
Lectura bíblica: Mt. 19:13-15, 16-30; 20:1-16
En este capítulo abarcaremos desde Mateo 19:13 hasta Mateo 20:16. Si bien es cierto que éste es un extenso pasaje de la Palabra, es también bastante simple. La parábola hallada en Mateo 20:1-16 es una definición de las palabras dichas por el Señor al finalizar el capítulo 19. Este pasaje comienza hablándonos de los niños que le fueron presentados al Señor Jesús. Cuando los discípulos intentaron impedir que éstos niños recibieran la bendición del Señor, Él les reprendió y después poniendo Sus manos sobre los niños, los bendijo. Esto nos recuerda una vez más que el pueblo del reino debe ser como niños. Ya sea que seamos viejos o jóvenes, todos tenemos que ser como niños, muy sencillos. Ellos son pobres en espíritu y en cierto sentido son puros de corazón, por lo que cumplen con lo requerido en Mateo 5. Por causa del reino debemos ser pobres en espíritu y puros de corazón. Debido a que los niños no son ricos, es muy fácil para ellos ser así. En cambio, los adultos son ricos. Algunos lo son materialmente, otros psicológicamente y aún hay quienes son ricos en sus sueños. Ellos sueñan con ser ricos. Pero los niños son pobres en todo el sentido de la palabra. Tenemos que deshacernos de tales sueños y ser como niños. Si fracasamos y no llegamos a ser como niños, seremos como un hombre rico al venir al Señor.
Después del incidente con los niños, se nos cuenta que un hombre rico vino al Señor Jesús procurando obtener la vida eterna (19:16-26). Esta persona procuraba la vida zoé. Ya tenía la vida bios, la vida biológica, y tenía la vida psujé, la vida del alma. Ahora él procuraba la vida zoé, esto es, la vida divina y eterna, la cual pensó que podría heredar haciendo el bien. Dirigiéndose al Señor como “Maestro”, le preguntó: “¿Qué bien he de hacer para tener la vida eterna?” (v. 16). El Señor Jesús fue muy sabio y en Su respuesta reveló algo muy significativo. El Señor le respondió: “¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Sólo uno es bueno” (v. 17). ¿Qué nos revela esto? Esto nos dice que si llamamos al Señor bueno, tenemos que reconocer que Él es Dios; pues no hay nadie que sea bueno, excepto Dios mismo. El Señor le estaba diciendo: si me llamas bueno deberás reconocer que Yo soy Dios.
No debiéramos pensar que somos buenos, pues no somos Dios. Únicamente Dios es bueno. Esto da a entender que no podemos hacer nada bueno porque nosotros mismos no somos buenos. ¿Cómo un hombre que no es bueno podría hacer algo bueno? Eso es imposible. ¿Puede acaso el árbol malo dar frutos buenos? (7:18). Nosotros no somos buenos. Tenemos que estar convencidos de que no podemos hacer nada bueno. Si nos consideramos buenos, esto es una blasfemia en contra de Dios. Todos tenemos que comprender que no somos buenos porque no somos Dios. Únicamente Dios es bueno.
El Señor Jesús le dijo a este joven rico que si quería entrar en la vida debía guardar los mandamientos. Cuando este joven le preguntó a qué mandamientos se refería, el Señor le mencionó seis: no matarás, no adulterarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven replicó: “Todo esto lo he guardado. ¿Qué más me falta?” (19:20). Aunque tal respuesta no reflejaba su verdadera condición, el Señor Jesús no discutió con él; simplemente le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (v. 21). Lo dicho por el Señor verdaderamente puso a prueba la autenticidad de su amor por su prójimo. El Señor Jesús no lo reprendió, sino que simplemente puso los hechos delante de él. Como resultado, este joven fue puesto al descubierto y se alejó entristecido.
Entonces el Señor Jesús dijo a Sus discípulos: “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos [...] Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” (vs. 23-24). Este refrán es una expresión que denota imposibilidad, ya que es imposible para un camello pasar por el ojo de una aguja. Cuando los discípulos oyeron esto, se sintieron desilusionados y, debido a que no podían entenderlo, preguntaron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (v. 25). Él respondió: “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (v. 26). Que un hombre rico sea salvo es semejante a un camello que intenta pasar por el ojo de una aguja. Esto es imposible para el hombre; pero Dios puede ensanchar el ojo de la aguja y también puede reducir el tamaño del camello. Usted no puede hacerlo, pero Dios sí puede. Por tanto, no se preocupen; tengan paz.
Una vez más vemos que Pedro interviene. ¡Gracias a Dios por Pedro! Sin un hermano tan bueno, muchas cosas no habrían sido puestas al descubierto. Cuando el Señor Jesús le dijo al hombre rico que vendiera todo lo que tenía, Pedro ciertamente le escuchó, y al oír esto, inmediatamente lo comparó con lo que él y su hermano habían hecho al dejar aquel muelle de pescadores y seguir al Señor Jesús. Él les había dicho a Pedro y Andrés: “Venid en pos de Mí”, y ellos al instante dejaron todo y le siguieron (4:19-20). Hasta cierto grado, Pedro se estaba jactando: “Este hombre rico no pudo renunciar a todo, pero nosotros lo hicimos. Señor, cuando Tú nos llamaste, nosotros te seguimos. Nos pediste que te siguiéramos, y así lo hicimos. Lo hemos dejado todo. Ahora, Señor, ¿qué nos vas a dar?”. La respuesta del Señor Jesús muestra que Él es bueno y que Él es Dios. Él le dijo a Pedro que recibiría exactamente lo que debía recibir. “De cierto os digo que en la restauración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de Su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (19:28). El Señor añadió la promesa de que todo aquel que deje madre y padre, hermanos y hermanas, y todo cuanto tiene por causa de Su nombre, recibiría cien veces más y heredaría la vida eterna. Además, le dijo a Pedro que “muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (vs. 29-30). ¿Por qué le dijo a Pedro que muchos primeros serían postreros, y postreros, primeros? Fue debido a que Pedro se creía capaz de pagar el precio para comprar el reino, pero el Señor le estaba dando a entender que el reino no tiene precio y que él, Pedro, jamás podría comprarlo. El reino posee un valor incomparable, y su precio es incalculable. Pedro jamás podría comprarlo. Lo que el Señor le había pedido a Pedro que dejase no correspondía al precio para poder obtener el reino. Él simplemente le había pedido que dejase atrás todo impedimento. El reino no es una retribución o pago, sino que es una recompensa o galardón. Pedro debía comprender que el reino no era algo que pudiera comprar a precio alguno, ya que jamás tendría los medios requeridos para comprarlo. El Señor únicamente le había pedido que dejara todo aquello que lo enredaba y constituía un impedimento para él. Entonces él recibiría el reino como recompensa, no como retribución. El Señor no actuó conforme al principio comercial según el cual cuanto más uno pague, más recibirá. El concepto de Pedro era eminentemente comercial. El Señor estaba purgándolo de tal concepto comercial al decirle: “Muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros”. ¡Cuán sabio es el Señor Jesús!
A continuación el Señor Jesús relató una parábola a manera de ilustración adicional de lo imposible que es merecer el reino o ganárselo pagando cierto precio. En Su relato, un dueño de casa poseedor de una viña salió muy de mañana, conforme a la costumbre antigua, en busca de obreros para contratarlos (20:1-16). A las seis de la mañana él contrató obreros y acordó pagarles un denario por un día de trabajo. Más tarde, a la hora tercera, o sea, las nueve de la mañana, vio a otros que estaban en la plaza desocupados, a quienes también contrató ofreciéndoles un pago justo. A las horas sexta y novena, esto es, al mediodía y a las tres de la tarde, el dueño de casa salió otra vez a la plaza y encontró más desocupados, a quienes contrató por un pago justo. Dos horas más tarde, a eso de las cinco de la tarde, el dueño de casa salió nuevamente y contrató a otros que estaban desocupados.
Al caer la tarde, a las seis, el dueño de casa pagó su jornal a los obreros. Lo que sucedió entonces fue bastante inusual. El dueño les pagó comenzando por los postreros, y no por los que habían venido primero. En total había cinco grupos de obreros: los que vinieron a las seis de la mañana, los que vinieron a las nueve de la mañana, los que vinieron al mediodía, los que vinieron a las tres de la tarde y los que vinieron a las cinco de la tarde. El señor de la viña pagó primero al último grupo hasta concluir con el primer grupo. El acuerdo entre el señor y los obreros del primer grupo había sido pagarles un denario por doce horas de labor. Ellos laboraron desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Comenzando por el último grupo, el señor le dio a cada obrero un denario. Seguramente Pedro pensó: “Los novatos que vinieron a las cinco de la tarde recibieron un denario por trabajar apenas una hora, pero los que trabajaron doce veces más ciertamente deberán recibir doce veces más”. Esta manera de pensar es propia de los comerciantes. Al final el señor de la viña pagó el mismo monto a los del primer grupo. Los que habían trabajado desde muy temprano estaban enojados con su señor y decían: “Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor abrasador” (20:12). Entonces el dueño de casa les preguntó: “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?” (v. 15). Era como si el Señor le dijera a Pedro: “¿No habíamos convenido en algo, Pedro? Tú lo dejaste todo para seguirme, y Yo estuve de acuerdo en darte un denario. Te he dado lo prometido. Te dije que muchos primeros serían postreros, y postreros, primeros”. Esta misma expresión se repite tanto en Mateo 19:30 como en Mateo 20:16, lo cual demuestra que la parábola relatada ofrece una definición de las palabras dichas por el Señor a Pedro en Mateo 19:27-30.
Esta parábola simboliza la totalidad de la era de la gracia. El tiempo que corresponde a “muy de mañana” denota el tiempo en que el Señor Jesús llamó a Pedro, Andrés, Jacobo y Juan para que entrasen en el reino. Él los llamó y los contrató, y ellos lo dejaron todo por el reino. Esta parábola es muy significativa a los ojos del Señor, ya que nos indica que a menos que usted lo deje todo por causa del reino, usted es una persona desocupada. Tal vez usted sea un médico o un catedrático, pero si no ha renunciado a todo por causa del reino, el Señor lo considera una persona desocupada. En el universo Dios tiene únicamente una sola obra y un único propósito: establecer Su reino. Si usted no participa de esta obra, entonces está desocupado. Si sacrificamos todo lo que somos y tenemos por causa del reino de Dios, esto implica que hemos sido contratados por Dios para trabajar para Él. Ya no estamos desocupados y sin trabajo, sino que tenemos el trabajo apropiado. Si hacemos cualquier otra cosa en la tierra, a los ojos de Dios estamos desocupados.
En el primer siglo el Señor Jesús vino y vio algunos pescadores desocupados y los contrató para que laborasen en Su viña. A lo largo de los siguientes siglos el Señor ha llamado a las personas a laborar en Su viña. Probablemente el tiempo actual corresponda a las cinco de la tarde de la era de la gracia. Los Estados Unidos es un país muy grande y rico, pero a los ojos del Señor son muy pocos los que trabajan. La mayoría se encuentra desocupado. El Señor nos ha llamado y contratado cuando ya es las cinco de la tarde. Trabajaremos para el reino por un periodo muy breve, y después, podríamos ser los primeros en recibir la recompensa. ¡Cuán maravilloso es esto! Tal vez seamos recompensados delante de Pedro, Juan y Jacobo. Mientras leía esta parábola me reía de Pedro, porque él fue llamado mucho antes que nosotros, pero nosotros podríamos recibir la recompensa primero. Estoy seguro de que el Señor Jesús no le pagará a él más que a nosotros.
¿No creen acaso que somos los llamados a las cinco de la tarde? ¿Piensan que todavía es el mediodía de la era de la gracia? ¿Qué hora es? Creo que estamos en el atardecer de la dispensación de la gracia. Tal vez hermanos como J. N. Darby y George Müller fueron llamados a las tres, pero nosotros fuimos llamados a las cinco. Cuando se entreguen las recompensas, tal vez seamos los primeros en recibirlas. ¿No se reirán de Pedro? “Hermano Pedro, usted hizo un buen trato, pero nosotros fuimos los beneficiados”. Estoy tan feliz de haber nacido en el siglo veinte. Estoy contento de no haber sido llamado muy de mañana, sino en este tiempo, a las cinco de la tarde de la era de la gracia.
Esta parábola revela que el reino no es algo comercial. El Señor Jesús no ha puesto en venta el reino, no importa cuanto sea el precio que estemos dispuestos a pagar. No tengan una mentalidad comercial. La recompensa del reino es íntegramente un asunto relacionado con lo que el Señor realiza en Su gracia, conforme a Su voluntad.
Tenemos que comprender que ninguno de nosotros es bueno; por tanto, tenemos que ser pobres en espíritu. Tenemos que ser como niños, porque en cuanto a nosotros concierne, no tenemos esperanza. Pero lo que es imposible para nosotros, es posible para Él. Nosotros simplemente tenemos que dejar atrás todo aquello que nos enreda, obstaculiza y distrae. Tenemos que abandonar todas esas cosas. Sin embargo, jamás debemos pensar que aquello a lo cual renunciamos constituye el precio que pagamos para comprar la recompensa del reino. Todo lo que hagamos u ofrezcamos no es nada, y carece de valor. Jamás piensen que pueden comprar la recompensa del reino. Ciertamente debemos renunciar a todo impedimento y a todo lo que nos enreda, pero el Señor no nos dará el reino como si se tratase de una transacción comercial. El reino viene a nosotros como algo que el Señor nos otorga en Su gracia, conforme a Su voluntad. A fin de demostrar que el reino no es un asunto comercial, sino que es algo que el Señor otorga en Su gracia, el Señor recompensará primero a los postreros y a los primeros al final.
Él primero dará la recompensa del reino a quienes fueron llamados a lo último. En todos estos capítulos hemos hablado mucho sobre el reino. Tal vez algunos de ustedes se sientan desalentados pensando que esto es demasiado difícil o demasiado elevado. O tal vez, junto con Pedro, piensen que llegará el día en que podrán comprar el reino. Ambas maneras de pensar son erróneas. Tenemos que comprender que por nosotros mismos jamás lo lograremos. Tenemos que poner toda nuestra confianza en el Señor. Para nosotros es imposible, mas para Dios es perfectamente posible. Jamás piensen que todo aquello que han dejado para seguir al Señor corresponde al precio con el cual comprarán el reino. El Señor les dará la recompensa del reino como un acto de bondad y como algo que es dado por Él en Su gracia. Jamás piensen en el reino de una manera comercial; deben desechar dicha mentalidad. Si hemos visto el principio que esta parábola nos revela, entonces nos sentiremos grandemente alentados. Diremos: “¡Aleluya! Para mí esto es imposible, ¡mas para Dios es perfectamente posible!”. El reino no es algo que podamos comprar. Sólo depende de que el Señor nos lo otorgue en Su gracia. Lo único que nosotros podemos hacer es simplemente cooperar con Él. Si Él nos llama, respondemos. Si Él nos pide que le sigamos, le seguimos. Si Él nos pide renunciar a algo, nos deshacemos de todo lo que nos enreda, de todo impedimento y de todo cuanto nos distrae con tal de cooperar con Él. Aquello a lo cual renunciemos no merece ser tenido en cuenta; no tiene el menor valor. El reino es de valor incomparable. Éste es un don otorgado por el Señor en Su gracia, y Él nos los dará conforme a Su voluntad y a Su bondad. Me siento muy feliz de decirles que probablemente seamos los obreros que fueron llamados a las cinco de la tarde. Probablemente también seamos el último grupo llamado a laborar en la viña. Ahora estamos aquí laborando para el propósito eterno de Dios, para el reino de Dios.