
Lectura bíblica: Col. 3:16; Ef. 5:18; 9, 2 Co. 4:11, 13
No sé de qué manera los hermanos y hermanas hayan respondido a los dos mensajes anteriores en cuanto al asunto de hablar por el Señor. Tenemos que hablar por el Señor a tal grado que hablemos la palabra en todo lugar: en la casa, en la escuela, en la oficina y, más aun, en las reuniones.
Si lo que hablamos es simplemente doctrina, con el tiempo se nos acabarán las palabras; es decir, no tendremos nada que decir, pues lo habremos dicho y agotado todo. Sin embargo, la palabra de Dios jamás puede agotarse por hablar. Nuestra enseñanza jamás puede agotarse. Los cielos y la tierra están de nuestra parte. Cuanto más hablamos, más enseñanza tenemos. No obstante, aunque tenemos la enseñanza, me temo que no tenemos las palabras para expresarla. Sin el vocabulario apropiado, no podremos exponer las cosas debidamente. Hablaremos y hablaremos, seremos como tartamudos, incapaces de poder explicar las cosas de forma completa.
La Biblia es completa. En Colosenses Pablo dice que Cristo es la Cabeza (2:19), la porción de los santos en la luz (1:12), la imagen del Dios invisible (v. 15), el Primogénito de toda creación (v. 15), el Primogénito de la nueva creación (v. 18), la Cabeza de la iglesia (v. 18), el misterio de Dios (2:2) y la corporificación de Dios (v. 9). Luego, en el capítulo 3 Pablo dice: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría” (v. 16). Es muy significativo que se nos diga que la palabra “more”. Por ejemplo, una mesa no puede morar en nosotros. Asimismo tampoco diríamos que un perro mora en nuestra casa. La palabra morar es un verbo que conlleva cierta dignidad, lo cual demuestra que Pablo consideraba que la palabra del Señor era una persona viva.
El hecho que “la palabra de Cristo more” implica que esta palabra viva está afuera de nuestro corazón esperando, tocando a la puerta, al igual que un invitado suyo tocaría a la puerta de su casa. Cuando usted escucha el llamado, le abre la puerta para que pase. Por consiguiente, que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros significa que esta palabra es viva y que está a la puerta de nuestro corazón esperando que nosotros le demos la bienvenida y le permitamos entrar. Si le permitimos entrar, la palabra de Cristo hará Su hogar en nosotros.
La versión china de la Biblia traduce este versículo así: “Almacena ricamente la doctrina de Cristo en tu corazón”. Según esta traducción la palabra es algo inerte y está plenamente sujeta al control humano. Si la palabra fuera algo inerte, sería semejante al dinero que usted puede guardar en su bolsillo o ahorrar en el banco. Sin embargo, uno no puede tratar a una persona viva de esa manera; uno tiene que permitir que entre y se instale en su casa.
Pablo nos dice que permitamos que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros. Esto concuerda con la enseñanza bíblica de que la palabra del Señor es el Señor mismo (Jn. 1:1). Hablando con propiedad, creer en el Señor es recibir la palabra del Señor, ya que creer en el Señor es creer en Su palabra. La palabra del Señor es el Señor Jesús, y también es el Espíritu (Ef. 6:17). Por consiguiente, la palabra del Señor es espíritu y vida (Jn. 6:63).
Esta palabra viva es una entidad viva; es una persona que tiene vida. Él está esperando que nosotros le dejemos entrar; está esperando que le abramos la puerta. Él puede morar ricamente en nosotros, pero ello depende de que nos ejercitemos en sabiduría. Si usamos la sabiduría, podrá morar ricamente en nosotros, pero si no usamos la sabiduría, morará pobremente en nosotros. En los pasados años, yo he estado viajando como un peregrino en la tierra, he estado flotando como la hoja de un árbol sobre el agua. He viajado a muchos lugares del mundo y he experimentado mucho lo que es ser un huésped, y me he quedado con toda clase de familias. Sin embargo, puedo decirles que ya sea que me hospede en la casa de un funcionario alto y famoso o en la casa de un hombre pobre y humilde, ninguna casa se compara con mi propia casa. Esto se debe a que yo no puedo morar permanentemente en la casa de otra persona; cuando mucho, puedo estar allí de manera restringida. Como huésped que soy, no puedo traer muchas cosas conmigo. Incluso si trajera muchas cosas conmigo, a veces no resulta conveniente usarlas o simplemente no tengo el espacio dónde ponerlas. ¿Cómo podría ese lugar compararse con mi propia casa?
Por lo tanto, morar ricamente comunica la noción de exhibir todo lo que uno tiene. Por ejemplo, en mi casa yo tengo exhibidos todos mis libros. Todos mis libros de consulta son libros muy valiosos que he acumulado en décadas pasadas. Tengo más de cincuenta traducciones de la Biblia en inglés y ocho traducciones de la Biblia en chino, así como también muchos diccionarios de diferentes tamaños. Es muy cómodo para mí usarlos en mi casa. Por lo tanto, yo moro ricamente en mi casa. Uso este ejemplo para mostrarles que el Señor no mora ricamente en nosotros porque le hemos cedido muy poco espacio en nuestro ser.
Todos amamos al Señor y estamos dispuestos a permitirle hacer Su hogar en nosotros. Sin embargo, Él no puede sentirse cómodo en nosotros, es decir, no puede hacer Su hogar en nosotros cómodamente. Él camina en cierta dirección y se golpea con la puerta; luego va hacia otro lado y se golpea la cabeza. A veces le causamos este problema sin querer, pero otras veces se debe a nuestra falta de sabiduría. En Colosenses 3:16 Pablo dice “en toda sabiduría”. Uno debe prestarle mucha atención al diseño de una casa. Debe usar una regla y un metro para medir si cierto espacio será cómodo y apropiado. Por lo tanto, uno debe ejercitar la sabiduría para medir una casa a fin de ver si la puede usar. Por ejemplo, en un lugar donde estuve hospedado, los hermanos me recibieron con mucho amor y me dieron alojamiento en la mejor casa. Pero el clóset era demasiado grande, pues tenía dos puertas corredizas que eran tan grandes que parecían las puertas de una ciudad. Cuando abrí la puerta para colgar mi ropa, me golpeé la cabeza, y después que terminé de colgar la ropa en el clóset, la puerta no cerró con facilidad. En otra ocasión, me hospedaron en una casa donde había un escalón en la entrada principal y otro antes de entrar al baño. Puesto que soy un anciano, tenía miedo de caerme, así que estuve con temor y temblor durante toda mi estancia allí.
Sin embargo, cuando me quedo en mi casa, no tengo ese tipo de problemas, pues toda mi casa está en un mismo nivel, y no tiene escalones. Incluso puedo caminar por toda la casa con los ojos cerrados porque yo mismo la diseñé con mucho cuidado. Yo medí todos los rincones con una cinta métrica y también utilicé otras casas como punto de referencia. Así que, medí la casa muchas veces, y luego la probé e hice varios ajustes. Al preparar un lugar adecuado para vivir, los ancianos tienen sus propios problemas, debilidades y complicaciones. Nuestro Señor Jesús también tiene Sus propias complicaciones. El Señor Jesús no es tan sencillo. Nosotros podemos decirle: “Señor, te amo. Pasa, haz Tu hogar en mi corazón”. Pero después que Él entra, solamente le cedemos un cuarto grande, pero los demás cuartos pequeños permanecen cerrados bajo llave. En esas condiciones, ¿cómo podría Él sentirse a gusto? Si usted desea prepararle al Señor una buena morada, debe ejercitar la sabiduría para hacerlo sentirse cómodo en todas partes. Sólo entonces Él podrá morar ricamente.
De nuestra parte, necesitamos ejercitar la sabiduría. Si ejercitamos la debida sabiduría, la palabra del Señor morará ricamente en nosotros. En estos días hemos tratado el tema de hablar por el Señor. Todos sabemos que a fin de aprender bien un idioma, debemos prestar atención a tres cosas: primero, tener un vocabulario amplio; segundo, usar la gramática correctamente; y tercero, emplear expresiones idiomáticas. Si tenemos en cuenta estos tres puntos, nos resultará muy fácil practicarlo. Hablar y escribir no será difícil. Asimismo, si hoy queremos hablar la palabra de Dios, tenemos que preguntarnos si tenemos un vocabulario amplio. ¿El vocabulario que tenemos es suficiente? Si usted conoce muchas palabras y tiene un vocabulario extenso, podrá expresarse libremente. Tendrá mucho que decir y podrá hablar con fluidez. Sin embargo, muchas veces cuando hablamos a otros del Señor, no tenemos suficientes palabras para expresarnos. Tartamudeamos, sin saber qué decir. Tampoco estamos familiarizados con los versículos de la Biblia, y después de decir unas cuantas frases se nos acaban las palabras. Eso significa que la palabra del Señor no mora ricamente en nosotros. Por esta razón, nos resulta muy difícil hablar, y no nos es posible compartir. Cuando hablamos, nos sentimos muy limitados.
En 1960 cuando vine por primera vez a Estados Unidos, me di cuenta de que mi gramática era adecuada pero que me hacía falta más vocabulario y necesitaba estar más familiarizado con las expresiones idiomáticas. Por este motivo, me sentía muy restringido cuando hablaba. Entonces me propuse hablar para practicar. En los pasados veinte años he estado aprendiendo inglés todos los días. Cada vez que encuentro una nueva palabra en un versículo, la busco en el diccionario. De esta manera, he aprendido muchas palabras.
Hoy en día, para que el Señor pueda avanzar, todos tenemos que hablar por Él. Si no hablamos por Él, la palabra no podrá salir, y Él no tendrá manera alguna de avanzar. El libro de Hechos nos dice que la palabra del Señor crecía y se multiplicaba, y que era poderosa al grado en que finalmente obtuvo la victoria. El hecho de que la palabra del Señor sea victoriosa significa que el Señor es victorioso; es de esa manera que el Señor puede avanzar.
Damos gracias al Señor por Su misericordia porque en los pasados quince años la palabra del Señor ha sido rica entre nosotros. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es esta: ¿mora la palabra ricamente en nosotros? Hemos estado escuchando mensajes por veinte o treinta años y hemos aprendido acerca de muchos temas espirituales. Sin embargo, cuando llega el momento en que tenemos que hablar, pareciera que en nuestro interior tenemos un bosquejo muy débil y que no somos capaces de expresarlo con palabras. Tal vez digamos: “Es cierto que he escuchado ese mensaje, y más o menos dice así...”; pero en realidad no sabemos cómo hablar de ese tema porque no hemos permitido que la palabra del Señor more ricamente en nosotros.
La palabra del Señor es como una persona viva. La palabra es el Señor mismo. Debemos darle la bienvenida y abrirle la puerta para que entre en nosotros. No sólo debemos permitir que Él entre, sino también que tenga una base, el espacio necesario y el ambiente adecuado para que pueda ponerse cómodo. Entonces Él podrá mostrarnos todas las cosas y podrá exhibir todo ello en nosotros. Eso es lo que significa permitir que Él more ricamente en nosotros. En ese momento, tenemos que ejercitar toda sabiduría para amar al Señor, para desear la palabra del Señor y para permitir que more en nosotros al grado de ser nuestra expresión, nuestras palabras. Entonces podremos usar la palabra libremente.
Debemos ejercitar toda sabiduría para abrir nuestro ser, a fin de que la palabra del Señor, como una persona viva, more cómoda y libremente en cada parte de nuestro ser. Entonces, cuando usted quiera hablar por Él, esta palabra que reside en usted será viviente y rica, estará disponible, y usted podrá usarla libremente. Debido al nivel educativo que tenemos en Taiwán hoy, el nivel de conocimiento de todos los habitantes de Taiwán ha ascendido notablemente. Asimismo, la era ha cambiado. Como cristianos que viven en el siglo XX no podemos permitirnos hablar la palabra del Señor de una manera tan simple, diciendo: “Es bueno que usted crea en Jesús, pues así podrá comer y dormir en paz. Además, después que muera, se irá al cielo y no al infierno”. Hoy en día nadie prestaría atención a esa clase de hablar.
Tenemos que hablar algo más concreto y sustancioso. Por ejemplo, podemos hablar claramente sobre Romanos 8:2, que dice: “La ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. Estas palabras tan claras impactarán a los estudiantes universitarios intelectuales, pues preguntarán: “¿Cuál es la ley del pecado y de la muerte? Quisiera escuchar más al respecto”. Entonces usted podrá mostrarles un “diamante” diciendo: “Todos los que pecan son esclavos del pecado, pero si el Hijo de Dios lo liberta a usted, usted será verdaderamente libre”.
Cuando permita que la palabra del Señor more ricamente en usted, tendrá la sabiduría para presentar diferentes versículos a las diferentes personas con las que se encuentra. Por ejemplo, usted podría leer Génesis 1:26, que dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza”, o podría leer Juan 1:1 que dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Trate de leer estos versículos. Todos los que lo oigan se maravillarán porque no tienen idea de que en la Biblia se hallan cosas tan profundas y misteriosas como éstas.
Espero que hoy por medio de esta comunión, ustedes sean iluminados para ver que necesitamos hablar por el Señor. Únicamente al hablar por el Señor, el Señor tendrá la manera de avanzar y nosotros también. A fin de hablar por el Señor, tenemos que ser equipados y debemos tener un suministro de reserva. Debemos ejercitar toda sabiduría para recibir a este Señor viviente, a fin de que la palabra viva more en nuestro ser. Si hacemos esto, podremos hablar la palabra en nuestra escuela y en nuestro trabajo. Incluso cuando las hermanas vayan al supermercado o a la tienda a comprar telas, tendrán palabras para todos los que se encuentren y podrán predicar la palabra de Dios a otros.
Los exhorto a todos a que siempre lleven consigo una Biblia adondequiera que vayan. Los hermanos y hermanas de más edad que no pueden leer letra pequeña pueden comprar una Biblia con letra grande y desgajar cada libro. Por ejemplo, pueden hacer un librito con el Evangelio de Mateo y otro con el Evangelio de Marcos. Yo hice esto cuando era joven. Me llevaba la Biblia al trabajo para leerla en cualquier momento. Cada palabra y cada frase de la Biblia es un diamante. Es una lástima que sean tan pocos los que muestran estos diamantes a otros. Espero que cada uno de ustedes aprenda a hablar la palabra del Señor, ejercitando toda sabiduría para recibir la palabra del Señor en su ser, al igual que recibirían a una persona viva, a fin de que el Señor se sienta cómodo y more ricamente en ustedes.
Debemos equiparnos diariamente. Debemos ser aquellos que tienen un suministro de reserva. Por ejemplo, cuando nos encontramos con una persona mayor, lo primero que debemos pensar es qué le gustaría escuchar a una persona mayor. Lo que más les gusta escuchar a los chinos mayores es: “Hijos, obedeced [...] a vuestros padres”. Por consiguiente, cuando tengo la oportunidad de hablar con una señora anciana, yo abro mi Biblia y le muestro Efesios 6:1-3, que dice: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. ‘Honra a tu padre y a tu madre’, que es el primer mandamiento con promesa; ‘para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra’ ”. Esta señora pensará que nunca llegó a escuchar esto en una enseñanza budista y se dirá para si misma: “Eso es muy bueno. Quiero creer en Jesús. Después de que crea en Jesús, todos mis hijos y mis nietos tendrán que honrarme y tendrán una larga vida y serán bendecidos”. Esto es sabiduría.
Quizás su vecina de al lado discuta constantemente con su esposo. El mejor versículo que usted podría usar para predicarle el evangelio es Efesios 5:25. Usted podría decirle: “Mire lo que la Biblia dice: ‘Maridos, amad a vuestras mujeres’ ”. Esta palabra será el evangelio para ella. Ciertamente se conmoverá en su corazón, y pensará: “Nada más que por esta razón, que mi marido me ame, yo necesito creer en Jesús. Si creo en Jesús y él también cree, ciertamente me amará”. La palabras de la Biblia son muy ricas y debemos usarlas. Debemos tener un suministro de reserva, a fin de usarlo con libertad.
Si se encuentra con un joven, podría leer con él Proverbios 1:7, que dice: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. Necesitamos recibir la palabra del Señor en nuestro ser. La Biblia tiene sesenta y seis libros y más de 1,200 capítulos. Si tan solo escogiéramos un versículo de oro de cada capítulo y lo guardáramos en nosotros, tendríamos más de 1,200 versículos para hablar. Si cada hermano y hermana de la iglesia hiciera esto, todos nos convertiríamos en una casa de eruditos, y todo lo que hablemos serán composiciones académicas. Espero que la iglesia en Taipéi llegue a ser una iglesia donde cada santo, sea joven o viejo, hable la palabra del Señor en todo lugar de una manera lógica, significativa, valiosa y hábil, de modo que otros sean atraídos, hasta que todos hayan oído la palabra del Señor. No debemos poner en práctica esto de una forma rígida; antes bien, debemos invertir tiempo para investigar continuamente.
Lo que acabamos de decir tiene que ver con hablar la palabra de un modo general. Ahora hablaremos de las reuniones. Después que se nos dice que “la palabra de Cristo more ricamente en vosotros” viene la frase “enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales”. Cuando nuestro hablar diario llegue a ser tan fino, de nosotros emanarán cánticos e himnos. Pero si nuestro hablar cotidiano no es adecuado, será difícil que broten de nosotros cánticos e himnos. Por ejemplo, si usted habla todo el tiempo a las personas de Romanos 8:2, que dice: “La ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”, repitiendo esto una y otra vez, acabará por componer un cántico y lo cantará espontáneamente. Luego, cuando venga a la reunión, tendrá más palabras, y las palabras nuevamente se convertirán en un cántico. Es por eso que Pablo dijo: “Enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales”. Es difícil saber si esta enseñanza es dada con palabras o con cánticos, pues, según el contexto, nos enseñamos por medio de cánticos. Cuando usted me canta Romanos 8:2, me está enseñando; luego, cuando yo le canto a usted Génesis 1:26, le estoy enseñando.
Aquí simplemente no se nos habla de enseñar, sino también de amonestarnos unos a otros. Cuando usted canta me amonesta, y cuando yo canto lo amonesto a usted. Eso es lo que significa amonestarnos unos a otros. Todavía nos encontramos lejos de esto, pero estoy seguro que si estamos dispuestos a practicar, ésta será nuestra condición en menos de tres años. Entonces habrá mucha variedad en nuestras reuniones. Usted hablará, yo hablaré, él hablará y todos hablaremos. Asimismo, usted cantará, yo cantaré, él cantará y todos cantaremos. Nos hablaremos unos a otros, nos cantaremos unos a otros y nos enseñaremos y amonestaremos unos a otros. ¡Qué disfrute sería venir a una reunión así!
Efesios 5:18b y 19 dice: “Sed llenos en el espíritu, hablando unos a otros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones”. Todos los que leen la Biblia saben que este versículo es análogo a Colosenses 3:16. Estos dos versículos son paralelos, pues nos hablan de lo mismo. La diferencia es que en Colosenses 3:16 la palabra es la que entra en nuestro ser, mientras que en Efesios es el Espíritu quien entra en nuestro ser. Esto comprueba que cuando la palabra viene, el Espíritu también viene, y que donde está la palabra, allí también está el Espíritu. La palabra y el Espíritu son inseparables.
Efesios 5:18b no menciona al Espíritu Santo, pero nos dice: “Sed llenos en el espíritu”. Esto es muy significativo, pues indica que a partir del momento en que permitamos que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros, debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu; debemos permanecer en nuestro espíritu. La palabra del Señor ya está en nuestra mente, pero, ¿cómo logramos que la palabra del Señor llegue a ser espíritu? Para ello debemos ejercitar nuestro espíritu. Cuando ejercitemos nuestro espíritu y lo usemos, el Espíritu Santo lo llenará. La mejor manera de ejercitar el espíritu es orando y cantando. Lo animo a que lo intente; no deje de orar ni de cantar. Cuanto usted más ora y canta, más ejercita su espíritu. Como resultado, su espíritu será lleno del Espíritu Santo. De esta manera, cuando usted venga a las reuniones, espontáneamente hablará y cantará con salmos e himnos. Espero que de ahora en adelante todos los hermanos y hermanas reciban este nuevo concepto. Espero que a partir de hoy se preparen conforme a estos dos versículos, abriendo su ser a la palabra viva del Señor, permitiendo que Él more ricamente en ustedes, y luego ejerciten su espíritu para orar, cantar y ser llenos del Espíritu Santo en su espíritu. Una vez que ustedes sean equipados, les será fácil hablarles a sus colegas, y también les será fácil hablar la palabra en las reuniones.
En las reuniones a menudo hemos escuchado algunos testimonios muy superficiales. En 2 Corintios 4:11 Pablo dice: “Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”. Ésta era la experiencia de Pablo. Pablo continuamente era entregado a muerte por causa del Señor, de la obra del Señor, del ministerio del Señor y del evangelio del Señor. La muerte del Señor Jesús efectuaba en su ser una obra aniquiladora. Pero el resultado era que la vida del Señor Jesús también se manifestaba en su cuerpo. Así pues, Él experimentó la muerte y la resurrección del Señor, y aquello de lo cual habló era su experiencia del Señor.
Nosotros, quienes seguimos al Señor, le somos fieles, le servimos y hablamos por Él somos perseguidos en todo lugar, siendo entregados a muerte por otros. Esto permite que la muerte del Señor opere en nuestro ser, lo cual hará que una fragancia emane de nuestro ser. Debemos hablar con base en esta experiencia, sobre esta clase de testimonio. Cuando hablemos a otras personas o en las reuniones, debemos tener esta clase de hablar como base. No debemos hablar la palabra de Dios de una manera vana sin ninguna experiencia personal. Todos debemos pasar tiempo experimentando al Señor diariamente y luego hablar la palabra del Señor según nuestra experiencia.
Por ejemplo, podemos hablar basados en Romanos 8:2, que dice: “La ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. Simplemente expresar estas palabras es hablar sin ninguna experiencia. No obstante, si después de leer este versículo añadimos un testimonio de nuestra experiencia, diciendo algo acerca de Romanos 8:2 conforme a nuestra experiencia, nuestro hablar tendrá mucho más peso y será mucho más rico.
Hermanos y hermanas, conforme a la revelación contenida en la Biblia, todo miembro del Cuerpo del Señor debe permitir que la palabra viva del Señor more en él en toda sabiduría. Nunca debemos consolarnos con el pensamiento de que podemos hablar un poco mejor que los hermanos y hermanas que están en las denominaciones. El cristianismo les ha hecho pensar a las personas que solamente los que quieren ser predicadores deben estudiar en un seminario. Asimismo nosotros, de manera subconsciente, hemos sido influenciados por el pensamiento de que no somos predicadores. Sin embargo, la revelación del Nuevo Testamento exige que todo hermano y hermana ejercite toda sabiduría para que la palabra del Señor more en su interior libremente. Todos necesitamos ascender al estándar que la Biblia nos presenta.
Si todos ponemos esto en práctica, con el tiempo todos seremos un apóstol, un profeta, un pastor, un maestro y también un evangelista. Hace treinta años, mientras vivía en Manila, Filipinas, varios hermanos y yo fuimos al hospital a visitar a un hermano que estaba enfermo. Todos sus familiares y amigos eran de diferentes denominaciones. Cuando uno de ellos nos escuchó orando alrededor del hermano enfermo, preguntó maravillado: “¿Todos ustedes son pastores?”. ¿Qué concepto creen ustedes que él tenía de la oración? Seguramente pensaba que la oración era el oficio de los pastores. Su concepto debe haber sido que uno normalmente busca a un pastor para que ore, así como uno busca a un abogado cuando tiene un pleito legal o a un médico cuando está enfermo. Cuando un cristiano ha caído al punto en que no puede orar por sí mismo, sino que tiene que buscar a un pastor para que ore, ha sido totalmente dañado por el concepto del sistema de clérigos y laicos del cristianismo.
El principio básico del cristianismo es permitir que los clérigos sean los sacerdotes. Así pues, en un funeral se necesita un pastor que predique un sermón acerca de ir al cielo, y en una boda se necesita un pastor que dé algunas palabras de exhortación. Asimismo, la gente trae un bebé recién nacido a la iglesia para que el pastor lo bendiga. La mayoría de los cristianos considera que los asuntos espirituales son deberes específicamente de los ministros. Según el concepto que tienen, los miembros de la iglesia únicamente necesitan asistir a los cultos de la iglesia. Cuando yo era miembro de una denominación, una vez asistí a una reunión de oración en la cual únicamente había tres personas presentes: el pastor, su esposa y el conserje. Cuando ellos me vieron se sorprendieron mucho y dijeron: “Usted no es pastor, ¿por qué ha venido a la reunión de oración?”. Nosotros no nos hemos despojado totalmente de esta condición caída. Es posible que trescientas personas vengan a la reunión del día del Señor, pero sólo treinta de ellas asistan a la reunión de oración. Las otras doscientas setenta personas, o sea, el noventa por ciento de los santos, aparentemente han desaparecido. El noventa por ciento viene a escuchar el mensaje; en otras palabras, el noventa por ciento viene a asistir al culto, mas no a orar.
Hace unos cuantos días asistí a la reunión para recordar a un colaborador que había fallecido. Cuando vi que los dos ancianos estaban ejerciendo la función de pastores en el funeral, en mi interior les eché la culpa a todos los hermanos que simplemente estaban sentados allí. Creo que había muchos que conocían al hermano fallecido de una manera más completa e íntima que los dos ancianos que estaban hablando. ¿Por qué no estaban dispuestos a pasar al frente para decir algo? ¿Qué necesidad había de que los ancianos se encargaran de todo el compartir? ¿No podían hacer esto los otros hermanos? Creo que si hubiéramos permitido que los hermanos y hermanas hablaran, lo habrían hecho mejor y de una manera más hermosa. Todavía tenemos el veneno del cristianismo entre nosotros. Una vez que la levadura se mezcla con la harina, es muy difícil separarla. Espero que podamos eliminar todas esas tradiciones, dejemos el pasado atrás y aprendamos a hablar la palabra del Señor. Espero que todos cultiven el hábito de ejercitar su espíritu, permitiendo que el Espíritu Santo llene su espíritu y se levanten para hablar por Dios.