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Mensajes del libro «Significado del candelero de oro, El»
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CAPITULO CINCO

LOS SIETE OJOS DE DIOS NOS TRANSFUNDEN

  Lectura bíblica: Zac. 4:10; 2 Cr. 16:9a; Ap. 5:6; 4:5; Sal. 33:18; 32:8

LAS SIETE LAMPARAS ILUMINAN Y QUEMAN

  Hemos visto varios aspectos relacionados con el candelero de oro. En el mensaje anterior vimos que las siete lámparas del candelero de oro llegan a ser las siete lámparas de fuego. No piense que las siete lámparas resplandecientes son idénticas a las siete lámparas de fuego; ciertamente son similares, pero no idénticas. Las siete lámparas de Exodo eran lámparas resplandecientes pero no lámparas de fuego. Todas las lámparas resplandecen, pero no necesariamente queman; sin embargo, en Apocalipsis vemos que las siete lámparas sobre los candeleros no sólo resplandecían, sino que también ardían. Apocalipsis 4 dice que del trono salen relámpagos, voces y truenos y que delante del trono arden siete lámparas de fuego. En este cuadro podemos ver que Dios desea llevar a cabo Su mover, Su gobierno y Su economía, y que las lámparas de fuego fomentan dicho mover. Hay siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios, es decir, delante de Dios mismo; allí no sólo hay luz que resplandece e ilumina, sino también fuego que arde. Además, ese fuego motiva. De forma extraordinaria, Apocalipsis 4 también dice que estas siete lámparas ardientes de fuego son los siete Espíritus de Dios, y el capítulo cinco aclara que los siete Espíritus son los siete ojos de Dios.

La semilla y la cosecha de la revelación presentada en la Biblia respecto al candelero de oro

  No debemos pensar que la Biblia menciona estos temas por casualidad. La revelación presentada en la Biblia es progresiva, lo cual podemos comparar con una semilla plantada en la tierra. Al principio, sólo sabemos que la semilla ha sido plantada y está enterrada allí, pero no vemos absolutamente nada. Luego, sale un pequeño brote, pero aún no reconocemos la planta. Más tarde, sale el tallo, y gradualmente, aparecen las pequeñas ramas y las hojas. Después, la planta florece, lleva fruto y finalmente produce una cosecha. Para entonces, todos pueden reconocer la planta con sólo verla.

  La mayoría de las revelaciones bíblicas fueron sembradas en Génesis, pero unas cuantas fueron sembradas en el segundo libro, en Exodo. Por ejemplo, la semilla del candelero de oro no se sembró en Génesis, sino en Exodo, y su crecimiento se desarrolla en 1 Reyes. El candelero de oro mencionado en 1 Reyes está en el templo santo; sin embargo, aunque se observa cierto crecimiento de la semilla allí, la visión del candelero de oro en dicho libro aún es borrosa, pues no vemos claramente su relación con el Espíritu. Luego, el candelero de oro mencionado en Zacarías 4 no se centra en Cristo, sino en el Espíritu, quien es representado por el aceite de oliva en las lámparas. Por lo tanto, en Zacarías notamos un desarrollo, que aunque es más avanzado, no es aún la cosecha. ¿Dónde se encuentra la cosecha? La cosecha está en Apocalipsis, pues allí vemos que el candelero de oro se ha desarrollado completamente y ha llegado a su meta máxima, que es la iglesia. Con la iglesia está Cristo y el Espíritu. La iglesia es la reproducción, la réplica, del Espíritu junto con Cristo. En esta réplica vemos tanto al Espíritu como a Cristo. Estos dos —Cristo y el Espíritu— unidos juntos, llegan a ser la iglesia. ¿Qué es la iglesia? Podemos declarar firmemente que la iglesia es la manifestación de Cristo juntamente con el Espíritu. Cuando Cristo y el Espíritu se manifiestan juntos, esto es la iglesia y también el candelero de oro. Espero que todos los santos en el recobro del Señor vean y conozcan la iglesia a tal grado.

El candelero de oro revelado en Exodo: lámparas resplandecientes que iluminan

  El candelero de oro tiene siete lámparas. En Exodo vemos que las siete lámparas brillaban en la oscuridad a fin de que los sacerdotes que servían a Dios pudieran moverse en la esfera de Su presencia, es decir, en el Lugar Santo. El Lugar Santo no tenía puertas ni ventanas; así que, sin el candelero de oro no habría ninguna luz, y los sacerdotes no sabrían qué hacer ni cómo moverse para servir a Dios. Puesto que en el Lugar Santo estaba el candelero de oro, sobre el cual resplandecían las siete lámparas, el sacerdote que entraba allí inmediatamente conocía el mover de Dios y Su economía.

El candelero de oro revelado en Apocalipsis: las lámparas de fuego que arden

  En Apocalipsis vemos que las siete lámparas resplandecientes llegan a ser las siete lámparas de fuego que arden. No sólo son lámparas resplandecientes, sino también lámparas ardientes, lámparas de fuego que arden. Estas lámparas de fuego implican juicio. Así que, las siete lámparas no sólo resplandecen y arden, sino también juzgan. De hecho, las siete lámparas resplandecientes de Apocalipsis 4 son siete inmensos hornos que arden delante del trono de Dios.

  Debemos recordar 1 Corintios 3:10b-13: “Pero cada uno mire cómo sobreedifica ... Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta”. ¿Cómo se hará manifiesta? Un día, el fuego probará la obra de cada uno (v. 13). Si nuestra obra en la iglesia es hecha de oro, plata y piedras preciosas, soportará la prueba de fuego; sin embargo, si nuestra obra es hecha de madera, heno y hojarasca, será combustible que el fuego consumirá. Por lo tanto, las siete lámparas no sólo resplandecen y arden, sino también juzgan al quemar. Debemos saber que siempre que Dios se mueve, El juzga. Una persona indecisa y titubeante no puede seguir el mover del Señor. En Su mover, Dios siempre juzga.

  A todos nos gustan las lámparas que iluminan. Por la noche, cuando está oscuro, ciertamente nos gusta tener una lámpara que brille e ilumine nuestra casa, pero nadie quiere usar una lámpara de fuego. Por ejemplo, nos asustaríamos si al regresar a casa descubrimos que ésta se está quemando debido a las lámparas de fuego que arden. No olvidemos que el candelero de oro en Exodo tiene lámparas que resplandecen, mientras que en Apocalipsis tiene lámparas que arden. En Exodo se recalca la iluminación del candelero de oro, pero en Apocalipsis el candelero de oro no sólo ilumina, sino que ha avanzado y ha llegado a ser lámparas de fuego que arden.

Experimentar el fuego de las siete lámparas

  A todos nos gusta testificar que vimos la luz al llegar a la iglesia, pero ¿qué hizo después esta luz? Con el tiempo, fuimos quemados por la misma luz que vimos. Al principio, la luz nos iluminó, pero después nos quemó. Fueron quemados nuestros viejos conceptos y pensamientos, el veneno de la tradición y muchas cosas más, las cuales podemos comparar con bolsas de heno. En el pasado cargábamos muchas “bolsas de heno” y las valorábamos tanto que nos resistíamos a desecharlas, aun después de haber entrado a la vida de iglesia. Muchos de los hermanos y hermanas, particularmente en el mundo occidental, vinieron del cristianismo, y observé que algunos llegaron a su primera reunión cargando “montones de bolsas de heno”. Sin embargo, una semana más tarde, cuando regresaron a la reunión, pude observar que “los bultos” estaban en llamas. Ellos mismos no se dieron cuenta de eso, pero yo sí. Esto me complació y agradecí al Señor y lo alabé diciendo: “¡Que se quemen todas esas bolsas!” Después de dos semanas, pude ver que todas las “bolsas de heno” fueron totalmente incineradas, y que el fuego se había extendido al resto de su ser. En el pasado, algunos entre nosotros fueron pastores o predicadores itinerantes que estaban llenos de “heno” y que hicieron una gran obra de “heno”. Sin embargo, vieron la luz al venir a la iglesia, y después de un tiempo, dicha luz llegó a ser en ellos un fuego ardiente. ¿Qué fue lo que los quemó? No fueron las doctrinas, sino la luz. La luz del Lugar Santo en la iglesia, con el tiempo, llega a ser un fuego que arde delante del trono.

  ¿No es ésta su experiencia? Confío en que las hermanas también hayan experimentado esto. Cuando algunas hermanas vinieron por primera vez a las reuniones de la iglesia, vieron la luz, y pocos días después esa luz comenzó a arder y a quemar cosa tras cosa en ellas. Al principio pudieron haber dicho: “¡Qué bueno es estar en la iglesia! ¡Qué dulce es tener la presencia del Señor! ¡Demos gracias y alabemos al Señor! Sin embargo, antes de que terminaran de proferir esas palabras, algo en ellas empezó a molestarlas, diciendo: “¿Por qué no cambias tu actitud para con tu esposo?” Ellas podrían decir: “Oh Señor, no soy la única que tiene la culpa; él también está equivocado. ¿Por qué debo cambiar yo y no él? Puesto que él es la cabeza, debe cambiar primero. Si él confiesa sus pecados y sus errores, yo haré lo mismo. Así que no confesaré mis errores hasta que él lo haga”. Sin embargo, el fuego en estas hermanas no les permitía ni comer ni dormir bien. Anteriormente dijeron: “¡Oh Señor, la vida de iglesia es muy dulce!” Pero ahora ya no es tan dulce. Más bien, sabe como medicina amarga, porque no hay otro escape sino confesar. ¿Qué es lo que causa esto? El fuego.

  Algunos tal vez digan: “¿Por qué ustedes son la iglesia y nosotros no?” Todos argumentan que son la iglesia. Dejen que discutan, pero si en verdad quieren ser la iglesia, ellos tienen que tomar la medicina amarga y ser quemados por el fuego del candelero. Deben permitir que las “bolsas de heno” y el temperamento se quemen, y lo que permanezca después de que todo haya sido completamente incinerado, será el candelero de oro. El candelero se produce como resultado de tal experiencia. Recientemente, en una reunión combinada para el partimiento del pan, los hermanos y las hermanas se entusiasmaron mucho al ver un gran pan sobre la mesa. Sin embargo, al momento de partir el pan, la luz resplandeciente pudo haberse convertido en un fuego ardiente, y el Señor pudo haberles dicho a algunos: “¿Quieres partir este pan? ¿Le has dado fin a las diferencias de opinión que tienes con los hermanos y hermanas para reconciliarte con ellos?” Este es el fuego de las siete lámparas que nos quema, y esto es lo que experimentamos.

Conocer el misterio del candelero de oro por la misericordia del Señor

  Los asuntos espirituales no pueden explicarse completamente ni con mil palabras. En estos capítulos hemos visto el candelero de oro. El candelero de oro es Jehová, Jehová es el Cordero, el Cordero es la piedra, y la piedra es Dios mismo. Ahora conocemos estos términos nuevos; sin embargo, si hablamos de ello con otras personas, pensarán que estamos locos debido a que no entienden este tema. Aun en los seminarios teológicos algunos maestros de la Biblia tampoco lo entienden. Aunque tienen la Biblia en sus manos, desconocen estos temas. Pero por la misericordia del Señor, nosotros sí los conocemos. Sabemos que el candelero de oro es Jehová, y que Jehová, el Dios que se relaciona con nosotros, es nuestro Cordero. También sabemos que este Cordero es la piedra en la que Dios grabó una inscripción, y que en un sólo día esta piedra grabada quitó la iniquidad del pueblo de Dios. Esta piedra, finalmente, es Dios mismo. Esto no podría estar más claro, aun si escuchásemos diez mil palabras adicionales. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es el candelero de oro, el candelero de oro es Jehová, Jehová es el Cordero, el Cordero es la piedra, y la piedra es Dios mismo.

  No podemos explicar con palabras qué es la iglesia. Es muy misteriosa, no obstante, podemos definirla de la siguiente manera: la iglesia es la réplica del Espíritu junto con Cristo. Si preguntásemos a los alumnos del seminario qué quiere decir que la iglesia sea la réplica del Espíritu junto con Cristo, quizás dirían: “No tenemos tal concepto en nuestra teología sistemática. Sólo tenemos la iglesia. Nosotros no decimos que la iglesia es la réplica del Espíritu junto con Cristo y no entendemos que significa eso”. Sin embargo, nosotros sí lo entendemos; aun los más jóvenes entre nosotros lo entienden. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es la réplica, la manifestación, del Espíritu junto con Cristo.

El mover de Dios se efectúa con juicio

  El significado del candelero de oro primeramente se relaciona con el resplandor de las siete lámparas, y luego, con el fuego de las lámparas que arden. El fuego de las lámparas fomenta el mover de Dios, y dicho mover conlleva juicio. Siempre que Dios se mueve, El juzga. Dios nunca lleva a cabo una obra de manera titubeante o indecisa. El jamás carga “bolsas de heno”; El siempre es preciso. El recibe sólo lo que se conforma a Su voluntad, y rechaza todo lo demás. Jueces 7 dice que, cuando Dios dispuso que Gedeón destruyera a los Madianitas, Gedeón tenía con él más de treinta mil hombres. Dios intervino en esta situación por causa de Su mover, y Su mover fue el juicio que ejecutó. Dios dijo a Gedeón: “Aún es mucho el pueblo; llévalos a las aguas, y allí te los probaré” (v. 4). La prueba de beber el agua fue un juicio. Al beber el agua, todos fueron probados. Sólo trescientos hombres pudieron seguir a Gedeón, y el resto tuvo que regresar a casa. El mover de Dios es Su fuego que quema, y ese fuego es el juicio que Dios ejecuta para llevar a cabo Su mover.

LOS SIETE OJOS DE DIOS NOS TRANSFUNDEN

  Después de que las siete lámparas de fuego arden en nosotros, se convierten en siete ojos. Es maravilloso el hecho que las lámparas resplandecientes llegan a ser las lámparas de fuego, y que las lámparas de fuego se conviertan en los ojos. Sabemos que la hermosura de una persona se halla en sus ojos. Si una persona cierra los ojos, no podemos ver lo que es bello en ella. La hermosura de una persona está en sus ojos. Agradecemos al Señor que las lámparas de fuego finalmente llegan a ser unos ojos hermosos. Testifico que todo aquel que ha estado bajo el fuego, el juicio y la purificación de Dios, y cuyas “bolsas de heno” ha sido quemadas, puede declarar: “Oh Dios, te agradezco que las lámparas de fuego son Tus hermosos ojos”. Las siete lámparas son los siete ojos de Dios.

  Quizás algunos digan que los siete ojos atemorizan, pues los ojos de las personas enojadas amedrentan. Las siete lámparas son los siete Espíritus de Dios, los siete ojos de Dios. ¿Son estos siete ojos amedrentadores o hermosos? Algunos podrán decir que unas veces son amedrentadores y otras veces son hermosos, pero el hecho de que sean de una u otra manera no depende de Dios, sino de nosotros. Si nos comportamos debidamente como hijos de Dios, Sus ojos serán hermosos, pero si no, Sus ojos nos infundirán temor. Sin embargo, ya sean de una u otra forma, por lo menos ya no solamente son lámparas de fuego. Agradecemos y alabamos al Señor por Sus ojos. Puedo testificar, juntamente con muchos, que estos siete no son únicamente las siete lámparas de fuego, sino también los siete ojos.

  Los ojos no sólo sirven para ver sino también para transfundir. ¿Qué significa transfundir? Significa transmitir nuestro ser a la persona que estamos viendo. Si disfruto la compañía de un hermano, al verlo, le transmito mediante mis ojos el gozo y la dulzura que siento. Sin embargo, si veo a un hermano maleducado y me digo a mi mismo: “¡Oh! es él”, infundiré este sentimiento en él. Transfundir es infundir. Dios se transfunde en nosotros, ya sea como amor o temor.

La iglesia es el lugar donde Dios se transfunde

  Aquí me gustaría usar una nueva expresión: la iglesia es el lugar donde Dios se transfunde. ¿Había oído alguna vez dicha expresión? Cada vez que nos reunimos, le damos a Dios la oportunidad de que se transfunda en nosotros; ésta es la realidad de la iglesia. Anteriormente, muchos de nosotros estábamos en el cristianismo, en las denominaciones. Cada domingo por la mañana nos vestíamos apropiadamente para “ir a la iglesia”, y hacia el final del servicio, se pasaba el plato de las ofrendas para que pusiéramos dinero en él. ¿Podríamos decir con buena conciencia que Dios nos transfundía allí? No sé lo que se transmitía allí, pero definitivamente no era el lugar donde Dios se transfundía en nosotros. Sin embargo, al venir a las reuniones de la iglesia, tenemos la sensación de estar sentados delante del Señor y que Sus ojos nos están observando. Si le obedecemos, sentimos que El es hermoso; si le desobedecemos, El no deja de ser hermoso, pero nos sentimos un poco avergonzados. Podemos decirle: “Oh Señor, te desobedecí la semana pasada. Señor, perdóname y lávame con Tu sangre preciosa”. Todos hemos tenido tal experiencia. Esto es experimentar que el Señor transfunda e infunda Su propio ser en nosotros, a fin de transformarnos. La transformación no es el cambio producido por la luz que nos ilumina; más bien, es que el Señor transfunda en nosotros Su hermosa persona. Una vez que tenemos tal experiencia, quizás regresamos a casa con lágrimas diciendo: “¡Oh Señor! Ten misericordia de mí esta semana. No quiero pecar otra vez contra Ti. Quiero agradarte”. Sin embargo, esto muestra que aún no le conocemos lo suficiente. A pesar de que tenemos buenas intenciones, estamos aún equivocados porque no hemos visto que por nuestra propia cuenta no podemos agradar al Señor. Somos como un ciempiés que quiere volar pero que en realidad, sólo puede andar sobre la tierra. Es como si dijéramos: “Oh Señor, la semana pasada me arrastré sobre la tierra; no volé ni siquiera por un momento para agradarte. Realmente he pecado contra Ti. Comenzando desde esta semana ya no quiero arrastrarme sobre la tierra; quiero volar contigo”. No obstante, después de terminar dicha oración al comienzo de la semana, tal vez esa misma noche, comenzamos de nuevo a “arrastrarnos sobre la tierra” y continuamos así el resto de la semana. Luego, venimos otra vez a la reunión el siguiente día del Señor, y los siete ojos de Dios tal vez nos digan: “¡Aquí estás de nuevo!”, y volvemos a repetir nuestra confesión. Pero, el Señor quizás contestaría: “¡No llores! No te culpo en lo absoluto. Tú eres un ‘ciempiés’, por lo tanto Yo sé que tú no puedes volar. ¿No sabes que Yo soy la vida que vuela?” Sin embargo, en otras ocasiones el Señor no dice nada; simplemente transfunde en nosotros Su persona. Dicha transfusión ocurre semana tras semana hasta que el “ciempiés” empieza a “volar”; esto asombrará a nuestra familia, pues no saben lo que sucedió. No serán capaces de describirlo, pero sentirán que hay algo maravilloso en nosotros y que hemos experimentado un gran cambio. Dicha experiencia es la realidad de la iglesia.

  Los siete ojos están en la iglesia. No olvidemos que los siete ojos están sobre el candelero, y que el candelero está en el Lugar Santo. Si no estamos en el Lugar Santo no tendremos el candelero, y sin el candelero, tampoco tendremos los siete ojos. El Lugar Santo es la iglesia, y el candelero también es la iglesia. A fin de recibir la transfusión de los siete ojos debemos estar en la iglesia. El hecho de estar en la iglesia no tiene que ver meramente con escuchar o dar mensajes, pues estos son asuntos triviales. Algunas hermanas de más edad testifican que muchas veces no pueden recordar nada de lo que se dijo en las reuniones; sin embargo, recuerdan que allí fueron conmovidas y recibieron algo, aunque no lo puedan explicar claramente. Sienten que es muy bueno asistir a las reuniones, y que sería una pérdida no ir. Por eso, asisten a la reunión en el día del Señor, van el martes siguiente y deciden estar allí otra vez el jueves. Aunque no pueden recordar claramente lo que se dijo allí, se sienten muy bien interiormente. Esta es una característica de las iglesias en el recobro del Señor.

  Algunos dicen que la iglesia tiene un método para cautivar a la gente y afirman que cuando las personas escuchan al menos dos mensajes, “quedan atrapadas”, y después van al salón de reunión todos los días. Los ancianos van, y también los jóvenes; los hombres van, y también las mujeres; van el día del Señor, y también el martes; van por la mañana, y también por la tarde. Algunos me han preguntado cuál es nuestro secreto: el secreto reside en las siete lámparas de fuego y en los siete ojos.

  El hecho de que seamos la iglesia no depende de tener una organización, sino de que estén con nosotros los siete ojos. Estos siete ojos no sólo nos iluminan, sino también transfunden en nosotros a Dios mismo. Aunque uno sea un profesor universitario muy educado e inteligente, esto no significa que entienda apropiadamente. En 1947 hubo un avivamiento en la iglesia en Shanghai. Había un profesor universitario que me apreciaba mucho y me dijo: “Hermano Lee, me sentiría muy complacido sólo de acompañarlo y ayudarlo a cargar su maletín”. No obstante, aunque él era un profesor en la escuela de medicina y había escuchado todos mis mensajes, no entendía casi nada. Por el contrario, en Shanghai he visto algunas hermanas muy ancianas que no hablaban bien el mandarín, ni leían la Biblia claramente, pero entendían todo cuando escuchaban mis mensajes. Esta es una característica de la iglesia. La iglesia no se compone de personas que tienen títulos universitarios o mentes brillantes. Más bien, la iglesia es un grupo de personas en quienes Dios se ha transfundido; Dios logró transfundirse a Sí mismo en ellos. Puedo testificar que aquellas ancianas de Shanghai entendían todo claramente, pues Dios transfundió Su ser en ellas.

  En esto reside la efectividad de nuestra obra. Si usamos nuestra mente para darle conocimiento a los demás, tal vez los profesores nos entiendan, pero Dios no se transfundirá en las personas. El secreto de nuestra obra no depende de que demos buenos mensajes, sino de cuánto Dios se ha transfundido en otros después de cada reunión o mensaje. En esto se halla la diferencia. Algunos predicadores son tan elocuentes que sus sermones suenan como música, pero en dichos mensajes no se transfunde nada de Dios en las personas. Agradecemos y alabamos al Señor que las siete lámparas son los siete ojos. El Cordero tiene siete ojos, y no siete lámparas; de igual manera, la piedra tiene siete ojos y no siete lámparas. Los ojos están aquí, mirándonos intensamente, para transfundir en nosotros a Dios.

Dios nos guía con Sus ojos

  En 2 Crónicas 16:9 dice: “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra”. Actualmente, los ojos de Dios contemplan la tierra, buscando a los que tienen un corazón perfecto para con El. Salmos 32:8 dice: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. El Señor nos guía principalmente con Sus ojos, no con palabras ni con señales. La dirección que proporcionan los ojos es de lo más íntimo, y sólo ocurre entre aquellos que se conocen profundamente. Cuando se comunican dos personas cuya relación es muy íntima, no es necesario ni que hablen en voz audible, pues a menudo se hablan con los ojos. Muchas veces al visitar a las familias, observo que las parejas no siempre se comunican verbalmente. En ocasiones, con sólo una mirada, el cónyuge sabe que es tiempo de servir el té o de atender otros asuntos. Yo también entiendo lo que significa una mirada; por ejemplo, al ver los ojos de ellos, sé que es hora de irme. Si un matrimonio ha estado unido por largo tiempo, quizás treinta o cuarenta años, vemos que el esposo llega a ser la esposa, y la esposa llega a ser el esposo. Esto se debe a que se han transfundido mutuamente uno dentro del otro por treinta años. Sólo esto hace que una pareja sea dulce y armoniosa.

  Asimismo, al estar en la iglesia por mucho tiempo, el Señor gradualmente se infunde en nosotros. Esto no es algo que podemos obtener de la noche a la mañana, sino que es el resultado de un largo proceso. El Señor se ha estado transfundiendo en nosotros incesantemente. Tenemos por lo menos cuatro o cinco reuniones por semana, y en cada reunión hay dos horas de transfusión. Podemos comparar estas reuniones con una batería que está siendo cargada. Por ejemplo, una batería que ha sido cargada podrá operar dos días, y cuando está por agotarse la energía eléctrica, es necesario cargarla de nuevo. Entonces, después de haber sido “recargada”, operará nuevamente. Yo he sido “cargado” por cuarenta y cinco años. Esta es la transfusión que imparten los siete ojos.

  La iglesia es algo muy misterioso, que sobrepasa cualquier descripción humana. Muchos hermanos pueden testificar que antes de asistir a esta conferencia no tenían un entendimiento adecuado acerca de la iglesia, pero después de escuchar estos mensajes, han visto claramente qué es la iglesia. La iglesia es el candelero de oro, y las siete lámparas sobre el candelero de oro son las lámparas de fuego, las cuales después de quemarnos llegan a ser los ojos. Los ojos nos transfunden y algunas veces nos reprenden. Si asistimos a una reunión y no tenemos el sentir de que hemos sido transfundidos, debemos preguntarnos si ésa realmente es la iglesia. Quizás sea la iglesia, pero no se encuentra en una condición apropiada; tiene problemas, pues no imparte luz ni transfunde a Dios en las personas. Es como si el fusible eléctrico se hubiera quemado, lo cual causa que se interrumpa el suplir de la electricidad. Si éste es el caso, debe cambiarse el “fusible” de inmediato. Algunos ancianos o jóvenes saben cómo hacer eso: orando. Así, la “electricidad” es reconectada, y de nuevo toda la reunión recibe la transfusión. Esta es la naturaleza de la iglesia. Si Dios no se transfunde en nosotros, no tenemos la iglesia.

LOS SIETE ESPIRITUS SUMINISTRAN VIDA

  Los siete ojos que llevan a cabo la transfusión son los siete Espíritus. Las siete lámparas son los siete Espíritus, los siete ojos también son los siete Espíritus, y los siete Espíritus son el Espíritu Santo. Cuando era joven y tenía pocos años de ser salvo, me sentía confuso siempre que se mencionaba el Espíritu Santo. Nunca hubiera dicho que no había Espíritu Santo, pero no sabía qué era ni dónde estaba. Con el tiempo, supe que el Espíritu Santo es la transfusión de Dios en nosotros, y hoy lo sé aún más. Después de un largo tiempo de asistir a las reuniones, nos acostumbramos a ellas. Por ejemplo, a la hora indicada, tomamos nuestra Biblia y nos vamos a la reunión. Sin embargo, después de sentarnos allí por dos minutos, experimentamos cierto poder inexplicable en nuestro interior. Al comienzo de la reunión tal vez no teníamos un corazón apropiado y estábamos indiferentes, pero con sólo sentarnos allí, somos tocados interiormente. Quizás en la reunión nadie hable del Espíritu Santo ni de la transfusión de Dios, pero ciertamente sentimos algo por el hecho de estar presentes. A veces quedamos muy agradecidos con el Señor, y otras veces nos reprochamos a nosotros mismos; unas veces somos iluminados, y otras, somos reprendidos; otras veces somos liberados, y aun en otras, tenemos paz y somos regados. ¿Qué es esto? Es la obra del Espíritu y Su mover; en otras palabras, es el Espíritu mismo.

  Cuanto más una reunión esté llena de la naturaleza de la iglesia, más abundará la operación del Espíritu, el cual es los siete Espíritus que nos transfunden e infunden. El Espíritu es vida, y los siete Espíritus tienen como fin que recibamos el suministro de vida y que seamos equipados con ella. Las lámparas se han convertido en fuego, el fuego ha llegado a ser los ojos, y los ojos son el Espíritu mismo. Primero, Dios brilla en nosotros; luego, El también arde en nosotros; y finalmente, El se transfunde y se infunde en nuestro ser. El resultado es que recibimos el suministro de vida y somos equipados con Su vida. Con el tiempo, nuestra función se manifestará en la iglesia, creceremos en vida y seremos edificados juntamente con otros. El fruto no es simplemente la iglesia, sino la iglesia en función, donde todos los santos ministran. No sólo somos iluminados, quemados e infundidos, sino también recibimos el suministro de vida y somos equipados con ella. Es así que llegamos a ser miembros que funcionan en el Cuerpo.

  Al volvernos al Espíritu, todo es vida. Las lámparas nos iluminan, el fuego nos quema, los ojos nos transfunden, y el Espíritu nos suministra vida y nos equipa con ella; ésta es la iglesia. Primero, vemos el candelero de oro, Jehová, el Cordero, la piedra y Dios; luego, las lámparas, el fuego, los ojos y el Espíritu. Sólo cuando entendamos plenamente estos nueve aspectos sabremos qué es la iglesia. La iglesia está relacionada con estos nueve aspectos. Al entrar en la iglesia, primero somos iluminados por las lámparas que resplandecen; luego, las lámparas de fuego nos queman; después, los ojos nos observan y nos cuidan, transfundiendo en nosotros lo que Dios es y lo que el Señor es; finalmente el Espíritu, quien es vida, nos suministra dicha vida y nos equipa con ella. Todo esto, en conjunto, es la iglesia.

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