
Lectura bíblica: Mt. 5:3-12, 13-16, 20-45a, 48
En Mateo 5, 6 y 7 se revela la realidad del reino. Según Mateo, el reino tiene tres aspectos principales: la realidad del reino, la apariencia del reino y la manifestación del reino. Es imprescindible que veamos estos tres aspectos para poder comprender todos los capítulos y versículos del libro de Mateo que tratan sobre el reino. Algunos versículos de Mateo tratan de la realidad del reino, otros de la apariencia del reino y otros de la manifestación del reino en el futuro.
Tenemos que comprender que a medida que se produzca la realidad del reino, el enemigo, Satanás, también intervendrá para realizar una obra que distraiga, obstaculice y haga daño. Esta obra del enemigo produce la apariencia externa del reino. Hoy en día, estas dos líneas coexisten: la realidad del reino y la apariencia del reino. En Mateo 13 tenemos el trigo, pero también tenemos la cizaña. Tenemos el gran árbol que crece de una manera desproporcionada y no según su especie o naturaleza, y también tenemos la levadura que corrompe la harina fina. La cizaña, el gran árbol y la levadura constituyen la apariencia externa del reino.
A la postre, llegará el tiempo de la cosecha, la venida del reino en plenitud. Esto será la manifestación del reino. No consideren que es algo innecesario discernir estos tres aspectos acerca del reino. Si no ven estos tres aspectos, no podrán entender lo que Mateo dice en cuanto al reino. Es por esta misma razón que muchos cristianos jamás han estado claros con respecto al reino según es presentado en Mateo. Simplemente, ellos jamás vieron estos tres diferentes aspectos. La realidad del reino se revela y se abarca plenamente en Mateo 5, 6 y 7, los cuales son capítulos conocidos como el Sermón en el monte. El Señor Jesús llamó a Sus discípulos y los llevó a la cima de un monte donde les dio el discurso presentado en Mateo 5, 6 y 7. No es fácil captar y aprehender lo que es revelado en estos tres capítulos. En el pasado, estos tres capítulos no fueron comprendidos de una manera completa, de forma adecuada y correctamente. Aunque los cristianos suelen citar algunas de estas oraciones, frases y expresiones, la mayoría de ellos no ha logrado aprehender debidamente estos capítulos. En ellos encontramos la revelación de la vida apropiada del reino; y algunos de esos versículos son muy profundos. Si no comprendemos el principio rector, será muy difícil captar el verdadero significado de estos versículos.
El discurso dado por el Señor en el monte está dividido en siete secciones que revelan siete aspectos de la vida que llevan los hijos del reino.
El carácter o la naturaleza del pueblo del reino es revelado en Mateo 5:1-12. También podríamos decir que se refiere al elemento, sustancia o esencia de los hijos del reino; pero prefiero usar la palabra carácter debido a que esto no es simplemente la esencia o el elemento; sino que se refiere a algo sustancial que es expresado. Carácter denota algo más que solamente naturaleza, pues significa que algo de la naturaleza brota y es expresado. El carácter de los hijos del reino es regido por los cielos. No está regido por nada terrenal. No está regido por la familia, la escuela, la comisaría o los tribunales ni tampoco es regido por ninguna otra entidad en la comunidad; sino que se encuentra sujeto al gobierno de los cielos. El reino de los cielos en realidad significa el gobierno de los cielos.
Tenemos que saber que desde el tiempo de la caída del hombre, éste ha estado bajo el gobierno terrenal. Después de su caída, el hombre comenzó a dejar de ser regido por Dios desde los cielos. Hoy en día la gente de este mundo, sin importar su posición, ni las normas que se han fijado y sin importar si son buenos o malos, todos están bajo cierto gobierno terrenal. Ellos son regidos ya sea por su familia, su escuela, su empresa o su gobierno municipal. En esto consiste el gobierno terrenal.
Pero ha llegado el tiempo en el que Dios establece Su reino sobre la tierra. Su reino es de otra categoría de gobierno, pues pertenece a los cielos. Aunque está en la tierra, es un gobierno que procede de los cielos, por lo cual es llamado el reino de los cielos. El regir en la tierra procede de los cielos, donde mora Dios. No es simplemente el reino de Dios de manera general, sino que es, de una manera específica, el reino de los cielos. Los cielos han descendido para regir sobre la tierra, y es bajo esta clase de gobierno que nosotros, los hijos del reino, manifestamos una determinada naturaleza, un determinado carácter. Nuestro carácter, nuestra esencia, nuestro elemento y nuestra naturaleza con toda su expresión son completamente distintos del que poseen las personas sujetas al gobierno mundano y terrenal. Los hijos del reino tienen su carácter y naturaleza que son únicos.
El carácter del pueblo del reino que se sujeta al reino de los cielos se compone principalmente de seis condiciones relacionadas con su corazón y su espíritu, así como también de tres cosas externas. Todos ellos conforman un total de nueve puntos: Por consiguiente, el Señor repitió nueve veces la palabra Bienaventurados. Los seis rasgos distintivos de la condición intrínseca de tales personas empiezan por referirse a la condición en que está el espíritu de ellas y termina hablándonos de la sexta característica referida a la condición de su corazón. Esto quiere decir que si queremos hacer realidad la auténtica vida del reino, requerimos de un espíritu apropiado y de un corazón apropiado. Necesitamos conocer nuestro espíritu y necesitamos conocer nuestro corazón. Tanto nuestro espíritu como nuestro corazón tienen que ser regulados y calibrados.
El primer rasgo de la condición intrínseca de los hijos del reino es mencionado en Mateo 5:3: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. La primera condición básica se relaciona con nuestro espíritu, que es el lugar donde Dios puede morar. Nuestro espíritu es el órgano en nuestro interior que fue creado por Dios con el fin de que podamos tener contacto con Él, podamos tomarlo a Él, recibirlo y contenerle. Muchos cristianos ignoran esta primera condición. Ellos han pasado por alto el primer órgano para la vida del reino: el espíritu humano. Son muchos los cristianos que jamás han escuchado algo con respecto al espíritu humano. ¡Esto es muy pobre y muy lamentable! Enseñar a las personas a tener contacto con Dios sin valerse de su espíritu es como querer enseñar a alguien a correr sin valerse de sus pies.
Ser pobres en espíritu significa vaciar nuestro espíritu de todo lo que no sea Dios mismo. Todos tenemos que vaciar nuestro espíritu, pues éste es únicamente para Dios. Esto quiere decir que tenemos que vaciarnos de todo lo demás que pueda estar dentro de nuestro espíritu. Tenemos que ser vaciados en nuestro espíritu para Dios. Lamentablemente, la mayoría tiene su espíritu lleno de cosas distintas a Dios mismo. No piensen que su conocimiento permanece únicamente en sus mentes. Por medio de su mente, su conocimiento puede entrar en su espíritu y ocuparlo. No piensen que su odio permanece confinado a su corazón, pues también puede entrar en su espíritu y ocuparlo. No piensen que su amor carnal, natural y humano permanece únicamente en su parte emotiva, pues tal amor puede también introducirse en su espíritu y ocuparlo. Entonces su espíritu estará lleno de conocimiento, odio o amor. Una vez que su espíritu esté lleno, no habrá cabida en él para Dios.
Cuando el reino venga, tiene que encontrarnos vacíos y pobres en nuestro espíritu de modo que podamos recibir a Dios en nosotros. Esto, sin embargo, no significa tener un espíritu pobre. No debemos tener un espíritu pobre, sino ser pobres en espíritu. Esto significa que en nuestro espíritu no tenemos nada excepto a Dios. Cuando los fariseos, saduceos, escribas y sumos sacerdotes vinieron al Señor Jesús, todos ellos estaban repletos en su espíritu con toda clase de basura, la cual ellos atesoraban. Sus tradiciones, su religión, sus ritos, su conocimiento bíblico, sus formalismos y todas sus viejas prácticas religiosas judías se habían convertido en basura que llenaba sus espíritus. Más aún, sus conceptos y razonamientos filosóficos llenaban y ocupaban sus espíritus. Ellos estaban completamente llenos de estas cosas y cuando acudieron al Señor Jesús, discutieron con Él debido a que no eran pobres en espíritu. Por tanto, al iniciar Su discurso en el monte, el Señor dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Si somos pobres en nuestro espíritu, Dios podrá entrar inmediatamente a nuestro ser; entonces estaremos en el reino de los cielos. Ésta es la primera condición de nuestras partes internas. Nuestro espíritu tiene que haber sido vaciado. No guardemos ninguna clase de conocimiento, tradición, formalismo, religión o cualquier otra cosa que no sea Dios mismo en nuestro espíritu. Permitan que su espíritu sea vaciado de toda otra cosa y esté plena y absolutamente consagrado a Dios. Esto es lo que necesitamos. No permitan que todo el conocimiento y las cosas que recibieron del cristianismo ocupen su espíritu. Todo ello tiene que ser desechado. Tal vez parezcan ser cosas muy buenas, pero comparadas con el Señor Jesús son estiércol. En Filipenses 3 Pablo dijo que él consideraba que todos sus logros y conocimientos adquiridos previamente eran estiércol o basura. Él estimaba todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, su Señor. Nosotros también debemos ser vaciados y ser pobres en espíritu por amor a Cristo.
Si somos pobres en espíritu, ciertamente lloraremos. Nos sentiremos tristes y acongojados por la situación de miseria que impera entre el pueblo de Dios e incluso por la condición en que nosotros mismos nos encontramos. La situación imperante en el pueblo de Dios hoy es verdaderamente digna de llanto. Pedro, Juan y los demás apóstoles ciertamente debían llorar debido a la situación miserable en que se encontraban los fariseos y los judaizantes. Por causa de la vida del reino nosotros también necesitamos llorar. Tenemos que llorar con respecto a nosotros mismos, a nuestra sociedad y al cristianismo actual. Cuando vemos a Cristo, ciertamente estamos felices y nos regocijamos, pero cuando nos miramos a nosotros mismos y a los que nos rodean, tenemos que llorar. A veces en mi habitación me regocijo con el Señor, pero otras veces lloro por los cristianos fundamentalistas, por los pentecostales y por los carismáticos. Basta con leer las publicaciones cristianas para percatarse de cuán lamentable es la situación. Si uno fija su mirada en el Señor y en la iglesia, esto es algo maravilloso. Pero fuera de la iglesia, en el cristianismo formal y fundamentalista, así como en el cristianismo pentecostal y en el cristianismo carismático, impera una situación de pobreza. Así que tenemos que llorar. Éste es la segunda de las condiciones internas.
Mateo 5:5 nos dice: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Si nos lamentamos y lloramos, ciertamente seremos mansos. No seremos orgullosos, sino mansos. Estaremos dispuestos a padecer e incluso estaremos felices de poder sufrir alguna pérdida. Ser manso no solamente significa ser humilde, sino también estar dispuesto a sufrir y a perder algo. Si estamos dispuestos a sufrir y a perder algo, recibiremos una recompensa: heredaremos la tierra. Cuando venga la manifestación del reino, algunos heredarán la tierra. Según Lucas 19, algunos heredarán diez ciudades y otros cinco. Tenemos que ser personas mansas. Tenemos que ser pobres en espíritu, llorar por la situación actual y, además, tenemos que ser mansos, humildes, dóciles, estar dispuestos a sufrir y estar contentos de sufrir alguna pérdida.
No solamente debemos buscar la justicia, sino que debemos tener hambre y sed de justicia. Tenemos que estar ansiosos y anhelantes de ser justos tanto delante de Dios como delante de los hombres. Debemos ser justos no solamente en conformidad con los preceptos humanos y los principios de los hombres, ni según las expectativas y esperanzas de los hombres, ni en conformidad con nuestros propios conceptos y filosofías, sino que tenemos que ser justos según Dios. Ser justos es ser rectos para con Dios y ser rectos para con los hombres según Dios. Debemos ser aquellos que tienen hambre y sed de tal clase de justicia. Esto se relaciona a nuestros motivos. En nuestro espíritu y en nuestro corazón, en nuestro ser interior, tenemos que ser rectos con Dios y rectos con los demás según Dios.
Mateo 5:7 nos dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia”. Ser rectos o buscar y tener hambre de justicia implica ser estrictos con nosotros mismos. Pero ser misericordiosos equivale a ser benévolos con los demás. Quizás seamos rectos con Dios y seamos rectos con los demás según Dios; pero es posible que otros no sean rectos, sino que sean muy descuidados. ¿Deberíamos condenarlos? No, es menester que tengamos misericordia de ellos. Si mostramos misericordia con otros, recibiremos misericordia de parte de Dios. Pero si somos estrictos con los demás, Dios también será estricto con nosotros. Tenemos que aprender a ser estrictos con nosotros mismos pero benevolentes con los demás. Jamás debiéramos medir a otros tomándonos a nosotros mismos como la norma. Ni tampoco debemos exigir que otros se conformen a la norma que nos hemos fijado para nosotros mismos. Hacer esto implica que no tenemos misericordia, sino más bien que somos legalistas. Aprendamos a ser estrictos y exigentes con nosotros mismos, pero a ser benevolentes con los demás sin exigirles nada. Esto es lo que significa ser misericordioso.
El versículo 8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. Si nuestro corazón es puro, veremos a Dios. Nuestros motivos, intenciones, deseos y propósitos tienen que nacer de un corazón puro. Tener un corazón puro significa tener un corazón sencillo, que no procura ninguna otra cosa aparte del propio Señor.
Estos seis condiciones internas comienzan con nuestro espíritu y terminan con nuestro corazón. Esto quiere decir que todos tenemos que aprender a calibrar nuestro espíritu y nuestro corazón. Todos tenemos que orar: “Señor, regúlame. Concédeme el espíritu apropiado y el corazón apropiado; de otro modo, jamás podré tener la vida apropiada del reino”.
Cuando nos encontremos en la condición interna apropiada delante del Señor, espontáneamente brotará algo que se manifestará como nuestra condición externa. Lo primero que se manifestará será que haremos la paz. Seremos pacificadores y seremos llamados hijos de Dios. Esto es debido a que el Hijo de Dios, Jesucristo, es Aquel que hace la paz. Él es el verdadero Pacificador, y nosotros somos los hijos de Dios. Si somos aquellos que son pobres en espíritu, que lloran, que son mansos, que tienen hambre y sed de justicia, que son misericordiosos con los demás y que son puros de corazón, ciertamente seremos pacificadores. ¿Piensan que una persona así podría pelear con los demás? Con toda certeza, tal clase de persona será una persona en paz y también será pacificador.
Si uno se ejercita en ser justo para con Dios y justo para con los demás según Dios, será perseguido. Los demás no le apreciarán, sino que más bien le perseguirán. Usted sufrirá por buscar la justicia. Ésta es la segunda condición externa del carácter propio de los hijos del reino.
La tercera condición externa consiste en sufrir persecución por causa de Cristo. La gente los vituperará y dirá toda clase de mal contra ustedes por causa de Cristo. Pablo el apóstol padeció a causa de la mala fama que le hicieron (2 Co. 6:8). También a nosotros se nos han difamado. Son muchos los que nos vituperaron y difundieron rumores y mentiras acerca de nosotros. Esto es padecer por causa de Jesucristo. Es posible que debido a que tomaron el camino del recobro del Señor algunos de sus parientes y amigos hayan hablado mal en contra de ustedes. Aun si ellos no saben nada malo con respecto a ustedes, es posible que hayan creado algunos rumores según su imaginación, lo cual causará que usted tenga mala fama. El Señor Jesús dijo que cuando esto sucediera, debíamos regocijarnos porque nuestra recompensa en los cielos sería grande.
Éstos son los rasgos distintivos del carácter que es propio de los hijos del reino. Ellos son pobres en espíritu, lloran, son mansos, tienen hambre y sed de la justicia del Señor, son misericordiosos para con los demás, son puros de corazón, siempre hacen la paz, padecen persecución por causa de la justicia y padecen persecución por causa de Cristo. Éste tiene que ser nuestro carácter. Tenemos que ser esta clase de persona.
Si poseemos tal carácter, ciertamente ejerceremos influencia sobre el mundo. El Señor Jesús dijo que somos la sal de la tierra y la luz del mundo. La tierra está podrida y corrompida, y el mundo está en tinieblas. Hoy en día la tierra está corrompida con una química espiritual, por lo cual es necesario echarle sal. La sal matará la corrupción de la tierra. El Señor nos ha puesto en medio de un compuesto tan corrupto como la sal que mata los gérmenes y la corrupción. El mundo, la sociedad humana, está llena de tinieblas, pero nosotros estamos aquí como la luz del mundo a fin de iluminarlo y eliminar las tinieblas. Sin embargo, es menester que tengamos el carácter apropiado que nos llevará a ser constituidos en sal y luz; de otro modo, formaremos parte de la tierra corrompida y del mundo entenebrecido. Nosotros mismos seremos corrupción y tinieblas en lugar de ser sal y luz. Creemos que el Señor hará que todas las iglesias locales sean llenas de sal y luz.
Después que Mateo cubre el tema del carácter de los hijos del reino y de la influencia que ellos ejercen, él habla de la ley que opera en los hijos del reino. Los hijos del reino no están sujetos a la ley escrita, la ley de Moisés promulgada en el Antiguo Testamento, sino que están bajo la restricción de la ley de vida. Sabemos esto debido a que al final de esta sección del discurso del Señor, Él dijo que somos hijos del Padre. Por ser hijos, poseemos la vida del Padre. En el versículo 48 el Señor dijo que debíamos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. La única manera en que nosotros podríamos ser perfectos como el Padre es perfecto sería al tener la vida del Padre; de otro modo, jamás podremos ser perfectos como el Padre es perfecto. La mayoría de los hijos son como sus padres debido a que tienen la vida del padre. En esta sección se hace un contraste comparativo entre vivir regidos por la ley de Moisés y vivir sujetos a la ley de vida.
El Señor Jesús dijo que para entrar en el reino es necesario tener una justicia que sobrepase a la que los fariseos tenían al ceñirse a la ley de Moisés. La ley de Moisés ordenaba no matar; pero la ley del reino de los cielos nos dice que debemos reconciliarnos con los demás. Reconciliarse con los demás y llevarse bien con otros es más elevado que no matar. Esto sobrepasa a no matar.
Ser puros internamente sobrepasa a la ley de no cometer adulterio. Mientras que cometer adulterio es un acto externo, la ley de vida nos exige ser puros internamente. La ley de Moisés ordenaba no cometer adulterio, pero la ley de vida nos exige pureza de corazón. Ciertamente el estándar correspondiente a la vida divina en nuestro interior es mucho más elevado que la norma externa promulgada por Moisés. Sobrepasa la ley de Moisés.
No jurar sobrepasa a no jurar falsamente (Mt. 5:33-37). Jurar falsamente es no cuidar de cumplir lo prometido y lo que se ha jurado. Esto quiere decir que uno no honró su voto. Por tanto, en el Antiguo Testamento se ordena no jurar falsamente (Lv. 19:12; Nm. 30:2). Esto implica que no debemos dejar de hacer lo que hemos dicho y que debemos hacer aquello que hemos jurado hacer. Pero la nueva ley de vida requiere que no juremos por nada. No hay necesidad de jurar porque no tenemos que demostrar que uno está en lo correcto. Si uno está correcto, simplemente está correcto y no tiene necesidad de probarlo. Si su respuesta es sí, simplemente diga sí; si es no, simplemente diga no. No hay necesidad de jurar al respecto. Decir más procede del maligno (Mt. 5:37). No jurar es superior a no jurar falsamente.
La ley de vida dice: “No resistáis al que es malo” (Mt. 5:39), lo cual supera la ley de Moisés cuya norma es ojo por ojo y diente por diente. Según la ley de Moisés, si alguien nos quiebra un diente, nosotros debemos hacerle lo mismo (Éx. 21:24; Lv. 24:20; Dt. 19:21). Pero la ley de vida nos ordena: “No resistáis” (Mt. 5:39). Si alguien nos golpea en la mejilla derecha, debemos presentarle la mejilla izquierda. Si alguien nos obliga a andar con él una milla, debemos acompañarlo gozosos por dos millas. Si alguien nos quita nuestra capa, debemos darle también nuestra túnica. Esto es muy superior a lo estipulado por la ley del Antiguo Testamento. Ésta es la justicia insuperable.
Amar a nuestros enemigos ciertamente supera amar a nuestro prójimo. La ley de Moisés nos ordenaba amar a nuestro prójimo (Lv. 19:18), pero la ley de vida exige que amemos a nuestros enemigos (Mt. 5:44). Reiteramos nuevamente que esto es mucho más elevado y supera muchísimo a la ley dada por Moisés.
Finalmente, esta sección del discurso del Señor termina diciéndonos que como hijos del Padre tenemos que ser tan perfectos como el Padre. Podemos obtener la perfección únicamente en virtud de la vida del Padre. Podemos manifestar una justicia superior únicamente debido a que poseemos una vida superior en nuestro ser. Es debido a que poseemos una vida superior con una ley superior que podemos manifestar una justicia superior. ¡El pueblo del reino es un pueblo maravilloso! ¡Su carácter, su influencia y su justicia son maravillosos! Ésta debe ser la vida que llevemos en las iglesias locales.