
El Señor desea sacarnos de los rituales, las ordenanzas, las doctrinas y los métodos. Por tanto, deberíamos seguir el espíritu y no los métodos. En la actualidad todavía dependemos de los métodos. Hemos abandonado un método viejo y nos hemos vuelto a un método nuevo. Por tanto, la naturaleza de nuestras reuniones no ha cambiado.
Un cambio de naturaleza produce un cambio de concepto, y no un cambio de un método a otro método, sino un cambio de los métodos al Espíritu. Sea que utilicemos un método viejo, un método nuevo, un método incorrecto o un método correcto, todavía usamos y dependemos de los métodos, y no del Espíritu. Sabemos que no dependemos del Espíritu, pues en las reuniones nuestro espíritu no está viviente; la condición de nuestras reuniones no es ideal. Algunas reuniones parecieran ser una actuación. Invocar al Señor y alabarle a fin de tener un espíritu liberado y elevado debería ser nuestro vivir, y no una actuación. Deberíamos tener un espíritu liberado y elevado no sólo cuando estemos en las reuniones. Por tanto, invocar al Señor y alabarle debería ser nuestra práctica diaria.
Es más fácil orar e invocar el nombre del Señor en una reunión que orar e invocar Su nombre en otros lugares, como en la calle o en un autobús. Nuestra condición espiritual debería corresponder con nuestro vivir; deberían ser lo mismo. Aunque es posible que no sea adecuado invocar el nombre del Señor fuertemente cuando estamos en un autobús, todavía podemos ejercitar nuestro espíritu. Podemos invocar suavemente, no fuertemente. Si en vez de tener comunión con el Señor pasamos nuestro tiempo mirando a nuestro alrededor cuando estamos en una reunión, el que invoquemos el nombre del Señor será una actuación. Esta situación indica que nuestra vida de reuniones está separada de nuestro diario vivir. Esto es erróneo. Verdaderamente necesitamos que la misericordia del Señor nos salve.
Puesto que nuestras reuniones son la expresión de nuestro diario vivir, no hay necesidad alguna de considerar qué método deberíamos utilizar. Respirar no es un asunto de métodos. No necesitamos pararnos de una forma en particular a fin de respirar, y tampoco necesitamos hacer un esfuerzo consciente para respirar. Respiramos espontáneamente en todo lugar. Sin embargo, en algunos lugares podemos practicar la respiración profunda, mientras que en otros lugares esto no es apropiado. Nuestras reuniones deberían ser una expresión de nuestro diario vivir. Algunos cristianos discuten y pelean en su vida diaria, pero son muy bien educados cuando se congregan para adorar. Esto es una actuación. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que tengamos un cambio en nuestro concepto. No estamos cambiando métodos; estamos cambiando nuestro concepto.
En las reuniones no deberíamos depender de método alguno, sino que deberíamos seguir al Espíritu. No es incorrecto invocar el nombre del Señor fuertemente, pero esta clase de invocar se ha convertido en un nuevo método. Pareciera que ya no sabemos cómo orar, pues invocar se ha convertido en un nuevo método. Ciertamente invocar de esta manera no constituye ejercitar el espíritu ni seguir al Espíritu. ¿Acaso el Espíritu solamente nos guía a invocar fuertemente? La buena música tiene una melodía hermosa con notas altas y bajas; no debería tener una sola nota. Es posible que estemos acostumbrados a invocar de esta manera, pero los nuevos creyentes no están acostumbrados al ruido, y es desagradable. Necesitamos tener un cambio de concepto.
Anteriormente, en nuestras reuniones seguíamos una rutina y ciertas ordenanzas. Cada semana nuestras reuniones seguían la misma rutina. Hemos condenado esa manera de reunirnos y le hemos dado muerte. Ahora estamos aprendiendo a seguir al Espíritu. Sin embargo, al seguir al Espíritu, hemos adoptado el método de invocar fuertemente. Éste es otro método. Algunos santos dijeron que sin un método, no saben qué hacer. Seguir un método no equivale a seguir al Espíritu. El Espíritu no se mueve como un tren que sigue sus rieles. El Espíritu es como un viento que sopla donde quiere (Jn. 3:8). El viento podría soplar desde el este en la mañana, desde el sur en la tarde y podría ser un torbellino en la noche. El Espíritu es como el viento que no tiene dirección ni método fijo.
Según la Biblia, en la era del Nuevo Testamento las reuniones cristianas no deberían tener regla alguna. La Biblia no dice cómo los cristianos deberían reunirse, y tampoco da reglas para las reuniones cristianas. Necesitamos ser guiados por el Espíritu. Cuando no sabemos cómo seguir al Espíritu, adoptamos métodos. La denominación bautista tiene el método bautista, la denominación presbiteriana tiene el método presbiteriano, la denominación metodista tiene el método metodista y la denominación luterana tiene el método luterano. Cada denominación tiene su propio método. Nosotros también hemos hallado un método. Sin embargo, en vez de seguir un método, deberíamos vivir por el Espíritu. Nuestras reuniones no son una actuación; son la expresión de nuestro vivir diario. Andamos conforme al Espíritu en nuestro diario vivir a fin de que cuando vengamos a las reuniones, continuemos andando conforme al Espíritu.
Si vivimos por el Espíritu en nuestra vida diaria al tener comunión con Él, alabarle y acudir a Él, tendremos inspiración en las reuniones. El Espíritu podría guiar a un hermano a decir: “¡Señor, te adoramos!”. No hay necesidad alguna de esperar a que alguien pida un himno. Cuando el hermano dice: “¡Señor te adoramos!” la reunión comienza. De inmediato otro hermano podría decir: “¡Sí, Señor, Tú verdaderamente eres digno de nuestra adoración!”. Luego, espontáneamente, es posible que una hermana comience a cantar un himno de adoración, y todos se unan a ella. De este modo, ninguna persona en específico está designada para pedir un himno o para iniciar la reunión. Después de cantar el himno, un hermano podría dar un testimonio, y otro hermano podría leer unos cuantos versículos. Aunque nuestras actividades son distintas, seguimos al Espíritu.
Éste es el fluir del Espíritu, y cada santo debería seguir este fluir. Esto puede compararse a un equipo que juega baloncesto. Cuando un miembro comienza a jugar, el resto del equipo debería estar listo. Cuando una persona recibe el balón, lo debería pasar a otra persona. No hay regla alguna acerca de quién debería pasar el balón y quién debería recibirlo.
En las reuniones tendemos a ser estrictos cuando oramos los himnos; no hay fluir alguno, y las oraciones no están conectadas. No escuchamos las oraciones de otros santos. Como resultado, no regamos nuestros espíritus mutuamente, y no podemos tocar el suministro del Espíritu al seguir el sentir en nuestro espíritu.
A fin de ser salvos de estas deficiencias, necesitamos vivir en nuestro espíritu a diario. De otro modo, en vez de ser capaces de participar en las reuniones, seremos espectadores. Seremos como espectadores en un juego de baloncesto que, debido a que no practican con el equipo, no pueden driblear el balón, pasarlo ni recibirlo. Algunos santos no ejercitan su espíritu regularmente. Ellos tienen una conducta apropiada, aman al Señor y se preocupan por la iglesia, pero carecen del ejercicio de su espíritu. Tales personas son como los miembros en las denominaciones. Por tanto, ellos no participan en nuestras reuniones, pues en nuestras reuniones todos tienen que ejercitar su espíritu para llevar a cabo su ministerio sacerdotal.
Algunos quizás digan: “No puedo jugar baloncesto. Si usted me obliga a jugar, me hará sufrir. Yo puedo verlos y animarlos, pero no me obligue a jugar”. En la vida de iglesia no hay espectadores ni observadores; todos tienen que ser participantes. Aquellos que quieren ser espectadores y no quieren participar introducen el sistema de clérigos y laicos, pues los santos que participan llegarán a ser el clero y quienes son espectadores se convertirán en el laicado. No debería haber tal distinción en las iglesias. Todos somos sacerdotes y todos tenemos que participar en las reuniones.
En el Antiguo Testamento un sacerdote no podía decir: “Ofreceré sacrificios, pero por favor no me pida que queme incienso. Puedo traer los sacrificios para que usted los mate y desuelle, y los puedo cargar hasta el altar del holocausto, pero no puedo entrar al tabernáculo para quemar incienso. Cada uno de nosotros tiene su propia función. No me obligue a hacer ese servicio”. Es cierto que cada uno de nosotros tiene su propia función, pero hay algunas cosas que no podemos hacer por otros. Por ejemplo, no le podemos pedir a alguien que beba agua o coma por nosotros. Todos tienen un servicio, tal como barrer el piso o limpiar la ventana. No obstante, todos necesitamos respirar, beber y comer por nosotros mismos. Cuando nos reunimos, venimos a comer y beber espiritualmente; por tanto, nadie puede participar en nuestro nombre.
En las denominaciones no es posible que todos participen en la predicación, la oración y el canto, así que es necesario que algunos estudien en los seminarios a fin de llevar a cabo estas funciones. Algunos estudian cómo dar sermones o cómo predicar el evangelio, y algunos estudian música. Una persona que estudia música dirigirá el canto en una denominación cuando se gradúe. Tal persona no puede hablar o visitar a los santos. Ésta no es nuestra manera de proceder. La vida divina en nosotros es una vida sacerdotal, así que no podemos decir que no sabemos cómo servir. Cualquier persona que ha sido salva tiene la capacidad de servir, pero su servicio exacto depende del ejercicio diario de su espíritu. Por tanto, todos necesitamos practicar el ejercitar nuestro espíritu diligentemente.
No debemos estar inactivos en las reuniones. Puesto que asistimos a una reunión para ejercer nuestra función, cuando la reunión comience, deberíamos estar listos para cumplir nuestra función. Por tanto, tenemos que estar atentos. Si estamos inactivos, será difícil tener una reunión.
Puesto que el Señor no nos dirige conforme a una serie de reglas o métodos, necesitamos ejercitar nuestro espíritu a diario a fin de estar vivientes, y necesitamos vivir delante del Señor. Además, cuando venimos a una reunión, tenemos que estar alertas y listos para ministrar como sacerdotes al ofrecer nuestra porción de Cristo en el momento oportuno.
La Biblia no da una manera definida para que los cristianos se reúnan, pero sí dice lo que los primeros cristianos hacían en sus reuniones. En todo el Nuevo Testamento, sólo 1 Corintios 14 dice algo acerca de cómo reunirnos. El Evangelio de Mateo dice que sólo dos o tres pueden reunirse en el nombre del Señor (18:20). Hechos habla de las reuniones de los creyentes, pero no nos da los pormenores de cómo se reunían. Sólo 1 Corintios dice algo respecto a cómo reunirnos.
El libro de 1 Corintios contiene varios puntos básicos. El primer punto básico es que Cristo es la porción que Dios nos ha dado (1:2). Dios nos ha dado a Cristo como nuestra porción. Cuando los hijos de Israel entraron a la tierra de Canaán, a todos les fue dada una porción de la tierra. El Señor Jesús es nuestra buena tierra, y nosotros participamos de la porción asignada a los santos (Col. 1:12). Por tanto, Cristo es “de ellos y nuestro” (1 Co. 1:2); Él le pertenece a todos los creyentes. Él es nuestra porción. Dios ha hecho a Cristo, quien es nuestra porción, nuestro poder y nuestra sabiduría (v. 24). Él también llegó a ser nuestra justicia, santificación y redención (v. 30). Él es nuestra Pascua (5:7), nuestro fundamento (3:11) y nuestro alimento espiritual, nuestra bebida espiritual y nuestra roca espiritual (10:3-4). Cristo también es nuestra Cabeza (11:3). Como nuestra porción, Él es nuestro todo. Cristo fue el postrer Adán a fin de ser nuestro Redentor, y luego Él se hizo el Espíritu vivificante (15:45). Cristo, quien es nuestra porción, es el Espíritu que nos da vida. Éste es el primer punto básico visto en 1 Corintios.
El segundo punto básico es que debemos conocer y ejercitar nuestro espíritu. En 1 Corintios 6:17 se nos dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Tenemos que ser personas espirituales, los que andan en el espíritu y viven por el espíritu. En 2:1 Pablo dice: “Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui anunciándoos el misterio de Dios con excelencia de palabras o de sabiduría”. Luego, en el versículo 4 él dice: “Ni mi palabra ni mi proclamación fue con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”. La palabra demostración indica una expresión. Pablo no habló a los santos conforme a la excelencia de palabras o palabras persuasivas de sabiduría. Su hablar fue una demostración del Espíritu a fin de que el Espíritu fuese manifestado, expresado. Los creyentes que son parte del movimiento pentecostal dicen que el Espíritu se expresa cuando ellos hablan en lenguas. No obstante, necesitamos combinar 2:4 con 14:6, que dice: “Hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovecharé yo, si no os hablo con revelación, o con conocimiento, o con profecía, o con enseñanza?”. Al poner juntos estos dos versículos, podemos ver que la demostración, o expresión, del Espíritu no se refiere a hablar en lenguas, sino a hablar con palabras claras y comunes. El Espíritu se expresa en palabras claras.
El primer punto principal en 1 Corintios es que Cristo es nuestra porción, y el segundo punto es que nosotros deberíamos ejercitar nuestro espíritu a fin de disfrutar a este Cristo. Por esta razón, en nuestras reuniones no deberíamos hacer cosa alguna excepto ejercitar nuestro espíritu a fin de presentar al Cristo que hemos disfrutado.
Que tomemos a Cristo como nuestra porción y ejercitemos nuestro espíritu a fin de disfrutar a Cristo como nuestro todo son los puntos principales presentados en 1 Corintios. Estos dos puntos principales también deberían ser nuestro vivir. ¿Qué, pues, deberíamos hacer en las reuniones? Las reuniones tienen como meta exhibir al Cristo que hemos disfrutado en nuestro vivir. En nuestra vida diaria ejercitamos nuestro espíritu y disfrutamos a Cristo como nuestro todo. Luego, en las reuniones ejercitamos nuestro espíritu como una demostración del Espíritu. Cuando ejercitamos nuestro espíritu presentando al Cristo que hemos disfrutado a los santos, estamos profetizando. En 1 Corintios profetizar no se refiere a predecir, sino a hablar por el Señor.
En 1 Corintios 1:2 se nos dice que Cristo es de ellos y nuestro. Él es el postrer Adán que se hizo el Espíritu vivificante (15:45), y nosotros nos hemos unido a Él como un solo espíritu (6:17). No necesitamos ir al cielo a fin de unirnos a Él. Luego de Su ascensión, Él descendió a fin de unirse a nosotros en nuestro espíritu. Cristo está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Por tanto, le podemos experimentar en nuestro diario vivir cuando ejercitamos nuestro espíritu, y con nuestro espíritu podemos liberar las experiencias que hemos tenido de Cristo cuando asistimos a las reuniones. Esto es muy sencillo. Esto es lo que significa profetizar, hablar por Cristo. Puesto que profetizar es tan fácil, todos podemos profetizar. Sin embargo, no deberíamos dar discursos interminables. Deberíamos ser breves para que todos tengan la oportunidad de hablar.
Necesitamos ser librados de la influencia del cristianismo degradado. Entonces será fácil llevar la vida cristiana y también reunirnos. Amar al Señor, tener comunión con Él y vivir en nuestro espíritu será algo común y corriente para nosotros. El Señor es nuestra porción. Él es el Espíritu que vive en nuestro espíritu, y nosotros ejercitamos nuestro espíritu para contactarle. Ésta es la manera en que tenemos experiencias de Cristo. Entonces, cuando vengamos a una reunión, nuestro espíritu estará viviente y liberado, y estaremos listos para hablar acerca de la experiencia que hemos tenido de Cristo. Si cada santo hiciera esto, nuestras reuniones serían ricas. También podemos usar la Biblia y nuestro himnario para recibir inspiración y hablar en las reuniones. Es fácil que nuestras reuniones sean frescas y ricas.
Aunque la vida cristiana es un misterio, no es difícil de comprender. Necesitamos tener un cambio en nuestro concepto. Una vez que haya un cambio en nuestro concepto, nuestras reuniones serán diferentes. Amamos al Señor, pero todavía somos influenciados por el cristianismo. Tengo la carga de sacar a los santos fuera de la influencia del cristianismo.
Somos salvos, y amamos al Señor y le seguimos. Por tanto, deberíamos a diario utilizar nuestro espíritu para invocarle y tener contacto con Él. Cuando invoquemos: “Oh Señor”, le experimentaremos. Podemos probar esto en nuestra experiencia. Nuestro Señor no es una doctrina, y tampoco es nebuloso; Él es verdadero y práctico, y Él vive en nosotros. No sólo eso, sino que Él también nos ha dado la Biblia, que contiene Sus palabras. Estas palabras no son doctrina; ellas son espíritu y vida. Si oramos-leemos estas palabras regularmente, le tocaremos y disfrutaremos. Entonces cada día y durante todo el día tendremos muchas experiencias del Señor.
Si ponemos en práctica tocar al Señor cada día, nuestro espíritu estará fresco y viviente. Cuando vengamos a la reunión, nuestro espíritu estará listo, elevado y liberado. Cuando nuestro espíritu sea ejercitado, será liberado y manifestado. Nuestro espíritu se manifiesta a fin de que podamos exhibir al Cristo que hemos experimentado. Cuando cincuenta o sesenta santos exhiben su porción de Cristo, ellos se suministran unos a otros, y la reunión es muy rica. Entonces cuando oremos, alabemos, cantemos himnos y oremos-leamos, la reunión será rica y fresca. No habrá necesidad alguna de seguir viejos procedimientos o de siempre tener un mensaje. En tal reunión fresca y viviente, abriremos el camino para que el Señor se mueva.
Nuestra necesidad actual consiste en practicar, y esto es un asunto de aprender destrezas. Todo lo que hacemos requiere destrezas. Por una parte, en nuestra vida diaria necesitamos vivir por el espíritu al disfrutar al Señor y experimentarle. Por otra parte, en las reuniones necesitamos coordinarnos con otros en cuanto al canto, a las alabanzas, el testificar y el orar-leer. En las reuniones necesitamos ejercer nuestra función como equipo. Por esta razón, necesitamos aprender algunas destrezas. Cuando alguien ore, yo debería abstenerme de orar. Cuando nadie ore, yo debería liberar una oración. Cuando oiga otra voz, yo debería detenerme. Cuando él se detenga, yo debería continuar de manera significativa desde el punto donde él concluyó. Cuando cantemos y oremos los himnos, a veces podemos proceder en secuencia, de una estrofa a la otra, a veces podemos brincar una o dos estrofas, y a veces podemos seleccionar ciertas estrofas. Estos asuntos requieren destreza. Cuando oremos sobre una estrofa, debería haber continuidad en nuestras oraciones y en la liberación de nuestro espíritu. Además, nuestra voz no debería ser tan fuerte que lastime los oídos de otros ni tan suave que otros no nos puedan oír. Necesitamos tomar cuidado de estos asuntos. No deberíamos ser indiferentes. Todo lo que hagamos requiere destreza. Sin las destrezas apropiadas, no podemos hacer un buen trabajo. Por tanto, necesitamos practicar.
Si estamos dispuestos a practicar regularmente, con el tiempo nos volveremos diestros, y gradualmente nuestro espíritu será capaz de fluir donde el Espíritu quiera. Cuando la práctica de ejercitar nuestro espíritu en las reuniones se desarrolle entre nosotros, llegará a ser nuestra tradición familiar, y les será fácil a los nuevos creyentes unirse a nosotros. Un niño que nace en una familia de habla china no necesita un maestro chino que le enseñe el idioma chino; el niño espontáneamente aprende a hablar chino. El orar-leer aún no ha sido bien desarrollado entre nosotros; por tanto, tenemos que seguir practicando. Hemos desechado la vieja manera de reunirnos, pero si no somos capaces de desarrollar la destreza de usar nuestro espíritu, estaremos en un estado de paralización. Algunas cosas viejas ya no están, pero no se han desarrollado bien las cosas nuevas en su lugar. Por supuesto, no deseamos la vieja manera, pero necesitamos aprender rápidamente la nueva manera de hacerlo todo conforme al Espíritu.
Hacer cosas conforme al Espíritu no es un asunto individual. Todos los que sirven tienen que levantarse y practicar. Cuando los que sirven sean diestros, ellos podrán guiar a toda la iglesia a que practique en grupos pequeños. Gradualmente esta práctica de adorar en el espíritu será establecida y llegará a ser lo que se practica en las iglesias.
Ciertamente necesitamos dar este giro. De otra forma, limitaremos al Señor. Si no permitimos que el Señor lleve a cabo esta manera entre nosotros, Él la llevará a cabo con otro grupo de personas. La era ha cambiado. Si permitimos que el Señor se mueva entre nosotros, seremos bendecidos. Sin embargo, si no permitimos que el Señor se mueva, Él hallará otro grupo de personas. El Señor tomará Su camino. Él ya no continuará en la situación del cristianismo, y tampoco permitirá que la situación de vejez entre nosotros continúe.
Por tanto, tenemos que esforzarnos por cambiar nuestro concepto. En nuestro diario vivir tenemos que ejercitar nuestro espíritu para experimentar a Cristo. También tenemos que esforzarnos por practicar nuestras destrezas en las reuniones. Deberíamos acudir al Señor y pedirle que nos dé la paciencia para practicar. Nosotros los creyentes somos sacerdotes, y necesitamos aprender cómo servir y cómo reunirnos.