
Lectura bíblica: Esd. 7, 8, 9; Neh. 1—2
Según los libros respecto al recobro, la historia es como sigue: Primero, se da inicio al retorno del cautiverio. En dicho retorno destacan dos líderes: Zorobabel, el gobernador, quien representa el reinado, y Josué, el sumo sacerdote, quien representa el sacerdocio. Zorobabel y Josué retornaron con el pueblo a fin de recobrar el templo. Esdras llegó más de cincuenta años después con un grupo de cautivos que retornó a su tierra y que contribuyó al enriquecimiento del recobro. Diez u once años después que Esdras vino, Nehemías vino a edificar la ciudad y brindar protección al templo. En el período transcurrido entre la venida de Zorobabel y la de Esdras, la obra de recobro del templo cesó por unos quince años, después de lo cual Dios hizo que surgieran Hageo y Zacarías para que alentaran al pueblo a continuar la labor.
Así pues, en la historia de la obra de recobro realizada por Dios, destacan seis nombres: Zorobabel, Josué, Hageo, Zacarías, Esdras y Nehemías. Zorobabel era gobernador de la provincia de Judá y representaba el reinado, mientras que Josué era el sumo sacerdote y representaba el sacerdocio. Fue bajo estos dos ministerios que Dios dio inicio a Su obra de recobro. Pero además de ello, el ministerio de los profetas también se hizo necesario, y éste se manifestó por medio de Hageo y Zacarías. Hageo fue usado para despertar el espíritu del pueblo y animarlo a continuar con la edificación del templo. Hageo le dijo al pueblo que si ellos terminaban la edificación del templo, entonces propiciarían la venida del Deseado de las naciones, quien es Cristo. Zacarías vino después de Hageo para anunciar más de Cristo a las personas que el Señor estaba recobrando. Ésta es verdaderamente la profecía más apropiada. Ella debe comenzar despertando el espíritu del pueblo y debe concluir anunciando a Cristo. Aquí vemos que despertar el espíritu del pueblo sólo necesitó de dos capítulos, mientras que profetizar sobre diversos aspectos de Cristo requirió de catorce capítulos. El libro de Zacarías es verdaderamente maravilloso, pues allí se habla mucho sobre Cristo en relación con el recobro que Dios realiza. Cristo es el Renuevo que produce fruto; Él es la piedra del fundamento, la cual tiene siete ojos, los cuales, a su vez, son los siete Espíritus de Dios que recobran el edificio de Dios de una manera prevaleciente; y Él es la piedra cimera, que trae consigo la gracia de Dios en toda su plenitud. Cristo es también el Rey que posee el reinado, el Sacerdote que ejerce el sacerdocio y, finalmente, el Constructor. Todo esto es Cristo en relación con el recobro que Dios efectúa, tal como nos es presentado en el libro de Zacarías. Incluso hoy en el recobro que Dios realiza, necesitamos tal profecía a fin de recobrar todos los aspectos de Cristo.
No obstante, todavía es necesario el ministerio de Esdras, a fin de enriquecer y fortalecer al recobro. Para cuando Esdras había retornado, todo había sido recobrado, pero aún existía la necesidad de fortalecer y enriquecer dicho recobro. El remanente que había retornado todavía era muy pequeño y era necesario el incremento numérico, así que Esdras vino acompañado de un buen número de personas. En realidad, lo que necesitamos hoy son más Esdras. El número de los que estamos en el recobro del Señor es todavía muy reducido; por tanto, necesitamos que algunos Esdras retornen de Babilonia para fortalecer el recobro numéricamente. Todavía hay muchos sacerdotes, príncipes, levitas, cantores y sirvientes que permanecen en Babilonia. Ellos son para el recobro del Señor. Quizás hayan nacido en Babilonia, pero no son de Babilonia. Ellos fueron salvos en las denominaciones, pero no fueron salvos para las denominaciones, sino para el Señor y Su recobro. Tenemos que orar al Señor pidiéndole que haga surgir algunos Esdras. Necesitamos más Esdras en nuestros días. Esdras fortaleció al recobro al traer consigo a muchos que retornaron del cautiverio.
Hoy en día, en Los Ángeles, muchas cosas ya han sido recobradas, pero a pesar de ello, todavía somos un número muy pequeño de personas. ¿Cuántos miles de creyentes conforman el pueblo de Dios en esta gran ciudad? Y, sin embargo, no llegamos a ser ni siquiera mil personas. Si comparamos este número con la cantidad de hijos de Dios que hay en esta ciudad, todavía somos muy pocos. Sí, hemos retornado de la cautividad, pero el número de los que han retornado es todavía muy pequeño. Tenemos que orar al Señor pidiéndole que haga surgir algunos Esdras que traigan consigo a más personas. Por un lado, nos sentimos satisfechos de lo que se ha logrado, por otro, no estamos completamente satisfechos. Necesitamos que más Esdras retornen de la cautividad.
Al leer el libro de Esdras nos percataremos de que no nos dice mucho acerca del propio Esdras. Únicamente nos dice que cierto año, Esdras, quien era hijo de un sacerdote, retornó. No se nos dice cómo es que él surge, pero sabemos que fue el Señor quien lo hizo surgir. El Señor hizo que surgiera Esdras a fin de fortalecer y enriquecer Su recobro. Así pues, Esdras nos deja constancia de la plata, el oro, las tazas y los tazones que fueron devueltos al templo de Dios. Esto no es nada insignificante, ya que representa las riquezas de Cristo que retornaron del cautiverio.
Algunas veces las personas nos preguntan: “¿No les parece que en las denominaciones hay algo del Señor?”. Yo suelo responderles que incluso en la Iglesia Católica Romana hay muchas cosas del Señor. Con ello quiero decir que hay mucha plata, mucho oro y muchos vasos que todavía están en Babilonia, pero que ninguna de estas cosas debería permanecer en Babilonia. Todas estas cosas tienen que ser recuperadas para Jerusalén. Es decir, todo lo que pertenezca a Cristo debe ser recuperado y sacado de Babilonia. En las denominaciones hay muchas cosas que el Señor ha hecho; aún así, la totalidad del pueblo de Dios así como todo cuanto el Señor ha realizado no debiera permanecer en las denominaciones, sino retornar a las iglesias locales. Todos los hijos de Israel que se encontraban en Babilonia, incluso los nacidos en Babilonia, no estaban destinados a fortalecer Babilonia, sino a Jerusalén. Tenemos que orar pidiendo que un número cada vez mayor de los hijos del Señor retorne a las iglesias locales. Asimismo, tenemos que orar pidiendo que todas las experiencias de Cristo sean traídas de regreso a las iglesias locales. Toda la plata, todo el oro y todos los vasos pertenecen al templo en Jerusalén.
Jamás critiqué ninguna labor de evangelización, porque me di cuenta de que muchos de tales esfuerzos logran conducir a las personas al Señor. En cierto sentido, me alegra enterarme de las obras prevalecientes que se realizan para el Señor. Pero por otro lado, no estoy verdaderamente contento con tales obras hasta que no vea que ellas son llevadas a las iglesias locales.
Esdras fortaleció el recobro al lograr que muchas personas llegaran a ser partícipes de éste, y lo enriqueció al traer consigo muchos “vasos” de oro y plata. Hoy en día, es necesario que el recobro sea fortalecido con un mayor número de personas y sea enriquecido con las riquezas de Cristo que estas personas traigan consigo. Es bueno poseer el oro y la plata, pero es errado mantener estas riquezas en Babilonia. Cuando la plata y el oro son traídos de regreso a la casa de Dios en Jerusalén, ello no solamente es bueno, sino que también es lo correcto y apropiado. Me gusta ver personas que oran-leen las Escrituras, pero no estoy tan feliz cuando las veo poner esto en práctica y, aún así, permanecer en las denominaciones. No hace mucho, Stream Publishers recibió una carta de un pastor que compartía cuánto aprecio sentía por la práctica de orar-leer las Escrituras. De hecho, él nos pidió que le enviásemos muchos ejemplares de nuestra revista The Stream [El Manantial] a fin de que todos los miembros de su iglesia pudiesen aprender a orar-leer. Yo me alegré, pero en cierto sentido no estaba completamente satisfecho, debido a que esto iría a llevarse a cabo dentro de una denominación. Ciertamente me gozo que las personas disfruten de la práctica de orar-leer, pero no me alegra tanto ver que la plata y el oro todavía permanezcan en Babilonia. Esto no es lo ideal, pero es mejor que nada; así que le enviamos a este pastor todos los ejemplares que nos pidió a fin de ayudar a su congregación a adquirir toda la plata y el oro que pudieran. Pero todo esto tiene que ser traído de regreso a las iglesias locales. ¡Cuánto necesitamos a los Esdras de hoy a fin de que ellos fortalezcan el recobro con un mayor número de personas y lo enriquezcan con la plata y el oro que hayan obtenido en Babilonia!
Esdras era un sacerdote, descendiente de Aarón, y además era un escriba. El escriba del Antiguo Testamento corresponde a lo que es un maestro en la época del Nuevo Testamento. Pero existe una diferencia entre un profeta y un escriba o maestro. El profeta es uno que habla directamente de parte de Dios, mientras que el maestro es alguien que enseña aquello que fue proclamado por el profeta. Por ejemplo, sabemos que Moisés era profeta debido a que él habló algo que procedía directamente de Dios. Pero un escriba es un maestro que enseña aquello que fue anunciado por Moisés.
Hageo y Zacarías eran profetas, pues ellos hablaron lo que habían recibido directamente de Dios. Lo que Hageo dijo era nuevo; no había sido revelado antes a ninguna otra persona. El mensaje de Zacarías era aún más maravilloso. Él dijo que Cristo es el Renuevo, la piedra de fundamento que tiene siete ojos y la piedra cimera que corona el edificio. ¿Acaso Moisés había dicho esto? No, Zacarías fue el primero en proclamar esto. Zacarías no era un maestro, sino un profeta; lo que él habló era directamente inspirado por Dios, era una palabra que Dios le daba en ese momento, Su inspiración fresca y actual. Esdras, en cambio, no dijo nada que fuese nuevo. Lo que él dijo ya había sido dicho por Moisés. Esdras era un escriba y un maestro. Pero, en conformidad con el principio que Dios ha establecido en Su recobro, no necesitamos un maestro viejo, sino un maestro que ejerza el sacerdocio. Así que, Esdras era también un sacerdote.
Un sacerdote es una persona que ha sido mezclada con el Señor, que está saturada de Él, que se alimenta de Él y que inhala al Señor a lo largo del día. Así pues, todas sus palabras son el propio Señor. Esto define exactamente cómo deben ser los maestros en el recobro del Señor. Esdras era esta clase de persona. Él proclamó ayuno y también ayunó; él simplemente era uno con el Señor puesto que se mantenía en contacto ininterrumpido con Él. Él no era un escriba apegado solamente a la letra de la ley, sino un escriba que ejercía el sacerdocio, un escriba sacerdotal.
A quienes estamos en las iglesias locales nos inspiran gran temor aquellos maestros que sólo imparten conocimiento. Algunas personas han adquirido cierta medida de conocimiento y les gusta enseñar lo que saben, pero ellos mismos no son la clase de persona de la cual hablan. Hoy en día, el recobro del Señor no necesita esta clase de maestros. Lo que necesitamos son Esdras, escribas sacerdotales, maestros que ejerzan el sacerdocio. Éste es el maestro que se mantiene en contacto con Dios de una manera fresca y continua, y que está saturado de Dios y es uno con Él. Esdras pasaba mucho tiempo con el Señor. Aunque él estaba en posición de pedirle al rey un ejército que lo acompañara y protegiera durante su viaje de regreso a Jerusalén, no lo hizo, sino que puso toda su confianza en el Señor. Ésta es la clase de persona que es apta para ser maestro en el recobro del Señor. Incluso si usted dispone de los medios, no debiera valerse de ellos, sino que usted tiene que poner toda su confianza en el Señor. En el recobro del edificio de Dios, no necesitamos maestros que impartan solamente un conocimiento objetivo. El mero conocimiento impartido por medio de enseñanzas no será de ayuda alguna. Lo que necesitamos es la vida, es decir, necesitamos que el sacerdocio se mezcle con la enseñanza. Necesitamos escribas que ejerzan el sacerdocio, como lo hizo Esdras. El mero conocimiento, en vez de edificar, mata. Es el maestro que ejerce el sacerdocio el que edifica. Ésta es la clase de persona que puede fortalecer el recobro trayendo un incremento numérico, y que puede enriquecerlo con las ricas experiencias de Cristo. Alabo al Señor porque entre nosotros hay tales Esdras, y tengo la plena certeza de que el Señor traerá cada vez más Esdras, es decir, más personas que sean uno con Dios, que estén llenas y saturadas de Dios y que sean diestras en la obra de Dios. Éstas son las personas apropiadas que traerán al recobro un número significativo de “cautivos” y que también traerán al recobro más de las riquezas de Cristo.
Esdras no solamente contribuyó a fortalecer y enriquecer el recobro, sino que, además, lo purificó. Antes que Esdras llegase, existía una mezcla impura. Algunos de los israelitas habían contraído matrimonio con esposas paganas, y sus hijos procedían de tal mezcla. Éste es un tipo que debemos aplicar espiritualmente, y no de forma literal. El recobro es el linaje santo. Todo aquello que recibimos y no sea santo, es una mezcla impura. En algunos lugares donde se realizó cierta obra de recobro en el pasado, notamos que hubo una mezcla impura. El recobro es santo, pero se adoptaron algunas cosas que no eran tan santas. Por tanto, puesto que se produjo una mezcla impura, se hace necesaria la intervención de algunos “Esdras” para purificar el recobro. Fue Esdras el que purificó el recobro. En las iglesias locales tenemos que ser muy puros, muy sencillos, sin mezcla alguna. El problema es que muchos de nosotros que hemos retornado de Babilonia, hemos traído con nosotros nuestro respectivo bagaje; este bagaje, las cosas de nuestro pasado, hace que se produzca una mezcla impura. Así pues, en el recobro que el Señor efectúa se ha hecho necesaria la purificación, a fin de separar el linaje santo de todo aquello que sea pagano. No debemos introducir en las iglesias locales aquello que solíamos hacer en las denominaciones, no importa cuán bueno ello pueda parecer. Esto no sería otra cosa que traer esposas paganas. No queremos decir con esto que debemos ser personas orgullosas, sino simplemente que debemos renunciar al bagaje que traemos de nuestros respectivos pasados. Todos tenemos que aprender a renunciar a las cosas de nuestro pasado, independientemente de cuán buenas ellas puedan ser. Tenemos que ser muy puros a fin de que el linaje santo jamás se mezcle con nada que sea común o profano.
Si el recobro es santo, ciertamente veremos la bendición del Señor. La razón por la cual la bendición no pudo ser derramada en algunos lugares, fue la mezcla impura que se produjo debido a los elementos del pasado. Muchas veces se nos ha condenado por no invitar predicadores a nuestras reuniones. En realidad, no lo hemos hecho porque seamos orgullosos, sino porque somos muy cuidadosos. Si invitáramos a predicadores de afuera para compartir en nuestras reuniones, ellos traerían consigo sus “esposas paganas”. En el pasado lo hicimos y ello sólo nos trajo problemas. Así que, hemos aprendido la lección. Esto no quiere decir que seamos estrechos, sino que el recobro es muy puro, santo y es único en su género. Por ello, necesitamos de “Esdras” que realicen una obra de purificación. El Señor no tolera mezclas de ninguna clase. En Su obra de creación, Él hizo todas Sus criaturas “según su género”. Es decir, si se trata de una manzana, tiene que proceder de un manzano; y si se trata de un durazno, tiene que proceder de un duraznero. Tenemos que ser puros y simples y según nuestro propio género. ¡Tenemos que ser personas puras, estrictas y sencillas, según nuestra propia especie! Si somos una denominación, pues simplemente seamos una denominación. Si somos un grupo independiente, simplemente seamos un grupo independiente. No debiéramos afirmar que somos algo diferente. Si somos la iglesia local, entonces seamos la iglesia local únicamente. Tenemos que ser muy sencillos, muy puros y muy auténticos, según nuestra propia especie. Tenemos que ser íntegros. El Señor jamás respaldará ninguna clase de mezcla impura. Todo debe ser según su propio género.
La labor de Esdras consistía en fortalecer, enriquecer y purificar. Él no solamente purificó al pueblo después que el templo fue edificado, sino que lo volvió a purificar con miras a la edificación de la ciudad. Tanto en Esdras como en Nehemías vemos una obra de purificación: una purificación ocurrió después de la edificación del templo, y otra ocurrió después de la edificación de la ciudad. Así pues, en cada una de las etapas del recobro del Señor es necesario realizar una obra de purificación.
Ya hablamos sobre la función que cumplen Zorobabel, Josué, Hageo, Zacarías y Esdras. ¿Acaso no basta con todo lo realizado por ellos? Ya se concretó el retorno de la cautividad y se recobró la obra de edificación, la misma que luego fue fortalecida, enriquecida y purificada debidamente. Todo esto es muy bueno, pero no es suficiente. Todavía se requiere de la función que cumple Nehemías a fin de que haya protección. Si bien el templo había sido edificado, la ciudad aún no había sido edificada. El templo requería de la protección que la ciudad le brindaba. El templo equivale a la casa, y la ciudad equivale al reino. La casa de Dios requiere del reino de Dios para su protección. Así pues, después de Esdras, todavía fue necesario Nehemías. A la postre, Nehemías se convirtió en el gobernador de Judá. El reinado tiene que ser establecido para que el reino se haga realidad.
Ya consideramos a estas seis personas: Zorobabel, Josué, Hageo, Zacarías, Esdras y Nehemías. Zorobabel representa el reinado y Josué el sacerdocio. Hageo y Zacarías representan a los profetas: Hageo despierta el espíritu del pueblo, mientras que Zacarías nos revela la persona de Cristo. Esdras es el escriba sacerdotal que cumple la función de fortalecer, enriquecer y purificar al remanente recobrado. Nehemías interviene luego para brindar protección, la protección que se obtiene al sujetarse a la autoridad divina. En las iglesias locales, es imprescindible que obtengamos la casa de Dios, pero también es indispensable que la ciudad de Dios, el reino, se haga realidad entre nosotros. La casa de Dios depende fundamentalmente del sacerdocio, el cual consiste en tener contacto con el Señor, en ser completamente llenos del Señor y en ser uno con el Señor. Esto marca el inicio de la obra de recobro, pero todavía existe la necesidad de que la autoridad divina, el reino, se establezca entre nosotros. La iglesia tiene como meta el reino; es decir, la casa tiene como meta la ciudad. Finalmente, la casa de Dios llegará a ser la ciudad santa, la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2-3). En la Nueva Jerusalén, no hay templo (v. 22), porque el templo se ha ensanchado o agrandado hasta llegar a ser la ciudad. Esto quiere decir que la ciudad y el templo están mezclados como una sola entidad. Esto significa eterna protección. No basta con que la casa haya sido establecida para obtener la adecuada seguridad. Necesitamos, pues, la protección que brinda el reino. Éste es, precisamente, el ministerio de Nehemías, el último gobernador en el recobro. El primero fue Zorobabel, y el último fue Nehemías.
En el recobro del Señor seis personas son necesarias. Todas y cada una de ellas contribuyen algo que es necesario y vital. Valoro estos libros sobre el recobro. Ellos tienen exactamente lo que necesitamos hoy en el recobro del Señor. Necesitamos a Zorobabel; necesitamos a Josué; necesitamos a Hageo; necesitamos a Zacarías; necesitamos a Esdras; y necesitamos a Nehemías. Nehemías hace posible que tengamos la protección que brinda la ciudad. Mientras no contemos con la ciudad, no estaremos seguros. Necesitamos cierta clase de protección que sirva de lindero para la casa de Dios. La ciudad no es más que los linderos que rodean el templo, los cuales protegen al recobro del Señor. Finalmente, la casa, el templo, ¡se mezclará con la ciudad en la Nueva Jerusalén, brindando protección por la eternidad!