
Lectura bíblica: Mt. 6:1-34
Todos los aspectos de la realidad del reino que se mencionan en Mateo 5 están vinculados con la vida divina. Nuestra vida natural simplemente no puede producir ninguno de los seis puntos de la condición interna ni los otros tres puntos de la condición externa. Por nuestro nacimiento natural somos polvo, no sal. Llegamos a ser sal únicamente mediante la regeneración. Una vez que nuestra naturaleza es cambiada, nuestro carácter también cambia. Llegamos a ser sal en lugar de polvo debido a que poseemos una nueva vida. Ahora poseemos una nueva naturaleza, un nuevo elemento y un nuevo carácter en virtud de los cuales somos la sal de la tierra.
Además, en virtud de la nueva vida también somos la luz del mundo. Juan 1:4 nos dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Somos la luz porque tenemos la vida. Si no tuviéramos la vida divina, jamás podríamos ser la luz. Somos la luz del mundo porque hemos recibido la vida divina. La vida es la luz. Afirmar que somos la luz del mundo significa que tenemos la vida divina.
Cuando leemos que el reino de los cielos requiere que manifestemos una justicia superior, tal vez pensemos: “¿Quién puede hacer esto?”. Sin embargo, al final del capítulo 5 se nos recuerda que somos hijos de nuestro Padre, lo cual quiere decir que tenemos la vida y naturaleza del Padre. No somos hijos adoptivos, sino que somos hijos nacidos del Padre. Por tanto, poseemos Su vida y naturaleza (2 P. 1:4). Sólo hay perfección en Su vida, y ahora nosotros la poseemos. Nuestra responsabilidad principal es siempre darle ocasión a la vida del Padre para que se desarrolle en nuestro ser. Este desarrollo será Su perfeccionamiento en nosotros. Si permitimos que la vida divina en nuestro ser se desarrolle, al final el desarrollo de esta vida será nuestra perfección. Esto no es algo que dependa de lo que nosotros hagamos.
Cuando estaba en el cristianismo en mi juventud, escuché muchos sermones en los que se citaban versículos de Mateo 5. En todos los casos, los predicadores aplicaron este capítulo al mejoramiento de la conducta del hombre. Pero los requisitos del reino no pueden ser satisfechos mediante el mejoramiento de la conducta. No importa cuánto nos mejoremos a nosotros mismos, todavía seguiremos siendo polvo y no sal. Podemos ser sal únicamente al recibir la vida, la naturaleza, la esencia y la sustancia de Dios. Cuando la vida divina de Dios entra en nuestro ser en el momento que se produce nuestra regeneración, somos transformados de polvo a sal. Así también, cuando recibimos la vida de Dios, llegamos a ser la luz del mundo.
En Mateo 5:20 el Señor Jesús mencionó la justicia insuperable como un requisito para entrar en el reino de los cielos: “Os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Este requisito de la justicia insuperable equivale también al traje de boda mencionado en Mateo 22:11-14 y en Apocalipsis 19:8. Según Apocalipsis 19, la novia estará vestida de lino fino, que representa las acciones justas de los santos. Estos tres pasajes de la Palabra: Mateo 5:20, 22:11-12 y Apocalipsis 19:8, todos dan a entender una sola cosa: para participar de la fiesta de bodas durante el reino es necesario que tengamos la justicia insuperable. Como vimos, esta justicia proviene de nuestro disfrute de Cristo. Cuando recibimos al Señor Jesús, Él entró en nuestro ser y se hizo nuestro disfrute. A medida que le comamos y le disfrutemos cada día, Él tendrá la oportunidad de expandirse dentro de nuestro ser y transformarnos. De esta manera, Cristo madurará dentro de nosotros. Esta propagación y maduración de Cristo dentro de nuestro ser se convertirá en una justicia superior, el traje de bodas, que se requiere para asistir a la fiesta de bodas. Recibir a Cristo en nuestro ser nos hace aptos para ser salvos, y que Cristo haya madurado en nuestro ser nos hace aptos para participar de la fiesta de bodas.
Esto corresponde al concepto del reino que hemos enfatizado en todo este libro. ¿Qué es el reino? Es simplemente el Señor Jesús que viene y entra a nuestro ser y que madura en nosotros hasta que el reino venga en toda su plenitud. Si no permitimos que Cristo madure en nuestro ser, ¿cómo podríamos estar en la venida plena del reino? Cristo es la semilla del reino. Aunque Él entró en nosotros como la semilla, Él tiene que crecer y madurar en nuestro ser. Si permitimos que Cristo tenga la oportunidad de madurar en nuestro ser, ciertamente participaremos de la cosecha, la plena venida del reino. La madurez de Cristo dentro de nuestro ser es la justicia insuperable y también será el traje de bodas que nos hará aptos para asistir a la fiesta de bodas. Recibir a Cristo en nuestro ser nos hace aptos para salvación; permitir que Cristo madure en nuestro ser nos hace aptos para la fiesta de bodas.
Ahora abordaremos Mateo 6 donde encontramos el cuarto aspecto de la realidad del reino: la pureza que los hijos del reino deben tener al hacer sus buenas obras. Los hijos del reino hacen buenas obras, y en sus obras no hay mixtura, falsedad, hipocresía o pretensión. Más bien, ellas denotan pureza, sencillez y simplicidad. En la vida del reino no hay lugar para nada que sea pretencioso, nada que sea falso y nada de hipocresía.
Aquí nuevamente podemos ver la sabiduría del Señor Jesús. La pureza de los hijos del reino opera en tres direcciones: hacia otros al dar limosnas, hacia Dios al orar y hacia nosotros mismos al ayunar. Con respecto a los demás, es necesario dar limosna para atender sus necesidades. Con respecto a Dios mismo, debemos orar, no por nuestros propios intereses y asuntos, sino pidiendo: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (6:10). Esta oración es para Dios. En principio, la oración de los hijos del reino debe ser hecha para Dios, en función de Dios y con Dios. Acerca del ayuno, es menester tomar medidas con respecto a nuestro yo. Ayunar no se relaciona con nuestros pecados o algo pecaminoso, sino con asuntos legítimos. Es legítimo que nosotros comamos y bebamos, pues éste es un derecho que todos tenemos. Todo aquel que ha nacido tiene el derecho de comer y beber. Cuando ayunamos, tomamos medidas con respecto a nosotros mismos al renunciar a nuestros derechos. Esto no quiere decir que tomemos medidas con respecto a nosotros mismos debido a que estemos equivocados o seamos personas mundanas, pecaminosas o carnales. ¡No! Simplemente queremos tomar medidas con respecto a nosotros mismos al sacrificar nuestros derechos. Con respecto a los demás, damos limosna; con respecto a Dios, oramos; y con respecto a nosotros mismos, ayunamos. Éstas son las tres categorías de buenas obras que hacen los hijos del reino.
Cuando hacemos estas cosas, tenemos que ser puros y sinceros, no hipócritas. ¿En qué consiste la hipocresía? La palabra hipócrita viene de una palabra griega que denota a un actor que hace el papel de algún personaje. Según la costumbre antigua, tanto entre los griegos como entre los romanos, todos los actores tenían que hablar a través de una gran máscara a fin de aumentar la fuerza de su voz. Así pues, la hipocresía es una falsedad externa, algo exagerado y que no es real. También implica divulgar algo con publicidad. Tanto en el mundo como en el cristianismo casi todo el dinero es recaudado por medio de divulgación.
Cuando estaba en cierta ciudad, los hermanos que vivían allí, me contaron la manera en que cierta llamada iglesia recaudaba fondos. Ellos convocaban una asamblea general y presentaban la necesidad ante la congregación. Entonces pedían que aquellos que pudieran aportar los mayores montos de dinero se pusieran de pie. Los miembros más ricos aprovechaban esta oportunidad para exhibir su riqueza y generosidad al ponerse de pie para ofrecer buenas cantidades de dinero. Este método tenía mucho éxito porque correspondía a la naturaleza caída del hombre.
En Mateo 6:3 el Señor dijo que cuando demos limosna no debiéramos dejar que nuestra mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Esto quiere decir que tenemos que dar en secreto, lo cual es absolutamente contrario a la práctica en el cristianismo. Algunos grupos cristianos incluso publican informes en los que dan a conocer los nombres de aquellos que dieron las “ofrendas de amor”.
Durante los años 1933 y 1934, la iglesia en Shanghái, la iglesia más grande en el recobro del Señor en China, tenía necesidad de un terreno donde construir un salón de reuniones que pudiera acomodar unas quinientas personas. En aquel entonces los terrenos eran muy caros, y era difícil solventar la compra de una parcela adecuada. La iglesia necesitaba una propiedad y oró por ella. En 1936 una hermana anciana que tenía bastante dinero poseía una propiedad que quedaba muy cerca de nuestro salón de reuniones. Esta hermana amaba al Señor y asistía a la mayoría de nuestras reuniones. Cuando ella supo de la necesidad que tenía la iglesia de un terreno, tuvo el deseo de ofrendar aquella propiedad a la iglesia. Sin embargo, al mismo tiempo ella estaba preocupada por algunos de sus hijos. Al final, ella decidió ofrecer la propiedad a la iglesia por la mitad de su valor, que era unos veinticinco mil a treinta mil dólares americanos. Por tanto, la transacción se llevó a cabo haciendo que la iglesia pagase la mitad de esa suma, y el título de propiedad fue transferido a la iglesia. Cuando ya se estaban diseñando los planos para el salón de reuniones, la hija de aquella hermana quiso que la iglesia pusiera en la futura construcción una piedra con una inscripción en la que dijera que la propiedad había sido donada por aquella hermana anciana por la mitad de su valor. El hermano Watchman Nee se negó rotundamente a esto, y se produjo una negociación bastante complicada. El hermano Nee no cedió ni un centímetro. Nuestro hermano no cedió ni un centímetro para dar cabida a tal exhibición de gloria humana, pero la hija de aquella hermana tampoco quiso ceder. A la postre, se anuló la transacción, se devolvió el título de propiedad a la familia de la hermana y el dinero fue devuelto a la iglesia. Desde 1936 hasta 1948 la iglesia en Shanghái no pudo adquirir el terreno que necesitaba para erigir su local. Esto hizo que la iglesia sufriera, pero tal sufrimiento valió la pena a fin de mantener el principio de la realidad de la vida del reino en cuanto a las ofrendas materiales.
Mediante el relato de este incidente que forma parte de nuestra historia, ustedes pueden ver cuál es nuestra postura al respecto, y pueden ver la realidad de la vida del reino en cuanto a las ofrendas. Jamás hagan exhibición de sus donativos. A esto se debe que no nos gusta revelar la cantidad de dinero que las personas han ofrendado a la iglesia. En algunas catedrales y edificios de iglesias existen inscripciones indicando quiénes donaron ciertos objetos. Por ejemplo, una banca puede llevar una inscripción indicando quién la donó. ¡Esto es una vergüenza! Si no fuera por el sistema de impuestos estadounidense que permite eximir de impuestos el monto de las contribuciones hechas como ofrenda, no permitiríamos que los que ofrendan den a conocer sus nombres de manera alguna. Durante todos nuestros años en China, donde había un método distinto de recaudar impuestos, no permitimos que los santos dieran ofrendas mediante cheques personales. Todos usaban dinero en efectivo, de tal modo que nadie podía saber de dónde procedían las ofrendas. Ésta es una buena práctica porque no da cabida alguna a la carne y a la vanagloria humana.
Además, los hijos del reino también tienen que ser puros internamente en cuanto a su oración. A veces uno podría ser tentado a querer que los demás escuchen cuando uno ora. Es maravilloso gritar: “¡Oh, Señor Jesús! ¡Jesús es el Señor!”; pero no debemos abrigar el deseo de que los demás sepan que estamos orando. En cierto sentido, es mejor esconder nuestras oraciones de los demás. Jamás haga exhibición de su vida de oración.
Con respecto al ayuno, el Señor Jesús dijo que los fariseos y los hipócritas demudaban sus rostros cuando ayunaban, y era como si dijeran: “Miradme; estoy ayunando”. El Señor Jesús dijo: “Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas” (Mt. 6:17-18). Ya sea al dar limosna, al orar o al ayunar, jamás debemos hacer ninguna exhibición de nuestras buenas obras.
A continuación, consideraremos el quinto aspecto de la realidad del reino: la actitud que los hijos del reino de los cielos deben tener hacia mammon, o sea, las riquezas (vs. 19-23). ¿Cuál debe ser la actitud de los hijos del reino hacia las riquezas? En primer lugar, no debemos acumular riquezas aquí en la tierra (vs. 19-21). Tal vez ustedes pregunten: “¿Las cuentas de ahorro no son una manera de acumular tesoro en la tierra?”. Esto depende de cuál sea su motivo. No hay nada de malo en hacer algunas preparaciones para el año siguiente o para la educación de nuestros hijos. De hecho, en las Epístolas se nos dice que los padres deben atesorar para los hijos (2 Co. 12:14). Tenemos que educar a nuestros hijos de una manera apropiada, y esto será caro. Como padres, tenemos la responsabilidad de cuidar de nuestros hijos. Este asunto no tiene nada que ver con preceptos externos. Todos tenemos que orar con respecto a estas cosas. Entonces la sabiduría del Señor estará con nosotros y tendremos claridad con respecto a cuánto debemos ahorrar para el futuro y para nuestros hijos. Si somos fieles al Señor, Él nos mostrará lo que debemos hacer. Lo fundamental es que examinemos nuestros motivos. El principio que rige es que la acumulación de tesoros en la tierra es contrario a la economía de Dios y expresa una carencia de fe en Su misericordia y cuidado. Que la sabiduría del Señor esté con nosotros en este asunto.
El segundo aspecto que tienen los hijos del reino con respecto a las riquezas es que ellos no pueden servir a ambos, a las riquezas y a Dios (Mt. 6:24). Aunque podamos tener una cuenta de ahorros, no debemos servir a tales ahorros del mismo modo que serviríamos a Dios. Dios es el único amo a quien debemos servir, no al dinero ni a las riquezas. Debemos servir a Dios y a nada más.
El tercer punto es que confiamos en nuestro Padre para nuestro sustento diario. Los hijos del reino confían en su Padre para su existencia del mismo modo en que las aves del cielo y los lirios del campo lo hacen (vs. 25-31). El Señor Jesús fue sabio. Él se valió de las aves como ilustración del cuidado que el Señor nos provee con respecto a nuestros alimentos y se valió de los lirios como ilustración del cuidado que el Señor tiene con respecto a nuestra vestimenta. El Señor Jesús dijo: “Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta” (Mt. 6:26). Ellas no tienen campos de cultivo ni graneros, pero tienen muchos siervos. Todos los ricos sirven a las aves del cielo, las que disfrutan de lo que la gente rica hace por ellas. La gente rica tiene unos cuantos graneros, pero las aves tienen muchos graneros.
El Señor continuó diciendo: “Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no se afanan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos” (Mt. 6:28-29). ¿Quién le proporcionó la vestimenta a los lirios? ¡Fue Dios mismo! Nosotros debemos ser como las aves de los cielos y como los lirios del campo confiando en nuestro Padre en los cielos que cuida de nosotros.
Algunos que son irresponsables y perezosos, pueden hallar que esto es igual a su concepto natural. Tal vez digan: “¡Esto es maravilloso! No tenemos que trabajar. Dios nos alimentará y nos vestirá. Somos como las aves de los cielos. No necesitamos hacer nada. Dios cuidará de nosotros”. Sin embargo, si adoptamos tal actitud, Dios no cuidará de nosotros. Jamás debemos olvidar que enseguida vienen otros versículos. Mateo 6:33 dice: “Mas buscad primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Tenemos que buscar el reino; no debemos ser descuidados ni perezosos. Si buscamos primeramente el reino y la justicia de Dios, Él ciertamente cuidará de nosotros. Sin embargo, no debemos ser descuidados, sino que debemos buscar con seriedad el reino de Dios y Su justicia.
Hemos visto que el reino de Dios es simplemente otro término para referirse a Cristo. Buscar el reino significa buscar a Cristo. En el libro de Filipenses no encontramos un término como el reino, pero sí encontramos un sinónimo: Cristo. Buscar primeramente el reino en realidad significa buscar primero a Cristo. Más aún, no debemos buscar a Cristo de una manera superficial o general, sino conforme a la manera que corresponde a la vida del reino. ¿Qué es la vida del reino? Desde el comienzo de la Biblia vemos que el reino de Dios tiene dos aspectos: la imagen y la autoridad. Dios creó al hombre a Su propia imagen y le dio dominio sobre todas las cosas (Gn. 1:26-28). Tenemos que ver que la imagen guarda relación con la expresión de Dios y que el dominio guarda relación con la autoridad de Dios. Si hemos de expresar la imagen de Dios, necesitamos la autoridad de Dios. En esto consiste el reino. Cristo es el reino de Dios. Con Cristo tenemos tanto la imagen de Dios como Su autoridad. Si en verdad buscamos a Cristo con toda seriedad, Él será nuestra expresión y autoridad. Si tenemos a Cristo, tenemos el reino. Si buscamos primeramente a Cristo, Dios atenderá a nuestras necesidades. Esto no es un asunto de renunciar a algo y perder ciertas cosas, sino que es un asunto de tomar a Cristo. Las personas tal vez nos pregunten por qué no practicamos ciertas cosas; la mejor respuesta es decirles que no tenemos tiempo para ello, ya que estamos sumamente ocupados. Además, no tenemos lugar ni encontramos espacio para nada más. En cuanto al tiempo y el espacio se refiere, estamos completamente ocupados con Cristo. Ésta debe ser nuestra actitud.
Por ser hijos del reino debemos ser puros en todas nuestras buenas obras. Nuestra actitud hacia mammon, o sea, las riquezas, es que no estamos al servicio de ellas, sino de Dios, y que tampoco ponemos nuestra confianza en ellas. Nuestra confianza está puesta en el Padre. Él es quien atiende a nuestras necesidades. Solamente tenemos que preocuparnos por Su reino y Su justicia. Tanto el reino como la justicia son Cristo mismo en nuestra experiencia. Es en virtud de Cristo que somos aprobados por Dios y somos rectos para con los demás según Dios. Tenemos que experimentar a Cristo como nuestra justicia en términos prácticos, siendo rectos delante de Dios y rectos para con los demás según Dios mismo. Esto es Cristo expresado a través de nosotros. Cristo es el reino y Cristo es la justicia. Si buscamos a Cristo como el reino y la justicia, nuestro Padre celestial atenderá a nuestras necesidades. Todo cuanto necesitemos nos será añadido. ¡Esto es maravilloso! Ésta es la realidad de la vida del reino.