
Lectura bíblica: Mt. 15:1-11, 17-28
En este capítulo continuaremos abordando el tema de seguir al Señor Jesús durante el periodo que va desde Su rechazo en Mateo 13 hasta la venida plena del reino en el futuro. Como ya hicimos notar, el libro de Mateo no fue escrito conforme a la secuencia histórica de los hechos, sino conforme a revelación. Así pues, Mateo seleccionó ciertas momentos del andar del Señor sobre la tierra y los compiló a fin de presentarnos una revelación particular. Desde el capítulo 13 hasta la primera parte del capítulo 17, Mateo reunió diversos incidentes a fin de mostrarnos la manera apropiada de seguir al Señor durante el tiempo de Su rechazo y antes de la manifestación del reino. Como vimos en el capítulo anterior, tenemos que seguirle al desierto, donde necesitamos tener fe en Él para nuestro vivir. Vivimos por fe en Él. Además, para andar en nuestro camino en medio del mar tormentoso, tenemos que confiar en Él. Pese a las muchas tormentas y vientos contrarios a los que nos enfrentamos, simplemente tenemos paz en Cristo. No tememos los vientos ni las olas porque nuestra vida está en Sus manos; por tanto, tenemos paz.
Todo el pueblo del reino tiene que comprender que el Señor Jesús es muy práctico. Él sabe muy bien cuándo tenemos hambre o cuándo padecemos necesidad y también sabe cuándo nos enfrentamos a una tormenta. Por un lado, Él intercede por nosotros en la montaña; por otro, Él viene para acompañarnos en el mar. Él es “Jehová-más” y “Dios-más”. “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo” (28:20). Lo que necesitamos es una fe viva en el práctico Señor Jesús. Jamás debemos olvidar que la fe genuina consiste simplemente en darnos cuenta lo que el Señor Jesús es. Él es real y práctico. Si verdaderamente creemos que Él es una persona práctica, tendremos paz siempre que padezcamos alguna necesidad. Él nos hizo una promesa en Mateo 6:33: “Buscad primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. El Señor nos da el reino y además nos provee de algo más. Esta añadidura corresponde a las necesidades propias de nuestro diario vivir. Mientras buscamos Su reino, Él satisface nuestras necesidades diarias como algo adicional. Nuestro camino siempre será un camino seguro. No obstante, es probable que no siempre sea seguro de acuerdo con las condiciones externas o las circunstancias. Podremos estar en peligro externamente, podremos hallarnos en medio de una tormenta o de un mar tormentoso, pero en realidad estamos seguros. El Señor Jesús es para nosotros mucho más seguro que una pequeña barca e incluso es más seguro que un mar en calma. Todas las tormentas están bajo Sus pies. Al considerar en retrospectiva nuestros años pasados, podemos testificar con toda certeza que Él es fiel.
Ahora tocaremos el tercer aspecto en cuanto a seguir al Señor Jesús durante el tiempo de Su rechazo. Al seguirle en la vida del reino, tenemos que aprehender el reino como una realidad. El reino no tiene una apariencia externa y formal. La religión, por el contrario, tiene una apariencia completamente falsa, pues le interesa mucho la apariencia externa. Si ustedes visitan las llamadas iglesias cristianas durante los servicios que celebran los domingos a las once de la mañana, encontrarán que todo ello tiene una apariencia muy agradable. Todos están bien vestidos y limpios, y todos parecen ser muy amables y buenos. Pero todo aquello es formal, es una falsedad externa. ¿Piensan ustedes que los que asisten a esos servicios son verdaderamente así de pulcros, amables, humildes y agradables? Observen sus coros y todos los aspectos de su servicio; ¿tienen ellos realidad? En las palabras de Mateo 15:2, ellos externamente se lavan las manos, pero su corazón está contaminado. Tal vez se laven las manos, pero su corazón es corrupto e inmundo. Los llamados servicios de la iglesia externamente son muy tranquilos, y quienes participan en ellos nos condenarían por gritar y alabar al Señor Jesús en nuestras reuniones. De una manera externa, religiosa y formal ellos están muy tranquilos, y todo se realiza en orden, pero internamente están llenos de confusión y corrupción.
El punto principal es éste: en el reino no debemos estar preocupados por el lavamiento externo de nuestras manos. Si la situación externa es un desastre, no intente cambiarla. Déjela como está. Si usted usa el cabello largo, no lo corte simplemente porque quiere verse más simpático. Es posible que usted use el cabello corto y externamente parezca ser una persona muy simpática, pero internamente usted sea una persona corrupta. No se preocupen tanto por su apariencia externa, la realidad del reino no reside en apariencias externas; la realidad del reino reside en algo interno. ¿Cómo esta su corazón? ¿Y cuáles son sus motivos? Lo que usted verdaderamente es, no es determinado por su conducta externa, sino por lo que está en su corazón. Quizás externamente usted sea una persona muy bien arreglada, pulcra, pura, amable y ordenada, pero internamente sea completamente diferente. Por tanto, usted no está lleno de realidad, sino que está lleno de hipocresía y falsedad.
Aquí, el Señor Jesús reveló Su sabiduría a los fariseos e hipócritas. Él hizo frente a la verdadera condición de su ser interior. Los fariseos debían comprender que no había nada bueno en su corazón. Nosotros somos iguales a ellos. ¿Qué es lo que sale de nuestro corazón? ¿Acaso sale amor, pureza, honestidad o sinceridad de sus corazones? En Mateo 15:18-19 el Señor no mencionó ni una sola cosa buena que saliese de nuestro corazón. Ésta es una revelación que nos muestra lo que verdaderamente somos. Por naturaleza y nacimiento estamos arruinados y somos corrompidos. Jamás piensen que son buenos. Aunque externamente parezcan ser buenos, internamente están contaminados. Si usted me dijera que me veo muy bien externamente, pero que por dentro no soy bueno, yo les diría que están en lo cierto. Hermanas, externamente ustedes son lindas y simpáticas, pero no lo son internamente. Tanto en virtud de nuestro nacimiento como por naturaleza, todos somos totalmente corruptos. Lo dicho por el Señor nos muestra qué es lo que sale de nuestro corazón. Así pues, en el reino lo que importa no es nuestra conducta externa. Olvídense del comportamiento externo de las personas. El reino no es una pretensión; el reino es una realidad. No adoren a Dios mediante el lavamiento externo de sus manos. Al Señor no le importa eso, incluso lo considera adoración vana (Mt. 15:8-9).
Yo mismo era una persona más que religiosa. A mí se me enseñó, adiestró, instruyó e incluso se me formó de una manera religiosa. Fui adiestrado para asistir a las reuniones con un orden apropiado y con la apariencia correcta. Poco a poco el Señor me fue mostrando que todo esto equivalía simplemente a lavarse las manos externamente. Sin embargo, si a propósito nos esforzamos por practicar una religión incivilizada, esto también sería algo completamente externo. Sólo sería la exhibición externa de una religión burda. El reino es una realidad, y no hay nada falso en él. ¿Qué quiere decir que el reino es una realidad? Quiere decir que todo procede de lo profundo de nuestro ser. Por lo que no debemos fingir. Dejen que todo lo que salga de ustedes corresponda a lo que ustedes mismos son. En la vida del reino, todo punto y cada aspecto tiene que ser real y genuino. No se preocupen por las apariencias. Todos debemos cuidar de nuestro ser interior. No obstante, primero tenemos que comprender que nuestro ser natural está arruinado y es corrupto. No debemos esforzarnos por cambiarlo, reformarlo o corregirlo. Entonces, ¿qué debemos hacer? La respuesta la encontramos en el caso de la mujer cananea (Mt. 15:21-28).
Aparentemente, el caso de la mujer cananea no guarda relación alguna con el caso del lavamiento externo de las manos; pero en realidad estos dos casos están íntimamente vinculados entre sí. Este caso concierne al Señor Jesús como nuestro alimento, nuestro nutrimento. Todos tenemos que observar un principio al leer el libro de Mateo: no debemos leer simplemente las letras en blanco y negro, sino que tenemos que acudir al Señor y preguntarle: “Señor, ¿qué está implícito aquí?”. Del mismo modo que este título de Dios: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, implica resurrección, pese a que esto no se encuentra en el escrito (Mt. 22:31-32), así también sucede en todo el libro de Mateo. Prácticamente todos los versículos de este libro guardan relación con el reino.
Después de hablar a los fariseos sobre la adoración vana y el corazón del hombre, el Señor Jesús se retiró a la zona costera de Tiro y Sidón, una región gentil. Él no fue a buscar a los sacerdotes ni tampoco fue al templo, sino que fue al mundo gentil. Mientras estuvo allí, acudió a Él una mujer que por ser cananea era considerada por los judíos como un perro gentil. Este encuentro es presentado en agudo contraste al caso previo donde el Señor se enfrentó a los fariseos. Mientras los fariseos hablaban de cosas externas, tales como el lavamiento externo, la corrección externa, el mejoramiento externo. Pero así no fue en el caso con la mujer cananea. En este incidente, el Señor trató acerca de la nutrición interna. La mujer no tomó la iniciativa de abordar este asunto, sino que ella intentó imitar la religión judía al dirigirse al Señor Jesús llamándolo el Hijo de David. Éste era un término judío, y ningún gentil estaba en posición de usarlo. El Señor Jesús fue muy sabio al responderle. Realmente, en toda la historia humana jamás hubo alguien tan sabio como Él. En aquella ocasión le dijo: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (15:24). Esta breve respuesta implica varias cosas. El Señor en realidad estaba diciendo: “Para llamarme Hijo de David deberías ser una israelita, pero no lo eres. Yo vine por los hijos de Israel. Como Hijo de David, no soy para ti. Tú no eres la persona apropiada para dirigirte a Mí de esa manera”. Sin embargo, el Señor Jesús no tenía la intención de rechazarla. Simplemente quería que ella comprendiera que no tenía la posición que se necesita para dirigirse a Él como el Hijo de David. Únicamente los israelitas podían dirigirse a Él de este modo.
A continuación, el Señor dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (15:26). Con esta declaración Él daba a entender que había venido para ser el pan. Esto también hacía alusión a la posición de la mujer cananea, la cual correspondía a la de un perro gentil. Sin embargo, aquel “perro gentil” de inmediato asumió la posición que le correspondía y reclamó su porción. Ella dejó de usar el nombre: “Hijo de David”, y fue como si dijera: “Sí, Señor, soy un perro gentil, pero incluso un perro tiene su porción. Los hijos tienen su porción, la cual está sobre la mesa; mientras que la porción de los perros está debajo de la mesa. Cuando la porción de los hijos cae debajo de la mesa, se convierte en la porción de los perros. Señor Jesús, Tú eres el pan de los hijos, pero caíste debajo de la mesa. Ahora ya no estás en la mesa de Israel, sino aquí, debajo de la mesa, en Tiro y en Sidón. Puesto que caíste debajo de la mesa, ahora Tú eres mi porción”. Después que el Señor oyó esto, le concedió lo que ella le pedía.
Olvídense del lavamiento externo de las manos, reúnan todas las migajas de Cristo y cómanlas. Debido a que los judíos le rechazaron, Él ya no está en la mesa; Él está debajo de la mesa como nuestra porción. Nosotros no somos los hijos, sino los perros gentiles; no obstante, comemos de la comida destinada a los hijos. Al comer a Cristo, nosotros los perros gentiles seremos regenerados en hijos.
Permítanme preguntarles con toda franqueza: ¿Son ustedes perros o hijos? ¿Cómo podrían los perros ser cambiados en hijos? ¿Será por medio del lavamiento externo? Aunque usted lavase su perro treinta veces, él seguiría siendo un perro, ya que jamás podrá ser cambiado al ser lavado. Pero los perros pueden comer las migajas, la comida de los hijos y ser transformados en hijos. Originalmente, todos los que conformamos el pueblo del reino éramos perros, pero al alimentarnos de las migajas del Señor Jesús, fuimos transformados en hijos. A veces, el rabo del perro todavía está visible. De vez en cuando podemos ver el rabo chino o el rabo estadounidense; en otras ocasiones vemos el rabo japonés o el rabo alemán. Aunque todos llegamos a ser hijos, todavía quedan vestigios del rabo del perro. Pero esto no me molesta. Tengo plena certeza que después de cierto tiempo, tal vez después de unos meses o un año, todos estos rabos desaparecerán por haber comido apropiadamente del Señor Jesús. Lo que importa no es el lavamiento de las manos, sino comer las migajas.
Existe un vínculo que conecta estos dos casos. El Señor Jesús dijo que no es lo que entra en la boca, esto es, lo que ingerimos, lo que nos contamina, sino aquello que sale de nosotros. Entonces, ¿qué debemos ingerir? Debemos ingerir las migajas. En el primer caso tenemos el asunto de ingerir y en el segundo caso vemos el asunto de comer las migajas. Jamás seremos contaminados al ingerir a Cristo, pero todo cuanto sale de nuestro propio ser contaminará a otros. Tenemos que ser muy cuidadosos y no permitir que nada salga de nosotros mismos; ni tampoco debemos recibir nada que salga del ser de otros, pues ello nos contaminará. Debemos simplemente ingerir a Cristo y permitir que Él trague toda ruina e inmundicia en nuestro ser. Simplemente debemos comer las migajas de Cristo día a día. Entonces seremos limpios, no al lavarnos externamente las manos, sino por el lavamiento metabólico interno de nuestro ser interior. Seremos limpios al ingerir a Cristo en nuestro ser. Tenemos que permitir que Cristo nos consuma y nos transforme de perros a hijos.
Después de esto, tenemos un tercer caso en el que el Señor Jesús exhorta a Sus discípulos a no comer nada de levadura. “Mirad y guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos” (Mt. 16:6). Debemos considerar estos tres casos juntos. Tenemos que comer a Cristo, las migajas, pero no debemos aceptar nada de levadura. Debemos comer el pan y las migajas del pan, pero no la levadura. El Señor Jesús únicamente nos da pan; jamás nos da levadura.
Tenemos que guardarnos de la levadura de los fariseos. ¿En qué consiste la levadura de los fariseos? Consiste en ser personas religiosas, bíblicas, fundamentalistas y externamente correctas, pero carentes de vida, sin Espíritu, sin realidad y sin sinceridad. Por favor, recuerden todas estas palabras. La hipocresía de los fariseos no consistía simplemente en que ellos hiciesen lo malo al mismo tiempo que fingían ser buenos. La hipocresía de los fariseos significaba que ellos eran muy religiosos, bíblicos, fundamentalistas y correctos externamente, mas no tenían nada del Espíritu, de vida, de realidad ni sinceridad. Esto es levadura. Esta clase de levadura todavía puede ser hallada entre los cristianos hoy en día. Es posible que nos critiquen por gritar y alabar al Señor y digan que estamos locos, mientras que ellos mismos se consideran sensatos, buenos y fundamentalistas. En cierto sentido ellos son los fariseos de hoy, sin vida, sin Espíritu, sin realidad y sin sinceridad.
¿En qué consiste la levadura de los saduceos? La levadura de los saduceos consiste en ser personas realistas, racionales y filosóficas. Es algo parecido al modernismo de hoy. Podríamos decir que los modernistas son saduceos modernos y que los saduceos eran los modernistas antiguos. Ambos pertenecen a la misma categoría. Son personas realistas y filosóficas, pero no creen en Dios, ni en la palabra de Dios ni en la resurrección. Tales personas no creen en nada que sea divino debido a que son muy filosóficas y racionales. No hay realidad en ellos pues, al igual que los fariseos, carecen del Espíritu y la vida. En esto consiste la levadura de los saduceos. Hoy en día enfrentamos oposición tanto de los fundamentalistas como de los modernistas. La levadura de los fariseos no es otra cosa que el fundamentalismo de hoy, y la levadura de los saduceos es el modernismo actual. Debemos comer las migajas de Cristo, mas no debemos aceptar levadura alguna.
No se laven las manos externamente; pues no tiene valor alguno. El lavamiento de manos representa la corrección externa, el tratar de mejorar y tratar de corregir. Cambiar, mejorar y corregir está representado por el lavamiento de las manos. El Señor Jesús no está interesado en ver cambios externos, sino que le interesa nuestro ser interior. ¿Qué tienen dentro de ustedes? ¿Qué es lo que hay en sus corazones? Eso es lo que verdaderamente importa. Todo cuanto hagamos externamente jamás nos cambiará. Pero tenemos al Señor Jesús, a quien podemos comer. Él puede entrar en nosotros. Aunque no seamos aptos para comer del pan de los hijos, si estamos plenamente calificados para comer las migajas de los perros. Si los perros comen las migajas, serán transformados en hijos. Pero, no debemos comer nada de levadura. Al comer las migajas, siempre existe el riesgo de ingerir levadura. Debemos mantener separadas estas dos cosas. Debemos ingerir el pan, pero rechazar la levadura.
Ponemos nuestros ojos en el Señor para que en las iglesias locales hayan muchas migajas de Cristo, pero ninguna levadura fundamentalista o modernista. Que tengamos el Espíritu, la vida, la realidad y la sinceridad; son las migajas que podemos disfrutar. Todo esto tiene como propósito la vida del reino. Al seguir al Señor Jesús en el desierto durante el tiempo de Su rechazo, tenemos que cuidarnos de lo que comemos.
Si hemos recibido la visión presentada en Mateo 15, no estaremos preocupados por el lavamiento de manos de forma externa. Únicamente nos preocupará comer las migajas internamente. No estoy interesado en un lavamiento externo, sino que lo único que me importa es cuánto han comido de las migajas de Cristo. Al comer, guárdense de la levadura. Cuando estén hambrientos, debe tener cuidado de lo que comen. Es maravilloso comer las migajas, pero es mejor quedarse con hambre que comer levadura. Tanto el fundamentalismo como el modernismo son levadura. Incluso si estuviera muriéndose de hambre, no acepte levadura alguna. Solamente tome a Cristo. Es posible que las migajas de Cristo no tengan buena apariencia, pero son muy nutritivas. Así que, deben comerlas con alegría. Sin embargo, jamás ingiera levadura, no importa cuán buena o agradable parezca ser. No se preocupen por el lavamiento externo de las manos; sólo debe importarles el comer interno de las migajas de Cristo.