
Lectura bíblica: Ef. 2:14-15; 4:22-24; Gá. 3:27-28; 1 Co. 12:13; Col. 3:10-11; Ro. 12:2; 15:5-6; 1 Co. 1:10, 13a
Toda verdad bíblica tiene dos aspectos. Sucede lo mismo con respecto al nuevo hombre. El primer aspecto, en relación con el nuevo hombre, consiste en que Cristo —mediante la muerte que El, en Su carne, sufrió en la cruz— consumó la creación del nuevo hombre. Efesios 2:15 es el versículo de la Biblia que más enfatiza el hecho de que el nuevo hombre fue creado: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. A los ojos de Dios, el nuevo hombre fue creado en Cristo hace dos mil años en la cruz a partir de dos pueblos: los judíos y los gentiles. Efesios 2:15 abarca casi todos los aspectos concernientes al nuevo hombre, a excepción de uno. Este importante aspecto tiene que ver con la existencia del nuevo hombre. La creación del nuevo hombre se consumó en la cruz, pero antes de Pentecostés, el nuevo hombre aún no había llegado a existir. La existencia del nuevo hombre comenzó a hacerse realidad en el día de Pentecostés, aunque no de forma consumada. Aquello fue el inicio de la existencia del nuevo hombre. Incluso en nuestros días, la existencia del nuevo hombre continúa llevándose a cabo y un día llegará a su perfeccionamiento pleno.
A lo largo de los pasados dos mil años de historia de la iglesia, la existencia del nuevo hombre aún no se ha hecho realidad en toda su plenitud debido a la degradación de la iglesia y a las muchas frustraciones provocadas por nuestra mente religiosa, caída y natural. En la actualidad, ¿dónde se puede ver el nuevo hombre? La visión del nuevo hombre se ha perdido casi por completo. Algunos maestros han afirmado que el nuevo hombre es la nueva naturaleza regenerada. A mí se me enseñó de este modo, y así lo creí. Pero un día, el Señor me mostró que este nuevo hombre no podía ser nuestra nueva naturaleza regenerada, puesto que se trata de un hombre creado a partir de dos pueblos. Por tanto, no es únicamente un individuo sino un hombre corporativo. En la cruz, Cristo creó este hombre corporativo. En este capítulo deseamos ver algo más de cómo este nuevo hombre, que ya fue creado, puede llegar a existir de manera práctica.
En el capítulo anterior vimos que el bautismo en el Espíritu fue el primer paso necesario para que el nuevo hombre llegara a existir. Tanto en el día de Pentecostés (Hch. 2:1-4) como en la casa de Cornelio (Hch. 10:34-48), Cristo, como Cabeza del Cuerpo, bautizó a todos los miembros en un solo Espíritu y así los introdujo en un solo Cuerpo. En 1 Corintios 12:13 dice que fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo. Este versículo se refiere a los judíos, a los griegos, a los esclavos y a los libres, los cuales representan diversas razas y distintos rangos sociales. Todas las diferentes razas y pueblos con su diversidad de rangos sociales, han sido introducidos en el Espíritu para llegar a ser un solo Cuerpo.
Los elegidos de Dios no provienen de una sola raza. Apocalipsis 5:9 dice que Cristo, por medio de Su sangre, compró para Dios “hombres de toda tribu y lengua y pueblo y nación”. En el día de Pentecostés y en la casa de Cornelio, Cristo, la Cabeza del Cuerpo, puso en un solo Cuerpo a todos los que Dios escogió y llamó. Este fue el primer paso que se requería para que el nuevo hombre, que había sido creado en la cruz, llegase a existir. A nosotros nos corresponde simplemente aceptar este hecho divino por fe. La realización de este primer paso forma parte del evangelio perfecto y todo-inclusivo. Este evangelio abarca el bautismo en el Espíritu llevado a cabo por Cristo, la Cabeza. Cristo ha efectuado la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión, y el bautismo en el cual Sus muchos miembros, en un solo Espíritu, fueron introducidos en un solo Cuerpo.
En 1 Corintios 12:13 también se afirma que a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. El bautismo en el Espíritu se logró de una vez y para siempre, pero el acto de beber de un mismo Espíritu sigue realizándose. Debemos beber del Espíritu día tras día y hora tras hora. Debemos agradecer al Señor por haber cumplido el primer paso. Ahora, nosotros tenemos que llevar a cabo el segundo paso bebiendo del Espíritu.
Los asuntos espirituales son muy misteriosos y abstractos. Por ello, resulta de gran ayuda tener algo físico como ejemplo. Yo bebo mucha agua diariamente. Cada mañana, al levantarme, lo primero que hago es beber un vaso de agua. En el desayuno bebo tres vasos de agua. Después, alrededor de las diez y media de la mañana, tomo un pequeño descanso y bebo otro vaso de agua. A la hora del almuerzo, tomo dos vasos de agua. Alrededor de las tres y media de la tarde, nuevamente bebo otro vaso de agua. A la hora de la cena, bebo dos vasos de agua y, finalmente, bebo un vaso más antes de acostarme. Casi sin fluctuar, bebo unos doce vasos de agua al día. Beber agua de esta manera es bueno para mi salud. Esto es un ejemplo de cómo bebo espiritualmente. Necesitamos beber espiritualmente de la misma manera. Algunos santos tienen problemas al respecto, pues no beben del Espíritu de modo regular. A veces beben mucho y otras veces dejan de beber por una semana entera. Si bebemos del Espíritu de manera inconstante e irregular, no podremos gozar de salud espiritual. Si no bebemos, nos será muy difícil permanecer sanos. Por el contrario, cuanto más bebemos, más propiciamos la existencia del nuevo hombre.
Efesios 2:15 dice que el nuevo hombre fue creado en la cruz, mientras que Efesios 4:22 dice que tenemos que despojarnos del viejo hombre. Debido a que el nuevo hombre mencionado en Efesios es una entidad corporativa, bajo el mismo principio podemos concluir que el viejo hombre debe ser también un hombre corporativo. Debemos despojarnos del viejo hombre, no al ser enseñados, corregidos, adiestrados, educados o instruidos, sino siendo renovados en el espíritu de nuestra mente (4:23). Cuando somos renovados en el espíritu de nuestra mente, no sólo nos despojamos del viejo hombre, sino que también nos vestimos del nuevo hombre “creado según Dios en la justicia y santidad de la realidad” (4:24). El nuevo hombre fue creado en Cristo, pero es posible que en nosotros no haya nada del nuevo hombre. Por ende, debemos vestirnos del nuevo hombre, el cual ya fue creado en Cristo. La manera en que nos vestimos del nuevo hombre es ser renovados en el espíritu de nuestra mente. El hombre es un ser tripartito, compuesto de espíritu y alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). El alma se compone de la mente (Sal. 13:2; 139:14; Lm. 3:20), la parte emotiva (1 S. 18:1; 2 S. 5:8; Sal. 86:4) y la voluntad (Job 7:15; 6:7; 1 Cr. 22:19). Cuando fuimos regenerados, el Espíritu de Dios entró a nuestro espíritu. Romanos 8:16 dice que el Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Este versículo claramente testifica que el Espíritu que regenera, ahora mora en nuestro espíritu. El Espíritu divino mora en nuestro espíritu humano; “el que se une al Señor es un solo espíritu con El” (1 Co. 6:17). Esto hace alusión a la mezcla entre el Señor como Espíritu y nuestro espíritu. Cuanto más oremos, tengamos comunión con el Señor, invoquemos Su amado nombre y abramos todo nuestro ser a El, más el espíritu mezclado se extenderá a nuestra mente y llegará a ser el espíritu de nuestra mente. Es en tal espíritu que somos renovados para nuestra transformación.
Efesios 5:18 nos insta a ser llenos en el espíritu. Embriagarse con vino consiste en llenar nuestro cuerpo de vino, mientras que ser llenos en el espíritu (en nuestro espíritu regenerado, no el Espíritu de Dios), es ser llenos de Cristo (Ef. 1:23) hasta la medida de la plenitud de Dios (3:19). El Señor desea extenderse de nuestro espíritu: primero, a nuestra mente, y luego, a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad. Nuestro espíritu regenerado, el cual está mezclado con el Espíritu de Dios que mora en nuestro interior, ahora se extiende a nuestra mente. Es en este espíritu mezclado, el espíritu de nuestra mente, que somos renovados. Beber del Espíritu consiste en abrirnos al Señor orando a El, invocando Su nombre y teniendo comunión con El. El Espíritu de Dios hoy es el agua que podemos beber. Cuanto más bebemos del Espíritu, más nos llena El de Sí mismo y más satura nuestra mente con el fin de renovarla con miras a la transformación.
En los primeros días de mi vida cristiana, yo pensaba que la renovación en el espíritu de nuestra mente tenía como único fin mejorar nuestra conducta cristiana. Podemos lograr que nuestra mente sea renovada al permitir que el Espíritu de Dios la llene, la posea y la conquiste plenamente. Para ello debemos orar, tener comunión con el Señor, invocar Su nombre e incluso hacer una confesión exhaustiva de nuestros pecados. Si lo hacemos, seremos transformados y nuestra conducta ciertamente cambiará. Si bien esto es cierto, el objetivo central de la renovación en el espíritu de nuestra mente es el nuevo hombre.
Colosenses 3:10-11 nos insta a vestirnos del nuevo hombre, “el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. En el nuevo hombre no tienen cabida la circuncisión ni la incircuncisión, griegos ni judíos, bárbaros, escitas, esclavos ni libres. El objetivo principal de la renovación no es modificar nuestro comportamiento, sino eliminar todo precepto racial, así como todas las personas naturales. En el nuevo hombre, no solamente no está presente el hombre natural, sino que además, no hay posibilidad ni lugar para ninguna persona natural. En el nuevo hombre sólo hay lugar para Cristo. El nuevo hombre no es chino, japonés, francés, inglés, alemán o estadounidense; el nuevo hombre es Cristo. En el nuevo hombre, Cristo es el todo y está en todos. En el nuevo hombre no puede haber griego ni judío; tampoco puede haber chino ni japonés. En el nuevo hombre tampoco hay blanco ni negro. Es necesario que todos seamos renovados para que el nuevo hombre llegue a existir.
En Colosenses 3:10 encontramos tanto la creación del nuevo hombre como su renovación. La creación del nuevo hombre se consumó en la cruz, pero su renovación debe continuar. Para que el nuevo hombre llegue a existir, es necesario que nuestras mentes sean renovadas. Dios creó el nuevo hombre, pero, debido a que nuestra mente aún no ha sido renovada, este nuevo hombre aún no ha llegado a existir. Nuestra mente es el problema. Dios, en Su soberanía, me ha permitido visitar muchos países y conocer una gran variedad de preceptos y estilos de vida. He observado que es mucho más fácil que personas de diversas razas y culturas sean salvas, a que sean renovadas en su manera de vivir. Por ejemplo, las ordenanzas en Japón, son completamente distintas a las de Estados Unidos. Dondequiera que he viajado, he tenido que adaptarme a las ordenanzas de las personas que me hospedaron. Esta diversidad de ordenanzas nos causa problemas porque nuestra mente necesita más renovación.
Todos tenemos que comprender que Dios creó un hombre corporativo. Dios necesitaba que este hombre llevara a cabo el deseo de Su corazón, pero el hombre cayó, y fue dividido y esparcido. Al ser dividido y esparcido, el hombre se volvió inútil para Dios. Observen la situación actual. El mundo entero es un mundo dividido y esparcido. En casi todas las sesiones de las Naciones Unidas ocurren debates y peleas. La verdadera situación del mundo es que las naciones, lejos de estar unidas, están divididas. Es evidente que existe división en todos los niveles sociales. Hoy, la división impera en toda la tierra.
Romanos 12:2 nos exhorta a no amoldarnos a este siglo. Esto no solamente significa que no debiéramos ser mundanos en nuestro modo de vestir o nuestra manera de vivir; no amoldarnos a este siglo significa, aun más, que no debiéramos seguir el camino de la división. Romanos 12:2 y Efesios 4:23 hablan sobre la renovación, y ambos versículos fueron escritos con miras a la vida del Cuerpo. Romanos 12:2 dice: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios”. Si examinamos el contexto de Romanos 12 descubriremos que la voluntad de Dios es obtener el Cuerpo; por ende, la finalidad de la renovación de la mente es la vida del Cuerpo. Los problemas en la vida del Cuerpo están relacionados con las diferentes ordenanzas.
Pablo, al enumerar las clases de personas naturales para las cuales no hay cabida en el nuevo hombre, abarcó toda la humanidad. A los griegos le interesaba la sabiduría filosófica; y a los judíos, las señales milagrosas (1 Co. 1:22). La “circuncisión” se refiere a quienes observaban los ritos religiosos del judaísmo, y la “incircuncisión”, a aquellos para quienes la religión judía no tenía importancia alguna. Un bárbaro es una persona inculta; los escitas eran considerados los más bárbaros. Un esclavo era uno que había sido vendido como tal, y una persona libre era alguien que no estaba sujeto a esclavitud. Hoy en día, los cristianos han sido divididos en razón de las razas, las nacionalidades, los idiomas e incluso los asuntos religiosos. Algunos cristianos propugnan el bautismo por inmersión, mientras que otros, el bautismo por aspersión. Esto en nada difiere de los que están a favor de la circuncisión o de la incircuncisión. Los asuntos religiosos pueden ser causa de división entre los cristianos. Otros se han dividido a causa de la manera en que se debe llevar a cabo la reunión cristiana. Las opiniones religiosas siempre han sido causa de división entre los miembros del Cuerpo.
Debemos ser renovados en nuestra mente natural, lo cual quiere decir que nuestra mente necesita que el Espíritu la llene y la sature. Es necesario que el Espíritu impregne cada fibra de nuestra mentalidad. Conforme a nuestro concepto natural, la adoración a Dios debe ser silenciosa y solemne. Incluso los musulmanes y los hindúes estarían de acuerdo con esto. Pero cuando el Señor Jesús ingresó a Jerusalén, “toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las obras poderosas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lc. 19:37-38). Cuando algunos de los fariseos oyeron a los discípulos alabar al Señor con tan grandes gritos de júbilo, le pidieron al Señor que los reprendiese (v. 39), pero el Señor les respondió: “Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían” (v. 40). En este pasaje en particular, la adoración de los discípulos no fue sosegada ni solemne, sino ruidosa y llena de regocijo.
Cierto día el hermano Watchman Nee y yo asistimos a una reunión “pentecostal” donde las personas daban grandes saltos, rodaban por el piso, reían, lloraban y gritaban. Esta reunión fue desenfrenada en extremo. No obstante, lo único que el hermano Nee me comentó con respecto a esa reunión fue que en el Nuevo Testamento no se nos dice cómo debemos reunirnos. El hermano Nee no estaba a favor de ese tipo de reuniones tan desenfrenadas, pero definitivamente sí estaba en contra de la condición de muerte evidenciada en muchas otras reuniones cristianas.
Debemos comprender que los preceptos religiosos no tienen cabida en el nuevo hombre. Al inicio de la década de los sesenta, cuando comenzamos a reunirnos en la ciudad de Los Angeles con el fin de practicar la vida de iglesia, algunos vinieron a mí quejándose de que en nuestras reuniones no se manifestaban los dones. Yo les respondí diciéndoles que nuestras reuniones estaban llenas de la manifestación de los dones. En 1 Corintios 12 dice que el don más excelente dado a la iglesia es la palabra de sabiduría, y, en segundo lugar, la palabra de conocimiento (v. 8). Otro querido hermano que amaba mucho al Señor se me acercó para decirme que le gustaban nuestras reuniones, pero que su único problema era que no podía tolerar que las hermanas tomasen la palabra en las reuniones. El me elogió por mi conocimiento de la Biblia, pero me dijo que me equivocaba al permitir que las hermanas hablaran en las reuniones. Yo le pregunté si en las reuniones a las que él asistía se les permitía cantar himnos a las hermanas. Cuando me contestó que sí les era permitido cantar, le hice notar que incluso en sus reuniones las hermanas no permanecían calladas, porque cantaban himnos. Conforme a la verdad presentada en las Escrituras, las mujeres pueden orar y profetizar en las reuniones (1 Co. 11:5), pero no les es permitido enseñar con la autoridad de quien define asuntos doctrinales (1 Ti. 2:12).
Estos ejemplos nos muestran que los asuntos religiosos pueden ser causa de división entre los cristianos. Un grupo en particular se dividió con respecto a si en las reuniones se debía tocar el piano o el órgano. Finalmente, algunos de ellos se constituyeron como la asamblea del piano, mientras que los demás, como la asamblea del órgano. Todos estos asuntos pertenecen a la misma categoría en que estaban asuntos tales como la circuncisión o la incircuncisión, esto es, lo religioso y lo no religioso. Yo no estoy a favor de una asamblea donde se toque el piano ni a favor de una asamblea donde se toque el órgano; estoy a favor del nuevo hombre.
Debemos ser renovados en el espíritu de nuestra mente, no sólo en función de nuestra ética y comportamiento personales, sino con miras al nuevo hombre. Actualmente, hay muchos cristianos que se aferran a sus propios conceptos religiosos y naturales, pues no permiten que el Espíritu se extienda a sus mentes. Ellos no permiten que el Espíritu conquiste sus mentes. Todos debemos abrirnos al Señor y orar: “Señor, heme aquí. Quiero que mi mente esté totalmente abierta a Ti. Ven y lléname. Impregna, satura y posee todo mi ser”. Creo firmemente que si oráramos al Señor de esta manera, el Espíritu podría impregnar nuestra mente. Y cuando el Espíritu penetra en nuestra mente, todo precepto queda atrás. Cuando el Espíritu haya poseído y saturado nuestra mente, no nos importará si las personas son negras, blancas, chinas, japonesas, estadounidenses, británicas, alemanas, francesas, italianas o españolas. Tampoco nos importará si las reuniones son demasiado ruidosas o muy sosegadas. Lo único que nos interesará será el nuevo hombre.
Por disposición soberana del Señor, esta moderna era científica y la situación política imperante han hecho que nuestro mundo sea cada vez más pequeño. Una gran diversidad de pueblos se ha acercado entre sí. Esto es obra del Señor. Pero, a pesar de que el Señor ha reunido a personas de diferentes razas y culturas, en los medios religiosos todavía hay mucha división. En Estados Unidos, es posible ver una iglesia Presbiteriana china y una coreana. Incluso hay iglesias anglicanas en Estados Unidos. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que la iglesia es el nuevo hombre. A pesar de que en esta era moderna tantas razas y pueblos han sido reunidos, las personas todavía prefieren permanecer divididas. Permanecer divididos de los demás cristianos por causa de las ordenanzas religiosas, equivale a amoldarse a este siglo, puesto que estamos en una era de divisiones. Así pues, causar división es amoldarse a este siglo. Debemos interpretar Romanos 12:2 en el sentido de no amoldarnos a este siglo de divisiones. Los cristianos somos uno; seamos estadounidenses, ingleses, franceses, alemanes, italianos, portugueses, chinos o japoneses, el Señor nos ha hecho uno. En el hombre nuevo, ninguna persona natural tiene cabida.
La única manera en que el nuevo hombre puede llegar a existir en la práctica es permitir que nuestra mente sea renovada. El nuevo hombre no llegará a existir al recibir nosotros correcciones o enseñanzas externas, sino al impregnar el Espíritu de Dios nuestra mente. Cuando el elemento de Dios penetre nuestra mentalidad, pensaremos como Dios piensa y examinaremos nuestra situación con Sus ojos. Es entonces que el nuevo hombre llegará a existir. Entonces no habrá razas, rangos sociales, ni diferencias religiosas. Verdaderamente, Cristo será el todo y estará en todos. Estoy persuadido de que ésta es la visión actualizada del mover del Señor en la tierra. El Señor continúa avanzando hasta obtener un solo y nuevo hombre.
En Mateo 16:18 el Señor profetizó que El edificaría Su iglesia. Todo lo que el Señor ha profetizado se tiene que cumplir. Si el nuevo hombre no llegara a existir de manera práctica, la edificación de la iglesia sería vana palabrería. La edificación de la iglesia depende de la existencia del nuevo hombre. Si el nuevo hombre llega a existir, sin duda alguna, la iglesia edificada estará entre nosotros. A pesar de la actual situación en la que impera la división, el Señor habrá de obtener un solo y nuevo hombre. Todo lo que el Señor hace en esta era, propicia la existencia práctica del nuevo hombre. Para despojarnos de nuestros conceptos religiosos y naturales, nuestra mente deberá ser saturada, impregnada, poseída y plenamente conquistada por nuestro espíritu mezclado. Sólo entonces nuestros conceptos serán completamente revolucionados y ya no tendremos más ordenanzas. Entonces, el nuevo hombre llegará a existir. En esto consiste el mover del Señor en la tierra hoy.