
Dentro del hombre existe una tendencia a guardar leyes y ordenanzas. En este capítulo consideraremos algunos ejemplos vistos en la Biblia acerca de la tendencia que el hombre tiene a guardar leyes y ordenanzas.
El primer ejemplo es los creyentes judíos. Los judíos tienen la ley de Moisés. Las ordenanzas más importantes en la ley de Moisés guardan relación con la circuncisión, el Sábado y las regulaciones alimenticias, las cuales estipulan lo que los judíos pueden comer y lo que no pueden comer. La circuncisión ocurre una sola vez en la vida de una persona, el Sábado tiene lugar una vez cada siete días y las regulaciones alimenticias se guardan a diario. Las ordenanzas muestran que la ley de Moisés es muy estricta.
En Hechos 10 Pedro, un judío, fue guiado por Dios de una manera especial para romper con la tradición y costumbre judía a fin de contactar a los gentiles. Cuando Pedro regresó a Jerusalén, los creyentes judíos disputaron con él y le condenaron por ir al hogar de un gentil y comer con los gentiles (11:2-3). Según su modo de pensar, Pedro violó la ley. No fue fácil para Pedro vencer en este asunto. Tres veces Dios tuvo que darle una visión de un gran lienzo en el cual había toda clase de animales. Según Levítico 11, que trata acerca de las regulaciones alimenticias, los judíos podían comer animales que tienen la pezuña dividida y que rumian, tales como el ganado y las ovejas. Estos animales se consideran limpios. Los animales que no tienen pezuña dividida y que no rumian, tales como los cerdos, los perros y lo que se arrastra, son inmundos. Los judíos no podían comerlos ni tocarlos.
Antes que Pedro fuese a los gentiles, Dios le mostró una visión. En esta visión el cielo fue abierto, y un objeto semejante a un gran lienzo descendió, en el cual había todos los cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo. Entonces una voz mandó a Pedro que se levantara, matara y comiera, pero Pedro se negó a hacerlo y dijo que él jamás había comido ninguna cosa profana o inmunda. La voz volvió a él una segunda vez, diciendo que lo que Dios limpió no debe ser tenido por común. Esto ocurrió tres veces (Hch. 10:11-16). Según esta visión Pedro debía contactar a los gentiles. Puesto que los judíos consideraban a los gentiles como perros y cerdos inmundos, no estaban dispuestos a contactar a los gentiles ni comer con ellos. Sin embargo, Pedro recibió una dirección especial de parte de Dios para que contactara a los gentiles. Como resultado de ello, los creyentes judíos disputaron con él. Esos creyentes judíos eran salvos y sabían que la salvación no dependía de guardar la ley (Gá. 2:15-16), pero ellos todavía tendían a guardar la ley y sus ordenanzas.
El segundo ejemplo es los creyentes en Galacia. Los gálatas eran gentiles que, luego de oír el evangelio, creyeron en Cristo. La ley antiguotestamentaria no fue dada a ellos. Sin embargo, debido a la influencia de los creyentes judíos, los gálatas comenzaron a guardar la ley después de haber sido salvos. Es fácil caer en guardar la ley porque el hombre natural tiene tendencia a guardar la ley. Es difícil para las personas creer en el evangelio, pero les es muy fácil intentar guardar la ley. Aunque enfatizamos el volvernos al espíritu y andar por el espíritu, todavía se nos hace difícil aprehender este punto. Nos es más fácil seguir un método o guardar una regulación.
Supongamos que tuviésemos la regulación de estar callados en las reuniones. No habría necesidad alguna de recordar esto a los santos; todos estarían callados. De manera similar, si tuviésemos la regulación de invocar y orar audiblemente en las reuniones, los santos la recibirían luego de ser recordados varias veces. Podríamos fácilmente volvernos de un método en que estamos callados a un método en que invocamos y oramos en voz alta. No obstante, cuando decimos que deberíamos andar por el espíritu, volvernos al espíritu y ejercitar nuestro espíritu, no se nos hace fácil responder. Es bastante fácil intentar guardar la ley y las ordenanzas porque sabemos lo que se requiere, pero cuando hablamos del Espíritu, no sabemos qué hacer. El Espíritu es como el viento que sopla donde quiere (Jn. 3:8). El viento podría soplar hacia el este hoy y hacia el oeste mañana. Podría incluso soplar como si viniera de las cuatro direcciones. El viento es difícil de aprehender.
Los gálatas no sabían nada de la ley antes de ser salvos. Después que ellos creyeron en el Señor, tuvieron contacto con ciertos creyentes judíos que posiblemente dijeron: “Hermanos, es correcto seguir a Jesús. Sin embargo, hay un mandamiento en el Antiguo Testamento que dice que deberíamos ser circuncidados, así que deberíamos guardar este mandamiento”. Los gálatas recibieron esta palabra de guardar la ley y de ser circuncidados. Ellos estuvieron dispuestos a guardar la ley. Muchas ordenanzas son fáciles de entender. No obstante, no es fácil aprehender las cosas del Espíritu.
Pedro era uno de los apóstoles. El Señor sabía que Pedro estaba arraigado en sus conceptos y sus hábitos, y que no sería fácil hacer que Pedro se desprendiera de la ley. Por esta razón, el Señor le mostró una visión tres veces. El Señor también dispuso el entorno de modo que Cornelio envió hombres a invitar a Pedro. Estos factores redujeron a Pedro de modo que pudiera contactar a los gentiles.
Luego, mientras Pedro estaba en Antioquía, él comía con los creyentes gentiles. Pero cuando algunos creyentes judíos vinieron de Jerusalén, él se retrajo y se apartó de los gentiles. No sólo Pedro se retrajo, sino que también Bernabé se unió a Pedro en esta hipocresía (Gá. 2:11-13). Es difícil creer que Pedro haría tal cosa. Él era un apóstol con experiencia y recibió una dirección especial de parte del Señor por medio de una visión celestial, mas él se separó de los creyentes gentiles.
En nuestro interior existe una tendencia a guardar la ley. Esto no se refiere a las leyes morales. En la era del Nuevo Testamento, Dios no tiene intención alguna de que nosotros guardemos las leyes ceremoniales. Dios no desea que guardemos las ordenanzas de la ley.
El hecho de que Pedro fuese influenciado por los creyentes judíos indica que él no había sido librado por completo de la ley y sus ordenanzas. Por esta razón, Pablo le resistió cara a cara (v. 11). Quizás nosotros pensemos que, puesto que Pablo resistió a Pedro, escribió el libro de Gálatas y conoció la gracia conforme al Nuevo Testamento, él debía haber sido librado completamente de la esclavitud de la ley y sus ordenanzas. Sin embargo, Pablo también se volvió débil. En su último viaje a Jerusalén, él cayó bajo la influencia de los creyentes judíos. Pablo fue a ver a Jacobo y a los ancianos en Jerusalén. Él los saludó y les contó las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio. Después que escucharon el informe de Pablo, ellos glorificaron a Dios y le dijeron que millares de judíos habían creído y eran celosos por la ley (Hch. 21:18-20). Los creyentes judíos en Jerusalén no sólo guardaban la ley, sino que eran celosos por la ley. Los ancianos sintieron que Pablo no tenía una buena reputación entre los judíos, pues él enseñaba a los judíos a abandonar los rituales de la ley (v. 21). Por tanto, aconsejaron a Pablo, diciendo: “Tenemos aquí cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley” (vs. 23-24).
¿Debió Pablo haber seguido su consejo? Era cierto que Pablo actuaba contrario a la ley al contactar a los gentiles. Les dijo a los gentiles y a los judíos que ellos no necesitaban ser circuncidados ni guardar las ordenanzas. Puesto que ésta era la enseñanza de Pablo, ¿acaso no sería una hipocresía seguir la propuesta hecha por los ancianos? ¿No estaría él mintiendo? Pablo no debió haber aceptado.
Para este tiempo Pablo ya había escrito Gálatas y Romanos. En estos libros sus palabras son muy fuertes. En Gálatas 3:1-2 él dice: “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?”. Estas palabras son indudablemente fuertes. Con base en estas palabras, supondríamos que Pablo no escucharía a los ancianos en Jerusalén. Sin embargo, Pablo se volvió débil. Esto muestra el poder que tiene la ley. Nunca deberíamos pensar que hemos sido librados por completo de la ley. Cuando entramos a cierto ambiente, nosotros también podríamos volvernos débiles y sucumbir a la ley.
Pablo no sólo participó en el rito de purificación y pagó los gastos de los otros hermanos, sino que él incluso hizo que los sacerdotes presentaran ofrendas por cada uno de ellos. Esto es difícil de creer. En Hebreos Pablo dice que las ofrendas antiguotestamentarias habían terminado (10:5-9). En Gálatas él dice: “Habéis sido reducidos a nada, separados de Cristo, los que buscáis ser justificados por la ley; de la gracia habéis caído” (5:4). Al seguir lo propuesto por los ancianos en Jerusalén, Pablo reedificaba lo que él había derrumbado. Cuando Pablo estaba por concluir el rito de purificación, Dios despertó una tormenta de modo que Pablo fue arrestado por los judíos y subsiguientemente enviado a Roma para ser encarcelado. Él nunca regresó a Jerusalén. Luego, en el año 70 d. C., Dios envió al príncipe romano Tito junto con el ejército romano para destruir a Jerusalén. Ellos derrumbaron el templo santo y destruyeron la ciudad santa; no dejaron una piedra sobre otra. Dios destruyó a Jerusalén, el centro del judaísmo, y esparció a los israelitas entre las naciones. Eso ocurrió hace dos mil años. Desde ese día, Jerusalén ha estado bajo la devastación de los gentiles. El Señor hizo esto a fin de destruir el centro del judaísmo.
Los creyentes en la Biblia no son los únicos que fueron subyugados por la ley. Nosotros también tenemos leyes, y probablemente tenemos más leyes que las que Moisés promulgó. Por ejemplo, nuestras reuniones tienen un procedimiento establecido que hemos seguido por casi veinte años. Por los últimos veinte años este procedimiento no ha cambiado. La forma en que nos reunimos ha llegado a ser una regla establecida que no puede ser cambiada. Esto es lo que llamamos regulaciones, reglas, costumbres, hábitos y prácticas. Esto es la ley.
Alabamos al Señor porque Él intervino y nos perturbó. En los Estados Unidos Él nos guió a clamar diciendo: “¡Oh Señor! ¡Amen! ¡Aleluya!”. Cuando los santos comenzaron a invocar el nombre del Señor de manera liberada, fueron vivificados. El soplo de este “viento” gradualmente llegó a otros lugares, y también a Taiwán. Muchos santos religiosos que guardaban la ley no pudieron recibir esta práctica. Dijeron que esto no puede llamarse adoración dominical y que a fin de tener la adoración apropiada, todos debían estar callados. Ellos no podían soportar el ruido. Como resultado de ello, algunos santos están a favor de permanecer callados y otros están a favor de ser ruidosos.
Según la historia de la iglesia, los creyentes están divididos en sectas y grupos porque tienen leyes que difieren. Por ejemplo, cuando algunos creyentes en un grupo insisten en adorar de cierta manera, pero otros en el mismo grupo insisten en adorar de una manera distinta, el resultado es la división. En el pasado hubo un grupo cristiano en el cual algunos de los creyentes temblaban cuando se reunían a adorar. También había creyentes en ese grupo que se opusieron a temblar, así que les dijeron a quienes deseaban temblar que se fueran a otro lugar. Así fue cómo se formó la Sociedad de los Amigos, o los cuáqueros.
He aquí otro ejemplo. En un grupo cristiano en los Estados Unidos había creyentes que respondían con un “amén” cuando otros oraban. Esto perturbó a los demás creyentes en el grupo. En vez de pedirles a los creyentes que decían “amén” que se fueran, ellos designaron una esquina del salón y la llamaron “la esquina del amén”. Quienes deseaban decir “amén” tenían que sentarse en aquella esquina.
Cuando comenzamos a practicar el invocar el nombre del Señor, surgieron problemas entre las iglesias. Algunos santos dijeron que no estaban de acuerdo con el ruido. No podían estar de acuerdo, pues tenían un concepto en cuanto a nuestra práctica; tenían una ley. No obstante, invocar el nombre del Señor audiblemente poco a poco ha llegado a ser una clase de ley. Tal parece que algunos santos no están satisfechos a menos que invoquen el nombre del Señor audiblemente. Ellos no están contentos con invocar silenciosamente. Como resultado de ello, entre nosotros ha surgido un grupo silencioso y un grupo ruidoso. Los silenciosos guardan la ley de estar callados, y los ruidosos guardan la ley de ser ruidosos. Esto es un problema.
Todo lo que tocamos puede llegar a ser una ley. Incluso en el asunto de servir al Señor, intentamos usar métodos. Estos métodos son una clase de ley. Cuando tengo comunión con los colaboradores y los ancianos, muchas veces pregunto: “¿Cómo deberíamos hacer esto? ¿Qué deberíamos hacer?”. Tal parece como si estuviese buscando métodos. Nosotros simplemente no nos podemos mantener alejados de los métodos. Incluso el orar-leer se ha convertido en un método. Anteriormente leíamos la Biblia de una manera, y ahora leemos la Biblia de otra manera. En cada localidad los santos oran-leen teniendo el mismo sabor, siguiendo el mismo procedimiento. Necesitamos liberar nuestro espíritu. No obstante, me preocupa que la manera en que liberamos nuestro espíritu se haya convertido en una ley.
Tal parece que todo lo que practicamos llega a ser una ley. Anteriormente, nuestras oraciones eran extensas. Las oraciones largas podrían compararse a escribir un extenso ensayo con palabras hermosas. Esto intimidaba a los que son nuevos entre nosotros y ellos no se atrevían a orar. Las oraciones largas también hacían que los santos se durmieran. Pocos santos asistían a la reunión de oración porque los santos no podían soportar las oraciones largas. Ahora las oraciones extensas han desaparecido y los santos están liberados. Todos oran oraciones cortas, tales como: “¡Oh Señor!”, “¡Quiero estar liberado!” y “¡Cada santo debería estar liberado!”. Sin embargo, no sería incorrecto tener algunas oraciones más largas además de las oraciones cortas. Esto nos ayudaría a tocar nuestro espíritu aún más. Sin embargo, nos preocupa el hecho de que nos sería fácil caer en la práctica de siempre tener oraciones largas.
Nosotros seguramente somos personas difíciles que siempre tenemos el hábito de guardar la ley. Pareciera que oramos sólo oraciones cortas o sólo oraciones largas. En cierta ocasión un hermano me dijo: “Los hermanos y las hermanas en Taiwán son muy receptivos a su dirección. Seguirán cualquier dirección que usted dirija”. Esto es cierto; no obstante, no deberíamos seguir de manera militar. Si un comandante dice que estén derechos, todos están derechos, y si él dice que marchen, todos marchan con completa uniformidad en sus pasos. Esto es la ley. Usted podría preguntar: “¿Qué deberíamos hacer?”. No deberíamos hacer nada. No deberíamos pedir un método.
Gálatas 3:3 dice: “Habiendo comenzado por el Espíritu”. Esto señala al hecho de que nuestra vida cristiana es completamente un asunto del Espíritu. Por tanto, no necesitamos leer la Biblia de cierto modo; más bien, deberíamos estar vivientes y tener varias maneras de leer la Biblia, así como el viento sopla donde quiere. Cuando vengamos a una reunión, nos deberíamos olvidar de las regulaciones y los métodos, y permitir que el Espíritu ocupe nuestro ser. Si leemos la Biblia en la reunión, y un hermano siente ponerse de pie y leer, él lo debería hacer. Algunos podrían decir que si cada santo hace esto, habrá caos. Si todos nos pusiéramos de pie conforme a la dirección del Espíritu, no habría caos alguno.
Cuando estamos atados por la ley, el espíritu de la reunión también está atado. Nuestro espíritu debería estar libre. Cuando los hermanos dirigen la lectura bíblica, cada santo debería sentirse libre para ponerse de pie y leer. De este modo la reunión estará viviente. En vez de tener formas, métodos o reglas en nuestras reuniones, deberíamos ejercitar nuestro espíritu, tener comunión con el Señor y estar preparados para ejercer nuestra función. Los hermanos no son los únicos que deberían estar listos para ejercer su función, sino que las hermanas también deberían estar preparadas. No debería haber procedimientos establecidos en las reuniones. Las reuniones deberían estar en completa conformidad con la dirección del Espíritu. Las reuniones siempre deberían ser distintas. No queremos métodos, y tampoco queremos caos.
No necesitamos utilizar el mismo procedimiento para orar-leer. Podría haber muchas maneras de orar-leer. Igualmente, no siempre necesitamos cantar un himno de la primera estrofa a la última. Podemos cantar sólo dos o tres estrofas. Es posible que mientras estamos cantando, un hermano se ponga de pie y lea una porción de las Escrituras. Luego de leer, todos pueden continuar cantando. A veces un santo puede ponerse de pie y compartir un testimonio. Nuestras reuniones no deberían seguir reglas establecidas; en vez de ello, todos los santos deberían seguir la dirección del Espíritu. Todos tenemos que estar en conformidad con el Espíritu.