
Lectura bíblica: Mt. 12:26; Hch. 26:18a; Fil. 2:13; Mt. 10:19-20; Ef. 2:2; 4:17-18; 2 Co. 4:4; Ef. 6:11-12; 2 Co. 10:4-5; 11:2-3; Ro. 8:6
La Biblia nos revela que en el universo existen tres partidos: Dios, el hombre y Satanás. Según Génesis 2 el hombre fue puesto frente a dos árboles: el árbol de la vida, el cual representa a Dios, y el árbol del conocimiento del bien y del mal, que denota a Satanás, el maligno. Esta revelación bíblica nos declara que el propósito de Dios es entrar en el hombre y hacerse uno con él. Pero antes que Dios pudiera hacerlo, Satanás entró en el hombre. Fue Satanás quien dio el primer paso al entrar en el hombre; pero no lo hizo según la manera de Dios, sino conforme a su propia manera maligna de proceder. Esto muestra la soberanía de Dios, pues Dios le permitió a Satanás cierto grado de libertad para que hiciese con el hombre lo que quisiese. Sin embargo, Dios no le permitió que hiciese todo lo que quería. El libro de Job nos muestra este principio. Dios le permitió a Satanás que le hiciera ciertas cosas a Job, pero también lo limitó (Job 1:12; 2:6).
Aunque Dios le permitió a Satanás dañar al hombre, jamás le permitió entrar en el espíritu del hombre debido a que el espíritu del hombre es lámpara de Jehová (Pr. 20:27). Dios creó al hombre de una manera muy específica. Algunos consideran que el hombre es cierta clase de animal, pero Dios no lo considera así. Ninguno de los pájaros, peces o bestias posee un espíritu. Ellos son animales precisamente porque carecen de un espíritu. Pero nosotros somos seres humanos debido a que tenemos un espíritu. Dios es Espíritu y nosotros tenemos un espíritu. Quienes adoran a Dios es necesario que le adoren en espíritu (Jn. 4:24). Los animales jamás adoran a Dios. ¿Alguna vez oyó que un grupo de monos erigiera un templo y adorara a Dios ó vio alguna vez a un perro o un gato adorar a Dios? Sin embargo, si uno estudia la historia mundial desde la antigüedad hasta nuestros tiempos, sabrá que los hombres siempre han adorado a Dios; probablemente no siempre de la manera apropiada, pero siempre procuraron adorar a Dios debido a que en su interior existe un órgano de adoración: su espíritu humano. Los animales tienen ciertas cosas en común con el hombre, pero sólo el hombre posee algo que ningún animal tiene: un espíritu humano. Por tanto, no somos animales; somos seres humanos. La diferencia entre los animales y los seres humanos es que: solamente el hombre posee un espíritu humano.
A lo largo de los siglos, Satanás en su astucia ha mantenido oculto todo lo relacionado con el espíritu humano. Son pocos los cristianos que hablan sobre esto, e incluso hay quienes dicen que el espíritu humano y el alma humana son lo mismo. Aunque los perros y los gatos tienen un alma, ellos no tienen un espíritu. Nuestro espíritu humano es el órgano específico para adorar a Dios. Así que, nuestro espíritu es tanto la lámpara de Jehová como el santuario de Dios. Según Hebreos 4:12-16, nuestro espíritu es el Lugar Santísimo. Primero nuestro espíritu es lámpara de Jehová y, finalmente, se convierte en el Lugar Santísimo.
Dios en Su sabiduría le permitió a Satanás afectar al hombre e incluso entrar en él; sin embargo, no le permitió que se excediera al grado que entrara en el espíritu del hombre. Solamente se le permitió que amorteciera y oscureciera el espíritu humano, pero jamás se le permitió entrar en él. Sin embargo, Satanás entró en el cuerpo físico del hombre. A esto se debe que en capítulos como Romanos 7, se nos diga que el pecado y todas sus concupiscencias están en los miembros de nuestro cuerpo. El pecado y sus concupiscencias están en los miembros de nuestro cuerpo, por que es morada de Satanás. Satanás mora en nuestro cuerpo físico como el pecado personificado (Ro. 7:17, 20). Únicamente una persona viviente puede morar en cierto lugar. Es desde nuestro cuerpo físico, su base central, que Satanás quiere conquistar nuestra alma y someterla bajo su absoluto control. Pero, ¡aleluya!, no hay ni un solo versículo en toda la Biblia que nos diga que nuestro espíritu está bajo el control de Satanás.
Cuando uno predica el evangelio, primero debe tocar el espíritu de las personas; debe conmover sus conciencias, pues la conciencia es la parte principal de su espíritu. En nuestra predicación jamás debemos discutir con las personas, pues cuanto más discutamos, más respuestas provocaremos y más incitadas serán sus mentes. Al discutir con otros, solo fortalecemos sus almas. Es imposible persuadir a los pecadores al debatir con ellos. Más bien, por la gracia y el poder de Dios, uno debe conmover sus conciencias. Su conciencia forma parte de su espíritu, y cuando uno toca su conciencia, su espíritu será conmovido. He visto muchos casos de personas que seguían discutiendo con Dios en su mente, pero se condenaban a sí mismos en su conciencia. En su mente discutían con Dios, pero en su espíritu, se arrepentían delante de Dios. Cuando tratamos de ayudar a alguien, jamás debemos incitar su mente, pues la mente humana es la fortaleza de Satanás. Los generales de un ejército saben que no deben atacar el área más fuerte de un enemigo, sino su punto más débil. Así pues, no aborden la mente de las personas, pues si lo hacen, todo el reino de Satanás se levantará en contra suya.
Supongamos que el esposo y la esposa tuvieron una discusión durante la cual se dijeron palabras hirientes. Después de ello, aquella esposa acude a usted para que la ayude a resolver sus problemas. Ciertamente no es fácil escuchar lo que una hermana tenga que decir con respecto a su esposo. sin que ello incite su mente o sin que usted mismo caiga en la trampa de Satanás. Pero si conoce la astucia del enemigo, entonces evitará incitar la mente del hermano cuando vaya a hablar con él. No se empeñará en atacar esa fortaleza, sino que empleará otro método. Le abordará por una vía diferente y le tocará el punto más débil. Evite abordar el problema que tuvo con su esposa. Incluso evite hablarle sobre su esposa, pues aquella discusión que tuvo es lo que en ese momento ocupa toda su mente y satura sus pensamientos. La manera apropiada de abordar a este esposo es tocar su espíritu, al tocar su conciencia. En vez de hablarle de su esposa, háblele de amar al Señor. La mente de este hermano está llena de pensamientos acerca de su esposa, y éste es un asunto muy delicado y explosivo. Más bien, háblele del Señor. Toque su espíritu y su conciencia. Después de unos diez minutos de hablarle así, él probablemente podrá orar. Cuanto más uno ore con él, más su espíritu será conmovido. Al final, el Señor tendrá un camino por el cual salir del espíritu de este hermano para propagarse a su mente. Entonces él se arrepentirá y confesará; incluso llorará delante del Señor con respecto a la manera en que trató a su esposa.
Satanás ha entrado en nuestro cuerpo y desde allí ejerce control sobre nuestra alma. Por tanto, Satanás opera de afuera hacia adentro. Mientras que el Señor opera en dirección opuesta, desde adentro hacia afuera. Un día Él vino a nuestro espíritu, el cual es el centro, el eje de nuestro ser, haciendo de él Su morada (Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17). Desde esta morada en nuestro espíritu, Él opera hacia afuera, hacia nuestra alma. Satanás opera desde nuestro cuerpo hacia nuestra alma, mientras que el Señor opera desde nuestro espíritu hacia nuestra alma.
Ahora podemos ver que estos tres partidos: Dios, el hombre y Satanás, están todos en el hombre. En el huerto del Edén, Adán tenía dos opciones ante sí: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Hoy en día en la iglesia, el árbol del conocimiento está en nuestro cuerpo y el árbol de la vida está en nuestro espíritu. Ahora ambas fuentes se encuentran dentro de nosotros. Tenemos que comprender que somos personas muy complicadas, pues hay tres partidos en nuestro interior. Sabemos que nuestro ser consta de tres partes: espíritu, alma y cuerpo; pero ¿sabía usted que en su cuerpo, esto es, en su carne, Satanás ha hecho su morada? ¿Y sabía que en su espíritu el Señor ha hecho Su morada? Entre el cuerpo y el espíritu está el alma, el yo. Usted mismo mora en su alma. Por tanto, Satanás mora en su cuerpo, el Señor Jesús mora en su espíritu y usted mismo mora en su alma. ¡Ésta es verdaderamente una situación muy complicada! Antes de ser salvo usted no era tan complicado; usted era una persona sencilla, pues continuamente le hacía caso a Satanás. Sin embargo, el día que usted creyó en el Señor Jesús, se dio inicio a una controversia en su ser. Ahora usted experimenta una pugna constante debido a que en su interior hay tres moradores: Satanás en su cuerpo, Cristo en su espíritu y usted mismo en su alma. Quizás incluso hoy mismo haya experimentado algunas dificultades debido a esta situación tan complicada dentro de usted.
Puesto que Satanás entró en nosotros y también el Señor Jesús, ahora es posible que nosotros estemos en tres reinos. Si vivimos en nuestra alma, ciertamente nos encontramos en el reino humano. Si vivimos según la carne, llegamos a formar parte del reino satánico. Y si andamos en el espíritu y vivimos según el espíritu, entonces nos encontramos en el reino de Dios. Sin embargo, para cualquier persona es muy difícil permanecer en el reino humano. El reino humano en nuestra alma se ha hecho muy débil y frágil. Con apenas un leve golpe, es quebrantado y subyugado. Por tanto, siempre que procuramos comportarnos como seres humanos, únicamente tenemos éxito en comportarnos diabólicamente. Siempre que nos esforzamos por ser buenos, descubrimos cuán malos somos. Siempre que nos esforzamos por ser pacientes o ser bondadosos y no perder la paciencia, inevitablemente terminamos de mal genio. ¿Por qué sucede esto? Es debido a que el maligno jamás nos dejará ser seres humanos apropiados. Satanás siempre se esforzará por subyugarnos y tenernos bajo su control. Es difícil que el reino humano sea independiente. En el mejor de los casos, el reino humano es como una pequeña colonia del reino satánico. El reino humano siempre está bajo el control del reino satánico. En términos prácticos, hay únicamente dos reinos que prevalecen sobre la tierra hoy: el reino de Satanás, que incluye el reino humano que está bajo su control, y el reino de Dios.
El campo de batalla de estos dos reinos se encuentra en nuestra mente. El reino de Satanás lucha contra el reino de Dios en el campo de batalla de nuestra mente. La guerra espiritual entre Dios y Satanás tiene lugar íntegramente en nuestra mente. Aunque el Señor Jesús ahora está en nuestro espíritu, Él se enfrenta a un serio problema, y es que no puede penetrar con facilidad en nuestra mente. Nuestra mente es una fortaleza, y es difícil para el Señor Jesús entrar en ella. En 2 Corintios 10:4-5 se nos revela que hay fortalezas en nuestro interior, las cuales son nuestros pensamientos rebeldes que pertenecen a nuestra mente reprobada. Pablo dice que la guerra espiritual simplemente consiste en derribar los pensamientos y los argumentos de nuestra mente. Derribar tales argumentos implica subyugar la mente, conquistarla. Son muchos los cristianos que en la actualidad se encuentran bajo el control de Satanás en sus mentes. Estas fortalezas consisten en conceptos, ideas, opiniones, juicios e incluso maneras de pensar; todo lo cual son elementos constitutivos de la mente humana. Muchas veces las personas dicen: “¡No estoy de acuerdo con eso!”, lo cual simplemente significa que ellos se aferran a algo en su mente.
Me gusta la palabra usada por Pablo en 2 Corintios 11:3, donde dijo que estaba muy preocupado de que los corintios fueran a ser engañados y, de alguna manera, se apartaran de la sencillez que es en Cristo. Aunque he participado en la obra del Señor por muchos años, todavía no he conocido a una persona que sea verdaderamente sencilla. Pese a ello, diría que las personas más bendecidas son las personas sencillas, las que son muy sencillas y puras. La palabra que aquí se tradujo como “sencillez” también puede traducirse como “simplicidad”. En la actualidad la gran mayoría de cristianos no son sencillos, sino que son personas muy complicadas debido a que han recolectado toda clase de doctrinas. Ellos piensan que cuantas más doctrinas tengan, mejor es; pero en realidad, no alcanzan a percibir que cuanto más doctrinas poseen, más complicados se vuelven.
La palabra engañados [lit. seducidos] es muy relevante en este contexto. Incluso sería mejor traducir este pasaje de este modo: “Temo que vuestras mentes sean corrompidas al ser engañados apartándoos de la sencillez”. Esto no es solamente ser engañados, sino también ser corrompidos. Siempre que somos engañados en nuestros pensamientos, apartándonos de la sencillez y simplicidad que es en Cristo, nuestra mente es corrompida. Es fácil llenar a las personas con enseñanzas, pero es una tarea muy difícil vaciarlas de sus enseñanzas. Es fácil cargar a las personas de enseñanzas, pero una vez que estas enseñanzas han entrado en las personas, es extremadamente difícil para cualquiera despojarlos de ellas. Sin embargo, siempre que mantengamos las enseñanzas seductoras en nuestra mente, ésta será corrompida. Para que podamos experimentar las riquezas de Cristo y disfrutar de Él, es necesario que todos seamos sencillos. Si no somos sencillos, permaneceremos en nuestra mentalidad que ha sido engañada y corrompida. Ésta es una condición terrible La guerra espiritual hoy en día consiste principalmente en capturar la mente y derribar sus fortalezas. La guerra espiritual consiste primordialmente en combatir contra el enemigo en nuestra mente.
En Mateo 12:29 el Señor Jesús dijo que a menos que el hombre fuerte fuese atado, nadie podría entrar en su casa y arrebatar sus bienes. Si hemos de arrebatarle sus bienes, incluso saquear su casa, primero tenemos que atar al hombre fuerte. El hombre fuerte es Satanás, el cual está en nuestro cuerpo físico esforzándose por controlar nuestra mente. Tenemos que atar a Satanás, el hombre fuerte, en la mente humana; sólo entonces podremos arrebatarle sus bienes.
Todos los hermanos que asumen la responsabilidad en las iglesias tienen que comprender que la mayoría de los problemas que se suscitan en las iglesias proceden de las mentes de los hermanos y hermanas. Según la Biblia, la iglesia que tenía más problemas era la iglesia en Corinto, y la razón principal para ello eran las opiniones discrepantes. Las opiniones, por supuesto, son problemas que radican en la mente. Por tanto, Pablo les escribió exhortándoles a estar perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer (1 Co. 1:10). Aunque todos los santos tienen que estar perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer, los hermanos que llevan la delantera también tienen que combatir en oración. Ellos no deben discutir con otros, sino orar específicamente: “Señor, ata al hombre fuerte. ¡Ata al hombre fuerte que opera mediante los pensamientos discrepantes de los amados santos! ¡Oh Señor, nosotros no podemos hacer nada! ¡Te pedimos que ates al hombre fuerte!”. Los pensamientos de las hermanas son delicados, mientras que los de los hermanos son explosivos. Si uno se enfrenta a tales pensamientos, sufrirá. La mejor manera de manejarlos no es confrontar tales ideas, sino acudir al trono de autoridad y atar al hombre fuerte. Una vez que el hombre fuerte haya sido atado, uno podrá arrebatarle sus bienes. Con el tiempo, verá que ayudaremos a todos los amados hermanos y hermanas uno por uno. Lo que les ayudará no será que usted discuta con ellos o que trate de convencerlos, sino que el hombre fuerte haya sido atado. Cuando se suscite un problema en la iglesia, jamás confronte los pensamientos, sino que siempre acuda al trono y pídale al Señor que ate al hombre fuerte. Esto es un asunto del reino: el reino de Satanás o el reino de Dios. La mente es el campo de batalla y todos tenemos que luchar para que la mente sea capturada.
En 2 Corintios 4:4 se nos dice que el dios de este siglo cegó las mentes de los incrédulos. La táctica de Satanás consiste en cegar constantemente la mente de las personas. Tenemos que orar para que el hombre fuerte sea atado, para que el dios de este siglo sea atado. Efesios 4:17-18 menciona “la vanidad de su mente”. La gente de este mundo anda en la vanidad de su mente. Su mente está llena de cosas vanas. En el versículo 18 aparece otra expresión: “el entendimiento entenebrecido”. El entendimiento de la gente mundana ha sido entenebrecido. Se usa, además, una tercera expresión: “la dureza de su corazón”. En estos dos versículos vemos la vanidad de la mente, el entendimiento entenebrecido y la dureza del corazón. Supongamos que su mente estuviera llena de vanidad, su entendimiento estuviera entenebrecido y su corazón estuviera endurecido; ¡qué persona más digna de compasión sería usted! Hoy en día, no solamente la gente del mundo es así, sino también muchos cristianos se hallan exactamente en la misma condición. Su mente está completamente ocupada con vanidades, su entendimiento está completamente entenebrecido y su corazón está totalmente endurecido. Entonces, ¿qué debemos hacer al respecto? Tenemos que orar para atar al hombre fuerte, pues sólo así podremos arrebatarle sus bienes. Estos bienes en realidad le pertenecen a Dios, pero fueron usurpados por el enemigo. Ahora tenemos que rescatarlos para el reino al atar al hombre fuerte.
Nosotros estamos en el recobro del Señor. El recobro del Señor es radicalmente diferente del cristianismo actual. No importa cuán cuidadosos seamos y cuán bien nos comportemos, jamás podremos evitar una controversia. ¿Qué debemos hacer cuando esto suceda? Jamás debemos discutir, pues no es eficaz. En el recobro del Señor, nuestro mejor curso de acción consiste en atar al hombre fuerte por medio de la oración. Si dedicásemos más tiempo a permanecer delante del trono acudiendo a la autoridad más elevada de todas, apelando a dicha autoridad y pidiéndole al Señor que ate al hombre fuerte, ciertamente veríamos que algo ocurriría.
Hoy en día, la controversia que existe entre el recobro del Señor y el cristianismo está íntegramente relacionada con la mente, pues muchas personas se aferran a sus doctrinas. ¡Lo mismo ocurrió en tiempos del Señor Jesús! Si uno reflexiona sobre la situación a la que se enfrentó el Señor Jesús mientras estaba en la tierra según los cuatro Evangelios, verá que siempre hubo controversia, una pugna constante, entre el Señor Jesús y los fariseos, los escribas y los intérpretes de la ley. Todas estas personas habían adquirido muchas doctrinas y enseñanzas y lucharon contra el Señor Jesús valiéndose de las Escrituras. Había una guerra constante entre el Señor Jesús y todos los religiosos. En los cuatro Evangelios, es difícil encontrar un relato en el que los gentiles disputen con el Señor Jesús. Quienes disputaban con Él eran aquellos que se aferraban a su conocimiento bíblico. En realidad, esta guerra se libraba en sus mentes. Hoy en día, la controversia entre el recobro del Señor y el cristianismo es la misma. Si permanecemos en la esfera del conocimiento, no conseguiremos nada. Ninguno de los escribas, intérpretes de la ley o fariseos fue convencido por los argumentos del Señor. Así que, cuanto más argumentemos, más reforzaremos la fortaleza de Satanás y el reino satánico, que está en la mente humana.
No obstante, nos queda un camino: atar al hombre fuerte al ejercitar nuestro espíritu. Es imprescindible que todo el tiempo entendamos y tengamos presente que Satanás está en el cuerpo humano, desde donde ejerce control sobre la mente del hombre, y que el Señor Jesús está en el espíritu humano a la espera de que le demos la oportunidad de propagarse en todas las partes internas del alma humana. Es menester que todo el tiempo cooperemos con el Señor Jesús al ejercitar nuestro espíritu. La mejor manera de ejercitar nuestro espíritu es olvidar nuestros propios pensamientos y simplemente invocar: “¡Oh, Señor Jesús!”. Clamar: “¡Oh, Señor Jesús!” hará que seamos más sencillos. Cuanto más invoquemos de este modo al Señor, más sencillos seremos. Nos convertiremos en personas sencillas, pero tendremos un espíritu fuerte. Entonces ya no nos agradará discutir. Cuando uno se enfrenta a la mente humana, se enfrenta a la fortaleza de Satanás; entonces, si lo hacemos, sufriremos. Pero, en vez de enfrentarnos nos volvemos al espíritu. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, Satanás se pone a temblar.
En la versión King James, en Mateo 10:19-20 tradujeron que el Señor Jesús dijo: “No penséis”. Estas palabras son muy significativas. Temprano por la mañana somos tentados al abrigar ciertos pensamientos, pero es en ese momento que no debemos admitirlos en absoluto en nuestra mente. No penséis acerca de los hermanos que llevan la delantera. No penséis acerca de las hermanas o de vuestros compañeros de habitación, o de vuestra esposa. Cuanto más piensen respecto a su esposa, más la condenarán No penséis acerca de vuestro esposo. En toda ocasión y en toda circunstancia, no penséis; más bien, cooperad con el Espíritu. Si las personas del mundo no pensaran con respecto a cualquier situación, no tendrían nada que decir, pues ellas no tienen el Espíritu del Padre; pero nosotros sí lo tenemos. Por tanto, no abrigamos pensamientos, y simplemente seguimos al Espíritu. Si uno continúa pensando acerca de su esposa, es muy probable que después de tres meses tendrán muchos problemas. Lo mismo sucede cuando las esposas admiten pensamientos con respecto a sus esposos. No admitáis pensamiento alguno con respecto a vuestro esposo, sino háganle caso al Espíritu. Entonces, día tras día podrán exclamar: “¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!”. Tenemos algo mucho mejor que nuestros pensamientos; tenemos algo que es más prevaleciente, más elevado, rico y viviente: tenemos al Dios Triuno mismo. El Espíritu del Padre es el Dios Triuno aplicado. Así pues, tenemos al Dios Triuno en nuestro espíritu. En esto consiste el reino. Cuando uno deja de recurrir a sus propios pensamientos, Satanás es detenido. Cuando uno coopera con el Espíritu, Satanás tiembla. Entonces, uno obtiene la victoria. No admitir ningún pensamiento y, más bien, hacerle caso al Espíritu equivale al reino de Dios. Cuando el Señor echó fuera demonios por el Espíritu de Dios, este significaba que el reino de Dios había venido. Siempre y cuando uno coopere con el Espíritu, está en el reino.
Todos estamos familiarizados con Romanos 8:6. Poner la mente en la carne es muerte. La muerte se relaciona con el reino satánico. Poner la mente en el espíritu es vida y paz. La vida y la paz son propias del reino de Dios. Si ponemos nuestra mente en el espíritu, entonces estaremos en el reino de Dios; pero si ponemos nuestra mente en la carne, estaremos en el reino de Satanás. Que permanezcamos en el reino de Satanás o en el de Dios dependerá por completo de dónde pongamos nuestra mente. Poner nuestra mente en la carne es estar en el reino de Satanás y poner nuestra mente en el espíritu es estar en el reino de Dios. Si ponemos nuestra mente en la carne, todos los demonios se levantarán y se arremolinarán en derredor nuestro. Sin embargo, si ponemos nuestra mente en el espíritu, los demonios se irán. En efecto, echar fuera a los demonios es resultado de poner nuestra mente en el espíritu. “Si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28). En términos prácticos, la vida propia del reino consiste en simplemente poner nuestra mente en el espíritu y hacerle caso al Espíritu que mora en nosotros. Ahora sí tenemos la manera en que podemos llevar la vida que es propia del reino. El aspecto práctico de la vida del reino está en el espíritu. Cuando vivimos la vida del reino, no recurrimos a nuestros pensamientos, sino que ponemos nuestra mente en el espíritu.