
Lectura bíblica: Esd. 3:1-2
El primer capítulo de Esdras dice que Dios despertó el espíritu de algunos de los que se hallaban cautivos en Babilonia. Después que su espíritu fue despertado, ellos se levantaron para volver a Jerusalén llevando consigo los utensilios de oro y de plata. Su intención al retornar era edificar la casa de Dios. Luego, en Esdras 3:1 dice que “se juntó el pueblo como un solo hombre en Jerusalén”. Había llegado el séptimo mes, y aunque el pueblo de Israel estaba en las ciudades, todavía no se había producido la unidad entre ellos. Pero entonces: “Se juntó el pueblo como un solo hombre en Jerusalén”. Ésta fue la verdadera unidad, la armonía genuina, la cual no se produjo en las ciudades sino en Jerusalén. Jerusalén era el único terreno, el único centro, en el cual era posible obtener la unidad y la armonía.
¿Cómo aplicamos todo esto a nuestra experiencia actual? Si somos el remanente que ha salido del cautiverio para retornar a Jerusalén, necesitamos la verdadera unidad y armonía. Todos nosotros tenemos que ser uno. Tenemos que juntarnos como un solo hombre. Todos tenemos que conformar un solo hombre, no en este lugar ni en aquel otro, sino en Jerusalén. No realizamos esto de acuerdo con mis opiniones ni conforme a la manera suya de proceder, tampoco nos rige lo que yo piense ni lo que usted enseñe; sino que nos reunimos regidos por Jerusalén como el centro unificador. ¿Somos capaces de abandonar nuestras opiniones por causa de Jerusalén? ¿Estamos dispuestos a desechar nuestros conceptos por causa de Jerusalén? Todos hemos retornado, pero no debemos continuar bajo la influencia de Babilonia. Tenemos que dejar atrás todo lo babilónico. No regresen a Jerusalén trayendo con ustedes las enseñanzas de Babilonia. Subamos todos a Jerusalén. Allí nada será determinado por mí o por usted, sino que todo será en conformidad con Jerusalén, pues Jerusalén es el único centro y el único terreno en el cual es posible la unidad.
En los últimos años he observado y considerado nuestra situación. He visto que algunos santos comenzaron a reunirse en diferentes lugares, pero con el tiempo tales asambleas fracasaron a causa de la diversidad de conceptos y opiniones de quienes se reunían. El problema radica en que algunos han retornado, pero no trajeron consigo los utensilios; más bien, llevaron consigo las cosas babilónicas, es decir, trajeron consigo muchos conceptos babilónicos. Si bien ellos han retornado, lo han hecho sin ser uno, carentes de unidad. Ellos jamás se han reunido como un solo hombre.
Tengo que alabar al Señor por las iglesias locales. En las iglesias locales, por la misericordia del Señor, somos un solo hombre. No tenemos diversidad de opiniones, hemos abandonado todo concepto babilónico y nos hemos reunido como un solo hombre. Desde que el Señor nos llevó a orar-leer, verdaderamente hemos sido conducidos a la unidad. ¡Alabado sea el Señor! Necesitamos la unidad. Si no obtenemos la unidad ni somos uno, la edificación de la casa del Señor será imposible.
Si hemos de hacer realidad la vida de iglesia, tenemos que olvidarnos de toda enseñanza u opinión divergente que hayamos recibido en el pasado. Tenemos que desechar todas esas cosas. Las diferentes opiniones, los diversos conceptos y el conocimiento bíblico divergente ha causado muchos problemas. ¡Esto es terrible!
Por eso, después de la degradación de la iglesia, el último libro de la Biblia se escribió de manera diferente a los anteriores. Tanto en los Evangelios como en las Epístolas, el orden en que se mencionan a las personas de la Deidad es el siguiente: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero en el último libro, el orden en que se menciona a las tres personas de la Deidad ha cambiado y es: Padre, Espíritu e Hijo. Ahora el Espíritu ha cobrado mayor importancia y no ocupa el tercer lugar, sino el segundo; además, el Espíritu, que es uno solo, ha llegado a ser los siete Espíritus, es decir, el Espíritu siete veces intensificado.
El Señor Jesús dijo muchas cosas en los cuatro Evangelios y los apóstoles escribieron muchos libros, pero ninguno de ellos enfatizó, tal como el libro de Apocalipsis, el hecho de que debemos prestar oído a lo que el Espíritu dice a las iglesias. Este último libro, al final de cada una de las siete epístolas a las iglesias, nos insta: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice”. En la cristiandad se realizan muchos estudios bíblicos y clases bíblicas y existen muchos institutos bíblicos, pero en casi todos ellos lo que se imparte es mera letra, carente de vida.
En lugar de dar clases acerca de la Biblia, necesitamos aprender a llorar por la situación de pobreza y muerte espiritual que impera. Tenemos que atender al Espíritu, no solamente leer lo que está escrito. Tenemos que prestar atención a lo que el Espíritu viviente nos dice en el presente, las palabras para el momento actual. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” No basta con leer lo que está escrito. Estamos en una nueva era, la era del Espíritu.
¿Por qué están divididos los cristianos? Simplemente debido a la diversidad de enseñanzas y doctrinas. Cuanto más diversidad de enseñanzas haya, más divisiones habrá. Todas las diversas enseñanzas y opiniones le han hecho mucho daño al recobro de la iglesia. Me temo que algunos entre nosotros todavía estén bajo la influencia de las doctrinas babilónicas. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos desechar todas esas enseñanzas, independientemente de que sean correctas o erradas. Retornemos a Jerusalén y al Espíritu. Nuestra mentalidad ha hecho mucho daño al recobro del Señor. Simplemente debemos volvernos al Espíritu.
En los últimos quince a veinte años, el Señor nos ha mostrado claramente que Cristo es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17 también dice: “El Señor es el Espíritu”. Basándonos en estos pasajes de las Escrituras, hemos dicho a las personas que tenemos que darnos cuenta de que Cristo no solamente es el Redentor, sino también el Espíritu vivificante. Sin embargo, algunos nos han condenado por esto, diciendo que es una herejía afirmar que Cristo es el Espíritu. Ellos dicen que esto es un error y que es contrario a la enseñanza de la Trinidad. Pero la Biblia dice claramente: ¡“El Señor es el Espíritu”! A nosotros no nos importan las enseñanzas de los hombres, que están carentes de vida, ¡lo único que nos interesa es disfrutar al Cristo vivo que es el Espíritu!
Supongamos que el libro de Apocalipsis no dijera nada con respecto a los siete Espíritus de Dios y, sin embargo, alguien nos dijera que hoy el Espíritu de Dios es los siete Espíritus. ¿Le creería usted? Todos los cristianos calificarían a tal persona de hereje. El Espíritu de Dios es único, es un solo Espíritu. ¿Cómo podría alguien afirmar que Él es los siete Espíritus! ¡Pero alabado sea el Señor! Tenemos este último libro, Apocalipsis, el cual afirma que el Espíritu de Dios no solamente es un solo Espíritu, sino también siete Espíritus. ¿Será esto herejía? Si esto es herejía, ¡es una herejía divina! ¡Es una herejía divina que procede de la boca del propio Señor Jesucristo! ¡Oh, ciertamente las enseñanzas carentes de vida perjudican grandemente tanto la vida cristiana como la vida de iglesia! El Espíritu de Dios es uno. ¿Cómo podría alguien decir que es siete Espíritus? Porque el propio Señor Jesús dijo que el Espíritu es los siete Espíritus. Entonces, ¿qué diremos? Tenemos que decir: “¡Amén! ¡Alabado sea el Señor! ¡Aleluya!”.
Me temo que ustedes todavía abriguen algunos “peros”. Tal vez ustedes digan: “Esto está muy bien, pero...”. Ese pequeño “pero” procede de Satanás. Tenemos que aprender a rechazar los “peros”. No debe haber “peros” entre nosotros, sino solamente unidad; no debe haber ningún “pero”, sino sólo “¡Amén!”. Debemos abandonar todos nuestros “peros”. No debemos defender nuestras propias opiniones a fin de que todos podamos reunirnos como un solo hombre. Jamás digan: “pero”; más bien, simplemente sean uno con los santos. Reunámonos todos como un solo hombre en Jerusalén. Lo único que debe interesarnos es el recobro del Señor. Tenemos que preocuparnos únicamente por la edificación del templo del Señor. ¡Regresemos todos a Jerusalén para reunirnos como un solo hombre!
Encontramos algo más en Esdras 3:2, a saber, se mencionan los nombres de dos personas: Jesúa [o Josué] y Zorobabel. Al leer los libros de Hageo y Zacarías, nos damos cuenta de que Josué era el sumo sacerdote en ese tiempo. Además, según consta en el libro de Hageo, Zorobabel era gobernador de Judá, y al estudiar su genealogía vemos que él era descendiente de David. Así que, él pertenecía al linaje de los reyes. Por consiguiente, encontramos estas dos personas: Josué, quien representa el sacerdocio, y Zorobabel, quien representa el reinado. En los libros de Esdras, Nehemías, Hageo y Zacarías, encontramos siempre una representación de estos dos ministerios. Esto se debe a que dichos libros están relacionados con el recobro de la edificación de la casa de Dios y de la ciudad de Dios.
La edificación de la casa de Dios siempre requiere el sacerdocio y el reinado. Con relación a la edificación del tabernáculo, Moisés representaba el reinado y la autoridad, y Aarón, el sacerdocio. Con respecto a la edificación del templo, Salomón representaba el reinado, y el sumo sacerdote representaba el sacerdocio. Asimismo, con respecto al recobro de la edificación, el sacerdocio y el reinado siguen siendo necesarios. En la obra de edificación original primero se menciona el reinado y después el sacerdocio. Pero con respecto al recobro, se menciona primero el sacerdocio y después el reinado. El reinado es la autoridad divina, y el sacerdocio consiste en tener contacto con Dios, ser llenos de Él y ser plenamente ocupados y poseídos por Él.
A fin de que la edificación de las iglesias locales sea recobrada, no sólo es necesario dejar las denominaciones y venir al terreno de la localidad, sino que también es menester que el sacerdocio y el reinado sean recobrados. ¡Alabado sea el Señor que muchos han retornado! Pero, en los últimos años, he notado que en muchos lugares, aun cuando las personas han vuelto al terreno de la unidad, todavía estaban ausentes tanto el sacerdocio como el reinado. Estas personas carecen tanto de Josué como de Zorobabel. Tales grupos han dejado las denominaciones y han vuelto al terreno apropiado con la intención de recobrar la vida de iglesia, pero han fracasado en su intento debido a que entre ellos el sacerdocio y el reinado estaban ausentes. Ellos pensaban que al retornar al terreno apropiado podrían valerse de ciertos métodos para poner en práctica la vida de iglesia, pero sus métodos no surtieron efecto. La vida de iglesia no es cuestión de aplicar ciertos métodos, sino que requiere el sacerdocio y el reinado.
¿Estamos nosotros participando en el sacerdocio y nos hallamos sometidos al reinado? El sacerdocio es necesario para que podamos tener un verdadero contacto con Dios, y así todo nuestro ser sea saturado de Él. No es cuestión de conducir nuestras reuniones de cierta manera; eso jamás funcionará. Al contrario, se requiere que el sacerdocio sea una realidad entre nosotros. ¿Estamos nosotros participando en el sacerdocio? ¿Conocemos el sacerdocio por experiencia propia? Y, si es así, ¿estamos ayudando a los demás a participar en el sacerdocio? No se trata de hacer esto o aquello, sino de llevar a cabo el sacerdocio. Día tras día, todos debemos tener contacto con el Señor, ser llenos y saturados de Él y permitir que Él ocupe todo nuestro ser. Es así como debemos ejercer nuestro sacerdocio. Es necesario ayudar a todos los queridos santos que están en el recobro del Señor a conocer en qué consiste el sacerdocio apropiado. Necesitamos tener contacto con el Señor. Dar gritos de júbilo en las reuniones es bueno, pero ¿qué de nuestra comunión con el Señor en nuestra vida privada? ¿Cuánto contacto tienen ustedes con el Señor y cuánto han sido saturados de Él en su vida diaria? En esto consiste el sacerdocio. En el recobro del Señor, el sacerdocio es indispensable; necesitamos que algunos sean “Josué”.
También necesitamos el reinado, la autoridad divina. La gente siempre nos pregunta quién es el que gobierna en la iglesia. Yo siempre les digo que esto es difícil de contestar. Si ustedes dicen que alguien rige, yo diría que no es así; pero si me dijeran que nadie tiene a su cargo el gobierno, diría que tampoco es así. ¿Quién rige en las reuniones de la iglesia en Los Ángeles? Si ustedes me dicen que nadie tiene a su cargo el gobierno, yo no estaría de acuerdo. Pero si me dijeran que hay alguien que rige, tampoco estaría de acuerdo. Todo es cuestión de aprender a someterse a la autoridad divina. Hay cierta clase de reinado divino entre nosotros, y todos nos encontramos bajo este reinado. No necesitamos elegir a ningún líder; más bien, lo que necesitamos es estar bajo la autoridad divina.
En algunos lugares los santos me han dicho que es realmente difícil decidir quiénes han de ser los líderes. En ocasiones he dicho lo siguiente: todo aquel que quiera ser un líder no es apto para serlo. Es una vergüenza que alguien ambicione ser un líder entre los santos del recobro del Señor. Un líder simplemente es un líder. Si usted es un líder, todos lo sabrán. Usted es simplemente lo que es. Si conocemos la autoridad divina y entendemos lo que es el reinado entre nosotros, todos sabremos cuál es el lugar que nos corresponde; sabremos quiénes somos, qué somos y dónde estamos. Sabremos esto porque estamos bajo el reinado y la autoridad, que no es otra cosa que el señorío del Señor Jesús, nuestra Cabeza.
En el recobro del Señor se requiere el sacerdocio y el reinado; sólo entonces será posible la obra de recobro. El capítulo tres de Esdras relata que lo primero que se recobró, o restauró, fue el altar. Para que la casa sea recobrada, es indispensable restaurar el altar primero. Sin el altar, la casa jamás será recobrada. El altar es el lugar donde todo es entregado al Señor. En esto consiste el recobro de la verdadera consagración.
Según Esdras 3, el pueblo de Israel no ofreció nada sobre el altar excepto el holocausto. Sobre dicho altar no se ofrecía la ofrenda por el pecado, ni la ofrenda por las transgresiones, ni la ofrenda de paz ni alguna otra ofrenda. Allí sólo se ofrecía el holocausto, el cual tenía como fin la satisfacción de Dios. La ofrenda por el pecado se presentaba por el pecado, la ofrenda por las transgresiones se presentaba por las transgresiones, la ofrenda de paz se presentaba para que nuestra paz fuera restaurada, la ofrenda de flor de harina se presentaba para nuestra satisfacción, pero el holocausto tenía como fin la satisfacción de Dios. Así pues, recobramos la casa de Dios para que Dios sea satisfecho. La casa no es edificada para que nosotros seamos perdonados, tengamos paz con Dios y hallemos disfrute, sino única y exclusivamente para que Dios sea satisfecho. Por tanto, no debemos ofrecer nada en el altar excepto el holocausto. En otras palabras, debemos poner sobre el altar todo lo que tenemos, todo lo que somos y todo lo que podemos hacer, con miras a la satisfacción de Dios. Esto marca el inicio de la vida de iglesia. Antes de que se ponga en práctica la vida de iglesia, primero es imprescindible que lo pongamos todo sobre el altar. Los jóvenes deben ofrecer sus títulos universitarios y las becas que hayan obtenido, y todos debemos ofrecer todo cuanto tenemos y todo lo que somos sobre el altar, para la satisfacción de Dios. De otro modo, será imposible que la casa de Dios sea recobrada.
En algunos lugares he observado que a ciertos hermanos les gusta asumir la responsabilidad en la vida de iglesia, pero ellos mismos aún siguen en el mundo. Todavía no han puesto sobre el altar todo lo que tienen ni todo lo que son. Nuestra consagración debe ser una en la cual lo ofrezcamos todo sobre el altar para la edificación de las iglesias locales.
Muchas iglesias tienen la carga genuina de que en su localidad aquellas personas que buscan al Señor sean añadidas a la iglesia. Pero, a la postre, sólo se añaden unas cuantas personas. Les digo con franqueza que si ustedes ofrecen sobre el altar todo —todo lo que tienen, todo lo que son y todo lo que pueden hacer—, el Señor atraerá a aquellos que genuinamente le buscan. El problema es que después de haber regresado de Babilonia a Jerusalén, seguimos conservando muchas cosas para nuestro propio beneficio. No lo hemos ofrecido todo sobre el altar para el beneficio y la satisfacción del Señor. Ésta es la razón por la que necesitamos consagrarnos.
En Esdras 3 vemos que ellos ofrecieron holocaustos cada día, por la mañana y por la tarde. Se ofrecían holocaustos continuamente. Todo el tiempo había algo consumiéndose sobreel altar. Sólo este tipo de consagración puede lograr la edificación de las iglesias.
Si realmente hemos tomado en serio los asuntos del Señor, debemos ofrecerlo todo sobre el altar. De otra manera, sería mejor regresar a Babilonia. No debemos regresar a Jerusalén y seguir llevando la misma vida que llevábamos en Babilonia. La vida que llevamos en Jerusalén debe ser consagrada absolutamente para los intereses del Señor. La vida que llevamos en el recobro del Señor debe estar dedicada absolutamente a recobrar la edificación de las iglesias.
Algunas iglesias han crecido muy poco. Si realmente toman en serio los asuntos del Señor, ellas debieran orar fervientemente: “¡Señor, concédenos crecer, de otro modo, moriremos!” Debemos ser fríos o calientes. Si somos fríos, debemos estar congelados; y si somos calientes, debemos ser tan ardientes que la gente diga que estamos locos. No importa que la gente diga que somos unos exagerados. Cada uno de nosotros debiera estar fuera de sí y manifestar extremo ardor por la iglesia local. Si somos tal clase de persona ardiente y fervorosa, veremos cómo crece la iglesia. No nos debe importar lo que la gente diga de nosotros; debemos estar completamente entregados al recobro del Señor.
Lo primero que debe ser recobrado en la vida de iglesia es el altar. Todos debemos recobrar el altar orando así: “Señor, este día ponemos sobre el altar todo lo que tenemos, todo lo que somos y todo lo que podemos hacer. Hacemos esto por Tu casa, por Tu iglesia”. Esto es lo que necesitamos. Necesitamos la unidad, el sacerdocio, el reinado y el altar. De este modo echaremos los cimientos del templo para que pueda ser recobrada la edificación de las iglesias.