
Lectura bíblica: Mt. 7:1-27; 12:36; 19:23-26
Hemos considerado cinco aspectos de la realidad de la vida del reino: el carácter de los hijos del reino, la influencia que ejercen los hijos del reino, la justicia propia de los hijos del reino, la pureza que tienen los hijos del reino en sus buenas obras y la actitud que los hijos del reino deben tener con respecto a mammon o las riquezas. Ahora llegamos al sexto aspecto: el principio rector que tienen los hijos del reino en su relación con los demás. Éste es el principio que debe regir la manera en que nos relacionamos con los demás y como los tratamos.
Lo dicho por el Señor en Mateo 7:1-12 está muy claro. A fin de tener una relación apropiada con los demás tenemos que observar este principio: jamás debemos juzgar a otros. Juzgar incluye criticar y participar en chismes. Incluso hablar de una persona implica juzgarlo. Es muy fácil para los creyentes e incrédulos participar en chismes. Simplemente nos encanta saber cosas acerca de los demás y hablar acerca de otros. Para evitar esto, es mejor no saber nada de los santos. Cuando los hermanos y hermanas me invitan a sus hogares me gusta permanecer en la sala, no me gusta entrar en su cocina o en otros sitios de la casa, sino que prefiero recluirme en la sala. ¿Por qué? Porque cuanto más cosas veo en la casa de algún hermano, más sé acerca de él y más material tengo para dar lugar a los chismes. La mejor manera de prevenir los chismes es dejar de recoger material. Si uno quiere extinguir un fuego, el mejor método es retirar todo lo que pueda servir de combustible. Cuando no haya combustible, nada podrá arder.
Sin embargo, he descubierto algo que es lamentable y vergonzoso: a muchos de los queridos santos les gusta saber las cosas de otros. Una vez que ellos entran en la casa de alguien, se esfuerzan por mirar en todos sus cuartos, incluyendo todos los rincones. A este respecto, no hay diferencia entre occidentales y orientales; ambos son exactamente iguales. Debido a que todos descendemos de Adán, todos somos “lobos de una misma camada”. Todos queremos enterarnos de muchas cosas con respecto a otros. Cuando somos invitados a algún hogar, queremos saber qué hay en todos los cuartos. Aunque es muy difícil para algunos santos recordar cuántos capítulos tiene Mateo, les es muy fácil recordar todo cuanto vieron en la habitación de alguien.
A manera de hacer un contraste con esta mala costumbre, permítanme contarles acerca de un hermano oftalmólogo que residía en Shanghái, quien había aprendido una lección de vida. Cuando él llamaba a la puerta, aun si la puerta estuviera abierta, no entraba sino hasta que se le daba permiso. Una vez que le invitaban a pasar, no se sentaba sino hasta que se lo pedían y aún entonces no se sentaba en cualquier lugar, sino en el que le ofrecían. Más aún, no se sentía con derecho a observar ningún objeto, a tomar algún libro ni entrar en los otros cuartos. Algunos santos, empero, se sienten en libertad de abrir cualquier libro, abrir los cajones, los armarios e incluso el refrigerador, comportándose como si fueran los señores de esa casa. Se toman el derecho de observarlo todo, de investigar y de recolectar material para sus chismes. Tienen que tener bien en claro que cuanto más sepan acerca de los demás, más participarán en chismes. Si han reunido el material para ello, no podrán evitar contar chismes, ya que lo que ha entrado en su ser ciertamente tendrá que salir. No dejen que tantas cosas entren en ustedes y entonces podrán evitar los chismes.
Participar en chismes es simplemente otra forma de juzgar. Recuerden que ustedes serán juzgados de la misma manera en que juzgaron a los demás. Así pues, es mejor no juzgar. Y la mejor manera de no juzgar es no saber. Aprendan a ser ignorantes con respecto a tantas cosas. El mejor método consiste en simplemente no saber nada acerca de otros. Entonces no tendrán de qué hablar y podrán decirle a los demás, con toda honestidad, que no saben. Incluso si saben de algo, deben rehusarse a conversar sobre ello. Ésta es la manera apropiada de no juzgar a los demás.
Mateo 12:36 nos dice que daremos cuenta de toda palabra ociosa en el día del juicio. Todas nuestras palabras ociosas serán juzgadas entonces. No debiéramos pensar que después de haber participado en chismes no tendremos problemas; pues el Señor ha dicho que nuestras palabras ociosas serán juzgadas. Cuando era joven aún no se habían inventado las grabadoras, y mientras leía estos versículos me preguntaba cómo sería posible grabar cada una de las palabras que decimos. Sin embargo, hoy los seres humanos ya inventaron las grabadoras. Tal vez haya una especie de grabadora en los cielos donde se hallan registradas todas nuestras palabras. Por tanto, debemos ser cuidadosos. Un día el Señor podría decir: “Escucha esta grabación de una conversación que tuviste en la casa de las hermanas”. La mejor manera de no juzgar es no hablar. Me siento muy triste cuando llega a mis oídos los rumores que circulan entre los santos. Estos rumores se deben a que hablamos, y nuestro hablar es una especie de juicio. Si quiere dejar de juzgar, deje de hablar palabras ociosas. Entonces usted podría preguntarme: “Hermano, ¿qué debemos hacer con nuestra boca? Dios nos dio dos labios y una lengua. Tenemos que usar nuestra boca”. Esto es correcto. Cada vez que nos reunimos debemos usar nuestros labios para invocar el nombre del Señor y alabarle. Debemos tener comunión con respecto a la gracia del Señor. Hay muchas cosas positivas de las cuales hablar. ¿Por qué discutimos asuntos negativos y sin provecho?
No critiquen a los demás ni intenten corregirles. Tal vez ustedes piensen que hay una paja en el ojo de su hermano, pero no han visto que hay una viga en su propio ojo (7:3). Si desean quitar aquella paja, primero tienen que comprender que la fuente se encuentra en su propio ojo. Si quitan la viga que está en su ojo, descubrirán que la paja en el ojo de su hermano ha desaparecido. El problema no es con el ojo de su hermano, sino con sus propios ojos. Por tanto, no intenten quitar la paja del ojo de su hermano, sino quiten la viga que está en el suyo; y entonces encontrarán que la paja ya no está en el ojo de su hermano.
Si son descuidados en cuanto a su hablar, perderán su discernimiento. No podrán discernir cuál es el momento adecuado para hablar ni cual es lo más apropiado que decir con respecto al Señor. Debido a que habrán perdido su discernimiento, darán lo santo a los perros y echarán sus perlas delante de los cerdos (Mt. 7:6). No podrán detectar los momentos correctos ni tampoco podrán identificar a las personas correctas con las que deben compartir las cosas santas de Dios. Algunas personas son como perros, por lo que no debiéramos darles las cosas santas a ellos. Otros son como cerdos, y no debiéramos echar nuestras perlas delante de ellos. ¿Cuáles son las cosas santas? En Mateo 7:6 las cosas santas denotan las verdades de Dios. Toda verdad de Dios es una cosa santa. Las perlas representan nuestras experiencias de Cristo. Cuando presentemos la verdad a las personas es necesario que tengamos discernimiento. Tenemos que discernir qué cosas decir y cuánto abarcar. Si somos demasiado habladores, hablaremos sin el debido discernimiento, sin restricción alguna, y terminaremos presentando las cosas santas de Dios a la persona equivocada. Debemos tener el debido discernimiento para reconocer cuándo tenemos a un perro delante de nosotros. En tales ocasiones, necesitamos ejercitar nuestro espíritu para restringir nuestro hablar. Debemos comprender que algunas personas son cerdos. No debiéramos presentar nuestras experiencias de Cristo a tales personas; si lo hacemos, ellas las pisotearán y nos acarrearán graves perjuicios.
Ahora podemos entender por qué el Señor Jesús vinculó la necesidad de tener discernimiento con juzgar a los demás. Si sabemos cómo abstenernos de juzgar y cómo ejercitar nuestro espíritu para tener pleno control sobre nuestro hablar, entonces tendremos el discernimiento necesario para saber quién es la persona correcta y cuál es el momento apropiado para compartir las verdades de Dios y nuestras experiencias de Cristo. Tener tal discernimiento depende de que nos ejercitemos en rehusarnos a juzgar. Jamás debemos criticar o juzgar a otras personas o a otras iglesias locales.
Nuestro hablar también guarda relación con otro asunto muy importante: nuestra oración. En Mateo 7:7-8 el Señor dijo que al que pide, se le dará; el que busque, hallará; y al que llama, se le abrirá. Pedir, buscar y llamar están vinculados con el juzgar que hacemos. El Señor dio a entender que una persona que juzga a los demás no podrá tener una vida apropiada de oración. Cuanto más juzgamos o hablamos o chismeamos, menos podremos orar. Esto se los garantizo. Por el contrario, cuanto menos participemos en chismes y menos hablemos, más oraremos. Si por un lado adoptamos la práctica de no hablar, no contar chismes y no juzgar, y por otro lado ejercemos el discernimiento debido al compartir las verdades de Dios y las experiencias de Cristo con los demás, entonces podremos orar. Primero pediremos, después buscaremos y finalmente llamaremos. A veces es suficiente pedir; pero en otras ocasiones será necesario que busquemos y llamemos. Podemos decir que pedimos la gracia del Señor, buscamos Su persona y llamamos para obtener Su presencia. Es fácil obtener la gracia del Señor, pero es difícil contar con Su persona y aun más difícil tener la presencia del Señor.
Una vida apropiada de oración está vinculada con “No juzguéis”. Si no hablamos descuidadamente, ni somos descuidados al presentar las verdades de Dios y nuestras experiencias de Cristo, entonces tendremos una vida apropiada de oración y tendremos la base necesaria para pedir, buscar y llamar.
Esta sección concluye con Mateo 7:12 que dice: “Así que, todo lo que queráis que los hombres os hagan a vosotros, así también hacedlo vosotros a ellos”. Esto significa que si esperamos que los demás nos traten de cierto modo, primero nosotros debemos tratarlos a ellos del mismo modo. No traten a los demás de una manera distinta a la que ustedes mismos quieren ser tratados. Éste es el principio. Sean justos; si desean que los demás los traten de cierto modo, así también ustedes deben tratarlos a ellos.
Nos es imposible cumplir con todos estos requisitos en virtud de la vida que recibimos en nuestro nacimiento natural. Pero por nuestro nuevo nacimiento hemos recibido la vida divina que puede cumplir con todos esos requerimientos. Estoy seguro que el Señor Jesús en usted jamás hablará demasiado. Siempre que veo a una hermana contando chismes o a un hermano hablando demasiado, muevo la cabeza porque sé que el Señor Jesús jamás hablaría así. Tales chismes ciertamente no son el Señor; Él jamás chismearía ni hablaría tanto. ¡Alabado sea el Señor! ¡Él es nuestra vida!
Ahora abordaremos el último aspecto en cuanto a la vida del reino: las bases para el andar y la obra de los hijos del reino de los cielos (Mt. 7:13-29). Por favor note que hablamos de bases, en plural, pues no existe una sola base sino varias. Nuestro andar y nuestro comportamiento, nuestra vida y obra, deben tener la base apropiada. Todo cuanto somos y hacemos debe estar sólidamente basado en los fundamentos correctos.
La primera base es la puerta estrecha y el camino angosto (Mt. 7:13-14). Tanto la puerta como el camino son angostos. Si bien algunas versiones usan dos diferentes adjetivos para describir la puerta y el camino, en realidad ambos adjetivos tienen el mismo significado. En este versículo ambas palabras significan estrecho. La diferencia radica en que la estrechez de la puerta es bastante corta, mientras que la del camino es bastante larga. La puerta es estrecha porque su estrechez abarca una distancia muy pequeña, mientras que el camino es angosto debido a que abarca una distancia muy larga. Tal vez sea fácil pasar por la puerta estrecha, pero es muy difícil andar por el camino angosto. El camino es muy limitado. No debemos decir que la puerta es angosta, sino estrecha. La puerta no implica constante limitación, sino una breve estrechez. Pero el camino sí es restrictivo. En otras palabras, el ancho de la puerta y la anchura del camino son iguales; la única diferencia radica en que la puerta prácticamente carece de longitud, mientras que el camino implica longitud. Tanto nuestra puerta como nuestro camino son estrechos. Según el concepto humano, podríamos pensar que si bien la puerta es bastante estrecha, el camino se hará más amplio a medida que prosigamos. Pero en el reino el camino es angosto de principio a fin. ¿Tomarán ustedes este camino? Debido a que el camino es estrecho, también es angosto. Mientras permanezcamos en este camino, no es posible cambiar de carril, pues solamente hay un carril. No podemos movernos de izquierda a derecha, ni de derecha a izquierda, como si estuviéramos en una autopista. Además, no podemos pasar a otros. Tenemos que ser pacientes. No debemos intentar pasar a los que están delante de nosotros; si lo hacemos nos encontraremos fuera del camino. Aunque el camino es estrecho y angosto, nos lleva a la vida. En este versículo la vida no se refiere a la semilla del reino, sino a la cosecha del reino.
Hemos visto que el reino tiene dos facetas: como semilla y como cosecha. Ambos denotan a Cristo como nuestra vida. Cristo es la semilla del reino al ser nuestra vida y Cristo también será la cosecha del reino como nuestra vida. Con respecto a la semilla, es necesario que la vida entre a nosotros; pero con respecto a la cosecha, nosotros somos los que debemos entrar en la vida. En la Biblia se nos presentan estos dos lados: la vida zoé entra en nuestro ser, y nosotros entramos en la vida zoé. La vida zoé ha entrado en todo aquel que creyó en el Señor Jesús, pero no todos los creyentes auténticos entrarán en la vida zoé en el futuro. Que la vida zoé haya entrado en nosotros significa que somos salvos, pero entrar en la vida zoé en el futuro significa que habremos entrado en la manifestación del reino, la fiesta de bodas. Que la vida eterna haya entrado en nosotros significa que tenemos a Cristo como la semilla, pero entrar en la vida eterna en el futuro significa que Cristo ha madurado en nosotros. Mateo 7:14 no se refiere a que la vida zoé entre en nuestro ser, sino a que nosotros entremos en la vida zoé. ¿Qué puerta y qué camino nos conduce a la vida zoé, esto es, a la cosecha del reino? Ciertamente es la puerta estrecha y el camino angosto.
Tanto la puerta como el camino son estrechos. Si uno ha experimentado a Cristo de este modo, sabe cuán estrechos son ambos. Aunque debemos ser flexibles, no debemos ser espaciosos. Nuestra puerta no es amplia ni tampoco lo es nuestro camino. La puerta es angosta como el ojo de una aguja. En Mateo 19:24 el Señor Jesús usó el ejemplo de un camello que tiene que pasar por el ojo de una aguja, para describir cuán estrecha es la puerta que conduce a la cosecha del reino. ¿Sabe usted cuán grande es usted por nacimiento? Usted es por lo menos del tamaño de un camello. Debido a su nacimiento natural usted se hizo un camello y después adquirió cargas muy pesadas. Éste es el significado correcto de lo dicho por el Señor en Mateo 19:24. Somos camellos por nuestro nacimiento natural, y el ojo de la aguja representa la puerta estrecha por la cual debemos pasar para entrar en la madurez del reino. Como camellos, hemos sido cargados de cosas mundanas, lo cual hace que sea imposible para nosotros pasar por el ojo de una aguja. ¡Pero el Señor puede hacer esto! Él puede reducirnos. Todos hemos experimentado la obra reducidora del Señor. Él sabe cómo hacerlo. Cuando uno le dice: “Señor Jesús, te amo”, Él responde: “Te reduciré. Cuanto más me ames, más debes estar preparado a que Yo te reduzca. Entonces te será fácil pasar por el ojo de una aguja”. No importa cuán estrecha sea la puerta, podremos pasar fácilmente a través de dicha puerta una vez que hayamos sido reducidos. Como aquellos que han sido reducidos, podemos entrar por la puerta estrecha y proceder a lo largo del camino angosto. Éste es el camino que conduce a la madurez en el reino, que nos introduce en la vida zoé. La vida zoé ya entró en nosotros, pero ahora andamos por el camino angosto a fin de entrar en la vida zoé, en la cosecha, en la madurez del reino. Esta madurez del reino es la plena manifestación de la vida zoé.
Muchos cristianos dicen estar en lo correcto con respecto a ciertos asuntos. Pero no debiéramos prestar mucha atención a lo que dicen, sino que debemos ponerlos a prueba en conformidad con la puerta estrecha y el camino angosto. ¿Están ellos caminando en el camino ancho? ¿Les es fácil sobrepasar a los que van delante de ellos? ¿Siempre pueden hacer lo que prefieren? De ser así, no están en el camino angosto que conduce a la cosecha del reino. Más bien, están en el camino ancho. La puerta ancha y el camino espacioso llevan a la destrucción. En el griego la palabra destrucción conlleva dos significados: perecer o perderse, y ser destruido. En este pasaje no significa perecer o perderse, sino que significa sufrir la destrucción de toda nuestra obra. Este mismo pensamiento está presente en Mateo 7:24-27 que menciona la casa edificada sobre la arena. Cuando la lluvia caiga desde lo alto, cuando el río aumente su caudal y cuando soplen los vientos, aquella casa será destruida. Su persona será resguardada, pero su obra será destruida. Esto quiere decir que usted mismo será salvo, pero su obra, todo lo que usted logró después de ser salvo, será destruida. El concepto presente en estos dos versículos no guarda relación con el hecho de ser salvos o con perderse eternamente. Entrar en la vida no significa ser salvo, pues ninguna persona que no haya sido salva podrá pasar por la puerta estrecha. Ninguna persona que no haya sido salva podrá jamás andar en el camino angosto. Todos los que pasan por la puerta estrecha y andan en el camino angosto son salvos. Así que, entrar en la vida significa que después de ser salvos, debemos considerar nuestro andar y nuestra obra, ya que ambos afectarán nuestro futuro. Si nuestra obra es destruida, sufriremos pérdida (1 Co. 3:15). Si nuestra obra permanece, recibiremos la recompensa de entrar en el reino. Ser salvos es una cosa, y entrar en el pleno disfrute del reino es otra. Este pleno disfrute del reino está representado por la fiesta de bodas.
Ser llamados es ser salvos. Sin embargo, ser escogidos, o sea, ser aptos para la fiesta de bodas, todavía está por determinarse. Ello depende de la puerta por la que entremos y del camino por el que andemos. Si entramos por la puerta ancha y recorremos el camino ancho, nuestro andar y nuestra obra serán destruidos, y nos perderemos la fiesta de bodas. Si entramos por la puerta estrecha y tomamos el camino angosto, esto nos conducirá a la vida, a la madurez de la vida zoé, la cosecha del reino. Entonces entraremos en la fiesta de bodas.
La segunda base para el andar y obra que tienen los hijos del reino es el fruto producido por un árbol bueno (Mt. 7:15-20). En estos versículos hay uvas e higos, pero también hay espinos y abrojos. Éstos proceden de dos fuentes distintas. Ya vimos que los espinos y abrojos proceden de Satanás. En Génesis 3:18 Satanás es revelado como la fuente de los espinos y abrojos. En el Nuevo Testamento vemos que Cristo como la expresión misma de Dios es la fuente de las uvas y los higos. Estas dos fuentes son dos vidas. Satanás es la fuente de la vida que produce espinos y abrojos. Cristo, la expresión de Dios, es la fuente de la vida que produce uvas e higos.
Jamás sean engañados por las diversas enseñanzas y prácticas. Más bien, examinen los frutos. Es posible que los cristianos fundamentalistas digan que están en lo correcto, los pentecostales probablemente digan lo mismo y también los cristianos formales digan que están en lo correcto. Nosotros no debemos dejarnos influenciar por lo que ellos dicen, sino que debemos examinar sus frutos. Incluso si algunas iglesias locales afirman estar en lo correcto, todavía será necesario que examinemos sus frutos. Esto no guarda ninguna relación con lo que uno enseña o dice; lo relevante aquí es el fruto que produce. El fruto es la base. A fin de conocer a cualquier persona, grupo o actividad entre los cristianos actuales, tenemos que examinar sus frutos. Nuestro aprecio debe tener como base los frutos que producen. No debemos dejarnos impresionar por lo mucho que algunos hablan, enseñan o arguyen. Debemos considerar los frutos. El propio Señor Jesús nos dijo claramente que existen estas dos categorías de frutos. Los que son falsos jamás admitirán que son falsos, sino que dirán estar en lo correcto. Por tanto, no debe afectarnos lo que la gente dice, sino que debemos examinar el fruto. Del mismo modo que conocemos un árbol por su fruto, también debemos conocer una obra por su fruto. Prestemos atención únicamente al fruto. Si la iglesia local en cierta ciudad es apropiada, ciertamente veremos el fruto correspondiente. ¿Qué es el fruto? Es algo propio de la vida que se manifiesta a sí misma como uvas e higos, no como espinos y abrojos. Tenemos que conocer a una iglesia, a un individuo y una obra por sus frutos. El fruto es la base.
La tercera base es la voluntad de Dios, no es ninguna obra (Mt. 7:21-23). Viene el día en que muchos vendrán ante el Señor y le dirán: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchas obras poderosas?”. Pero el Señor les declarará: “Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de iniquidad”. (La misma palabra griega que en Mateo 7:23 se tradujo “conocí” es traducida como “admito” en Romanos 7:15, donde Pablo dice: “Lo que hago, no lo admito” o “no lo apruebo” [lit.]. Esto no quiere decir que él no sabía lo que hacía, sino que no lo admitía, no lo aprobaba. Asimismo, en Mateo 7:23, no es que el Señor no supiera quiénes eran ellos, sino que Él no había aprobado hacer tales obras. Así pues, ellos habían profetizado, pero el Señor jamás les había aprobado hacerlo. Echaron fuera demonios, pero lo hicieron a su modo, sin tener el consentimiento del Señor. Hicieron milagros, pero el Señor jamás aprobó hacer milagros de ese modo. Lo que el Señor quería que hicieran era la voluntad de Dios. ¿Qué es la voluntad de Dios? Es la venida del reino. “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (6:10).
Las Epístolas nos dicen que la voluntad de Dios es la vida del Cuerpo. Romanos 12:2 nos dice que no debemos amoldarnos a este siglo, sino que debemos ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente, para que sepamos discernir y comprobar cuál es la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es única, que es, obtener la iglesia, el reino. No consiste en profetizar, echar fuera demonios o realizar milagros. La voluntad de Dios consiste en hacer realidad la vida de iglesia y el reino.
Podría parecer ilógico afirmar que una persona que no está en la voluntad de Dios puede realizar milagros. ¿Cómo es posible que una persona ajena a la voluntad de Dios pueda llevarlos a cabo? Hace algunos años yo también tenía este pensamiento. Pero la experiencia me ha enseñado que las personas pueden realizar ciertos milagros independientemente de la voluntad de Dios. Recientemente supe de un hombre que realizó muchos milagros en el nombre del Señor, pero cuya vida personal era degradada e inmoral. Ahora podemos entender por qué el Señor no refutará a quienes vengan a Él diciendo haber hecho milagros en Su nombre. El Señor no negará que esto haya sido así, pero les dirá que jamás les había dado permiso para hacer tales cosas. ¡Sean cuidadosos! No piensen que siempre y cuando su profecía se cumpla, ustedes estarán en lo correcto. No piensen que los milagros que realizaron habrán de justificarlos. Incluso echar fuera demonios, por sí mismo, no será lo que los justifique. La única justificación disponible para nosotros es buscar el reino, pues la voluntad única de Dios es obtener el reino.
Ahora llegamos a la última base: la palabra de Cristo como la roca. Nuestra obra debe realizarse de acuerdo a la palabra viviente de Cristo y no según la letra muerta. La palabra viviente de Cristo es la roca sobre la cual podemos edificar. Si nuestra obra es edificada sobre el fundamento de la palabra de Cristo como la roca, entonces nuestra obra habrá de permanecer cuando caiga la lluvia, vengan las inundaciones y los vientos soplen. De otro modo, nuestra obra será destruida cuando sea probada desde estas tres direcciones. Las lluvias representan las pruebas que provienen de Dios; las inundaciones representan las pruebas que proceden del hombre, y los vientos simbolizan las pruebas procedentes de Satanás. Algunas pruebas vienen de Dios, otras de los hombres y otras de Satanás, pero si nuestra obra está basada en la palabra de Cristo como la roca, ella permanecerá a pesar de las pruebas. Las pruebas que Dios nos envía como lluvia no destruirán tal obra; por el contrario, cuanto más lluvia caiga, más fuerte se hará la obra.
De Mateo 5 al 7 las palabras del Señor abarcan muchos aspectos de la vida que lleva el pueblo del reino. Quiera el Señor abrir nuestros ojos y corazones para que recibamos estas cosas. Sin embargo, tenemos que saber que el Señor jamás tuvo la intención de que hagamos realidad estas palabras por nosotros mismos. Estas palabras son simplemente la revelación de la realidad de la vida del reino. Nuestra vida humana natural es inadecuada. En Mateo 5 al 7 vemos el vivir y la realidad del Señor Jesús, quien es la vida divina. Después de ver esto, todos tenemos que decir: “Señor Jesús, Tú eres la realidad. Tú eres la vida para la realidad del reino. Tu vida satisface los requisitos del reino. Señor, ayúdame a abrir mi ser. Señor, ven a mí todos los días y nútreme, satúrame, poséeme, transfórmame y hazme una parte de Tu madurez a fin de tener parte en la manifestación plena del reino”. Al final, todos los aspectos de la realidad del reino en estos tres capítulos estarán presentes en nuestras vidas. Nuestra vida diaria y nuestra obra corresponderán exactamente a lo descrito en estos capítulos. Estaremos en la realidad del reino e incluso llegaremos a ser la realidad del reino.