
La realidad de la iglesia se halla en nuestro espíritu. Ésta es una declaración sencilla, pero es muy profunda. La mayoría de los cristianos conocen al Espíritu Santo, pero no conocen el espíritu humano. La realidad de la iglesia no sólo está en el Espíritu Santo, sino también en nuestro espíritu. Si la realidad de la iglesia estuviese solamente en el Espíritu Santo, la iglesia sería algo abstracto y estaría lejos de nosotros. La realidad de la iglesia también tiene que estar en nuestro espíritu a fin de que la iglesia sea práctica. La iglesia, como realidad, está en su espíritu y también en mi espíritu. Está en el espíritu de cada persona que ha sido salva, que ama al Señor y que vive en su espíritu. Con relación a la realidad de la iglesia, Efesios presenta cuatro puntos principales acerca del espíritu humano.
A fin de tener la realidad de la iglesia, tenemos que ser llenos en nuestro espíritu con el Espíritu de Dios. Los seres humanos tienen un cuerpo físico, y tienen un espíritu en su interior. Nuestro cuerpo necesita agua y al menos tres comidas al día. A algunas personas les gusta beber vino. Cuando ellas beben demasiado vino, se embriagan. Efesios 5:18 muestra un contraste entre ser llenos de vino y ser llenos en el espíritu. La primera parte de este versículo dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución”. Esto significa que no deberíamos llenar nuestro cuerpo de vino; es decir, que no deberíamos permitir que nuestro cuerpo se llene de vino. La segunda parte del versículo dice: “Antes bien, sed llenos en el espíritu”. Esto significa que nuestro espíritu debería ser lleno de Dios.
Esta palabra corresponde con otras porciones de la Biblia que hablan de Dios como nuestro vino espiritual. En la Biblia el vino representa a Dios como Aquel que puede saciar nuestra sed, hacernos gozosos, entusiasmarnos y darnos poder (Mt. 9:17). No deberíamos embriagarnos de vino físico, pero deberíamos ser llenos de Dios. El día de Pentecostés los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo. Quienes los vieron dijeron: “Están llenos de mosto” (Hch. 2:13).
Dios puede llenarnos porque Dios es Espíritu. En Su economía Dios se encarnó y vino a la tierra como nuestro Redentor, Jesucristo. Luego de Su muerte y resurrección, como postrer Adán, Él llegó a ser el Espíritu vivificante. En 2 Corintios 3:17 se nos dice: “El Señor es el Espíritu”. El Señor como Espíritu puede llenar nuestro ser interior, así como el aire llena un recipiente.
Hay una manera sencilla de ser llenos en el espíritu. Hechos 2:17 dice: “En los postreros días, dice Dios, derramaré de Mi Espíritu”. El versículo 21 dice: “Sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo”. Dios ha derramado Su Espíritu, pero ¿cómo podemos ser llenos de este Espíritu? La manera de ser llenos del Espíritu es invocar el nombre del Señor: “¡Oh, Señor Jesús! ¡Oh, Señor Jesús!”. A fin de que el aire entre en una habitación, necesitamos abrir una ventana. Tan pronto como se abre una ventana, el aire entra. Igualmente, a fin de que el Espíritu nos llene, necesitamos abrir la ventana de nuestro ser. La ventana de nuestro ser es más complicada que la ventana en una habitación. La ventana en una habitación tiene una sola capa, pero la ventana de nuestro ser tiene tres capas. La primera capa es nuestro cuerpo. La manera en que abrimos esta capa es abrir nuestra boca. Cuando nuestra boca está abierta, nuestro cuerpo está abierto. La segunda capa es el alma, o nuestro corazón. Necesitamos abrir no sólo nuestra boca, sino también nuestro corazón. No es suficiente abrir sólo estas dos capas. Existe una tercera capa, que es nuestro espíritu humano. Nuestro espíritu también necesita ser abierto. A veces cuando invocamos el nombre del Señor, nuestra boca está abierta, pero nuestro corazón no está abierto. A fin de invocar al Señor desde la parte más profunda de nuestro ser, tenemos que abrir nuestra boca, nuestro corazón y nuestro espíritu.
Algunos no están de acuerdo con invocar al Señor. No es un asunto de si estamos de acuerdo o no, pues invocar es igual de necesario que respirar (Lm. 3:55-56). El ejercicio más provechoso para nuestro cuerpo es la respiración profunda; igualmente, el ejercicio más provechoso para nuestra vida espiritual es la respiración profunda. Durante los primeros diez años de mi vida como cristiano, fui un creyente mudo. Era mudo incluso cuando oraba. Gradualmente, comprendí que hace una diferencia si un cristiano ora audible o inaudiblemente.
Hace aproximadamente cuarenta años en Shanghái, alguien le preguntó al hermano Nee qué debía hacer a fin de impedir quedarse dormido cuando oraba. Otra persona preguntó cómo evitar que su mente divague al orar. El hermano Nee respondió: “Si usted ora audiblemente, no se dormirá y su mente no vagará”. Esto verdaderamente es efectivo. Incluso si tenemos sueño, no nos dormiremos cuando oramos audiblemente. Así mismo, cuando oramos audiblemente, nuestra mente no divaga. Por tanto, orar de forma audible es muy útil.
Yo descubrí el asunto de invocar el nombre del Señor en la Palabra. La palabra griega traducida “invocar” implica clamar con voz audible, o clamar fuertemente, tal como lo hizo Esteban (Hch. 7:59-60). Antes que Pablo fuese salvo, él perseguía a los cristianos. Incluso recibió autoridad de parte de los principales sacerdotes para prender a quienes invocaran el nombre del Señor (9:14; cfr. v. 21). Esto indica que él no tenía que registrar una casa a fin de hallar y arrestar a los cristianos. Los discípulos del Señor eran personas que invocaban; ellos invocaban el nombre del Señor. Todos sabían que ellos invocaban el nombre del Señor. Ésta también es la situación en la iglesia en Los Ángeles. Más de doscientos santos viven alrededor del salón de reunión, y todos los vecinos saben que los santos son creyentes, pues desde la mañana hasta la noche los santos siempre invocan, diciendo: “¡Oh Señor! ¡Jesús es el Señor! ¡Aleluya!”.
Los discípulos del Señor invocaban el nombre del Señor porque invocar al Señor es equivalente a respirar al Señor. Cuando invocamos: “¡Oh Señor!”, el Señor entra en nosotros. Ésta es la manera de ser llenos del Señor. El Señor nos ha dado un secreto muy sencillo: sólo necesitamos invocar Su nombre a fin de ser llenos de Él. Sin embargo, cuando invoquemos el nombre del Señor, tenemos que permitir que Él haga una obra de incineración en nosotros. Cuando invocamos el nombre del Señor, es posible que Él toque cierto pecado o algo del mundo que esté en nosotros, o Él podría tocar el yo. Cuando Él toque algo, tenemos que tomar medidas respecto a ello y confesarlo. Ésta es la manera en que somos llenos del Señor al invocar Su nombre.
Cuando somos llenos del Señor, llegamos a ser la plenitud de Dios (Ef. 3:19b). El Señor es el Espíritu, y el Señor es Dios. Por tanto, ser llenos del Espíritu equivale a ser llenos del Señor, ser llenos del Señor equivale a ser llenos de Dios y ser llenos de Dios significa ser llenos de las riquezas de Dios hasta la plenitud de Dios. El resultado de que invoquemos el nombre del Señor es que somos llenos de todo lo que Dios es. A fin de tener la realidad de la iglesia, necesitamos ser llenos de todo lo que Dios es. Muchos de nosotros no nos llenamos de Dios en nuestro espíritu. Algunos de nosotros abrimos nuestra boca cuando invocamos el nombre del Señor y algunos no lo hacen. Es difícil ser llenos en nuestro espíritu cuando no abrimos nuestra boca para invocar el nombre del Señor.
Existe una diferencia en nuestra experiencia entre invocar el nombre del Señor y no invocar. No deberíamos pensar que está bien que los jóvenes invoquen el nombre del Señor, pero que no es tan apropiado que los de mayor edad invoquen. Algunos podrían decir que es indecoroso que los santos que son profesores o administradores invoquen el nombre del Señor cuando vienen a la reunión. Si tomamos cuidado de las apariencias externas, no ganaremos más del Señor ni tendremos Su plenitud. Quienes invocan el nombre del Señor saben que es una gran bendición invocar Su nombre. Si al invocar estamos tristes, nos volvemos contentos; si tenemos temor, nos volvemos osados; y si estamos en tinieblas, recibimos luz. Cuando invocamos al Señor, tenemos que abrir nuestra boca, nuestro corazón y nuestro espíritu e invocar desde lo profundo de nuestro interior.
No podemos obligar a nadie que invoque al Señor. Sin embargo, podemos orar para que él abra su boca e invoque al Señor. Quisiera hablar una palabra franca. No queremos que el invocar se convierta en una religión. Cuando invocamos, deberíamos cuidar de otros. En cierta ocasión hubo un grupo de santos que cantaba mientras otro grupo de santos estaba de pie a su lado invocando al Señor. Esto hizo que la reunión fuese caótica. Sea que invoquemos al Señor o cantemos, deberíamos cuidar de la reunión.
Orar-leer la Palabra es otra manera en que podemos ser llenos en el espíritu (5:18-19; Col. 3:16). En las reuniones necesitamos evitar el sabor de ser ruidosos cuando oramos-leemos. Es bueno que liberemos el espíritu, pero si somos ruidosos, perderemos el sabor de la oración y la lectura. A veces podríamos pronunciar frases más largas a fin de mejorar nuestra manera de orar-leer, pero las frases no deberían ser demasiado largas. En ocasiones podríamos emitir de tres a cinco frases cortas. De este modo tendremos un rico sabor cuando oremos-leamos.
Deberíamos evitar tomar el camino fácil y ser metódicos. No deberíamos convertir una práctica en un procedimiento. Esto equivale a seguir reglas. Necesitamos ejercitar nuestro espíritu a fin de evitar ser metódicos. Sea que leamos la Biblia, oramos-leamos o cantemos, deberíamos evitar seguir un procedimiento. Más bien, siempre deberíamos abrirnos al Señor y permitir que el Espíritu Santo fluya libremente. Lo que hagamos tiene que ser en el espíritu, no conforme a la letra. Debemos tener un espíritu abierto, y tenemos que estar en el espíritu, pues la realidad de la iglesia se halla en nuestro espíritu.
A fin de tener la realidad de la iglesia en nuestro espíritu, primero debemos ser llenos de Dios. Cuando seamos llenos de Dios, nuestra mente estará ocupada con el Espíritu y seremos renovados en el espíritu de nuestra mente (Ef. 4:23). A fin de tener la realidad de la iglesia, también necesitamos vestirnos del nuevo hombre. Cuando somos renovados en el espíritu de nuestra mente, nos vestimos de la iglesia como nuevo hombre (v. 24) y vivimos en la iglesia. El nuevo hombre es la iglesia; por tanto, vestirnos del nuevo hombre equivale a vestirnos de la iglesia y vivir en la iglesia. Cuando tenemos nuestro vivir en el espíritu y andamos en él, estamos en la vida de iglesia. Esto es lo que el Señor desea ganar.
El Señor no desea meramente un grupo de personas que hayan sido salvas y vayan en pos de Él al leer la Biblia, orar y asistir a las reuniones. Esto no satisfará Su corazón. Tenemos que ser llenos en nuestro espíritu con el Espíritu y permitirle ocupar todo nuestro ser. Ésta es la manera en que somos renovados en el espíritu de nuestra mente y nos despojamos de nuestra vieja manera de vivir, la vieja sociedad y las viejas relaciones. Ésta también es la manera en que nos vestimos del nuevo hombre, que es la iglesia. El nuevo hombre es un asunto de nuestro vivir. Por tanto, cuando nos vestimos del nuevo hombre, estamos en la vida de iglesia.
Tener la realidad de la iglesia equivale a ser la morada de Dios en el espíritu (2:22). Nuestro espíritu es la morada de Dios. Esto significa que somos edificados juntamente en el espíritu, no sólo en el Espíritu Santo, sino aún más en nuestro espíritu humano, a fin de ser la morada del Espíritu Santo. Entonces Dios tendrá un lugar de reposo en la tierra y Él hará Su hogar en nuestros corazones (3:17). Nuestro vivir será la morada de Dios, es decir, Su lugar de reposo. Dios está en el cielo, pero Él busca ganar una morada en la tierra. Cuando seamos la morada de Dios, no estaremos ocupados con pecados, ni amaremos el mundo ni nos preocuparemos por nuestro yo. Estaremos conjuntamente edificados en el nuevo hombre para ser la morada de Dios en el espíritu.
Cuando tengamos la realidad de la iglesia, no sólo seremos la morada de Dios, sino también Su ejército, y combatiremos la guerra espiritual (6:10-20). Esta guerra espiritual será librada en nuestro espíritu por medio de toda oración y petición, tomando la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios. Deberíamos orar en todo tiempo en el espíritu. Esto no se refiere a orar por cosas comunes, sino se refiere a la guerra espiritual, es decir, a derrotar el enemigo de Dios con oración y usar la oración para aniquilar la autoridad de las tinieblas. Por una parte, la iglesia es la morada de Dios, donde Él puede hacer Su hogar y, por otra, la iglesia es un ejército que combate por Dios a fin de apresurar la venida de Su reino.
Ésta es la realidad de la iglesia. Esta realidad es Cristo, y es Cristo mezclado con nosotros. La realidad de la iglesia consiste en que nosotros vivamos conjuntamente en el espíritu para llegar a ser la morada de Dios y el ejército de Dios. La realidad de la iglesia es completamente un asunto del espíritu.
Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos que la realidad de la iglesia se halla en nuestro espíritu. Necesitamos abandonar nuestros procedimientos, métodos, rituales, regulaciones y prácticas. En nuestra vida diaria tenemos que vivir en el espíritu y permitir que el Señor sea nuestra persona. En vez de seguir métodos u ordenanzas en las reuniones, cada santo debería ejercer su función conforme al Espíritu. No necesitamos cantar primero u orar primero ni incluso leer la Biblia primero. Cuando leamos la Biblia, no necesitamos seguir un método particular. Todas nuestras actividades deberían efectuarse en nuestro espíritu mezclado. Entonces el Señor será expresado, y Él ganará una morada y un ejército. Esto es lo que el Señor desea ganar hoy.
Esto no quiere decir que no debamos leer la Biblia u orar. Debemos leer la Biblia con nuestro espíritu y debemos orar con nuestro espíritu. Tenemos que hacerlo todo en nuestro espíritu. Entonces nuestra vida de reunión y nuestra vida diaria serán una sola vida en vez de ser dos vidas desvinculadas. Nuestras reuniones serán la expresión de nuestro vivir. Entonces nuestras reuniones no serán una actuación, sino un testimonio.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros, y que Su sangre preciosa nos cubra para que aprendamos a volvernos a nuestro espíritu y pongamos en práctica el abandonar todo lo viejo. Si nos ejercitamos para vivir en nuestro espíritu en nuestra vida diaria, todo lo que hagamos en las reuniones estará en conformidad con el Espíritu.