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Mensajes del libro «Significado del candelero de oro, El»
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CAPITULO CUATRO

LAS SIETE LAMPARAS DE FUEGO FOMENTAN EL MOVER DE DIOS

  Lectura bíblica: Ex. 25:37; 27:20-21; 30:7-8; Ap. 4:5; 1:4; Sal. 73:17

  Hemos visto varios aspectos del candelero de oro: el Dios Triuno, la relación que Dios tiene con el hombre, la redención que el Cordero efectuó, Cristo como material del edificio de Dios y Dios mismo. Si no tenemos el debido conocimiento de estos aspectos, nunca veremos claramente la iglesia. A fin de tener un entendimiento cabal de la iglesia, debemos comprender que la iglesia está ligada con el Dios Triuno, con la relación de Dios y el hombre, con la obra redentora de Cristo y con el edificio de Dios. Finalmente, todo esto se refiere a Dios mismo.

  A lo largo de los siglos, el pueblo de Dios sólo ha obtenido un entendimiento fragmentado y parcial acerca de la iglesia, pues no ha recibido de Dios la luz para ver que la iglesia es algo completamente relacionado con el candelero de oro. Desde el pasado hasta el presente, lo que muchos cristianos, teólogos y maestros de la Biblia entienden con respecto al candelero de oro no va más allá de la revelación concerniente a Cristo. Ellos sólo saben que el candelero de oro es Cristo, pero no estudian el libro de Zacarías para ver que el candelero también se refiere al Espíritu Santo, ni tampoco ven en Apocalipsis que el destino final del candelero es la iglesia. Estrictamente hablando, el candelero de oro es el testimonio de Dios manifestado en el universo, el cual comienza con Cristo, pasa por el Espíritu y se expresa por medio de la iglesia. De hecho, hay muchos asuntos importantes que están relacionados con el candelero: el Dios Triuno, la relación que Dios tiene con el hombre (indicado por el nombre Jehová), la redención que Cristo efectuó y el edificio de Dios. Todos están incluidos en dicho testimonio, y finalmente, Dios mismo se manifiesta como el todo en todo. Dios es Su propio testimonio, y el testimonio de Dios es El mismo. No debemos olvidar esta secuencia: el candelero de oro, Jehová, el Cordero, la piedra y Dios mismo.

LAS SIETE LAMPARAS DEL CANDELERO SON LAS SIETE LAMPARAS DELANTE DEL TRONO DE DIOS

  Ahora veamos las siete lámparas, que son una parte fundamental del candelero de oro. La función principal del candelero de oro es iluminar, lo cual se lleva a cabo por medio de las siete lámparas. Este asunto no es sencillo. No entenderemos mucho si sólo leemos Exodo 25, pues allí sólo vemos un candelero de oro sobre el cual hay siete lámparas resplandecientes: hay una caña en el centro, de la cual salen seis brazos de sus dos lados, tres a cada lado, y los brazos de ambos lados se iluminan entre sí.

  Apocalipsis 1:4 dice: “...de parte de Aquel que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de Su trono”. El trono de Dios está presente desde el principio del libro de Apocalipsis. En el universo Dios tiene un centro de administración, el cual es Su trono. Apocalipsis 4:5 dice que del trono salían relámpagos, voces y truenos. Los relámpagos, las voces y los truenos son una señal, un símbolo, que significa que Dios administra y opera desde Su trono para ejecutar Su plan eterno. El trono de Dios es el centro de Su administración, y sobre Su trono El ejecuta Su plan y propósito eternos. Esta es la manera en que Dios lleva a cabo Su mover, administración, gobierno, economía y operación eterna. El versículo 5 también dice que “los siete Espíritus de Dios” son “las siete lámparas de fuego” que arden delante del trono. La Biblia habla de modo preciso y sin exceso de palabras. Las siete lámparas del candelero de oro son las siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios. Esto significa que las siete lámparas están relacionadas con la administración de Dios, Su mover y Su economía; o sea, el mover de Dios depende de estas siete lámparas.

LA UNICA LUZ DEL TABERNACULO ES LA DEL CANDELERO

  Debemos invertir tiempo a fin de profundizar en este tema. El candelero se hallaba en el tabernáculo, en el cual no había puerta ni ventana. No había abertura arriba ni abajo, ni a la izquierda ni a la derecha, ni al frente ni atrás. Unicamente había una abertura a la entrada del tabernáculo, la cual estaba cubierta por un velo o cortina. Hoy sería insensato construir una casa sin ventanas ni puertas, pero Dios admirablemente edificó una morada, el tabernáculo, sin ventanas ni puertas; sólo había una cortina colgada en la entrada, como velo, que impedía que la luz entrara. Por lo tanto, dentro del tabernáculo estaba oscuro, pues éste no recibía luz del sol ni de la luna; no obstante, en el Lugar Santo había un candelero de oro que no sólo tenía una lámpara, sino siete lámparas que brillaban e iluminaban.

  Tanto el sol como la luna proveen luz natural para que veamos lo que pertenece a la naturaleza, tal como las montañas, los ríos, las flores, el pasto, los árboles y los animales; sin embargo, esta luz natural no nos ayuda a conocer la administración de Dios, ni Su economía ni Su propósito eterno. A fin de conocer la administración de Dios y Su economía, se requiere tener la luz del candelero de oro. Cuando entramos en la esfera de la presencia de Dios, no hay otra luz que la del candelero de oro. Fuera de la presencia de Dios recibimos la luz del sol y de la luna y tenemos una perspectiva natural, pero así nunca podremos recibir la visión de la economía de Dios y Su administración. Por ejemplo, un profesor universitario puede haber obtenido tres doctorados y haber enseñado por treinta años; siempre que se habla de la ciencia, la literatura o la filosofía, la “luna” de dicho profesor crece más y su “sol” irradia la luz de su conocimiento. Sin embargo, dicha luz es simplemente “luz del sol” y “luz de la luna”, es decir, “luz natural”. El entenderá de ciencia, literatura y filosofía, pero sus ojos están cegados en cuanto a la esfera de la presencia de Dios, pues permanece ajeno a la administración de Dios y Su economía, sin saber nada al respecto. En cambio, algunos de los jóvenes que sólo han estado en la iglesia por dos o tres años ya conocen la economía eterna de Dios, o sea, conocen la “asignatura” de la economía divina. Esto no es algo insignificante. Los profesores de la universidad sólo conocen lo que pertenece a su campo de investigación, pero tienen los ojos completamente cegados en cuanto a la esfera de la presencia de Dios. Sin embargo, nosotros conocemos la economía de Dios, Su administración y las dispensaciones incluidas en dicha administración.

  No olvidemos que, en la esfera de la presencia de Dios, la luz no proviene del sol ni de la luna, sino del candelero de oro. La luz del candelero de oro es la luz de la administración de Dios. Aunque el tabernáculo es pequeño, el propiciatorio que se halla ahí es el trono de Dios. El trono de Dios está en el tabernáculo, y delante del trono arden siete lámparas resplandecientes. Al entrar en el tabernáculo no podemos hacer nada sin estas siete lámparas resplandecientes, porque sin ellas no vemos nada. Cuando un sacerdote entraba en el tabernáculo, sus actividades dependían de la iluminación de estas siete lámparas. La luz de las siete lámparas brillantes alumbraban todas las actividades de los sacerdotes en el tabernáculo. Esta es la manera en que opera la administración de Dios, Su gobierno y Su economía.

LA LUZ DEL CANDELERO CAPACITA AL HOMBRE PARA ENTENDER LA ADMINISTRACION DE DIOS Y SU ECONOMIA

  Debe impresionarnos profundamente el hecho de que el candelero de oro, así como también el tabernáculo, es la iglesia; esto significa que la iluminación se halla únicamente en la iglesia. Fuera de la iglesia ciertamente está la luz del “sol” y de la “luna”, pero no la luz del candelero de oro. Fuera de la iglesia tenemos la perspectiva natural, pero no la luz de la revelación que proviene únicamente del candelero de Dios. Por esta razón, no sólo los inconversos sino incluso muchos cristianos no saben qué es la economía de Dios y Su administración. Esto se debe a que ellos no están en el Lugar Santo; no están delante del trono de Dios ni bajo el resplandor de las siete lámparas. La iluminación de las siete lámparas se encuentra en el Lugar Santo. Repito: el candelero de oro es la iglesia, y el tabernáculo también es la iglesia; esto significa que la luz del candelero está en la iglesia.

  Permítanme darles un pequeño testimonio. Yo fui salvo en el cristianismo tradicional. En aquel tiempo, únicamente me enseñaron que yo era un pecador y que podía ir al cielo si creía en el Señor. Más tarde, me reuní con la Asamblea de los Hermanos y aprendí la Biblia. Llegué a tener mucho conocimiento sobre ella, pero aun así no aprendí nada acerca de la economía de Dios y Su administración, pues los Hermanos no tenían luz acerca de esto. Ellos enseñaban que debemos obedecer la voluntad de Dios en todo detalle; por ejemplo, los niños deben intentar, lo mejor que puedan, buscar la voluntad de Dios para que sepan cómo obedecer a sus padres. Además, enseñaban que cuando los jóvenes estén a punto de ingresar a la preparatoria, también debían buscar la voluntad de Dios. Tal vez haya varias preparatorias en su ciudad, así que deben orar buscando la voluntad de Dios para decidir a cuál de ellas deben asistir. Con el tiempo, cuando lleguen a la edad de casarse, deben orar: “Oh Señor, te pido que me hagas saber claramente cuál es la compañera que Tú me das. ¿Es ella de la familia Lee, Chang, Wang o Liu?” También me enseñaron a orar cuando compraba un par de zapatos: “Oh Señor, quieres que compre unos zapatos de tela o de piel? ¿Qué clase de zapatos quieres que use conforme a Tu voluntad?” En aquel tiempo, pensaba que era muy bueno y significativo orar para preguntarle a Dios concerniente a Su voluntad a fin de escoger una escuela, seleccionar una esposa y aun comprar un par de zapatos. Gracias al Señor que más tarde El me trajo a la iglesia. El primer día que llegué a la iglesia, vi la luz. No era la luz del sol ni de la luna, sino la luz de las siete lámparas del candelero de oro. Lo que vi no estaba relacionado con comprar zapatos de piel o de tela, ni con decidir entre las familias Lee, Chang o Liu. En lugar de eso, vi el propósito eterno de Dios; vi la administración eterna de Dios y Su economía. ¡Esa fue una visión tremenda! Después de recibir esta visión, comprendí que puedo usar zapatos de piel o de tela, con tal que sean apropiados. La voluntad de Dios no es un asunto de decidir entre zapatos de tela o de piel, sino que se relaciona directamente con Su administración, Su economía.

  Hermanos y hermanas, si no creen lo que les digo, abandonen las iglesias del recobro del Señor, reúnanse en una denominación y traten de ver si son capaces de permanecer allí por medio año. Puedo garantizarles que en esa situación, cuanto más vayan al servicio dominical, más espesos se volverán los velos de ustedes y más confusos estarán. No recibirán ni siquiera un poco de luz. En cambio, muchos pueden testificar que tan pronto como entraron a las reuniones de la iglesia, la luz brilló, su mente fue iluminada y recibieron entendimiento, no acerca de usar zapatos de tela o de piel, sino respecto a la administración de Dios y Su economía. Vieron que el trono de Dios está aquí y que hay siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono. ¿Qué clase de luz es ésta? No es la luz del cielo, la luz natural, sino la luz del Lugar Santo.

LA LUZ DEL LUGAR SANTO ESTA EN LA IGLESIA

  Espero que usemos la expresión: “la luz del Lugar Santo”. La luz del candelero de oro es la luz del Lugar Santo, no la luz del cielo ni del sol ni de la luna, ni algo natural. La luz del Lugar Santo procede del aceite de oliva que arde en el candelero de oro. Hoy el Lugar Santo es la iglesia. En otras palabras, la iglesia es el candelero y también el Lugar Santo. El hecho de que el candelero esté en el Lugar Santo significa que la iglesia está en la iglesia; esto resulta ser una frase peculiar, pero podemos confirmarlo con nuestra experiencia. El Salmo 73 relata que el salmista vio una situación que lo confundió y que no pudo comprender. Cuanto más veía esa situación, más confuso estaba; cuanto más la analizaba, menos la entendía. Finalmente dijo: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos” (vs. 16-17). Este pasaje muestra que él entendió cuando entró en el santuario, en el Lugar Santo. De igual manera, muchos de nosotros podemos testificar: “Una vez que entré en la iglesia, entendí”. A menudo enfrentamos problemas y permanecemos perplejos después de examinarlos por largo tiempo; no obstante, una vez que vamos a las reuniones, inmediatamente lo entendemos todo. ¿Ha tenido usted esta experiencia? Puedo testificar que en miles de ocasiones he estado bajo presión, confuso, casi perdido y sin entendimiento, pero cuando iba a las reuniones, entendía todo plenamente. ¿A qué se debe esto? Se debe a que en el Lugar Santo está la iluminación de las siete lámparas.

  Actualmente en ciertos lugares, especialmente en los Estados Unidos, algunas personas se molestan cuando nos oyen afirmar que somos la iglesia. Proclamamos abiertamente que somos la iglesia en Anaheim, somos la iglesia en Los Angeles, y somos la iglesia en San Francisco. Tal declaración punza los oídos de muchos que están en las denominaciones. Ellos dicen: “¿Acaso no adoramos también nosotros a Dios? ¿No creemos en el Señor Jesús? ¿No tenemos la Biblia? ¿No oramos? ¿No dependemos de la sangre preciosa de Cristo? ¿Por qué han de ser ustedes la iglesia y nosotros no?” No queremos debatir acerca de esto, pues el hecho de que seamos o no la iglesia, no depende de ningún argumento. Por ejemplo, yo soy Witness Lee, pero otra persona puede decir: “¿Sólo usted es Witness Lee? ¿No soy yo también Witness Lee?” A pesar de que él discuta acaloradamente y se enoje, yo seguiré siendo Witness Lee, y él simplemente no lo será. Si uno es algo, sencillamente lo es, y si no lo es, simplemente no lo es. No tiene caso argüir. Del mismo modo, las denominaciones dicen ser la iglesia; sin embargo, las personas que van allí se confunden. Incluso si ellos colgaran un letrero que dijera: “Somos la iglesia”, las personas que asisten allí saben que ese lugar está completamente oscuro y que no hay luz. Ni la iglesia en Anaheim ni la iglesia en Los Angeles tiene un letrero que diga: “Somos la iglesia”, pero cientos de personas que han venido a estas iglesias, han dicho: “¡Ahora entiendo!” Una vez que asisten a las reuniones de la iglesia, ven la luz. El factor decisivo para afirmar que un grupo de creyentes sea la iglesia consiste en que esté allí el candelero y que la luz brille en las reuniones. No es cuestión de reclamar ser la iglesia, sino de que las personas verdaderamente toquen la luz en las reuniones.

  Quizás en cierto lugar haya un predicador nato, que por nacimiento tenga una gran elocuencia, una voz sonora y una enunciación excelente. Además, predica de manera clara y lógica, y menciona en todo momento las Escrituras. Todo esto es atractivo y placentero para la audiencia, como música a sus oídos. Pero aunque las personas sean conmovidas al escucharlo, es posible que no reciban luz ni visión alguna. Por el contrario, en las reuniones de la iglesia quizás un hermano no sólo hable tartamudeando sin presentar el tema claramente, sino que las personas también tienen dificultad en escucharlo; no obstante, la luz está allí y los ilumina intensamente. La elocuencia es una cosa, pero la luz es otra.

  Confío en que muchos de nosotros hemos tenido esta experiencia. Cuando vamos a las reuniones de la iglesia, aun antes de leer la Biblia, ¡en el instante en que nos sentamos, somos iluminados! ¡Tenemos claridad! No sólo entendemos claramente si debemos usar zapatos de piel o de tela, sino que además recibimos luz con respecto al curso que debemos seguir en nuestra vida. Por lo tanto, el hecho de ser o no la iglesia, no depende de la elocuencia, de un discurso conmovedor, ni de gran sabiduría o enseñanzas, sino de que estén presentes las siete lámparas resplandecientes. Esta no es una luz fabricada por el hombre, ni la luz del sol ni de la luna, sino la luz de las siete lámparas del candelero que está en el Lugar Santo. En la actualidad, no sólo los cristianos típicos sino incluso muchos pastores, predicadores y profesores de seminarios bíblicos, no conocen el significado de la vida humana ni entienden la administración de Dios y Su economía. Sin embargo, puedo garantizarles que al entrar en la esfera de la iglesia, al sentarnos en las reuniones, ciertamente tendremos claridad en nuestro interior. Entenderemos qué es la vida humana y conoceremos la voluntad de Dios. Conoceremos no sólo la economía de Dios, sino también la era en la que estamos hoy. Esto se debe a la luz que brilla en el Lugar Santo.

  Valoro mucho esta expresión: ¡la luz en el Lugar Santo! “Cuando pensaba, tratando de entender esto, fue difícil para mí, hasta que entré en el santuario de Dios; entonces comprendí el fin de ellos” (Sal. 73:16-17, Biblia de las Américas). Al entrar en el Lugar Santo, entendemos. Esto se debe a que en el Lugar Santo está el trono, Aquél que se sienta en el trono y la presencia misma de Dios; y delante del trono de Dios resplandecen las siete lámparas de fuego que arden. Al entrar en esta esfera, inmediatamente entendemos el propósito eterno de Dios, Su beneplácito y Su economía, así como también sabemos qué camino seguir en la jornada puesta ante nosotros. Esto se debe a la luz que está en el Lugar Santo.

LA LUZ DEL CANDELERO SE BASA EN LA FORTALEZA DEL SERVICIO SACERDOTAL

  No obstante, perdónenme por decir que en algunas iglesias locales la luz no brilla resplandecientemente. No digo que no haya luz, pero ésta es muy escasa. En 1 Samuel 3 vemos que el joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Eli “antes que la lámpara de Dios fuese apagada” (v. 3). Esto significa que la lámpara estaba a punto de apagarse porque el viejo Eli, el sacerdote, era ya muy débil. Exodo afirma que los sacerdotes encendían las lámparas del Lugar Santo. Ellos quemaban el incienso cuando preparaban las lámparas por la mañana y cuando las encendían por la noche. Quemar el incienso es orar. Las lámparas de una iglesia local brillarán si los sacerdotes queman el incienso delante de Dios. La razón por la cual las lámparas no resplandecen se debe a que está ausente el servicio, el sacerdocio, y no se quema el incienso. Aunque el Lugar Santo y el candelero son reales, el ministerio sacerdotal puede estar debilitado, como en el caso de Eli. Actualmente en algunas iglesias locales la luz no brilla en el Lugar Santo porque los sacerdotes son muy débiles. El servicio sacerdotal determina si la luz de las lámparas es resplandeciente o no.

  En esta conferencia se hallan muchas personas de diferentes iglesias locales. No importa si ustedes son hermanos que toman la delantera o no, ni importa de dónde hayan venido, ustedes tienen una gran responsabilidad sobre sus hombros. Es imperativo que regresen a sus localidades a quemar el incienso y a encender las lámparas. Deben intensificar el resplandor de las lámparas en las iglesias locales, para que cuando las personas vayan a las reuniones, sientan que están llenas de luz y que es imposible ocultar algo bajo dicha luz. Es decir, bajo la luz nada puede esconderse ni ocultarse. Toda iglesia local debe ser tan resplandeciente que la condición de las personas sea puesta de manifiesto a tal grado que digan: “En verdad Dios está entre ustedes, pues mis secretos han sido revelados por el resplandor de la luz. Esta luz es más penetrante que los rayos-X”. Así debe ser la iglesia.

  La iglesia es el Lugar Santo, la iglesia es el candelero y la iglesia es el candelero en el Lugar Santo. Además, en la iglesia también se halla el sacerdocio que quema el incienso. No piense que al hablar del sacerdocio me estoy refiriendo a los ancianos. No, cada uno de nosotros participamos en el sacerdocio. Todos somos reyes y sacerdotes, y tenemos que aprender a cumplir nuestra comisión de quemar el incienso. Al encender las lámparas, tenemos que quemar el incienso. ¿Está brillando la luz en la iglesia local donde nos reunimos? Debemos quemar el incienso al prender las lámparas. Al encender las lámparas por la noche, debemos quemar el incienso, y al preparar las lámparas por la mañana, también debemos quemar el incienso. Esto significa que debemos orar por la noche y por la mañana para que la luz de Dios brille intensamente en nosotros. La luz debe ser tan resplandeciente que dicha iluminación llegue a ser el mover de Dios, Su administración, Su gobierno en el universo y Su economía sobre la tierra hoy. Esto no es algo insignificante.

  Si nuestra conferencia fuera sólo una reunión de personas del cristianismo, sería un gran fracaso. Debemos entender claramente que esta conferencia es el resplandor de la luz, y que dicho resplandor es el mover de Dios, Su administración; ésta es la economía de Dios sobre la tierra hoy. Es maravilloso que en este tiempo veamos nuestros errores y fracasos pasados. Damos gracias a Dios por ello, ya que la visitación de Dios es la que nos permite ver; sin embargo, si eso fuera lo único que sucede, esta conferencia sería un fracaso. Espero que todos, jóvenes y viejos, digamos: “Estoy bajo el resplandor de esta gran luz. En esta conferencia he llegado a entender el significado de la vida humana y el propósito eterno de Dios, y he llegado a conocer la iglesia, la economía de Dios”. Ese debe ser el resultado. Esta conferencia debe introducirnos al Lugar Santo, a fin de que todos estemos bajo la iluminación de la luz del candelero. Bajo esta luz entendemos cuál es el camino establecido por Dios. Hoy, a pesar de que muchos predican, desconocen qué es la economía de Dios. Aunque muchos misioneros occidentales predican la Palabra todos los días, siguen confusos con respecto a la manera en que Dios opera, y se preguntan cómo deben andar para seguir el camino establecido por Dios. Sin embargo, muchos podemos testificar que al llegar a la iglesia, inmediatamente vimos que la luz de Dios se encuentra aquí, y llegamos a conocer la economía de Dios y Su camino.

DONDE ESTE LA IGLESIA, ALLI ESTA EL CANDELERO

  Apocalipsis 1 dice que Juan, estando en el espíritu, oyó una gran voz que decía: “Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardis, a Filadelfia y a Laodicea” (v. 11). Después de escuchar la voz, Juan dijo: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre” (vs. 12-13). Quisiera hacerles una pregunta difícil: ¿Están los siete candeleros en el cielo o en la tierra? A lo largo de la historia los maestros de la Biblia han tenido opiniones divididas al respecto: unos afirman que los candeleros están en los cielos, mientras que otros aseguran que dichos candeleros están en la tierra. Ambos grupos tienen sus razones y argumentos. Sin embargo, los siete candeleros no están ni en los cielos ni en la tierra, pues están dondequiera que la iglesia esté. Con respecto a la iglesia no hay diferencia entre el cielo y la tierra. Antes de que fuéramos salvos, había una diferencia entre los cielos y la tierra, pero desde que fuimos salvos, ya no importan ni los cielos ni la tierra. Quizás esto les parezca raro, pero es la realidad. Para aquellos que realmente viven en la iglesia, no hay diferencia entre los cielos y la tierra.

  Dondequiera que esté la iglesia, allí está la morada de Dios. Además, dondequiera que esté la iglesia, allí están el candelero y el tabernáculo. La iglesia es el tabernáculo y el candelero y, como tal, no es asunto de un lugar. Por lo tanto, al leer Apocalipsis 1 no debemos perder el tiempo estudiando si los siete candeleros de oro están en el cielo o en la tierra. Estos siete candeleros de oro son las iglesias. Así que, donde esté la iglesia, allí estarán el Señor Jesús, la morada de Dios, el candelero y el Lugar Santo. Por una parte, la iglesia no está en los cielos ni en la tierra, pero por otra, sí lo está. La iglesia puede estar en todo lugar. No es una cuestión de los cielos ni de la tierra, sino de la iglesia. Por ejemplo, a todos nos gusta el salón de reunión recién construido en la calle Jen-Ai, pero ese local no es la iglesia; más bien, nosotros somos la iglesia. Si nosotros no estamos en el salón de reunión en la calle Jen-Ai, allí no habrá luz ni candelero; allí habrá sólo un edificio hecho de cemento armado, pero no estará presente el tabernáculo. No obstante, si nosotros estamos allí, también estarán presentes el tabernáculo, el candelero y la morada de Dios. Si pudiésemos flotar en el aire, entonces el candelero y la morada de Dios también flotarían en el aire. Este no es un asunto de los cielos ni de la tierra, sino de la iglesia. Donde esté la iglesia, allí estará la morada de Dios.

LAS SIETE LAMPARAS DE FUEGO FOMENTAN EL MOVER DE DIOS

  Ahora quisiéramos considerar la iluminación de las siete lámparas. Hay en mí esta gran carga, y ¡espero que pueda transmitírselas! Estas siete lámparas son lámparas de fuego que arden delante del trono; no son luces tenues, sino lámparas de fuego que arden. Primero las lámparas nos iluminan, pero luego nos queman. Podríamos decir que las siete lámparas de fuego nos iluminan hasta el punto que no podemos ocultar nuestra condición interior; en otras palabras, nuestra condición queda completamente descubierta y se pone de manifiesto si somos genuinos o falsos. Podemos fingir delante de nuestro esposo, esposa u otras personas, pero no hay manera de fingir ante las lámparas de fuego, porque éstas nos iluminan por completo. Ciertamente existe este aspecto de las lámparas de fuego. Quizás otros dirían que las lámparas de fuego que arden indican que somos fervientes en el espíritu. Sí, es correcto decir que todos ardemos cuando somos fervientes en nuestro espíritu. Sin embargo, según Apocalipsis 4, ni el resplandor ni el fervor son el aspecto principal de las siete lámparas de fuego que arden.

  Quizás algunos de los que escuchen esta palabra me recordarán que hace seis o siete años dije que las lámparas de fuego tienen como fin quemarnos e iluminarnos para que seamos fervientes. Parecería que ahora contradigo lo que dije anteriormente. Podemos comparar esto con la cabeza de un hombre: si la vemos desde atrás, no hay orificios; pero si la vemos de frente, vemos cinco orificios; y si la vemos de lado, hay un solo orificio. Ciertamente las tres descripciones son correctas. De la misma manera, toda verdad tiene varios aspectos. En cierta ocasión un hermano me escribió preguntando: “En el estudio-vida de Romanos usted dijo que la ley es el testimonio completo de Dios y, como tal, testifica de El plenamente. Sin embargo, en otra ocasión usted dijo que debemos poner la ley a un lado. ¿No se está contradiciendo?” Mi respuesta es: Para con Dios, la ley funciona como testimonio; sin embargo, en cuanto a la relación que Dios tiene con el hombre, la ley sólo tuvo su uso en la era del Antiguo Testamento. El principio de la ley ha sido abolido en la era neotestamentaria; no obstante, la moralidad de la ley no ha sido abolida, pues la norma de moralidad fue elevada por el Señor Jesús en Mateo 5. Así que, hay varios aspectos en cuanto a la ley, y la palabra “ley” no abarca todos los aspectos. En cuanto a su función, la ley testifica de Dios, pero en cuanto a su principio, no debemos aplicarla. Una vez que aplicamos la ley, ésta nos mata. Actualmente vivimos por fe. Por una parte, la moralidad de la ley ha sido elevada; pero por otra, las ordenanzas de la ley han sido abolidas. Esto demuestra que cada verdad tiene diferentes aspectos. Es cierto que las siete lámparas de fuego iluminan y queman; sin embargo, hay otro aspecto que debemos conocer: las siete lámparas de fuego que arden fomentan el mover de Dios respecto a Su administración. El mover de Dios no es sólo un resplandor o un fuego.

  Después de esta conferencia, los hermanos y hermanas jóvenes de Taipei regresarán a sus casas y podrían decir: “Quedamos agotados en estos últimos diez días. Ahora podemos dormir”. Asimismo, los hermanos de otros países del sudeste de Asia podrían decir: “¡Oh, en Taipei fuimos reprendidos por el hermano Lee! ¡Olvidémonos de ello y descansemos!” Quizás otros hermanos podrían tener una mejor actitud al regresar, diciendo: “¡Agradezco al Señor! La conferencia fue excepcional y realmente recibí ayuda. Antes no tenía ningún sentir que me restringiera cuando reprendía a mi esposa; pero ahora, debido a que el hermano Lee dijo que había una luz siete veces intensificada, no me atrevo a reprenderla. A partir de hoy tengo que ser un buen esposo, pues no soporto la iluminación”. Todas estas reacciones no son causadas por el fuego de las siete lámparas que arden. Entonces, ¿qué resultado debe producir el fuego de las siete lámparas? Que después de esta conferencia, los jóvenes vayan a los diferentes pueblos y villas en Taiwan a establecer iglesias y vayan a las escuelas de las grandes ciudades a ganar más jóvenes.

  Cuando volví a Taiwan hace diez años, dije claramente: “Deben abrir los ojos. No se entretengan tanto en las actividades externas; antes bien, dedíquense a laborar con los jóvenes de escuela secundaria. Deben también laborar con los niños, hasta que cada semana enseñemos por lo menos a diez mil niños. De aquí a diez años, los niños de seis o siete años asistirán a la escuela secundaria. Si están dispuestos a hacer esto, definitivamente triunfarán”. En aquel entonces los hermanos me dijeron que había veintitrés mil nombres en la lista de la iglesia en Taipei, incluyendo al menos ocho mil hogares. Si cada familia tiene uno o dos niños, debe de haber unos doce mil niños. Cuando me consultaron acerca de un lugar de reunión para los niños, dije: “No hay necesidad de ir al salón de reunión, y no es necesario reunirse el día del Señor. Pueden simplemente reunirse los sábados, o por las noches en las casas de los hermanos. De las ocho mil familias pueden escoger de trescientas a cuatrocientas casas para reunirse, y en cada casa pueden cuidar a unos treinta niños. Si continúan obrando así, verán cuánto podremos lograr”. A partir de 1966 y 1967, he hablado sobre este asunto y he esperado que la iglesia lo practique, pues ciertamente tenemos la fortaleza necesaria para llevarlo a cabo. Si hubiéramos trabajado desde ese tiempo hasta hoy (1977), habrían diez mil niños de dieciséis o diecisiete años que serían estudiantes de escuela secundaria y tendríamos diez mil “semillas” que estarían en las diferentes escuelas. En aquel tiempo también dije que debíamos laborar con los estudiantes de secundaria y de universidad, a fin de ganar unos miles de estudiantes en cada grupo. De esta manera, el número de niños y jóvenes sumaría un total de al menos veinte a treinta mil. Además, el número de niños aumenta incesantemente. Cuando esos diez mil niños ingresen a la escuela secundaria, otros diez mil tomarán su lugar. ¡Es una pena que ustedes no practiquen lo que les dije!

  Agradecemos al Señor que hay muchos jóvenes laborando en Taipei; sin embargo, esto no es suficiente. La iglesia en Taipei ha existido por veintiocho años, y muchos de ustedes han sido nutridos durante todos esos años, de tal manera que cada uno de ustedes es capaz de laborar. Queridos hermanos y hermanas, espero que las lámparas ardientes de Dios resplandezcan para que los ojos de ustedes sean abiertos. ¿Saben en qué era estamos viviendo? El Señor está casi ante nosotros. Observen la situación mundial, la de Israel y la del Medio Oriente. El Señor Jesús está casi por venir. Ahora es el tiempo de que las lámparas ardientes nos iluminen y nos motiven. Si las lámparas de fuego nos iluminan, seremos activados y nos levantaremos a laborar. El pasado día del Señor más de diez mil personas partieron el pan. Si estos diez mil fueran despertados por la iluminación de las lámparas de fuego, inmediatamente el evangelio sería predicado por toda la isla de Taiwan, y dicho testimonio se extenderá al sudeste de Asia.

NO INTERESARNOS POR NADA, EXCEPTO EN SER GUIADOS POR LAS LAMPARAS DE FUEGO

  Las lámparas de fuego no sólo arden para iluminarnos y quemarnos, sino también para motivarnos. Los relámpagos, las voces y los truenos salen del trono, y delante del trono hay siete lámparas de fuego que arden con el fin de motivarnos a laborar. Quizás algunos dirán que no pueden hacer nada. Cuanto menos hacemos, menos podremos hacer. La Biblia revela este principio. A todo el que tiene, le será dado, y tendrá abundancia; pero al que no tiene, es decir, el que no usa lo que tiene, aún lo que tiene le será quitado (Mt. 25:28-29). No podemos hacer nada simplemente porque no nos esforzamos. La razón por la que yo sí puedo hacerlo se debe a que lo he hecho muchas veces. Cuanto más lo hago, más lo puedo hacer.

  Queridos hermanos y hermanas, hoy en la iglesia las siete lámparas de fuego arden no sólo para iluminarnos y quemarnos, sino también para motivarnos a laborar. Si hubiera un fuego abrasador ante nosotros, ¿no correríamos? De ninguna manera nos detendríamos a contemplarlo. Una vez que el fuego comienza a arder, todos se movilizan. Si las siete lámparas de fuego ardieran en las iglesias locales, ¿se moverían las iglesias en las diferentes localidades? ¡Ciertamente que sí! Hoy no sólo estamos en el Lugar Santo, sino que también estamos delante del trono, el cual es el centro de la administración de Dios. El trono mismo es el mover de Dios y Su economía. Las siete lámparas de fuego están ardiendo para impelernos a avanzar.

  He observado que hay por lo menos cinco mil miembros activos en la iglesia en Taipei. Si cada cien de ustedes tomara la responsabilidad de sostener a un obrero que sirva con todo su tiempo, podrían servir por lo menos cincuenta personas. Que no le preocupe si usted es apto o no; el Señor regresa pronto, así que simplemente sirvamos de tiempo completo. Cuando era joven tenía un buen trabajo. Mi ingreso mensual era más que suficiente para cubrir los gastos de cinco familias. Pero un día el Señor vino, me llamó y me obligó a abandonar mi empleo para dedicarme a Su obra. Dije: “¡Oh Señor! ¿De dónde voy a obtener mi sustento?” El Señor me respondió: “Yo me hago responsable de ti”. Creí en lo que me dijo, pero aún había cierta incredulidad en mí; sin embargo, debido a que el Señor me estaba llamando, no había nada que yo pudiera hacer. Así que le dije: “Oh Señor, te seguiré. Estoy dispuesto a comer raíces de los árboles y a beber agua de los ríos con tal de predicar Tu evangelio”. Así que renuncié a mi trabajo. Cuando mi suegro escuchó esto, meneó la cabeza y dijo: “No conozco a otro tan necio como tú. ¿Por qué no trabajas durante el día y predicas por las noches y los domingos? Además, con tus ingresos podrías ayudar a los necesitados. Pero ahora que has abandonado tu trabajo, ¿de qué vivirá tu familia? Yo dije en mi corazón: “Si es necesario comeré raíces de los árboles y beberé agua de los ríos”, pero alabo al Señor que en todos estos años, nunca he tenido que comer raíces ni beber de los ríos. ¡Aleluya, el Señor es viviente!

  Cuando fui enviado por la obra a Taiwan, la obra no me proveyó ni un dólar. Solamente tenía unos trescientos dólares para sostener una familia de doce. A pesar de eso, las propiedades de los salones de reunión de algunas de las iglesias principales de esta isla fueron comprados con el dinero que provino de mi ministerio aquí. Usted me preguntará: “Hermano Lee, ¿de dónde vino el dinero?” Siempre proviene de un lugar: de los cielos. El Señor sabe que estoy dispuesto a comer raíces y a beber agua de los ríos. Sin embargo, alabado sea el Señor, El nos ha dado lo que no le hemos pedido, incluso mucho más de lo que le pedimos o pensamos.

  Hermanos y hermanas, mi punto es el siguiente: nuestro Dios es fiel, verdadero y viviente. Jóvenes, no es necesario que consideren su futuro. El futuro más glorioso es servir al Señor. Ningún otro futuro es más honorable que éste. No se preocupe por el presente. Quizás se pregunten cómo sobrevivirán sin un empleo: es imposible según la tierra, pero conforme a los cielos, sí es posible. El hombre no puede hacerlo, pero Dios sí. Les animo a discernir la era en que estamos viviendo, pues no queda mucho tiempo. El trono está en la iglesia, y las siete lámparas delante del trono arden en ella, no sólo para iluminarnos y quemarnos, sino también para motivarnos, para impelernos a laborar. ¡Cuán feliz estoy de ver que tantos jóvenes se están levantando! No busco simplemente conmoverlos, sino que espero que ardan en medio nuestro las siete lámparas de fuego. El Señor está aquí y está hablando. No se preocupen por su futuro ni por sus circunstancias, pues todo ello está en las manos de Dios. Agradecemos al Señor por haber bendecido a Taiwan, y creemos firmemente que continuará bendiciéndolo. Debemos aprovechar la oportunidad y hacer lo que esté de nuestra parte para predicar el evangelio y llevar el testimonio de la iglesia a las diferentes ciudades, pueblos y villas; ésta es nuestra responsabilidad. Actualmente las siete lámparas de fuego están ardiendo delante del trono en el Lugar Santo.

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