
Lectura bíblica: Mt. 16:28; Mr. 9:1; Mt. 16:18-19; Ro. 14:17-18; 1 Co. 4:17, 20; 3:2, 6, 9-12, 16
La revelación de Dios en la Biblia se ciñe a un principio importante, y este es, que lo mencionado al principio alcanza su consumación al final. Desde el principio de la Biblia hasta el final de la misma, su revelación tiene una sola línea y un único fluir. Por ejemplo, en Génesis 2 se menciona el árbol de la vida y en Apocalipsis 22 se vuelve a mencionar el árbol de la vida. A lo largo de toda la Biblia, el punto principal que se revela es la vida. Puesto que la Biblia comienza con la vida, también termina con la vida.
El Nuevo Testamento fue escrito del mismo modo. En Mateo tenemos el principio y en Apocalipsis vemos la compleción. La semilla es sembrada en Mateo, el brote aparece en Hechos, el crecimiento y florecimiento del fruto pueden verse en las Epístolas, y la cosecha tiene lugar en Apocalipsis.
Podemos aplicar este principio a tres asuntos: el crecimiento, la transformación y la edificación. El Señor Jesús fue sembrado como semilla en nuestro ser para crecer en nosotros, transformarnos y edificarnos, todo los cuales son aspectos del reino. El crecimiento de Cristo en nuestro ser es también un aspecto del reino. La transformación en virtud de la vida es otro aspecto del reino. Según nuestro entendimiento y conceptos naturales, el reino es meramente una era, un periodo de tiempo, o una esfera. Si bien es cierto que el significado neotestamentario del reino los incluye, el reino es mucho más que eso. Tanto el tiempo como la esfera están incluidos en el concepto neotestamentario del reino, pero ellos no son el reino. Ellos no son la realidad del reino. La realidad del reino es Cristo mismo que se forja en nuestro ser y se expande a todo nuestro ser hasta alcanzar la madurez. El reino comenzó a venir en el tiempo de la siembra y continúa viniendo gradualmente a medida que Él crece en nosotros. Cuando el Cristo en nuestro interior alcance la madurez, esto representará la plena venida, la plena manifestación del reino.
Cuando Juan el Bautista proclamó que el reino de los cielos se había acercado, el Señor Jesús mismo fue quien vino. Juan no dijo: “He aquí, el Mesías se ha acercado”, ni tampoco: “He aquí, el Salvador se ha acercado”, ni “El Redentor se ha acercado”. No, él dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Él proclamó un reino, sin embargo, fue una Persona la que vino. Así también, cuando el Señor Jesús encargó a Sus discípulos, primero a los doce y después a los setenta, que predicasen el reino; lo que ellos predicaron fue la persona viviente de Cristo. Esto constituye una prueba fehaciente de que el reino revelado en Mateo es la persona viviente de Cristo.
No debemos olvidar quién es el Señor Jesús. Él es la persona maravillosa revelada en el primer capítulo de Mateo, es “Jehová-más” y “Dios-más”, así como Jehová el Salvador y Dios con nosotros. Él es el fruto de muchas generaciones mezcladas con el Dios Triuno. Esta maravillosa persona es la semilla del reino quien ha sido sembrada en nosotros, crece continuamente en nosotros hasta finalmente llegar a la madurez. La semilla es sembrada en Mateo, brota en Hechos, crece y florece en las Epístolas y es finalmente cosechada en Apocalipsis. Tenemos que orar mucho acerca de estos puntos, considerando todos estos versículos en la presencia del Señor, a fin de ver la revelación y la realidad. Tenemos que vivir bajo la visión gobernante del reino.
Mateo no solamente es un libro de relatos o doctrinas; más bien, es un libro que nos da una revelación del reino. El reino es el Cristo maravilloso que ha sido sembrado en nuestro ser, el cual ahora crece en nosotros y nos transforma hasta que lleguemos a la madurez. Finalmente, llegará el tiempo de la siega, y esta siega será la plena manifestación del reino. Tenemos que ver esto. Tenemos que considerar el libro de Mateo desde una perspectiva celestial, no desde la perspectiva de meros relatos, doctrinas o enseñanzas. Si consideramos Mateo desde una perspectiva celestial, veremos que nos revela al Señor Jesús como la semilla del reino, como el crecimiento gradual del reino y como la plena madurez del reino. Tenemos que ver Mateo desde tal punto de vista.
El Nuevo Testamento revela al Señor Jesús como semilla del reino que ha sido sembrada en las personas. Cuando la semilla crece dentro de ellas, esto constituye el crecimiento del reino. A medida que Él se propaga en el interior de las personas, eso constituye la propagación del reino. Un día, Él habrá madurado en muchos que le amaron. Cuando llegue tal tiempo de la madurez, habrá llegado el tiempo de la siega, la plena manifestación del reino.
¿Cómo podemos demostrar que el reino es la propagación del Señor Jesús? La prueba más contundente la hallamos en Mateo 16:28 donde Él le dijo a Sus discípulos que algunos de ellos no morirían hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en Su reino. El versículo paralelo en Marcos 9:1 dice: “...hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder”. Seis días después, Él subió a la cima de un monte con tres de Sus discípulos y se transfiguró delante de ellos. La transfiguración del Señor Jesús era Su propagación. “Jehová-más” y “Dios-Jehová-más” moraba en aquel pequeño nazareno llamado Jesús. En aquel monte “Jehová-más” y “Dios-más” resplandeció desde aquel nazareno. Pedro se asombró tanto que sólo dijo: “Señor, bueno es que nosotros estemos aquí” (Mt. 17:4). En cierto sentido, Pedro no sabía cómo responder. Lo que llamamos la transfiguración fue, en las palabras del Señor, la venida del reino de Dios. La venida del reino fue el resplandecer del Señor, Su propagación, Su liberación y el Señor Jesús cubriéndonos con Su sombra. Un día, cuando experimentemos la venida del reino en toda su plenitud, estaremos tan asombrados como lo estuvo Pedro y no sabremos qué decir.
Ahora debemos considerar algunos pasajes hallados en las Epístolas. Romanos 14:17-18 nos muestra que el reino está presente hoy en día y que éste no es otra cosa que la vida apropiada de iglesia. Según algunos maestros, el reino aún no ha venido. Ellos afirman que la dispensación actual es la dispensación de la iglesia y que la siguiente dispensación será la dispensación del reino. Pero aquí Pablo dijo que “el reino de Dios no es...” (v. 17). Él no nos dijo que el reino de Dios no será, sino que esta afirmación suya es hecha usando el tiempo presente: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”.
El versículo 18 continúa: “El que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres”. Estos versículos nos revelan que el reino es servir a Cristo. Servir a Cristo no es principalmente hacer cosas para Él, sino ministrar Cristo a los demás. Primero experimentamos a Cristo, y Cristo llega a ser nuestro; luego ministramos a los demás el Cristo que hemos obtenido. Esto es lo que significa servir a Cristo y este servir a Cristo es el reino.
Algunos de ustedes han leído el libro de Romanos por muchos años y tal vez piensen que Romanos nos habla únicamente de la salvación y la justificación por la fe. ¿Se habían percatado alguna vez que Romanos nos presenta el reino como el servir a Cristo? Romanos 14 presenta un asunto de importancia estratégica: el reino de Dios consiste en servir a Cristo, el ministrar a Cristo a los demás. Por tanto, Romanos también es un libro acerca del reino.
Muchos de los que estuvieron involucrados en experiencias pentecostales o carismáticas afirman que el tema de 1 Corintios es el don de hablar en lenguas. Sustentan tal afirmación citando 1 Corintios 14:18 donde Pablo dijo que él hablaba en lenguas más que todos ellos. En base a este versículo, llegan a la conclusión de que todos debiéramos hablar en lenguas. No hay duda que existe tal versículo en 1 Corintios; pero también debemos considerar 1 Corintios 4:17 y 20. El versículo 17 dice: “De la manera que enseño en todas partes, en todas las iglesias”; si se fijan en el contexto, verán que este versículo no tiene nada que ver con la práctica de hablar en lenguas. El versículo 20 dice: “El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder”. Si consideramos estos dos versículos juntos y tomamos en cuenta el contexto, comprenderemos que la iglesia es el reino de Dios. En el versículo 17 Pablo dijo: “en todas las iglesias” y en el versículo 20 dijo: “el reino de Dios”. Después de referirse a su enseñanza en todas las iglesias, Pablo dijo que el reino de Dios no consistía en palabras, sino en poder. Pablo usó indistintamente la iglesia y el reino para referirse a una misma entidad, lo cual demuestra que la vida apropiada de iglesia es el reino.
La situación que impera actualmente en la cristiandad es anormal, lo cual hace que sea difícil de ver lo que es real. Muchos se aferran al concepto de que la era presente es la era de la iglesia y que en el futuro vendrá la era del reino. Incluso hay quienes enseñan que no es necesario ni es posible tener la vida apropiada de iglesia en la actualidad. Pocas personas saben lo que es la iglesia, y aún menos saben que la iglesia es el reino.
Tanto en Romanos como en 1 Corintios Pablo da a entender con toda claridad que la vida de iglesia es el reino. Mateo indica lo mismo: “Edificaré Mi iglesia [...] Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos” (Mt. 16:18-19). La iglesia edificada por el Señor Jesús es el reino. La semilla que fue sembrada en Mateo crece y se desarrolla en las Epístolas. Por tanto, Pablo también nos dice que la iglesia es el reino. Al hablar de la iglesia como el reino, el Señor Jesús lo hizo de una manera muy sencilla, debido a que las semillas están en el libro de Mateo. En las Epístolas, Pablo expone sobre la iglesia como el reino de una manera más completa. Necesitamos todo el libro de Romanos y todo el libro de 1 Corintios para poder conocer la iglesia como el reino.
Teniendo esto como base, podemos abordar 1 Corintios 3. Por supuesto que la palabra reino no se encuentra en este capítulo, pero otros versículos en este libro nos dan a entender que la vida de iglesia es el reino (4:17, 20). En primer lugar, Pablo dice: “Os di a beber leche”. Para obtener la iglesia como el reino tenemos necesidad de ser alimentados. Pablo no dijo: “Os enseñé”, sino que dijo: “Os di a beber leche”. No tenemos necesidad de enseñanzas; lo que necesitamos es ser alimentados. Tenemos necesidad de beber y comer. Tanto la leche como la carne mencionadas en el versículo 2 son Cristo. Él es nuestro alimento. Cuando Pablo dijo: “Os di a beber leche”, esto significa que él los alimentó con Cristo. Cuánto anhelamos ver a todos los que asumen el liderazgo en todas las iglesias locales ocupados constantemente en alimentar con Cristo a los más jóvenes.
Aun cuando Pablo era un gran maestro, él también era muy diestro en alimentar. Él alimentaba a las personas con Cristo. Después, Pablo continuó diciendo que él había sembrado, que Apolos había regado y que Dios había dado el crecimiento (v. 6). Al final, Pablo pudo decir que por la gracia que le fue dada, él era como un sabio arquitecto (v. 10). Pablo era una persona maravillosa, pues él sabía alimentar, plantar y edificar. Por causa del reino de Dios en las iglesias locales hoy en día, nosotros también tenemos que saber alimentar, plantar y edificar. Tenemos que alimentar a las personas así como sembrar la semilla. Tenemos que plantar hortalizas, las cuales mediante el crecimiento y la transformación, llegarán a ser minerales: el oro, la plata y las piedras preciosas. ¿Cómo es posible que la labranza llegue a convertirse en minerales? ¿Qué clase de árbol plantó Pablo para que éste, a medida que creciera, se convirtiera en oro, plata y piedras preciosas? Pablo dice: “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (v. 9). ¿Cómo podemos reconciliar estas dos cosas? La labranza está formada por plantas, mientras que el edificio está hecho primordialmente de piedras y minerales. ¿Cómo podemos ser tanto plantas como minerales? La respuesta es: la vida que crece en nuestro ser es una vida que nos transforma. Además de crecer, nos transforma. Mientras crece, nos transforma y cuanto más crece, más nos transforma. Es esta vida la que nos transforma de plantas en minerales.
Ahora podemos ver que el concepto presentado por Pablo en 1 Corintios 3 es exactamente el mismo que el presentado por el Señor en Mateo 13. Como ya hemos visto, las primeras cuatro parábolas se relacionan con la vida vegetal. La semilla crece, madura y produce la harina fina. Las siguientes dos parábolas tratan sobre el tesoro y la perla, las cuales representan algo que ha sido transformado. Por tanto, en Mateo 13 tenemos tanto el crecimiento como la transformación. En 1 Corintios 3 también tenemos el crecimiento y la transformación. El concepto es exactamente el mismo. Después de Mateo 13, el Señor nos dijo que las piedras sirven para la edificación. “Yo también te digo, que tú eres piedra [lit.], y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). En Mateo vemos el crecimiento y la transformación cuya finalidad es producir piedras para la edificación. En Mateo todo esto se encontraba en forma de semilla y, hasta cierto punto, no se había desarrollado; pero en 1 Corintios 3 podemos ver claramente el crecimiento de esa semilla así como su florecimiento. Pablo plantó, Apolos regó y Dios dio el crecimiento. Después del crecimiento viene la transformación. Mientras la planta crece es transformada en oro, plata y piedras preciosas a fin de convertirse en los materiales útiles para el edificio de Dios. Finalmente, el que planta se convierte en aquel que alimenta, y el que alimenta se convierte en el edificador. El reino es plantar, alimentar, regar, hacer crecer, transformar y edificar. Finalmente Pablo dice: “Sois templo de Dios” (1 Co. 3:16). Ésta no es una organización cristiana ni una sociedad religiosa; sino la iglesia, el reino. El reino es algo que ha sido plantado, que crece, que ha sido transformado y que es edificado hasta llegar a ser el templo de Dios.