
Los capítulos de este libro consisten de los mensajes dados por Witness Lee en Irving, Texas en el otoño de 1983. Tratan de la revelación básica y fundamental contenida en la Palabra de Dios. La Biblia como la revelación divina completa es profunda, y aunque revela muchas verdades, su revelación esencial se halla en siete verdades. Estas son el plan de Dios, la obra redentora de Cristo, la aplicación efectuada por el Espíritu, los creyentes, la iglesia, el reino y la Nueva Jerusalén.
El plan de Dios incluye Su beneplácito, Su propósito y Su economía divina, junto con Sus actos de elegir, predestinar, y crear al hombre. Todo lo que Dios planeó se cumplió mediante la obra redentora de Cristo. El cumplimiento de la redención de Cristo requirió cuatro pasos principales: la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. El Espíritu vivificante y todo-inclusivo aplica a los creyentes, quienes componen la iglesia, la meta de Dios, todo lo que el Padre planeó y todo lo que el Hijo realizó. El reino es la esfera, o el dominio, en la cual Dios lleva a cabo Su propósito, cumple Su voluntad, ejerce Su justicia, exhibe Su multiforme sabiduría, y reina en Su vida. La Nueva Jerusalén es la conclusión de toda la revelación de Dios en Su economía. Es la máxima consumación de la obra edificadora de Dios por todas las generaciones.
Nosotros los que estuvimos en las reuniones donde se dieron estos mensajes nunca podemos olvidar la profundidad de la revelación que fue divulgada. Muchos de nosotros sentimos que por primera vez habíamos visto verdaderamente la esencia de la revelación divina. La visión de estas verdades preciosas fue profundamente forjada en nosotros al abrirse la Palabra. Esta es una palabra que necesitan oír todos los hijos del Señor, y oramos pidiendo que el contenido de este libro sea una palabra oportuna para muchos. Adoramos al Señor porque El ha hablado por medio de nuestro hermano una palabra que lo abarca todo y que ya está disponible para todos en este tiempo. Necesitamos orar y tener comunión acerca de todos los versículos y los asuntos contenidos en los siguientes capítulos, esperando en el Señor que nos conceda una visión clara con respecto a la revelación básica contenida en las Escrituras santas. Que el Señor conceda a cada uno de nosotros un espíritu de sabiduría y revelación en el pleno conocimiento de todas estas verdades y que en nuestra experiencia entremos en la realidad de cada una de ellas. También pedimos que estos mensajes lleven mucho fruto por toda la tierra.
Diciembre, 1984 Benson Phillips Irving, Texas
Dios, basándose en el deseo de Su corazón, hizo un propósito (Ef. 3:11). El hizo Su propósito conforme a Su beneplácito. Efesios 1:9 dice que Dios propuso Su beneplácito. Esto significa que conforme a lo que deseaba, hizo un plan. Puesto que Dios tiene este beneplácito, hizo un plan. En Efesios 3:11 Pablo vuelve a decirnos que Dios hizo un plan en Cristo, un plan de los siglos, un plan eterno, un propósito eterno.
Economía es una palabra hispanolizada de la palabra griega oikonomía. Significa ley doméstica, administración familiar. En 1 Timoteo 1:4 esta palabra es usada para arreglo, plan, administración, o manejo. En el Antiguo Testamento la casa de Faraón necesitaba de una administración doméstica, un arreglo familiar, y José fue designado para administrar ese arreglo. Lo que hizo principalmente era distribuir la rica comida a los que tenían hambre (Gn. 41:33-41, 54-57), y esa distribución fue impartir. El manejo de la casa del faraón fue una economía llevada a cabo para impartir las riquezas a la gente. En el Nuevo Testamento esta palabra se usa principalmente por Pablo. Pero el Señor Jesús usó la misma palabra en Lucas 16:2-4, al referirse a la mayordomía de un mayordomo. Se puede considerar a José como un mayordomo del faraón, y su responsabilidad se puede considerar su mayordomía. Ese deber, su mayordomía, fue impartir la rica comida que el faraón poseía para alimentar a los que morían de hambre.
En Efesios Pablo nos dice que él fue designado por Dios un mayordomo, y que con esto Dios le dio la responsabilidad, el deber, que se llama la mayordomía (3:2). La palabra griega traducida mayordomía es la misma que se traduce dispensación. Si es traducida mayordomía o dispensación depende del contexto. En Efesios 3:2 Pablo dice que Dios le dio la mayordomía de la gracia de Dios. Luego la misma palabra griega, oikonomía, se encuentra en 1:10 y 3:9, donde parece mejor traducirla “economia”. Esta palabra “economía” principalmente denota un plan, una administración, un manejo, para dispensar las riquezas de uno a otros.
Pablo consideraba que Dios tenía una familia grande a la cual necesitaba suministrar las riquezas. En Efesios 3:8 dice que Dios le designó para predicar, ministrar, distribuir, o sea impartir las inescrutables riquezas de Cristo. Estas riquezas están en la casa de Dios. Hay un almacén de las inescrutables riquezas de Cristo, y Dios les puso a los apóstoles (a Pedro, Juan, Jacobo y Pablo) por mayordomos para que impartan estas riquezas al pueblo escogido de Dios.
La mayordomía es igual al dispensar. José llevó a cabo su mayordomía impartiendo alimento. Su responsabilidad, su oficio, su deber, fue distribuir la rica comida a los necesitados. Esa distribución fue una impartición.
Algunos maestros de la Biblia han enseñado que hay siete dispensaciones en la Biblia. En el Antiguo Testamento tenemos las dispensaciones de la inocencia, de la conciencia, del gobierno humano, de la promesa y de la ley. Luego en el Nuevo Testamento tenemos la dispensación de la gracia en esta edad y la dispensación del reino en la edad venidera. Ellos afirman que en estas siete dispensaciones Dios se relaciona con el hombre en siete maneras diferentes.
Esto podría ser correcto, pero no olvidemos que las dispensaciones son la administración familiar de Dios. Dios tiene una gran familia, y dentro de esta familia El necesita una administración, un plan, un arreglo, para impartirse a Su familia. Desde la eternidad pasada, el pensamiento principal de Dios fue establecer cierto arreglo que usaría en todos los siglos para impartirse a Su pueblo escogido y predestinado. Haría de ellos Sus hijos impartirse en ellos para que recibieran la vida divina al nacer de nuevo.
En las catorce epístolas de Pablo podemos ver que Dios tenía un beneplácito, conforme al cual hizo un plan, un propósito. Creó al hombre a Su propia imagen, y en la plenitud de los tiempos se impartió en todos estos hombres creados y escogidos para que llegaran a ser Sus hijos, los que lo expresaran. Este es el plan de Dios, y ésta es la dispensación de Dios para que pueda impartirse.
En el inglés las palabras dispensación e impartición son dos formas del verbo dispensar. Cuando uso la palabra dispensación, quiero decir economía, arreglo o manejo. Pero cuando uso la palabra impartir, me refiero a la distribución de las riquezas divinas al pueblo de Dios. Dispensación denota el arreglo, el manejo, el plan, la economía. Impartición alude a la distribución de Dios mismo como la vida y el suministro de vida a Su pueblo escogido en Cristo.
En Efesios 1:10 y 3:9 la palabra oikonomía significa una administración familiar, la cual es el plan de Dios de impartirse en Su pueblo escogido. En Efesios 3:2, Colosenses 1:25 y 1 Corintios 9:17 la misma palabra se refiere a la mayordomía de Pablo. La palabra mayordomía es usada en el sentido de impartir. La mayordomía de Pablo fue el impartir de las inescrutables riquezas de Cristo en el pueblo escogido de Dios. Con respecto a Pablo la palabra mayordomía alude a la impartición divina.
Se usa la palabra mayordomo en 1 Pedro 4:10, donde dice que todos necesitamos ser mayordomos buenos, que ministramos la multiforme gracia de Dios. La multiforme gracia del rico Dios requiere a muchos mayordomos para que la impartan; esta impartición es la mayordomía de ellos.
Lo que estoy haciendo en el ministerio es impartir las riquezas de Cristo. Si me dice usted que soy un buen maestro de la Biblia, aprecio lo que me dice, pero no me gusta oírlo. ¡No me considere un maestro! ¡Soy uno que imparte! No simplemente enseño la Biblia; la imparto. Una vez fui a obtener una inyección contra la influenza. Había una cola larga, y todos nosotros teníamos que extender nuestro brazo para que nos inyectaran. En mi ministerio quiero dar a la gente una inyección de las riquezas de Cristo. Tengo toda la seguridad de que quienquiera que venga a este ministerio recibirá esta inyección.
Nuestra mayordomía actual es lo mismo que la de Pablo. La mayordomía de Pablo consistía en simplemente dar a la gente una inyección, es decir, en distribuir, impartir, las inescrutables riquezas de Cristo en el pueblo escogido de Dios. Esto es la economía de Dios, Su plan, Su administración.
Dios tenía un beneplácito, y conforme a Su beneplácito El hizo un plan. Después de esto, dispuso una administración universal para Su casa a fin de impartir Sus riquezas en Su pueblo escogido. Luego nos eligió, no solamente antes de que fuéramos creados, sino también antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4; 1 P. 1:1-2). Nada de Su creación había llegado a existir cuando nos eligió.
Es difícil comprar cosas en un centro comercial porque hay tantas cosas entre las cuales escoger. La gente no compra a ciegas; considera y escoge cuidadosamente lo que quiere comprar. Dios, en la eternidad pasada y antes de crear, lo vio a usted y dijo: “Me cae bien ése”. Sin ser elegido, no creo que podría yo llegar a ser cristiano. Aunque nací en el cristianismo, llegué a ser cristiano cuando tenía diecinueve años y no antes. Me eduqué en el cristianismo; sin embargo, no creía. No obstante, un día Dios me tocó y dijo: “Te quiero a ti”. Aquel día fui cautivado. ¿Y qué de usted? Entre bastidores hay una mano eterna y todopoderosa que dirige todo. Nuestra elección es una maravilla.
Nuestro Padre celestial está contento cuando nos ve. Somos el deseo de Su corazón, Su beneplácito. Dios no se complace en la luna, el sol, los cielos o la tierra. Nos dice claramente en Su Palabra que a El no le satisface la tierra ni los cielos. Lo que satisface a El es Su pueblo escogido. Somos Su beneplácito, e hizo Su plan para nosotros.
Después de elegirnos, Dios nos predestinó (Ef. 1:5; Ro. 8:30). Darby’s New Translation [La nueva traducción de Darby] de la Biblia traduce la palabra “predestinó” en Efesios 1:5 como “marcó de antemano”. ¿Se ha dado usted cuenta alguna vez que antes de la fundación del mundo usted fue marcado? No puede escaparse de la mano de Dios. He intentado hacerlo varias veces, pero nunca logré escaparla. Cuanto más intenté, más fuerte me agarró. ¿A dónde va usted para escapar de Dios? Adondequiera que vaya, allí estará El (Sal. 139:7-10). Anteriormente es posible que usted se aburriera yendo a las reuniones de la iglesia y, por consiguiente, tomó la decisión de ir a otro lugar. Cuando llegó allí, ¡el Señor Jesús estaba allí esperándole! Esto demuestra que usted fue marcado.
Después del beneplácito de Dios, después de Su plan (Su arreglo, administración, economía), después de elegirnos y de predestinarnos, El empezó a crear. La narración de la creación del hombre por parte de Dios es muy breve. Hay sólo dos versículos. Génesis 1:26 es la propia palabra de Dios, y el siguiente versículo es la narración de Moisés. En estos dos versículos tenemos tres puntos cruciales.
En primer lugar, el versículo 26 indica la Trinidad Divina. La palabra Elohim (Dios) es plural, y en la conversación que Dios tiene consigo El habla de “nosotros” [hagamos] y usa el adjetivo posesivo “nuestra”. “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Estas referencias a Dios son plurales. Es fácil comprender que queda implícita la Trinidad Divina.
Algunos maestros han hecho notar que cuando Dios dijo: “Hagamos al hombre...” conversaba en concilio. La Trinidad Divina tuvo un concilio para considerar la creación del hombre. En la creación de las otras cosas no encontramos nada acerca de una conversación como ésta. Así que, la creación del hombre debe de haber sido crucial. Crear los cielos y la tierra no fue tan importante como la creación del hombre. El hombre es el centro del propósito de Dios en Su obra creadora.
En segundo lugar, solamente el hombre fue hecho a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. El tigre no fue hecho a la imagen de Dios; ni fue hecho el elefante conforme a la semejanza de Dios. Génesis 1:26 dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”.
La imagen alude al ser interior; la semejanza, a la expresión exterior. Puede recurrir a Colosenses 1:15, donde habla de Cristo como “la imagen del Dios invisible”. ¿Cómo puede tener el Dios invisible una semejanza exterior? No puedo explicarlo. Es un misterio. Lo mismo pasa con Juan 1:14, donde dice que Dios como Verbo se hizo carne. Sin embargo, en Génesis 18 El apareció a Abraham como hombre. Abraham preparó agua para que El lavara Sus pies y preparó una comida para El (vs. 4-8). El volvió a aparecer en Jueces 13, y esta vez a la madre de Sansón. Ella vio a este Hombre, quien ascendió después de hablar a ella y a su esposo (v. 20). ¡Aquí tenemos una ascensión antes de Hechos 1! ¿Cómo podemos reconciliar estas porciones del Antiguo Testamento con el Nuevo? No podemos.
De la misma manera, el hecho de que Dios creara al hombre a Su imagen es una maravilla, un misterio. En 2 Corintios 3:18 vemos que somos transformados a Su imagen. Romanos 12:2 dice que somos “transformados por la renovación de la mente”. Estos versículos indican que la imagen es algo interior, compuesto de la mente, las emociones y la voluntad. El órgano para pensar, el órgano para amar y el órgano de la voluntad comprenden el ser interior. El hombre ha sido hecho de manera maravillosa (Sal. 139:14). Somos seres maravillosos porque fuimos creados por Dios de esta manera.
En tercer lugar, Dios hizo al hombre para expresarle a El. Las palabras “imagen” y “semejanza” denotan expresión. Cuando Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza, no puso la vida divina en él. La vida divina fue impartida al hombre creado después de que Jesús vino y murió y fue levantado para nosotros, y no antes. Ahora todo aquel que cree en El tiene vida eterna (Jn. 3:16). Si tenemos al Hijo, tenemos esta vida divina. Si no tenemos al Hijo, no tenemos esta vida (1 Jn. 5:12). La vida de Dios no entró en el hombre creado sino hasta que Cristo cumplió la plena redención.
Dios creó al hombre con la intención de entrar en el hombre un día y de que éste pudiera recibirle a El. Romanos 9 revela que el hombre creado por Dios es un vaso, cuyo propósito es contener algo. Así como una taza es un vaso cuyo propósito es contener el agua, así también el hombre fue hecho un vaso para que contuviera a Dios.
Génesis 2:7 nos dice cómo Dios hizo al hombre. Primero, formó el cuerpo del hombre del polvo de la tierra. Luego sopló aliento de vida en la nariz de este cuerpo de polvo, y el hombre fue alma viviente. Aquí en este versículo tenemos el cuerpo, el alma y el aliento de vida. La palabra hebrea traducida “aliento” en Génesis 2:7 se traduce “espíritu” en Proverbios 20:27, que dice: “El espíritu del hombre es la lámpara de Jehová”. Esto indica que el mismo aliento de vida que Dios sopló en Adán fue el espíritu humano. Entonces, dos materiales fueron usados para formar al hombre: el polvo y el aliento de vida. El polvo vino a ser el cuerpo, y el aliento de vida vino a ser el espíritu. Cuando estos dos se juntan, algo es producido: el alma. Por tanto, Pablo nos dice en 1 Tesalonicenses 5:23 que un ser humano consiste de tres partes: espíritu, alma y cuerpo.
Génesis 1 nos dice que Dios creó al hombre a Su propia imagen, conforme a Su semejanza; y de esta manera pudo contener a Dios. Un recipiente debe tener la forma de lo que va a contener. Si algo es cuadrado, no se haría un recipiente redondo para contenerlo. Si algo es redondo, no se haría un recipiente cuadrado para contenerlo. Se moldea el recipiente para que concuerde con la forma del contenido. El hombre fue hecho a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza.
Génesis 1 nos dice que todo lo que fue creado producía según su género (vs. 11-12, 21, 24-25). El manzano produce según su género, y el tigre, según su género. El hombre fue hecho según el género de Dios. Si dos árboles son injertados el uno en el otro, tienen que ser de la misma especie; si no, el injerto no dará. ¡Aleluya! ¡El hombre es del mismo género que el de Dios! Debido a que fuimos creados según el género de Dios, con la intención de que fuéramos injertados juntamente con Dios, este “injerto” da y podemos ser hechos uno con Dios.
Dios creó al hombre y le dio un espíritu, aunque en aquel tiempo el hombre no tenía la vida de Dios. Por tanto, la Biblia dice: “Hay un espíritu en el hombre” (Job 32:8). Hace veintidós años, cuando comencé a ministrar en este país, di varios mensajes sobre el espíritu humano. Muchos santos me dijeron que nunca habían oído de esto. Tanto Andrew Murray como la señora Jesse Penn-Lewis recalcaban el espíritu. Dios nos creó no solamente con una boca y un estómago con los cuales recibir el alimento físico; también nos creó con un espíritu con el cual recibirle a El.
Dentro del radio se encuentra el receptor. Sin el receptor, ninguna de las ondas de radio en el aire podría recibir el radio. El receptor con el cual recibimos a Dios es nuestro espíritu. El Señor Jesús dijo en Juan 4:24: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Solamente el espíritu puede adorar el Espíritu. Debido a que el propio Dios es Espíritu, El nos creó con un espíritu con el claro propósito de que nosotros le adoráramos. Adorarle incluye tener contacto con El, conversar con El y recibirle. El entra en nosotros introduciéndose en nuestro espíritu.
Romanos 8:16 dice que el Espíritu y nuestro espíritu juntos dan testimonio. Esto quiere decir que el Espíritu de Dios, al creer nosotros en el Señor Jesús, entra en nuestro espíritu. En 1 Corintios 6:17 leemos: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Al principio de la Biblia, Dios preparó al hombre formándolo a Su imagen, conforme a Su semejanza, y con un espíritu con el cual recibirle, contenerle y expresarle. Sin embargo, en aquel tiempo el hombre no recibió a Dios, al Espíritu divino, en su espíritu.
Todo ser humano tiene la imagen de Dios, la semejanza de Dios y un espíritu humano. Cuando el evangelio llegó a nosotros, nos tocó en nuestra conciencia, la cual forma parte de nuestro espíritu (cfr. Ro. 8:16; 9:1). Por medio de ese toque nuestro espíritu fue vivificado, y nosotros nos arrepentimos. Abrimos nuestro ser interior para arrepentirnos, creer y recibir al Señor Jesús; El entró en nosotros, y nosotros fuimos salvos. Muchos predicadores del evangelio preguntan: “¿Se abrirá usted para invitar a Jesús a entrar en su corazón?”. No hay nada malo con esto, pero para poder experimentar a Cristo como nuestra vida después de ser salvos, tenemos que entender que ahora El está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22).
El propósito de Dios es la filiación, y la filiación se cumple al ser impartido en nosotros lo que Dios es como vida. Esta impartición tiene lugar en nuestro espíritu. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Aquí de nuevo tenemos los dos espíritus. No fuimos regenerados en nuestra mentalidad, ni en nuestro cuerpo. Nicodemo pensaba que renacer equivalía a nacer de nuevo en el cuerpo físico, pero el Señor Jesús lo corrigió. Renacer significa ser engendrado en nuestro espíritu por Dios el Espíritu, y no por nuestros padres. Aun si pudiéramos regresar al vientre de nuestra madre y nacer de nuevo físicamente cien veces, seguiríamos siendo carne. Tenemos que ser engendrados en nuestro espíritu por el Espíritu divino.
Zacarías 12:1 nos dice que hay tres cosas cruciales en la creación de Dios: los cielos, la tierra y el espíritu del hombre. Dice que Jehová es aquel que “extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él”. ¡Cuán grande es nuestro espíritu! Los cielos fueron creados para la tierra. Sin los cielos la tierra no podría mantener nada orgánico. La tierra fue creada para el hombre, y el hombre para Dios. Ser para Dios requiere que el hombre tenga un receptor. Este receptor es el espíritu humano. ¡Alabado sea el Señor! Estamos aquí bajo el plan de Dios y en Su plan; fuimos hechos por El a Su imagen y conforme a Su semejanza; tenemos un espíritu con el cual recibirle; y El, como Espíritu divino, entró en nuestro espíritu, haciendo de nosotros Sus hijos para Su expresión. Este es Su plan.