
“Y lo pondrás (el altar de incienso) delante del velo que esta junto al arca del testimonio ... donde me encontraré contigo” (Ex. 30:6). El altar de incienso estaba delante del arca. La cubierta sobre el arca es llamada el propiciatorio, y sobre el propiciatorio se rociaba la sangre redentora. Ahí el Señor se encontraba con Su pueblo.
“Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones” (Ex 30:7-8). Este es llamado el incienso constante y perpetuo que es quemado en el altar del incienso todo el día y todo el año desde la mañana hasta la noche.
Leemos en Levítico 4:7: “Y el sacerdote pondrá de esa sangre sobre los cuernos del altar del incienso aromático, que está en el tabernáculo de reunión delante de Jehová; y echará el resto de la sangre del becerro al pie del altar del holocausto, que está a la puerta del tabernáculo de reunión”. Después de que la sangre era derramada en el atrio sobre la ofrenda del altar de bronce, se llevaba al Lugar Santo para rociarse en las cuatro esquinas del altar de incienso.
De los versículos anteriores vemos que hay dos altares en el tabernáculo. El tabernáculo esta compuesto del Lugar Santo, el Lugar Santísimo y el atrio, el cual estaba fuera de la tienda misma. El altar del incienso estaba en el Lugar Santo delante del arca, pero en el Antiguo Testamento estaba separado del arca por el velo. Lo primero en el atrio era el altar de bronce. Este era el altar de las ofrendas. Así que debemos tener en mente que el tabernáculo tenía dos altares: el altar de bronce y el altar de oro. El altar de bronce era donde el sacerdote ofrecía todos los sacrificios a Dios, y la sangre de esos sacrificios era derramada sobre este altar. Este puede ser llamado el altar externo, pues estaba en el atrio. El altar de incienso era el altar que estaba dentro del tabernáculo, el cual era para quemar el incienso. Este puede ser llamado el altar interno.
La ofrenda por el pecado era degollada sobre el altar de bronce, y parte de la sangre se llevaba al altar interno para rociar a sus cuatro esquinas. Luego el resto de la sangre se derramaba al pie del altar externo.
“Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros” (Lv. 9:24). En el día de la inauguración de Aarón y de los otros sacerdotes, ellos ofrecían muchas ofrendas. Luego el fuego salía de la presencia de Jehová y caía sobre las ofrendas y las consumía. No era un fuego terrenal sino un fuego celestial. No era un fuego encendido por manos humanas, sino enviado por manos divinas. Era un fuego celestial y divino.
“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó y murieron delante de Jehová” (Lv. 10:1-2). Es algo muy serio y solemne el ofrecer fuego extraño delante de Jehová.
Luego leamos Levítico 16:12: “Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar de delante de Jehová, y sus puños llenos del perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo”. Aquí podemos ver que el sacerdote tenía que quemar el incienso con el fuego del altar de las ofrendas. Esto significa que él usaba el fuego celestial, no el fuego extraño.
Ahora debemos leer tres versículos del Nuevo Testamento. “Aconteció que ejerciendo Zacarías (el padre de Juan el Bautista) el sacerdocio delante de Dios según el orden de su turno, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte entrar en el templo del Señor a quemar incienso. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora de quemar el incienso” (Lc. 1:8-10). Aquí vemos que la interpretación de quemar el incienso es orar. Mientras el sacerdote estaba quemando el incienso, la multitud estaba orando. Por lo tanto, quemar incienso significa orar.
Como hemos visto, los sacerdotes son los que se abren al Señor, van a la presencia del Señor, se relacionan con El y tienen comunión con El hasta que El les llena haciéndoles uno con El. Ellos siempre disfrutan a Cristo como su comida y nutrimiento. Finalmente, el Señor llega a ser su contenido y su elemento interno. Luego ellos expresan a Cristo. El no es solamente su nutrimiento interno, sino también su expresión externa. Y en esta expresión externa del sacerdocio se halla la edificación del Cuerpo de Cristo, el cual es la casa de Dios, la habitación de Dios en el espíritu.
En este capítulo veremos que la comisión principal del sacerdocio es quemar el incienso delante de Dios. Dios está en el Lugar Santísimo. En el propiciatorio, el cual cubre el arca, Dios se encuentra con el hombre. ¿Cómo puede el hombre entrar en el Lugar Santísimo y encontrarse con Dios en el propiciatorio? Primero, tiene que pasar por el altar de bronce, sobre el cual las ofrendas son sacrificadas. ¿Por qué tiene el hombre que pasar por este altar? Porque él es caído y pecaminoso. El hombre caído y pecaminoso nunca puede entrar en la presencia de Dios, porque Dios es santo. Los diez mandamientos que estaban dentro del arca exigían que el hombre hiciera ciertas cosas. Pero el hombre fracasó en todo ello, y los diez mandamientos le condenaron.
Sobre el propiciatorio estaban también dos querubines de la gloria de Dios. Esto significa que no sólo la justicia y santidad de Dios (mostrada por los diez mandamientos) requieren algo del hombre, sino también la gloria de Dios. Si una persona pecaminosa quería entrar en el Lugar Santísimo sin la sangre redentora, inmediatamente moría delante de la justicia, la santidad y la gloria de Dios. Por lo tanto, si el hombre tiene que entrar en el Lugar Santísimo para encontrarse con Dios en el propiciatorio, tiene que pasar primero por el proceso de la redención. Para ser redimido tiene que ofrecer la ofrenda de pecado en el altar.
En el altar el pecado es expiado y la redención es consumada. Luego la sangre redentora de la ofrenda por el pecado se llevaba al tabernáculo para rociarse en dos lugares. El primer lugar es el altar del incienso, porque cuando conversamos con Dios y tenemos comunión con El, debemos hacerlo a través de la sangre redentora. Por eso, la sangre se aplicaba a las cuatro esquinas del altar del incienso. Sin la sangre redentora, el hombre pecaminoso no puede conversar con el Dios santo. El hombre necesita la sangre redentora para que su conducta sea aceptable a Dios.
La sangre también se llevaba al Lugar Santísimo para rociarse sobre el propiciatorio. Primero se derramaba sobre el altar de las ofrendas, luego se llevaba al tabernáculo para rociarse en las cuatro esquinas del altar del incienso, y finalmente se llevaba al Lugar Santísimo y se rociaba sobre el propiciatorio. Si nosotros deseamos contactar a Dios lo debemos hacer por medio de la redención de Cristo. Sin la sangre redentora de Cristo nunca podremos tener comunión con Dios, y nuestras oraciones nunca serán aceptables a El.
Sin la sangre no podemos entrar al Lugar Santísimo para encontrarnos con Dios en el propiciatorio. Cada vez que nos encontramos con Dios, necesitamos la sangre. Por medio de la sangre redentora el sacerdote puede ir al tabernáculo; a través de la sangre el sacerdote puede ofrecer incienso a Dios; y por medio de esta sangre el sacerdote puede entrar en el Lugar Santísimo y contactar a Dios en el propiciatorio.
El oficio del sacerdote no es primordialmente el ofrecer sacrificios. Por supuesto que el sacerdote sí ofrece las ofrendas, pero esa no es su función principal. La comisión más importante del sacerdocio es quemar incienso. Todas las ofrendas tienen como fin que se queme incienso, lo cual significa orar.
Orar no es tan sencillo y tiene mucho significado. El incienso ofrecido en el altar de oro es algo que va y viene, y este algo es Cristo. El incienso ofrecido es Cristo mezclado con el sacerdote; es Cristo yendo y viniendo.
Todos sabemos que Cristo es la realidad de todas las ofrendas sobre el altar. El es la ofrenda por el pecado, la ofrenda por la transgresión, la ofrenda de paz, la ofrenda de harina y el holocausto. El es cada una de las ofrendas. Cristo es todas las ofrendas y la sangre derramada en el altar significa la sangre de Cristo. Sabemos que el sacerdote no sólo ofrece las ofrendas en el altar sino que también participa de ellas. Ellos toman las ofrendas por medio de comer de ellas. Después de esto ellos llevan la sangre de las ofrendas al tabernáculo. Cuando ellos llevan la sangre al Lugar Santo, dentro de ellos está la ofrenda y por fuera la sangre de las ofrendas. Esto significa que Cristo está dentro de ellos y que Su sangre está por fuera. Luego ellos ofrecen el incienso. ¿Qué y quién es este incienso? Cristo! Todo es Cristo.
¿Pero cuál es la diferencia entre el Cristo del altar de las ofrendas y el Cristo del altar de incienso? El Cristo del altar de las ofrendas es tosco, pero el Cristo del altar del incienso es fino. ¿Vemos la diferencia entre las ofrendas y el incienso? Las ofrendas son toscas, incluyendo la aspersión de la sangre. Pero el incienso es muy fino. Es una manera más dulce y más fina de expresar a Cristo.
Cristo como las ofrendas satisface todos los requisitos de la justicia, la santidad y la gloria de Dios. El también satisface el hambre de los sacerdotes. Las ofrendas satisfacen tanto a Dios como a los sacerdotes. Luego el sacerdote satisfecho va al tabernáculo con la sangre para ofrecer el incienso. El incienso es también Cristo, pero en una forma más fina. Este incienso, en el sentido espiritual, es la oración que brota de nuestro interior como la verdadera dulzura de Cristo. Debe ser Cristo declarado y expresado de una manera más fina y agradable.
Además en el altar de bronce, el fuego celestial consumía todas las ofrendas. El fuego bajaba del cielo en representación de Dios como fuego consumidor. Dios es el fuego santo que consume todas las ofrendas. Es este mismo fuego que consume las ofrendas en el altar de bronce el que debe quemar el incienso en el altar de incienso. El fuego primero es usado en el altar externo; luego es usado en el altar interno. Este es el fuego celestial de la redención. Cualquier otro fuego es un fuego extraño.
Las ofrendas traen el cielo, es decir, unen el cielo con la tierra. Las ofrendas estaban en la tierra, pero traían fuego del cielo. El fuego, que representaba al Dios del cielo, se hacía uno con las ofrendas y permanecía quemando sólo el carbón en el altar. Esta es la unión del cielo con la tierra y la mezcla de Dios con la humanidad redimida.
Los sacerdotes primero disfrutan esta ofrenda, y luego van al tabernáculo a ofrecer el incienso. Esto expresa algo de Cristo desde adentro como incienso para Dios. Pero aun este incienso debe ser quemado con el fuego proveniente del altar externo. El olor del incienso ascenderá después a Dios. Es en este olor dulce, en esta fragancia dulce del incienso, que el sacerdote convive con Dios y tiene comunión con El.
¿Vemos que todos estos aspectos son Cristo? Cristo desciende y asciende. Por ello digo que Cristo va y viene.
Si deseamos ser los verdaderos sacerdotes, tenemos que quemar el incienso. Esto significa que debemos orar. Pero orar no significa que vamos a Dios y le pedimos que haga algo por nosotros. Orar significa mucho más que eso. Significa primeramente que aplicamos a Cristo como nuestras ofrendas. Cuando oramos a Dios, debemos aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, y como nuestra ofrenda por la transgresión, y como muchas otras ofrendas. Luego tenemos que comer de Cristo para disfrutarle y tomarle. Es por medio de Cristo y Su sangre redentora que podemos ir a la presencia de Dios. Entonces podremos expresar algo desde nuestro interior, y no desde nuestra mente; más bien será algo de Cristo en lo profundo de nuestro espíritu. Esto es orar, y ésta es la manera de orar.
Orar significa aplicar a Cristo como todas nuestras ofrendas, o sea, disfrutarle como nuestro nutrimiento y luego, desde nuestro interior, expresar algo de Cristo. Esta expresión de Cristo es el incienso dulce que asciende a Dios. Esta nos lleva a Dios y nos trae a Dios. Como resultado, no solamente seremos mezclados con Cristo, sino también mezclados con Dios.
Todos los cristianos saben que deben orar. No obstante aunque siempre dicen que deben orar, lamentablemente muy pocos cristianos conocen el significado apropiado de la oración. La manera apropiada de orar es aplicar a Cristo como todas las ofrendas, comerlo y tomarlo como nuestro nutrimiento completo. Estas tres cosas son las tres etapas de la verdadera oración.
Supongamos que nos levantamos por la mañana a orar. Primeramente, tenemos que aplicar a Cristo como todas las ofrendas. Luego, cuando empezamos a orar, tenemos una convicción profunda de que somos pecadores. Inmediatamente debemos aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por la transgresión, o como nuestra ofrenda por el pecado. Debemos orar así: “Padre, soy tan pecador, pero cuánto te agradezco que Cristo hoy es mi ofrenda por el pecado y que en este momento El es mi ofrenda por la transgresión”. Si no oramos de esta manera, no entraremos en el Lugar Santísimo. Por eso es que muchos cristianos oran fuera del espíritu. Ellos nunca entran en el espíritu, el cual es el Lugar Santísimo, porque no aplican a Cristo como todas las diferentes ofrendas.
Al relacionarnos con Dios, debemos de aprender a aplicar a Cristo como las distintas ofrendas. Esto incluye la confesión de nuestros pecados. Debemos confesar que somos pobres y que estamos errados. También debemos confesar todas nuestras debilidades. Cuando confesamos todas estas cosas, aplicamos a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y por la transgresión, como ofrenda de paz, de harina y como el holocausto.
Segundo, debemos disfrutar a Cristo en la presencia de Dios. A veces podemos disfrutar a Cristo leyendo Su palabra. Tomamos a Cristo en la palabra orando, orando-leyendo la palabra y disfrutándolo a El delante de Dios.
Tercero, desde nuestro interior expresamos y declaramos algo de Cristo. Cuando oramos de esta manera, no lo hacemos solos, sino que lo hace Cristo en nosotros. Cristo y nosotros nos hacemos uno cuando oramos. Entonces nuestra oración a Dios es el incienso dulce que asciende a El. Cuanto más oramos ofreciendo el incienso que asciende, más desciende la gloria de Dios. El incienso asciende, y la gloria desciende. Esta es la verdadera comunicación y la verdadera comunión. La oración como el incienso asciende a Dios, y la gloria, la luz de Dios, desciende sobre nosotros y nos ilumina. Finalmente, seremos llenos de Cristo y de la gloria shekinah de Dios.
Orar debidamente no es sólo pedirle a Dios que haga algo por nosotros. Tenemos que acudir al Señor aplicando a Cristo como nuestras distintas ofrendas, disfrutando a Cristo como nuestro sostenimiento completo, y luego expresando algo de El desde nuestro interior como un aroma grato que asciende a Dios. Solamente esta oración nos traerá la gloria de Dios. Entonces disfrutaremos a Cristo en la presencia de Dios.
Este tipo de oración necesita tiempo. Debemos pasar un tiempo en la presencia del Señor para ofrecer las ofrendas y quemar el incienso. Realmente toma tiempo el quemar incienso, pero mi sentir profundo es que los cristianos hoy en día no necesitan de mucho. Lo que necesitamos es el sacerdocio con la función sacerdotal, o sea quemar el incienso a través de todas las ofrendas. Si todos los hermanos y hermanas, al leer este capítulo, practicasen este oficio sacerdotal, toda la situación en la iglesia cambiaría. Debemos convertir nuestro tiempo de discutir por uno en el que quemamos incienso. No basta decir que debemos orar; debemos aprender a aplicar, disfrutar y expresar a Cristo. Esta es la oración apropiada del sacerdocio.
Existe cierta conexión entre el altar del atrio y el del tabernáculo. La sangre derramada en el altar exterior debía ser llevada dentro del tabernáculo para ponerse en el altar interior. La conexión entre esos dos altares es la sangre redentora. También el fuego que descendía del cielo para quemar las ofrendas que yacían sobre el altar del atrio tenía que ser el fuego que quemaba el incienso que ardía en el altar del tabernáculo. Por lo tanto, otra conexión entre los dos altares es el fuego que arde.
La conexión entre esos dos altares es la sangre redentora y el fuego que arde. ¿Qué significa esto? Significa, primeramente, que antes que vayamos a la presencia de Dios a quemar incienso, debemos siempre aplicar la sangre. Sin la sangre nunca podremos hacerlo. Cualquier tiempo que pasemos en la presencia de Dios debe ser bajo el cubrir de la sangre. En nuestra comunión con Dios debemos siempre aplicar la sangre.
Segundo, significa que nunca podemos estar en la presencia de Dios con fuego extraño. El fuego extraño es nuestra emoción natural, nuestro entusiasmo natural, nuestra energía, nuestro esfuerzo en orar. Nuestra emoción y poder natural deben hacerse a un lado. Nunca debemos arder con nada natural. Más bien, debemos ser consumidos por el fuego celestial.
Es cierto que debemos arder y ser fervientes en el espíritu, pero no por causa de algo natural. Nuestro esfuerzo y energía natural debe ser consumido por el fuego celestial. Debemos estar en el espíritu por el fuego celestial, y no por nuestras emociones ni nuestro entusiasmo. Todo lo que es natural debe ser incinerado a fin de que solamente el fuego celestial permanezca.
A veces podemos sentir que estamos muy ardientes en el Señor, pero si nos examinamos podremos ver de que no estamos en el fuego “celestial” sino en el fuego “extraño”. Podemos tener entusiasmo, pero no es celestial, sino natural. Estamos fervientes en nuestro interior, pero de una manera natural y terrenal, no espiritual ni celestial.
Este fervor trae muerte. Cuanto más fervientes seamos o tratemos de tocar al Señor con nuestro fervor natural, más muertos estaremos en el espíritu. El fervor natural ocasiona muerte espiritual. Pero cuanto más ardamos con el fuego celestial, más vivos en el espíritu estaremos. Cuando somos fervientes con el fuego natural, el fuego extraño, sólo tenemos muerte. No podremos seguir orando por mucho tiempo, porque estamos muertos en el espíritu; hemos usado el fuego extraño.
Hoy la necesidad urgente de la iglesia es que todos los creyentes practiquen el oficio sacerdotal de quemar incienso en la presencia de Dios. Debemos pasar un tiempo en la presencia de Dios aplicando a Cristo en muchas formas y disfrutándole de distintas maneras. Entonces desde nuestro interior expresaremos algo de Cristo a Dios. Esto nos llevará a la presencia de Dios y nos traerá la gloria de Dios. Esta es la verdadera comunión que asciende y desciende. Por medio de esta comunión espiritual somos hechos uno con Dios y somos completamente llenos de El para tener la expresión de Cristo. Esto requiere que pasemos mucho tiempo practicando la comunión espiritual.
Si amamos al Señor y nos hemos entregado de todo corazón a Su recobro en estos últimos días, no hay otra manera de hacerlo. La única manera de llevar a cabo el recobro del Señor es dedicar tiempo —por lo menos treinta minutos diarios— para aplicar a Cristo, disfrutarlo y expresarlo. En esta expresión vamos a convivir y conversar con Dios de tal manera que seremos introducidos en El, y El en nosotros. Algo muy dulce ascendiendo a Dios y algo muy glorioso descendiendo sobre nosotros que nos saturará y nos hará los verdaderos sacerdotes. Luego entre nosotros habrá la expresión apropiada de Cristo que es la vida de la iglesia. El recobro de la vida de la iglesia depende de este oficio sacerdotal.
No solamente debemos atender el oficio sacerdotal individualmente, sino más corporativamente. Si nos reuniésemos cada día con unos cuantos hermanos o hermanas de treinta minutos a una hora para aplicar a Cristo, disfrutarle y expresarle corporativamente en nuestra oración a Dios, ayudaría muchísimo a la edificación de la iglesia. No hay necesidad de hablar ni de discutir. Debemos olvidar toda clase de habladurías y discusiones, y simplemente emplear el tiempo para quemar incienso en la presencia de Dios. Si solamente tomásemos cuenta de este oficio sacerdotal individualmente y corporativamente, habría un gran cambio entre nosotros, en vida y en expresión. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos llevar a cabo esta comisión.
Al trono de Tu gracia hoy Hambriento vengo a comer, Tu gracia quiero recibir, En esta hora ayúdame.
Mirando Tu radiante faz Luz brilla en mi corazón; Tus rayos sanan con poder Mi flojedad y todo error.
Aquí expones con Tu luz, La condición de mi interior Aquí Tu sangre eficaz De mi maldad me limpiará.
Tu Espíritu me unge aquí Tu misma esencia El me da, Así te puedo disfrutar Y conocer Tu voluntad.
Trae Tu Palabra luz a mí, Es una lámpara en mi ser; A Tu Espíritu su aceite es Para que resplandezca bien.
Como los sacerdotes yo Te ofrezco a Ti con devoción Tu Espíritu, que incienso es, Mezclado con mi oración.
Con Tu Palabra rica y fiel Comida y luz me suplirás; Si como y leo de ella yo, Comida y luz me saciarán.
(Himnos #345)