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Mensajes del libro «Ser liberados de los ritos religiosos y andar conforme al Espíritu»
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CAPÍTULO CATORCE

LA VIDA ES UN ASUNTO DEL ESPÍRITU

LA VIDA SE HALLA EN EL ESPÍRITU

  El Señor vino para que tengamos vida (Jn. 10:10). Si Él se hubiese hecho carne y hubiese muerto en la cruz como Cordero de Dios para quitar el pecado del mundo, pero no hubiese llegado a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), Él habría podido redimirnos, pero no darnos vida. Después de Su muerte y resurrección, el Señor se puso de pie en medio de Sus discípulos la noche del día de Su resurrección y sopló en Sus discípulos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). El Espíritu les dio vida. La vida es un asunto del Espíritu. El Señor dijo: “El Espíritu es el que da vida [...] las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (6:63). El Señor es el Espíritu que nos da vida, y Sus palabras, las palabras en la Biblia, son espíritu y vida.

  No deberíamos recibir la Biblia como un libro de enseñanzas. Las palabras contenidas en la Biblia transmiten al Espíritu. El Señor es el Espíritu y las palabras en la Biblia son espíritu y son vida a fin de que tengamos vida. El Señor llegó a ser el Espíritu para darnos vida, y cuando recibimos Su palabra en nuestro interior, ésta llega a ser el Espíritu para darnos vida.

  En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán se refiere al Señor como Cordero de Dios, como Redentor y como hombre. El Señor, el postrer Adán, nos redimió. Luego, Él se hizo el Espíritu vivificante. La redención es un procedimiento, y su meta consiste en darnos vida. Recibimos vida cuando recibimos al Espíritu, pues el Espíritu es el que da vida. Romanos 8:2 combina el Espíritu con la vida y habla del Espíritu de vida. La vida que recibimos de parte del Señor se halla por completo en el Espíritu.

  Es en esta vida que somos salvos en nuestro diario vivir. La salvación eterna, la cual se refiere a que seamos salvos del castigo de Dios, de la perdición y del lago de fuego, se cumple por medio de la redención efectuada por el Señor Jesús en la cruz. No obstante, necesitamos ser salvos diariamente en nuestro vivir por medio de la vida del Señor. Nuestra salvación diaria se efectúa por medio de la vida del Señor y en Su vida. No sólo somos salvos en Su vida, sino que también reinamos en Su vida (5:10, 17) hasta que todas nuestras acciones se lleven a cabo en novedad de vida (6:4). Por tanto, deberíamos andar en el Espíritu y por el Espíritu (Gá. 5:25).

LA VIDA NO EQUIVALE A LA AUTOCULTIVACIÓN, SINO A LA FRUCTIFICACIÓN

  Aunque hemos seguido al Señor por muchos años, necesitamos tener una perspectiva fresca acerca de la vida divina, pues según nuestro concepto la vida es algo externo. No tenemos un aprecio profundo del hecho de que la vida es un asunto en el Espíritu. Nuestros cambios externos no son vida. El que nosotros ayudemos a otros a hacer cambios es algo que no proviene de la vida. Por ejemplo, un hermano con mal genio, quien regularmente asiste a las reuniones, escucha mensajes y contacta a los santos, espontáneamente será influenciado para mejorar su mal genio. Este deseo de mejorar su mal genio no es vida; es el cultivo de su carácter. Es el resultado de estar en una atmósfera en la cual pasa tiempo delante del Señor, teniendo comunión con el Señor y leyendo Su Palabra. Tal atmósfera naturalmente subyuga su enojo de manera que él no descarga su ira tan fácilmente. No obstante, esto no es vida. Esto es el resultado de una influencia externa sobre el cultivo de su carácter.

  La vida se halla en nuestro espíritu, donde mora el Espíritu de vida. El Señor es el Espíritu, y el Espíritu es vida. Esta vida se halla en la parte más profunda de nuestro ser; por tanto, necesitamos invocar el nombre del Señor y respirar Su Espíritu. Ésta es la vida que subyuga nuestro enojo. Aun si todo en nuestro entorno provoca nuestra ira, el enojo se desvanece cuando clamamos: “¡Oh Señor! ¡Amén!”. Esto es vida.

  Si todavía centramos nuestra atención en ayudar a otros a mejorar su comportamiento y su carácter, no hemos visto que la vida es completamente un asunto del Espíritu, pues no tiene nada que ver con cosas externas. Cuando recibimos vida, hay un resultado. Aunque el resultado podría ser visible, es una expresión de la vida en nuestro interior.

  Hemos hablado acerca de esta verdad por más de veinte años, pero todavía no hemos entrado en la realidad de esta verdad. Seguimos ayudando a otros, corrigiendo a otros y aconsejándoles que mejoren. Esto es el cultivo del carácter. Ésta también es la razón por la cual en años recientes casi nunca hemos dado mensajes acerca de cosas externas que guardan relación con la mejora o el cultivo del carácter. Tenemos que hablar acerca del Espíritu. No hay necesidad alguna de que hablemos de cambios externos, pues ellos no son vida.

  Como miembros del Señor que le servimos con miras al testimonio de Su iglesia, nuestra urgente necesidad es la vida divina. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos conceda una visión de la vida. La vida no es externa, ni es una actividad. La vida es el Espíritu. La vida es el Señor expresado en nuestro vivir. En todas las iglesias tenemos que alejarnos de los métodos y volvernos a la vida a fin de que podamos guiar y suministrar a los santos en vida.

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