
Lectura bíblica: Mt. 13:3-6, 11, 18-21; 1 Co. 3:9
Mateo es un libro que trata sobre el reino. Como vimos, Juan el Bautista anunció el reino de los cielos y después el Señor Jesús dio continuación a esta predicación e instruyó a Sus discípulos a hacer lo mismo. El Señor envió a los doce, así como a otros setenta discípulos Suyos para que predicasen el reino de los cielos (Mt. 10:5-7; Lc. 10:1, 9). Las cosas mencionadas en Mateo guardan relación con el reino debido a que el reino es el tema central de este libro. La gente se distrae fácilmente al leer el libro de Mateo. Incluso muchos lectores cristianos han sido distraídos con todas las buenas historias y las excelentes enseñanzas relatadas allí. Algunos cristianos consideran que el libro de Mateo es un libro de historias, mientras que otros consideran que es un libro de enseñanzas y doctrinas. Ambas perspectivas dejan de lado el tema principal de Mateo, que es el reino. Mateo no es solamente un libro de relatos o de doctrinas, sino que es un libro que trata sobre el reino.
Juan el Bautista anunció que “el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2), pero lo que de hecho sucedió es que vino el hombre Jesús. Esto da a entender que el reino es sencillamente el propio Señor Jesús, y no solamente en Sí mismo, sino en muchas personas, incluyéndonos a nosotros. Este hombre maravilloso, el Señor Jesús, no es tan sencillo. Él es el reino. No debemos olvidar jamás el capítulo 1 de Mateo donde se nos habla de esta persona maravillosa que es “Jehová-más” y “Dios-más”. Así pues, esta persona maravillosa, el Señor Jesús, quien es “Jehová-más” y “Dios-más”, es el reino. El reino es el Señor Jesús mismo y es el Señor Jesús en todos Sus creyentes. Es la totalidad de Cristo como vida que se propaga en nuestro ser junto con todas Sus actividades. También es correcto afirmar que el reino es Cristo. Siento gran aprecio por todas estas expresiones. El reino no solamente es una dispensación o una esfera. El reino es también Cristo mismo quien, como vida, se propaga en nuestro ser y constantemente crece en nosotros hasta la madurez, la cual será la plena manifestación del reino.
El Señor Jesús hizo referencia a muchos misterios, uno de los cuales es la parábola del sembrador. Esta parábola no es meramente una doctrina o enseñanza, sino que es un misterio. Muchas personas prestan atención a las doctrinas, pero descuidan el misterio del reino. El reino de los cielos es un misterio. Incluso los seres humanos encierran muchos misterios. Externamente, podemos observar las características físicas de un ser humano: su cabeza y hombros, sus brazos y piernas, así como su piel. Debido a que todos estos rasgos externos resultan bastante obvios, no son tan misteriosos. No obstante, en el hombre están corporificados diversos misterios. Uno es el misterio de su vida física. Es posible producir un modelo de cera que posea el mismo color, tamaño y forma de una verdadera persona. La única diferencia es que un modelo carece de vida. Si diseccionáramos a un ser humano a fin de examinar todas sus partes, la vida desaparecería; pero si le dejamos vivir y permanecer íntegro, la vida permanecerá en él. Nadie podría explicar adecuadamente en qué consiste la vida física de un ser humano. La vida es algo misterioso.
Otro misterio en relación con el hombre es su espíritu, el espíritu humano. ¿Qué es el espíritu humano? Dónde podríamos localizarlo dentro del hombre, ¿en el corazón, la cabeza o el estómago? Según la Biblia, tenemos un espíritu humano (1 Ts. 5:23), pero ¿podríamos decir dónde está? Si bien para nosotros es muy fácil localizar nuestros ojos, nuestra nariz o nuestras orejas, nos es imposible localizar nuestro espíritu debido a que éste es un misterio.
Otro misterio concierne a nuestro corazón. El hombre tiene dos corazones. Uno es el corazón físico, el cual late constantemente bombeando sangre continuamente. Sin embargo, la Biblia nos dice que el corazón del hombre es corrupto e incurablemente perverso (Jer. 17:9). Esto, por supuesto, no hace referencia al corazón físico del hombre. Cuando la Biblia declara que el corazón del hombre es corrupto, se refiere a otro corazón, al corazón psicológico del hombre. Por tanto, tenemos dos corazones, uno físico y otro psicológico. Si bien sólo unos cuantos entre nosotros tienen problemas con su corazón físico, todos tenemos problemas con nuestro corazón psicológico. ¿Dónde está tal corazón psicológico? Uno sabe que tiene tal corazón, pero es difícil localizarlo debido a que éste también es un misterio. Así pues, muchos misterios se hallan corporificados en el hombre. La vida humana, el espíritu humano y el corazón psicológico, todos ellos son un misterio. Nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad y nuestra conciencia también son misterios.
Mateo 13 revela que hay muchos misterios relacionados con el reino de los cielos. Las parábolas en este capítulo no son meras enseñanzas o relatos, sino que son misterios difíciles de comprender. Éstos son misterios del mismo modo que la vida física del hombre, el espíritu humano y el corazón psicológico son misterios. Tenemos cierto entendimiento con respecto a nuestra mente, conciencia, corazón, espíritu y vida; no obstante, siguen siendo misterios. La parábola del sembrador es asimismo un misterio. Otros misterios del reino incluyen la parábola de la cizaña, de la semilla de mostaza, de la levadura, del tesoro, de la perla y de la red. En Mateo 13 hay por lo menos siete misterios.
Para entender estos misterios es necesario que tengamos un corazón abierto y que seamos pobres en espíritu. El Señor le dijo a los discípulos que a ellos les había sido dado conocer los misterios del reino, pero que a los demás no les había sido dado a conocer debido a que sus corazones habían sido endurecidos y sus espíritus estaban llenos de otras cosas (Mt. 13:11-15). El Señor se alejó de aquellos que estaban endurecidos y ocupados con otras cosas. Tenemos que orar: “Señor, concédenos ser pobres en espíritu. Quita todo lo demás. Quita las doctrinas y el viejo conocimiento bíblico. Señor, vacíanos en nuestro espíritu y haznos pobres en espíritu. En nuestro espíritu no nos aferramos a nada”. Tienen que orar de este modo. De lo contrario, incluso después de leer todos estos capítulos, no podrán recibir nada. Qué el Señor nos guarde de tener algo viejo en nuestro espíritu. Además, necesitamos poseer un corazón que sea puro y esté abierto al Señor. Cuando seamos pobres en espíritu y tengamos un corazón abierto al Señor, de inmediato vendrá la revelación y podremos comprender los misterios del reino.
En primer lugar, el Señor Jesús se comparó con un sembrador, no con un maestro. Muchos cristianos consideran a Jesús como un gran maestro. En el relato hallado en Juan 3, Nicodemo abordó al Señor diciéndole: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro”. Pero inmediatamente el Señor le dijo que él tenía que nacer de lo alto. El Señor Jesús no vino como maestro cuyo propósito fuera enseñarnos la doctrina del reino, sino que vino a sembrar el reino en nuestro ser. La Biblia nos revela que esta simiente es el propio Señor Jesús. Él es tanto el sembrador como la semilla. Él vino como el sembrador a fin de sembrarse como la semilla de vida en nuestro ser.
En los cuatro Evangelios vemos cómo la semilla fue sembrada en tierra. En Hechos vemos cómo esta semilla produce un brote tierno. En las Epístolas vemos tanto su crecimiento gradual como su florecimiento, y en Apocalipsis tenemos la cosecha. En Apocalipsis 14 declara que la mies de la tierra está madura. Así pues, el Señor Jesús, quien es la semilla, fue sembrado en el Evangelio de Mateo. Esta semilla crece hasta producir un brote tierno en el libro de Hechos. En las Epístolas vemos el crecimiento y el florecimiento de esta semilla y, finalmente, se producirá la cosecha en el libro de Apocalipsis.
En la parábola del sembrador, la semilla es sembrada en la tierra, la cual representa a nuestro ser. Nosotros somos la tierra; de hecho, 1 Corintios 3:9 afirma que nosotros somos labranza de Dios. No todo terreno es propicio para sembrar la semilla. Un agricultor sabe esto y siempre escoge la mejor área para sembrar su semilla. Él sabe que ciertos terrenos no proveen las condiciones necesarias para el crecimiento de la semilla. Nuestro espíritu humano es el lugar apropiado para que el Señor Jesús se siembre en nuestro ser, y nuestro corazón es el lugar donde Él deberá crecer. Así pues, Él se siembra en nuestro espíritu y crece en nuestro corazón.
Las palabras con las que el Señor dio inicio a Sus enseñanzas en Mateo 5 fueron: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Éste fue el primer punto que trató, pero ¡muchos cristianos no han visto esto! El Señor Jesús hizo que el primer punto fuese el espíritu humano, pero la gran mayoría de los cristianos han hecho que este asunto sea el último, al punto de considerarlo insignificante. Después de esto el Señor dijo: “Bienaventurados los de corazón puro” (v. 8).
La verdad en cuanto al espíritu humano fue sembrada en Mateo 5 y desarrollada en muchos versículos a lo largo de las Epístolas. Asimismo, la verdad acerca del corazón del hombre fue sembrada en Mateo 5:8 y continúa su crecimiento en las Epístolas. El libro de Apocalipsis también contiene varios versículos acerca del espíritu humano. Por ejemplo, en Apocalipsis 1:10 Juan dijo: “Yo estaba en el espíritu en el día del Señor”. En 4:2 Juan reiteró que estaba en el espíritu. En 17:3 y 21:10 él dijo que fue llevado en espíritu. El libro de Apocalipsis contiene la cosecha que corresponde a la verdad en cuanto al espíritu humano.
Por tanto, lo primero que fue sembrado en Mateo fue la verdad en cuanto al espíritu humano, y lo segundo fue en cuanto al corazón del hombre. Estos dos asuntos fueron mencionados primero porque son precisamente los lugares para que el Señor se siembre y después se propague. Cuando el Señor Jesús entra en alguien, Él no entra a su corazón, sino que entra a su espíritu. Como ya dijimos, 1 Pedro 3:4 nos dice que el espíritu es el centro, el núcleo mismo, de nuestro corazón. Éste es el hombre interior escondido en el corazón. Nuestro corazón envuelve a nuestro espíritu. El espíritu es el lugar específico donde el Señor Jesús entra en el hombre. A partir de allí, Él busca la oportunidad de propagarse a todas las partes de nuestro corazón.
En la parábola del sembrador, los que reciben al Señor Jesús son comparados a cuatro clases de terreno. El primero es el terreno junto al camino, el cual se encuentra al margen de los campos. Esta zona marginal o limítrofe se encuentra ubicada entre el campo y el camino, y puede ser considerada como una zona neutral, pues no es ni el camino ni el campo. Debido a que esta clase de terreno está próxima al camino, ha sido pisoteado por el tráfico del mundo, por lo cual se ha endurecido y está lleno de preocupaciones, lo cual hace que la semilla tenga dificultad en penetrar en él. Las aves del campo se dan cuenta de esta situación y vienen de inmediato y se llevan las semillas. Ciertas personas cuando oyen la palabra del evangelio del reino tienen sus corazones llenos de preocupaciones debido a las comunicaciones y el tráfico del mundo. Es probable que tales personas presten atención al mensaje del evangelio e incluso asientan con sus cabezas, pero sus corazones han sido endurecidos. Una vez concluido el mensaje que se les predicó, no son capaces de recordar nada del mismo, pues la palabra les ha sido arrebatada de sus corazones. El Señor Jesús nos dijo de manera categórica que las aves del aire representan al maligno, a Satanás (Mt. 13:4, 19), quien opera en la tierra, pero habita en el aire. Desde allí él observa toda la tierra. Satanás no duerme jamás; él siempre está trabajando en la tierra, velando en busca de una oportunidad de arrebatar las palabras del reino a los corazones endurecidos. El tráfico de este mundo con todas sus complicaciones tiene el efecto de endurecer los corazones de los hombres. Tenemos que orar: “Señor Jesús, líbrame de ser el terreno que está junto al camino. No dejes que mi corazón sea endurecido por el tráfico de este mundo”.
Incluso si su corazón no es como el terreno junto al camino, no debe estar confiado, pensando que está exento de problemas. Aún hay una segunda clase de terreno: los pedregales. El Señor Jesús dijo que estos pedregales están cubiertos de tierra blanda que aparentemente es muy buena para cultivar. Pero en realidad este suelo es superficial; quizás apenas tenga media pulgada de profundidad. En la superficie hay tierra buena, blanda, pero debajo de ella hay rocas. Estas rocas no representan primordialmente cosas pecaminosas, sino que representan nuestra mente, parte emotiva y voluntad naturales. Así pues, nuestra mente sin renovar, nuestras emociones que no han sido transformadas y nuestra voluntad insumisa son tres grandes rocas que hay en nuestro corazón.
Por varios años he viajado por este país visitando y ministrando en muchos lugares. Me alegra mucho ver el crecimiento en vida producido entre tantos santos durante este periodo de tiempo. Sin embargo, me preocupan algunos hermanos y hermanas, pues año tras año parecen experimentar un crecimiento mínimo. Simplemente no vemos el crecimiento ni la expansión del Señor Jesús dentro de ellos. Es posible que estas personas sean muy buenas, amables y simpáticas; pero ha habido muy poco crecimiento de Cristo en ellas. El reino no es un asunto de que seamos personas simpáticas y afables; sino de que Cristo mismo se expanda dentro de nosotros. Debido a las rocas escondidas en el corazón, el Señor Jesús no ha podido crecer en algunos hermanos y hermanas.
La primera roca es la mente natural. Podríamos incluso llamarla la mente religiosa, la mente doctrinal o la mente llena del conocimiento bíblico. Tal vez usted piense que no hay nada malo con tal clase de mente, pero por causa del reino tiene que ser quebrantada y traspasada. El libro de Mateo revela que fueron las personas de mente religiosa las que le ocasionaron más problemas al Señor Jesús. Por tanto, si hemos de tener a Cristo como la semilla del reino creciendo en nosotros, entonces necesitamos desocupar nuestra mente, vaciarla de los viejos conceptos. Tenemos que comprender que lo que le impide al Señor Jesús arraigarse profundamente en nuestro ser es la mente natural que está debajo de la tierra blanda. No debemos recibir estas palabras pensando en otros; leámoslas pensando en nosotros mismos. Si uno considera que ya escuchó esto antes y que ya lo ha entendido, esto también llega a ser una roca y se constituye como tal en nuestro interior. Tienen que orar al Señor pidiéndole: “Señor, descarga mi mente y entendimiento de todo cuanto lo ocupa”.
Otra gran roca son nuestras emociones que no han sido transformadas ni tocadas. Si sus emociones son inmaduras y, en cierto sentido, frágiles, lo más probable es que el Señor jamás haya podido tocarlas o entrenarlas. Si sus emociones han pasado por el entrenamiento del Señor y han sido debidamente tratadas, entonces usted no se ofenderá fácilmente. Será una persona flexible pero no frágil. Nuestras emociones tienen que ser tocadas y tratadas por el Señor a un nivel muy profundo. Tenemos que orar al Señor pidiéndole que tome medidas con respecto a nuestras emociones. Algunos problemas que se suscitan en las iglesias son causados por emociones frágiles. Hermanas, ¿qué hay de sus emociones? Si usted quiere persuadir a una hermana acerca de algo, no le será necesario hablar mucho; todo lo que tendría que hacer es derramar un par de lágrimas, una de cada ojo. Tal hermana será completamente persuadida por un par de lágrimas, porque sus emociones no han sido disciplinadas. ¡Cuánto necesitamos el trato del Señor para nuestras emociones!
En cierta ocasión, los dos hijos del sumo sacerdote Aarón murieron al ser consumidos por el fuego enviado por el Señor (Lv. 10:1-7). En su condición de padre, ¿cómo podría Aarón contener sus lágrimas y no hacer lamentación por sus hijos? Sin embargo, Moisés instruyó a Aarón que no hiciese lamentación. Podríamos pensar que Moisés no tenía sentimientos humanos. El hecho de que Aarón pudiera controlar sus emociones y contener sus lágrimas indica que él era apto para ser tal sumo sacerdote. En el reino de Dios, en la vida de iglesia, no debemos jugar con nuestras emociones. Las hermanas fácilmente se tornan emotivas, se lamentan y lloran. Sin embargo, por la misericordia del Señor y por Su vida en nuestro ser, todos podemos subyugar nuestras emociones y permitir que las mismas sean completamente transformadas. Será necesario excavar profundamente en nuestra parte emotiva y quitar la roca de nuestras emociones. Si nuestras emociones no son transformadas, el Señor no podrá arraigarse profundamente dentro de nosotros. La gran roca de nuestras emociones impide el crecimiento de Cristo.
Ahora hemos de referirnos a la voluntad, la cual es una roca aún más difícil y dura que la mente y las emociones. Éste quizás sea un problema que particularmente se suscita entre los hermanos. He conocido muchos hermanos de voluntad férrea. Una vez que ellos han tomado una decisión, nada puede hacerles cambiar de idea. Por supuesto, hay algunos hermanos que también son indecisos, pero la mayoría son más bien obstinados. A veces, los hermanos de voluntad férrea no quieren oír lo que el ministerio o los ancianos dicen. Hermanos, es necesario que su voluntad sea quebrantada, derribada y pulverizada. Espero que finalmente, los hermanos de voluntad fuerte permitan que el Señor toque su voluntad. Entonces la iglesia será rescatada. Es necesario que ustedes oren: “Oh Señor, ten misericordia de mí. No dejes que mi corazón sea endurecido por el tráfico de este mundo. Desentierra las rocas de mi mente natural, mis emociones naturales y mi voluntad natural. Propágate desde mi espíritu a todas las partes de mi corazón”.