
El Evangelio de Mateo muestra cuánto Cristo está en contra de la religión. Mateo 1, 2, 3, 9 y 12 muestran que todas las cosas relacionadas con el Señor Jesús tuvieron lugar fuera de la religión. El nacimiento del Señor ocurrió fuera de la religión. Él fue buscado y hallado fuera de la religión. Le siguieron, sirvieron y cuidaron fuera de la religión. Él incluso fue presentado fuera de la religión. Todo lo relacionado con Él fue contrario a la religión. Él rechazó la religión antigua y también puso a un lado la nueva religión. A Él no le interesó ni la religión de los fariseos ni la religión de Juan el Bautista. Fuera de la religión Él desea ser todo para nosotros.
Él es el Novio, el paño nuevo, el vestido nuevo, el vino nuevo y el odre nuevo. Además, Él es el verdadero David, el templo mayor, el Señor del Sábado, Aquel que es más que Jonás y más que Salomón. Nuestro Señor es el Novio para que le apreciemos. Él es el paño nuevo con el cual se hace un vestido nuevo para que nos revistamos de Él a fin de estar en Su presencia. Él también es el vino nuevo que podemos disfrutar como nuestro gozo y satisfacción a fin de que tengamos vida y seamos fuertes. Él incluso es el odre nuevo para sostener y preservarnos. Él es el verdadero David y, como tal, nos satisface; como templo mayor, Él nos libera; como Señor del Sábado, Él nos da reposo; como Aquel que es más que Jonás, Él nos da la vida crucificada y resucitada; y como Aquel que es más que Salomón, Él nos da sabiduría.
Un día Pedro recibió la revelación de que el Señor Jesús es el Hijo del Dios viviente. Aquel en quien creemos y a quien seguimos es el Hijo del Dios viviente. En Mateo 16:13 Jesús y Sus discípulos fueron a la región de Cesarea de Filipo, que queda al borde de la Tierra Santa. El templo santo está en la ciudad santa, y la ciudad santa está en la Tierra Santa. Todo lo que está fuera de la Tierra Santa constituye la tierra de los gentiles. Cesarea de Filipo no puede considerarse como una tierra gentil, pero está muy cerca de la tierra gentil, pues está al borde de la Tierra Santa. Si deseamos conocer al Señor Jesús, tenemos que estar fuera de la religión; no debemos permanecer en el templo santo y en la ciudad santa. Sin embargo, no es suficiente dejar el templo santo y la ciudad santa; también debemos dejar la Tierra Santa y seguir a Cristo a una esfera que está fuera de la religión. El Señor Jesús llevó a Sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo con la intención de sacarlos completamente de su trasfondo religioso, es decir, de la atmósfera, el ambiente y la influencia propios de la religión a fin de que ellos pudieran desprenderse de ella.
Mientras tengamos aunque sea un pequeño concepto religioso, tendremos un velo que nos cubre. Este velo impedirá que conozcamos al Señor Jesús. No deberíamos pensar que los incrédulos son los únicos que no conocen al Señor Jesús. Las personas en el cristianismo no necesariamente conocen al Señor Jesús. El “ismo” del cristianismo es un velo. El Señor nos tiene que sacar de la religión. El Señor y Sus discípulos vinieron a la región de Cesarea de Filipo. Las palabras a la región indican que ellos estaban en una esfera. En esta esfera no había ninguna atmósfera religiosa, ningún ambiente religioso, ningún trasfondo religioso y ninguna influencia religiosa. El velo religioso estaba ausente.
En Cesarea de Filipo el Señor Jesús cuestionó a Sus discípulos, diciendo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (v. 13). Ellos dijeron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o uno de los profetas” (v. 14). En la esfera de la religión, las personas están llenas de conceptos religiosos y figuras religiosas. Juan el Bautista era una figura religiosa nueva, Elías fue el mayor de los profetas del Antiguo Testamento, seguido por Jeremías, y hubo otros profetas que también eran considerados como grandes figuras religiosas. Es así como las personas religiosas veían al Señor Jesús.
El Señor luego se dirigió a Sus discípulos y les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” (v. 15). Pedro respondió, diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). Esto fue una revelación. No fue una tradición, enseñanza, regulación o religión. Todos nosotros debemos recibir una revelación acerca de quién Cristo es. Cristo es el Hijo del Dios viviente. Él no es meramente el Hijo de Dios; Él es el Hijo del Dios viviente.
Los asuntos espirituales son más difíciles de aprender que un curso académico. Una persona que tiene un buen maestro puede aprender matemáticas. No obstante, la revelación espiritual sólo aparece brevemente y luego desaparece. Podría parecer como si hubiésemos visto algo, pero luego de un rato parece como si lo hubiésemos perdido. Pedro recibió la revelación celestial en Mateo 16 acerca de quién Cristo es, pero el Señor Jesús quería que Pedro recibiera una lección suplementaria.
Luego de la revelación que fue recibida en Mateo 16, el versículo 1 del capítulo 17 dice: “Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto”. Lucas 9:28 relata el mismo evento y dice: “Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó consigo a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar”. Mateo 17:1 dice seis días, pero Lucas 9:28 dice ocho días. ¿Cómo podría ser seis días y también ocho días? Los judíos contaban sus días desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la tarde del día siguiente. Por tanto, desde las cuatro de la tarde hasta las seis de la tarde del día siguiente constituye tres días, pues la primera hora se cuenta como un día, y la última hora también se cuenta como un día. Por tanto, podríamos decir que es un solo día o tres días. Asimismo, el periodo de tiempo entre la revelación acerca de Cristo y la visión del monte se registra como seis días en el Evangelio de Mateo, pero ocho días en el Evangelio de Lucas. Esto quiere decir que había pasado una semana. Una semana es un periodo específico de tiempo. Un día es un periodo corto de tiempo; una semana es un periodo de tiempo más largo; un mes y un año son periodos de tiempo mucho más largos.
El Señor llevó sólo a tres discípulos a un monte alto. Si deseamos ver cosas espirituales, tenemos que pagar el precio para subir a un monte alto. En esta ocasión el Señor Jesús no hizo ninguna pregunta; más bien, Él les mostró algo a los discípulos. Él se transfiguró delante de los discípulos. Su rostro resplandeció como el sol, y Sus vestidos se volvieron blancos como la luz. El Jesús a quien los discípulos vieron en el monte era distinto de la persona que ellos vieron en la llanura. En esta escena gloriosa, Moisés y Elías se aparecieron repentinamente (Mt. 17:1-3). Existe un aspecto misterioso tanto acerca de Moisés como de Elías. Cuando Moisés murió, Dios escondió su cuerpo, y los hijos de Israel no saben dónde fue sepultado (Dt. 34:6). Elías fue arrebatado vivo al cielo, y los hijos de Israel no saben adónde fue (2 R. 2:11). No obstante, aquel día en el monte alto, no sólo Moisés se apareció, sino que también Elías se apareció.
Muchas veces Pedro tomaba la delantera para hablar, y esta vez no fue una excepción. Él dijo: “Señor, bueno es que nosotros estemos aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (Mt. 17:4). La primera oración que Pedro dijo era correcta: “Bueno es que nosotros estemos aquí”. No obstante, él habló absurdamente cuando dijo que haría tres tiendas, una para el Señor Jesús, una para Moisés y una para Elías. Moisés y Elías eran representantes del Antiguo Testamento; Moisés representaba la ley y Elías representaba los profetas. Cuando los judíos hablaban de las Escrituras, muchas veces no usaban la expresión Escrituras; se referían a ella como la Ley y los Profetas. Cuando hablaban de la Ley y los Profetas, se referían a las Escrituras. Si alguien nos pregunta si deseamos a Cristo o no, seguramente diremos que deseamos a Cristo. Sin embargo, ¿deseamos la Ley y los Profetas? Si deseamos a Cristo y también la Ley y los Profetas, estaremos haciendo dos tiendas. Eso seguramente será problemático. Cristo no sólo es contrario a la religión; Él también es contrario a la Ley y los Profetas. Él está en contraste con las Escrituras de los judíos.
La declaración absurda de Pedro no elevó a Moisés y Elías, sino que rebajó a Cristo. Él puso a Cristo al mismo nivel que Moisés y Elías. Por tanto, una nube luminosa vino y los cubrió, y salió de la nube una voz que decía: “Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; a Él oíd” (v. 5). Esta palabra indica que ya no deberíamos escuchar a Moisés o Elías. La nube luminosa que los cubrió y la voz trajeron una atmósfera que atemorizó grandemente a los discípulos, y ellos se postraron sobre sus rostros (v. 6). Entonces el Señor Jesús se acercó y los tocó, diciendo: “Levantaos, y no temáis”. Cuando ellos alzaron los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo (vs. 7-8).
Si nuestra Biblia reemplaza a Cristo, no debiéramos desear la Biblia. La Biblia no debería reemplazar a Cristo. Debemos llegar al punto donde podamos decir: “¡Aleluya! Veo a Jesús solo. No veo nada más”. Muchas veces los creyentes dicen que la Biblia dice esto y aquello. Sí, la Biblia dice esto y aquello, pero ¿nos hemos encontrado con Cristo? Una cosa es conocer la Biblia y otra cosa bastante distinta es tener un encuentro con Cristo. Una hermana joven, en su lectura de la Biblia, podría llegar a Efesios 6:1, que dice: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo”. Ella podría ser tan conmovida por el versículo, que toma la resolución de siempre obedecer a sus padres. Sin embargo, después de menos de cinco minutos, su madre podría quejarse repentinamente de algo, lo cual incita el enojo de la hermana joven y hace que se olvide del versículo que acaba de leer. No obstante, si la hermana tiene un tiempo con el Señor en la mañana, ella no sólo será conmovida por los versículos, sino que también tendrá un encuentro con el Señor en su espíritu. Como resultado de ello, en vez de enojarse cuando su madre se queje, ella podrá cantar diciendo: “¡Aleluya!”. ¿Ven la diferencia entre estas dos situaciones? Una cosa es ser conmovidos cuando leemos la Biblia, pero otra cosa es tener un encuentro con el Señor. La Biblia nos debería conducir a Cristo. La Biblia debería hacer que nos encontremos con el Señor. El Señor ocupa una posición única. Deberíamos oírle a Él solamente.
Cuando los discípulos descendieron del monte, el Señor Jesús les ordenó que no dijeran a nadie la visión (Mt. 17:9). Mateo 16 contiene una revelación, mientras que Mateo 17 contiene una visión. La revelación vista en el capítulo 16 trata de que Cristo es el Hijo del Dios viviente. La visión que se presenta en el capítulo 17 muestra que Cristo es el Hijo amado de Dios, el deleite de Dios, y que debemos oírle a Él. Una cosa es recibir una revelación, otra cosa es ver una visión, y otra cosa adicional es poder aplicar la revelación que hemos recibido y la visión que hemos visto. Pedro recibió una revelación, pero él todavía estaba confundido cuando vio la visión.
Luego de la visión en el monte, el Señor y Sus discípulos fueron a Capernaum, y los que cobraban el impuesto para el templo se acercaron a Pedro. El impuesto para el templo se recaudaba de entre el pueblo de Israel para el templo santo, no para el Imperio romano. Éxodo 30:11-16 dice que todo varón israelita debía dar medio siclo en rescate por sí mismo. El medio siclo se usaba para el servicio del templo santo. Pagar medio siclo equivalía a pagar un impuesto al templo de Dios, es decir, pagar impuesto a Dios.
Los que cobraban el impuesto para el templo se acercaron a Pedro y dijeron: “¿Vuestro Maestro no paga el impuesto para el templo?” (Mt. 17:24). Este entorno fue dispuesto por Dios para exponer si Pedro estaba claro o no en cuanto a la visión que había visto. Lamentablemente, cuando fue tiempo de aplicar lo que había visto, Pedro olvidó por completo la visión. Cuando le preguntaron: “¿Vuestro Maestro no paga el impuesto para el templo?”, él respondió diciendo: “Sí” (v. 25), pues desde su juventud se le había enseñado que en Éxodo 30 Moisés dijo que cada varón israelita debería pagar el impuesto para el templo. No obstante, cuando Pedro dijo que sí, él escuchaba a Moisés. Desde el tiempo de Moisés, generación tras generación de los hijos de Israel había escuchado la palabra acerca de que cada varón pagase el impuesto para el templo. Puesto que Jesús era un israelita, Pedro supuso que Jesús pagaría el impuesto para el templo.
Después que Pedro dijo que sí, entró a la casa y Jesús lo cuestionó, diciendo: “¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños?”. Pedro dijo: “De los extraños”, y Jesús dijo: “Luego los hijos están exentos” (Mt. 17:25-26). En efecto, el Señor parecía decir: “¿Acaso no oíste la voz en el monte? Yo soy el Hijo de Dios”. Cuando Pedro oyó la palabra del Señor, él quizás pensó: “Esto debe significar que Él no debería pagar el impuesto para el templo. ¡Me equivoqué otra vez!”. Entonces el Señor le dijo: “Sin embargo, para no hacerlos tropezar, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por Mí y por ti” (v. 27). Me parece que después que Pedro oyó las palabras del Señor, debe haber quedado confundido. Quizás él pensó: “Señor, me estás haciendo pasar un mal rato. Tú dijiste que no pagas el impuesto para el templo, pero también dijiste que pagarías el impuesto para el templo. Siempre estás en lo correcto, sea que digas sí o no, pero yo siempre estoy equivocado, sea que yo diga sí o no. Por tanto, de ahora en adelante, nadie debería escucharme a mí; más bien, ¡deberíamos escucharte a Ti!”. La voz en el monte dijo: “A Él oíd” (v. 5). Pedro debió haberles dicho a los que cobraban el impuesto para el templo que él necesitaba preguntarle al Señor, pues se le dijo que debía oírle a Él. Si Pedro hubiese dado esta respuesta, habría aplicado la visión que vio, y se hubiese evitado muchas dificultades.
Pedro creó problemas para sí mismo. El Señor Jesús, después de decirle a Pedro que Él pagaría el impuesto del templo, dijo: “Ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por Mí y por ti” (v. 27). Pedro probablemente estaba muy deprimido cuando fue a pescar. Mientras que los otros discípulos estaban en la casa, él fue enviado a pescar. Cuando él echó el anzuelo, quizás se preguntó cuándo vendría el primer pez. Es posible que él hubiese esperado mucho tiempo. De este modo, Pedro aprendió una lección. Él probablemente se arrepintió y pensó que si no hubiese sido tan rápido en expresar su opinión, no estaría esperando un pez.
Este ejemplo es sencillo; sin embargo, presenta al Señor Jesús en Su calidad de Moisés actual, la ley actual. Él es la ley viviente. Si Él dice que deberíamos pagar, entonces nosotros pagamos; si Él dice que no deberíamos pagar, entonces no deberíamos pagar. Debemos hacer cualquier cosa que Él diga. Deberíamos escucharlo a Él. Este ejemplo también presenta al Señor Jesús como el Profeta actual. No deberíamos escuchar a ninguna otra persona; más bien, escuchamos sólo al Jesús viviente.
Esto no quiere decir que deberíamos menospreciar o incluso descuidar la Biblia. Sin embargo, la Biblia no nos da instrucciones claras acerca de muchas cosas en nuestro diario vivir. Por ejemplo, la Biblia no dice cuán largo debería ser el cabello de una hermana. No dice cuán larga debería ser su falda. No podemos hallar una respuesta a estos asuntos en ninguno de los sesenta y seis libros de la Biblia. ¿Cómo debemos manejar estos asuntos? Podemos preguntarle al Señor Jesús. Él está en nosotros. Él es nuestra ley viviente, nuestro Moisés viviente.
No sólo eso, sino que Él también es el Profeta viviente, nuestro Elías viviente, quien profetiza. Las profecías del Señor siempre se cumplen. Cuando Él dice que vayamos a pescar, el pez vendrá. Cuando Él dice que abramos la boca del pez y hallemos un estatero, eso se cumplirá. Él es el Elías viviente actual. Por tanto, cuando tenemos al Señor, no necesitamos a Moisés ni a Elías. Cuando tenemos a Jesús, no necesitamos a nadie más. En el Antiguo Testamento una persona tenía que hallar una manera de pagar el impuesto para el templo, incluso si no tenía nada de dinero, a fin de cumplir con el mandamiento de Moisés. Sin embargo, el Señor Jesús, el Moisés actual, no es así. Cuando Él nos pida que paguemos el impuesto para el templo, Él proveerá una manera para que lo hagamos. Él dice: “Ve y pesca. Cuando salga el pez, abre su boca y obtendrás un estatero”. Éste es el Elías actual. Su profecía es Su suministro. Jesús no sólo nos da mandamientos, sino que Él también profetiza para suministrar lo que el mandamiento exige. Mientras le escuchemos a Él y hagamos todo conforme a Su palabra, el suministro y la fuerza vendrán.
Nuestro Señor Jesús está fuera de la religión. No tenemos ninguna religión, doctrina o regulación. Sólo tenemos al Jesús viviente. Él es la ley viviente, el Moisés viviente, el Profeta viviente, el Elías viviente. Deberíamos escuchar lo que Él diga y hacer todo lo que Él pida. Entonces recibiremos el suministro. Éste es el Hijo del Dios viviente.