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Mensajes del libro «Ser liberados de los ritos religiosos y andar conforme al Espíritu»
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CAPÍTULO TRECE

REUNIRNOS Y ADORAR

ASUMIR RESPONSABILIDAD EN LAS REUNIONES

  No es fácil cambiar la atmósfera en las iglesias, pues hemos estado atrincherados en viejos conceptos por muchos años. Lo que necesitamos es cambiar nuestro concepto. No estamos conscientes de la influencia que el cristianismo tiene sobre nosotros. Por ejemplo, cada creyente tiene el concepto de que ellos deberían asistir a un servicio de adoración. Es posible que no utilicen la frase servicio de adoración, pero ellos tienen este concepto. Ellos también tienen el concepto de que el servicio de adoración consiste de cantar himnos, orar, escuchar las Escrituras y escuchar un sermón. Si no abandonamos este concepto, cada cambio que hagamos será superficial. Por ejemplo, podríamos pintar un podio de un color distinto. Aunque el color ha cambiado, la naturaleza del podio no ha cambiado. Pareciera que todavía queremos una reunión en la que cantemos, oremos, leamos las Escrituras y una sola persona dé un mensaje. Por tanto, cuando animamos a todos a que participen invocando y orando-leyendo, es posible que lo único que estemos cambiando sea nuestro método.

  Además, debido a la influencia del cristianismo, no asumimos responsabilidad en las reuniones. Sabemos que habrá algunos hermanos que dirigirán la reunión. Por tanto, no venimos a la reunión con un sentido de responsabilidad. Nuestras reuniones no deberían ser dirigidas por algunos hermanos designados. Si alguien estuviese designado para dirigir la reunión, sería todo el mundo. Todos los hermanos y las hermanas que vienen a la reunión deberían asumir responsabilidad por la reunión. Si todos tenemos la actitud de que otros deberían asumir responsabilidad por la reunión, nuestras reuniones no tendrán impacto alguno.

  Subconscientemente, tenemos el concepto de que los cristianos no asumen responsabilidad alguna cuando se reúnen. Los cristianos en las denominaciones tienen pastores que asumen responsabilidad por las reuniones. Nosotros también tenemos hermanos, tales como los ancianos o los colaboradores, que son responsables de nuestras reuniones. Cuando vamos a una reunión de distrito, hay hermanos que asumen responsabilidad. Quisiera recomendarles a los hermanos responsables en los distritos a que no se sienten en la primera fila; más bien, ellos deberían sentarse en la última fila. Si los hermanos y las hermanas no ejercen su función, los hermanos responsables no deberían hacerla por ellos. Si los hermanos responsables renuncian, las reuniones todavía continuarán. Las reuniones no son para los hermanos responsables. Las reuniones son para todos los santos. Por tanto, los ancianos y colaboradores deberían sentarse en las filas de atrás. Al final de la reunión un anciano puede ir al frente y dar los anuncios. La reunión es responsabilidad de los santos, no de los ancianos.

LOS CRISTIANOS EJERCEN SU FUNCIÓN PRINCIPALMENTE EN LAS REUNIONES

  El concepto de que asistimos a una reunión pero que no somos responsables de ella es un error fundamental. Es una estratagema que utiliza Satanás para hacer inútiles a los miembros del Cuerpo de Cristo de modo que dejen de cumplir su función. Nosotros, como miembros del Cuerpo, ejercemos nuestra función principalmente en las reuniones (1 Co. 14:26). Nunca deberíamos pensar que tenemos una función “escondida”, como barrer el piso, limpiar las ventanas o visitar a los santos, y que eso nos excusa de ejercer nuestra función en las reuniones. Éstos son servicios buenos, pero no constituyen nuestra función principal. Nuestra función principal consiste en ofrendar nuestra porción en las reuniones. La función principal de los miembros de un equipo de baloncesto consiste en jugar baloncesto, no en hacer mandados y comprar zapatos deportivos. Hacer mandados y comprar zapatos no se comparan con jugar baloncesto. Nosotros, siendo cristianos, somos miembros de Cristo, y nuestro servicio más importante consiste en reunirnos. Las reuniones son la mejor oportunidad que tenemos para exhibir a Cristo. Como cristianos, se nos ha comisionado exhibir a Cristo en las reuniones. Si nuestras reuniones no exhiben a Cristo, ellas son un fracaso. Que una iglesia local sea fuerte o débil depende de sus reuniones. Si las reuniones son buenas, la iglesia es fuerte, pero si las reuniones son pobres, la iglesia es débil. Nosotros pasamos por alto la importancia de las reuniones porque hemos sido cegados por Satanás.

  Algunos creyentes están cegados al punto que ellos son indiferentes hacia las reuniones. Ellos piensan que es suficientemente bueno temer a Dios, amar al Señor, tener comunión con Él y amar a otros. Esta clase de actitud es evidencia del éxito que ha tenido la maquinación de Satanás. Todo lo que un cristiano hace en la tierra tiene como meta el desarrollo de las reuniones. Un equipo de baloncesto existe para jugar baloncesto. Si no hubiese juegos de baloncesto, no habría necesidad alguna de tener un equipo de baloncesto. Igualmente, si no hay reuniones, no existe la necesidad de tener la iglesia. La iglesia existe para las reuniones. Nuestro concepto tiene que cambiar. Tenemos que entender que las reuniones son el lugar principal donde los cristianos ejercen su función.

LAS REUNIONES SON UNA EXHIBICIÓN DE NUESTRO VIVIR CRISTIANO

  La manera en que ejercemos nuestra función en las reuniones depende de la manera en que vivimos nuestra vida. En 1 Corintios se nos dice que Cristo es la porción que Dios nos ha dado (1:2), y Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios (v. 24), quien nos fue hecho justicia, santificación y redención (v. 30). Él es todo para nosotros. Cristo es el Primero y el Último. Él es el Primero que fue resucitado de entre los muertos, y Él también es el postrer Adán (15:20, 45). Él también es el segundo hombre (v. 47). Luego de efectuar la redención, Él se hizo el Espíritu vivificante a fin de que nos uniésemos a Él como un solo espíritu (v. 45; 6:17). Ahora estamos aprendiendo a vivir por nuestro espíritu mezclado. Nuestro vivir tiene por finalidad que experimentemos y disfrutemos a Cristo en nuestro espíritu. Esto equivale a vivir por nuestro espíritu. Nuestras reuniones son una exhibición de este vivir. Las reuniones cristianas son la exhibición de nuestra vida cristiana.

LAS REUNIONES NECESITAN UN ESPÍRITU FUERTE Y DEBEN TENER A CRISTO COMO SU CONTENIDO

  Las reuniones son una exhibición de nuestro vivir cuando utilizamos un espíritu fuerte para exhibir al Cristo que hemos experimentado. Cristo es la “cosecha” que exhibimos. Por tanto, debemos prestar atención a dos puntos importantes: nuestro espíritu tiene que ser fuerte, y Cristo tiene que ser nuestro contenido. Necesitamos tener un espíritu liberado, y tenemos que ser llenos con las riquezas de nuestra experiencia de Cristo. Esto es un principio básico.

  En 1 Corintios 2:1-2 se nos muestra cómo Pablo fue entre los corintios: “Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui anunciándoos el misterio de Dios con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. La palabra y la proclamación de Pablo no fueron “con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (v. 4). Él lo hizo todo conforme a la expresión y demostración del Espíritu. Sus palabras fueron sencillas, no elocuentes, pero ellas expresaron al Espíritu. Sus palabras fueron la expresión y demostración del Espíritu y de poder.

  Cuando Pablo estuvo con los corintios, su espíritu era fuerte, pero sus palabras no fueron elocuentes, y él no expresó sabiduría humana. Cuando abría su boca, su espíritu salía a relucir. Él no expresaba elocuencia, logros literarios o filosofía; más bien, demostraba su espíritu. El contenido de la demostración de su espíritu no era las matemáticas, la ciencia ni la filosofía; era Cristo. Cristo era el contenido de Pablo. Éste debería ser un modelo para nuestras reuniones.

  Cuando Pablo estuvo con los corintios, él demostraba un espíritu fuerte, y Cristo era su contenido. Según el mismo principio, nosotros deberíamos tener un espíritu fuerte, y Cristo tiene que ser nuestro contenido en nuestras reuniones. Nuestro espíritu tiene que ser fuerte, y el mismo es liberado cuando hablamos. El contenido de lo que decimos no debería ser historias acerca de nuestros acontecimientos diarios, y tampoco deberíamos relatar cuán misericordioso Dios ha sido para con nosotros o cómo hemos recibido Su cuidado. El contenido de nuestro hablar debería ser Cristo, el misterio de Dios. Deberíamos ministrar a Cristo con un espíritu fuerte. Éste es el significado de profetizar. Hablamos en las reuniones con el fin de exhibir, mostrar, al Cristo que hemos experimentado. De este modo Cristo es la ofrenda que presentamos a Dios y, al mismo tiempo, es el alimento que suministramos a los demás. Además, también nosotros le disfrutamos. Éste es el significado de profetizar.

EL PROFETIZAR REQUIERE QUE TENGAMOS UN ESPÍRITU FUERTE Y QUE CRISTO SEA EL CONTENIDO DE LO QUE DECIMOS

  Profetizar es declarar a Cristo con palabras humanas. Es proclamar a Cristo, el misterio de Dios. Según el capítulo 14, el asunto más importante en una reunión cristiana es profetizar. Profetizar es el elemento más importante en una reunión cristiana. El versículo 1 dice: “Seguid el amor; y anhelad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis”. El versículo 12 dice: “Puesto que estáis ávidos de espíritus, procurad sobresalir en la edificación de la iglesia”. Profetizar es el don que edifica la iglesia. Los versículos del 23 al 25 dicen que si un incrédulo está presente en nuestras reuniones y hablamos en lenguas, dirá que estamos locos, pues no nos puede entender; pero si un incrédulo está presente y todos profetizamos, será convencido y examinado por todos. Además, adorará a Dios y declarará que Dios está entre nosotros. El versículo 31 dice: “Podéis profetizar todos uno por uno”. Los versículos antes vistos nos muestran que el profetizar es la actividad principal en la reunión cristiana.

  A fin de profetizar, nuestro espíritu tiene que estar fuerte, y Cristo tiene que ser el rico contenido de lo que decimos. Estos dos asuntos, un espíritu fuerte y Cristo como contenido, son las condiciones necesarias para profetizar. Deberíamos profetizar siempre que nos reunamos.

PRESENTAR OFRENDAS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

  Los cristianos se reúnen a fin de expresar y exhibir a Cristo. Aunque decimos esto, todavía queremos asistir a un servicio dominical y escuchar un sermón. Según nuestro concepto natural, el propósito de una reunión cristiana es adorar a Dios silenciosamente y escuchar un sermón. Esto es lo que enseña la religión. Los cristianos van a una capilla para rendir tal adoración a Dios, y luego un pastor da un sermón con algunas enseñanzas. Esto es lo que se practica en la religión. Eso no es lo que Dios desea.

  Los tipos que se presentan en el Antiguo Testamento muestran la adoración que Dios desea. Moisés escribió los primeros cinco libros de la Biblia, el Pentateuco. El contenido principal de estos libros trata acerca de cómo adorar a Dios. Moisés no dijo que adorar consistía en arrodillarse y postrarse. No utilizó tales expresiones en sus libros. Más bien, dijo que adorar a Dios consistía en presentar ofrendas. Cuando adoremos a Dios, deberíamos traer ofrendas a Dios a fin de que Él pueda disfrutar las ofrendas con nosotros. Esto es adoración. Las ofrendas tipifican a Cristo. Por tanto, la adoración que Dios quiere de nosotros consiste en que nosotros exhibamos a Cristo. Cuando todos nosotros traemos a Cristo, adoramos a Dios.

  En el Antiguo Testamento, tres veces al año —en la Fiesta de la Pascua, la Fiesta de Pentecostés y la Fiesta de los Tabernáculos— los hijos de Dios se congregaban delante de Dios y le adoraban. Ellos no adoraban por una hora; adoraban de siete a ocho días. Su adoración se basaba en el mandamiento de Dios, es decir, en lo que Él estableció, Su requisito. Dios no dijo: “Cuando me adoréis, preparad vuestro corazón y estad sombríos y llenos de sinceridad. Cuando vengáis a Mi templo, estad en silencio y postraos delante de Mi”. No hay tales mandamientos en el Pentateuco ni en ningún otro libro de la Biblia. En el Pentateuco Moisés dijo que los hijos de Israel tenían que traer ofrendas cuando ellos adoraran a Dios. Ellos no podían presentarse delante de Dios con las manos vacías (Dt. 16:16).

  Las ofrendas eran el producto de la tierra de Canaán. Algunos Israelitas compraban ofrendas del ganado o del rebaño, algunos compraban granos, algunos compraban frutas y algunos compraban vino nuevo, aceite o harina. Esto constituía el producto de la tierra de Canaán. A fin de ganar el producto de la tierra, los israelitas tenían que cultivar la tierra de Canaán por al menos un año. Tenían que labrar la tierra, plantar semillas, remover la tierra y regar las plantas, o tenían que cuidar el ganado. Finalmente, había una cosecha. Los israelitas reservaban una décima parte de su cosecha. Ésta era la mejor porción de la tierra. Cuando era el tiempo para la Fiesta de la Pascua, la Fiesta de Pentecostés o la Fiesta de los Tabernáculos, ellos traían a Dios la mejor porción de la tierra (12:17-18; 14:23).

  Dios no desea que le adoremos al ofrecer oraciones sombrías, inclinarnos o incluso estar callados. Él desea que le traigamos ofrendas de Cristo. Luego de traer nuestras ofrendas, todavía necesitamos aprender cómo ofrecerlas. Necesitamos aprender cómo ofrecer a Cristo en calidad de holocausto, ofrenda de harina, ofrenda de paz, ofrenda por el pecado, ofrenda por las transgresiones, ofrenda mecida y ofrenda elevada. Algunas porciones de la ofrenda las podemos disfrutar nosotros, algunas porciones tienen por finalidad que las disfrutemos con los demás santos y algunas porciones son para que Dios las disfrute. Cuando traemos nuestras ofrendas y las disfrutamos de esta manera, Dios es satisfecho, los demás son satisfechos y nosotros también somos satisfechos. En esto consiste nuestra adoración a Dios. La adoración que Dios desea consiste en que nosotros le ofrezcamos Cristo a Él.

  Dios no desea que cantemos un himno de alabanza devotamente o que nos arrodillemos ante Él. Esto es un ritual religioso. Dios no lo desea. Lo que Dios desea de nosotros es Cristo. Cristo es nuestra buena tierra. Deberíamos laborar en Él regularmente. Mientras laboremos en Cristo, tendremos experiencias de Cristo. Entonces cuando vengamos a una reunión, deberíamos traer nuestras experiencias de Cristo, que son el producto de la buena tierra, para que Dios lo disfrute, para que otros sean suministrados y para que nosotros seamos satisfechos. De este modo, disfrutamos a Cristo junto con otros delante de Dios, y también disfrutamos a Cristo juntamente con Dios. Así Dios tiene la adoración que Él desea.

LA ADORACIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO SE EFECTÚA EN ESPÍRITU Y CON VERACIDAD

  Profetizar equivale a utilizar nuestro espíritu viviente, fuerte y fresco para proclamar al Cristo que hemos experimentado. Es posible que la religión no considere esto como adoración, pero en esto consiste la verdadera adoración a Dios.

  En Juan 4:24 el Señor Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Veracidad denota a Cristo, y en espíritu se refiere a nuestro espíritu fuerte, fresco y viviente. El Señor Jesús dijo que la verdadera adoración se efectúa en nuestro espíritu y con veracidad. Dios es Espíritu, y los que le adoran tienen que hacerlo en espíritu, no en el Espíritu Santo sino en su espíritu humano. Ellos también tienen que adorar con veracidad, que es el Cristo a quien ellos han experimentado. Esto no se refiere meramente a cantar himnos o alabar, y mucho menos a inclinarnos o arrodillarnos. Es por completo un asunto de tener un espíritu fuerte a fin de exhibir a Cristo. En esto consiste la adoración.

  Tal parece que Pablo no dijo mucho acerca de adorar a Dios, pero el profetizar del cual habló es la verdadera adoración. La adoración que Dios desea consiste en que nosotros traigamos nuestra experiencia de Cristo a fin de que tanto Dios como el hombre sean satisfechos. Dios desea que Su Hijo sea apreciado entre los hombres. Ésta es una de las comisiones que la iglesia tiene en la tierra. La iglesia debe exhibir a Cristo para que otros lo aprecien. Cuantas más personas hay que aprecian a Cristo, más Dios es satisfecho. Ésta es la manera en que adoramos a Dios.

  Nuestras reuniones no ponen énfasis en cantar, alabar, orar, dar un sermón o escuchar un sermón porque Dios desea que apreciemos a Cristo. En nuestras reuniones nosotros exhibimos a Cristo con la demostración del espíritu al profetizar. Éste es el principio que rige nuestras reuniones.

CONCLUSIÓN

  Puesto que nuestras reuniones son la exhibición de nuestro vivir diario, se basan en nuestro vivir y son sostenidas por nuestro vivir. Nuestras reuniones no deberían diferir de nuestro vivir diario; éstos deberían corresponder mutuamente. A diario deberíamos vivir en nuestro espíritu, ejercitar nuestro espíritu y utilizar nuestro espíritu para contactar a Cristo, quien es el Espíritu. Cuando tengamos comunión con Él, le experimentemos y le disfrutemos, tendremos experiencias ricas de Cristo. Entonces cuando vengamos a las reuniones, nuestro espíritu estará fuerte, liberado, elevado y fresco, y seremos capaces de cantar, orar, dar testimonio o leer la Biblia. Todo lo que hagamos debería llevarse a cabo en nuestro espíritu. En tal demostración de nuestro espíritu, el contenido de lo que digamos será el Cristo que hemos experimentado. De esta manera hablamos por Cristo, de esta manera profetizamos.

  Nuestra necesidad actual consiste en tener un cambio de concepto. También necesitamos las destrezas que nos capaciten para ejercer nuestra función con otros. Necesitamos ser adiestrados para saber cuándo invocar fuertemente y cuándo estar en silencio. Tan pronto como oigamos que otra persona habla, deberíamos escuchar. Cuando una persona hable, ella debe hablar claramente para que otros la escuchen. Estos puntos requieren que los practiquemos. Deberíamos ser flexibles en nuestra práctica; de otro modo, tendremos un método, una regulación.

  Ya no podemos depender de los métodos que utilizamos en el pasado. Un método toma cuidado de una sola necesidad, pero hay muchas necesidades en una reunión. Tenemos que abrirnos al Señor en cada reunión, y no debemos seguir los procedimientos que hemos usado en el pasado. A fin de hacer esto, tenemos que practicar. Si deseamos seguir al Señor en esta era, debemos tener un cambio de concepto y aprender las destrezas necesarias para reunirnos en espíritu y con veracidad.

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