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Mensajes del libro «Significado del candelero de oro, El»
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CAPITULO TRES

CRISTO ES LA PIEDRA CIMERA DEL EDIFICIO DE DIOS

  Lectura bíblica: Zac. 3:9; 4:7; Hch. 4:10-12; Jn. 1:42; Mt. 16:18; 1 P. 2:4-5; 1 Co. 3:12; Ap. 21:11, 18-19a

LA IGLESIA ES LA REPLICA DEL ESPIRITU JUNTO CON CRISTO

  Espero que cada uno de nosotros pueda recibir una visión clara de que la iglesia es la réplica, la reproducción, del Espíritu junto con Cristo. Esto no se ve en el cristianismo; la cristiandad es sólo una simple religión, una organización humana, y no la réplica del Espíritu junto con Cristo. Actualmente el recobro del Señor tiene como fin recobrar la iglesia como réplica del Espíritu junto con Cristo. Por eso sentimos la carga de que haya un testimonio viviente de la iglesia en cada localidad y en cada país. Esto no depende de que haya un número grande o pequeño de personas, sino de que algunos santos se reúnan en el nombre del Señor, en la persona del Señor, como réplica y reproducción de Cristo.

  Consideremos lo que verdaderamente significa la réplica del Espíritu junto con Cristo. Todos sabemos qué es una réplica. Si tenemos un escrito debidamente redactado y sin errores de ningún tipo, lo único que necesitamos hacer es reimprimir la obra original en muchas hojas. El texto original puede ser reproducido en miles de copias idénticas; esto es lo que significa hacer una réplica. Ciertamente Cristo es uno y el Espíritu es uno, pero el Espíritu junto con Cristo desea producir una réplica de Cristo, y dicha réplica es la iglesia. Así, lo que está en el original también estará en cada copia reproducida, sin que hayan “palabras diferentes” ni “errores gramaticales”. Esto es la iglesia, la réplica de Cristo, “el libro impreso” del Espíritu junto con Cristo.

  Ahora bien, ¿cuál es el contenido de esta réplica? La revelación bíblica acerca de esto no es nada sencilla; por lo tanto, la Biblia usa figuras para explicarlo claramente. Por ejemplo, el tabernáculo es un tipo de la morada de Dios y conlleva muchos aspectos; si tratáramos de describirlo verbalmente, sin ningún dibujo, no podríamos explicarlo de una manera clara y entendible. Por tanto, Dios en Su sabiduría nos dio el tabernáculo como cuadro. Al ver dicho cuadro, espontáneamente entendemos qué es la morada de Dios. Esta clase de figura o representación es más clara que mil palabras. La iglesia es la réplica del Espíritu junto con Cristo y, como tal, no puede ser expresada claramente ni aun con mil palabras. Por esta razón la Biblia nos presenta un símbolo, aunque el símbolo mismo no es fácil de entender. Hemos visto que el candelero de oro aparentemente es sencillo, pero cuando realmente profundizamos en su significado, no es tan fácil de entender.

EL CANDELERO, JEHOVA, EL CORDERO Y LA PIEDRA

  En el capítulo anterior mencionamos cuatro asuntos: el candelero, Jehová, el Cordero y la piedra. Hemos visto que el candelero es Jehová, que Jehová es el Cordero, y que el Cordero es la piedra. La clave para demostrar esto son las siete lámparas, ya que estas siete lámparas son los siete ojos, y los siete ojos son los siete Espíritus. Las siete lámparas del candelero son los siete ojos de Jehová (Zac. 4:2, 10); por consiguiente, esto muestra que el candelero es Jehová. Jehová con siete ojos equivale al candelero con siete lámparas. La Biblia también afirma que los siete ojos de Jehová son los siete ojos del Cordero (Ap. 5:6). Por tanto, esto también prueba que Jehová es el Cordero, y que el Cordero equivale a Jehová. Además, estos siete ojos son los siete ojos de la piedra (Zac. 3:9), lo cual prueba que la piedra es el Cordero mismo. Y por último, la Biblia también dice que los siete ojos son los siete Espíritus de Dios (Ap. 5:6). Por tanto, podemos decir que el candelero es Jehová, que Jehová es el Cordero, que el Cordero es la piedra, y que la piedra es Dios mismo. Hay siete lámparas, siete ojos y siete Espíritus. Las siete lámparas pertenecen al candelero, y los siete ojos pertenecen a Jehová, al Cordero y a la piedra. Los siete ojos también son los siete Espíritus de Dios.

  Al comparar estos pasajes bíblicos vemos definitivamente que las siete lámparas son los siete ojos, y que los siete ojos son los siete Espíritus. Basados en esto vemos que el candelero es Jehová, que Jehová es el Cordero, que el Cordero es la piedra, y que la piedra es Dios. Quizás estas palabras turben a los teólogos y pregunten: “¿Cómo puede usted decir que el candelero es Jehová y que la piedra es Dios? ¿Qué clase de teología es esta?” Esta es la teología auténtica de la Biblia. Muchos teólogos no conocen la Biblia; principalmente ellos conocen la teología tradicional y no ven la palabra divina, la revelación pura y directa de Dios. Por ejemplo, si el Señor Jesús no hubiera dicho: “La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo” (Mt. 21:42), estoy seguro que ningún teólogo estaría dispuesto a afirmar ese hecho. Y a pesar de que el propio Señor lo dijo, los teólogos no hablan mucho de ello porque no lo entienden claramente. Ellos no comprenden cómo el Señor Jesús puede ser una piedra ni cómo esta piedra fue cortada, no con mano, para destruir la gran imagen mencionada en el sueño de Nabucodonosor, y finalmente llega a ser un gran monte que llena toda la tierra (Dan. 2:31-35).

Jehová: Dios en Su relación con el hombre

  Olvidémonos de los teólogos y regresemos a la Biblia. La Biblia dice que este candelero es Jehová, que Jehová es el Cordero, que el Cordero es la piedra, y que la piedra es Dios mismo. Queridos hermanos y hermanas, debemos ver esto claramente si queremos conocer la iglesia. No olvidemos que el candelero es el Dios Triuno. ¿Cómo, entonces, es el candelero Jehová? Necesitamos entender con claridad que el uso bíblico del título Jehová tiene que ver específicamente con la relación que Dios tiene con el hombre. Por ejemplo, en Génesis 1, un capítulo que relata la obra creadora de Dios, el término Jehová no aparece ni una sola vez, pero sí leemos repetidas veces el término Dios. Dios es el Creador. El título Jehová aparece a partir del capítulo dos, donde se habla de la relación que Dios tiene con el hombre. El nombre Jesús tiene dos vocablos componentes: Je- se refiere a Jehová, y -sús denota el Salvador o la salvación. Así que, el nombre Jesús significa Jehová es nuestro Salvador y llega a ser nuestra salvación. Por lo tanto, el nombre Jehová denota al Dios Triuno en Su contacto y relación con el hombre. Es cierto que el candelero de oro es el Dios Triuno, pero El se relaciona con el hombre. El Dios Triuno ha llegado a ser el candelero de oro para tener contacto con el hombre y relacionarse con él. Por tanto, este Dios Triuno —el candelero de oro, Jehová— desea tener contacto con el hombre y relacionarse con éste.

El Cordero: quita los pecados del hombre

  ¿Cómo puede Dios relacionarse con el hombre y tener contacto con él? El hombre es pecaminoso, en cambio Dios no tiene pecado; el hombre es malvado, pero Dios es santo. Es imposible que El, quien no tiene pecado, se relacione con lo pecaminoso; ni tampoco es permisible que lo Santo tenga contacto con lo común. En otras palabras, no hay posibilidad que el Dios Triuno se relacione con el hombre pecaminoso a menos que sea derramada la sangre del Cordero, porque sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Por lo tanto, no es suficiente tener sólo a Jehová, sino que era necesario que Jehová llegase a ser Jesús el Cordero.

La piedra: se usa para edificar la morada de Dios

  Aquí vemos una progresión. A fin de que el Dios Triuno tenga contacto con el hombre, El debe ser Jehová; y para que Jehová pueda tener contacto con el hombre, El debe ser el Cordero que quita nuestros pecados. Sin embargo, el hecho de que El sea el Cordero no es la meta, sino el procedimiento. Quitar los pecados del hombre es simplemente el procedimiento, pero la meta es edificar la morada eterna de Dios. Por lo tanto, después del Cordero vemos la piedra, y dicha piedra está ligada al Cordero. El Cordero quita el pecado del hombre, y la piedra tiene grabada una inscripción (Zac. 3:19). Debido a que El ha sido grabado, las iniquidades del pueblo de Dios son quitadas en un solo día. ¿Cuándo grabó Dios una inscripción en la piedra? Esto sucedió en la cruz. La muerte del Señor sobre la cruz, es decir, Su sufrimiento en la cruz, fue la inscripción que Dios grabó en la piedra. Sobre dicha cruz Dios grabó al Señor Jesús, lo cual alude a la muerte del Cordero y al derramamiento de Su sangre; este grabado quitó las iniquidades del mundo y del pueblo de Dios en un solo día. Es así como el Cordero está ligado a la piedra. El Cordero nos redime y la piedra se usa para edificar; por tanto, la redención está unida a la edificación. El resultado de esta progresión —el candelero, Jehová, el Cordero y la piedra— es Dios mismo.

LA PIEDRA DEL FUNDAMENTO, LA PIEDRA DEL ANGULO Y LA PIEDRA CIMERA

  Espero que entiendan estos asuntos claramente. Ahora dedicaremos más tiempo, no al candelero, ni a Jehová ni al Cordero, sino a la piedra. No creo que actualmente entre los cristianos se den muchos mensajes acerca de la piedra. Zacarías 3 dice que Jehová puso una piedra delante de Josué el sumo sacerdote, y sobre esa piedra había siete ojos. Luego, el capítulo cuatro dice que Zorobabel sacaría una piedra, la piedra cimera del templo. Josué era el sacerdote, y Zorobabel, un descendiente de David, representaba la familia real, la autoridad del rey. Así que, el sacerdocio y el reinado se unieron para sacar la piedra. La piedra mencionada en 3:9 es la piedra de 4:7. La piedra mencionada en 3:9 tiene siete ojos, y la piedra en 4:7 es la piedra cimera.

  Los judíos edificaban sus casas principalmente con tres clases de piedras: la piedra del fundamento, la piedra del ángulo y la piedra cimera, que era la cubierta de la casa. El techo era plano, y sobre la superficie plana estaba la piedra cimera. Primero colocaban la piedra de fundamento, luego fijaban la piedra del ángulo para unir los muros, y por último ponían la piedra cimera, encima de todas. Así, la construcción concluía cuando se colocaba la piedra cimera en la parte superior de la casa. La Biblia dice que el Señor Jesús es la piedra del fundamento, la piedra del ángulo y la piedra cimera del edificio de Dios. Cuando la piedra cimera sea fijada, el edificio de Dios se habrá edificado. Sobre la piedra cimera hay siete ojos, así como las siete lámparas no están en la base ni a la mitad del candelero sino en la parte superior. Esto significa que el Señor Jesús, quien es el material del edificio de Dios, tiene siete ojos sobre El, no como la piedra del fundamento o como la piedra del ángulo, sino como la piedra cimera.

EL PROCESO PARA LLEGAR A SER LA PIEDRA CIMERA: LA MUERTE Y LA RESURRECCION

  Una piedra pasa por un largo proceso antes de ser usada como piedra cimera; este proceso implica la muerte y la resurrección. En Mateo 21:42, el Señor Jesús dijo a los judíos que la piedra que ellos rechazaron había sido hecha por Dios la cabeza del ángulo. Y en Hechos 4:10-12, después de la resurrección del Señor, Pedro predicó el evangelio a los judíos diciéndoles que debían saber que Jesucristo, el Nazareno a quien ellos habían crucificado, había sido resucitado de entre los muertos, y que la piedra que los edificadores menospreciaron había sido hecha por Dios la cabeza del ángulo.

  Mientras el Señor Jesús estuvo sobre la tierra, antes de que se le diera muerte, El fue perseguido y rechazado por los judíos. En aquel tiempo El era una piedra que no había resucitado, es decir, era una piedra que no había pasado por el proceso de la resurrección; por eso, las personas no podían ver mucha gloria sobre El y sólo veían una pequeña piedra de Nazaret. Los judíos despreciaron esta piedra y no la honraron, pues la consideraron simplemente una pequeña piedra galilea de Nazaret. Por lo tanto, la desecharon e incluso la sepultaron en una tumba. Después de dicho rechazo, Dios sacó a esta piedra del sepulcro. Antes de Su crucifixión, Jesús era un pequeño Nazareno. Al respecto, la Biblia dice: “...no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le miremos, ni apariencia para que le deseemos” (Is. 53:2b, Biblia de las Américas). Sin embargo, después de haber sido resucitado de entre los muertos, El llegó a ser el glorioso Hijo del Hombre; esto significa que después de Su muerte y Su resurrección, El llegó a ser la primera piedra en resurrección. Cuando fue rechazado, El era una pequeña piedra de Nazaret; pero después de resucitar de entre los muertos, fue transformado a una condición semejante a la de Su transfiguración sobre el monte, en la cual todo Su ser fue transfigurado, Su rostro brillaba como el sol, y Sus vestiduras eran blancas como la luz. Allí ya no se parecía a un Nazareno, quien carecía de hermosura y majestad. Cuando el Señor fue transfigurado sobre aquel monte, Pedro dijo: “Bueno es que nosotros estemos aquí” (Mt. 17:4). Aquella transfiguración era una miniatura de la resurrección del Señor. La resurrección del Señor Jesús de entre los muertos transfiguró todo Su ser. En otras palabras, aquella pequeña piedra de Nazaret llegó a ser una piedra preciosa, extraordinariamente gloriosa y resplandeciente.

BARRO, PIEDRA Y PIEDRA PRECIOSA

  Primero vemos el candelero de oro y luego la piedra. Esta secuencia —el candelero de oro, Jehová, el Cordero y la piedra— tiene mucho significado. El oro no es un elemento transformado, pero las piedras preciosas sí. Cuanto más transformadas sean las piedras, más gloriosas y preciosas llegan a ser. El oro denota la divinidad del Señor, mientras que la piedra alude a Su humanidad. Según Su divinidad, El es oro, y según Su humanidad, El es piedra. Su divinidad es inmutable pero Su humanidad, la cual no era gloriosa ni resplandeciente en calidad de Nazareno antes de la muerte, después llegó a ser gloriosa, brillante y resplandeciente como piedra preciosa.

  Demos un repaso tomando la piedra como figura: Cuando el Señor estaba en la carne, El era una pequeña piedra de Nazaret sin resplandor ni brillantez alguno; por eso, los judíos lo menospreciaron y lo desecharon. Ellos estimaron que El no era nada, pensando que nada bueno podía salir de Nazaret. Así que, lo rechazaron y lo sepultaron en una tumba, pero Dios lo resucitó. Esta piedra de Nazaret cambió, pero Su divinidad no sufrió cambio alguno. Entonces, ¿qué fue lo que cambió? Su humanidad. El Dios eterno no cambió, pero Jesús el Nazareno sí. La naturaleza divina es inmutable, tal como el oro puro, el cual no cambia; pero la humanidad de la cual El se había vestido sí cambió.

  Originalmente nosotros no éramos piedras, sino barro. Gracias al Señor, un día fuimos salvos y el oro puro entró en nosotros. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Desde el momento en que fuimos hechos hijos de Dios, se añadió a nosotros la naturaleza divina, la cual es oro puro. Los creyentes tenemos una porción del oro puro que nunca cambia; sin embargo, nosotros mismos somos de barro. Juan 1:42 relata que cuando Pedro vino ante el Señor, El inmediatamente le cambió el nombre. Originalmente se llamaba Simón, pero el Señor le dijo: “Tú serás llamado Cefas”. El nombre Cefas significa una piedra; por eso, en realidad le dijo: “Tú eres una piedra”. Creo que en aquel momento Pedro se convirtió en una piedra, pero no en una piedra preciosa. El Pedro que vemos en los evangelios no era nada precioso. Por una parte me agrada verlo, porque yo soy franco e impaciente como él; pero por otra, me disgusta verlo, porque no era precioso y apenas era una piedra. Sin embargo, la Nueva Jerusalén tiene un cimiento de doce capas de piedras preciosas, una de las cuales es Pedro. En Apocalipsis 21 vemos que Pedro cesó de ser una piedra ordinaria y se convirtió en una piedra preciosa, o sea, Pedro ciertamente cambió. Cuando Pedro vino al Señor, El lo cambió de barro a piedra; pero después de que Pedro siguió al Señor por muchos años, esta piedra llegó a ser una piedra preciosa.

  Mateo 16 relata que un día el Señor Jesús llevó a Sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo, donde el cielo estaba despejado, no como en Jerusalén donde el ambiente religioso era espeso. En Cesarea de Filipo el Señor preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” Respondiendo Simón Pedro, dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. El Señor dijo que edificaría Su iglesia sobre la roca de esta revelación. Luego, el Señor Jesús dijo: “Tú eres Pedro”, es decir, “Tú eres una piedra” (vs. 15-16, 18). El Señor le dijo nuevamente esto a Pedro para recordarle que él era una piedra. Originalmente Pedro era barro, pero después de conocer al Señor llegó a ser una piedra. Más tarde, Pedro dijo en su primera epístola, que el Señor es la piedra viva y nosotros venimos a El también como piedras vivas. Así como El es una piedra viva, también nosotros lo somos. Somos piedras vivas y estamos siendo edificados como casa espiritual, un sacerdocio santo.

  Actualmente algunos en el cristianismo afirman ser la iglesia. Pienso que ellos consideran que “la iglesia” es un grupo de personas que han sido bautizadas en el nombre de Jesús y que han llegado a formar una organización cristiana. Sin embargo, debemos ver que eso no es la iglesia. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es un grupo de personas de lodo, de barro, que han recibido una nueva naturaleza mediante el nuevo nacimiento y que han sido hechas personas de piedra; no obstante, estas personas todavía tienen que ser transformadas a piedras preciosas.

  Me doy cuenta que muchos de los jóvenes buscan al Señor. Permítanme preguntarles esto: ¿Eran ustedes barro antes de ser salvos? Sí, ustedes eran barro. Pero un día fueron salvos, y el oro puro entró en ustedes; sin embargo, los demás aún no podían ver en ustedes mucha piedra. Quizás ha habido en ustedes poca transformación y se les ha añadido una pequeña cantidad de piedra, pero que apenas se puede observar. No obstante, poco a poco otros podrán ver una pequeña piedra. Hace unos años vine a Taiwan y vi que algunas de estas “piedras pequeñas” no eran tan malas, pero tampoco eran preciosas. Sin embargo, esta vez he notado que al menos algunos de entre los jóvenes han comenzado a ser piedras preciosas. Esto significa que se puede ver en ellos no sólo piedra, sino también piedra preciosa.

EDIFICAR LA IGLESIA CON PIEDRAS PRECIOSAS

  En 1 Corintios 3:12 Pablo dice que debemos edificar con oro, plata y piedras preciosas sobre Cristo como fundamento. El no habla meramente de piedras sino de piedras preciosas. Debemos ver que la consumación máxima de la iglesia es la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén no hay barro, ni siquiera hay piedras, sino solamente piedras preciosas. Ser una piedra no es suficiente; la piedra debe ser preciosa. Esto no se trata sólo de un asunto doctrinal, pues actualmente el Señor necesita obtener una iglesia de piedras preciosas. El Señor no quiere madera, heno ni hojarasca; lo que El busca es oro, plata y piedras preciosas.

  Si consideramos la Nueva Jerusalén detalladamente, veremos que el oro puro no se usa principalmente para el edificio, sino para la base de la ciudad. Apocalipsis 21 dice que la calle de la ciudad es de oro puro (v. 21b). Esto no quiere decir que la calle esté pavimentada de oro, sino que la base de la Nueva Jerusalén es un monte de oro. Todo el monte es oro puro; por lo tanto, estrictamente hablando, el oro no se usa para la edificación. Entonces, ¿qué se usa para el edificio? Las piedras preciosas. La edificación se centra principalmente en el muro, el cual es edificado con piedras preciosas. Todos los que hemos sido salvos tenemos oro puro en nosotros. Los hermanos y hermanas que fueron salvos en las denominaciones también tienen oro puro en ellos; además, las personas que fueron genuinamente salvas en la Iglesia Católica también tienen oro puro. Sin embargo, debemos ver que muchos que están en la Iglesia Católica y en las denominaciones protestantes no están siendo edificados con los que aman al Señor, pues la edificación no depende del oro sino de las piedras preciosas.

  Hemos sido salvos y, por ende, tenemos oro en nosotros. Si el elemento de Dios aumenta en nosotros, tendremos más “oro” en nuestro ser; esto no es transformación sino adición. Ya sea que seamos barro, piedras o piedras preciosas, no debemos ocuparnos en la adición, sino en la transformación. El oro en nosotros ciertamente debe aumentar, pero sobre todo debemos ser transformados, porque no somos más que pedazos de barro y de piedra. En la actualidad los cristianos en general no tienen la realidad de la iglesia, es decir, son la iglesia solamente de nombre pero no en realidad. ¿Dónde está la realidad de la iglesia? La realidad de la iglesia está en el oro y en las piedras preciosas. El oro debe aumentar, y las piedras deben ser transformadas.

  El conjunto final del candelero de oro equivale a la iglesia, y la iglesia es la réplica del candelero de oro. El candelero de oro es primero oro puro y después, piedras preciosas. La iglesia primero debe tener el oro puro y luego las piedras preciosas. Hay escasez de oro puro entre los cristianos. Es posible que conozcamos a un cristiano denominacional, y a pesar de que ha sido salvo, necesitamos más de tres horas antes de tocar un pequeño fragmento del oro en él. A menos de que entablemos contacto con él por bastante tiempo, no estaríamos ni siquiera seguros de que tenga la vida de Dios. ¿Cómo puede esa pizca de oro ser suficiente para edificar la iglesia y la Nueva Jerusalén? Realmente no es suficiente. No obstante, al visitar algunas iglesias en el recobro del Señor, aunque veo el oro puro, no veo mucha piedra; más bien, veo mucho barro y fango. Si no hay piedras, ¿cómo puede ser edificada la iglesia? Quiero hablarles una palabra sincera, hermanos y hermanas: no debemos seguir siendo los mismos al pasar los años. Es necesario que sean producidas las piedras y las piedras preciosas. No sólo debemos lavar el lodo, sino también ser transformados de barro a piedra. El lodo debe ser lavado, pero el barro debe ser transformado. Debemos ver que la iglesia primero es un candelero, luego una piedra y por último una piedra preciosa.

HACER LA OBRA QUE PRODUZCA PIEDRAS PRECIOSAS

  El Señor no me ha enviado a halagar ni a ofender a las personas, sino a ministrarles vida y a quemarles con las siete lámparas de fuego, a fin de secar el lodo, cambiar el barro a piedras y transformar las piedras a piedras preciosas. No debemos llevar a cabo una obra ambigua que produzca un gran “montón de barro”, donde no hay piedras ni piedras preciosas. Espero que la generación joven que está entre nosotros se levante, pues el Señor desea obtener la iglesia. No tuve la carga de venir a Taiwan simplemente a dar mensajes, sino que esta vez vine para incomodarles. Por muchos años hemos dado mensajes semana tras semana; sin embargo, no se ha producido ni una piedra. ¿Debemos seguir dando mensajes? No es tiempo de dar mensajes, sino de lavar el lodo, cambiar el barro a piedras y transformar las piedras a piedras preciosas. El oro puro debe aumentar en nosotros, el barro debe ser transformado, e incluso las piedras deben ser transformadas a piedras preciosas.

  Aquel que edifique sobre el fundamento, mire cómo sobreedifica: ya sea con oro, plata y piedras preciosas o con madera, heno y hojarasca. Si edificamos con madera, heno y hojarasca, cuanto más laboremos, más combustible produciremos para que el fuego arda; entonces, sería mejor obrar menos. Más bien, debemos producir piedras preciosas. No debemos ir a la deriva. ¡No nos queda tiempo para eso! El regreso del Señor está muy cerca. Debemos tomar la carga seriamente: si tenemos lodo, debemos vaciarlo; si tenemos barro, debemos transformarlo a piedras y a piedras preciosas. Gracias al Señor que el candelero primero es oro puro y luego una piedra. Recordemos que cuando hablamos de la piedra, no nos referimos simplemente a la redención que recibimos del Cordero. Al hablar de la piedra, nos referimos a la piedra cimera. Esta piedra ha sido puesta en la parte superior del templo, indicando que la edificación ha sido terminada. Por lo tanto, todos podemos gritar: “¡Gracia, Gracia a ella!” (Zac. 4:7). Sólo sobre esta piedra puede haber gracia.

  Debemos volvernos al Señor porque no queda mucho tiempo. Hoy la luz se ha intensificado en el recobro del Señor, así que nadie debe andar ciegamente ni ir a la deriva. Todos debemos ver con claridad. Hacer algo sólo por hacerlo no tiene ningún sentido, y no hay valor alguno en seguir una simple rutina sin tener la realidad. Debemos hacer la obra que produzca piedras preciosas. Ciertamente debemos guiar a otros a que sean salvos, pero esto no es suficiente. Además, debemos entender que nuestra obra también consiste en infundir vida en las personas, infusión tras infusión, a fin de que el barro se convierta en piedras, y estas piedras lleguen a ser piedras preciosas. Esta es la edificación que el Señor quiere obtener.

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