
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:26-28). Estos versículos presentan con claridad dos puntos principales relacionados con el hombre, a saber: la imagen de Dios y la autoridad para gobernar la tierra.
“Mas vosotros sois un linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable” (1 P. 2:9).
“E hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre...” (Ap. 1:6).
“Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con El mil años” (Ap. 20:6).
En 1 Corintios 14:1 dice: “Seguid el amor; y anhelad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis”. Sin embargo, en 1 Corintios 13:8 dice: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se volverán ineficaces, y cesarán las lenguas, y el conocimiento se tornará inútil”. Las profecías se volverán ineficaces, las lenguas cesarán y el conocimiento se tornará inútil, pero ¿qué dice del sacerdocio y el reinado? En los pasajes que leímos en Apocalipsis vemos que ambos permanecen para siempre.
Vemos en Efesios 4:24 y en Colosenses 3:10 lo siguiente: “Y os vistáis del nuevo hombre, creado según Dios” y “vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”.
Finalmente, leamos 2 Corintios 3:18: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”.
En este capítulo veremos los tres ministerios principales de la economía de Dios: el sacerdocio, el reinado y el ministerio profético. Los dos primeros son los ministerios básicos, mientras que el último es secundario. La función de los profetas ayuda al sacerdocio y al reinado, pero éstos nunca le ayudan al ministerio profético.
El hombre fue creado a la imagen de Dios y le fue encomendada la autoridad de Dios. La imagen y la autoridad de Dios son los dos fines principales de la creación del hombre. ¿Cuál de los tres ministerios está relacionado con la imagen de Dios y cuál con la autoridad divina? Creo que es de dominio común que el sacerdocio está relacionado con la imagen de Dios y que el reinado tiene relación con Su autoridad.
Entonces, ¿cuál es la función de los profetas? Ellos solamente desempeñan la función de enseñar e instruir. Si no sabemos conducirnos como sacerdotes, necesitamos que los profetas nos enseñen, y si no sabemos portarnos debidamente como reyes, es menester que los profetas nos instruyan, lo cual vemos en el caso de David, quien necesitó la ayuda de Natán.
Por nacimiento somos sacerdotes y reyes, puesto que somos hijos de Dios. ¿Comprendemos verdaderamente que somos sacerdotes y reyes? Lo somos por el simple hecho de haber nacido de Dios. Ahora bien, ¿somos profetas por nacimiento? No. Nacimos como sacerdotes y reyes, mas no como profetas. Como hijos de Dios, tenemos la condición innata de ser sacerdotes y reyes. Pero debemos anhelar ser profetas (1 Co. 14:1). Mediante la redención, el Señor nos hizo sacerdotes y reyes; por lo tanto, todos los creyentes son sacerdotes y reyes, aunque no todos son profetas.
El sacerdocio y el reinado son los dos ministerios básicos, mientras que el ministerio profético es temporal, ya que está limitado a la esfera del tiempo y no se halla en la eternidad. Cuando estemos en la Nueva Jerusalén, allí estarán el sacerdocio y el reinado, pero el ministerio profético terminará, debido a que su propósito es sólo temporal.
La realidad del sacerdocio requiere la imagen de Dios, lo cual precisa la transformación. Todos los creyentes tenemos la posición de sacerdotes y reyes, pero en la experiencia carecemos de la imagen de Dios, lo cual obedece a que no hemos sido transformados. En la era del Antiguo Testamento, Moisés era un sacerdote, no de nacimiento sino en la práctica puesto que tenía la imagen de Dios. En 2 Corintios 3, refiriéndose a Moisés, dice que estaba abierto al Señor y que permaneció en Su presencia por cuarenta días sin ningún velo. Quedó tan empapado y lleno del Señor que la gloria shekinah de la imagen de Dios brillaba en su rostro. Solamente un sacerdote puede tener tal imagen, porque sólo él puede entrar en el Lugar Santísimo y permanecer ante la gloria shekinah de Dios. Debemos ser transformados permaneciendo en la presencia de Dios hasta que nuestra imagen exprese Su gloria.
Debemos leer reiteradas veces 2 Corintios 3, y despojarnos de todos los velos y barreras para contemplar al Señor cara a cara. Leemos en 3:18: “Nosotros todos ... como un espejo la gloria del Señor”. Nosotros somos el espejo que contempla al Señor. Si lo contemplamos continuamente, Su imagen se imprimirá en nosotros, lo cual significa que somos transformados a Su gloria. Por eso debemos mantenernos abiertos constantemente al Señor.
El problema de los creyentes de hoy es que sólo conocen la religión, sus formalismos y enseñanzas, y aunque pasan mucho tiempo estudiando la Biblia, son pocos los que toman el tiempo para abrir su ser al Señor y permanecer en la gloria shekinah de Dios como verdaderos sacerdotes. A eso se debe que tengan tantas opiniones, conceptos, enseñanzas e ideas distintas, todo lo cual crea divisiones. Nuestras opiniones crean divisiones, y éstas sólo producen confusión. Esta es la condición actual del cristianismo.
El recobro del Señor consiste en rescatarnos de las opiniones, los conceptos, los métodos y las palabras humanas para que tengamos la experiencia sacerdotal de ser transformados a la imagen de Dios. No necesitamos dar énfasis a las enseñanzas ni a los métodos; sólo necesitamos permanecer en la presencia del Señor hasta que seamos transformados a Su imagen.
Si prestamos atención a esto, seremos uno en el sacerdocio, no en las enseñanzas ni en las doctrinas ni en las opiniones. Si regresamos a nuestras opiniones y conceptos, nos dividiremos en muchas facciones. Pero cuando entramos al sacerdocio y somos conducidos a la gloria shekinah del Lugar Santísimo, todos nuestros conceptos se esfumarán. Las profecías dejarán de ser, las lenguas cesarán y el conocimiento se tornará inútil, pero el sacerdocio permanecerá para siempre.
Lo más importante es el sacerdocio, es decir, cuánto nos haya llenado el Señor. Para que seamos sacerdotes, el Señor debe rescatarnos de todo lo externo e introducirnos en la realidad. En el cristianismo actual hay demasiadas opiniones y conceptos, pero nosotros alabamos el Señor porque nos ha abierto los ojos a la necesidad básica y primordial, que es el sacerdocio.
Puesto que necesitamos ser transformados a la imagen de Dios, debemos vestirnos del nuevo hombre, desechando el yo, la naturaleza vieja y el hombre viejo. Si vivimos, andamos y servimos según el nuevo hombre, estaremos en la imagen de Dios y en la realidad del sacerdocio.
El reinado viene después del sacerdocio. Cuando tenemos el sacerdocio y la imagen divina, también tenemos la autoridad divina. Por ejemplo, veamos el caso de los apóstoles. Por un lado, eran sacerdotes verdaderos, y por otro, eran reyes. Después del día de Pentecostés, Pedro y los demás estaban en la presencia del Señor y estaban llenos de la gloria shekinah del Señor. Ellos estaban en el verdadero sacerdocio y tenían la autoridad divina. Los altos oficiales judíos y los romanos no podían hacerles nada. Estos humildes pescadores eran reyes que regían a todos. Eran reyes por estar en el sacerdocio.
Del mismo modo, a Moisés, quien era un sacerdote, se le dio esa autoridad, y debido a que estaba en la realidad del sacerdocio, tenía también el reinado.
En la actualidad, la autoridad de los ancianos de la iglesia debe provenir del sacerdocio, para así ser el reinado. Para ser anciano, uno debe estar en la presencia del Señor como sacerdote y debe ser lleno y empapado del Señor. Automáticamente, vendrá el reinado. No pensemos que como anciano uno debe ejercer su autoridad. Eso jamás ha traído buenos resultados. La función verdadera del anciano proviene del sacerdocio. Cuando estamos en la presencia del Señor, los demás reconocerán la autoridad divina que hay en nosotros. Esto indica que cuando tenemos la imagen del Señor que se halla en el sacerdocio, tenemos la autoridad del reinado. Por consiguiente, la autoridad de la iglesia se deriva de la imagen de Dios.
Cuando los sacerdotes se debilitan y los reyes yerran, surge la necesidad de que el profeta los corrija y los calibre. Aunque Samuel era sacerdote, desempeñó la función de profeta a fin de establecer el reinado. El rey David también llegó a ser un profeta que profetizó. Pero hoy en día, el ministerio básico que se necesita entre los hijos del Señor no es el de los profetas, sino el de los sacerdotes y el de los reyes. Lo que necesitamos primordialmente en la iglesia es el sacerdocio y el reinado.
Cuando el pueblo de Israel cayó en degradación, no había ni rey ni sacerdote, y por eso Dios llamó a Elías. Para cuando éste empezó a profetizar, todos los sacerdotes habían desaparecido, y las puertas del templo se habían cerrado. Por otro lado, los reyes se habían corrompido. Durante ese tiempo Dios levantó a Elías y a Eliseo. Cuando los sacerdotes caen y los reyes se corrompen, se levantan los profetas.
En la actualidad, en el cristianismo tenemos muchos predicadores, pero pocos sacerdotes y reyes. Cuando viene un predicador, la gente se congrega para escuchar su predicación, pero cuando se va, las personas se dispersan. Este concepto degradado está en todos nosotros; anhelamos escuchar a un gran profeta, lo cual es erróneo. Necesitamos ayudar a todos los hermanos a que sean sacerdotes y reyes. Si todos practicamos el sacerdocio y el reinado, la iglesia se enriquecerá.
¿Hemos notado que es una de las epístolas a los corintios donde se menciona el don de profecía? Sabemos que la iglesia en Corinto se encontraba en una situación carnal, arruinada, débil y confusa. No existían el sacerdocio ni el reinado. Puesto que sólo había confusión, era necesario que el profeta enseñara, corrigiera y calibrara a los corintios. Cuando una iglesia necesita profecía, deducimos que no es fuerte ni rica, sino débil y pobre.
Si todos fuésemos verdaderos sacerdotes y reyes, no se necesitarían predicadores como hoy. Los cristianos de hoy son muy pobres y débiles; y el sacerdocio ha desaparecido casi por completo. Muchas veces los hermanos de varias ciudades me han dicho cuánto necesitan que alguien les ministre, lo cual indica que el sacerdocio no está presente. Debemos aprender que debemos funcionar como sacerdotes.
Apliquemos esto a nuestra vida cotidiana. Supongamos que un hermano tiene un problema con su esposa. ¿Necesita que le ayude un profeta o un sacerdote? Si yo sólo fuese profeta, le diría: “Hermano, debes confesar tus faltas a tu esposa y humillarte. Además, debes amarla”. Este consejo es obra de un profeta. El hermano tal vez se diga interiormente: “Hermano, ya sé muy bien todo eso, pero no puedo hacerlo. Sé que me equivoqué y debo confesarlo a mi esposa, pero no soy capaz. Sé que debo humillarme, pero no puedo. Sé que debo amarla, pero no logro hacerlo. ¿Qué haré?” Entonces el profeta diría: “Si no haces esto, tu esposa se divorciará de ti”. Así habla un profeta típico.
Pero ¿en que consiste el ministerio del sacerdote? Si yo fuese sacerdote, tomaría a este hermano sobre mis hombros (sabemos que el sumo sacerdote llevaba los nombres de todas las tribus de Israel sobre sus hombros y su pecho) y permanecería en la presencia del Señor, orando por él sin cesar. Después lo visitaría, no para enseñarle, instruirle, censurarlo ni reprenderlo, sino para impartirle la vida del sacerdocio. Tal vez me sentaría con él por media hora sin decirle nada. Entonces, podría preguntarle: “Hermano, ¿quieres orar-leer conmigo?” El ministerio sacerdotal consiste en poner en la mesa los panes de la proposición, encender el candelero y quemar el incienso dentro de sí. Después de ese tiempo de oración, algo interiormente nutrirá e iluminará al hermano necesitado. Algo en él se encenderá como incienso. Sin siquiera mencionarle el problema con la esposa, le impartí algo de Cristo. Este es el ministerio del sacerdocio.
Finalmente, la vida que se le imparte al hermano le dará energía y lo fortalecerá; inclusive, lo conquistará. Unos días más tarde, él confesará con lágrimas sus faltas a su esposa. No solamente será resuelto su problema, sino que la vida sorberá la muerte. En esto consiste el ministerio sacerdotal, y es algo que no puede lograr el ministerio profético. Este ministerio no se lleva a cabo cuando un profeta trae enseñanzas, sino cuando un sacerdote imparte a Cristo. El sacerdote pone los panes de la proposición, enciende el candelero y quema el incienso.
No hay duda de que la iglesia de hoy necesita enseñanzas y mensajes, pero la necesidad primordial es la función del sacerdocio. Si el sacerdocio se ejerce entre los creyentes, no habría tanta necesidad del profeta ni del maestro, como sucede en el presente. Los hermanos y las hermanas simplemente ministrarán vida a los demás. Tal vez no puedan predicar, pero pueden ministrar vida. La profecía es un don, pero el sacerdocio y el reinado no son dones, sino el desarrollo de la vida, el resultado del crecimiento en la vida [divina]. Cuando la vida interna se desarrolla hasta cierto grado, surge el sacerdocio.
Durante los últimos cien años, muchas enseñanzas han sido recobradas entre los cristianos. Desde mediados del siglo XIX, los dones que se promueven entre los pentecostales se han extendido de Inglaterra, a los Estados Unidos y al Oriente, pero después de más de un siglo de esto, vemos que sólo han causado divisiones y confusión. Las facciones producidas son el resultado de las enseñanzas, y la confusión es fruto de lo que ellos llaman “la manifestación de los dones”. Examinemos los hechos históricos. El recobro del Señor no se compone de enseñanzas ni de dones, sino que procede de la vida interior estimulada por medio del sacerdocio y del reinado. Cuantas más enseñanzas tengamos, más divisiones se producirán, y cuantos más dones tengamos, más confusión habrá.
Es más importante ejercitar el espíritu para tener contacto con el Señor y pasar más tiempo en Su presencia para ser llenos de El y aprender las experiencias y lecciones necesarias para ministrar vida. En esto consiste el ministerio del sacerdocio, el cual, junto con el reinado, imparte y suministra vida. Necesitamos ambos ministerios.
Mi corazón anhela ver en cada ciudad un grupo de hermanos que sepan ejercer el sacerdocio y ministrar vida, en vez de prestar atención a las enseñanzas y a los dones. De este modo, serán sacerdotes y reyes, en vez de profetas. En esto consiste verdaderamente el recobro del Señor. Cuando nos congreguemos, no debemos prestar atención a las enseñanzas ni a cosas por el estilo; simplemente debemos ejercer el sacerdocio. ¡Qué maravilloso sería esto! Creo que eso es lo que el Señor busca en estos días. ¡Que Su gracia lo logre!