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Mensajes del libro «Recobro de la casa de Dios y de la ciudad de Dios, El»
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CAPÍTULO OCHO

LA CIUDAD ES EL AGRANDAMIENTO DE LA CASA DE DIOS

  Lectura bíblica: Neh. 4, 6, 8, 9, 12, 13

  Después de recobrar la edificación del templo, todavía existe la necesidad de que la ciudad sea edificada. Sin la ciudad, el templo carece de protección. El templo ha sido completado, y es allí donde se encuentra la presencia del Señor y donde nos reunimos y servimos al Señor; pero dicho templo todavía requiere de protección. El muro de la ciudad es la defensa del templo. Sin el muro de la ciudad, se carece de la protección necesaria.

  Debemos aplicar toda esta tipología en el contexto neotestamentario. En el Nuevo Testamento, la edificación de la iglesia se menciona por primera vez en los Evangelios. Después que Pedro declaró que Cristo era el Hijo de Dios, se le dijo que la iglesia sería edificada. La iglesia surge después de que conozcamos a Cristo; después que experimentamos a Cristo, la iglesia se hace realidad. Al mismo tiempo, el Señor le dijo a Pedro que le serían dadas las llaves del reino. Por tanto, el reino viene después de la iglesia. Así pues, estos tres son necesarios: Cristo como la roca, la iglesia y el reino. Tenemos que experimentar a Cristo, la iglesia tiene que ser edificada y, entonces, el reino vendrá.

  En las Epístolas vemos que la iglesia es la casa de Dios: esto se menciona tanto en Efesios 2:19 como en 1 Timoteo 3:15. Pero en los dos últimos capítulos de Apocalipsis vemos una ciudad. Y en esa ciudad no hay templo (Ap. 21:22), porque el templo ha sido agrandado, al punto de llegar a ser la ciudad. Todos sabemos lo que Cristo es y, en cierto sentido, sabemos también qué es la iglesia, pero muy pocos están familiarizados con la ciudad.

EL AUMENTO Y AGRANDAMIENTO DE CRISTO

  Cristo es el centro divino y eterno. Al entrar en mí, en usted, y en muchos otros, Cristo crece; así pues, la iglesia no es sino el aumento de Cristo (Jn. 3:29-30). El Cristo acrecentado, el Cristo ensanchado, esto es la iglesia. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es el aumento y el agrandamiento de Cristo. Todos nosotros formamos parte de Cristo y somos miembros de Cristo. Mi mano es uno de mis miembros y también forma parte de mi ser; incluso mi dedo meñique forma parte de mí debido a que es uno de mis miembros. Así pues, no importa cuán pequeño sea usted, si ha nacido de Cristo, usted forma parte de Cristo.

  A veces las personas me preguntan qué clase de cristiano soy. Cuando me hacen tal pregunta, en realidad quieren saber si soy metodista, presbiteriano o bautista. La mejor manera de responderles es simplemente decirles que formo parte de Cristo. Esa es la clase de cristiano que soy. No formo parte de un grupo presbiteriano, sino que formo parte de Cristo. Todos nosotros formamos parte de Cristo y todas estas “partes” en su conjunto constituyen el aumento de Cristo. Todos nosotros formamos parte del Cuerpo, la plenitud de Cristo (Ef. 1:22-23). Al ver a un determinado hermano, estamos viendo un pedacito de Cristo. Todos estos pequeños pedazos de Cristo, al conformar una sola entidad, llegan a ser la plenitud de Cristo, a saber, Su Cuerpo.

  La iglesia es la plenitud de Cristo, pues Cristo se ha acrecentado y agrandado por medio de muchos miembros. Pero, ¿qué es la ciudad? La ciudad es Cristo que se ha ensanchado aún más. El primer paso en el proceso de agrandamiento de Cristo es la iglesia como la casa de Dios. El segundo paso en este proceso de agrandamiento es también la iglesia, no como la casa, sino como la ciudad. La iglesia, que es la casa, tiene que ensancharse hasta llegar a ser la ciudad. La ciudad es más amplia y más segura que la casa. Finalmente, ¡toda la casa llega a ser la ciudad! Apocalipsis 21:22 dice que ya no hay templo en la ciudad, porque el templo se ha convertido en la ciudad. La ciudad es el tabernáculo, la morada (vs. 2-3). La ciudad es el agrandamiento del templo, el pleno desarrollo de la casa.

LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE

  La edificación de la casa y la ciudad ocupan un lugar central en el propósito eterno de Dios. Esta edificación consiste simplemente en mezclar a Dios con el hombre. Cuando Cristo entra en nuestro ser, eso es mezcla; Cristo se mezcla con nosotros. Por tanto, la iglesia es la divinidad y la humanidad que se mezclan, un entremezclarse divino entre Dios y el hombre. Cuando este mezclarse alcance su pleno crecimiento y su consumación, tendremos la ciudad. Así que, la ciudad llega a ser la mutua edificación, la morada mutua, de Dios y el hombre. Dios mora en nosotros y nosotros en Dios. ¡Oh, esto es verdaderamente maravilloso! Ésta es la mezcla universal y eterna de Dios con el hombre. Nosotros somos Su morada, y Él es la nuestra. En pequeña escala, esto es la casa; y en gran escala, esto es la ciudad.

  La Biblia, desde la primera página hasta la última, tiene este tema principal. Ya dije antes que la Biblia es como el cuadro de un tigre en el que aparecen muchas otras cosas en el fondo. La figura principal es el tigre. El tema principal de dicho cuadro no es la montaña, el puente ni los árboles que aparecen al fondo, sino el tigre. Todas estas otras cosas simplemente son el telón de fondo. La Biblia es un cuadro que nos revela la mezcla de Dios con el hombre. Hay miles de otros elementos que componen este cuadro, pero ellos conforman simplemente el telón de fondo y no son tan significativos. La figura principal es la mezcla divina, y en esta mezcla están involucradas cuatro entidades: la primera es Dios, la segunda es Cristo, la tercera es la iglesia, y la cuarta y final es las iglesias locales. Estos son los principales componentes de la figura principal de este cuadro bíblico que representa la mezcla de Dios con el hombre. Si recibimos la revelación respecto a esta mezcla, toda la Biblia llegará a ser clara y transparente para nosotros, desde la primera página hasta la última. De otro modo, la Biblia será un libro velado para nosotros.

LA VIDA Y LA AUTORIDAD NECESARIAS PARA OBTENER LA CASA Y LA CIUDAD

  ¿Qué es Cristo? Cristo es la vida divina. Y ¿quién es Cristo? Cristo es Dios mismo. Cristo es simplemente Dios, nada menos. Y Cristo es Dios como nuestra vida. Cristo es vida para nosotros, y Él se ha forjado en nosotros a fin de que le disfrutemos como vida. ¡Esto es verdaderamente maravilloso! ¡Cristo como vida es tan maravilloso! Es imposible describir cuán maravillosa es esta vida y cuán profundo es el gozo que ella nos da. La vida lo es todo para una persona; y Cristo es nuestra vida. No existen palabras humanas que puedan definir al Cristo que es nuestra vida. La vida es un misterio; nadie ha podido describirla o definirla, no obstante, lo es todo para nosotros. Si no tenemos a Cristo como vida, todo es vano. ¡Cristo como vida lo es todo para nosotros! ¡Aleluya!

  Cristo como vida se halla representado por la iglesia como la casa de Dios. Sé que muchos de nosotros hemos disfrutado de Cristo como nuestra vida. Pero Cristo no es sólo esto, sino mucho más. El Nuevo Testamento primero nos dice que Cristo es nuestra vida, pero después nos dice que Cristo es nuestra Cabeza y que nosotros somos Su Cuerpo. El Cuerpo necesita de la Cabeza, y la Cabeza necesita del Cuerpo. Cristo no sólo es nuestra vida, sino que también es nuestra Cabeza. Si únicamente experimentamos a Cristo como vida, pero no le tomamos como nuestra Cabeza, entonces sólo disfrutaremos de la iglesia como la casa de Dios, no como la ciudad. Cuando nos percatemos de que Cristo no solamente es nuestra vida, sino también nuestra Cabeza, Él podrá dar el segundo paso en Su proceso de agrandamiento. Entonces, la iglesia no solamente será la casa, sino también la ciudad. La casa está principalmente relacionada con la vida divina, mientras que la ciudad se relaciona primordialmente con la Cabeza.

  En los últimos dos capítulos de la Biblia, vemos una ciudad con un trono en ella. Del trono surge el río de vida con el árbol de la vida que crece en ambos lados del río. ¡Del trono procede la vida! Allí está el trono y allí está la vida. Sabemos lo que es la vida, pero ¿qué es el trono? El trono representa el gobierno, la autoridad, el reinado y el señorío de Cristo. Es fácil para nosotros percatarnos en nuestra experiencia de que Cristo es nuestra vida, pero no es tan sencillo experimentar a Cristo como nuestra Cabeza. Disfrutar a Cristo como nuestra vida es comparativamente más fácil que experimentar a Cristo como nuestra Cabeza. Hay quienes conocen un poco a Cristo como vida, pero desconocen completamente la autoridad de Cristo, la Cabeza. El Nuevo Testamento nos dice claramente que Cristo es tanto nuestra vida como nuestra Cabeza. El Evangelio de Juan nos habla de Cristo como vida, y las Epístolas, especialmente Colosenses, nos dicen que Cristo es también nuestra Cabeza. Así pues, Él no solamente es nuestra vida, sino también nuestra Cabeza.

  Debemos tener presente que Cristo es ambas cosas para nosotros: Él es nuestra vida y nuestra Cabeza. Cuando experimentamos y disfrutamos a Cristo como nuestra vida, la iglesia llega a ser para nosotros la casa de Dios. Pero si avanzamos en nuestra experiencia y le conocemos como Cabeza, la iglesia será ensanchada, agrandada, en nuestra experiencia y llegará a ser la ciudad. Entonces la iglesia será debidamente resguardada. Una casa es mucho más fácil de conquistar que una ciudad, y es más fácil penetrar en una casa que invadir una ciudad penetrando por sus muros. La ciudad es una salvaguarda para la casa.

  Ahora, todos estamos disfrutando a Cristo como nuestra vida, y muchos están disfrutando de su luna de miel con la iglesia local. Pero todos sabemos que la luna de miel no dura para siempre. Ahora nos sentimos muy felices, pero tarde o temprano esta luna de miel se acabará. Cuando esto suceda, ustedes no se sentirán tan felices con algunos de los hermanos, y la iglesia local dejará de ser un lugar de regocijo para ustedes. Entonces, necesitaremos experimentar a Cristo no sólo como nuestra vida, sino también como nuestra Cabeza. No sólo necesitamos el disfrute, sino también la autoridad de la Cabeza. Si experimentamos a Cristo como la Cabeza, entonces el muro de la ciudad será edificado.

  En muchas iglesias locales verdaderamente se disfruta de la vida divina en la casa de Dios, pero en lo concerniente a la ciudad, todavía se pueden detectar brechas en el muro; por lo cual, todavía se carece de protección. A esto se debe que después de Zorobabel, Josué y Esdras, todavía sea necesario un Nehemías que edifique el muro de la ciudad. El enemigo aborrece esto aún más que la edificación del templo. Los adversarios trataron de impedir, obstaculizar y perjudicar la edificación de la casa, pero tal oposición no fue tan intensa como cuando se opusieron a la edificación de la ciudad valiéndose de astutas y engañosas estratagemas. El enemigo sabe que todavía es posible dañar la casa que ha sido edificada, pero una vez que se concluya la edificación de la ciudad, el muro de la ciudad protegerá y defenderá la casa. Así que, lo que necesitamos a largo plazo es la edificación del muro de la ciudad. El muro forma parte de la ciudad, la cual protege la casa.

  Ciertamente es bueno que todos los hermanos y hermanas jóvenes disfruten de Cristo como vida. Pero tienen que avanzar y experimentar también a Cristo como su Cabeza. Él no solamente debe ser nuestra vida, sino también nuestra Cabeza; no solamente debe ser nuestro disfrute, sino también la autoridad a la que estemos sujetos. No sólo debemos disfrutar de la vida divina, sino también debemos estar sujetos a la autoridad de la Cabeza. ¿Por qué tantas personas se divorcian en los Estados Unidos? Simplemente porque quieren disfrutar del matrimonio sin estar sujetos a autoridad alguna. Si una pareja se siente feliz, disfruta del matrimonio, pero en cuanto dejan de sentirse felices con su cónyuge, se divorcian. Si ellos entendieran que no solamente deben llevar una vida matrimonial sino que, además, deben estar sujetos a la autoridad de la cabeza, no habría divorcios. Hermanos y hermanas, si nos sometemos a la autoridad de la Cabeza, ¡no tenemos otra opción! Estamos bajo la autoridad divina. Es imprescindible que todos nosotros nos percatemos tanto de la vida como de la autoridad. Entonces no solamente tendremos una casa, sino también una ciudad con un muro alto y sólido.

  Si yo percibo la autoridad que tiene sobre mí el Señor como Cabeza, ya sea que esté contento con los otros santos o no, simplemente soy uno con ellos; no tengo otra opción. Así, no solamente soy partícipe de Su vida, sino que también estoy sujeto a Su autoridad como Cabeza. Si percibo Su autoridad como Cabeza, entonces me sujetaré a ella. La verdadera edificación de la ciudad consiste en ayudar a todos los hermanos y hermanas a sujetarse a la autoridad de Cristo como Cabeza.

  Si en la iglesia únicamente disfrutamos de Cristo como nuestra vida pero desconocemos totalmente la autoridad que Cristo tiene sobre nosotros como Cabeza, entonces seguramente habrán brechas en el muro de la ciudad. Es posible que hayamos edificado la iglesia como la casa en virtud de la vida de Cristo, pero si hemos de obtener la iglesia como la ciudad, tenemos que estar sujetos a la autoridad de Cristo como Cabeza. Si nuestra vida de iglesia no solamente ha de ser una casa sino una ciudad que nos brinda protección, tenemos que avanzar en nuestra experiencia y sujetarnos a la autoridad de Cristo. Es posible que sea suficiente disfrutar de la vida de Cristo para obtener la casa, pero ello no basta para obtener la ciudad. La ciudad tiene que ser edificada con la autoridad de Cristo.

  Todos nosotros tenemos que ejercitar nuestra voluntad, la cual debe ser renovada y transformada, de tal manera que esté sujeta a la autoridad de Cristo. Nuestra voluntad tiene que someterse a la Cabeza. Sólo entonces seremos firmemente establecidos. Como miembros del Cuerpo, el cual se expresa mediante la iglesia local, tenemos que estar dispuestos a sujetarnos a la autoridad de Cristo. Sólo entonces edificaremos la parte del muro que nos corresponde, y se eliminarán las brechas.

  El libro de Nehemías nos dice que cada uno de nosotros tiene que edificar la parte del muro que le corresponda. Yo no puedo edificar en su lugar, ni usted tampoco puede edificar en mi lugar. Cada uno tiene que edificar la parte que le corresponde. Y en cuanto a la edificación del muro, la labor principalmente depende de los más fuertes, pues éste es un combate. Este asunto no depende tanto de nuestras emociones como de nuestra voluntad. Ya sea que me guste o no, tengo que edificar el muro. No importa que me sea difícil o fácil, tengo que hacerlo; no tengo otra opción. Así pues, tengo que sujetarme a la autoridad de Cristo como Cabeza a fin de que el muro pueda ser edificado.

  Todas las iglesias locales requieren de la edificación del muro de la ciudad. Si realmente hemos visto que la iglesia local es la expresión del Cuerpo, entonces tenemos que entender que el Cuerpo está bajo la autoridad de Cristo como Cabeza. Como miembros, nosotros estamos sujetos a tal autoridad. No tenemos otra opción; tenemos que estar sujetos a la autoridad de Cristo. Entonces será edificado el muro. El muro constituye la ciudad y, en tipología, la ciudad representa el reino, el gobierno. El Señor está en la casa, pero el Rey está en la ciudad para establecer el reino.

EL MURO DE SEPARACIÓN

  Hay otro aspecto con respecto al muro. El muro de la ciudad no solamente brinda protección sino que, además, sirve como muro de separación. El muro constituye una línea, un lindero, de separación. Cuando el muro ha sido edificado, éste separa lo que se encuentra al interior de lo que quedó afuera. En Génesis 2 había un huerto que no tenía muros, así que fue fácil que el enemigo, el que se arrastra, se deslizara al interior de dicho huerto. Satanás se introdujo en el huerto arrastrándose porque éste carecía de un muro. Pero al final de la Biblia vemos una ciudad que tiene un muro de ciento cuarenta y cuatro codos de alto. Eso es doce veces doce, un número que significa perfección eterna. Así pues, hay una muralla perfecta que separa lo que es santo de lo que es común; por tanto, ninguna cosa profana puede entrar en la ciudad.

  El muro de separación no está edificado con diversos preceptos o normas, sino con piedras preciosas que fueron transformadas. La Nueva Jerusalén es una ciudad edificada con piedras que fueron transformadas, y no con barro; allí no se encuentra ni un sólo ladrillo de barro. El muro de separación es la edificación conjunta de las piedras que pasaron por un proceso de transformación. Cuanto más seamos transformados, más nos separaremos de todo lo profano, y tal transformación, finalmente, llegará a ser la línea de separación. Esto no se lleva a cabo por medio de normas o reglamentos, sino mediante la transformación. En la iglesia, no debiéramos tener normas con respecto a cuán corto o largo debe ser nuestro cabello, ni tampoco a si los miembros de la iglesia deben afeitarse o no. Hoy en día son considerables las discusiones no solamente entre los cristianos, sino incluso entre los incrédulos, sobre cuán largas deben ser las vestimentas de las damas. Algunas prendas son diabólica e infernalmente cortas. Pero, ¿debiéramos nosotros tener reglas respecto a cuán largos deben ser los vestidos de las hermanas? No, pues si adoptáramos tal clase de reglas, nos convertiríamos en la religión de los vestidos largos. Por supuesto, esto no quiere decir que estemos de acuerdo con el uso de faldas cortas. Pero nosotros debemos poner nuestra confianza en el crecimiento de la vida divina y en el proceso de transformación. La transformación constituye la verdadera línea de separación. No tenemos reglas, pero contamos con la vida que transforma. ¡Alabado sea el Señor! Esta vida que nos transforma hará que nos separemos de todo lo profano.

  En el muro de la Nueva Jerusalén no encontramos normas, sino la edificación conjunta de las piedras preciosas que fueron transformadas. Si oramos-leemos todos los versículos de Apocalipsis 21 y 22, veremos que ellos están profundamente relacionados con la vida divina: nos hablan de la corriente de vida, de ser alimentados con la vida, de beber de la vida y de la transformación efectuada por la vida divina. Esto no es otra cosa que la iglesia que cuenta con un muro edificado mediante la transformación.

  Por eso, el enemigo aborrece la edificación del muro. Mientras no se haya erigido el muro en las iglesias locales, éstas carecerán de seguridad, resguardo o defensa. Es necesario edificar el muro, es decir, es menester que todo hombre tome conciencia de la autoridad de Cristo como su Cabeza. Todos y cada uno de ellos tienen que asumir y mantener la posición que les corresponde en la edificación del muro y tienen que aprender a edificar con una mano y a combatir con la otra. La edificación no es una tarea fácil; sólo puede llevarse a cabo combatiendo.

LAS ESTRATAGEMAS SUTILES DE LOS ADVERSARIOS

  Una vez comencemos a edificar el muro, tendremos que enfrentarnos a las estratagemas y engaños sutiles de los adversarios. Primero, ellos pretenderán tener buena voluntad hacia nosotros. Tal vez nos inviten a reunirnos con ellos en conferencia. Esto parece ser muy positivo, pero muchas, muchas veces, seremos engañados por esta clase de propuestas. No las acepten, pues no es algo que proceda del Señor. He aprendido que tales reuniones son inútiles. ¿Qué podría producir una reunión así? ¿Qué podría obtenerse en tales reuniones que sea beneficioso para los intereses del Señor? Ustedes descubrirán que tales reuniones son simplemente trampas puestas por el enemigo a fin de engañarnos. Tenemos que aprender de la sabiduría de Nehemías. Él les dijo que estaba demasiado ocupado trabajando en la construcción del muro, y que no podía reunirse con ellos. Pero ellos no solamente hicieron una invitación, ¡sino cuatro! Es fácil rechazar la primera invitación, pero no es tan fácil rechazar la segunda, la tercera y la cuarta. Me temo que muchos entre nosotros habrían de aceptar la cuarta invitación.

  En todas las iglesias locales tenemos que aprender a no vernos involucrados en ninguna reunión o conferencia con los adversarios. Si nosotros estamos en el camino del Señor, entonces dejemos que ellos opten por este camino. Si a ellos no les parece que nuestro camino sea el camino del Señor, entonces dejemos que ellos sigan su propio camino. No hay margen para transigir ni para celebrar reunión o conferencia alguna. Simplemente no tenemos tiempo para ello. Si ellos están dispuestos a tomar el camino del Señor, ellos lo tomarán. Jamás aceptemos la propuesta de descender para reunirnos con ellos. No, ellos tienen que subir para tomar este camino. Nosotros jamás descenderemos; que sean ellos los que suban.

  ¡Oh, cuan astutos son los adversarios! Algunos de los que retornaron de la cautividad incluso mantenían correspondencia con ellos. El sumo sacerdote se vio envuelto en una relación matrimonial que lo ligaba a ellos, y algunos de los sacerdotes incluso ¡le abrieron el templo de Dios a los adversarios para que ellos morasen en él! Pero cuando Nehemías regresó la última vez y descubrió que uno de los adversarios moraba en una de las habitaciones del templo, ¡él lo echó fuera! A algunos quizás les pueda parecer que esto es ser excesivamente descortés, pero Nehemías podía orar diciendo: “Acuérdate de mí, oh Dios”, con respecto a lo que él había hecho por el pueblo y por la casa de Dios. El Señor recuerda estas cosas. Así pues, lo que nos debe importar no es lo que la gente diga, sino lo que el Señor ha de recordar.

LA SEGUNDA PURIFICACIÓN

  Después de la edificación del muro, Esdras intervino nuevamente para ayudar al pueblo a purificarse una vez más. Esdras era un maestro que ejercía el sacerdocio, un maestro sacerdotal, e impartió al pueblo enseñanzas sacerdotales a fin de ayudarles a purificarse. Él les leyó la Palabra de Dios, y ellos fueron inspirados. Todos estuvieron de acuerdo en firmar un pacto según el cual renunciarían a toda mezcla foránea. En las iglesias locales se debe rechazar todo tipo de mezcla impura. Debemos ser purificados completamente de toda mezcla impura. Todo aquello que sea común y todo lo que sea contrario a la naturaleza celestial, debe ser desechado. El recobro del Señor debe ser puro. Después de la edificación de la casa, tenemos que purificarnos; y después de la edificación de la ciudad, tenemos que purificarnos nuevamente. Tanto Esdras como Nehemías se percataron de esta necesidad y llevaron a cabo tal purificación. Por lo menos dos purificaciones se efectuaron bajo la dirección de Esdras, y una se realizó bajo la dirección de Nehemías. Es necesario recobrar el muro de la ciudad y es necesaria la purificación. Ésta es la necesidad actual en las iglesias locales.

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