verbo. No debemos subir con las manos vacías; antes bien, debemos llevar algo de oro y de plata (v. 11), lo cual representa al Cristo que hemos experimentado. Todos los utensilios del templo representan nuestras experiencias de los distintos aspectos de Cristo. El pueblo de Dios fue dispersado, y todas las experiencias espirituales fueron llevadas en cautiverio. Esto era una vergüenza para ellos y para Dios. Nabucodonosor puso todos estos vasos, o utensilios, en el templo de sus ídolos. ¡Cuán vergonzoso fue esto para Dios! Aun hoy, algunos queridos cristianos tienen verdaderas experiencias de Cristo, pero ellos se encuentran en Babilonia. Ellos tienen experiencias de Cristo, pero se hallan cautivos, en el lugar de los ídolos. Sus experiencias son correctas, pero están en el lugar equivocado. Dichos vasos son auténticos, pero en vez de estar en el templo de Dios, están en un templo de ídolos. Por tanto, necesitamos traerlos de regreso a Jerusalén.
El libro de Esdras, a pesar de ser breve, nos da detalles en cuanto a la cantidad exacta de los vasos; era un total de 5,400 utensilios. Al ser recobrados debemos traer con nosotros experiencias del Cristo que hemos disfrutado. Tenemos vasos de oro y de plata. Según la tipología, la plata representa la redención de Cristo, y el oro, la naturaleza divina de Dios. Mientras vamos subiendo, debemos llevar con nosotros nuestras experiencias de Cristo y de Su redención, y de Dios y de Su naturaleza divina. Al subir debemos llevar con nosotros algo de Cristo y de Dios. No debemos subir con las manos vacías. Por lo menos debiéramos traer un vaso de oro y uno de plata.
Debe llamarnos la atención que en este pasaje bíblico sólo se mencionan dos clases de utensilios: tazones y tazas (1:9-10). Los tazones son platos grandes, y las tazas son usadas para comer y beber directamente de ellas. Así pues, ambas clases de vasijas tienen como fin servir alimentos.
¿Qué experiencias ha tenido usted de la persona de Cristo? Tales experiencias debieran ser las tazas y tazones que le sirvan a usted para suministrar alimentos a los demás. Al subir para participar de la vida de iglesia, ¿subimos llevando algo en nuestras manos? Tenemos que subir a la vida de iglesia llevando con nosotros tazas y tazones con los cuales servir alimentos que nutran a los demás y sean un suministro para ellos. Estoy convencido de que muchos de los amados santos que están hoy en el recobro del Señor, pueden dar testimonio de cómo subieron a la vida de iglesia llevando consigo tazas y tazones a fin de abastecer a otros. Y ellos pueden dar testimonio, a su vez, de que cuando vinieron a la vida de iglesia, también fueron nutridos. Así pues, ellos poseen algo que ha de nutrir a los demás, y otros también traen consigo nutrimento; de modo que simplemente se alimentan los unos a los otros. En esto consiste la vida de iglesia. Ustedes traen algunos tazones, y yo traigo otros. Ustedes traen algunas tazas, y yo traigo otras. Ustedes me dan de comer, y yo los alimento a ustedes. Debemos suministrarnos alimento los unos a los otros.
Finalmente, tenemos que ser juntamente edificados (vs. 2, 3, 5). Así que, tenemos que despertar, levantarnos, subir, llevar y edificar. Nuestro espíritu necesita despertar, debemos levantarnos, subir a Jerusalén y llevar con nosotros las experiencias de Cristo con las que podamos contribuir a la edificación de la iglesia.
Incluso el Antiguo Testamento dice que nuestro espíritu humano necesita ser despertado. La iglesia no es una sociedad humana, sino una economía divina. No se trata, pues, de un movimiento humano, sino de un mover divino. Por tanto, Dios requiere de nuestro espíritu. Dios despierta nuestro espíritu. No medite ni analice tanto, no se deje llevar por sus emociones ni tampoco se empecine tanto en lo que haya determinado hacer; más bien, es necesario que nuestro espíritu sea despertado. El entendimiento intelectual es una cosa, pero ser despertados en nuestro espíritu es otra. Me temo que algunos de nosotros tengamos un entendimiento intelectual muy claro con respecto al recobro del Señor, pero que en nuestro espíritu seamos muy pobres. Que Dios tenga misericordia de nosotros y pueda hablarnos en nuestro espíritu. Dios tiene que tocar nuestro espíritu; Él tiene que librarnos de nuestra mente y hacer que nos volvamos al espíritu. Entonces no le daremos tanta importancia a los dictados de nuestra mente, nuestras emociones o nuestra voluntad; sino que, por haber sido despertados en nuestro espíritu, avanzaremos con el Señor en Su recobro.
El primer capítulo de Esdras comienza con la frase: “En el primer año de Ciro rey de Persia”. ¿Por qué no fue el segundo o el tercer año? ¿Por qué fue precisamente el primer año? Porque el recobro es verdaderamente un nuevo comienzo. Si hoy nuestro espíritu es despertado para participar del recobro del Señor, entonces éste será el primer año para nosotros. Éste será un nuevo comienzo para nosotros. El primer año de Ciro rey de Persia marcó el inicio de un nuevo reinado. Espero que entre quienes leen estos mensajes haya muchos que digan: “¡Aleluya! ¡Éste es el primer año de mi vida de iglesia! ¡Ahora sé que tengo que subir a Jerusalén!”.
Quizá algunos se pregunten: “Si subimos a Jerusalén, ¿qué pasará con los que no suban con nosotros?”. No piensen tanto en esto, ¡simplemente suban! ¿Por qué tienen que pensar tanto en lo que otros vayan a hacer? Si Dios ha despertado su espíritu, usted tiene que subir, independientemente de lo que los demás hagan. La historia dice que solamente un número muy pequeño de aquellos que se hallaban en cautiverio retornó a Jerusalén; la mayoría prefirió permanecer en cautividad.
Sabemos que además del templo en Jerusalén, jamás el pueblo judío edificó otro templo en toda la tierra; en lugar de ello, ellos edificaron muchas sinagogas. Ellos no se atreven a edificar otro templo porque conocen bien el mandamiento dado por Dios en los capítulos 12, 14, 15 y 16 de Deuteronomio. Si solamente tomamos la resolución de levantarnos pero no subimos a participar de la vida de iglesia apropiada, es posible que sirvamos a Dios, mas sólo le podremos servir en una sinagoga. No basta con tomar una resolución y levantarse dispuestos a actuar para servir a Dios en Su templo, pues además de esto debemos subir. Jamás debiéramos servir a Dios en un nivel inferior al fijado por Él; tenemos que subir. Algunos dicen que pueden predicar el evangelio allí donde se encuentran. Sí, ciertamente ellos pueden predicar el evangelio en el nivel tan bajo y deficiente en el que se encuentran y hasta seguramente dirán que cuentan con la presencia de Dios. En cierto sentido, concuerdo en que ellos cuentan con la presencia de Dios, pero cuentan con la presencia de Dios en un nivel muy bajo. ¡Todos debemos subir! ¡Subir a Jerusalén! ¡Subir al terreno de la unidad! ¡Subir al único terreno que le corresponde a la iglesia!
Estoy lleno de gozo porque en estos años que pasaron hemos visto que muchos santos amados fueron despertados, se levantaron y subieron, llevando su contribución para edificar. Ahora, en muchos lugares ¡ellos están edificando! ¡Aleluya! ¡Despertad! ¡Levantaos! ¡Subid! ¡Llevad! Y ahora, ¡edificad! Edificamos con lo que hemos traído. En síntesis, en esto consiste la obra de recobro que Dios realiza en nuestros días.