
Lectura bíblica: Jac. 2:5; Lc. 12:29-32; 9:62; 2 Ti. 4:1, 18; 2 P. 1:1, 3-11; 3:11-12a, 18
Casi todos los escritores del Nuevo Testamento, incluyendo a Pablo, Juan y Pedro, tienen algo que decir con respecto al reino; lo mismo sucede con Lucas e incluso Jacobo, cuya epístola, pese a ser tan breve, contiene un versículo precioso con respecto al reino: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Jac. 2:5). No solamente somos aquellos que son ricos en fe, sino también los herederos del reino que Dios prometió dar a quienes le aman. El reino es un asunto relacionado con la promesa de Dios y, como tal, es un don. ¡El reino es un don gratuito! Dios nos dará el reino según Su promesa. Lucas, en su Evangelio, dijo lo mismo: “No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino” (Lc. 12:32). Dios no solamente prometió darnos el reino, sino que dárnoslo es Su beneplácito. Dios está tan contento de darnos el reino. Darnos el reino es Su beneplácito, Su buena intención y Su gozo.
Aunque Dios está muy feliz de poder darnos el reino, ¿estamos nosotros dispuestos a recibirlo? Este don implica tanto dar como recibir y se requiere de ambos. Si yo tengo un regalo para usted, pero usted no quiere recibirlo, ¿qué podría hacer yo? No podría hacer nada. Si bien Dios está feliz de poder darnos el reino, ¿estamos dispuestos a recibirlo? Es como la salvación: A Dios le encanta darnos Su salvación como un don gratuito, pero hay tantas personas de este mundo que no la reciben. ¿Por qué? Debido a que no están dispuestas a recibirla. Dios está listo para darla, pero ellos no la reciben. ¿Está usted dispuesto a recibir el reino? Dios está listo para darnos el reino, y nosotros tenemos que estar dispuestos y listos para recibirlo. Todos tenemos que declarar: “¡Aleluya! ¡Gracias, Señor, por el reino; estoy dispuesto a recibirlo!”.
Si estamos deseosos de recibir el reino, entonces Lucas nos da otro versículo: “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62). Si pusimos nuestra mano en el arado y recibimos el reino, pero después miramos atrás, no somos dignos del reino. Si estamos deseosos de tomar el reino, entonces debemos seguir adelante. No debemos mirar atrás. No debemos procurar las mismas cosas que la gente del mundo procura. No debemos estar preocupados por lo que comeremos, lo que beberemos y muchas otras cosas. Más bien, tenemos que buscar el reino de Dios, y Dios nos añadirá todas esas cosas. Si buscamos el reino de Dios, con toda certeza Dios nos dará el reino y además añadirá todo lo que necesitemos.
No piensen que recibir el reino es algo demasiado elevado o extremadamente difícil. Debido a que el reino nos fue prometido por Dios y es un don gratuito, en realidad no es tan difícil de recibir. Darnos el reino es el beneplácito de Dios, y Él está muy contento de dárnoslo. Lo único que se necesita es que estemos dispuestos a recibirlo. Si verdaderamente queremos recibir el reino, entonces tendremos que olvidarnos de todo lo demás. Dios atenderá a todas nuestras necesidades, lo que hemos de comer y lo que hemos de beber. No debemos preocuparnos por esas cosas; Dios cuidará de ello.
Me encanta lo dicho por Pedro con respecto al reino. De una manera muy dulce, tierna y preciosa, Pedro nos explica de qué manera podemos entrar en el reino. En 2 Pedro 1:1 y 3 dice: “Simón Pedro, esclavo y apóstol de Jesucristo, a los que se les ha asignado, en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra [...] Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el pleno conocimiento de Aquel que nos llamó por Su propia gloria y virtud”. Aquí Pedro nos dice que todos recibimos una fe preciosa. No debemos pensar que la fe sea algo originado en nosotros mismos, pues ésta nos fue dada por Dios. Nosotros recibimos esta fe preciosa de parte de Dios. Luego Pedro nos dice que el divino poder de Dios nos ha dado todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. ¡Qué maravilloso es que Dios nos haya dado todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad! Si tenemos al Señor Jesús dentro de nosotros como una semilla, tenemos todo cuanto pertenece a la vida y a la piedad. El Señor Jesús, como la semilla en nuestro ser, es todo-inclusivo. No se olviden que la semilla de una pequeña planta es todo-inclusiva. La semilla de un clavel es todo-inclusiva. Todo lo perteneciente a la planta del clavel está en su semilla; la raíz, el tallo, las ramas, las flores, el color, la sustancia y la forma, todo está incluido en esa semilla. Incluso la hermosura que es propia de la vida del clavel está incluida en esa semilla. Una vez que la semilla es sembrada en tierra, todo cuanto se relaciona con su vida está sembrada allí. Hoy en día, el Señor Jesús está dentro de nosotros como una semilla. Dentro de esa semilla están todas las cosas que pertenecen a la vida, la cual es interna, y a la piedad, la cual es externa.
A continuación el versículo 4 dice: “Por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. Dios no solamente nos dio todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, sino que además, Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas por medio de las cuales podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina. En el versículo 1 hemos recibido la fe; en el versículo 3 hemos recibido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, y en el versículo 4 hemos recibido las preciosas y grandísimas promesas por medio de las cuales podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina. ¡Cuán maravilloso es todo esto!
¿Qué debemos hacer ahora? Sólo debemos hacer una cosa: ¡Dejarle crecer! Tenemos que comprender que para permitir que Él crezca necesita nuestra cooperación. Por tanto, el versículo 5 procede a decirnos: “Y por esto mismo, poniendo toda diligencia, desarrollad abundantemente en vuestra fe virtud; en la virtud, conocimiento”. Hemos recibido una fe preciosa, pero todavía es necesario que desarrollemos muchas otras cosas al cooperar con la vida de Dios que mora dentro de nosotros. Tenemos que desarrollar lo primero, después lo segundo, después lo tercero y después lo cuarto. Una y otra vez tenemos que desarrollar algo. ¿Cómo hacemos esto? Tenemos que aprender a abrir nuestro ser todo el tiempo al Señor. Cuando le invocamos Su nombre: “¡Oh, Señor Jesús!”, nos abrimos a Él. Después necesitamos orar-leer la Palabra y tener contacto con el Señor y cooperar con Él día tras día. Esto hará que se desarrollen muchas cosas dentro de nosotros.
Primero una pequeña semilla hace que se desarrollen las raíces. Luego este organismo se desarrolla para producir primero el tallo y después las ramas. En las ramas se desarrollan las hojas, y después brotan los capullos. Nosotros ya tenemos la fe en nosotros como la semilla, y ahora todo lo que necesitamos hacer es abrirnos a Él. Es necesario que oremos-leamos Su Palabra y amemos al Señor a fin de que entre en nuestro ser. Si día tras día le seguimos, le hacemos caso e internamente obedecemos Su dirección, algo se desarrollará en nuestro ser. Algo crecerá en nuestro interior. Éste es el crecimiento en vida. Al final de su epístola Pedro nos dice: “Creced en la gracia” (2 P. 3:18). ¿Qué quiere decir esto? Esto implica el desarrollo de aquella semilla que fue sembrada en nuestro ser.
Por un lado, les aconsejo y les animo, y también les encargo que busquen el reino; por otro, quisiera compartir con ustedes que el maravilloso camino por el cual ustedes pueden entrar en el reino es por medio de desarrollar paso a paso todas las cosas que ya poseen (2 P. 1:5-11). Pedro nos dice que mediante esta clase de desarrollo obtendremos una rica entrada en el reino eterno de Cristo. El camino por el cual podemos entrar en el reino es el camino del crecimiento en vida. Me gusta esta expresión: “rica y abundante entrada”. Esto quiere decir una rica entrada en el reino eterno. No es que nosotros simplemente entremos en el reino, sino que tenemos que crecer y desarrollarnos hasta llegar a ser el reino. El secreto para entrar en el reino es sencillamente crecer en vida. La semilla de vida ya está en nuestro ser, y ahora hay algo que tiene que desarrollarse a partir de la vida de esta semilla. Todos poseemos una maravillosa vida en forma de semilla en nuestro ser. Pero tenemos que hacer algo para que crezca y se desarrolle esta semilla. Entramos en el reino día tras día mediante el crecimiento de la vida interior.
No piensen que pueden orar y ayunar por tres días y tres noches a fin de ser hechos aptos para entrar en el reino. No, esa no es la economía divina, ni es el camino correcto. El camino correcto consiste en que desde el día en que creyeron en el Señor Jesús, ustedes recibieron una pequeña semilla, la cual fue sembrada en su ser. En realidad no es necesario que ustedes crezcan tan rápido; sencillamente alégrense en el Señor y agradézcanle. Acudan al Señor, denle gracias y alábenle. Abran su ser al Señor. Denle gracias al Señor por haberse sembrado en ustedes, por estar creciendo y propagándose dentro de ustedes. El camino del Señor es el camino de la vida, y el camino de la vida es muy sencillo. Si usted siembra una semilla de clavel, no tiene que orar y ayunar; todo lo que tiene que hacer es sembrar la semilla correctamente, y después irse a casa y descansar. De vez en cuando, tendrá que regar esa semilla, pero ella crecerá sin que usted tenga que esforzarse para ello. Para entrar en el reino nosotros simplemente tenemos que crecer en vida y crecer en gracia.
Leamos ahora 2 Pedro 3:11-12: “Puesto que todas estas cosas han de ser así disueltas, ¿qué clase de personas debéis ser en vuestra conducta santa y en piedad, esperando y apresurando la venida del día de Dios, por causa del cual los cielos, encendiéndose, se disolverán, y los elementos, ardiendo, se fundirán?”. Cuanto más busquemos el reino mediante el crecimiento en vida en nosotros, más apresuraremos la venida del día del Señor. Ciertamente, la velocidad de Su venida dependerá de cuán rápido crezcamos, de cuánto le busquemos. Si no lo buscamos, si no crecemos, Su venida será demorada. Es posible que oremos pidiendo que el Señor venga pronto, pero Él tal vez nos diga: “Crece pronto”. El problema no está del lado del Señor, sino de nuestro lado. El Señor Jesús ciertamente se alegrará si crecemos rápido. Él está listo, pero nosotros no. ¿Entre los cristianos de hoy dónde podemos ver el crecimiento en vida? Podemos ver la obra misionera, la organización eclesiástica, la práctica de hablar en lenguas y la enseñanza de la Biblia. Podemos ver también que las personas buscan el poder, los milagros y las sanidades; pero ¿dónde está el crecimiento en vida? Algunos cristianos que han sido salvos por veinte años no han cambiado en nada, no tienen crecimiento en vida.
Quiera el Señor darnos Su gracia y concedernos el crecimiento en vida, el cual hará posible Su regreso. Nuestro crecimiento en vida apresurará Su retorno. Cuán rápido Él regrese dependerá de nuestro crecimiento. ¿Cómo podemos apresurar Su venida? Al ser personas piadosas y ser aquellos que poseen la realidad de tal piedad. La piedad apropiada consiste sencillamente en el desarrollo de la vida interior. Cuanto más desarrollemos algo en nuestra vida interior, más piadosos seremos. Cuanta más piedad manifestemos, más apresuraremos la venida del Señor.
El propósito eterno del Señor es tener el reino. Sin embargo, Su enemigo, Satanás, sabe esto, por lo cual hace todo cuanto está en su poder para causar daño a todo lo que sea para el reino. La iglesia no es para la iglesia, sino para el reino. Por consiguiente, Satanás se esfuerza al máximo por destruir la iglesia y corromperla. Primero él introduce confusión en la iglesia al sembrar la cizaña en medio de ella. Después altera la naturaleza de la iglesia haciendo que se convierta en un gran árbol mezclado con el mundo. Además, esconde mucha levadura en la vida de iglesia a fin de corromperla. Debido a esto, el Señor Jesús viene a hacer un llamado a los vencedores. Los vencedores simplemente son aquellos que prevalecen sobre la confusión sembrada por la cizaña, la mundanalidad del gran árbol y toda la corrupción de la levadura. Ellos vencen todas las cosas a fin de practicar una vida de iglesia apropiada. El recobro de la vida de iglesia en la actualidad es para el reino. Satanás sabe que el camino de Dios para obtener el reino pasa por la iglesia, así que éste se esfuerza al máximo a fin de causar daño a la iglesia. Tenemos que vencer todo el daño causado por Satanás.
En esto vemos la sabiduría del Señor. El Señor sabe que algunos de Sus queridos hijos, quienes son verdaderamente salvos, no le serán fieles y no cooperarán con Él. Por tanto, Él les presenta una sección de Su reino a manera de recompensa y galardón a fin de alentarlos a buscarlo de una forma desesperada. Él les urge a buscar el reino. Los que sean fieles y diligentes tendrán parte en la manifestación del reino, pero aquellos que no le sean fieles y no cooperen con Él, sufrirán cierta pérdida y cierto castigo. El Señor hará que la sección celestial del milenio sea un galardón y recompensa para todos los Suyos que le sean fieles y venzan. Para todos los que son fieles al Señor, esta esperanza de obtener tal galardón constituye un gran aliciente para buscar el reino. Actualmente, quizás ya tengamos la salvación, pero todavía no hemos obtenido el galardón, la recompensa. Recibir tal recompensa depende de nosotros. ¡Que el Señor tenga misericordia de todos nosotros y nos conceda buscar el reino con gran urgencia!