
“Y tomarás flor de harina, y cocerás de ellas doce tortas; cada torta será de dos décimas de efa. Y las pondrás en dos hileras, seis en cada hilera, sobre la mesa limpia delante de Jehová” (Lv. 24:5-6). Sabemos que esta mesa es la mesa del pan de la proposición. Esta parte de la Palabra nos dice que en la mesa había doce tortas en dos hileras y que cada torta era de dos décimas de efa.
“Y le harás siete lamparillas, las cuales encenderás para que alumbren hacia adelante” (Ex. 25:37). Sobre la mesa del pan de la proposición había doce tortas, y sobre el candelero había siete lamparillas.
En el libro de Apocalipsis hay dos números de mucha importancia: el siete y el doce. En ese libro se encuentran las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, etc. Y al final, en la Nueva Jerusalén, se encuentra el número doce: doce puertas, doce capas del cimiento, los doce nombres de las tribus de Israel sobre las doce puertas, y los doce nombres de los apóstoles sobre las doce capas del cimiento. El árbol de la vida produce también doce frutos. Así que, en Apocalipsis, primeramente se encuentra el número siete y después el número doce. Más adelante veremos el significado que estos números tienen con relación a la economía de Dios.
Ahora leamos Exodos 28:9-10: “Y tomarás dos piedras de ónice, y grabarás en ellas los nombres de los hijos de Israel; seis de sus nombres en una piedra, y los otros seis nombres en la otra piedra, conforme al orden de nacimiento de ellos”. Estas dos piedras de ónice fueron colocadas sobre las hombreras del efod que se ponía el sumo sacerdote.
“Harás asimismo el pectoral del juicio de obra primorosa; lo harás conforme a la obra del efod, de oro, azul, púrpura, carmesí y lino torcido. Y lo llenarás de pedrería en cuatro hileras de piedras...” (Ex. 28:15, 17). Hay dos hileras del pan de la proposición, pero aquí hay cuatro hileras de tres piedras preciosas cada una.
“Todas estarán montadas en engastes de oro. Y las piedras serán según los nombres de los hijos de Israel, doce según sus nombres; como grabaduras de sello cada una con su nombre, serán según las doce tribus” (Ex. 28:20-21).
“Y llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón, cuando entre en el santuario por memorial delante de Jehová continuamente. Y pondrás en el pectoral del juicio Urim y Tumim, para que estén sobre el corazón de Aarón cuando entre delante de Jehová; y llevará siempre Aarón el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón delante de Jehová” (Ex. 28:29-30). Además de las cuatro hileras de doce piezas de piedras preciosas colocadas sobre el pectoral, hay otras dos cosas: el Urim y el Tumim.
También leamos Números 27:21: “El (Josué) se pondrá delante del sacerdote Eleazar, y le consultará por el juicio del Urim delante de Jehová; por el dicho de él saldrán, y por el dicho de él entrarán, él (Josué) y todos los hijos de Israel con él, toda la congregación”. Josué y todo el pueblo tenían que entrar y salir según lo determinado por el Urim que el sumo sacerdote recibía a través del pectoral.
En este último capítulo debemos llegar al punto principal y máximo del sacerdocio: el pectoral. En los capítulos anteriores hemos visto que este pectoral está hecho de dos clases de materiales: de oro y doce piezas de piedras preciosas. El oro sirve para engastar las diferentes piedras preciosas, con las cuales se edifica el pectoral.
En figura y principio, esto es muy semejante a la edificación de la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es una ciudad de oro, lo cual representan los engastes de oro. Sobre ese oro las muchas piedras preciosas son construidas en una ciudad. Las doce capas del cimiento son las doce piedras preciosas sobre las cuales es edificado el muro de jaspe. Así que, toda la ciudad es un edificio de piedras preciosas engastadas sobre el oro. En principio, el edificio de la Nueva Jerusalén es exactamente como la construcción del pectoral.
En los capítulos anteriores hemos visto que el pectoral es un tipo de la edificación apropiada de la iglesia, la cual resulta del Cristo expresado a quien disfrutamos. También vimos que los sacerdotes deben experimentar todas las ofrendas, como su alimento y disfrute, y que éstas son los varios aspectos de las riquezas de Cristo. Así que, debemos alimentarnos de las riquezas de Cristo como nuestro disfrute, y éstas producirán Su expresión, la cual está tipificada en las vestiduras de los sacerdotes. Después de que los sacerdotes disfrutaban a Cristo interiormente, le expresaban exteriormente. Esta expresión produce la edificación. Por lo tanto, el pectoral es el producto del disfrute de Cristo que proviene de Su expresión. Esto es lo más esencial y prominente del sacerdocio.
El sacerdocio está estrechamente relacionado con el tabernáculo. Vimos claramente que en el atrio está el altar, donde se hacen las ofrendas, y el lavacro. En el Lugar Santo están la mesa del pan de la proposición, las siete lamparillas sobre su base y el altar del incienso; y en el Lugar Santísimo está el arca. El oficio sacerdotal está muy involucrado con el tabernáculo. Ya que Dios está en el propiciatorio, que cubre el arca, y Su gloria shekinah está en el Lugar Santísimo, el sacerdote debe llegar al propiciatorio para relacionarse con Dios. Pero antes de llegar allí, primeramente, debe venir al altar donde obtiene la sangre redentora, que es el fundamento. Sin la redención por la sangre, no hay ninguna posibilidad de que el hombre caído tenga contacto con Dios, por eso la sangre está principalmente en el altar.
El sacerdote entra al tabernáculo con la sangre, para tener contacto con Dios. Primero tiene que pasar por el altar y luego, con la sangre, llega a la mesa. De allí se vuelve hacia el candelero, y del candelero hacia el altar del incienso para quemar el incienso. Al quemarlo, brota un aroma dulce para Dios como base para que El acepte al sacerdote. Así que, la sangre redentora y el incienso son la base para que el santo Dios de gloria nos acepte en Su presencia.
El sumo sacerdote entra al Lugar Santísimo con un pectoral, una placa de oro y piedras preciosas. El pectoral también lleva dos hombreras, sobre las cuales están doce nombres, divididos en dos grupos, seis nombres en cada hombrera. De esta manera los nombres están divididos en dos grupos de seis. Pero sobre el pectoral hay cuatro hileras de piedras preciosas, cada hilera compuesta de tres piedras preciosas. El sumo sacerdote lleva esta edificación sobre sus vestiduras, mientras pasa por el atrio y el Lugar Santo para entrar en el Lugar Santísimo a fin de pararse delante del propiciatorio.
¿Cuantos panes hay sobre la mesa de la proposición? Hay doce, y éstos son colocados en dos hileras de seis cada una. Esto es muy interesante. La palabra “hilera” en hebreo denota “un ejército formado en filas”. Así que, las doce tortas están arregladas en esa misma forma para ser exhibidas en dos hileras.
Luego, están las siete lamparillas del candelero. Para poder entender el significado completo del pectoral, primeramente debemos saber por qué hay doce tortas y siete lamparillas. Al leer toda la Biblia cuidadosamente, encontraremos el significado del número doce; nos daremos cuenta de su significado, que no solamente es la perfección eterna sino que también quiere decir “una distribución, economía o arreglo divino”.
En la mesa del pan de la proposición con doce tortas arregladas en dos hileras, vemos que éstas exhiben cierto arreglo o distribución, que es la impartición de la vida divina. Esta impartición representa la economía de Dios, Su arreglo, para infundirnos Su vida. En esta mesa se efectúa la distribución, que es cierto arreglo en vida y con vida. La economía de Dios simplemente consiste en que El se imparte a Sí mismo en Su vida y con Su vida en nosotros. La impartición divina, el arreglo divino, es una economía en la vida divina. Así que, en la mesa tenemos la impartición en vida.
Después de la vida, está la luz. “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:4). La vida llega a ser la luz. Cuando tenemos la vida estamos en la luz y cuando entramos en la luz, allí está el número siete, o sea, las siete lamparillas sobre la base, que es una sola.
En la Biblia, el número siete significa, en cierto sentido, la perfección. Pero si leemos cuidadosamente el libro de Apocalipsis, veremos que también significa la administración de Dios. Para la administración de Dios hay siete iglesias, siete sellos, siete trompetas y siete copas. Ya que todo el libro de Apocalipsis trata de la administración de Dios, incluye estos cuatro sietes importantes. Al final de la Biblia, el número siete significa la perfección en la administración de Dios.
Así que, la administración divina está relacionada con el candelero y la impartición divina, con vida y en vida, con la mesa de los panes de la proposición. Después de la vida, está la administración divina, la operación divina. La vida trae el disfrute, y la luz es necesaria para la operación en la administración divina. Esto es muy significativo. Cuando estamos en el disfrute de Cristo, estamos en la impartición de la vida, y al disfrutarla, nos da la luz. Cuando entramos en la luz, entramos en la administración de Dios, Su operación, Su mover y Su obra. Después, en esta luz, quemamos el incienso, es decir, esta luz nos lleva a la presencia de Dios.
De manera que, en la mesa del pan de la proposición está la impartición, en el candelero, la administración y en el altar, la redención. Primero está la redención y ésta nos introduce al disfrute de la impartición de vida, la cual nos torna hacia la administración divina en luz.
Cuando entramos en el disfrute de Cristo, estamos bajo la impartición divina. Dios mismo en Cristo se imparte en nosotros mediante el Espíritu como nuestra vida. Esta vida nos vuelve a la luz, y cuando estamos en la luz, estamos en el mover, la administración, de Dios y Su operación divina. Esto nos conduce a la presencia de Dios.
El sacerdote se pone el pectoral para entrar en la presencia de Dios. El pectoral tiene algo edificado de oro y piedras preciosas, o sea de la naturaleza divina y la obra transformadora. Todas las piedras son transformadas. Así que, para llegar a la transformación, la cual produce la edificación, es necesario parar en cuatro lugares: el primero es la redención; el segundo, la impartición divina de la vida; el tercero, la administración divina en luz. Finalmente llegamos al ultimo, el edificio divino, construido con la naturaleza divina y la obra transformadora del Espíritu Santo. Estas cuatro paradas son: la redención, la impartición, la administración y la edificación. En el altar está la sangre, en la mesa del pan de la proposición está la vida como el alimento, en el candelero está la luz y finalmente, en el pectoral está la edificación mediante la transformación. El proceso empieza con la sangre, atraviesa el suministro de vida y el alumbramiento de la luz y nos introduce a la transformación. Después, todo nuestro ser es transformado en piedras preciosas; nos cambia completamente, transformando nuestra naturaleza: ya no somos de barro, sólo piedras preciosas. Entonces somos el material apropiado para ser edificados con otros en la naturaleza divina dorada.
El número doce está en la mesa y también sobre el pectoral, pero se compone de dos formas diferentes. En la mesa, los panes se ordenan en dos hileras de seis cada una. El número dos significa testimonio, y el seis representa al hombre, porque fue creado en el sexto día. Así, en la impartición de la vida está el testimonio del hombre.
El número doce que se ve sobre el pectoral se compone de cuatro por tres. El cuatro es el número de la creación y el tres es el Dios Triuno. En Apocalipsis hay cuatro criaturas vivientes ante Dios. Cuatro por tres significa que el hombre está mezclado con el Dios Triuno. Sobre el pectoral está la multiplicación, que es la mezcla de la divinidad con la humanidad. La naturaleza divina es mezclada con la naturaleza humana, la cual resulta en el edificio de Dios. El edificio de Dios es nada menos que la mezcla de Dios con el hombre.
Hay otras dos cosas que son agregadas al pectoral: el Urim y el Tumim. En hebreo, la palabra Urim significa luz, y Tumim, perfección. Esto es muy significativo porque sin éstas dos no tenemos luz ni perfección. Necesitamos la añadidura que estas dos traen.
Las doce piedras preciosas con los nombres de las doce tribus de Israel representan la transformación del pueblo de Dios. En sí mismo, el pueblo de Dios no tiene luz ni la perfección. No importa cuán espirituales seamos, si estamos encerrados en nosotros mismos, aún estamos en tinieblas y carecemos de luz. No importa qué espirituales seamos, ni el grado de transformación que tengamos, no obtendremos la perfección solos.
Por lo tanto, nos damos cuenta de que la luz y la perfección son Cristo. El hecho de que se necesitan estas dos cosas para que el pectoral quede completo, significa que Cristo es necesario. No importa lo espiritual que seamos o cuánto hayamos cambiado en nuestra naturaleza, no somos luz ni contenemos la luz, ni tenemos la perfección. Solamente Cristo mismo es la luz y solamente Cristo es la perfección. Nunca llegaremos a un punto donde no necesitemos a Cristo.
El material del pectoral no es barro sino piezas transformadas en piedras preciosas transparentes que hasta brillan, pero en sí mismas no son luz. Necesitan la luz añadida para poder brillar. No son perfectas ni tienen la perfección en sí mismas; solamente Cristo es la perfección.
El Señor es muy sabio al haber mantenido estas dos cosas como un misterio. Cristo es un misterio verdadero; El es realmente misterioso. Nadie puede definir ni describir lo que queremos decir. No importa el grado de nuestra redención, ni las riquezas de vida que nos hayan nutrido, ni el grado de iluminación que hayamos recibido, ni cuán completa haya sido nuestra transformación en piedras preciosas, si Cristo no nos es añadido, aún estamos en la oscuridad y sin perfección. Aun las personas más espirituales necesitan a Cristo continuamente.
El tabernáculo es una figura que nos muestra todos los aspectos de Cristo. Cristo es la ofrenda, el pan de vida, la luz y el incienso. Y ahora aún en el pectoral Cristo es la luz escondida y la perfección misteriosa. No hay palabras para expresar lo que Cristo es para nosotros. !Cuánto necesitamos a Cristo! Aun cuando obtengamos el nivel más alto de espiritualidad, todavía necesitaremos al Cristo añadido como la luz y la perfección.
Hace algunos años, leí un articulo que escribió un erudito del judaísmo concerniente al Urim y el Tumim, donde decía que el Tumim era un pedazo de piedra con cuatro letras hebreas grabadas, las cuales le faltaban al pectoral. El alfabeto del hebreo contiene veintidós letras, de las cuales sólo dieciocho se podían usar para componer los nombres de las doce tribus. Por lo tanto, para formar el abecedario hebreo, las cuatro letras que faltan estaban esculpidas en esta piedra, la cual fue puesta en el pectoral para completar el alfabeto. De allí viene el significado de la perfección. Si el pectoral no tuviera esta piedra, el alfabeto hebreo estaría incompleto.
Este erudito también dijo que el Urim era un cuerpo que emitía luz, pero no brillaba a menos que el sumo sacerdote presentase la sangre redentora y entrase en la presencia de Dios para preguntarle algo concerniente a Su pueblo mediante el incienso. Entonces el Urim empezaba a brillar sobre ciertas letras del pectoral, de tal manera que el sumo sacerdote podía deletrear las palabras, letra por letra, y luego formar oraciones y párrafos hasta completar el juicio que Dios hubiera determinado. Por esta razón, las veintidós letras del alfabeto eran necesarias sobre el pectoral, para poder formar cualquier palabra.
No diría que esta definición del Urim y el Tumim es absolutamente exacta, pero el autor es un erudito judío. Ya sea de confianza o no esta información, el principio es este: el pectoral se llama el pectoral del juicio, lo cual representa el lugar donde el sacerdote busca dirección de parte del Señor para Su pueblo. Mediante el pectoral todo problema de la nación de Israel era traído al Señor; y mediante el pectoral la intención del Señor era revelada.
Esto es muy significativo y muy profundo. Los hijos de Israel tenían que moverse, tomar acción, pero no según sus propias opiniones o juicios, sino según la voluntad y el juicio divinos. ¿Cómo conocían ellos el juicio de Dios? Solamente por medio del pectoral podían conocer la intención del Señor y Su voluntad con respecto a sus acciones. Lo que hacían era de acuerdo al juicio que hubieran recibido mediante el pectoral. Los sacerdotes recibían este juicio al componer todas las letras indicadas en la presencia de Dios.
El significado que esto tiene para nosotros es muy profundo y bien difícil de explicar. La edificación del pectoral es una figura de todo el pueblo de Dios, eso es, el Cuerpo de Cristo. Como pueblo de Dios, si hemos de conocer el juicio de Dios y Su voluntad, antes que todo necesitamos la edificación. Sin ella, no tenemos el pectoral. Segundo, necesitamos al Cristo añadido como la luz y la perfección. Tercero, debemos entrar en la presencia de Dios, y luego, en cuarto lugar, debe haber luz nueva para que leamos las letras que indican la voluntad de Dios. Estas cuatro cosas son fundamentales.
Existe una verdadera necesidad de la edificación de los santos, ya que sin ella, no existe el pectoral; y si no tenemos el pectoral, realmente no tenemos el medio para conocer la voluntad de Dios. Hoy en día, la gente siempre dice que conoce la voluntad de Dios, pero dudo que realmente la conozca; sólo conocemos nuestra propia voluntad. Sin el Cuerpo, es imposible conocer la voluntad de Dios. En Romanos 12 dice que somos transformados por la renovación de nuestra mente y entonces podremos comprobar la voluntad del Señor. Según Romanos 12, el conocer la voluntad del Señor es algo que está en el Cuerpo. Pero si no tenemos el Cuerpo ¿cómo podremos conocer la voluntad de Dios? Si los sacerdotes no tienen el pectoral, que es la edificación del pueblo de Dios, no tienen el medio para conocer el juicio de Dios.
Además de la edificación, Cristo mismo debe ser agregado como la luz y la perfección. Necesitamos que Cristo como la luz y la perfección sea agregado a la vida de iglesia. Y además, necesitamos entrar en la presencia de Dios mediante la sangre, la nutrición, la luz y el incienso, y finalmente, necesitamos la luz nueva para poder leer las letras y así conocer la intención del Señor.
El conocer la voluntad del Señor y Su juicio concerniente a Su pueblo, no es simplemente un asunto de encerrarnos en un cuarto para meditar por algún tiempo hasta llegar a una conclusión. Debemos tener la vida de iglesia y a Cristo como la luz y la perfección, y luego permanecer en la presencia de Dios para tener nueva luz con la cual leemos todas las letras.
El significado espiritual del pectoral es que necesitamos tomar a los santos como las letras que componen la voluntad de Dios; necesitamos aprender a leer a la iglesia —o sea, a los hermanos y hermanas— con Cristo como la luz y la perfección en la presencia de Dios. Algunas veces cada hermano llega a ser una letra, después una frase, luego una oración y, por ultimo, un párrafo.
Supongamos que un hermano planea hacer cierta obra y quiere saber a dónde ir. Sin el Cuerpo, nunca lo sabrá. Sólo cuando experimenta todos los aspectos de Cristo en el tabernáculo estará en la presencia de Dios, y allí debe leer a todos los hermanos y hermanas para poder saber a dónde debe ir. Cuando un hermano busca un trabajo, si lo hace por su propia cuenta y según sus deseos, nunca tendrá claridad; pero cuando experimenta los varios aspectos de Cristo y está en la presencia del Señor, podrá conocer la voluntad de Dios al leer a todos los hermanos y hermanas con los cuales está edificado.
Es imprescindible que seamos edificados en el Cuerpo con algunos hermanos y hermanas, así como también experimentar todas las riquezas de Cristo en el tabernáculo. Entonces, mientras estemos en la presencia del Señor, la luz brillará sobre varios santos y ellos serán para nosotros las letras que componen el juicio de Dios. Cuanto más leamos a los santos, más claros estaremos. Está claro que debemos abandonar todo lo que no corresponda con la vida de iglesia. Muchas veces, no necesitamos tener comunión con los santos para leerlos; simplemente al estar en la presencia del Señor, la luz empieza a brillar sobre cierto hermano con quien estemos edificados. Nos preguntamos: “¿Que pensará este hermano acerca de cierto asunto?”. Luego, es posible que la luz brille sobre otro hermano, y después sobre una hermana, y luego sobre otro hermano, y al leerlos, la voluntad del Señor nos será más clara. Si el Cuerpo no dice “amén”, sabemos que lo que intentamos hacer no procede del Señor.
Todas las epístolas de los apóstoles fueron escritas en esta manera. Por ejemplo, debido a que Pablo estaba tan preocupado por el Cuerpo de Cristo, escribió las epístolas a la iglesia en Corinto mientras llevaba a todos los creyentes sobre su corazón compuestos como un pectoral. Pablo contenía a Cristo como su luz y perfección; permanecía en la presencia de Dios para recibir luz nueva, en la cual consideraba a todos los santos de Corinto, leyéndolos como cartas, uno por uno. De esta manera, él recibió las palabras para escribirles dos epístolas.
El apóstol Pablo no redactó sus epístolas usando el Antiguo Testamento para obtener conceptos o pensamientos maravillosos para luego escribir cartas y enviarlas a la iglesia que estaba en Corinto. Ante todo, los apóstoles habían sido edificados en la vida de iglesia y estaban tan preocupados por todas las iglesias y por todos los santos, que llevaban sobre sus corazones a las iglesias como el pectoral compuesto de ellas. Ellos tenían la vida de iglesia tanto como a Cristo como su luz y perfección; y en la presencia del Señor recibían la luz fresca con la cual leían la situación de todas las iglesias. Todos los santos llegaron a ser justo las letras que componían las epístolas.
Hoy en día es lo mismo. Si hemos de conocer la voluntad y el juicio de Dios para con Su pueblo, necesitamos la redención, el alimento, la iluminación y la edificación. Entonces entre nosotros y con nosotros habrá el pectoral, que es la edificación de la vida del Cuerpo y el medio para conocer la voluntad de Dios respecto a Su pueblo. Entonces recibiremos el juicio del Señor respecto a lo que debemos hacer o no hacer, conoceremos el camino de Dios y entonces toda la iglesia seguirá adelante de acuerdo al juicio dado por Dios.
Siempre que el pueblo de Dios se levante de esta manera, entrará en una batalla. Números 4:3 dice: “De edad de treinta años arriba hasta cincuenta años, todos los que entran en compañía para servir en el tabernáculo de reunión”. La expresión “en compañía para servir” es una expresión hebrea que denota batalla o servicio militar. El servicio sacerdotal es un servicio militar. La misma palabra se usa en los versículos 30, 35, 39 y 43.
Esto nos dice que el servicio sacerdotal es cierta clase de guerra que hemos de pelear por causa del mover de Dios. La predicación del evangelio es una batalla, así como también la enseñanza de la Palabra. Nuestra vida cristiana es una vida de lucha continua en contra del mundo, la carne, los pecados, Satanás, las tinieblas y muchas cosas malignas. Nuestra vida cristiana es una vida de lucha, y nuestra obra cristiana es una guerra. Así que, el servicio sacerdotal es una batalla.
La redención, la vida, la luz y la edificación son necesarios para que entremos en la presencia de Dios con Cristo como nuestra luz y perfección a fin de conocer el juicio de Dios con respecto a Su pueblo. Esto nos llevará a la batalla, en la cual todas las actividades deben concordar con el juicio que se efectúa mediante el pectoral. En consecuencia, el pectoral es la parte central y más esencial del sacerdocio.