Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Recobro de la casa de Dios y de la ciudad de Dios, El»
1 2 3 4 5 6 7 8
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO TRES

PONER EL ÚNICO FUNDAMENTO, EL CUAL ES CRISTO

  Hasta aquí hemos abarcado cuatro temas principales: la unidad, el sacerdocio, el reinado y el altar. El quinto tema que hemos de tratar es el establecimiento del único fundamento. Los cuatro asuntos anteriores —la unidad, el sacerdocio, el reinado y el altar— tienen como finalidad hacer posible que el fundamento sea puesto. Así pues, debemos aplicar todos estos asuntos a nuestra experiencia concreta.

  En realidad no necesitamos mucha enseñanza, pero sí necesitamos la aplicación práctica. Después de muchos años de observación he notado que en algunos lugares, aun cuando aparentemente las personas habían regresado a Jerusalén, no se puso el fundamento. Pasaban los años y simplemente no se echaban los cimientos. Si bien había un grupo de personas que había retornado con la intención de establecerse en el terreno apropiado para la vida de iglesia, aún así, ellos no habían puesto el fundamento requerido.

  Después de haber regresado a Jerusalén y haberse establecido en el terreno apropiado, lo que se necesita con urgencia es poner el fundamento. Nuestra meta no es sólo estar en el terreno apropiado, sino establecer el cimiento único. Si bien es necesario venir al terreno único, al terreno de la unidad, nuestra meta no es dicho terreno sino el fundamento. Creo que todos sabemos quién es el fundamento. El fundamento es Cristo. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11). Éste es el fundamento único que se establece en el terreno único.

  Hay quienes dicen que enfatizamos mucho el terreno y que no tomamos en cuenta el fundamento. No estamos de acuerdo. Nosotros tomamos el terreno a fin de establecer el fundamento. Estamos firmes sobre el terreno con la finalidad de tomar a Cristo como nuestro único fundamento. Pero he notado que algunos de los que retornaron de la cautividad han establecido otro fundamento, un fundamento distinto de Cristo. En algunos lugares hay grupos que reclaman haber tomado el terreno, pero que no han puesto a Cristo como su fundamento. En vez de Cristo como su único fundamento, ellos toman como cimiento el hablar en lenguas, por ejemplo, o alguna otra cosa que no es Cristo. Independientemente de cuán bueno sea su cimiento, si éste no es Cristo mismo, entonces no es el fundamento apropiado. Finalmente, este fundamento se convierte en un factor de división. Algunos quizás dirán que han retornado para establecerse sobre el terreno único; no obstante, establecen un fundamento que causa división. ¿Se dan cuenta de cuán sutil es esto? Así que, debemos ser extremadamente cuidadosos al respecto.

  Me gusta el libro de Esdras porque en él no hallamos muchas enseñanzas. Al inicio, el pueblo no tenía a los profetas. Todo lo que tenían era la unidad, el sacerdocio, el reinado y el altar.

  Hoy en día, en algunos lugares no tienen la unidad, ni el sacerdocio, ni el reinado ni tampoco tienen el altar. Sólo tienen muchos profetas. Al observarlos a ellos, parecería que el Cuerpo sólo está conformado por bocas, pues hasta los dedos de los pies se convierten en bocas. En tales lugares se habla mucho y se discuten muchos asuntos doctrinales, pero se carece de la unidad, del sacerdocio y del reinado divino. A tales personas simplemente no les interesa conducir a los demás a la presencia de Dios para ayudarles a tener contacto con el Señor y ser plenamente poseídos por Él. Lo único que les interesa son las enseñanzas bíblicas. Ellos tienen muchos profetas, pero ningún sacerdote. No les interesa el altar de Dios ni tampoco le dan importancia a la autoridad divina, o sea al reinado. Entre ellos simplemente se habla mucho y se expresan diversidad de opiniones.

INGENUAMENTE UNIDOS

  ¡Alabado sea el Señor porque en los orígenes del recobro no había profetas! La gente simplemente se juntó como un solo hombre. Quizás algunos digan que ellos eran ignorantes e ingenuos, ¡pues entonces seamos todos ingenuos! ¡Reunámonos como un solo hombre con absoluta ingenuidad! No es necesario ser tan sagaces ni tan sabios. Lo único que tenemos que hacer es simplemente unirnos al pueblo del Señor para conformar un solo hombre. Debemos aprender a ser tan ingenuos, carentes de opiniones. ¿Podrán ustedes aprender a abrir su boca únicamente para alabar y jamás para emitir opiniones? A esto nos referimos cuando hablamos de ser ingenuos.

  Muchos no saben cómo conducir a las personas a la presencia del Señor, ni cómo sujetarse a la autoridad de Cristo ni tampoco cómo ser uno con los demás. Ellos simplemente no han aprendido a renunciar a sus propias opiniones y ser uno con los demás en absoluta ingenuidad. No saben ponerlo todo en el altar. Entre ellos está ausente la consagración. Si la situación es ésta, ella es verdaderamente una situación espantosa. Yo preferiría estar rodeado de gente ingenua, donde todos están llenos de Cristo, se sujetan a la autoridad de Cristo y lo ponen todo en el altar. Si los demás nos califican de ingenuos, nosotros sólo podemos decir: “¡Alabado sea el Señor! ¡Somos ingenuos de manera espiritual!”.

  En los comienzos del libro de Esdras, no había maestros ni profetas. En el cristianismo de hoy siempre se piensa que para edificar una iglesia es necesaria la presencia de un gran maestro. Pero pueden tener la certeza de que un gran maestro traerá grandes problemas, mientras que un pequeño maestro sólo causará pequeños problemas; y la ausencia de un maestro significa que éste no producirá problemas. Si hay dos grandes maestros, pueden tener la certeza de que habrá dos grandes divisiones. No es necesario debatir al respecto, pues la historia nos ha demostrado que esto siempre es así.

  Todos los problemas y divisiones se han originado en los maestros. Siempre que hay un maestro, es seguro que se producirán problemas y habrá división. Meras enseñanzas jamás edifican; más bien, solamente dividen y destruyen.

  Me encanta el libro de Esdras; desde su inicio no vemos maestros ni profetas, sino que sólo vemos la unidad de todo el pueblo. Toda la gente se juntó en Jerusalén como un solo hombre (Esd. 3:1). Si no aprendemos a ser ingenuos, jamás podremos ser uno con otros. Las personas sagaces jamás podrán ser uno con los demás. Las personas muy sagaces siempre me inspiran temor. No sean tan sagaces ni tan listos, pues sólo así podrán ser uno con los demás.

  En ocasiones, alguien dirá que cierta persona es un buen hermano, ¡pero yo siempre quiero saber de qué manera es bueno! Si él es ingenuamente bueno, ¡eso es maravilloso! Pero si es sagazmente bueno, prefiero alejarme de él. En el pasado, yo sufrí mucho a manos de las personas astutas y sagaces. En la iglesia, el Señor no tiene necesidad de personas astutas. La primera persona sagaz que se reunió con el Señor Jesús fue Judas, quien lo traicionó. Judas era verdaderamente muy sagaz. Al leer el Nuevo Testamento podemos ver que tanto los discípulos del Señor como los primeros creyentes fueron edificados conjuntamente debido a que se unieron con absoluta ingenuidad.

  ¿Cómo podemos ser uno? Tenemos que abandonar nuestras opiniones y volvernos personas ingenuas. Al inicio del Nuevo Testamento, todos los creyentes estaban unidos. Entre ellos se manifestaba el sacerdocio y el reinado, y pusieron todo cuanto tenían en el altar para que fuera completamente quemado y consumido. ¿Acaso no les parece que ellos eran extremadamente ingenuos? Si yo hubiese estado presente, quizás les hubiera preguntado: “¿Qué están haciendo? Necesitamos todas esas cosas para la obra del Señor”. Pero ellos eran realmente ingenuos.

  Lo que quiero decir es esto: si observamos cuál era la situación en tiempos de Esdras, veremos que lo que ellos hacían parecía ser una “tontería”. Cuando sus adversarios vieron a estas personas que actuaban con tal ingenuidad al ponerlo todo en el altar para que fuese consumido por el fuego, ellos se alegraron. Pero después, al ver que ellos ponían el fundamento, ya no se alegraron. Al comienzo, ellos parecían unos insensatos, pues carecían de enseñanzas y no reunían a la congregación para darle instrucciones; más bien, simplemente se juntaron como un solo hombre, dando lugar a que se estableciese el altar y a que se manifestara el sacerdocio y el reinado divino. Hermanos y hermanas, todos nosotros necesitamos ser así de ingenuos. No aprendan a ser sagaces ni sean instruidos para llegar a ser astutos; más bien, aprendan a ser sencillos e ingenuos, de manera que lo pongan todo en el altar.

CÓMO PONER EL FUNDAMENTO

  La unidad, el sacerdocio, el reinado y el altar constituyen la preparación para poner el fundamento. Según la tipología, este fundamento no es otro que Cristo mismo. Ellos pusieron a Cristo como el fundamento. Únicamente les interesaba Cristo, y nosotros debemos ser iguales a ellos. Lo que verdaderamente nos importa no es profetizar, ni sanar a los enfermos, ni hablar en lenguas, ni tampoco nos importan prácticas tales como la de lavarse los pies unos a otros o cubrirse la cabeza; lo único importante para nosotros es Cristo y nada más. No tenemos otro fundamento que no sea Cristo mismo. Si bien es cierto que estamos firmes sobre el terreno de la iglesia, nuestra meta final no es ésta. El terreno existe con la finalidad de que el fundamento único sea establecido, y este fundamento es Cristo y solamente Cristo.

  Orar-leer no es nuestro fundamento, sino que es un medio para que el fundamento sea establecido. Orar-leer es un medio para llevar a cabo la edificación. Damos gracias al Señor de que en los últimos años hemos visto la obra de edificación avanzar mediante la práctica de orar-leer. El orar-leer realmente edifica la iglesia, pero no es el fundamento. Nuestro fundamento es únicamente Cristo.

  ¿Cómo ponemos el fundamento? El fundamento es puesto por medio de alabanzas y gritos de júbilo. “Y cuando los canteros echaron los cimientos del templo de Jehová, pusieron a los sacerdotes vestidos de sus ropas y con trompetas, y a los levitas hijos de Asaf con címbalos, para que alabasen a Jehová, según las instrucciones de David rey de Israel. Y cantaban, alabando y dando gracias a Jehová, y diciendo: Porque El es bueno, porque para siempre es Su benignidad sobre Israel. Y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo, alabando a Jehová porque se echaban los cimientos de la casa de Jehová. Y muchos de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro; porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta lejos” (Esd. 3:10-13).

  Si vamos a otra ciudad, no es necesario enseñar o predicar tanto. Simplemente tenemos que ir allí a alabar y a dar gritos de júbilo con respecto a Cristo. Si vamos a dicha ciudad a exaltar a Cristo, tengo la convicción de que un firme fundamento será establecido.

  ¿Por qué tenemos que hacer las cosas conforme a la manera vieja? Venimos a las reuniones a sentarnos y esperar que alguien pida un himno, después de lo cual todos cantamos. ¿Por qué hacemos las cosas de una manera vieja? ¿Cuál es la base bíblica para proceder así? ¿Por qué se da un mensaje en todas nuestras reuniones? ¿Por qué no celebramos una reunión dedicada a dar aclamaciones? En dicha reunión ustedes dan gritos y yo también: “¡Hermanos, Cristo es mi vida! ¡Cristo es vencedor!”. Y luego otros responden: “¡Sí, Cristo es victorioso!”. Pero no debemos convertir esto en otro método. Simplemente tenemos que ser personas nuevas y llenas de vida. Estoy firmemente convencido de que el Señor derribará la manera vieja de proceder. No creo que la manera antigua de predicar vaya a ser prevaleciente. Es menester que surja algo nuevo.

  Según Esdras, ¿cómo pusieron el fundamento? Dando gritos de júbilo y alabando. Cuando la cristiandad va a erigir uno de sus edificios o templos, ellos suelen organizar una celebración cuando se echan los cimientos. Acostumbran cantar un himno, el pastor lee un pasaje de la Palabra y se predica un mensaje. Ésta es la manera vieja de celebrar una reunión, algo carente de la vida divina. Ciertamente Cristo no es el fundamento en tales casos. Si realmente Cristo fuese el fundamento, todos gritarían: “¡Aleluya!”.

  Consideren el relato hallado en el libro de Esdras. Algunos daban gritos de júbilo mientras que otros lloraban. No había orden. Si usted visita un cementerio, no tendrá necesidad de decirle a nadie que guarde el orden, pues todos están en el debido orden al estar muertos y sepultados. Pero si estamos llenos de vida, será difícil mantener un estricto orden. Todos sabemos que, según la historia, el pueblo hebreo era un pueblo muy religioso; pero en este relato en particular no hallamos mucha religiosidad. Ellos simplemente se juntaron como un solo hombre. ¿Podríamos considerar esto como religioso? Ellos pusieron todo sobre el altar para que fuera incinerado; y cuando pusieron el fundamento, daban gritos de júbilo y lloraban tanto que no se podía distinguir a los que lloraban de los que daban gritos de júbilo. ¿Es esto, acaso, religioso?

  Cuando retornamos al terreno apropiado, tenemos que orar para que el fundamento sea puesto. No es necesario convocar una reunión y decir: “Hermanos, por favor abran sus Biblias y leamos 1 Corintios 3:11. Todos debemos saber que el fundamento único es Cristo”. ¡Éstas son enseñanzas carentes de vida! Usted está en lo correcto, pero carece de la vida divina. En el recobro del Señor no necesitamos esta clase de enseñanzas muertas. Al retornar al terreno de la iglesia, debemos hacerlo con gritos de júbilo, con alabanzas, llenos de Cristo y despojados de toda enseñanza muerta. ¡Esto será maravilloso!

  No hace mucho, mientras me encontraba de viaje, tuve que detenerme por tres horas en cierto lugar donde había una iglesia local. Esto me permitió reunirme con dos hermanos de dicha localidad y tener comunión con ellos mientras esperaba en el aeropuerto. Ellos me contaron que un hermano de su localidad había visitado Los Ángeles por tres semanas, y que a su retorno lo primero que había hecho en la reunión había sido gritar: “¡Aleluya!”. Todos los asistentes a esta reunión sabían que este hermano acababa de regresar de Los Ángeles. Ellos no habían visto a este hermano por algún tiempo, pero ahora escucharon su: “¡Aleluya!”. La vida divina bullía en esta persona. Esto fue muy bueno. Pero si en lugar de ello esta persona hubiese regresado a enseñarles a gritar: “¡Aleluya!” de la manera en que lo hacen en Los Ángeles, habría cometido un error, pues lo único que estaría pidiéndoles sería que gritaran de una manera carente de vida. No es cuestión de imitar, sino de ser llenos de Cristo. Cuando ponemos a Cristo como el fundamento, estamos tan felices que gritamos: “¡Aleluya!”. Nuestro único fundamento es Cristo y nada más. Ya no nos importa esto o aquello; lo único que nos importa es Cristo. Éste es el único fundamento de la casa de Dios. Hemos visto esto y, de hecho, estamos establecidos sobre tal fundamento. ¡Alabado sea el Señor!

LA SUTILEZA DEL ENEMIGO

  Después de colocado el fundamento, algo sucedió. El hecho de que el fundamento fuese establecido molestó a los enemigos del pueblo de Israel. Ellos se percataron de que algo muy serio había ocurrido, así que se acercaron a los israelitas sutilmente: “Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los hijos de la cautividad edificaban un templo de Jehová Dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a El ofrecemos sacrificios desde los días de Esar-hadón rey de Asiria, que nos hizo venir aquí. Pero Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: ‘No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel, como nos mandó el rey Ciro, rey de Persia’. Pero el pueblo de la tierra debilitó las manos del pueblo de Judá, y lo estorbó para que no edificara. Y tomaron a sueldo contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos, todo el tiempo de Ciro rey de Persia y hasta el reinado de Darío rey de Persia” (Esd. 4:1-5).

  En años pasados nosotros también hemos escuchado palabras semejantes a estas una y otra vez: “Hermano, déjenos trabajar con usted. No hay diferencia entre nosotros”. Cualquiera que diga: “No hay diferencia entre nosotros”, difiere en algo de nosotros; de lo contrario, no tendría necesidad de hacer tal afirmación. En lugar de ello, simplemente se uniría a nosotros, sería uno con nosotros. No debemos dejarnos engañar.

  Cuando estaba en el Lejano Oriente, algunos misioneros me visitaron y dijeron: “Hermano, ayudémonos unos a otros. No hay diferencia entre nosotros. Ustedes han salido de las denominaciones, y nosotros no somos denominacionales”. Pero yo tuve que decirles: “Hermanos, sí hay diferencias entre nosotros; no somos lo mismo”. Después de lo cual les hacía notar lo que ellos eran y lo que nosotros éramos. Éste es un impedimento que astuta y sutilmente el enemigo intenta poner en nuestra senda. En el recobro del Señor, jamás debemos tolerar mezcla alguna; tenemos que ser absolutamente puros. Si tomamos este camino, debemos estar preparados a que se nos acuse de ser estrechos. En este sentido, todos tenemos que ser muy estrechos; es la sutileza del enemigo la que nos insta a tratar de ser amplios.

  ¿Quiénes fueron aquellos que afirmaban buscar a Dios de la misma manera que lo hacían los israelitas? Fueron aquellos que estaban más cerca de Jerusalén. Los que están más próximos son los que causan más problemas. No presten atención a palabras tales como: “No existe diferencia entre nosotros; somos lo mismo”. Nosotros rechazamos esta clase de propuesta tan sutil y astuta, por lo cual de inmediato se levantó gran oposición en contra nuestra. Si estamos claros con respecto al recobro del Señor, entonces debemos entregarnos completamente a éste y a nada más. Puesto que sólo servimos para el recobro, no podemos ser útiles para nada más. No podemos laborar junto con aquellos que, si bien están muy cerca, son radicalmente diferentes, debido a que la naturaleza del recobro del Señor es única.

  Observemos la situación. Existía Jerusalén, Egipto, Siria y Babilonia. Ciertamente había mucho que Dios podía realizar en Babilonia. Los israelitas edificaron muchas sinagogas en Babilonia, y en ellas se laboró mucho para que la gente conociera a Dios y la ley de Moisés. Estoy seguro que se hacían buenas obras tanto en Siria como en Egipto. Aquellos que dijeron: “Como vosotros buscamos a vuestro Dios”, habían sido llevados de Siria a un lugar cercano a Jerusalén. Me parece que ellos eran antepasados de los samaritanos. En Juan 4 vemos que los samaritanos hablaban mucho sobre cómo adorar a Dios.

  Supongamos que usted fuese uno de los israelitas que retornó a Jerusalén. Tal vez aquellos que están cerca a usted le digan: “¿Por qué tienes que ser tan peculiar? Aquí hay otras personas igualmente devotas que también pertenecen al pueblo de Dios y, además, ellas te aman. ¿Por qué no te quedas con ellos? Tú dices que tienes que subir a Jerusalén, pero ¿no estás siendo demasiado estrecho? Tú solamente te congregas con doce personas, ¡pero ellos son doce mil! ¿Por qué no te quedas con los doce mil? ¿Por qué retornar al grupo de sólo doce?”. Si usted no entendiera las cosas claramente, de inmediato se confundiría. Incluso usted iría a hablar con los otros doce y les preguntaría: “¿Qué hacemos aquí cuando hay tantos santos queridos que no están en Jerusalén? ¿Por qué no vamos a ellos y nos unimos a ellos? ¿Por qué debemos permanecer con este grupo tan pequeño aquí?”. Así pues, si usted no tiene las cosas claras, será alejado de Jerusalén.

  Ciertamente en todo lugar hay mucho trabajo para Dios, aquí y allá; e incluso se trata de lugares muy cercanos al recobro. No son lugares lejanos como Babilonia, Siria o Egipto, sino que se trata de lugares muy cercanos a Jerusalén. Tal vez ellos lleguen a decirle que, en realidad, no hay diferencia entre ustedes y ellos. Entonces, ¿qué les responderá usted? Me temo que usted vaya a pensar que el Señor le envió algunos ayudantes. Pero estas personas, lejos de ayudarle, le impedirán proseguir. Tal vez un hermano diga: “¡Alabado sea el Señor! Estas personas no están en Siria, ni en Egipto ni en Babilonia, sino que están muy cerca a nosotros. Si les ayudamos un poco, ellos se unirán a nosotros”. Pero, ¡ellos sólo le ayudarán a salir de donde usted está! No diga que ellos están muy cerca de usted. Ellos actúan con astucia y sutileza a fin de sacarlo a usted de donde está. Lo que usted tiene que hacer es edificar el muro y cerrar la puerta. Yo sé que nuestro astuto enemigo dirá que esto es ser estrecho y sectario. Pero tenemos que saber qué significa ser sectarios. Si somos sectarios o no, está determinado por el terreno genuino. Si usted está en Jerusalén, no es posible que usted sea sectario. Pero si usted no está establecido en el terreno apropiado, independientemente de cuán amplio y todo-inclusivo sea usted, todavía sigue siendo sectario. Siempre y cuando usted esté en Babilonia, todavía es una persona facciosa debido a que se ha establecido sobre un terreno divisivo. Pero siempre y cuando estemos en el terreno apropiado, estaremos dando testimonio de la unidad única, la cual es propia de todos los hijos de Dios.

  No fue la astucia sutil del enemigo la que logró detener la obra de edificación, sino que fue la oposición. La oposición surgió debido a que ellos no se consagraron de manera absoluta. Si bien ellos estaban claros respecto a dicha obra de edificación, su consagración no era absoluta y sin reservas; debido a que ellos estaban claros al respecto, no pudieron ser detenidos con proposiciones astutas y sutiles, pero debido a que no estaban consagrados con todo su ser y no eran lo suficientemente fuertes, fueron detenidos por la oposición que se levantó en contra de ellos. “Entonces, cuando la copia de la carta del rey Artajerjes fue leída delante de Rehum, y de Simsai secretario y sus compañeros, fueron apresuradamente a Jerusalén a los judíos, y les hicieron cesar con poder y violencia. Entonces cesó la obra de la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y quedó suspendida hasta el año segundo del reinado de Darío rey de Persia” (Esd. 4:23-24).

LA VENIDA DE LOS PROFETAS

  Fue en ese tiempo que los profetas vinieron. “Y los profetas, Hageo y Zacarías hijo de Iddo, profetizaron a los judíos que estaban en Judá y en Jerusalén, en el nombre del Dios de Israel quien estaba sobre ellos. Entonces se levantaron Zorobabel hijo de Salatiel y Jesúa hijo de Josadac, y comenzaron a reedificar la casa de Dios que estaba en Jerusalén; y con ellos los profetas de Dios que les ayudaban ... Y los ancianos de los judíos edificaban y prosperaban por las profecías del profeta Hageo y de Zacarías hijo de Iddo. Edificaron, pues, y terminaron, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío, y de Artajerjes rey de Persia. Esta casa fue terminada el tercer día del mes de Adar, que era el sexto año del reinado del rey Darío” (Esd. 5:1-2; 6:14-15).

  Los profetas intervinieron debido a que el pueblo era débil y no se encontraba en una condición normal. Siempre que el Señor hace surgir profetas, ello es prueba que no hay una situación normal. Si la situación fuese normal, no habría necesidad de profetas, pues bastaría solamente con el sacerdocio y el reinado. Pero en el libro de Esdras vemos que la situación se había vuelto anormal, por lo cual hubo necesidad de los profetas. Cuando se había logrado impedir que se cumpliese con el propósito de edificar la casa de Dios, Dios hizo surgir a Hageo y a Zacarías. Incluso Zacarías era un sacerdote que ejerció la función de profeta, esto es, un sacerdote-profeta. Esta clase de profeta ciertamente guarda relación con el sacerdocio.

  Cuando la reedificación de la casa de Dios es obstruida, necesitamos ser fortalecidos por los profetas. En todos los libros que tratan sobre el recobro que Dios efectúa, encontrarán que no hay muchas enseñanzas, ni tampoco diversidad de opiniones e ideas. Por eso me gustan tanto estos libros. Estos libros nos muestran que cuando el pueblo retornó, no trajeron consigo enseñanzas ni opiniones. Por el contrario, fueron muy sencillos. Pero debido a que eran débiles y estaban relacionados con el mundo, ellos necesitaron de la ayuda de los profetas, quienes los fortalecieron a fin de que se separaran completamente del mundo.

  Hoy en día todos tenemos que darnos cuenta de que al recobrar la vida de iglesia, no es necesaria tanta enseñanza. Lo que se necesita es que se manifieste el sacerdocio, el reinado, el altar y el fundamento verdadero, que es Cristo mismo. La vida de iglesia se edifica únicamente sobre Cristo y nada más. No debemos pensar que cuando los profetas vinieron, dieron muchas enseñanzas. No, ellos fortalecieron las manos del pueblo a fin de que la obra de recobro fuese llevada a cabo de manera apropiada. Todos nosotros tenemos que aprender a ser muy sencillos y simplemente abandonar todos nuestros conceptos y opiniones. Tenemos que dejar atrás las enseñanzas y simplemente reunirnos sometidos a la autoridad divina a fin de poner como fundamento al Cristo único.

  Tenemos que ser cautelosos y fuertes a fin de no ser engañados con proposiciones sutiles y astutas hechas por otros que presuntamente vienen a ayudarnos. La ayuda no procede de tal fuente. Tenemos que estar claros al punto de que, independientemente de lo que la gente diga de nosotros, sepamos lo que hacemos. Nosotros sabemos que nos hemos consagrado de manera absoluta al recobro. No servimos para ninguna otra cosa más.

  En los últimos años se me ha criticado mucho. Muchas veces, al visitar Taiwán, algunos amigos me han reprendido: “Hermano Lee, sabemos que lo único que a usted le importa son las iglesias locales. Usted está edificando la secta de las iglesias locales”. Esto es lo que ellos decían, y yo jamás discutí con ellos; apenas asentía con mi cabeza y les decía: “Hermano, usted está absolutamente correcto. No tengo otra misión en la vida aparte de las iglesias locales. No sirvo para nada más que para Cristo y la iglesia, pertenezco completamente a Cristo y la iglesia, y sólo a eso estoy entregado. Por ello, no debieran esperar que yo pueda serles de alguna ayuda o utilidad. Si tratara de ayudarles sólo les causaría muchos problemas. Ahorren su tiempo y el mío también”. Yo fui muy franco con ellos y les hablé con la verdad.

  Algunos de los misioneros que estaban en China decían: “Ese es un magnífico trabajo, pero...” Hay un gran “pero”. Para ellos, ese “pero” era como una mosca muerta en el perfume. ¿Cuál era la mosca muerta? El terreno de la iglesia. Algunos llegaron a decirme que si tan sólo evitase hablar sobre el terreno de la iglesia, me convertiría en un orador maravilloso y muy popular. ¡Pero yo quiero ser fiel y hablar sobre el terreno de la iglesia!

  Algunos me decían: “Hermano Lee, ¿por qué debe usted ofender a los demás? Simplemente predíqueles a Cristo; basta con eso. ¿Por qué tiene que hablar sobre el terreno de la iglesia?”. Yo les respondía: “Yo sé que esto les ha ofendido, porque ustedes vinieron aquí a edificar la iglesia presbiteriana, mientras que a mí sólo me interesa la iglesia local. La meta de ustedes es edificar una iglesia misionera, y nuestra meta es edificar la iglesia local. ¿Cómo podría yo agradarles?”.

  Si no tomamos el camino que el Señor nos ha trazado para edificar la iglesia local, ¿qué haremos? No habrá manera de avanzar. En 1933, cuando el Señor me guió a tomar este camino, se me criticó muchísimo. Incluso mis amigos más queridos se volvieron hostiles. Realmente me sentía abrumado. Entonces acudí al Señor y llegué a estar muy claro al respecto. Me dije a mí mismo: Si he de ser un ser humano, tengo que ser un cristiano, de lo contrario sería mejor morir. Y si he de ser un cristiano, tengo que tomar el camino acorde con el terreno de la localidad. Si no sigo la senda de la iglesia local, entonces no sé por dónde andar, no sé cómo proseguir; sería mejor para mí renunciar a ser cristiano. Es así de simple.

  Sus propias experiencias le demostrarán que hasta que usted vea la iglesia local, jamás podrá estar satisfecho. En lo más recóndito de su ser usted se percata de que le faltará algo hasta que venga a la iglesia local. Entonces, al venir, usted siente que está en casa. ¿Por qué? ¡Porque usted está en casa! Si usted no está en casa, usted simplemente sentirá que algo le falta. Hermanos, no existe otro camino. Si no tomamos el camino de la iglesia local, es innecesario que procuremos convocar asamblea alguna en cualquier otro lugar. Ello no tendrá sentido. Si usted no opta por la iglesia local, ¿para qué establecer otra asamblea? Ya existen muchos otros grupos cristianos, ¿por qué no mejor se une a uno de ellos? Quizá usted diga que le es muy difícil laborar junto a ellos y que es mejor comenzar una nueva asamblea. De ser así, ¡usted es verdaderamente sectario! Si usted no tiene la intención de unirse a la iglesia local, le aconsejo que será mejor que vuelva a reunirse con algún grupo cristiano. No hay necesidad de que procure establecer otra asamblea; ello no tiene sentido.

  Acuda al Señor para presentarle estos asuntos, y entonces dirá: “Señor, de ahora en adelante, no sirvo para otra cosa que no sea la iglesia local. Esto es lo único que me interesa”. El Señor honrará esta clase de oración. Fíjese en la situación en la que se encontraba el recobro en tiempos antiguos. Aquellas personas que retornaron parecían tan tontas e ingenuas. A ellas no les interesaba otra cosa ni les importaba nada más que recobrar la edificación de la casa de Dios. Esto es exactamente lo que nosotros tenemos que hacer. No debemos dedicarnos a ninguna otra cosa, excepto a recobrar la edificación de las iglesias locales.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración