Leamos algunos versículos en el libro de Salmos que describen a los hijos de Israel mientras iban camino a adorar a Dios en Jerusalén. “Andábamos con la multitud en la casa de Dios” (55:14). “Me regocijé cuando me dijeron: / Vamos a la casa de Jehová” (122:1). “Iba yo entre la multitud; / la conducía hasta la casa de Dios / con voz de grito jubiloso y de alabanza. / Era una multitud festiva” (42:4). “Aclamad con júbilo a Jehová, toda la tierra. / Servid a Jehová con regocijo; / llegad ante Su presencia cantando gozosamente. / [...] Entrad por Sus puertas con acción de gracias, / por Sus atrios con alabanzas; / dadle gracias, bendecid Su nombre” (100:1-2, 4). “Entraré con holocaustos en Tu casa; / te pagaré mis votos” (66:13). “Traed ofrenda, y entrad en Sus atrios” (96:8). La condición de los hijos de Israel en el libro de Salmos era mucho mejor que la condición de nuestras reuniones. Tenemos que confesar que estamos en degradación porque la condición de nuestras reuniones no es tan buena como la de los hijos de Israel cuando iban camino a adorar a Dios en el templo santo.
Mientras los hijos de Israel iban camino a guardar las fiestas y adorar a Dios, ellos no estaban callados. Ellos se regocijaban, gritaban y alababan. Ellos iban en multitudes, regocijándose y alabando todo el camino. “La conducía [a la multitud] hasta la casa de Dios / con voz de grito jubiloso y de alabanza” (42:4). Aquella era una situación gozosa. Por tanto, cuando vayamos camino a las reuniones, deberíamos cantar himnos o invocar el nombre del Señor. No deberíamos estar callados y esperar a que comience nuestra “actuación” en el salón de reunión. Debemos tener un vivir en el cual cantamos himnos en nuestros hogares, cantamos camino a la reunión y cantamos mientras entramos al salón de reunión. Si los hijos de Israel adoraron a Dios de esta manera, nosotros deberíamos hacer lo mismo, o más. De otro modo, no estamos a la altura de la norma divina. Hay muchos cristianos en Taipéi que asisten a reuniones o servicios el día del Señor. No obstante, ninguno de ellos canta con gozo en la calle o invoca el nombre del Señor. Ésta es una situación caída.
Los hijos de Israel se regocijaban por ir al templo de Jehová. Ellos subían en multitudes, y algunos las conducían con gritos de júbilo y alabanza. Salmos 100:2 nos exhorta, diciendo: “Servid a Jehová con regocijo; / llegad ante Su presencia cantando gozosamente”. Cantando gozosamente implica cantar con exultación. Mientras ellos iban hacia el monte Sion en Jerusalén, los hijos de Israel exultaban, se regocijaban, gritaban y cantaban; ellos estaban fuera de sí. En la iglesia en Taipéi hay al menos dos o tres mil santos que se reúnen el día del Señor. Sería maravilloso si estos dos o tres mil santos fueran camino a la reunión regocijándose y cantando. Cuando una sola persona canta, el sonido no es fuerte y el efecto es mínimo. No obstante, sería glorioso si multitudes de santos clamaran diciendo: “¡Jesús es el Señor!” y “¡Oh Señor Jesús! ¡Visita a las personas en Taipéi!”, y cantaran: “Es la vida lo que nos hace gritar: / ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!”. Mientras vamos camino a la reunión deberíamos alabar y exultar. Entonces no habrá necesidad alguna de seguir métodos en las reuniones, pues el espíritu de todos saldría a relucir.
No podemos decir que los hijos de Israel recibieron más gracia que la que nosotros tenemos. Hemos recibido mucha gracia. Por tanto, deberíamos hacer lo que se nos exhorta en Salmos 100:4: “Entrad por Sus puertas con acción de gracias, / por Sus atrios con alabanzas”. Los israelitas iban en multitudes a la casa de Dios, y algunos dirigían con gritos de alabanza. Ellos se regocijaban y entraban en la presencia de Dios cantando. Cuando comparamos nuestra situación con la de ellos, estamos escasos en cuanto a alabar de esa forma.
Salmos 66:13 dice: “Entraré con holocaustos en Tu casa; / te pagaré mis votos”, y Salmos 96:8 dice: “Traed ofrenda, y entrad en Sus atrios”. Según estos versículos, los israelitas no estaban con las manos vacías cuando adoraban a Dios. Ellos traían una ofrenda consigo. Nosotros también deberíamos traer una ofrenda con nosotros a las reuniones. Nuestra ofrenda es Cristo. Deberíamos traer a Cristo con nosotros a las reuniones. Deberíamos preguntarnos si ésta es nuestra situación. Subconscientemente, sentimos que vamos a una reunión para escuchar un sermón. Por tanto, no ponemos en práctica vivir en nuestro espíritu, ni expresamos el espíritu de camino a la reunión. Como resultado de ello, no tenemos otra opción que hacer las cosas en conformidad con un método. El viejo método consistía en estar callados, y el nuevo método consiste en pedir un himno o invocar al Señor. Sin embargo, cualquiera que sea el método que sigamos, es meramente una actuación, pues no es el mover del Espíritu.
Asistimos a estas reuniones a fin de ser adiestrados. No obstante, me temo que algunos santos meramente quieren oír algunos mensajes y aprender un método. Mi método consiste en hacer que los santos vayan delante del Señor. Los colaboradores y los ancianos necesitan acudir al Señor y pedir Su misericordia. Tenemos muchos métodos, pero nuestro espíritu no se mueve. Decimos que hemos cambiado, pero únicamente nuestro método ha cambiado; nosotros no hemos cambiado. No sabemos cómo usar nuestro espíritu. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.
El Señor nos ha revelado Su camino. Necesitamos ser rescatados fuera del cristianismo y fuera de nuestras viejas maneras de proceder. El Señor desea que tomemos el camino de vivir a diario en nuestro espíritu de manera que disfrutemos y experimentemos todas las riquezas de Cristo. Entonces llegaremos a ser personas normales que llevan una vida apropiada, y nuestras reuniones serán el fluir rebosante de nuestro vivir; no habrá ordenanzas, métodos, rituales o reglas en nuestras reuniones; nuestro espíritu estará fuerte y viviente; y tendremos las riquezas de Cristo. Además, en vez de esperar hasta que estemos en el salón de reunión para comenzar la reunión, comenzaremos la reunión mientras aún estamos en casa. Cuando lleguemos al salón de reunión, todavía estaremos en nuestro espíritu. Exhibiremos a Cristo al ofrecer Cristo a Dios y suministrar Cristo a otros, y nosotros también le disfrutaremos. Éste es nuestro camino, y ésta es la verdadera adoración en espíritu y en realidad. Esto es lo que significa adorar en nuestro espíritu y en Cristo como realidad (Jn. 4:24). Cuando ejercitamos nuestro espíritu a fin de traer a Cristo como ofrenda a Dios y como un suministro a otros, estaremos llenos de disfrute. Ésta es la adoración que Dios desea. Éste es el propósito de nuestras reuniones.