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Mensajes del libro «Recobro de la casa de Dios y de la ciudad de Dios, El»
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CAPÍTULO CUATRO

HAGEO: “CONSIDERAD VUESTROS CAMINOS”

  Lectura bíblica: Hag. 1:1—2:9

EL SACERDOCIO Y EL REINADO

  En primera instancia, Hageo no se dirige al pueblo, sino al gobernador y al sumo sacerdote: “En el año segundo del rey Darío, en el mes sexto, en el primer día del mes, vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote” (Hag. 1:1). Sólo después de haber hablado al gobernador y al sumo sacerdote, Hageo se dirige al pueblo en general (Hag. 1:13; 2:2).

  ¿Por qué hacemos notar el hecho de que Hageo primero se dirige al gobernador y al sumo sacerdote? Porque debemos percatarnos de que la edificación de la casa de Dios requiere el reinado y el sacerdocio. El sacerdocio es el ministerio que lleva a las personas a la presencia de Dios y les ayuda a tener contacto con Dios, a ser llenas y saturadas de Dios al punto de que todo su ser sea ocupado por Él. En la edificación de la casa de Dios, tal clase de ministerio es muy necesario. Realmente necesitamos ser saturados de Dios, tener comunión con Dios y ser uno con Él a fin de poder edificar las iglesias locales. No necesitamos la clase de conocimiento que procede de meras enseñanzas; lo que verdaderamente necesitamos es ser llenos de Dios, ser uno con Dios, tener comunión con Él y cultivar una relación fresca y vital con Dios. Dicho ministerio no es un ministerio de meras enseñanzas, sino el ministerio sacerdotal, el cual hace de nosotros verdaderos sacerdotes. Todos tenemos que aprender a tener comunión con el Señor y a ser saturados de Él. Esto es lo primero que se requiere para edificar las iglesias locales.

  Además, se requiere el reinado. Al hablar del reinado, simplemente nos referimos a la autoridad de Cristo como Cabeza, a la autoridad divina. En las iglesias locales el gobierno no se ejerce tal como se ejerce en el mundo. En el mundo hay diversas clases de gobierno. Hay quienes son regidos por una democracia, mientras que otros son regidos por un dictador. Pero el gobierno que se ejerce en las iglesias locales no es una democracia, ni tampoco es una dictadura. En las iglesias locales el gobierno debe ejercerlo la autoridad divina, que es la autoridad de Cristo como Cabeza; éste es el reinado juntamente con la autoridad divina.

  Lo normal en una iglesia local es que en ella exista el sacerdocio y el reinado adecuados. Esto significa que todos sabemos cómo tener contacto con Dios, cómo disfrutar de una comunión íntima y vital con el Señor, cómo ser saturados del Señor y cómo dejar que sea Él quien ocupe todo nuestro ser. Además, ello implica que todos sabemos sujetarnos al liderazgo de Cristo, es decir, que sabemos reconocer la autoridad divina que se manifiesta entre el pueblo del Señor congregado en las iglesias locales. Si entre nosotros se realizan estas dos funciones, ¡habrá una situación maravillosa!

  Probablemente todos nosotros hayamos leído el último artículo escrito por el Dr. A. W. Tozer antes de su muerte. En ese mensaje, él señaló que en la cristiandad de hoy las personas han renunciado completamente a sujetarse a la autoridad de Cristo como Cabeza. Él dijo que en todas las reuniones, convenciones y conferencias organizadas en el cristianismo, no se reconoce la autoridad de Cristo. A ello se debe que haya tanta confusión y división en medio de una gran diversidad de opiniones. Debido a que la autoridad de Cristo no ha sido reconocida por los Suyos, hoy se carece de autoridad divina entre los cristianos; impera la confusión y las divisiones. Todos simplemente hacen lo que bien les parece. El reinado divino está ausente.

  En las iglesias locales, todos estamos sujetos al reinado de Cristo y a Su autoridad como Cabeza. Si he de decir algo en alguna reunión, tengo que decirlo sujeto al reinado y a la autoridad de mi Señor. Si no soy capaz de hablar en sujeción a Su gobierno y autoridad, entonces no debo decir nada. Todo cuanto yo diga y haga, debe ser en sujeción a la autoridad de Cristo como Cabeza. Nada me gobierna excepto Su autoridad. Así, yo reconozco el reinado de Cristo en las iglesias locales.

  Ya en el verano de 1966 tratamos en detalle el tema del sacerdocio y el reinado, e incluso dichos mensajes se publicaron en inglés (véase: The Stream [El Manantial], del ejemplar No. 4 del tomo cinco al ejemplar No. 4 del tomo seis). Para la edificación de la casa de Dios, se requiere tanto el sacerdocio como el reinado.

  Sin embargo, me parece que tengo que volver a hablar sobre estos mismos temas, simplemente debido a que tales ideas no forman parte de nuestra mentalidad humana y natural. Debemos ver que para la edificación del tabernáculo, Moisés representó la autoridad divina, y Aarón, el sumo sacerdote, representó el sacerdocio. Fue bajo estos dos ministerios que el tabernáculo fue erigido. Asimismo, para la edificación del templo, el rey David primero tuvo que librar muchas batallas a fin de traer la paz. Posteriormente, su hijo Salomón representó la autoridad divina, y el sumo sacerdote de aquel tiempo representó el sacerdocio. Fue bajo estos dos ministerios que el templo fue edificado. Ahora, al recobrar la edificación del templo, vemos a Zorobabel, el gobernador, como representante del reinado, y a Josué, el sumo sacerdote, como representante del sacerdocio. Es únicamente bajo estos dos ministerios que es posible recobrar la edificación del templo.

  Hoy en día, a fin de que se lleve a cabo la obra de recobro en las iglesias locales, todavía existe la necesidad de estos dos ministerios. Por ello, estoy lleno de agradecimiento al Señor por haber permitido que aquí, en las iglesias, se pueda manifestar tanto el sacerdocio como el reinado. Los hermanos y hermanas saben cómo tener contacto con el Señor y cómo mantenerse en comunión viviente con Él día a día. Por eso practicamos la vigilia matutina, en la que oramos-leemos la palabra de Dios, con el único fin de tener contacto con el Señor y mantener una comunión viviente con Él hasta que seamos llenos de Él, estemos completamente saturados de Él y seamos plenamente poseídos por el Señor, a fin de ser uno con Él en el espíritu. Es de esta manera que hemos aprendido a reconocer la autoridad de Dios, el señorío de Cristo. Ningún hombre rige sobre nosotros; no se ejerce ninguna clase de control humano, pero la autoridad divina se manifiesta entre nosotros. Los hermanos y hermanas proceden y actúan en sujeción a la autoridad de Cristo como Cabeza. Si ustedes me preguntaran quién cuida de las iglesias, no sabría cómo responderles. Lo que quiero decir con esto es que entre nosotros no se da lugar a ninguna maniobra realizada por hombre alguno, sino que tenemos un gobierno, un gobierno divino, un gobierno en sujeción a la autoridad de Cristo. En esto consiste el reinado.

  Cuando alguien pregunta cómo celebramos nuestras reuniones, cómo damos inicio a las mismas y quién lleva la delantera en ellas, me es muy difícil responderle. Para la edificación de la casa del Señor, contamos con el ministerio sacerdotal y con el ministerio del reinado.

FORTALECIDOS POR LOS PROFETAS

  Pero a veces estos dos ministerios no son lo suficientemente prevalecientes ni fuertes. En tales casos, existe la necesidad de que dichos ministerios sean apoyados y fortalecidos por los profetas. No se requiere de meras enseñanzas, sino del ministerio de un verdadero profeta. Hageo vino a fortalecer a Zorobabel, el gobernador, y a Josué, el sumo sacerdote. Él no vino a reemplazar el sacerdocio ni el reinado, sino a fortalecer estos dos ministerios. El profeta únicamente fortalece; no reemplaza ninguno de estos ministerios.

  Para la edificación de las iglesias, se requiere el ministerio sacerdotal y el ministerio del reinado. Pero, a veces, se hace necesaria la labor fortalecedora de los profetas. El profeta no debe reemplazar ninguno de aquellos dos ministerios, sino solamente fortalecerlos. Escuchen lo que Hageo dijo: “Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y esforzaos, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad; porque Yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos” (Hag. 2:4). Hageo no procuró edificar la casa en lugar de ellos. Él no trató de desempeñar la función que les correspondía a ellos. Él simplemente vino a fortalecerlos y apoyarlos.

  ¿Por qué hacemos notar estas cosas? Simplemente debido a la influencia que sobre nosotros ejerce nuestro pasado en el cristianismo. Muchas veces, en las iglesias, las personas elocuentes asumen la función que le corresponde al cuerpo de sacerdotes y reyes, de modo que procuran edificar la iglesia por sí mismos. Éste es un gran error. Independientemente de cuán prevaleciente sea el ministerio profetizador, éste no debe reemplazar el ministerio de los demás ni usurpar sus funciones. Lo que corresponde a los profetas es fortalecer a sus hermanos y ayudarles a ejercer su función.

  Efesios 4:12 dice claramente que las personas dotadas, tales como los apóstoles y profetas, no edifican la iglesia directamente: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Ellos realizan la labor de perfeccionar a los santos, y luego los santos son quienes edifican directamente el Cuerpo de Cristo. Las personas dotadas no debieran reemplazar a los santos; únicamente deben perfeccionarlos a fin de que ellos mismos puedan edificar el Cuerpo.

  Hermanos y hermanas, todos tenemos que ser partícipes del ministerio del sacerdocio y del reinado a fin de dedicarnos a edificar la casa de Dios directamente. Los profetas jamás edificaron directamente el templo en la obra de recobro. Fue el pueblo, bajo los dos ministerios —el sacerdocio y el reinado—, el que edificó el templo. La iglesia jamás será edificada por medio de algún predicador o maestro. Las iglesias tienen que ser edificadas por los santos. “¡Oh, Zorobabel, esfuérzate! ¡Oh, Josué, esfuérzate!” Fue el pueblo el que directamente edificó la casa, y no los profetas. Hoy en día, todos los hermanos y hermanas en las iglesias son los edificadores. Lo que se requiere no son meras enseñanzas ni doctrinas, sino que seamos fortalecidos en la obra de edificación que se lleva a cabo bajo los ministerios del sacerdocio y del reinado.

  Todos nosotros estamos llenos de conceptos errados al respecto. Si por la misericordia del Señor puedo ayudarles a que abandonen tales conceptos, entonces habré cumplido mi misión. ¿Cuál es el concepto errado que debemos abandonar? Todos nosotros seguimos pensando que son los grandes oradores y los grandes maestros quienes edifican la iglesia. ¡Pero esto es completamente erróneo! ¡A menos que la iglesia sea edificada por los santos, ella jamás será edificada! Si hemos de preguntar a las personas que conforman el cristianismo de hoy: “¿Quién edifica la iglesia?”, ellas de inmediato responderían: “Nuestro pastor, con la ayuda de su asistente y del director de música”. Me temo que este mismo concepto sea el que todavía subsiste en muchos de nosotros de manera subconsciente. ¿Por qué su iglesia no es tan prevaleciente? Me temo que ustedes dirían: “Nuestra iglesia es débil porque nuestros ancianos no son lo suficientemente buenos y nos hacen falta oradores elocuentes”. Pero la iglesia no puede ser edificada directamente por las personas dotadas. La iglesia ha de ser edificada por todos los santos en la localidad, incluyéndolo a usted. No digan que su iglesia es débil porque los ancianos son débiles. ¡Tienen que decir que ella es débil porque ustedes son débiles! Si usted no fuera débil y los demás santos no fuesen débiles, entonces su iglesia sería muy fuerte. Son los santos quienes directamente edifican la iglesia.

UN VALIOSO SECRETO

  A través de todas mis experiencias en las iglesias locales durante todos estos años, he aprendido un secreto. Durante los primeros años, cuando algunos santos acudían a mí para quejarse de algo en las iglesias locales, yo siempre les escuchaba; después, hablaba con los ancianos y les decía algo al respecto. Los ancianos, entonces, se molestaban conmigo y se quejaban de que yo prestara oídos a las habladurías de los santos. Si los hermanos se quejaban conmigo acerca de las hermanas, yo les decía algo a las hermanas; luego, ellas se molestaban de que yo hiciera caso a los hermanos. Si eran las hermanas las que se quejaban de los hermanos, entonces yo les decía algo a los hermanos; luego, ellos se molestaban de que yo hiciera caso a las hermanas. Finalmente, aprendí la lección y descubrí un valioso secreto. Este secreto en realidad resolvió muchos problemas. Cuando alguien venía a mí quejándose de lo hecho por los ancianos, yo les contestaba: “Probablemente usted esté en lo correcto. ¿Por qué no va usted y se los dice a los ancianos personalmente?”. Ellos de inmediato respondían que no se atrevían a hacerlo. Entonces yo les decía: “Si usted me habla de tales cosas, también debiera estar dispuesto a decírselo a ellos personalmente”. Esto resolvió muchos problemas.

  Un día, un hermano me dijo que el baño de los varones necesitaba limpieza, ante lo cual yo le pregunté: “¿Por qué no lo limpia usted?”. Otro hermano se quejó conmigo de que ninguno de los miembros de la iglesia saliera a las calles a repartir folletos; así que, yo le animé a que saliera y repartiera folletos. A la postre, los hermanos comenzaron a aprender que si se quejaban conmigo de cualquier cosa, yo les diría que ellos mismos lo hicieran. Éste es un secreto muy valioso que resuelve muchos problemas. Esto también hace que muchos dejen de criticar a diestra y siniestra. No se quejen de los ancianos, ni se quejen de esto y aquello. Ustedes deben asumir la responsabilidad en cuanto a la edificación. La iglesia únicamente puede ser edificada por ustedes directamente. Ustedes son los edificadores.

  Tampoco piensen que si éste o aquel hermano viniera, él les ayudaría. Si él es un profeta apropiado, él se preocupará de que ustedes asuman dichas responsabilidades. Cuanto más le visite un verdadero profeta, más responsable usted se sentirá. Los profetas no vienen a eximirlo o liberarlo de su responsabilidad, sino a recordársela. Esfuércense y laboren. No regresen al sistema de clérigos y laicos.

  Al finalizar la guerra en 1945, todos los hermanos de las provincias del interior de China retornaron a Nanking, la capital, y me pidieron que los visitara. Ellos estaban tan felices de recibirme, pero yo les dije: “Hermanos, no se alegren tanto. Yo no he venido a eximirlos de responsabilidad alguna; al contrario, vengo a aumentar vuestra carga. Vengo abrumado por el peso de nuestro encargo, pero espero poder ponerlo sobre vuestros hombros. Así, cuanto más tiempo me quede entre ustedes, más espero poder aligerar mi carga y espero que más aumente la vuestra. Después de cierto tiempo habré descargado mi responsabilidad, y ustedes la habrán asumido plenamente”. Esto ocurrió en 1946. Al siguiente año me sentí libre y pude partir de allí, pues toda la responsabilidad y el encargo recibidos descansaba ahora sobre los hombros de los hermanos de dicha localidad. La próxima vez que ellos me escribieron pidiéndome que fuera a ayudarles, les respondí diciéndoles que ellos no requerían de mi ayuda, ya que ellos lo podían hacer.

  Todos tenemos que darnos cuenta de que la edificación de las iglesias locales no está en manos de los profetas. Lo que hicieron los profetas fue fortalecer el sacerdocio, el reinado y al pueblo en general. “¡Oh Zorobabel! ¡Oh Josué! ¡Esforzaos pueblo todo de la tierra y trabajad!” Esto fue lo que todos los profetas hicieron. Ustedes jamás debieran dar la responsabilidad de edificar la iglesia local a otros, sino que deben asumirla ustedes mismos.

CONSIDERAD VUESTROS CAMINOS

  La segunda cosa que el profeta Hageo les dijo fue que ellos debían meditar bien sobre sus caminos: “Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Así a dicho Jehová de los ejércitos: Considerad vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y me agradaré en ella, y seré glorificado, ha dicho Jehová. Buscabais mucho, pero he aquí, hay poco; y cuando lo metisteis en la casa, Yo lo disipé en un soplo. ¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto Mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa” (Hag. 1:6-9). Después, el Señor dijo: “Y llamé la sequía sobre esta tierra” (v. 11). El Señor llamó la sequía sobre todas las cosas. Así pues, con respecto a todo cuanto ellos realizaban, percibían una gran aridez.

  Observen el cristianismo de hoy. Ellos laboran mucho: siembran, se esfuerzan por comer y beber, por abrigar a la gente, por obtener alguna ganancia, pero, a la postre, no obtienen nada. En la mayoría de las obras cristianas de hoy prevalece una sensación de sequía y aridez espiritual. Todas sus predicaciones y enseñanzas han perdido su frescura. ¿Por qué? En sus reuniones de oración, en su lectura de la Biblia y en muchas otras reuniones, se percibe una gran aridez. ¿Por qué? Simplemente porque ellos han sido negligentes con respecto a la casa de Dios.

  En 1954, después de haber estado en la isla de Taiwán por unos cuatro o cinco años, un misionero estadounidense vino a verme. Nosotros, en aquel entonces, estábamos predicando el evangelio, y él había visitado todos nuestros locales de reunión. En aquel tiempo, apenas teníamos unos cinco o seis salones de reunión en la iglesia en Taipei. Este misionero se mostró muy sorprendido de que todos estos salones rebosaban de gente, así que me preguntó: “Por favor dígame, ¿cuál es su secreto? ¿Cómo hace para que tanta gente asista a sus reuniones?”. Después de lo cual procedió a explicarme que solamente unas semanas atrás habían celebrado una campaña de evangelización con un predicador famoso. Ellos habían puesto un aviso en los periódicos, en el que con letras muy grandes anunciaban al predicador de fama mundial que había venido a dar los mensajes. A pesar de ello, sólo lograron reunir un número reducido de personas. Él me contó, además, que había preguntado a los que asistían a nuestras reuniones quién daría el mensaje esa noche, pero que ellos no habían sabido responderle. Este misionero realmente se encontraba perplejo. Él me preguntó: “¿Cómo es posible convocar tales multitudes cuando ni siquiera se sabe quién va dar el mensaje? Por favor, dígame su secreto”. Yo le dije: “Hermano, realmente me es muy difícil explicarle este secreto. Si usted verdaderamente quiere aprender el secreto, tiene que reunirse con nosotros por lo menos unos dos años. Sólo entonces podrá conocer nuestro secreto”. ¿Por qué es que ellos siembran tanto y, sin embargo, cosechan tan poco? Ellos celebran un estudio bíblico tras otro y organizan un avivamiento tras otro; sin embargo, siguen tan secos e insatisfechos. ¿Por qué? “Por cuanto Mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa.”

  En el verano de 1968, más de ciento cuarenta hermanos y hermanas de los Estados Unidos visitaron las iglesias en Taiwán. Una noche, la iglesia en Taipei celebró un bautismo para aproximadamente cuatrocientas personas. Durante esa reunión nos visitó un misionero estadounidense, quien nos contó cuánto habían laborado en Taipei —incluso hasta el punto de desgastar las suelas de sus zapatos— sin obtener el fruto deseado. Él mostró cierto resentimiento hacia la iglesia en Taipei debido a que ésta tenía tanto fruto. Él llegó a decir que probablemente muchos de los que se bautizaban esa noche eran fruto de la labor de los misioneros en Taipei. Pero yo pude decirles a los hermanos que si él podía reconocer a uno solo de los que estaban siendo bautizados, le daría la razón. En realidad, había amargura en él debido a que habían laborado mucho y, sin embargo, no habían logrado nada. ¿Por qué? Simplemente porque ellos laboraban en pro de su propia obra y no para la casa del Señor. ¡El secreto es la iglesia local! El secreto es la edificación de las iglesias locales. En esto consiste edificar la casa del Señor.

  Esto no solamente se aplica a los asuntos espirituales, sino también a los asuntos materiales. Tengo plena certeza de que si tomamos los asuntos del recobro del Señor en serio, Él nos bendecirá mucho, incluso materialmente. Si nos hemos establecido en el terreno apropiado y somos íntegros con el Señor respecto a la obra de recobro que Él realiza, el rocío descenderá de los cielos cuando padezcamos alguna necesidad. Todo cuanto hagamos, lejos de ser árido, contará con el abundante suministro de agua refrescante. No solamente percibiremos el rocío, sino también las corrientes de aguas como un río. Disfrutaremos de bendiciones tanto espirituales como materiales.

  En todos los lugares que visito siempre me hacen estas mismas preguntas. Primero: “¿Cómo celebran sus reuniones?”. Siempre les digo que vengan y vean. Segundo: “¿Dónde está su sede, su centro de operaciones?”. Siempre les respondo que no tenemos un centro de operaciones, a menos que sean los lugares celestiales. Después de lo cual ellos siempre me preguntan: “¿Cómo recaudan fondos? Puesto que la obra es muy grande, seguramente requieren de mucho dinero. ¿Cómo lo obtienen?”. Yo les respondo: “Sí, es cierto que gastamos mucho dinero, pero no hemos adoptado método alguno para reunirlo”. En realidad no tenemos método alguno y tampoco hablamos de dinero. A mí no me gusta hablar de dinero, ¡me encanta hablar de Cristo! Pero, alabamos al Señor pues ¡nunca nos ha hecho falta el dinero! ¿Por qué? “Mía es la plata, y Mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos” (Hag. 2:8). Si nuestro único encargo es la edificación de la casa del Señor, entonces todo es nuestro.

  Cuando dimos inicio a la tarea de publicar el himnario, no teníamos siquiera un dólar en nuestros bolsillos. Finalmente, invertimos más de treinta y un mil dólares para que se realizara la impresión. Al comenzar dicha labor, no sabíamos que nos iba a costar tanto; pero ¡alabado sea el Señor!, jamás nos faltó nada. Ahora contamos con un himnario excelente para las iglesias locales.

  Si hemos de laborar para el Señor, el lugar más bendecido en donde laborar son las iglesias locales. Allí, basta con sembrar un poco para obtener buena cosecha. Allí, basta con comer y beber un poco para sentirse plenamente satisfechos. Allí, basta con dos panes y cinco peces para alimentar a más de cinco mil, y sobra abundantemente. Hermanos, es así como opera el Señor. Si estamos dedicados a la edificación de Su casa, entonces todo cuanto Él es y tiene estará a nuestra disposición. Verdaderamente, nada es para nosotros; todo es para el cumplimiento del propósito divino, el cual consiste en edificar la casa del Señor, la iglesia local. ¡Alabado sea el Señor!

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