
Lectura bíblica: Mt. 18:20; Ef. 5:19; He. 10:25; 1 Co. 14:26; Hch. 5:42
Los himnos que usamos fueron inicialmente editados por el hermano Nee, quien los seleccionó de entre miles de himnos que han sido usados en el cristianismo. Al principio el número de himnos seleccionados era menos de cien, pero posteriormente aumentó a ciento treinta y tres. En 1966 sentí que ese número no era el adecuado, así que añadí doscientos más, la mayoría de los cuales resaltaban seis categorías: el Espíritu, la vida, Cristo, la iglesia, la oración y la lectura de la Palabra.
De entre los himnos relacionados con Cristo, los que más me gustan son Himnos, #215, que dice: “Oh Cristo, mi buen Salvador”; Himnos, #213: “¡Oh, qué vivir! ¡Oh, qué solaz!”; e Himnos, #242: “¡Señor, la vida en mí eres Tú, / Y todo para mí!”. Cuando canto estos himnos, me siento lleno de gozo, pues toco el Espíritu y recibo el suministro de vida. ¿Dónde podemos encontrar esta clase de himnos entre los cristianos de hoy?
En este mensaje examinaremos un tema especial que no hemos abarcado anteriormente, a saber: “La naturaleza y la característica de una reunión de creyentes”.
Todo tiene su propia naturaleza y, por ende, su propia característica. La naturaleza es interna y la característica es externa. Una reunión de creyentes también tiene su propia naturaleza y característica. Por ejemplo, Mateo 18:20 dice: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. La Asamblea de los Hermanos usa este versículo como la base de sus reuniones. Ellos dicen que la Iglesia Luterana se reúne en el nombre de Lutero, que la Iglesia Metodista se reúne en el nombre de John Wesley, y que la Iglesia Presbiteriana se reúne en el nombre de los ancianos. La Biblia nos dice que no debemos reunirnos en otros nombres. Por esta razón, hoy en día nos reunimos en un nombre único, el nombre de Jesucristo. Los Hermanos consideraban que las denominaciones no eran bíblicas, y por tanto las abandonaron y no adoptaron ningún nombre. Cuando nosotros fuimos levantados por el Señor, también recibimos esta luz de los Hermanos y no escogimos ningún nombre para nosotros mismos.
En 1938 regresé de Tien Tsien a Chifú, y cada una de las siete denominaciones que había en Chifú envió un representante para invitarme a cenar. Ellos me dijeron mientras cenábamos: “Hermano Lee, le damos gracias al Señor porque lo está usando grandemente. Su predicación nos ha ayudado muchísimo. Sin embargo, sólo hay una cosa con la que no estamos de acuerdo. Usted ha venido diciendo que el Cuerpo de Cristo es uno solo, que la iglesia es una sola, y que todos los cristianos deben ser uno y no deben estar divididos. Todos estamos de acuerdo con esta verdad. Sin embargo, no podemos entender por qué usted ha tomado la iniciativa de crear una división cuando exhorta a los demás a no causar divisiones. Usted ha tomado a aquellos que han aceptado sus enseñanzas y ha formado otra denominación. Sus acciones no corresponden a sus palabras”.
Les dije: “Todos ustedes son mis ancianos. Yo he anhelado tener esta oportunidad de discutir este asunto con ustedes. En el capítulo 1 de 1 Corintios, Pablo habló a los corintios, diciendo: ‘Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo?’. En ese entonces, ellos estaban divididos en diferentes grupos, pero aún no habían formado las denominaciones de Pablo, de Apolos, de Cefas y de Cristo. Así que Pablo los reprendió mientras ellos aún estaban en la iglesia en Corinto. Si Pablo estuviera aquí hoy viendo tantas denominaciones —la Iglesia Presbiteriana, el Grupo del interior de China, la Iglesia Bautista, la Iglesia de los Adventistas del séptimo día, la Iglesia de Cristo— ¿creen que Pablo aprobaría todo esto?”.
Ellos fueron sinceros y respondieron: “Desde luego que Pablo no aprobaría eso”. Entonces les respondí: “Si Pablo no lo hubiera aprobado, ¿por qué siguen existiendo las denominaciones? Al leer la Palabra del Señor, yo recibí luz en cuanto a esto y supe que no podría ir a ninguna denominación. Al mismo tiempo, por la gracia del Señor prediqué el evangelio y algunos fueron salvos. Ahora permítanme preguntarles: ¿A cuál denominación debería llevarlos después que creyeron en el Señor? Si los hubiera llevado a los lugares donde yo mismo no iría, no habría tenido paz en mi conciencia. Así que no tuve otra alternativa que alquilar un salón y reunirme con ellos. No tenemos ningún nombre, sino solamente un lugar donde nos reunimos. Mientras nos reunimos, estamos esperando que ustedes desechen sus denominaciones y entonces seremos uno. Ustedes son representantes de diferentes denominaciones. Si prometen dejar los nombres de sus denominaciones, yo les prometo que de inmediato regresaré y les diré a los hermanos: ‘¡Cierren la puerta! Vamos a reunirnos con ellos’ ”. Ellos entonces respondieron: “Eso es imposible para nosotros”. Yo les dije: “Puesto que ustedes no pueden hacerlo, ¿quién será el responsable de la división? La verdad es la verdad y los hechos son los hechos. ¿No obedecen ustedes a la verdad?”. Ellos entonces guardaron silencio.
Alabado sea el Señor, pues la luz es la luz y la verdad es la verdad. Desde 1952 hasta el presente, he venido proclamando esta verdad, comenzando en mi ciudad natal Chifú, luego en Chin-Dao, Shanghái y Taiwán, y de ahí al Sudeste Asiático, Estados Unidos, Suramérica, Europa y Australia. Hoy recibí una carta de Australia, que decía: “Hermano Lee, ¿podría usted consultarle al Señor si podría venir a Australia para celebrar una conferencia con nosotros? Creemos que esto beneficiaría muchísimo el mover del Señor en Australia”. Esta carta fue firmada por los hermanos responsables de las doce iglesias locales que están en Australia. En Australia ya hay doce iglesias locales. En Ghana, África, también hay varias iglesias.
Por treinta años he estado proclamando la verdad en cuanto a la iglesia, y cuanto más proclamo esta verdad, más denuedo tengo. En todos estos años nunca he cambiado mi mensaje. En 1949 fui a Taiwán por disposición de la obra. En aquel tiempo sólo había dos o tres iglesias allí. En ese entonces había un total de menos de noventa iglesias, incluyendo las iglesias del Sudeste Asiático: Indonesia, Filipinas y Malasia. Hoy en día, treinta y seis años más tarde, el Señor ha levantado más de quinientas iglesias adicionales en seis continentes. Así que, ahora hay más de seiscientas iglesias. No tenemos juntas misioneras, ni tenemos misioneros, pastores, universidades bíblicas ni programas para recaudar fondos. Cuando fui a Estados Unidos fui con las manos vacías.
Los hermanos del Occidente pensaban que puesto que yo era un evangelista reconocido, tenía amigos por todo el mundo, así que debería estar recibiendo alguna ayuda económica. Al mismo tiempo, los hermanos de Taiwán pensaron que puesto que Estados Unidos es una tierra de oro, y puesto que estaba allí, no era necesario sostenerme. A comienzos de 1965 le pedí a un hermano que era contador que me ayudara a preparar mi declaración de impuestos correspondiente al año de 1964. Es difícil imaginar que, después que investigamos, las ofrendas que recibí de la iglesia en Los Ángeles ese año sumaban menos de ochocientos dólares. Esa cantidad apenas alcanzaba para cubrir los gastos de un mes. Quizás usted me pregunte de qué viví los once meses restantes. Por supuesto, no robé ni hurté; simplemente viví. Tampoco me morí de hambre; al contrario, comí bastante bien. Hoy en día, en manos de este ministerio, hay dos grandes estaciones ministeriales, una en Anaheim, California y otra en Irving, Texas. El valor estimado de cada una de estas propiedades es de cuatro a cinco millones de dólares. Todo esto es lo que el Señor ha hecho.
Quisiera ahora aprovechar esta oportunidad para darles un testimonio. Debido a que la verdad que traje a los Estados Unidos era fresca y nueva, algunos sintieron envidia y dijeron: “¿De Nazaret puede salir algo bueno? En el pasado, los misioneros estadounidenses fueron a China a predicar el evangelio, y ahora un ancianito de China está aquí para enseñarnos a nosotros, los estadounidenses”. Yo empecé la obra del Señor en Estados Unidos a finales de 1962. Aquello fue un buen comienzo; las iglesias locales florecían, y recibía invitaciones para compartir la palabra en un lugar tras otro. Adondequiera que iba siempre me decían lo mismo: “Hermano Lee, en el pasado fueron los estadounidenses quienes fueron a China; pero hoy son los chinos quienes vienen aquí a Estados Unidos”. Yo les dije: “¿No les parece eso apropiado? ¿No sucede lo mismo con la circulación de la sangre en nuestro cuerpo? La sangre fluye del lado izquierdo al lado derecho de nuestro cuerpo y del lado derecho al lado izquierdo; de arriba abajo y viceversa. En el pasado el Señor fluyó del Occidente al Oriente; ¿por qué no habría de fluir el Señor ahora del Oriente al Occidente? Sin la circulación, el cuerpo se muere; pero gracias a la circulación se hace más viviente”.
En una conferencia que tuvimos en diciembre de 1962 compartí sobre Deuteronomio 8:7-9 acerca del Cristo todo-inclusivo. Cuando estos mensajes fueron dados, los ojos de los estadounidenses fueron abiertos, y empecé a recibir invitaciones de todas partes. Fui de la costa este a la costa oeste, y de sur a norte. A través de esto el Señor atrajo a un grupo de personas que verdaderamente le amaban.
Esta noche a propósito usé esta reunión como un modelo para mostrarles que una reunión no tiene que llevarse a cabo de manera formal ni necesita de un sermón. Siento que la atmósfera de la reunión esta noche ha sido muy tierna y cálida. Al comienzo de la reunión cantamos tres himnos. Luego yo les hablé de los representantes de las denominaciones que me invitaron a cenar y de cómo los reté en cuanto a la verdad. Tuve el denuedo y la perseverancia porque lo que predicaba era la verdad. Yo he proclamado la verdad en todo China así como también en Estados Unidos, y deseo proclamarla en todo el mundo. Esta verdad no puede ser derribada. Luego, al final de la reunión les compartí un testimonio.
¿Qué les parece a ustedes una reunión que tiene por contenido himnos, la verdad y algunos testimonios? ¿No les parece muy buena? Si desean tener una reunión así, necesitarán de cierto capital. Supongamos que esos tres himnos nunca hubieran sido escritos, o supongamos que hubieran sido escritos pero ustedes no supieran cantarlos, o que supieran cantarlos pero no los entendieran. Si fuera así, entonces no reaccionarían a dichos himnos. Después de esto, yo usé un método de la enseñanza infantil para darles un mensaje acerca de la verdad de la iglesia. Esta clase de hablar aparentemente es muy superficial, pero no es nada sencillo hablar de esta manera. Al final, les di un testimonio. Lo que quiero es que ustedes vean que para tener una reunión se necesita capital. En primer lugar, deben familiarizarse con los himnos; en segundo lugar, necesitan ser equipados con la verdad; y en tercer lugar, necesitan tener experiencias espirituales. En tanto que tengamos estas tres cosas, podremos usarlas como queramos. Una reunión que tenga por contenido himnos, la verdad y algunos testimonios ciertamente será viviente, fresca y rica.
Ahora debemos considerar cuál es la naturaleza de una reunión de creyentes. Según el significado del texto griego original, la traducción más precisa de Mateo 18:20 sería: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. La manera en que se ha traducido comúnmente este versículo es: “Porque donde dos o tres se congregan en Mi nombre”. Aparentemente nosotros tomamos la iniciativa, pero en realidad el Señor es quien toma la iniciativa, es decir, Él es quien nos congrega en Su nombre.
Todos hemos tenido la experiencia de sentirnos renuentes a ir a la reunión. En esos momentos, quizás algunos hermanos o hermanas lo llamen por teléfono para recordarle de la reunión, o algunos santos vengan a visitarlo a su casa para invitarlo a la reunión. El hecho de que después usted vaya a la reunión no se debe a usted sino al Señor. En esta generación maligna en que vivimos, ¿quién querría salir en la noche? ¿Quién no preferiría quedarse en casa para ver televisión? ¿Quién querría venir desde lejos para asistir a una reunión y sentarse por una o dos horas? ¿Quién nos trajo aquí? El Señor nos ha traído; Él es quien nos reúne. Así que estamos reunidos en el nombre del Señor. En cada reunión el Señor nos saca de todo lo que no es Él mismo y nos reúne en Su nombre.
Conforme al principio establecido en el Nuevo Testamento, el nombre denota la persona. El nombre es la persona. Por lo tanto, reunirnos en el nombre del Señor sencillamente equivale a congregarnos en el Señor mismo. En casa siempre estamos ocupados. Las hermanas están muy atareadas lavando los platos y cuidando de los niños; y los hermanos también están muy ocupados en la oficina. Cuando llega la hora de la reunión, el Señor nos saca de todo y nos reúne en Sí mismo para que nos congreguemos. Ésta es la naturaleza de nuestra reunión.
Si leemos Mateo 16 y 18 veremos que en el capítulo 16 se encuentra la revelación y en el capítulo 18 se halla la práctica. En Mateo 16:18 el Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. Esto denota la iglesia universal, mientras que la iglesia mencionada en el capítulo 18 es la iglesia local. Mateo 18:15-17 dice que si un hermano peca contra nosotros y no confiesa su falta, debemos tomar a dos o tres testigos. Si él rehúsa escucharlos, entonces debemos decirlo a la iglesia. En la práctica de la iglesia local, cada vez que dos o tres se reúnen en el nombre del Señor, el Señor está en medio de ellos. Tal vez algunos pregunten: “¿Está bien que sólo se reúnan cuatro personas?”. Mi respuesta sería: “Cuatro excede el número requerido; pues, el Señor dijo ‘donde están dos o tres’ ”.
Por ejemplo, supongamos que hay una pareja que ha sido salva y que antes de empezar la reunión no ha llegado ningún vecino ni nadie más a su casa. Mientras la esposa lava los platos y reprende a los niños, quizás el esposo se enoje por la manera en que ella los corrige. Cuando llega la hora de la reunión, ellos quizás se miren el uno al otro. Entonces la esposa deja de lavar los platos y de disciplinar a los hijos, el esposo también se calma, y después van a la sala y se sientan. Al principio, tal vez no estén muy dispuestos, pero supongamos que después empiezan a orar, y el esposo dice: “Señor, a pesar de que no somos personas buenas, aún podemos reunirnos”. Después la esposa continúa diciendo: “Señor, estoy muy arrepentida, pero no importa lo que haya pasado, por Tu gracia aún podemos reunirnos”. Eso es lo que significa reunirnos en el nombre del Señor. En esa situación, el Señor ciertamente estará en medio de ellos. ¿Cómo no habría de estar el Señor en medio de ellos? Ellos han sido sacados de toda clase de cosas e introducidos en el Señor mismo.
La característica de una reunión cristiana es, primeramente, la mutualidad, y segundo, el hablar. Hablar en mutualidad no es hablar de asuntos cotidianos sino hablar unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, y exhortarnos unos a otros. La mutualidad no es hablar en una sola dirección, es decir, no es una sola persona la que habla sino que todos hablan. Usted me habla a mí y yo le hablo a usted. Ésta es la característica de la reunión.
Las grandes reuniones del cristianismo actual no son apropiadas. Ésa no es la manera que Dios ha ordenado para que los santos se reúnan. La manera que Dios ha ordenado para las reuniones tiene una característica, la cual es, hablarnos unos a otros en mutualidad (Ef. 5:19), exhortarnos unos a otros (He. 10:25). Hablarnos unos a otros implica el hecho de hablar, y exhortarnos también implica el hecho de hablar. En una reunión cristiana apropiada cada uno tiene salmo, tiene enseñanza o tiene revelación (1 Co. 14:26). Todas estas modalidades tienen que ver con el hecho de hablar. Enseñar y anunciar el evangelio de Jesús, el Cristo, lo cual se menciona en Hechos 5:42, también implica el hecho de hablar. Cuando los creyentes se reúnen pero ninguno habla, se pierde totalmente la característica que debe tener una reunión de creyentes. Sin embargo, cuando todos están ansiosos por hablar se manifiesta la característica de la reunión.