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Mensajes del libro «Revelación crucial de la vida hallada en las Escrituras, La»
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CAPITULO SEIS

EL FLUIR DE LA VIDA

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  Lectura bíblica: Ez. 47:1-12; Is. 55:1-3

  En el capítulo cinco vimos que necesitamos experimentar continuamente el fluir de la vida en la casa de Dios y es preciso que el Señor nos mida para que aumente el fluir de la vida. En este capítulo queremos ver más en cuanto al fluir de la vida en Ezequiel 47 e Isaías 55.

EL FLUIR DE LA VIDA PROCEDE DE LA CASA DE DIOS

  El libro de Ezequiel trata del recobro. El recobro de la edificación de la casa empieza en el capítulo cuarenta, y al final del capítulo cuarenta y seis el edificio está completo. En el capítulo cuarenta y siete las aguas salen de la casa edificada. Todo el Antiguo Testamento es un libro de cuadros, los cuales nos muestran algo con respecto a nuestra situación actual. Con el cuadro presentado en Ezequiel 47 podemos ver que el fluir de las aguas divinas siempre salen del edificio de Dios. Ahora estamos en la edad de recobro, y el fluir de la vida divina tiene que proceder de la casa recobrada de Dios.

  En la mayoría de los cultos religiosos del cristianismo, los que asisten experimentan una sensación de sequedad y no de riego. Cuando yo estaba en el cristianismo, oí muchas enseñanzas, pero me sentí seco porque el agua viva fluía muy poco. Apenas había un fluir porque la casa de Dios no había sido recobrada. Cuando uno entre en una iglesia local que está en debidas condiciones, tendrá la sensación de agua refrescante. Siempre sentimos el riego cuando entramos en algunas de las iglesias locales porque allí se encuentra el recobro de la edificación de la casa de Dios. Donde está la casa, allí está el fluir del agua viva.

  El fluir de agua viva procede de la casa porque el origen, la fuente, el manantial, del agua viva está en la casa. El Señor Jesús es el origen. El es la fuente, y ahora tiene un lugar en la tierra donde ubicarse. El tiene un lugar donde morar, donde se puede establecer. Los que nos reuníamos en diferentes grupos en el cristianismo podemos testificar que cuando nos reuníamos allí, no nos parecía que el Señor se hubiera establecido allí. Cuando me reunía allí, me parecía como si el Señor estuviera fuera de la puerta. Esto es semejante a Apocalipsis 3 donde el Señor como Cabeza de la iglesia está fuera de la iglesia degradada, tocando a la puerta (v. 20). No nos parecía que el Señor se hubiera establecido allí, así que no estábamos satisfechos ni establecidos. No obstante, cuando llegué a la vida práctica de iglesia, percibí que el Señor Jesús estaba allí y yo también me establecí.

  El Señor Jesús está dentro de la casa como el origen del agua viva; de El fluye el agua viva. Edificar las iglesias locales es de gran importancia. Tenemos que prestar toda nuestra atención a la casa de Dios, y es menester que nos quedemos en la casa. Ezequiel nos dijo que el Señor lo llevó a la entrada de la casa (47:1). Nos debe impresionar que necesitamos la casa. Laboran mucho en el cristianismo de hoy pero, ¿dónde está el fluir? Hay mucha predicación del evangelio, muchas enseñanzas bíblicas, y muchas obras misioneras pero, ¿dónde está el fluir? Se siente la sequedad en vez del riego. Muchos cristianos que buscan más del Señor no están satisfechos debido a la sequedad. Buscan el agua. Los que buscan más del Señor desean el fluir del agua viva. De la maravillosa edificación de Dios viene el fluir del agua viva.

EL SEÑOR DESEA UN RIO

  El Señor, como hombre de bronce [Ez. 40:3], necesita medirnos para que el fluir de la vida aumente en nosotros, en la casa. El es aquel que prueba, que juzga, que examina y que posee porque nos mide. Cuanto más nos mida, más profundo y ancho será el fluir. Después de que El nos haya medido por completo, el fluir llegará a ser un río. En cada ciudad necesitamos un río. Cuando el hombre de bronce mide dentro de la casa, el resultado es el río. Simplemente estar en una iglesia local no es adecuado. Todos necesitamos que el Señor nos mida. Es posible estar en la iglesia local sin que el agua viva sea muy profunda. El fluir en la iglesia tal vez no sea un río. Cuando el Señor nos mida de manera adecuada, tendremos el río. El Señor no está contento de que haya sólo un fluir del agua viva. El desea que haya un río, porque las aguas del río riegan, sanan y producen. En 47:6 el Señor le preguntó a Ezequiel: “¿Has visto, hijo de hombre?” Todos tenemos que ver este cuadro maravilloso en Ezequiel.

EL RIO RIEGA EL DESIERTO Y SANA EL MAR MUERTO PARA PRODUCIR VIDA

  En 47:8 el Señor le dijo a Ezequiel: “Estas aguas salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas”. En el versículo 8 el río desciende al desierto. Aquí Arabá es el nombre hebreo para desierto, la tierra seca, la tierra árida donde nada crece; por ende, el desierto. Esta tierra necesita agua. El río riega la tierra seca y sana el Mar Muerto. Arabá está cerca al Mar Muerto. Josué 3:16 llama al Mar Muerto el mar del Arabá. El Mar Muerto o el Mar de Sal está cerca al Arabá. Debido a que el río fluye al mar, las aguas saladas del mar reciben la sanidad. El mar ya llega a ser el agua dulce porque la sal ha sido absorbida. El río viene primero para regar la tierra seca donde nada crece y para sanar las aguas de la muerte. Este riego y esta sanidad tienen como fin producir la vida.

  Las dos categorías básicas de la vida producida en Ezequiel 47 son la vida vegetal y la vida animal. El versículo 7 nos dice que “en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado”. Los árboles pertenecen a la vida vegetal. El río de agua produce una abundancia de peces (v. 9). El versículo 10 dice: “Y junto a él estarán los pescadores, y desde En-gadi hasta En-eglaim será su tendedero de redes; y por sus especies serán los peces tan numerosos como los peces del Mar Grande”. Conforme al hebreo, En-gadi significa “la fuente de cabritos” y En-eglaim significa “la fuente de dos becerros”. Así que, el fluir del río produce árboles, peces y ganado. Los pescadores tendieron sus redes en la tierra de En-gadi a En-eglaim. Tendieron sus redes en la tierra entre estas dos fuentes. Los árboles, los peces y el ganado en Ezequiel 47 se mencionan según la secuencia dada en Génesis 1, donde la vida vegetal se menciona primero, en segundo lugar, los peces y en tercer lugar el ganado.

  Necesitamos En-gadi y En-eglaim, las fuentes de los cabritos y los becerros. Debemos darnos cuenta de que todas las posibilidades que haya en el recobro del Señor reposan en los jóvenes. Me alegro ver a tantos “cabritos” y “becerros” en la vida de iglesia. Yo soy un santo mayor y agradezco mucho por todos los santos mayores que están entre nosotros. Todos los “cabritos” necesitan el cuidado de los santos mayores. Aunque amo y aprecio a todos los santos mayores, profundo en mi ser me doy cuenta de que el futuro, la prosperidad, y las posibilidades en cuanto al mover del Señor reposan en los jóvenes, en los “cabritos” y los “becerros”. El hecho de que haya muchos jóvenes entre nosotros y que estén llenos de vida es indicio de que la iglesia local es la fuente de los cabritos y de los becerros.

  Todos nosotros los santos mayores debemos estar muy contentos de que tengamos tantos cabritos. Los cabritos son un indicio de la vida nueva que existe en el recobro del Señor. Cuánto debemos dar gracias al Señor por los numerosos jóvenes que tenemos. Necesitamos agradecerle al Señor porque el Arabá, el desierto, la tierra seca, el desierto árido ha llegado a ser la fuente de cabritos y becerros. También necesitamos alabar al Señor porque el Mar Muerto, el Mar Salado, ha llegado a ser el mar vivo y dulce que produce una multitud de peces. Con el fluir del río también hay pescadores (47:10). Pescar significa aumentar. Todos los cabritos y los becerros deben ser pescadores. El cuadro presentado en Ezequiel 47 nos muestra que junto al río hay árboles, peces, cabritos, becerros, pescadores y redes.

NECESITAMOS SER MEDIDOS POR EL BIEN DEL MOVER DEL SEÑOR

  El punto principal de Ezequiel 47 es que todos necesitamos estar dispuestos a ser medidos. No necesitamos luchar, pelear o ejercer nuestros propios esfuerzos para hacer algo. Sólo necesitamos estar dispuestos a ser medidos una y otra vez. Debemos decirle al Señor: “Señor, estoy dispuesto a ser medido”. Luego el fluir, con el tiempo, llegará a ser un río. Si los santos de las iglesias locales están dispuestos a ser medidos una y otra vez, cuatro veces más ciento por ciento, habrá un río que regará el desierto árido, sanará el mar muerto, hará crecer los árboles y producirá los peces, los becerros y los cabritos. Lo que necesitamos es ser medidos por el bien del mover del Señor. Necesitamos ser probados, examinados y poseídos por el Señor.

  El hecho de que el agua llegue a los tobillos significa que sólo una pequeña parte de nuestro ser ha sido poseída por el Señor. Cuando el agua llega a los lomos, el Señor posee parte de nuestro ser, pero la otra parte está libre. Si estamos dispuestos a ser medidos ciento por ciento, nos devorará el agua viva. Entonces, en cierto sentido, perderemos nuestra libertad, pero en otro sentido realmente estaremos libres. Cuando el Señor nos posea por completo, estaremos verdaderamente libres. El fluir del agua viva nos llevará hacia la meta. Si estamos dispuestos a ser edificados como casa del Señor, el Señor estará en nosotros como fuente de agua viva. Si estamos dispuestos a ser medidos para que el Señor pueda poseer más y más de nosotros hasta que nos posea por completo, tendremos aguas en las cuales podremos nadar, un río que no se puede pasar.

  El río fluye y riega la tierra seca, sana el mar muerto, y produce árboles, peces, cabritos y becerros. Debido al río se puede cultivar y hacer crecer los árboles, se puede pescar los peces, y se puede criar el ganado y los cabritos. Si estamos dispuestos a ser edificados y medidos una y otra vez, tendremos los árboles, los peces y el ganado. Esto significa que tendremos el alimento que incluye el producto de los árboles, el producto de la granja y el producto de los mares. Cuando el Señor alimentó a los cinco mil, les dio a comer algo de la tierra, o sea los cinco panes, y algo del mar, los dos peces. El fluir del río produce las riquezas de la tierra y del mar, las riquezas de la vida animal y la vida vegetal, o sea las riquezas de Cristo.

VENID A LAS AGUAS SIN DINERO PARA COMPRAR Y COMER

  Isaías 55:1 dice: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed”. No se menciona el beber en este versículo. Nos dice que vengamos a las aguas y comamos; no nos dice que bebamos. Además, este versículo dice que vengamos y compremos los que no tenemos dinero. ¿Cómo podemos venir a las aguas para comer y cómo podemos comprar sin dinero?

  Ezequiel 47 nos dice que había muchos árboles en las orillas del río (v. 12), lo cual muestra que cuando nos acercamos a las aguas, llegamos a la comida. Puede ser que tengamos la intención de simplemente beber, pero también recibimos algo para comer. El beber y el comer van juntos. En Génesis 2 se ve el árbol de la vida con el río que fluye de Edén para regar el huerto (vs. 9-10). Al final de la Biblia tenemos el río de agua de vida y en sus dos lados el árbol de la vida está creciendo y extendiéndose (Ap. 22:1-2). Cuando llegamos a las aguas, hay alimento para nosotros.

  Ahora tenemos que ver cómo el Señor puede decirnos que vengamos y compremos sin dinero y sin precio. En Apocalipsis 3 el Señor le aconsejó a la iglesia que estaba en Laodicea que comprara de El aunque era desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda (vs. 17-18). Por un lado, no tenemos el dinero con que comprar, pero por otro, no podemos decir que no tenemos nada. Tal vez no tengamos el dinero, pero sí tenemos a nosotros mismos. Tenemos que gastarnos a nosotros mismos como precio pagado. Debemos darnos al Señor. Isaías 55:3 dice: “Inclinad vuestro oído, y venid a mí”. Este es el precio. El precio no tiene nada que ver con el dinero. No tiene nada que ver con lo que tenemos. El precio es lo que somos nosotros. Tenemos que ofrecernos al Señor como el precio que pagamos.

  Cuando llegamos a las aguas, allí está el alimento, y cuando nos parece que no tengamos nada, tenemos a nosotros mismos. El Señor quiere nuestras propias personas. Por consiguiente, nos llama a acercarnos y entregarnos a El. Comprar el oro en la epístola a Laodicea equivale a abrir la puerta (Ap. 3:20). Abrir la puerta es entregarnos al Señor. Todos necesitamos decirle al Señor: “Señor, me doy a Ti”. Si tenemos sed, necesitamos ir y comprar sin dinero pero con nosotros mismos. Debemos ir y darnos al Señor. Cuando pagamos este precio, podemos beber. También cuando nos acercamos para beber, recibimos el alimento porque el agua incluye el árbol de la vida.

LAS MISERICORDIAS FIRMES A DAVID

  La última parte de Isaías 55:3 dice: “Haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David”. Así como promulgaron el estatuto y la ordenanza cuando bebieron en Exodo 15, un pacto eterno fue hecho aquí con el llamamiento a los sedientos a venir a las aguas a comer. Cuando bebemos y comemos se hace un pacto eterno. Este pacto es un contrato o un acuerdo hecho por el Señor con nosotros. El Señor llega a estar ligado a nosotros. Cuando nos damos al Señor para beber y obtener el alimento, el Señor hace un pacto eterno con nosotros, lo cual significa que tenemos un disfrute asegurado y constante. Lo que disfrutamos del Señor llega a ser constante, firme y asegurado. Este pacto eterno es la mejor compañía de seguros, la cual asegura lo que disfrutamos de las misericordias firmes a David. Las misericordias firmes a David constan de todo lo que es el Señor con relación a la casa de David. Todo lo que es el Señor como misericordias para con la casa de David constituye nuestra porción asegurada del pacto eterno.

  Podemos comprender por la comunión que hemos disfrutado hasta este punto que la vida divina siempre está relacionada con el beber y el comer. Si no bebemos y no comemos, se pierde la vida. La vida divina está en el árbol y en el río, y recibimos esta vida al beber y comer. Cuando nos acercamos a las aguas, no sólo recibimos las aguas sino también el alimento. Cuando comemos y bebemos del Señor, El hace un pacto eterno con nosotros. Este pacto es el acuerdo firmado del Señor, o sea, la póliza de seguros, por el cual todas las misericordias dadas a David se nos hacen firmes. Su pacto eterno asegura y garantiza las misericordias firmes. Todo lo que es el Señor ahora constituye las misericordias firmes dadas a la casa de David. Hoy somos la casa de David y disfrutamos las misericordias firmes a David, las cuales son las riquezas de la vida divina.

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