
En este capítulo hablaremos de la diferencia entre el espíritu y el alma. Este asunto guarda una estrecha relación con el asunto de tener comunión. Diferenciar el alma del espíritu es un asunto básico. Es preciso que sepamos diferenciar el alma del espíritu a fin de aprender a tener comunión, y, además de ello, necesitamos conocer la diferencia entre estas dos partes por causa de toda nuestra vida cristiana, la cual incluye nuestro vivir, nuestro andar, nuestra obra y nuestro servicio. La vida del alma es la vida natural; por ende, nuestra alma es la fuente de nuestro hombre natural. Después que fuimos regenerados, nuestro espíritu recibió la vida divina de Dios; por ende, nuestro espíritu es la fuente de nuestro hombre espiritual. El alma de un creyente regenerado es el hombre exterior, y el espíritu de un creyente regenerado es el hombre interior. El alma es el viejo hombre, y el espíritu es el nuevo hombre; el alma es el primer hombre, y el espíritu es el segundo hombre. El alma no posee la vida de Dios.; pues, tanto el Espíritu como la vida de Dios están localizados en nuestro espíritu. Incluso antes de la caída, el alma del hombre era incapaz de contactar y recibir a Dios. Esto se aplica a la condición del hombre antes de la caída, pero especialmente después de la caída. Ello se debe a que el alma no es el órgano apropiado para contactar a Dios; el único órgano para contactar a Dios es el espíritu humano.
Debido a la caída, el alma se convirtió en el centro de la persona del hombre, o sea, su personalidad, que es el “yo”. El alma no contiene nada de Dios; más aún, ella es incapaz de contactar a Dios. Es por ello que Dios creó al hombre dotado de un espíritu humano. El espíritu humano es la parte más profunda del hombre. Cuando Dios nos creó, nos dio un espíritu humano para que pudiéramos contactarlo, recibirlo y contenerlo. Nuestro espíritu es un vaso destinado a contener a Dios. Así que cuando Dios entra en nosotros, Él no entra en nuestra alma, sino en nuestro espíritu.
Nosotros somos salvos y, por ende, debemos expresar al Señor en nuestra vida, obra, testimonio y servicio. Todo debe empezar en nuestro espíritu porque el Señor está en nuestro espíritu. Antes de nuestra salvación vivíamos únicamente conforme a nuestra alma, porque nuestro espíritu se hallaba sumido en la muerte. Sin embargo, aunque nuestro espíritu fue vivificado gracias a la salvación del Señor, no estamos acostumbrados a vivir en nuestro espíritu. En vez de ello, debido a la costumbre que tenemos de vivir conforme a nuestra alma, vivimos por nuestra alma. Por lo tanto, después de nuestra salvación, Dios gradualmente nos libra de llevar una vida que es conforme a nuestra alma para que vivamos conforme a nuestro espíritu. Toda la obra del Espíritu Santo de iluminarnos y purificarnos está relacionada con este propósito. Lamentablemente, muchas de las obras que se llevan a cabo en el cristianismo de hoy son contrarias a la obra de Dios. Dios desea que Sus hijos sean librados del alma para que vivan en el espíritu, pero muchas de las obras del cristianismo únicamente fortalecen el alma, lo cual hace que los hijos de Dios sean más anímicos.
Vivir por el espíritu en vez de vivir por el alma suena sencillo, pero en realidad no lo es. Esto se debe a que nuestra alma es nuestro yo, y ser librados del alma y no vivir por el alma implica ser librados de nuestro yo, lo cual es nada sencillo. Desde el día en que nacimos, hemos vivido conforme a nuestra alma; estamos acostumbrados a esta clase de vivir. Además, todos amamos nuestro yo y nos preocupamos por nuestro yo más que por cualquier otra persona. El amor propio es una expresión del amor que tenemos por nuestra alma. Por lo tanto, si deseamos no vivir más conforme a nuestra alma, no sólo debemos entender la diferencia entre el alma y el espíritu, sino también pagar un elevado precio para aprender esta lección.
Con respecto a ser librados del yo hay tres pasos que son necesarios.
Debemos empezar pidiéndole a Dios que nos muestre que nuestra alma, que es nuestra vida natural, nuestro viejo hombre, es incapaz de entender las cosas espirituales y de recibir a Dios (1 Co. 2:11-14). El Espíritu y la vida de Dios están en nuestro espíritu. Es preciso que veamos esto por revelación; esto no debe ser simplemente una comprensión externa. Muchas personas entienden la diferencia entre el alma y el espíritu, pero no pueden ser libradas de su yo porque esto no ha llegado a ser una revelación para ellas. Sólo aquellos que reciben la revelación y son iluminados verdaderamente aborrecen vivir conforme a su alma y, de ese modo, son capacitados para ser librados gradualmente de su yo.
La consagración significa que nos ofrecemos a Dios para permitirle que obre en nosotros; la consagración no consiste principalmente en trabajar para Él. La obra fundamental que Dios realiza en nosotros es librarnos de nuestra alma para que vivamos en nuestro espíritu. Sin embargo, antes de obrar en nosotros, Él desea obtener nuestro consentimiento, lo cual es nuestra consagración. Esto es semejante a un doctor que necesita el permiso de un paciente antes de una operación. Si el paciente no está de acuerdo, el doctor no hará nada. Aprender lo que es tener comunión nos ayuda a ser librados del yo; sin embargo, esta liberación en términos prácticos depende de la obra de Dios. Por lo tanto, necesitamos consagrarnos para permitir que Dios realice Su obra.
Después que nos ofrezcamos a Dios de manera sincera, Él empezará a operar en nosotros. Esta obra a menudo es llamada la disciplina del Espíritu Santo. En ocasiones Dios levanta una situación que asesta un golpe a nuestro yo, o prepara un entorno que nos quebranta. Por ejemplo, una persona que tiene una mente muy lúcida y razona muy bien las cosas puede sentirse muy segura de sí misma. Dios rescata a dicha persona al levantar circunstancias que acaban con sus cuidadosos razonamientos y la confianza que tiene en sí misma. Así que, justo cuando esta persona cree que ha considerado muy bien cierto asunto, el Señor a propósito permitirá que cometa un grave error, de modo que ya no confíe tanto en sus razonamientos. Asimismo, las personas que viven regidas por sus fuertes sentimientos y ayudan a otros con una buena intención muchas veces reciben poco aprecio por la ayuda que brindan. Esto es una disciplina de parte de Dios que les muestra que su ayuda se ha basado en sus propias necesidades emotivas y en su bondad natural.
No es fácil volver nuestra mente a nuestro espíritu, y es aún más difícil partir el alma del espíritu. Puesto que habitualmente vivimos en nuestra alma, los golpes que recibimos en nuestro entorno son necesarios. Lamentablemente, algunos reciben muchos golpes, pero no son librados del yo. Ello se debe a que no ven que el propósito de estos golpes que vienen de Dios es adiestrarlos a que ya no vivan conforme a su alma, el hombre exterior. Quienes no estén dispuestos a consagrarse para cooperar con la obra de Dios en este respecto, sufrirán en vano y no aprenderán ninguna lección. Por consiguiente, cuando suframos algún golpe, debemos renovar nuestra consagración para que podamos recibir el beneficio completo de la disciplina de Dios. Si nos consagramos y también buscamos la iluminación de Dios con respecto a lo que nos sucede, Él nos mostrará cómo hemos vivido conforme a nuestra alma, es decir, conforme a nuestros pensamientos, preferencias y opiniones. Cuando Dios levanta circunstancias para disciplinarnos, es con el propósito de librarnos de vivir conforme a nuestra alma para que vivamos conforme a nuestro espíritu.
Desde el día en que fuimos salvos, Dios ha estado ordenando nuestro entorno a fin de disciplinarnos. Romanos 8:28 dice que todas las cosas cooperan para bien. Esto se refiere a los diferentes entornos que Dios prepara para nuestro quebrantamiento. Muchas personas creen que Dios hace que todas las cosas cooperen para cumplir sus deseos, y pasan por alto el ser conformados a la imagen de Su Hijo, lo cual se menciona en el versículo siguiente. Si todas las cosas cooperaran para cumplir nuestros deseos, ¿cómo podríamos ser conformados a la imagen del Hijo de Dios? Las cosas que cooperan para que seamos conformados a la imagen de Su Hijo no son cosas que están libres de complicaciones. Al contrario, Dios utiliza toda clase de entornos difíciles para quebrantar nuestra alma. Sin el quebrantamiento de nuestro hombre exterior, nuestra alma, jamás podríamos ser conformados a la imagen del Hijo de Dios.
Quienes sufren muchas heridas y cortadas son los más bendecidos por Dios, porque están siendo librados del yo. Es una misericordia de parte de Dios el que seamos estorbados en todo y seamos vedados por Él vez tras vez. Dios no quiere que permanezcamos enteros en nuestro yo; Él quiere que seamos quebrantados y librados de nuestra alma. Por lo tanto, aquellos que verdaderamente aman al Señor y son bendecidos por Él a menudo reciben Su disciplina, porque el Señor desea perfeccionarlos. La disciplina del Señor tiene una intención positiva; Sus azotes son motivados por Su amor y por Su deseo de librarnos de nuestra alma para que vivamos en nuestro espíritu. Cuando el Señor nos disciplina a través de las cosas grandes y pequeñas que nos suceden, nuestro hombre exterior —el alma— es quebrantada gradualmente, y poco a poco somos liberados de nuestra alma para vivir en nuestro espíritu.
Toda la obra que Dios realiza en nuestro entorno está relacionada con el quebrantamiento de nuestra alma. Cada situación que afrontamos es conforme a lo dispuesto por Dios. Dios sabe que nuestra alma tiene que ser quebrantada completamente a fin de que nuestro espíritu pueda prevalecer. Por esta razón, Él levanta circunstancias que quebrantan las partes más fuertes de nuestra alma, y después de estos golpes repetidos, la fuerza de estas partes empieza a menguar. Entonces cuando afrontemos nuevas situaciones que afectan estas partes, no dependeremos de nuestra alma como lo hacíamos en el pasado, sino que responderemos desde nuestro espíritu. Ser librados de nuestra alma y vivir por nuestro espíritu no es algo que tiene que ver con conocer doctrinas. Las doctrinas únicamente pueden crear en nosotros el deseo de no vivir en nuestra alma. Sin embargo, incluso el hecho de tener ese deseo es un comienzo. Cuando tengamos este deseo, debemos permitir que Dios opere en nosotros para disciplinarnos por medio del Espíritu Santo. En consecuencia, debemos consagrarnos a nosotros mismos a fin de que de buen grado aceptemos la obra que Dios realiza en nosotros. De este modo, seremos librados de nuestra alma y viviremos por nuestro espíritu.
La revelación incluye la iluminación, pero la iluminación también es práctica. Aunque necesitamos ser iluminados con respecto a la diferencia que existe entre el alma y el espíritu, también necesitamos ser iluminados de manera práctica en cuanto a los diferentes aspectos de nuestra alma. Debemos entender que todavía tenemos un elemento del yo en nosotros, incluso después que recibimos la disciplina del Espíritu Santo. Además, a medida que aprendemos a no depender de nuestra alma para responder a las cosas que afrontamos, los elementos de nuestra alma todavía están allí y fácilmente pueden ir mezclados en nuestra respuesta. En esos momentos, no necesitaremos otro golpe; más bien, necesitaremos la iluminación práctica del Señor. Hebreos 4:12 dice: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu [...] y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Esto se refiere a la iluminación práctica de Dios. Incluso después que recibamos los azotes y el quebrantamiento de parte del Señor y aun cuando lleguemos a serle útiles, todavía habrá elementos de nuestro yo presentes en nuestros pensamientos e intenciones. Por esta razón, necesitamos la iluminación práctica del Señor. Entonces, cuando la luz de Dios venga a nosotros, veremos la mezcla que hay en nuestra alma y nos volveremos a nuestro espíritu.
A menudo pensamos que cierto asunto es completamente del Señor y a favor del Señor, pero debido a que nos falta luz, poco nos damos cuenta de que hay una mezcla impura en nuestros pensamientos e intenciones. Pero cuando somos alumbrados por el Señor, a menudo vemos que muchas cosas que pensábamos estaban libres de cualquier intención egoísta, en realidad estaban llenas de dichas intenciones. Así, bajo la iluminación de Dios, aborreceremos nuestro yo aún más y nos avergonzaremos del yo más que antes. La luz de Dios nos pone en evidencia al punto en que vemos nuestra condición tal como Él la ve. Entonces la luz nos llevará a postrarnos aún más ante Dios, y también nos librará más del yo.
Examinemos un ejemplo para ver cómo se aplican estos tres pasos. Supongamos que cierto hermano tiene una mente muy fuerte y generalmente vive en este aspecto de su alma. Cuando escucha un mensaje acerca de vivir por el espíritu, él anhela llevar dicha vida. El Espíritu Santo empieza a operar en él revelándole la diferencia entre el alma y el espíritu. Entonces surge en él el deseo de que el Señor trate con él y se consagra a Él. Cuando el Señor acepta su consagración y empieza a tratar con él, los pensamientos que antes dirigían su mente ya no producirán los mismos resultados. Anteriormente, sus planes siempre parecían funcionar, pero ahora todas las cosas parecen salir mal. Después de pasar por repetidas experiencias de quebrantamiento que revelan lo mucho que él depende de su mente, él tendrá temor y no volverá a confiar plenamente en sus pensamientos. Este quebrantamiento es la disciplina del Espíritu Santo. Después de experimentar este trato de parte del Señor, él no dependerá más de sus pensamientos y le resultará más fácil vivir por su espíritu.
A esas alturas en la experiencia de este hermano, él puede pensar que ha sido completamente librado de su yo. Sin embargo, Dios continuará resplandeciendo sobre él, mostrándole que no ha sido completamente librado, porque todavía quedan algunos elementos anímicos que están mezclados con sus pensamientos. Aunque hay un elemento de Dios en su mente, todavía subsiste una buena medida del yo. A medida que Dios continúe iluminándolo, este elemento de mezcla en su mente gradualmente será eliminado al pasar por el tamiz de Dios. En sus experiencias iniciales en las cuales Dios trata con él, la disciplina del Espíritu Santo asesta un golpe fundamental en su mente. Luego esta iluminación posterior elimina los elementos de mezcla que aún subsisten en su mente. Es así como él es purificado a través del resplandor de Dios. Así, cuando él administra la iglesia, ministra la palabra o trata otros asuntos espirituales, él puede hacerlo sin intenciones impuras.
Vivir por el espíritu en lugar de vivir por el alma es una cosa, pero ser puro sin mezclas es otra cosa muy diferente. Una persona puede vivir conforme al espíritu sin ser completamente pura. A fin de ser puros, necesitamos experimentar algo adicional, la iluminación de Dios. Sólo aquellos que continuamente son iluminados pueden ser puros. Les ruego que no tomen esto como una simple doctrina. A menos que amemos al Señor, vayamos en pos de Él y procuremos complacerlo, no podremos aprender estas lecciones de una manera sólida. Aunque son innumerables las personas que han sido salvas a través de los siglos, no muchos han vencido al punto de ser las primicias. Según el libro de Apocalipsis, son los vencedores en las iglesias, y no la iglesia en su totalidad, quienes satisfacen el corazón de Dios. Por esta razón, en las siete epístolas en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, se hace un continuo llamado a los vencedores. Pese a que algunos cristianos aman mucho al Señor, no viven conforme al espíritu, y son menos aún los vencedores que han sido librados del alma para vivir por el espíritu.
Hoy el Señor necesita vencedores. En los pasados dos mil años el evangelio ha sido propagado por los vencedores, Su testimonio se ha mantenido por medio de los vencedores, Satanás ha sido derrotado por los vencedores y la vida de Dios ha fluido a través de los vencedores. Cada uno de los vencedores aprende a vivir delante de Dios, es decir, a vivir en el espíritu y por el espíritu. Los vencedores sostienen la vida y el testimonio de la iglesia. A lo largo de las generaciones podríamos decir que la condición general de la iglesia ha sido una condición de muerte (3:1), pero los vencedores mantienen el testimonio de la iglesia. Ellos traerán el reino de Dios y se reunirán con el Señor a Su regreso. Quiera el Señor concedernos Su gracia para que sigamos las pisadas de los vencedores al pagar el precio y permitir que seamos severamente quebrantados para ser librados completamente de nuestra alma a fin de vivir en nuestro espíritu.