
Lectura bíblica: Gn. 1:11, 12, 29; Lc. 8:5-8a, 11-15; Mt. 13:4-8, 19-23, 24, 31, 33, 37-38, 44-46; 1 Co. 3:6-9, 10-12; 1 P. 1:23; Jac. 1:18; Ap. 14:4b, 15
Hasta ahora hemos abarcado tres aspectos de la vida: el árbol de la vida, el río de la vida, y el aliento de la vida. El árbol de la vida tiene como fin que lo comamos, el río de la vida, que lo bebamos, y el aliento de vida, que lo respiremos. Necesitamos el aire, el agua y el alimento para existir. El aire es lo primero en el mantenimiento de la vida, el agua es lo segundo, y el alimento es lo tercero. Una persona puede ayunar sin comer ni beber, pero no puede dejar de respirar. Si nos graduamos de la respiración, “nos graduamos” de la vida y morimos. Hemos visto que el alimento viene del agua, y el agua viene del aire. Por consiguiente, el aire es lo básico en el mantenimiento de la vida.
En este capítulo, queremos ver el cuarto aspecto de la vida, el de la semilla de vida. Este aspecto es mucho más profundo que los otros tres aspectos. Es menester que sepamos qué es la vida. Muchos llamados maestros de la Biblia no pueden ofrecer la ayuda práctica en cuanto a la vida, porque ellos mismos no entienden claramente qué es la vida. Quizás tengan muchas enseñanzas, pero nunca se han dejado impresionar con las cosas de la vida. La Biblia nos muestra el árbol de la vida, el río de la vida, el aliento de vida y la semilla de la vida. El árbol es alimento para comer, el río es agua para beber, el aliento es aire para inhalar, y la semilla es un envase para la vida. La esencia vital, o sea, el germen, el poder engendrador de la vida, el crecimiento de la vida, la transformación de la vida y la vida de resurrección están incluidos en la semilla de la vida. La palabra semilla tiene un significado todo-inclusivo, puesto que habla de la corporificación de la vida e incluye todo lo relacionado con la vida.
Hemos visto que Génesis 1 no es un simple relato de la creación, sino mayormente de la vida. Génesis 1:11-12 nos dice que la tierra produjo “hierba que [da] semilla” y el versículo 29 se refiere a un “árbol ... que da semilla”. Según el plan original de Dios, El dio por alimento al hombre sólo la hierba que daba semilla y el árbol que daba semilla. Todo lo que no daba semilla Dios no lo designó como alimento para el hombre. Antes de la caída lo que Dios le dio al hombre como alimento era algo que daba semilla. Esto se debe a que en la intención de Dios, en la economía de Dios, el hombre debe ingerir, recibir y disfrutar la vida todo el tiempo. El hombre no debe comer, ingerir, lo que no da semilla. Todo lo que el hombre toca, ingiere o come, debe ser algo de vida y algo que produce la vida, o sea, algo que da semilla.
Dios no quiere que el hombre coma cualquier cosa que no sea vida. Dios no tiene la intención de que el hombre tenga contacto con lo que no da semilla. Todo lo que el hombre toca, todo lo que ingiere, todo lo que come como sustento, debe dar semilla. Muchos libros que podemos leer no dan semilla. Pero muchos de entre nosotros, los que hemos leído el libro La economía de Dios, podemos testificar que éste da semilla. Según Génesis, lo que el hombre come debe ser algo que dé semilla. Cualquier cosa que no dé semilla no debe comerse. El árbol de la vida es un árbol que da semilla. Dentro de la semilla lo principal es la vida. La esencia vital, el germen vital, está en la semilla, y esta vida, contenida en la semilla, tiene como fin producir. También podemos decir que la vida en la semilla es para resucitar, extenderse, transformar y crecer. La vida está en la semilla, y la semilla nos es alimento. En otras palabras, la vida está en Cristo, y Cristo es alimento para nosotros.
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el Señor Jesús tiene muchos títulos. Entre Sus muchos títulos, El tiene el título de “la simiente”. En Génesis 3:15 El es la simiente de la mujer y como tal herirá la cabeza de la serpiente. En 2 Samuel 7, El es la simiente de David (v. 12). En Génesis 12 El es la simiente de Abraham (v. 7). En el Nuevo Testamento, Gálatas 3 nos dice que la simiente de Abraham es el Señor Jesús (v. 16). Abraham tuvo dos hijos, Ismael y Isaac, pero una sola semilla. Ismael era hijo de Abraham, pero no fue la simiente. Gálatas 3 nos dice que la única simiente de Abraham es Cristo, a quien Isaac tipificaba. Isaac, como simiente de Abraham, era un tipo de Cristo.
En los Evangelios, el Señor Jesús se comparó con un sembrador que siembra la semilla. La semilla es la palabra de Dios (Lc. 8:11), los hijos del reino (Mt. 13:38), y Cristo mismo (1 P. 1:23). La palabra de Dios es la corporificación de Cristo. Decir que la palabra de Dios es la semilla significa que la semilla es Cristo. Como hijos del reino, nosotros también somos la semilla, lo cual significa que somos la reproducción de Cristo, la semilla única. En Juan 12:24, el Señor Jesús indicó que El era el grano único, o sea, la semilla, que cayó en la tierra y murió. Por medio de la muerte del único grano de trigo, muchos granos se produjeron. El único grano es Jesús, y nosotros somos los muchos granos. Así que, somos la reproducción de Jesús porque los muchos granos son la reproducción del único grano. Las palabras humanas no son adecuadas para explicar el misterio maravilloso y profundo de la rica y todo-inclusiva semilla de la vida. Debemos recordar que la palabra de Dios, Cristo y nosotros somos la semilla. No debemos ser ambiciosos por ser simples maestros de la Biblia, pero sí debemos ser semillas para la reproducción de la vida. El apóstol Pablo dijo a los corintios que él era su padre, el que los engendró mediante el evangelio (1 Co. 4:15).
En 1 Corintios el apóstol Pablo usó tres frases para describir su relación con ellos: “Os di a beber” (3:2); “yo planté” (3:6); y “os engendré” (4:15). Pablo hizo hincapié en el hecho de que había engendrado a los corintios y que los había plantado y dado de comer. Pablo era un padre, un agricultor y un alimentador. En nuestra localidad debemos ser sembradores y semillas. Tenemos que sembrarnos en la vida de iglesia en nuestra localidad. Debemos engendrar, plantar y alimentar a otros. Es preciso que seamos semillas que contengan la vida, o sea semillas que den alimento. No debemos quedarnos en nuestras localidades simplemente para impartir enseñanzas o conocimiento. Debemos estar allí como semillas que contienen la vida, las cuales son buenas para comer y para alimentar a otros. Debemos plantarnos, sembrarnos, como semillas en nuestras localidades. Entonces seremos padres y agricultores. Seremos personas que reproducen y producen la vida.
Mateo 13 y Lucas 8 nos muestran que el Señor vino para sembrar la semilla, la cual es El mismo. Después de sembrarse en nosotros, la semilla de la vida necesita crecer, y su crecimiento exige que cooperemos, que coordinemos con ella. Nuestra cooperación, o coordinación, consiste en mantener un corazón correcto. El problema no yace en el espíritu sino en el corazón. El corazón incluye la conciencia (He. 10:22), la mente (He. 4:12), las emociones (Jn. 16:20), y la voluntad (Hch. 11:23). Si vamos a coordinar con el crecimiento de la semilla que está en nuestro interior, tenemos que trabajar en nuestra conciencia, nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad. Si no resolvemos los problemas de todas las partes de nuestro corazón, le será difícil a la semilla de vida crecer en nosotros. El Señor Jesús dio cuatro ejemplos de la clase de corazón que se puede tener: el que está junto al camino, el de entre los pedregales, el de entre los espinos y el de la buena tierra (Mt. 13:4-8, 19-23; Lc. 8:5-8a, 11-15).
El lugar junto al camino es el área que yace al perímetro del campo y está junto a la senda. Puesto que está muy cerca a la senda, es muy fácil que el tráfico la endurezca. Los corazones de muchos incrédulos y muchos creyentes son duros. Junto al camino es el lugar donde el corazón es endurecido por el tráfico mundano. Es posible que nuestro corazón esté muy cerca al tráfico del mundo actual. La semilla no puede penetrar un corazón tal como éste, endurecido por el tráfico mundano. La semilla sólo puede caer en la superficie donde los pájaros, que representan al maligno, Satanás, pueden ir y llevársela. Satanás, el maligno que está en los aires (Mt. 13:19), sabe que la semilla no puede entrar en el corazón que es semejante al lugar junto al camino, así que viene para llevarse la semilla. Antes de que siembren los agricultores, generalmente labran la tierra para prepararla. Pero el lugar junto al camino está endurecido y, por está razón, les es muy fácil a los pájaros llevarse las semillas. Si nuestro corazón es el lugar junto al camino, le es fácil a Satanás venir y llevarse la palabra sembrada en nuestro corazón.
La siguiente clase de tierra es la que se encuentra en los pedregales. Mateo 13:5 dice que esta clase de tierra carece de “profundidad de tierra”. En la superficie está la tierra pero debajo están las piedras. Debajo de la tierra de nuestro corazón, tal vez haya pedregales. El lugar junto al camino es duro, pero no tan duro como son las piedras. Es posible que en la superficie nuestro corazón parezca ser suave, pero debajo podemos ser tan duros como las rocas. La semilla que está en nosotros puede crecer y brotar, pero no puede arraigarse profundamente en nosotros por causa de los pedregales. Los que tienen corazones que no son muy profundos y que tienen pedregales no pueden soportar ninguna tentación ni persecución. Las rocas pueden representar los pecados escondidos, los deseos personales, la búsqueda egoísta y la compasión de sí mismo, los cuales impiden que la semilla se arraigue en lo profundo del corazón. Lucas 8:6 nos dice que la semilla que cayó sobre la piedra brotó pero se secó porque no tenía agua. La tierra no muy profunda se seca fácilmente por el calor del sol. Si la tierra es profunda, la superficie puede secarse, pero aún así habrá algo de humedad o de agua debajo de ella que sostiene el crecimiento de vida. Todos debemos acudir al Señor y permitir que El nos examine para que veamos cuán profunda es la tierra en nosotros.
Los espinos representan la ansiedad de la edad, el engaño de las riquezas y los placeres de la vida que ahogan la semilla (Mt. 13:22; Lc. 8:14). Estos espinos ahogan la palabra, no permitiéndola crecer en el corazón y haciéndola infructuosa.
Un corazón bueno es uno que ha sido completamente cultivado y es suave para con el Señor. No está endurecido por el tráfico mundano, no tiene pecados escondidos ni le molestan las preocupaciones de este siglo, el engaño de las riquezas ni los placeres de la vida. El lugar junto al camino, los pedregales y los espinos tienen que ser tratados de manera cabal para que tengamos un corazón bueno. El buen corazón tiene una conciencia pura y buena, una mente seria y sobria, emociones afectuosas pero también restringidas, y una voluntad suavizada y flexible. Un corazón así da cada pulgada para recibir la palabra a fin de que ésta crezca, dé fruto y produzca a ciento (Mt. 13:23).
En Mateo 13 las primeras tres parábolas tratan de la semilla. La primera parábola habla del sembrador que siembra la semilla, la segunda trata del sembrador que siembra la buena semilla (vs. 24-30), y la tercera habla del sembrador que siembra la semilla de mostaza (vs. 31-32).
La cuarta parábola trata del producto de la semilla: la flor de harina (vs. 33-35). Esta parábola nos dice que una mujer tomó levadura y la escondió en la flor de harina sin levadura hasta que toda fuese leudada. En las Escrituras “levadura” representa las cosas malignas (1 Co. 5:6, 8) y las doctrinas malignas (Mt. 16:6, 11-12). La flor de harina, con la cual se hace la ofrenda de harina (Lv. 2:1), representa a Cristo como alimento tanto para Dios como para el hombre. Esta mujer tipifica a la Iglesia Católica, la cual tomó las prácticas paganas, las doctrinas heréticas y los asuntos malignos y lo mezcló todo con las enseñanzas acerca de Cristo y así leudó todo el contenido del cristianismo.
La quinta parábola trata del tesoro escondido en un campo, y la sexta parábola, del comerciante que halla una perla de gran valor. El tesoro escondido en el campo debe de consistir en oro o en piedras preciosas, los materiales usados para edificar a la iglesia y a la Nueva Jerusalén (1 Co. 3:12; Ap. 21:18-20). La perla también es material que se usa para edificar a la Nueva Jerusalén (21:21). El oro, la perla y las piedras preciosas son producto del crecimiento de la semilla de la vida. Dentro de la semilla se halla el elemento de transformación. El árbol de la vida en Génesis 2:9-12 produce el oro, la perla (bedelio) y las piedras preciosas (el ónice).
En 1 Corintios 3:6 Pablo dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Luego pasó a revelar que la iglesia es “labranza de Dios, edificio de Dios” (3:9), y que necesitamos edificar la iglesia con oro, plata y piedras preciosas (3:12). El oro, la plata y las piedras preciosas que se usan en el edificio de Dios provienen del crecimiento de la vida en la labranza de Dios. La iglesia, la casa de Dios, debe ser edificada con oro, plata y piedras preciosas, o sea, los materiales preciosos producidos al crecer Cristo en nosotros. Como labranza de Dios, nosotros tenemos a Cristo plantado en nosotros. Cristo debe también crecer en nosotros y brotar de nosotros para producir los materiales preciosos de oro, plata y piedras preciosas para la edificación de la morada de Dios en la tierra. En Mateo 13 así como en 1 Corintios 3 se hallan los conceptos de la semilla de la vida, el crecimiento en vida y la transformación en vida. La semilla de la vida se siembra dentro de nosotros y crece en nosotros para transformarnos en materiales preciosos que han de usarse en el edificio de Dios.
Pedro nos dice que nacimos de nuevo de la semilla incorruptible (1 P. 1:23). Luego Jacobo nos dice que nacimos para ser primicias de Sus criaturas (1:18). El nos regeneró para ser las primicias de Su nueva creación al impartir Su vida divina en nuestro ser mediante la palabra implantada de la vida (Jac. 1:21).
En Apocalipsis 14 encontramos las primicias de los creyentes, las cuales son arrebatadas antes de la gran tribulación (v. 4b) y la cosecha de los creyentes, la cual es arrebatada casi al final de la gran tribulación (v. 15). De esta cosecha provienen todas las piedras preciosas necesarias que han de usarse en el edificio de Dios, la Nueva Jerusalén. Finalmente, la labranza produce el edificio de Dios. Somos la labranza de Dios y el edificio de Dios. En Génesis la semilla de la vida se menciona primero y en Apocalipsis tenemos la cosecha de la semilla. Entre Génesis y Apocalipsis se ven la siembra de la semilla, el crecimiento de la misma, y la transformación en vida provocada por este crecimiento. Damos gracias al Señor por la semilla de la vida.