
Lectura bíblica: Ef. 2:14-15; 4:22-24; Ro. 12:2; Hch. 10:9-20; Ap. 5:9-10
La meta de la economía neotestamentaria de Dios es obtener el nuevo hombre. El viejo hombre le falló a Dios, así que Dios, en Su economía neotestamentaria, dispuso obtener un nuevo hombre. Con este propósito Cristo murió en la cruz. El murió no sólo para quitar nuestros pecados, crucificar nuestro viejo hombre, destruir a Satanás y juzgar al mundo, sino también para abolir las ordenanzas, las distintas maneras de vivir de los diversos pueblos, a fin de crear en Sí mismo un nuevo hombre. Todas las diferentes maneras de vivir y adorar fueron abolidas en la cruz. Tal vez ya sepamos que Cristo en la cruz terminó con el pecado, los pecados, el viejo hombre, Satanás y el mundo, pero es posible que a muy pocos se nos haya enseñado que en la cruz Cristo abolió todas las ordenanzas relacionadas con el vivir humano. Los judíos, los griegos, los japoneses, los chinos, los franceses, los ingleses, todos tienen sus propias ordenanzas, o sea, sus respectivas maneras de vivir. Los ingleses, los alemanes y los franceses son europeos; no obstante, sus formas de vivir son completamente diferentes, y la historia del mundo nos muestra que ellos siempre han estado en conflicto entre sí.
En 1958 viajé por toda Europa y visité casi todos los países principales. Cuando estuve en Inglaterra, algunas hermanas me dijeron que la mejor manera de cocer las verduras es la manera inglesa. Ellas prefieren cocer las verduras en agua hasta que estén muy blandas. Cuando fui a Dinamarca, algunas hermanas me dijeron que la manera en que ellas cuecen las verduras es la mejor. Ellas las cuecen por menos tiempo y no dejan que se ablanden tanto como las de los ingleses. Esto nos muestra que incluso en un asunto tan insignificante como cocer verduras, los ingleses y los daneses no podían ser uno. Estas hermanas en particular estaban divididas a causa de sus ordenanzas en cuanto a la manera de cocinar. Asimismo, a los chinos les sería muy difícil aceptar la manera en que cocinan los japoneses, y viceversa. Toda cultura tiene su manera particular de cocinar, la cual se relaciona con su manera de vivir, con sus ordenanzas. Pero debemos alabar al Señor porque hemos escuchado las buenas nuevas de que Cristo en la cruz abolió todas las ordenanzas.
Las ordenanzas no sólo crean problemas entre los santos, sino también entre cónyuges. Suponga que una hermana de Pekín se casa con un hermano cantonés. Tal vez poco después de casarse, ellos discutan sobre las diferentes maneras de cocinar. Es posible que al esposo no le guste la forma en que se cocina en el norte de China, y que a la hermana no le guste la cocina cantonesa. Es necesario que nuestra mente sea renovada para que comprendamos que Cristo abolió todas las ordenanzas, no con el fin de perdonarnos y redimirnos, sino para crear en Sí mismo, de dos pueblos, un solo y nuevo hombre.
No sólo es difícil que haya verdadera unidad entre dos pueblos, sino también entre cónyuges. Esto se debe a que el esposo tiene sus propias preferencias, y la esposa, las suyas. Las preferencias masculinas y las femeninas, muchas veces, son diametralmente opuestas. En la tierra, entre los seres humanos, hay mucha división. Hay división entre diversos grupos, entre los vecinos, y aun entre los cónyuges. El mundo actual tiende a la división; hoy, cuanto más diferente e individualista es una persona, mejor. No obstante, esto va completamente en contra de la economía de Dios. La economía de Dios tiene como fin congregarnos, unirnos y hacernos una sola entidad.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo. El cuerpo de una persona no puede ser dividido ni separado. Los hombros no pueden divorciarse de los brazos. El cuerpo no sólo es una entidad compuesta de miembros que han sido reunidos y unidos, sino que también han sido hechos uno. De igual manera, el Cuerpo de Cristo es la unidad misma. La Biblia nos dice que Dios no sólo quiere que Cristo obtenga Su Cuerpo, sino que también se produzca el nuevo hombre. La iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, es un nuevo hombre para Dios. Es imposible que un hombre sea dividido. Muchos cristianos no se han dado cuenta de que el Cuerpo de Cristo, el nuevo hombre, es el deseo del corazón de Dios. Esta verdad debe ser proclamada a todos los hijos del Señor. Alabado sea el Señor por Efesios 2:15, donde se revela que Cristo abolió las ordenanzas a fin de crear en Sí mismo, de dos pueblos, un solo y nuevo hombre. Estas son las buenas nuevas, y ésta es la verdad que la Palabra de Dios comunica.
De acuerdo con el relato del Nuevo Testamento, hubo tres apóstoles principales: Pedro, Pablo y Juan. En el caso de cada uno de estos apóstoles se muestra el deseo del corazón del Señor, de tener un solo y nuevo hombre. Pedro jugó un papel principal al inicio de la crónica neotestamentaria; en las epístolas, el apóstol Pablo ocupa una posición prominente; y en los escritos de Juan tenemos la conclusión y finalización del Nuevo Testamento. Podemos decir que el Nuevo Testamento comenzó con Pedro, que en cierto sentido fue completado por Pablo y que fue abarcado de manera plena por el apóstol Juan.
Cuando Pedro fue llamado por el Señor, él y Andrés estaban “echando la red en el mar” (Mt. 4:18). Ellos fueron hechos pescadores de hombres (v. 19). Pedro llegó a ser, en el día de Pentecostés, el primer gran pescador en el establecimiento del reino de los cielos (Hch. 2:37-42; 4:4). El ministerio de Pedro puede ser considerado como un ministerio de pesca, el ministerio que reúne el material. En el día de Pentecostés el Señor usó a Pedro para traer a la salvación a muchos judíos, y también lo usó para traer a la salvación al primer grupo de gentiles en la casa de Cornelio (Hch. 10:44-46). Según consta en el Nuevo Testamento, Pedro atrapó los peces, es decir, reunió los materiales, para la edificación de la iglesia. Pablo era fabricante de tiendas (Hch. 18:3). Su oficio era el de construir, edificar, y su ministerio era un ministerio de edificación. Cuando Juan fue llamado por el Señor, él y Jacobo estaban remendando sus redes en una barca (Mt. 4:21). Finalmente, Juan llegó a ser un verdadero remendador, que reparaba las rasgaduras de la iglesia mediante su ministerio de vida (véase sus tres epístolas y Apocalipsis 2 y 3). Así que, en el Nuevo Testamento vemos el ministerio de pesca, el ministerio de edificación y el ministerio de remiendo. Estos eran los tres ministerios principales, cada uno de los cuales arrojó luz en cuanto al nuevo hombre.
Dios usó a Pedro para traer a la salvación a muchos judíos en el día de Pentecostés. Bajo el arreglo soberano del Señor, muchos de ellos eran de diferentes culturas y hablaban diferentes lenguas (Hch. 2:8-11). Esto muestra el deseo de Dios de reunir diferentes pueblos de distintos idiomas y hacerlos uno. Pedro, después del día de Pentecostés, probablemente seguía aferrándose al concepto de que sólo los judíos, por ser los escogidos de Dios, podían ser salvos y constituir la iglesia. En Hechos 10, mientras Pedro oraba a la hora acostumbrada, recibió una visión concerniente al plan de Dios y Su mover. Mientras oraba, sin duda estaba en el espíritu. Al estar en el espíritu, recibió una visión. Hechos dice que “le sobrevino un éxtasis” (10:10). Un éxtasis se refiere a un estado en el cual una persona siente que sale de sí misma y desde el cual regresa a sí misma (12:11), como en un sueño, pero estando despierta. En ese trance, Pedro vio un objeto semejante a un gran lienzo descendiendo a la tierra, en el cual había toda clase de animales inmundos.
La Palabra nos dice que cuando Pedro estaba orando “tuvo gran hambre, y quiso comer” (10:10). Entonces le sobrevino un éxtasis, y una voz le dijo: “Levántate, Pedro, mata y come” (v. 13). La respuesta de Pedro fue: “Señor, de ninguna manera, porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (v. 14). Su respuesta indicaba que en ese momento, él volvió a su mentalidad religiosa. En el espíritu, mientras oraba, le sobrevino un éxtasis y recibió una visión maravillosa, pero cuando escuchó la voz, inmediatamente regresó a su mentalidad judía religiosa.
Cuando leemos el relato acerca de Pedro en Hechos 10, debemos aplicarlo a nosotros. Al escuchar un mensaje o al orar, es posible que recibamos la visión del nuevo hombre. Entonces el Señor vendrá a nosotros y nos dirá que nos levantemos, matemos y comamos. Levantarnos, matar y comer significa aceptar lo que no nos gusta, digiriéndolo y asimilándolo en nuestro ser. Cuando comemos algo, lo que comemos llega a formar parte de nuestra constitución. Hay un refrán que dice: “Somos lo que comemos”. Los animales cuadrúpedos, los reptiles y las aves que Pedro vio en el lienzo, simbolizaban hombres de toda índole. Conforme a esta visión, comer implica asociarse con la gente (10:28), o sea, relacionarse con los gentiles. El hecho de que los judíos se asociaran con los gentiles equivalía a comer cosas inmundas. Comer algo es ingerirlo y hacerlo parte de nosotros. El hecho de que Pedro rehusara comer las cosas inmundas contenidas en el gran lienzo que descendió de los cielos, muestra que los judíos no estaban dispuestos a recibir a los gentiles ni a ser uno con ellos. Todo judío que se hubiera acercado a los gentiles y se hubiera hecho uno con ellos, habría sido semejante a una persona que comía cosas inmundas.
Debemos aplicar esta visión a nosotros mismos. Los hermanos japoneses deben recibir a los hermanos chinos y ser uno con ellos. Asimismo, los hermanos chinos deben aceptar a los hermanos japoneses y ser uno con ellos. Tanto los hermanos japoneses como los chinos deben “levantarse”, “matar” y “comer”. Tal vez algunos de nosotros respondamos de la manera en que Pedro lo hizo y le digamos al Señor que no estamos dispuestos a comer nada inmundo. Al orar o al escuchar un mensaje quizás digamos: “¡Aleluya por el nuevo hombre!” Pero en la práctica tal vez no estemos dispuestos a recibir algo que para nosotros es inmundo.
Pedro recibió de los cielos una visión sumamente clara respecto a tener comunión con los gentiles, y fue el primero en ponerla en práctica en Hechos 10. Pero en Gálatas 2, Pedro se retrajo y se rehusó a comer con los creyentes gentiles por temor a los de la circuncisión. Pablo, deseando mantenerse fiel a la verdad del evangelio, reprendió a Pedro cara a cara (Gá. 2:11-14). Debemos creer que, al menos en cierta medida, Pedro fue renovado en el espíritu de su mente. En Gálatas 2, Pablo nos dice que Pedro comía con los gentiles (v. 12), lo cual era totalmente contrario a la ordenanza judía. Sin embargo, aunque Pedro había sido renovado, tuvo temor de ser criticado por los de la circuncisión y, como resultado, actuó como si no comiese con los gentiles.
Pablo se había entregado al judaísmo de una manera más profunda e intensa que Pedro. Pedro era un pescador de Galilea, mientras que Pablo era un erudito en la religión judía. El fue instruido a los pies de Gamaliel, un gran maestro judío (Hch. 22:3). En Gálatas 1, Pablo dijo: “En el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación” (v. 14). Pablo era muy celoso de la religión judía y de sus tradiciones y ordenanzas. Pablo, a pesar de sus profundas raíces judías, pudo proclamar en 1 Corintios 12:13, que todos nosotros fuimos bautizados en un solo Cuerpo, seamos “judíos o griegos”. En Gálatas 3:27-28, Pablo dice que todos los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo están revestidos, y que “no hay judío ni griego”. En Colosenses 3:10-11 Pablo declara que ni los judíos ni los griegos tienen cabida en el nuevo hombre. Tal vez sea fácil para usted o para mí decir tal cosa, pero el hecho de que Pablo, cuya formación judía estaba tan profundamente arraigada en él, hablase de esa manera, muestra la renovación maravillosa efectuada en su mentalidad.
Sin embargo, aun el apóstol Pablo cometió un gran error debido a la influencia del judaísmo. Los que tenían el liderazgo en la iglesia en Jerusalén, entre los cuales Jacobo era el principal, dijeron a Pablo que observara los millares de judíos que habían creído; y que todos eran celosos por la ley (Hch. 21:20). Estos judíos eran creyentes de Cristo; no obstante, seguían guardando las ordenanzas. Los hermanos de Jerusalén estaban preocupados porque a estos judíos se les había informado en cuanto a Pablo, que él enseñaba a todos los judíos que estaban entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circuncidaran a sus hijos, ni anduvieran según las costumbres (v. 21). Estos judíos eran verdaderos creyentes de Cristo, aunque seguían guardando las ordenanzas, y ellos habían escuchado que Pablo estaba violando dichas ordenanzas. Por esto los hermanos sugirieron a Pablo que participara en un voto nazareo con otros cuatro hombres. Le mandaron a Pablo a hacerlo, diciendo: “Todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley” (v. 24). Pablo fue convencido por los hermanos y entró en el templo para participar en el voto nazareo.
Sin duda, Pablo entendía claramente que tales prácticas correspondían a la dispensación pasada, ya caduca, y que de acuerdo con el principio establecido en su enseñanza en el ministerio neotestamentario, especialmente en Romanos y Gálatas, dichas prácticas debían ser rechazadas en la economía neotestamentaria de Dios. No obstante, Pablo consintió en hacer ese voto y regresó al templo; pero el Señor no permitiría algo así. Por tanto, cuando los siete días del voto estaban por concluir, el Señor intervino de manera soberana permitiendo que los judíos arrestaran a Pablo y que los romanos lo encarcelaran. Después de esto, en el año 70 d. de C., el Señor envió al ejército romano, bajo la dirección de Tito, para que destruyera completamente a Jerusalén junto con el templo. Esto cumplió la profecía del Señor en Mateo 24, cuando dijo respecto al templo: “No quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (v. 2). Cuando Pablo llegó a Jerusalén, él tenía una visión clara, pero el ambiente y las circunstancias lo forzaron a aceptar aquella propuesta, la cual introduciría una mezcla que podía haber devastado la economía neotestamentaria de Dios con respecto a la iglesia.
En los escritos del apóstol Juan no vemos ningún defecto. Nadie puede negar que tanto Pedro como Pablo tuvieron fallas con respecto al nuevo hombre. Por otro lado, en el apóstol Juan no vemos dichos errores. En el libro de Apocalipsis Juan nos dice que el Señor compró con Su sangre “hombres de toda tribu y lengua y pueblo y nación” (5:9). No debemos olvidar que Juan también era judío, pero lo que dice en este versículo indica que su mente había sido renovada en gran medida. El afirmó el hecho de que Cristo murió en la cruz para redimir a hombres de diferentes tribus, lenguas, pueblos y naciones. Por medio de Juan también vemos que las iglesias son los candeleros de oro (Ap. 1:11-12) y que como consumación final estos candeleros llegan a ser la Nueva Jerusalén. En los candeleros y en la Nueva Jerusalén no vemos ninguna diferencia entre las diferentes razas.
Han pasado alrededor de veinte siglos desde que el Señor murió en la cruz, pero debemos preguntarnos dónde está la iglesia edificada. El Señor dijo que El edificaría Su iglesia (Mt. 16:18), y Pablo dijo que nosotros somos “juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu” (Ef. 2:22), pero ¿dónde está la edificación? Además, deberíamos preguntarnos dónde está el nuevo hombre en la tierra hoy en día. Muchos cristianos ni siquiera tienen noción acerca del nuevo hombre.
Yo estudié en una escuela presbiteriana americana. Los misioneros estadounidenses allí efectuaban sus conferencias completamente aparte de los pastores chinos nativos. Incluso los cristianos de este grupo en particular se dividían por causa de las diferencias raciales. En Estados Unidos hay algunas congregaciones denominacionales que no permiten que los negros adoren juntamente con ellos. ¿Dónde está el nuevo hombre? El nuevo hombre fue creado en la cruz, pero no existe entre los cristianos hoy. Como hemos visto, para que el nuevo hombre llegue a existir de manera práctica, además de la muerte de Cristo en la cruz, se requieren tres pasos adicionales: ser bautizados en el Espíritu, beber constantemente del Espíritu y ser renovados en el espíritu de nuestra mente. A fin de experimentar la vida del Cuerpo y el nuevo hombre, debemos ser renovados en el espíritu de nuestra mente; necesitamos ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente. Puede ser que anteriormente pensáramos que esta clase de renovación se efectuaba principalmente para modificar nuestro comportamiento personal. Pero hemos visto que esta renovación se realiza principalmente para la vida del Cuerpo y el nuevo hombre. Si nuestra mentalidad permanece en la misma condición, no será posible que se produzca el nuevo hombre. Si permanecemos en nuestra mentalidad natural, ni siquiera podremos tener una apropiada vida de iglesia en nuestra localidad.
Cada pueblo tiene su propio carácter, su propia manera de ser. Cuando fui a Escocia, noté que casi todas las aldeas y las casas estaban muy bien cuidadas; los jardines, los árboles y las flores estaban arreglados bellamente. El pueblo chino es muy diferente del pueblo escocés. Debido a que soy chino, tengo la base para decir algo sobre ellos. Por lo general, los chinos dedican mucho tiempo a cocinar, pero dedican muy poco tiempo a sus jardines, a sus árboles y a sus flores. ¿Qué pasaría si un hermano escocés se mudara con su familia al lado de un hermano chino y su familia? La manera de ser escocesa vendría a ser un problema para los chinos, y la manera de ser china también sería un problema para los escoceses. Tal vez ellos no se critiquen unos a otros abiertamente, pero sí lo hagan en su corazón. Incluso es posible que el hermano chino le diga a su esposa que el hermano escocés no ama a la iglesia tanto como a su jardín. Refiriéndose al hermano escocés, quizás pregunte: “¿Invierte él tanto tiempo en su Biblia como lo hace arreglando sus flores? El es completamente mundano”. El hermano escocés, por su parte, tal vez le diga a su esposa: “Ese hermano chino ama al Señor, pero es muy flojo y descuidado; rara vez corta el césped”. Ambas familias están en la iglesia. En la mañana ellos se critican, no abiertamente, sino en secreto. Luego, en la tarde, asisten a la mesa del Señor. Es evidente que las costumbres impiden llevar una vida apropiada de iglesia. Ambas familias necesitan ser renovadas en su mente.
Humanamente, es imposible deshacernos de las diferencias que existen entre los pueblos. Además de nuestro carácter nacional, cada uno de nosotros tiene un carácter y manera de ser particulares, ya que fuimos criados en contextos diferentes y procedemos de trasfondos distintos. Sin la gracia del Señor y sin el Espíritu, ninguno de nosotros podría ser uno con los demás. Quizás entendamos la doctrina, es posible que hayamos escuchado mensajes acerca del nuevo hombre y tal vez hayamos recibido la visión del nuevo hombre, pero ¿qué podemos decir acerca de nuestra vida cotidiana? ¿En verdad experimentamos día tras día la renovación en el espíritu de nuestra mente? La renovación es muy práctica; si usted realmente ha sido renovado, esto se reflejará en su vida cotidiana. Cuando el Señor nos salvó, comenzamos a amarlo. Ahora entendemos que debemos practicar la vida apropiada de iglesia al vestirnos del nuevo hombre. Esta es la razón por la cual necesitamos pedirle al Señor que renueve nuestra mente y transforme nuestro ser interior. Nuestras oraciones deben reflejar nuestro deseo por experimentar al nuevo hombre en la práctica. Debemos pedirle al Señor que nos muestre cuál es el verdadero problema en nuestra vida diaria que nos impide tener comunión con todos los santos y experimentar la vida de iglesia. Creo firmemente que si pedimos al Señor que resplandezca sobre nosotros de esta manera, El nos mostrará muchas cosas.
No se trata de justificar la manera de ser del hermano escocés o la del hermano chino, pues ambos necesitan ser transformados, ambos necesitan ser renovados en el espíritu de su mente. Si una persona es descuidada en su manera de ser, debe ejercitar su espíritu para arreglar su jardín, quizás una vez por semana. Por otro lado, no debemos invertir más tiempo arreglando nuestro jardín que el que invertimos leyendo la Biblia. Es necesario que nuestra mente sea renovada, y que al mismo tiempo llevemos una vida humana apropiada. Todo lo relacionado con nuestra persona, especialmente con nuestra casa, debe estar en orden. Para ser transformados a la imagen de Cristo, nuestra manera debe ser renovada.
Muchos de los hermanos chinos se han graduado de la universidad y saben hablar inglés, pero cuando ellos hablan entre sí, hablan en chino. Quizás hagan esto por hábito y no según Cristo. La renovación de nuestra mente tiene como fin hacernos personas renovadas, y no personas que viven según sus hábitos. Cuando un hermano chino habla en su propio idioma en presencia de hermanos estadounidenses, éstos podrían pensar que lo hace para no dar a conocer su conversación. Como resultado, los hermanos estadounidenses podrían ofenderse. Esto muestra de nuevo cuánto necesitamos ser renovados en el espíritu de nuestra mente para experimentar la vida de iglesia como nuevo hombre. Por otra parte, los hermanos estadounidenses no deberían ofenderse por esto; más bien, deberían ser comprensivos con los hermanos chinos. La actitud que mostramos los unos hacia los otros requiere renovación. En la vida de iglesia es posible que prevalezca una actitud, un espíritu y una atmósfera de división, y no de unidad. Incluso el idioma puede constituir una barrera que cause una actitud divisiva. He estado en situaciones en las que algunos hermanos estadounidenses y chinos estaban reunidos teniendo comunión, pero cuando los hermanos chinos empezaron a hablar en chino, los estadounidenses se ofendieron y la comunión se acabó. Este es un ejemplo de cómo el idioma puede poner fin a la vida práctica de iglesia.
Aunque hayamos visto el nuevo hombre, todavía necesitamos prestar atención a la renovación de nuestra mente. Si seguimos comportándonos según nuestros hábitos y conforme a nuestro carácter nacional, esto aniquilará la vida de iglesia. Si hemos visto la visión del nuevo hombre, por la misericordia del Señor necesitamos mantenernos en nuestro espíritu. El nuevo hombre ya fue creado y todas las ordenanzas fueron abolidas. Ahora debemos poner en práctica vestirnos del nuevo hombre. Si yo me comporto según mis hábitos y conforme a mi carácter chino, y los hermanos estadounidenses se comportan según sus hábitos y de acuerdo con su carácter estadounidense, entonces el nuevo hombre no podrá existir en la práctica, ni tampoco la vida de iglesia. Seremos meramente una sociedad en la que algunos estadounidenses y algunos chinos se reúnen. Esto no sería la iglesia sino un club social.
Creo firmemente que la gracia del Señor operará en nosotros y sobre nosotros, a tal grado que no sólo seremos renovados en nuestra oración, sino que también seremos renovados en el espíritu de nuestra mente en lo que respecta a nuestra vida diaria. Cuando entramos en nuestro espíritu mediante la oración, estamos siendo renovados. Pedro fue renovado durante aquel éxtasis que le sobrevino, pero tuvo problemas al aplicarlo. Hoy sucede lo mismo con nosotros. Puede ser que al orar entremos en el espíritu, pero es necesario que en nuestra vida diaria permanezcamos todo el tiempo en el espíritu. Debemos procurar permanecer en nuestro espíritu.
Mediante esta comunión podemos ver cuánta renovación necesitamos experimentar en todos los aspectos de nuestra vida diaria. Los esposos necesitan ser renovados en la manera en que se relacionan con sus esposas. No sigamos siendo los mismos. Debemos ser renovados en el espíritu de nuestra mente de hecho y en nuestra vida diaria. De lo contrario, será imposible que el Señor obtenga el Cuerpo y el nuevo hombre. No es cuestión de corregir nuestro comportamiento, sino de ser transformados al ser renovados en el espíritu de nuestra mente, lo cual nos hace personas diferentes. Diariamente debemos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo; y para ello, es necesario que bebamos del Espíritu, a fin de ser renovados en el espíritu de nuestra mente en cada aspecto de nuestra vida cotidiana.