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Mensajes del libro «Revelación básica contenida en las santas Escrituras, La»
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CAPITULO DIEZ

LA NUEVA JERUSALEN: LA MAXIMA CONSUMACION

(3)

  Lectura bíblica: Ap. 21:2-3, 10-23; 22:1-2a, 14, 17, 19

DOS ESCUELAS PRINCIPALES DE INTERPRETACION

  Durante los veinte siglos de la era cristiana la Nueva Jerusalén ha sido un enigma para los que leen la Biblia así como para los que la enseñan. Hay dos escuelas principales de interpretación. Una escuela afirma que la Nueva Jerusalén es una ciudad física. Será parte del cielo nuevo y la tierra nueva y estará en la tierra como una verdadera ciudad. La segunda escuela, la cual es muy superficial, dice que la Nueva Jerusalén es la mansión celestial.

  No obstante, no debemos pensar que esta ciudad es simplemente algo físico, ni que es una mansión celestial. Pongamos a un lado estas escuelas diferentes que nacen en el entendimiento humano.

  Es muy significativo que la Nueva Jerusalén viene al final de toda la revelación de Dios y ocupa los últimos dos capítulos. Necesitamos toda la Biblia para entender, interpretar y designar su significado. La conclusión de un libro tiene que ser la palabra final en cuanto a su contenido. Esto es un principio. Es cierto que cualquier libro significativo tiene un contenido definido y también la debida conclusión. Volvamos a la Biblia, de Génesis a Apocalipsis. Debemos considerar su contenido y luego su conclusión.

UNA REVELACION DE LA MORADA DE DIOS

  La Biblia es una revelación completa de la morada de Dios. Esta morada tiene como fin que El obtenga reposo, satisfacción y Su expresión.

  Génesis 1:1 dice que en el principio Dios creó los cielos y la tierra. Luego, después de crear todas las cosas del universo, Dios hizo a Adán en el sexto día. Dios quería obtener al hombre. Preparó los cielos, la tierra y todo lo demás para el hombre que hizo a Su propia imagen y conforme a Su semejanza.

  Esto nos da un indicio claro de que Dios quería una expresión. Deseaba que algo viviente y orgánico tuviera Su imagen y Su semejanza. “Imagen” alude a lo interior, mientras que “semejanza” alude a lo exterior. Interiormente, todos nosotros tenemos el intelecto, la voluntad y las emociones. Exteriormente, tenemos la semejanza, la forma corporal.

  En Génesis 1 se nos dice que Dios creó los animales según el género de ellos y las plantas según su género. Por ejemplo, el caballo fue creado según el género de los caballos, mientras que el duraznero y el manzano tienen sus propios géneros. La palabra “género” significa una familia, una especie biológica. El hombre no fue hecho según el género humano, sino según el género divino. Nosotros los hombres somos del género de Dios. Somos una familia con Dios porque tenemos Su imagen y Su semejanza. Aunque en aquel entonces el hombre no tenía la vida de Dios ni Su naturaleza, es cierto que tenía Su imagen y Su semejanza.

  Esto indica que Dios quería algo que pudiera expresarle. Génesis 1:26-27 muestra que el hombre no era una persona individual. El versículo 27 dice: “Creó Dios al hombre a su imagen ... varón y hembra los creó”. Esto indica que aquí el hombre es corporativo. J. N. Darby dice que hombre en Génesis 1:27 significa la humanidad, el hombre como un linaje entero. Dios, al crear, efectuó algo conforme a Su plan de tener una expresión: la humanidad había de expresar a Dios. Este es el comienzo de la Biblia.

  Luego la Biblia pasa a hablar de ocho grandes hombres: Adán, Abel, Enos, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob. Incluyendo a Adán, éstos son los ocho gigantes del primer libro de la Biblia.

Betel: la casa de Dios

  Cuando consideramos a Jacob sin la luz divina no podemos ver nada más que un niño travieso. Pero este niño, mientras escapaba de su hermano Esaú, durmió a cielo abierto y tuvo un sueño (Gn. 28:11-19).

  Jacob soñó con una escalera apoyada en la tierra cuyo extremo tocaba el cielo, y los ángeles subían y descendían por ella. Los ángeles no descendían y luego subían, sino que subían y luego descendían. Esto indica que la escalera se extendía de la tierra al cielo. Normalmente decimos que nuestros sueños provienen de nuestros pensamientos. Si tenemos algo en la mente, nos vendrá como sueño mientras dormimos. Sin embargo, en el caso de Jacob no creo que él soñó con lo que había pensado durante el día. En aquellos días debía de haber pensado en su huida de Esaú. Pero en su sueño no estaba Esaú ni Labán. El vio una escalera que se extendía de la tierra al cielo. Cuando se despertó, recibió inspiración de Dios y dijo: “No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (Gn. 28:17). Alzó la piedra que había puesto de cabecera, derramó aceite encima de ella, y llamó el nombre de aquel lugar Betel, lo cual significa la casa de Dios.

  Dios encargó a Noé que construyera el arca, y Abraham recibió una promesa de Dios de que toda la tierra, toda la humanidad, sería bendecida en su descendencia. Pero este niño travieso, el nieto de Abraham, tuvo un sueño. Despertándose del sueño él dijo algo maravilloso, lo cual compone y dirige toda la Biblia: la casa de Dios. Este es un punto principal, que se observa por toda la Biblia. De este niño travieso que tuvo un sueño procedió un pueblo, el pueblo de Israel.

El tabernáculo: la casa de Dios

  En el segundo libro de la Biblia, Exodo, Dios ganó a todos los hijos de Israel. No sólo los rescató, sino que los reunió en el monte de Sinaí. Allí Dios no les dio un simple sueño, sino una visión (Ex. 19). Hay una conexión entre la visión que Moisés recibió de Dios en el monte de Sinaí y el sueño de Jacob. Jacob vio en su sueño algo relacionado con la casa de Dios, y ahora sus descendientes, el pueblo que procedió de Jacob, están allí en el monte de Sinaí y los cielos les están abiertos. Uno de sus representantes, Moisés, subió al monte para quedarse con Dios, y Dios le mostró el modelo de Su casa, un modelo que muestra cómo construir el tabernáculo.

  El tabernáculo es la casa de Dios. En 1 Samuel 3:3 el tabernáculo se llama el templo de Jehová; o sea, era la casa de Dios. El tabernáculo como morada de Dios se llama también el templo, la casa de Dios.

  En el monte de Sinaí Moisés vio todos los planos, y los hijos de Israel construyeron un tabernáculo conforme a este modelo. En el último capítulo de Exodo el tabernáculo es levantado e inmediatamente la gloria de Dios desciende de los cielos y llena el tabernáculo (Ex. 40:34). ¡Esto es maravilloso! Fue mucho más grande que los actos de creación por parte de Dios. Crear el universo es algo general, pero el hecho de que Dios tuviera un lugar definido en la tierra donde pudiera descender y entrar en gloria era verdaderamente maravilloso. El tabernáculo físico tipificaba a todos los hijos de Israel como morada de Dios.

El tabernáculo: Jesucristo, el Dios-hombre

  Con el tiempo el Señor Jesús cumplió el tipo del tabernáculo. Cuando el Señor Jesús vino, Dios vino. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”, y este Verbo se hizo carne (Jn. 1:1, 14). Sabemos que aquí se habla del Jesús encarnado. Cuando El vino en la encarnación, “fijó tabernáculo” (v. 14). Esto indica que El mismo como tabernáculo viviente era el cumplimiento del tabernáculo de Exodo 40. Jesús como tabernáculo no es un edificio, sino una Persona viviente y orgánica. Aquel que es el tabernáculo es una Persona divina y maravillosa, un Dios-hombre. La primera impresión que la Biblia da con respecto al tabernáculo consiste en que es una entidad orgánica, una persona orgánica. Aún más es un humano orgánico mezclado con Dios. El tabernáculo es el Dios-hombre, Jesucristo.

  Al final de la Biblia se encuentra la Nueva Jerusalén, la máxima consumación del tabernáculo (Ap. 21:3). El tabernáculo de tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo es en realidad una persona viviente que tiene dos naturalezas: la humana y la divina. El Señor Jesús era un hombre compuesto de lo divino y lo humano. El Espíritu Santo es el elemento divino, la divinidad, y la virtud humana es el elemento humano, la humanidad. Por lo tanto, la concepción de Jesús consta del elemento divino en el elemento humano. Esta concepción produjo un niño de dos naturalezas: la divina y la humana. Este niño no era solamente humano, sino también divino. El era un Dios-hombre, y este Dios-hombre era el tabernáculo.

  Permítame recalcar firmemente que éste es un tabernáculo en el sentido bíblico. En la Biblia el tabernáculo es una persona viviente, la composición de las naturalezas divina y humana. Por esto, la Nueva Jerusalén no puede ser una ciudad física, ni puede ser una mansión celestial. Conforme al sentido bíblico, el tabernáculo representa a una persona viviente como composición de divinidad y humanidad.

El tabernáculo y el templo

  Israel primero construyó el tabernáculo. Luego cuando entraron en la buena tierra, Dios les reveló por medio de David (2 S. 7:2, 5-13) que El quería algo permanente, y no móvil. El tabernáculo era una casa “portátil” de Dios. Podía satisfacer temporalmente a Dios pero no permanentemente. El quería algo sólido edificado en un fundamento sólido. El templo no era móvil ni portátil, sino algo fijo. David conocía el corazón de Dios y preparó todos los materiales para la edificación del templo (1 Cr. 22). Dios le había dado un hijo, Salomón, quien edificaría el templo. El templo era el agrandamiento del tabernáculo. Cuando se terminó, las cosas que estaban en el tabernáculo fueron llevadas al templo (2 Cr. 5:1, 5), lo cual indica que los dos eran en realidad uno solo.

  En el Nuevo Testamento el Señor Jesús en Juan 1:14 se revela como el tabernáculo, pero en Juan 2:19-21 el Señor indica que El es el templo. “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (v. 19). Lo dicho por Jesús aquí indica que Su cuerpo era el verdadero templo. Cuando dijo que levantaría el templo en tres días, sabemos que El levantó la casa de Dios en resurrección. La casa de Dios edificada por Jesús en resurrección no es solamente El mismo, sino que también incluye a Sus creyentes (Ef. 2:6). Por consiguiente, el templo edificado en y por la resurrección de Jesús es corporativo. Este templo es la iglesia. La iglesia es el templo (1 Co. 3:16).

La iglesia: compuesta de los miembros vivientes de Cristo

  Muchos cristianos consideran la iglesia como un edificio físico. Hablan del edificio como si fuera la iglesia o el santuario. Muchos piensan que la iglesia es un edificio con campanario y vidrieras de colores.

  No obstante, la Biblia revela que la iglesia es una composición viviente de los miembros vivos de Cristo (1 P. 2:5). Es una composición orgánica de todos los verdaderos creyentes. Nosotros somos la iglesia. No es un edificio sin vida. La iglesia es orgánica. La iglesia es nosotros, usted y yo, las personas regeneradas con la vida divina por el Espíritu. La iglesia es todos los amados santos. La iglesia es un organismo. Es viviente y está viva. No es inanimada, porque los componentes de la iglesia son personas vivas. Nosotros los creyentes somos los componentes. La iglesia está compuesta de todos los santos, así que es algo viviente.

La iglesia: la humanidad y la divinidad

  La iglesia también es una persona corporativa compuesta de los dos elementos de humanidad y divinidad. Nosotros los creyentes, los componentes de la iglesia, tenemos dos naturalezas: la humana y la divina. Recibimos nuestra naturaleza humana por nuestro nacimiento natural. Luego en nuestro segundo nacimiento, un nacimiento espiritual, recibimos otra naturaleza, o sea, la naturaleza divina. Cuando fuimos regenerados, recibimos la vida divina (1 Jn. 5:11). Si tenemos vida, ciertamente esa vida tiene una naturaleza. Somos participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4); por lo tanto, tenemos dos naturalezas.

  Hay una tendencia hoy en día entre los seminaristas de creer que los cristianos tienen una sola naturaleza, la cual se mejorará poco a poco. Esta no es solamente una enseñanza errónea, sino que es herética. Dicha enseñanza anula la realidad de la regeneración.

  No obstante, la iglesia es una composición corporativa y viviente de personas que tienen dos naturalezas: la humana y la divina. Cristo primero tenía divinidad y luego humanidad. Nosotros primero tenemos humanidad y luego divinidad. Cristo como tabernáculo era una persona que tenía divinidad y humanidad, y nosotros, el agrandamiento de Cristo, la morada de Dios, el templo mismo, somos una composición de humanidad primero y luego divinidad. Cristo tiene divinidad más humanidad. Nosotros tenemos humanidad más divinidad. Por naturaleza El y nosotros somos iguales. La única diferencia consiste en que El tiene la deidad, y nosotros no; pero sí tenemos la vida y la naturaleza divina como El. Nosotros no tenemos Su posición como Cabeza, Su deidad.

La consumación del templo

  La Nueva Jerusalén es la consumación de este templo. Basándonos en este principio, no podemos decir que es una ciudad física o una mansión celestial. La Nueva Jerusalén es la máxima consumación de toda la edificación de la morada de Dios por todas las generaciones como conclusión de toda la revelación de Dios con respecto a Su economía; por eso, es completamente orgánica. Consiste de seres humanos mezclados con Dios. Esta composición será una morada mutua, donde Dios puede morar en los santos y los santos en Dios.

  La Nueva Jerusalén es una composición del pueblo redimido y regenerado de Dios, Sus hijos. Esta ciudad también es el conjunto de la filiación divina. Efesios 1 dice que fuimos escogidos y predestinados para filiación (vs. 4-5). El conjunto de la filiación será la Nueva Jerusalén. Es una composición de todos los hijos de Dios (Ap. 21:7). Este edificio, la ciudad santa, es una persona corporativa y viviente porque se llama la esposa del Cordero (Ap. 21:9). Una ciudad física no puede ser esposa. Una esposa es una persona; por lo tanto, esta ciudad debe ser una persona corporativa y viviente.

LOS ELEMENTOS INTRINSECOS DEL EDIFICIO DE DIOS

  El contenido del edificio de Dios tiene algunos elementos que son intrínsecos, escondidos e interiores. El elemento intrínseco de la Nueva Jerusalén como morada eterna de Dios es el propio Dios Triuno.

La Trinidad Divina: la estructura básica

  La Trinidad Divina es la estructura básica de la Nueva Jerusalén. Está edificada de la naturaleza del Padre, simbolizada por el oro. La ciudad misma es un monte de oro, y su calle también es de oro (Ap. 21:18b, 21b). Esto indica que la ciudad es algo divino. La divinidad es el elemento básico del contenido del edificio.

  La obra redentora del Hijo efectuada por Su muerte y resurrección es simbolizada por las perlas. Las perlas provienen de las ostras. Son producidas después de que las ostras son heridas por un grano de arena. La ostra segrega su líquido vital alrededor del grano y lo hace una perla. Esto representa la encarnación de Cristo y Su entrada en las aguas de la muerte, como la ostra. Al ser herido por nuestras transgresiones y al liberar Su vida de resurrección, produce una perla.

  La obra transformadora del Espíritu es representada por las piedras preciosas. Vemos en el oro la naturaleza del Padre, en la perla la redención del Hijo mediante la muerte y la resurrección, y en las piedras preciosas la obra transformadora del Espíritu. Esto significa que el propio Dios Triuno es la estructura básica de la Nueva Jerusalén. La Trinidad también es la estructura básica de la vida de iglesia, la cual es una miniatura de la Nueva Jerusalén. El tamaño es mucho más pequeño, pero los elementos son iguales.

La vida divina: el suministro y el alimento interiores

  Necesitamos a diario provisión y alimento para nuestra vida física. Esta es la razón por la cual tenemos que comer tres veces al día por lo menos. La vida divina es el suministro y alimento interior para todas las partes de la Nueva Jerusalén. Vemos esto en el agua de vida que fluye del trono divino y satura toda la ciudad (Ap. 22:1, 17). En el agua crece el árbol de la vida, el cual da doce frutos cada mes, doce meses cada año, para alimentar a toda la ciudad (Ap. 22:2a, 14, 19). El agua de vida y el árbol de la vida junto con el fruto de vida dan el suministro y el alimento. Toda la ciudad vive por estas dos cosas.

La luz divina: la luz interior y la gloria exterior

  La Trinidad Divina es la estructura básica, la vida divina es el suministro y alimento interior, y la luz divina es la luz interior y la gloria exterior para la expresión. Dios en el Cordero es la lámpara como luz interior (Ap. 21:23). En la Nueva Jerusalén no necesitaremos ni el sol, la luna, las velas, las lámparas de petróleo ni la electricidad. No necesitaremos la luz creada por Dios ni la que hace el hombre, porque tendremos a Dios mismo, quien es la luz interior. Al mismo tiempo esta luz resplandece en y a través de las piedras preciosas, como una piedra de jaspe, lo cual representa a los creyentes transformados (Ap. 21:11). La piedra de jaspe es “diáfana como el cristal”. Dios, la luz, dentro del Cordero, la lámpara, resplandece a través de la ciudad. Dentro de la ciudad está la luz resplandeciente. Afuera, la luz expresa la gloria de Dios, de modo que toda la ciudad manifiesta la gloria de Dios. La gloria de Dios es Dios mismo, quien resplandece a través de la ciudad mediante el transparente muro de jaspe (21:18). Esto es lo que debe ser la iglesia hoy: una composición viviente de Dios, donde Cristo es nuestra luz resplandeciente por dentro y nuestra expresión de gloria por fuera.

Una mezcla del Dios Triuno y el hombre tripartito

  Fuimos redimidos y regenerados, y ahora somos transformados. También estamos en el proceso de glorificación. Nuestro espíritu ha sido regenerado, nuestra alma dificultosa está siendo transformada, y nuestro pobre cuerpo espera la transfiguración.

  En la Nueva Jerusalén el Dios Triuno está completamente mezclado con el hombre tripartito redimido, regenerado, transformado y glorificado. Esta mezcla es la morada eterna de Dios, simbolizada por el número doce. Doce consta de tres multiplicado por cuatro. Lo sabemos porque la ciudad es cuadrada, tiene cuatro lados. En cada lado hay tres puertas (21:13). Por la eternidad la Nueva Jerusalén será una mezcla completa, y no una simple adición. Consta de una multiplicación: el Dios Triuno (tres) multiplicado por el hombre (cuatro).

  En la Nueva Jerusalén el número doce se usa catorce veces. Los doce cimientos de las doce piedras preciosas tienen sobre ellos los nombres de los doce apóstoles (21:14, 19-20). Doce puertas de doce perlas con doce ángeles tienen inscritos en ellas los nombres de las doce tribus (21:12, 21a). La ciudad mide doce mil estadios en tres dimensiones (21:16). La altura del muro es ciento cuarenta y cuatro codos (21:17a), lo cual es doce multiplicado por doce codos. El árbol de la vida produce doce frutos en cada uno de los doce meses (22:2). El número doce, que ocurre tantas veces, significa que la ciudad santa es una mezcla del Dios Triuno con el hombre tripartito.

Un edificio en resurrección

  Apocalipsis 21:17b dice que el muro es “de medida de hombre, la cual es de ángel”. Esta es una señal que indica que para aquel entonces el hombre será como los ángeles. En Mateo 22:30 el Señor Jesús indicó que en la resurrección el hombre será “como los ángeles de Dios en los cielos”. Por consiguiente, el hecho de que el hombre sea como los ángeles indica el principio de resurrección. Por tanto, toda la ciudad estará en resurrección. Cristo la Cabeza y nosotros Sus miembros estaremos en resurrección.

La plena expresión del Dios Triuno

  El muro es hecho de jaspe, y la luz de la ciudad es como jaspe (21:18, 11). En 4:3 se dice claramente que Dios sentado en el trono es semejante a jaspe. Entonces, jaspe representa el aspecto de Dios. En la eternidad la Nueva Jerusalén tendrá la apariencia de Dios. Dios es semejante a jaspe, y toda la ciudad tendrá la apariencia de jaspe. Esto indica que será una expresión corporativa y eterna de Dios.

  Con esto vemos el cumplimiento de Génesis 1:26. La Biblia empieza de la misma manera en que termina. Empieza con la imagen de Dios, la cual tiene como fin Su expresión, y termina con una expresión corporativa, vasta, inmensa y espléndida. Esta es la máxima consumación del tabernáculo y del templo. La Biblia da constancia de estas dos cosas: el tabernáculo y el templo. La conclusión de la Biblia es la consumación del tabernáculo y del templo.

  Lo que es la Nueva Jerusalén debe ser lo que compone la iglesia hoy. Con respecto a nosotros, la iglesia en el recobro del Señor, el Dios Triuno debe ser nuestra estructura, la vida divina debe ser nuestro suministro y alimento interior, y la luz divina debe ser nuestro resplandor interior y nuestra expresión exterior. Este es el testimonio de Jesús. Al principio del libro de Apocalipsis se encuentran los candeleros, que son el testimonio de Jesús (1:2, 12). Luego, al final del mismo libro, se encuentra el conjunto de todos los candeleros: la Nueva Jerusalén, el testimonio eterno de Jesús. Hoy en día debemos ser un testimonio viviente de Jesús. No somos una obra cristiana ni somos sencillamente un grupo cristiano. Somos el testimonio de Jesús, el candelero actual, el cual tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén. Lo que seremos allí debe ser lo que somos primero aquí.

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