
Lectura bíblica: Gn. 2:7; Ez. 37:1-14, 26-28; Jn. 20:22; 3:8; Hch. 2:2, 4; 2 Ti. 3:16; Ap. 11:11; 2 Ts. 2:8
En los últimos capítulos vimos que el Señor es nuestro suministro de vida como el agua que bebemos y el alimento que comemos. También vimos que el alimento se encuentra en el agua. Isaías 55 nos dice que cuando nos acercamos a las aguas, comemos. El árbol de la vida como alimento crece en el agua de la vida. Por lo tanto, si queremos comer del árbol de la vida, tenemos que acercarnos al agua de la vida. Debemos acudir al agua para obtener nuestro alimento. Isaías 55:1 nos dice que cuando venimos a las aguas, comemos y compramos “sin dinero y sin precio, vino y leche”. Es difícil decir si la leche es solamente agua o solamente alimento, porque la leche es alimento disuelto en agua. El mismo principio se aplica al vino: es alimento disuelto en agua. El vino es hecho de las uvas, las cuales son un alimento. Cuando las uvas se convierten en vino, son alimento disuelto en agua.
El alimento se halla en el agua, y el agua está en el aire. Cuando el agua se convierte en vapor, entra en el aire. El aire envía el agua a la tierra en forma de lluvia, y el agua que está en la tierra se vaporiza y regresa al aire. Hay aparatos llamados vaporizadores que convierten el agua en vapor para que sea inhalada. Después de cierto tiempo, el agua que está en el vaporizador entra en el aire. Cuando permanecemos en un cuarto donde funciona un vaporizador, inhalamos el aire y recibimos agua, porque el agua está en el aire.
Génesis 2:5-6 dice: “Y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra, sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra”. He aquí el vapor del cual hablamos. Las plantas crecen para producir alimento al ser regado, y el agua viene del aire. El aire envía el agua, y ésta da por resultado el alimento. En Ezequiel 47 vimos que junto con el agua los árboles sirven como alimento. El agua sana el Mar Salado y produce muchos peces. El agua también riega el desierto, convirtiéndolo en fuentes de cabritos y becerros. Los árboles, los peces, y el ganado son alimento. Este alimento viene del agua, y el agua del aire.
Si queremos obtener alimentos, tenemos que acercarnos al agua. Si queremos recibir el agua, necesitamos el aire. Si deseamos comer, tenemos que beber. Si vamos a beber, debemos respirar. Cuando inhalamos el aire, recibimos el agua. Además, en el agua obtenemos el alimento.
Finalmente, el aire es el aliento, y en la Biblia el aliento es el Espíritu. En el hebreo así como en el griego, la palabra traducida “Espíritu” es la misma palabra que se traduce “aliento”. La palabra griega que se traduce “Espíritu” es pneúma, y la palabra hebrea traducida “Espíritu” es ruach. En Ezequiel 37 este vocablo hebreo se traduce en tres palabras diferentes: Espíritu, aliento y viento. La versión American Standard hace notar en el margen del texto que la palabra “aliento” se puede traducir “Espíritu” (v. 5), la palabra “viento” se puede traducir “aliento” (v. 9), y aliento se puede traducir “viento” o “Espíritu” (v. 9).
El alimento se halla en el agua, el agua se encuentra en el aire, el aire es el aliento, el aliento es el Espíritu, y el Espíritu es Dios. Juan 4:24 nos dice que Dios es Espíritu. La esencia de Dios es Espíritu. Así como la madera puede ser la esencia de una mesa, Espíritu es la esencia divina. Dios es Espíritu; El es ruach o pneúma. La esencia de Dios es el aliento divino. Dios es aliento para nosotros. De todos los seres creados, el hombre fue el único en el cual Dios exhaló el aliento de vida (Gn. 2:7). Este aliento se convirtió en el espíritu humano del hombre. Dios hizo al hombre formándolo del polvo de la tierra y soplando el aliento de vida en él. Apocalipsis 11:11 también relata un caso en el cual el aliento de vida que procede de Dios entra en el hombre. Entre los seres creados por Dios, el hombre es el único que tiene este privilegio.
Los tres capítulos principales del libro de Ezequiel son los capítulos uno, treinta y siete, y cuarenta y siete. El capítulo uno trata del fuego, el capítulo treinta y siete habla del aliento, y el capítulo cuarenta y siete trata del agua. Todas las cosas mundanas y pecaminosas, incluyendo a Satanás y sus ejércitos, experimentan la quemadura del fuego ardiente. Finalmente, todas estas cosas negativas serán echadas en el lago de fuego (Ap. 20:10), pero nosotros los creyentes seremos los constituyentes de la ciudad de agua, la Nueva Jerusalén (Ap. 22:1). Entre el fuego y el agua se halla el aliento.
En Ezequiel 47 tenemos la casa de Dios, el edificio de Dios, pero en el capítulo treinta y siete, los hijos del Señor se ven como si fueran huesos secos e inconexos. Ninguno de los huesos está unido el uno al otro. Los huesos son independientes y están separados. Estos huesos secos están en medio de un valle. Aquí el cuadro es semejante al de los hijos de Israel antes de su partida de Egipto. El último versículo de Génesis muestra que los hijos de Israel estaban en un “ataúd en Egipto” (50:26). En Ezequiel 37 se ve a los hijos de Israel como si estuvieran en sepulcros (vs. 12-13). Los huesos secos esparcidos en medio del valle fueron los huesos de los muertos (v. 9b). Satanás fue quien los mató y los enterró. Los huesos secos necesitan que el aire, el aliento, los vivifique.
Hay una expansión de aire que rodea la tierra para que la vida exista en la tierra y sirva al propósito de Dios. Como Espíritu, Dios es el verdadero aire, el aliento. En el aire tenemos el agua, y en el agua, el alimento. Dios como nuestra vida es nuestro aire, nuestra agua y nuestro alimento. Cuando comemos, bebemos, y cuando bebemos, comemos. Uno come al beber, y uno bebe al respirar. Además, uno respira al alabar. Cuando decimos: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!”, respiramos. La manera de inhalar a nuestro maravilloso Señor es decir: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!” Al inhalar al Señor de este modo, el agua nos riega y nuestra sed se apaga. Tenemos la sensación de que estamos llenos y satisfechos. Podemos inhalar, beber y comer al Señor clamando: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!” Al declarar: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!”, recibimos el aire, el agua y el alimento.
El himno #119 por A. B. Simpson habla de la respiración de modo maravilloso. El coro de este himno dice:
Exhalando, exhalando Culpas y pesar; Inhalando, inhalando De Tu gran caudal.
Necesitamos inhalar a Cristo como nuestro propio aliento. Al inhalar a Cristo podemos recibirle en lo más profundo de nuestro ser.
Debemos recordar que en Ezequiel 37 el viento es el aliento, y el aliento es el Espíritu. El versículo 9 dice: “Y me dijo: Profetiza al viento, profetiza, hijo de hombre, y di al viento: Así ha dicho Jehová el Señor: Ven de los cuatro vientos, oh aliento, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (heb.). El Señor le dijo a Ezequiel que se dirigiera al viento, llamándolo: “Oh aliento”. Esto significa que el viento es el aliento. El viento y el aliento en ese versículo son la palabra hebrea ruach. Luego el versículo 14 dice: “Y pondré mi Espíritu en vosotros”. El Espíritu mencionado en este versículo también es ruach. Así que, el viento es el aliento, y el aliento es el Espíritu. Cuando el Señor sopla, El es el viento. Cuando le inhalamos, El es el aliento. Cuando entra en nosotros, es el Espíritu. El Señor viene como el viento, le recibimos a El como aliento, El entra en nosotros como el Espíritu, y el Espíritu es la vida.
Antes de que viniera el Espíritu, nosotros éramos huesos secos. No solamente estábamos muertos y secos, sino que también estábamos sepultados y en el valle. Después de que Ezequiel profetizó: “Hubo un ruido ... y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso” (v. 7). Antes de la profecía de Ezequiel, los huesos secos estaban callados y separados. Un cementerio lleno de huesos secos y sepultados es un lugar callado. Pero nuestras reuniones no deben ser semejantes a los cementerios. Cuando nos reunamos, debe haber “ruido y temblor”. Cuando el Espíritu como el viento sopla sobre nosotros, ¿cómo podríamos estar callados? Nuestras reuniones deben estar llenas del ruido apropiado, donde todos hablamos, todos oramos, todos alabamos y todos le damos gracias al Señor. Los salmos nos dicen que aclamemos al Señor con gozo (66:1; 81:1; 95:1-2; 98:4, 6; 100:1).
Después de que los huesos se juntaron, “he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos aliento” (v. 8, heb.). Después de que se juntaron los huesos, los tendones, la carne y la piel los cubrieron. Esta cubierta mejoró mucho su apariencia. Anteriormente, eran solamente huesos secos, pero ya eran un cuerpo sin aliento. Es obra maravillosa del Señor que los huesos se juntaran sin tener vida en ellos.
Debemos interpretar a Ezequiel 37 de modo espiritual. Antes de que viniera Dios para renovarnos y regenerarnos, éramos como huesos muertos y secos. La salvación de Dios no es meramente para la gente pecaminosa sino para los muertos. Debido a que estábamos muertos y secos, también estábamos esparcidos. Ya sea que fuéramos pecadores no salvos o creyentes caídos, nos encontrábamos en condiciones de muerte, estábamos sepultados. Muchos cristianos están muertos y secos, están esparcidos y separados. No están conectados a nadie. El Señor vino para rescatarnos mediante Su palabra profetizada. Al profetizar Ezequiel, los huesos se juntaron y los tendones, la carne y la piel los cubrieron.
Estos huesos necesitaban una profecía adicional para que el aliento de vida pudiera entrar en ellos. Ezequiel profetizó de nuevo: “Y entró aliento en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo”. Primero los huesos se convirtieron en un cuerpo. Luego el aliento entró en los huesos y vivieron. Cuando se pusieron de pie llegaron a ser un ejército grande en extremo para pelear la batalla para Dios. Los huesos llegan a ser el ejército que pelea la batalla, y finalmente llegan a ser la morada en la cual Dios puede habitar y ser expresado. El fin del ejército es tener dominio para enfrentarse con el enemigo de Dios, y el de la morada es ser la expresión, la imagen de Dios. Al soplar el Espíritu, Dios es expresado y Su enemigo derrotado.
Ezequiel profetiza dos veces en el capítulo treinta y siete. Profetiza por primera vez a los huesos y por segunda vez al viento. Primero profetizó a los muertos y luego al Espíritu. El Señor mandó a Ezequiel que profetizara la segunda vez y que dijera: “Ven de los cuatro vientos, oh aliento, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (v. 9, heb.). Luego, los huesos formados como cuerpo recibieron el aliento de vida. Se pusieron de pie y llegaron a ser un ejército para pelear la batalla para Dios. Esto también le dio a Dios la base para edificarlos como Su morada. El ejército y la casa cumplen el propósito doble de Dios, el cual consiste en derrotar a Su enemigo y expresarle a El en Su imagen. El soplar del Espíritu produce la imagen y el dominio.
En el Nuevo Testamento, el Evangelio de Juan nos dice que el Señor Jesús regresó a Sus discípulos en la noche del día de resurrección (20:19). El sopló en e llos y les dijo que recibieran el Santo Pneuma (v. 22). De nuevo, la palabra pneuma puede traducirse Espíritu o aliento. El Señor sopló en los discípulos y les dijo que recibieran el Santo Aliento. Ahora el Señor en Su resurrección es el aliento de vida, el Espíritu de vida. En Juan 3 el Señor Jesús le dijo a Nicodemo que el Espíritu es como el viento, el cual sopla donde quiere y no se ve pero se puede conocer por su sonido (Jn. 3:8). El día de Pentecostés, “vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba” (Hch. 2:2). Este viento recio que soplaba era el soplar del Espíritu, el soplar del ruach o pneuma celestial.
Apocalipsis 11:11 nos dice que los dos testigos, después de estar muertos por tres días y medio, fueron resucitados cuando el espíritu de vida que venía de Dios entró en ellos. El aliento de vida entrará en los dos testigos y los resucitará durante el tiempo de la gran tribulación. En 2 Tesalonicenses 2:8 afirma que cuando el Señor Jesús regrese, matará al anticristo con el aliento de Su boca, el Espíritu. El aliento de vida nos da vida, pero mata a aquel que existe sin ley.
Según 2 Timoteo 3:16 toda la Escritura es dada por el aliento de Dios. Esto indica que las Escrituras, la Palabra de Dios, es el aliento de Dios. El hablar de Dios es el exhalar de Dios. Dios nos es aliento. En este aliento se encuentra el agua, y en esta agua el alimento. Si queremos disfrutar a Dios como alimento, tenemos que beberle como agua. Para beberle como agua, tenemos que inhalarle como aliento. Al inhalar al Señor, le bebemos y le comemos. Podemos beberle y comerle en todas partes porque podemos respirar en todo lugar. Nuestro alimento y nuestra bebida espirituales nos están disponibles en cualquier momento y en todo lugar. Hablando en términos físicos, podemos respirar en todo lugar, pero no podemos beber ni comer en todo lugar. Pero con respecto a lo espiritual, podemos comer y beber en todo lugar porque nuestro alimento espiritual está en nuestra bebida espiritual, y la bebida se encuentra en la respiración. Cuando recibimos al Señor como el aire divino, le disfrutamos como el agua viva y como el alimento celestial.