
En el capítulo anterior dijimos que la palabra secreto denota una manera hábil de obrar. El secreto de la salvación orgánica que Dios efectúa es el Espíritu con nuestro espíritu. Este Espíritu es el Espíritu que genera, el Espíritu que nutre, el Espíritu que santifica, el Espíritu que renueva, el Espíritu que transforma, el Espíritu que edifica, el Espíritu que madura, el Espíritu que sella y el Espíritu intensificado. ¿Nunca se ha dado cuenta usted de que el Espíritu tiene estos nueve aspectos? Nuestro espíritu necesita ser tocado por Cristo en nueve maneras y llegar a ser un espíritu vivificado por Cristo, cuidado por El, cautivado por El, habitado por El, llenado por El, poseído por El, enriquecido con El, que exulta con El y que es atraído por el Cordero. ¿Está su espíritu en estas nueve condiciones? Su espíritu fue vivificado por Cristo, pero ¿fue cuidado por Cristo y cautivado por El? Si su espíritu fue cautivado por Cristo, entonces usted debe ser como la persona que está en Cantar de Cantares, que fue cautivada por Cristo, Aquel que cautiva. Ciertamente Cristo mora en su espíritu, y ahora el Espíritu renovador hace una obra renovadora en usted. Para renovarnos, Cristo como el Espíritu tiene que morar en nuestro espíritu. Su espíritu también debe ser llenado por Cristo, para que pueda ser transformado y edificado con los demás. Si quiere ser edificado con los demás en el Cuerpo de Cristo, su espíritu debe ser poseído por Cristo. Es imposible edificar si no somos poseídos por Cristo en nuestro espíritu. También necesita ser enriquecido por Cristo en su espíritu. Si su espíritu es enriquecido por Cristo, podrá madurar. Además, su espíritu debe exultar con Cristo. Exultar así está relacionado con ser saturado con la gloria de Dios y ser introducido en Su gloria para ser glorificado. Sin duda, todos exultaremos cuando Cristo venga y seamos arrebatados y nuestro cuerpo sea transfigurado para que sea “conformado al cuerpo de la gloria Suya” (Fil. 3:21). Finalmente, su espíritu debe ser atraído por el Cordero. Los vencedores mencionados en Apocalipsis 14 son atraídos por Cristo el Cordero y le siguen adondequiera que va (v. 4).
En este mensaje abarcaremos dos secciones de la salvación orgánica que Dios efectúa: la sección de alimentación y la de santificación. Estas secciones están íntimamente relacionadas, pues sin la alimentación no puede haber santificación. Uno es santificado al alimentarse. Cuanto más nos alimentamos de la palabra de Dios, más somos santificados. La palabra de la cual nos alimentamos nos santifica. En Juan 17:17 el Señor Jesús oró diciendo: “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad”. La palabra contiene el elemento con el cual Dios nos santifica. Por esta razón, la alimentación y la santificación están íntimamente relacionadas la una con la otra.
La alimentación es la segunda sección de la salvación orgánica que Dios efectúa. Alimentar es la continuación de la regeneración en la salvación orgánica que Dios realiza. Como saben todas las madres, después de que nace un niño, necesita alimentarse. Las madres también saben que la mejor manera de consolar y satisfacer a un recién nacido es darle de mamar, alimentarlo con la leche materna. Entonces, la alimentación es la continuación del nacimiento, de la regeneración.
La regeneración nos introduce en una existencia divina y nos hace divinos. Como continuación de la regeneración, la alimentación nos capacita para que mantengamos y desarrollemos nuestra existencia divina. La alimentación es un proceso continuo que seguirá en las secciones subsecuentes de la salvación orgánica que Dios efectúa, a saber: la santificación, la renovación, la transformación, la edificación, la conformación y la glorificación. Por tanto, la alimentación irá desde la regeneración hasta la glorificación. Si vemos esto, no menospreciaremos la alimentación. Al alimentarnos recibimos el elemento con el cual Dios nos santifica, y al alimentarnos recibimos las riquezas con las cuales Dios nos renueva, nos transforma, nos edifica, nos conforma y nos glorifica.
La alimentación inicial consiste en alimentar a los recién nacidos, los nuevos creyentes. Los alimentamos al cuidarlos con ternura, conduciéndolos a orar-leer la palabra e invocar al Señor ejercitando el espíritu cuidado por Cristo. Cuando una madre alimenta a su niño, muchas veces trata de alegrarlo, cuidándolo con ternura. Después de cuidarlo, le da algo de comer, y el niño come. Todos necesitamos ser cuidados con ternura. Cuando somos cuidados por Cristo, recibimos con alegría la palabra. Debemos cuidar con ternura a los nuevos creyentes, guiándolos a orar-leer la palabra ejercitando su espíritu. Si los nuevos creyentes son cuidados, estarán disponibles a ejercitar su espíritu para orar-leer la palabra.
Cuando oramos, debemos hacerlo en el espíritu (Ef. 6:18). Ejercitamos nuestros pies al caminar, y ejercitamos nuestro espíritu al orar. Cuando Cristo nos cuida con ternura, primero nos sentimos contentos, y luego espontáneamente ejercitamos nuestro espíritu para orar, invocando al Señor. Es muy difícil orar sin invocar al Señor. Romanos 10:12 dice que el Señor es “rico para con todos los que le invocan”. Cuando invocamos al Señor, disfrutamos Sus riquezas.
Alimentamos a los recién nacidos, los nuevos creyentes, con la leche de la palabra, que es el Espíritu (Jn. 6:63; Ef. 6:17), para que crezcan en la vida divina con miras a su salvación diaria (1 P. 2:2). En Juan 6:63 el Señor Jesús dice: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. El hecho de que la palabra sea vida implica que contiene leche que nutre. Según 1 Pedro 2 nos alimentamos de la leche de la palabra a fin de “crecer para salvación”. Esta salvación no es la salvación eterna, la cual ya tenemos, sino la salvación diaria.
Puesto que tenemos la salvación eterna, no pereceremos. Sin embargo, es posible que seamos derrotados todos los días y lleguemos a ser un fracaso, por ejemplo, en cuanto a perder la calma con nuestro cónyuge. En Filipenses 2:14 Pablo nos exhorta a hacerlo “todo sin murmuraciones y argumentos”. Los argumentos proceden de nuestra mente y vienen principalmente de los hermanos, mientras que las murmuraciones pertenecen a la parte emotiva y vienen principalmente de las hermanas. Necesitamos ser salvos diariamente de las murmuraciones y los argumentos. Ser salvo así es llevar a cabo nuestra salvación según lo que Dios hace en nosotros.
Necesitamos ser salvos diariamente de muchas cosas. Por ejemplo, cierto hermano tal vez reaccione con rapidez. Como tal, siempre obra de modo rápido. Quizás esto esté bien la mayor parte del tiempo, pero no siempre. Hablando en términos espirituales, no está bien actuar rápidamente, porque cuando obramos apresuradamente, ello indica que actuamos por nosotros mismos sin confiar en el Señor. Cuando actuamos confiando en el Señor, vamos más despacio e incluso nos detenemos. Cuando un hermano es salvo de su rapidez, eso es parte de la salvación diaria.
Después de la alimentación inicial tenemos la alimentación continua. La alimentación continua consiste en proveer de comida a los creyentes que están creciendo con la Palabra sólida, la cual es el Espíritu de vida (He. 5:14), para que maduren en la vida divina con miras a la transformación y la conformación a la imagen de Cristo. Al principio una madre alimenta a su niño con leche, pero al crecer éste, le da alimento sólido. El principio es el mismo en cuanto a alimentar a los creyentes que están creciendo. Ciertas porciones de la Biblia son alimento sólido. Por ejemplo, lo que dice acerca de la Nueva Jerusalén en Apocalipsis 21 y 22 no es leche, sino alimento sólido. Si sólo tomamos leche, no maduraremos. Para madurar necesitamos el alimento sólido.
La alimentación en la salvación orgánica que Dios efectúa también incluye la alimentación realizada en el pastoreo. En Juan 21:15 el Señor Jesús dijo a Pedro: “Apacienta Mis corderos”. En el versículo 16 le dijo: “Pastorea Mis ovejas”, y en el versículo 17 dijo: “Apacienta Mis ovejas”. Si no sabemos cómo pastorear, no podremos alimentar a los demás. El propósito principal de reunirnos en grupos pequeños y en grupos vitales en la vida de iglesia no es meramente cuidarnos el uno al otro sino pastorearnos. Usted me pastorea a mí, y yo a usted. Usted es una oveja bajo mi pastoreo, y yo soy una oveja bajo el suyo. Esto es el pastoreo mutuo. Al pastorear a los demás, primero debemos cuidarlos con ternura para alegrarlos, y luego los debemos alimentar. Esta alimentación es el verdadero pastoreo.
El pastoreo implica enseñanza. Esto se indica en Efesios 4:11, que dice que la Cabeza dio al Cuerpo “a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros” Este versículo no dice: “A otros como pastores y a otros como maestros”, sino: “A otros como pastores y maestros”, lo cual da a entender que estas personas pertenecen a una sola categoría. Por consiguiente, la enseñanza y el pastoreo van juntos.
Cristo, quien vino para que los que creyeran tuvieran vida (Jn. 10:10b), es el buen Pastor que da Su vida para redimir a los creyentes y resucita para alimentar a Sus ovejas consigo mismo como los pastos verdes a fin de que tengan vida en abundancia (vs. 2-4, 9, 11, 14-16). En Juan 14:16 el Señor Jesús dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador”. El otro Consolador es el Espíritu. El Señor fue el primer Pastor, y el Espíritu, el segundo Consolador como continuación Suya, también es Pastor.
Cristo pastorea a todos Sus creyentes y los guía a fuentes de aguas de vida (Ap. 7:17). En la eternidad futura Cristo será nuestro Pastor eterno que nos guía a fuentes de aguas de vida.
Cristo, como el gran Pastor, apacienta las ovejas del rebaño de Dios en resurrección; las perfecciona a fin de que hagan la voluntad de Dios, quien está en ellas (He. 13:20-21). Los creyentes pueden hacer la voluntad de Dios que está en ellos al ser perfeccionados por el pastoreo de Cristo en resurrección. Hoy Cristo está en resurrección, y nos pastorea interiormente. Cuando lo hace, nosotros hacemos la voluntad de Dios.
Cristo es el Pastor de las almas de los creyentes y los cuida desde el interior de ellos (1 P. 2:25). El es nuestro Pastor no sólo exteriormente sino también interiormente. El nos pastorea desde nuestro interior en nuestro ser, en nuestra alma, y nos cuida. Nuestra alma necesita que Cristo la pastoree al observarnos El, cuidarnos y corregirnos para que seamos fortalecidos. Esta clase de pastoreo también incluye la alimentación. Nuestra alma necesita que Cristo la pastoree alimentándola.
Cristo es el Príncipe de los pastores y recompensará a los ancianos fieles, los que apacienten fielmente el rebaño de Dios, dándoles una corona inmarcesible de gloria como incentivo (1 P. 5:4). Cristo mismo es el Pastor, y El puso a los ancianos en las iglesias y les ordenó que pastorearan “el rebaño de Dios” (v. 2).
La principal responsabilidad de los ancianos es pastorear el rebaño de Dios, la iglesia, no cuidar de los negocios. Los ancianos deben dejar que los diáconos, los que sirven, cuiden de los negocios y deben dedicar más tiempo al pastoreo. Sin embargo, en la mayoría de las iglesias los ancianos hacen el trabajo de los diáconos y descuidan el pastoreo. Si los ancianos no confían en que los diáconos cuidarán de los negocios, incluyendo la contabilidad, no tendrán tiempo para pastorear a los santos. Insto a cada anciano a visitar a por lo menos a un santo todos los días. Si los ancianos no pastorean, no se puede edificar la iglesia. Todos los creyentes, no importa su nivel de crecimiento espiritual, necesitan el pastoreo. Aun una conversación breve con un santo después de una reunión lo consolará, lo animará y lo fortalecerá.
Animo a todos los ancianos a que tengan contacto con los santos uno por uno durante unos meses. Si los ancianos son fieles en esto, la iglesia será restaurada. El pastoreo de los ancianos restaurará la iglesia.
Puesto que la iglesia necesita ser pastoreada, el Señor Jesús le encomendó a Pedro, el apóstol a quien había nombrado, que alimentara Sus corderos y pastoreara Sus ovejas por el amor que Pedro le tenía (Jn. 21:15-17). Como vimos, el Señor le encomendó que alimentara Sus corderos, pastoreara Sus ovejas y las alimentara. Hoy día necesitamos alimentar los corderos, los jóvenes, y pastorear a los viejos.
Cristo como Cabeza da al Cuerpo personas dotadas, algunas de las cuales son pastores, y éstos perfeccionan a los santos con la enseñanza para que sea edificado el Cuerpo de Cristo (Ef. 4:11-12). El pastoreo es muy importante para la edificación del Cuerpo de Cristo.
La principal responsabilidad de los ancianos de la iglesia es pastorear la grey de Dios enseñándole fielmente (1 P. 5:2-3; 1 Ti. 3:2; 5:17). Un anciano debe ser apto para enseñar (1 Ti. 3:2). La expresión apto para enseñar indica que los ancianos deben tener el interés, el deseo y el hábito de enseñar. Esto le faculta a uno como anciano. En 1 Timoteo 5:17 Pablo dice que “los que trabajan en la predicación y en la enseñanza” deben ser tenidos por dignos de doble honor. Los ancianos no deben ocuparse de los negocios sino de la predicación y la enseñanza, pastoreando el rebaño de Dios al enseñarle fielmente.
El pastoreo que aplican los ancianos a la iglesia, la grey de Dios, es la mejor manera de confrontar a “los lobos rapaces” y a los que hablan perversidades en medio de las iglesias (Hch. 20:28-30). Muchas veces los ancianos me han preguntado qué deben hacer con los que hablan perversidades en la iglesia. La manera en la cual los ancianos pueden confrontar esta situación es pastorear la iglesia. Muchos años de historia comprueban que el pastoreo de los ancianos protegerá a los santos de “los lobos rapaces” y de los que hablan perversidades.
El secreto de la santificación es la tercera sección de la salvación orgánica que Dios efectúa.
La obra santificadora que Dios realiza en los creyentes consta de tres aspectos.
El primer aspecto es la santificación que lleva a cabo el Espíritu Santo, la cual consiste inicialmente en buscar con la Palabra iluminadora (1 P. 1:2; Lc. 15:8). En 1 Pedro 1:2 se habla de “la santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Aquí tenemos la santificación inicial, la santificación del Espíritu que viene antes de que uno obedezca a Cristo y tenga fe en Su obra redentora, es decir, antes de la justificación por medio de la obra redentora de Cristo (Ro. 3:24). Este aspecto de la santificación también se ve en Lucas 15:8. En Lucas 15, un capítulo acerca de la obra salvadora del Dios Triuno, el Hijo (el pastor) busca al pecador perdido de modo objetivo, y el Espíritu (la mujer) lo busca de modo subjetivo obrando en el pecador arrepentido. En el versículo 8 el Espíritu buscador es comparado con una mujer que encendió una lámpara, barrió la casa y buscó con esmero hasta que encontró la moneda perdida. Esto representa la santificación inicial hecha por el Espíritu Santo.
El segundo aspecto es la santificación relacionada con la posición, la cual realiza jurídicamente la sangre redentora de Cristo (He. 13:12; 10:29).
El tercer aspecto es la santificación de nuestra manera de ser, la cual lleva a cabo orgánicamente el Espíritu Santo (Ro. 15:16; 6:19, 22). En cuanto a los tres aspectos de la obra santificadora de Dios debemos recordar tres palabras: inicialmente, jurídicamente y orgánicamente.
Nosotros fuimos creados por Dios en el sentido especial de que somos para El. Pero caímos de El y nos perdimos en cuanto a nuestra posición y naturaleza (nuestra manera de ser), llegando a ser así comunes, lo cual es muy grave. Por consiguiente, Dios al salvarnos nos santificó en nuestra posición delante de El exterior y jurídicamente y en nuestra manera de ser caída interior y orgánicamente. Ya hemos hablado en otras ocasiones de la santificación posicional y jurídica que Dios lleva a cabo. En este mensaje nos referimos a la santificación orgánica efectuada en nuestra forma de ser.
Somos santificados en nuestro modo de ser por el Espíritu Santo (Ro. 15:16). La santificación de la posición consiste en que Dios santifica nuestra posición exterior delante de El judicialmente por la sangre redentora de Cristo; en la santificación de nuestra manera de ser El santifica orgánicamente nuestra naturaleza interior caída por el Espíritu por medio de nuestro espíritu cautivado por Cristo.
El Espíritu santifica a los creyentes en su modo de ser. La expresión modo de ser se refiere a nuestra naturaleza. La palabra naturaleza se refiere a la sustancia creada por Dios. Modo de ser, una frase negativa, denota nuestra naturaleza distorsionada y torcida. La naturaleza, la sustancia natural, creada por Dios era buena, pero en nosotros las personas caídas, la naturaleza llegó a ser el modo de ser, nuestra naturaleza distorsionada, torcida y perversa. Por tanto, al referirnos a nuestra naturaleza caída, usamos la expresión negativa modo de ser.
En la salvación orgánica que Dios efectúa somos santificados en nuestro modo de ser con la naturaleza divina y santa de Dios (2 P. 1:4) a fin de ser santos para El. Dios nos escogió para que fuéramos santos (Ef. 1:4). Ser santos nosotros significa que poseemos la naturaleza santa de Dios y participamos de Su divinidad.
El Espíritu Santo nos santifica también con el elemento de la vida de resurrección de Cristo, el cual recibimos al ser alimentados. Cuanto más nos alimentamos de la Palabra, más recibimos el elemento de la vida de resurrección de Cristo, para ser santificados en nuestra manera de ser.
Los creyentes son santificados a partir de su espíritu, pasando por su alma hasta llegar a su cuerpo, para que todo su ser sea santificado por completo. En 1 Tesalonicenses 5:23 se da a entender que la santificación empieza en nuestro espíritu, se extiende a nuestra alma y tiene su consumación en la santificación de nuestro cuerpo. De este modo todo nuestro ser será santificado.
Ya que todos los creyentes conformarán la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, ellos deben ser santificados para llegar a ser santos como la ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Si no somos santos, no podremos ser parte de la ciudad santa, la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén, como ciudad santa, se compone de creyentes santos.